Puerto Rico entre siglos: Historiografía y cultura

noviembre 18, 2022

Jayuya: monólogo de un historiador

Por Mario R. Cancel-Sepúlveda

La transición hacia el Estado Libre Asociado y su cuestionable legitimación internacional por la Organización de Naciones Unidas (1946-1953), fue objeto de la crítica jurídica de figuras que estuvieron estrechamente vinculados a la figura de Luis Muñoz Marín y el Partido Popular Democrático. La opinión de Vicente Géigel Polanco[1], quien abandonó esa organización en 1951, el juicio de José Trías Monge [2] en sus memorias, y los comentarios al Congreso de Estados Unidos firmados por el diplomático estadounidense Jack K. McFall, son un ejemplo de ello.[3] Las tres fuentes convergían en que el proceso constitucional no era sino una farsa jurídica o un juego diplomático vacío para mejorarla imagen internacional de Estados Unidos. Las interpretaciones provenían de un militante popular que abrazó el independentismo, un popular que era una autoridad en derecho que comprendía el problema de la soberanía y que sirvió al ELA desde su Tribunal Supremo, y uno de los agentes políticos que manufacturó el entramado del presunto proceso de descolonización en Washington.

Pero la crítica jurídica no fue la única reacción en aquel momento y, en general, fue desoída. El proceso que a la larga condujo a la consolidación del ELA en 1952, combinado con otras circunstancias particulares, estimuló al Partido Nacionalista a tomar otra vez, como lo había hecho en la coyuntura de 1930, el camino de la “acción inmediata” por medio de la protesta armada. Lo cierto es que desde diciembre de 1947, una vez Pedro Albizu Campos regresó a Puerto Rico desde la ciudad de Nueva York, la militancia nacionalista atravesó por un proceso de reavivamiento notable. Otros sectores del independentismo de nuevo cuño que no compartían el pasado del Partido Nacionalista, a pesar de las notables diferencias ideológicas que podía haber entre ellos, también vieron en el retorno del líder al cual denominaban el “Maestro”, una oportunidad histórica que no podían dejar pasar por alto.

En diciembre de 1947, un grupo de estudiantes de la Universidad de Puerto Rico, a pesar de la resistencia de las autoridades universitarias, izó la bandera puertorriqueña que había servido de signo del nacionalismo político desde la década de 1930. Con ello ejecutaban un gesto de “saludo a Albizu Campos” y un reto a la estabilidad del régimen colonial. La emblemática torre universitaria había sido bautizada con el nombre del presidente Franklyn Delano Roosevelt en 1939 como reconocimiento al novotratismo y su papel en la recuperación económica del territorio en medio de la Gran Depresión por lo que tenía un valor simbólico extraordinario. Albizu Campos había sido un crítico exacerbado de aquel presidente y su política del Nuevo Trato siempre.[4] El Rector Jaime Benítez, otro icono de la historia de la institución, ordenó la expulsión sumaria de los jóvenes que habían organizado la protesta: Jorge Luis Landing, Pelegrín García, José Gil de Lamadrid, Antonio Gregory y Juan Mari Brás. El castigo funcionaba como una censura de la expresión y la opinión, por lo que desató una huelga estudiantil de un fuerte contenido político.

La huelga estalló en abril de 1948 y, entre mayo y junio, ya se estaban aprobando en la legislatura local la Ley 53 o Ley de la Mordaza que convertía en delito punible la expresión y el activismo independentista, nacionalista o socialista en el país. El lenguaje fundamentalista y autoritario de la ley sigue siendo impresionante: predicarorganizarpublicardifundir o vender información que fomentara el derrocamiento del régimen estadounidense eran actos equiparados ante la ley y tratados como una acción delincuente. En última instancia, “pensar” era un acto tan peligroso como “hacer”. Las figuras detrás de la aprobación, hay que decirlo con propiedad, fueron el entonces Senador Muñoz Marín y el citado jurista Trías Monge. La calentura del Guerra Fría, la presión del discurso anticomunista, la amenaza a la hegemonía estadounidense en Europa en la segunda posguerra, había contaminado a la clase política local controlada por el Partido Popular Democrático.

Esta es una historia que se repite por lo que a nadie debe sorprender el giro a la derecha que esporádicamente domina a un segmento significativo de la dirección de los populares en el presente: la necesidad de afirmarse en el poder aliándose a los sectores moderados, presumiblemente mayoritarios, los domina. La Ley 53 era un acto de sumisión al Congreso de Estados Unidos. No era sino la expresión local de Ley Smith de aquel país redactada a la orden de la Doctrina Truman y el anticomunismo. En aquel país numerosos dirigentes sindicalistas, socialistas, comunistas, anarquistas o demasiado liberales, fueron objeto de vigilancia, persecución y represión. La Ley Smith estimuló la creación de “listas negras” en Estados Unidos y de “carpetas de subversivos” en Puerto Rico.

La huelga universitaria de 1948 representaba una amenaza a la tesis de Benítez de que la universidad debía ser un centro aséptico e ideológicamente inmune a la militancia. La tesis de la “Casa de Estudios” negaba siglos de tradición intelectual en la cual la crítica y el reto ideológico se reconocían como unos cimientos respetables de la tradición occidental moderna y, acaso, fundamento de aquella. Para Benítez, ser occidental en Puerto Rico en tiempos de la Guerra Fría, significaba todo lo contrario a lo que había sido desde la Revolución Francesa de 1789. La universidad era un espacio para el estudio y no para la participación ciudadana por lo que los estudiantes no poseían medios para la coordinación de sus reclamos tales como los Consejos de Estudiantes ni se debían organizar en grupos de opinión. En cierto modo, la participación y la política, estaban limitados a los administradores del poder.

Pensar que aquellas decisiones se tomaron por cuenta del regreso de Albizu Campos y las protestas de los estudiantes universitarios rebeldes, sería reducir el fenómeno a la eventualidad local. Lo cierto es que Puerto Rico estaba entrando a la Guerra Fría como un personaje de relevancia reproduciendo las ideologías dominantes en Estados Unidos. El efecto que aquella ley represiva e irracional pudiera tener en frenar la “ola revolucionaria” que se temía era cuestionable. Albizu Campos lo demostró de inmediato cuando, en junio de 1948, retó la censura de la Ley 53 en un discurso público en el pueblo de Manatí[5]. Las consecuencias de ello fueron las esperadas. La vigilancia sobre las actividades nacionalistas por parte de la policía aumentó. Albizu Campos tenía asignado un agente taquígrafo de nombre  Carmelo Gloró, quien llevaba récord de sus discursos con el fin de recuperar prueba para, en el futuro, establecer el acto delictivo. Bajo aquellas condiciones la violencia parecía una salida inevitable y justificada.

El proyecto insurreccional

La Insurrección Nacionalista de octubre de 1950 fue, entre otras cosas, una respuesta bien articulada a los retos políticos impuestos por la Guerra Fría, el proceso de descolonización que condujo a la fundación del Estado Libre Asociado y la actitud colaboracionista y sumisa del liderato del Partido Popular Democrático con las autoridades de Estados Unidos con el fin de asegurar las reformas que se les ofrecían. La acción protestó además contra la Ley 53 o La Mordaza de 1948, contra la Ley 600 y contra la Asamblea Constituyente que por aquel entonces se planificaba. Pero sobre todo fue un arriesgado acto de propaganda que se elaboró con el propósito de llamar la atención internacional sobre el caso colonial de Puerto Rico y confirmar las posibilidades de la resistencia armada en el territorio caribeño. En un sentido simbólico representó la reinvención de la situación que produjo, con efectos análogos, la Insurrección de Lares en septiembre de 1868. La retórica nacionalista de aquel entonces realizó un esfuerzo ingente por demostrar la continuidad espiritual, cultural y política entre el 1868 y el 1950.

El centro militar de la conjura fue el barrio Coabey de Jayuya. La finca de la militante Blanca Canales (1906-1996) sirvió como centro de entrenamiento y de mando, así como de depósito de armas para los rebeldes. Fue allí donde se proclamó la República y se izó la bandera de la Nación, muy parecida a la que en 1952 el Estado Libre Asociado de Puerto Rico oficializara como signo del nuevo orden político. Allí se fundó, como en Lares, la Nación Simbólica y se sacralizó mediante la palabra su soberanía política.

El plan de los rebeldes era, una vez tomada la municipalidad de Jayuya, resistir el tiempo que fuese necesario hasta que la comunidad internacional reconociera la beligerancia puertorriqueña y legitimara su voluntad soberana. Algunos veteranos del ejército me comentaron en Jayuya en el 2008 que la selección de la localidad se había hecho sobre la base del notable potencial agrario de la región montañosa y sus posibilidades de sobrevivir en caso de que la insurrección no fuese efectiva en otras partes del país.  El Puerto Rico agrario que Operación Manos a la Obra dejaría atrás pesaba mucho en la cultura revolucionaria de una parte significativa del liderato, asunto que habría que indagar con más detenimiento en el futuro. Las fuerzas nacionalistas de aquella localidad estaban al mando de Carlos Irizarry, militante que era además, veterano de la Segunda Guerra Mundial. La experiencia militar en las fuerzas armadas estadounidenses o en conflictos internacionales como la Guerra Civil Española era valorada por la organización militar nacionalista.

El centro político o público fue, desde luego, San Juan donde se encontraba la casa del Partido Nacionalista y vivía su líder Albizu Campos. La voz de la nación era aquel abogado. La prensa puertorriqueña, estadounidense e internacional, miraría hacia donde él estuviese y los actos que se ejecutaran contra su persona con el fin de arrestarlo, servirían para proyectar el hecho de que en Puerto Rico se luchaba a favor de la descolonización por un camino alterno al que había marcado la Ley 600. Los centros rebeldes mejor preparados para los combates parecen haber sido los de Utuado, Mayagüez y Naranjito, aunque los combates en cada una de esas localidades fueron desiguales. Sin embargo la presencia de comandos nacionalistas era visible en una parte significativa del país.

Las acciones de Jayuya se combinaron con dos atentados que demostraban los riesgos que era capaz de tomar la militancia nacionalista. El primero fue encabezado por el militante y también veterano de guerra, Raimundo Díaz Pacheco (1906-1950) y tuvo por objetivo la residencia oficial del gobernador Muñoz Marín, es decir, La Fortaleza. Se trataba de un atrevimiento histórico que recordaba las conjuras militares del siglo 19 que siempre tenía por objetivo la toma de la casa de gobierno y la proclamación de la república. El otro estuvo compuesto por los militantes Griselio Torresola (1925-1950) y Oscar Collazo (1914-1994), quienes atacaron la Casa Blair, residencia temporera del presidente Truman en Washington.[6] Ninguno de los dos magnicidios consiguió su objetivo pero el impacto propagandístico de ambos fue enorme.

Antecedentes inmediatos

La Insurrección Nacionalista estalló el 30 de octubre de 1950. Todo parece indicar que los días previos fueron de intensa preparación para una situación que Albizu Campos había planeado con mucha calma desde su salida de la cárcel de Atlanta en 1943.  Los registros del taquígrafo de récord y funcionario de la Policía Insular Carmelo Gloró, documentan que el 26 de octubre, cuando se conmemoraba el día del natalicio del General Antonio Valero de Bernabé en Fajardo, Albizu Campos adoptó un tono marcial que inevitablemente resultaba en un llamado al combate inminente. Para quienes conocen el calendario patriótico del Partido Nacionalista, la relevancia de Valero de Bernabé y su vinculación con el mito bolivariano, explican por qué aquella fecha  resultaba idónea para informar a la militancia sobre la necesidad de una movilización.

El día 27 de octubre, un grupo de nacionalistas fueron detenidos por las autoridades mientras transitaban por el Puente Martín Peña en la capital. Durante la intervención  se les ocuparon dos pistolas  calibre  37, una subametralladora, cinco explosivos de bajo y mediano poder que incluían los clásicos cócteles molotov, algunas bombas tipo niple y varias cajas de balas. Todo parece indicar que aquel acontecimiento fue crucial para que se tomara la decisión de que la Insurrección sería el día 30 dado que se llegó a temer que aquellos arrestos fuesen la primera de una serie de intervenciones policiacas que pondrían en peligro el objetivo de los rebeldes.

El 28 de octubre estalló un motín en la Penitenciaría Estatal de San Juan bajo el liderato del presidiario Pedro Benejám Álvarez. El mismo desembocó en un escape masivo de presos. Benejám era también veterano de guerra y había sido traficante de armas robadas al ejército de Estados Unidos. Por aquel entonces se alegó que el motín estaba conectado con la conjura nacionalista y se aseguraba que Benejám estaba comprometido a suplir armas y hombres a la revuelta.

Durante los días 28 y 29 de octubre, las tropas nacionalistas se movilizaron y se reconcentraron en el Barrio Macaná de Peñuelas. La residencia de militante Melitón Muñiz Santos, fue usada como centro de distribución de armas y tareas para el evento que se acercaba.

Objetivos militares y el plan de combate

La meta principal de los Comandos Nacionalistas, cuerpo con entrenamiento militar que en 1934 se habían identificado como los Cadetes de la República, fue la toma de los cuarteles de la Policía, prioridad que parece demostrar la necesidad de armas que caracterizaba al movimiento rebelde. Aquel objetivo militar se unía a un plan concertado para ocupar las oficinas de teléfono y telégrafo locales con el fin de incomunicar las localidades una vez fuesen tomadas. Un segundo objetivo de los Comandos Nacionalistas fue ocupar las alcaldías, centro que representaban el poder colonial concreto cercano a la gente y ratificaban el colaboracionismo de los populares con las autoridades estadounidenses.

El tercer objetivo fueron las dependencias del Gobierno Federal en Puerto Rico tales como los correos y las oficinas del Servicio Selectivo de las Fuerzas Armadas. El Partido Nacionalista había conducido una campaña muy persistente en contra de la participación de los puertorriqueños en el ejército estadounidense desde la Segunda Guerra Mundial.  Debo llamar la atención sobre otro elemento que me parece crucial. La Guerra de Corea, la primera confrontación violenta de la Guerra Fría, había iniciado en junio de aquel año y, como se sabe, ya en las primeras semanas de octubre la tropas de la Organización de la Naciones Unidas al mando del General estadounidense Douglas MacArthur, habían sido movilizadas contra los ejércitos de Corea del Norte y la República de China.  El mundo estuvo al borde de una conflagración atómica en aquel contexto por lo que la Insurrección Nacionalista de octubre de 1950, se iniciaba en un momento muy complejo en que la fiebre anticomunista dominaba el lenguaje político internacional.

La táctica utilizada fue la de las guerrillas urbanas. Se trataba de bandas o grupos pequeños que se tomaban enormes riesgos militares hasta el punto de que algunos de ellos funcionaban más bien como comandos suicidas. Los soldados nacionalistas más experimentados contaban, como se sabe, con formación militar en las Fuerzas Armadas de Estados Unidos y, todo parece indicar, que los nacionalistas constituyeron un cuerpo disciplinado y dispuesto a cumplir con las órdenes de sus superiores. Los logros militares más notables de aquel esfuerzo se redujeron al hecho de que Jayuya, el centro de la conjura, permaneció en poder de los Nacionalistas hasta el 1ro. de noviembre, pero la movilización de la Guardia Nacional, cuerpo militar que contaba con armas de repetición, morteros, artillería ligera y aviones de combate, forzó la rendición de la plaza con el fin, según algunos, de evitar la devastación del barrio. En aquel momento la desventaja en capacidad de fuego de los rebeldes se hizo patente.

Un juicio tentativo

La impresión que deja aquella situación es que, igual que en el caso de la Insurrección de Lares de 1868, la Insurrección de Jayuya de 1950 parece haber sido producto de la precipitación y la prisa. Los defensores de Jayuya no contaban con armamentos capaces de enfrentar vehículos blindados, ni con artefactos bélicos antiaéreos. Entre los pertrechos ocupados a los rebeldes había pocos explosivos de alto poder: las bombas tipo niple y los explosivos a base flúor o cloro parecen haber sido el límite de su capacidad explosiva.

El gobernador Muñoz Marín, la Policía y la Guardia Nacional manejaron el asunto de una manera muy diplomática con el fin de evitar el golpe de propaganda que podría producir a nivel internacional un acto de rebelión y represión masiva contra los rebeldes. El prestigio de Albizu Campos y su proyección internacional debieron pesar mucho en aquel momento. Ejemplo de aquella actitud cuidadosa fue el hecho de que nunca se declaró un “estado de emergencia” o “ley marcial” y que, con el fin de disminuir el efecto negativo que aquel acto podía tener sobre su imagen, Muñoz Marín pidió disculpas a Estados Unidos en nombre Puerto Rico y proyectó la Insurrección como un acto aislado y de poca relevancia.

Albizu Campos, arrestado en su casa tras una intensa resistencia, fue condenado a 53 años de prisión. Su destino parecía ser morir en la cárcel. Sin embargo, la presión de una campaña humanitaria internacional a favor de su excarcelación, provocó que el líder rebelde fuese indultado por Muñoz Marín en 1953.  Como dato curioso, el indulto se ordenó el 30 de septiembre de aquel año y Albizu Campos lo rechazó. Las autoridades carcelarias tuvieron que expulsarlo de la penitenciaria a pesar de su oposición.

Albizu Campos era un mito político muy poderoso, una figura que estaba, por decirlo de algún modo, más allá de la política cotidiana y de la domesticidad. Su proyección internacional como un mártir de la independencia era incuestionable. Reducirlo a las pequeñeces de la política local en tiempos de la Guerra Fría requeriría un esfuerzo monumental. Lo cierto es que figuras como la de Albizu Campos representaban una contradicción en aquella década del 1950 en la cual el realismo, el cálculo y el pragmatismo se imponían en la vida política local. Albizu Campos era demasiado irreal para una generación política que había decidido someterse y ajustarse a la corriente que provenía de Washington.

Publicada originalmente en Claridad-En Rojo (1ro de noviembre de 2022)

[1] Mario R. Cancel Sepúlveda, notas a “Vicente Géigel Polanco y la Ley Pública 600” (1972) “Ni constitución ni convenio” (Fragmento). Publicado en El Mundo, a 19 de mayo de 1951. Tomado de (1972) La farsa del Estado Libre Asociado (Río Piedras: Edil):  21-24.URL: https://puertoricoentresiglos.wordpress.com/2009/11/15/vicente-geigel-polanco-y-la-ley-600/
[2]Mario R. Cancel Sepúlveda, notas a “José Trías Monge y el ELA” tomado de (2007) “Capítulo 8. En la Secretaría de Justicia” (Fragmento) Cómo fue. Memorias (San Juan: EDUPR): 200-201.URL: https://puertoricoentresiglos.wordpress.com/2009/11/15/jose-trias-monge-y-el-ela/
[3]“The Origin of the Commonwealth Label” (April 20, 2011) Puerto Rico Report. URL : https://www.puertoricoreport.com/the-origin-of-the-commonwealth-label/#.Y161xXbMKUk
[4] Refiero a los interesados a Mario R. Cancel Sepúlveda (2010) “El Partido Nacionalista, los obreros y Mayagüez (1934)” en Puerto Rico entre siglos URL: https://puertoricoentresiglos.wordpress.com/2010/08/09/partido-nacionalista-obreros-mayaguez-1934/
[5] Los mejores recursos para comprender el fenómeno siguen siendo Ivonne Acosta Lespier (1989) La Mordaza. Puerto Rico 1948-1957 (Río Piedras: Edil) e Ivonne Acosta Lespier (2000) La palabra como delito (San Juan: Cultural)
[6] Un relato detallado del acto puede leerse en Ramón Medina Ramírez (2016) El movimiento libertador en la historia de Puerto Rico (San Juan: Ediciones Puerto) reproducidos en redacción (25 de octubre de 2022) “CLARIDADES- 1 de noviembre de 1950” URL: https://claridadpuertorico.com/claridades-1-de-noviembre-de-1950/

abril 26, 2013

Reformas económicas y cambio social: un balance cultural

  • Mario R. Cancel Sepúlveda
  • Catedrático de Historia

El proyecto económico y social dirigido por el Partido Popular Democrático entre 1940 y 1964 no fue celebrado por todos los sectores ideológicos. La oposición provino de una diversidad de frentes y utilizó una amplia gama de argumentos para cuestionarlo. Durante aquel complejo periodo de cambio, como se sabe, el tradicional Socialismo Amarillo, apoyado en el Partido Socialista fundado en 1915, colapso. Una parte de la militancia permaneció en la filas del estadoísmo pero un segmento significativo se sumó a las huestes populares. El Socialismo Rojo, apoyado en el Partido Comunista Puertorriqueño fundado en 1934, nunca representó una amenaza real. En 1938 convergieron con los liberales que fundaron el PPD en que lo correcto era apoyar el Nuevo Trato e hicieron su peculiar interpretación de la política soviética de los Frentes Amplios y apoyaron el programa popular.

Sello del Instituto de Cultura PuertorriqueñaLos más activos opositores provenían del estadoísmo y el Independentismo: dos tendencias derivadas del liberalismo político que veían en proceso de crecimiento material a la luz de sus aspiraciones estatutarias y no del crisol de la lucha de clases. Uno y otro extremo chocaban con el PPD sobre la base de su planteamiento de Estatus y ponían en duda la sinceridad o la naturaleza de su nacionalismo. Ambos, igual que se alega en el discurso político del presente, veían en la gestión de gobierno del PPD hasta 1952, y luego en el Estado Libre Asociado, un factor que impedía la “solución definitiva” del Estatus.

Por eso amplios sectores del estadoísmo boicotearon la Convención Constituyente que produjo la Constitución del ELA. Para ellos aquel documento no era más que un impedimento para la integración del país como Estado de la Unión. Por su parte, el independentismo electoral, representado por el Partido Independentista Puertorriqueño también cuestionó el proceso y se enajenó del mismo por el hecho de que veía al ELA como un freno a la Independencia y como un sistema que favorecía la futura conversión del país en Estado de la Unión. La oposición más agresiva provino, naturalmente del Nacionalismo Político, apoyado en el Partido Nacionalista que, fundado en 1922, había tomado la ruta de la “acción inmediata” desde 1930. La Insurrección de 1950 y los atentados de 1954, fueron las notas más significativas de aquel fenómeno.

El PPD, que era una organización que provenía de la izquierda, se transformó en una organización de centro y la idea, tan importante para Antonio Fernós Isern, de que el ELA funcionaría como una “tercera vía” entre la Independencia y la Estadidad se legitimó. Lo cierto es que el PPD había surgido como una alternativa viable en las elecciones de 1940 porque fue pensado no solo como un “frente amplio” sino como un “mediador” entre los dos extremos políticos. Mientras se caminaba esa “tercera vía” se procuraría facilitar el crecimiento económico de la colonia y, una vez alcanzado el nivel deseado, se procedería a solucionar el asunto estatutario de una manera definitiva.

Lo cierto es que, con el pasado político independentista y socialista de Luis Muñoz Marín y alguna de su gente, muchos presumían que la puerta a la que se arribaría sería la de una mayor soberanía e, incluso, la independencia. Pero a la altura del 1968 ya nadie creía en aquel supuesto: el PPD se había convertido en una fuerza moderada que se resistía o era incapaz de alterar el sistema que había creado en 1952 y esperaba que se le apropiara como un estatus definitivo cuyo margen de cambio era pequeño.

Ya se ha establecido que en la década de 1950 a 1959, la ideología antipopular más pujante era el Independentismo. La violencia Nacionalista, los actos de 1950 y 1954; y la visibilidad electoral del PIP durante las elecciones de 1952 y 1956, así lo confirman. La respuesta del PPD al discurso Nacionalista e Independentista, fue un refinado Nacionalismo Cultural articulado desde el poder. El conjunto de aquella política y praxis se denominó “Operación Serenidad”.

Portada de un panfleto de DIVEDCOLa Operación Serenidad

“Operación Manos a la Obra” iniciada en 1940, cambió materialmente a Puerto Rico. De ello no cabe la menor duda. Muñoz Marín veía en ello la garantía de “el derecho a la vida”. Del mismo modo, la Ley 600 de 1950 y la Constitución de 1952, alteraron la relación colonial con Estados Unidos. Muñoz Marín percibía en aquel proceso la garantía de “el derecho a la libertad”. Pero el mismo gobernador y numerosos intelectuales del PPD reconocían que el pueblo o la gente se encontraban ante una situación nueva y que la ola de cambios podría generar inestabilidad social si no eran bien comprendidos por la gente. Se trataba de un momento crítico en que se dejaban atrás los valores “tradicionales” y se abría paso a los “modernos”.

La lógica de aquellos intelectuales fue simple: una vez suplidas las necesidades económicas y políticas, había que suplir las apetencias espirituales y culturales. El propósito era balancear aquellas esferas con otras reformas que actuaran en el ámbito “cultural y educativo del pueblo” con el fin de que Puerto Rico forjara una “buena civilización”. Muñoz Marín hablaba como un intelectual de la Generación del 1930. Para los intelectuales de la Gran Depresión y de la Posguerra -los del 1930 y los del 1950- aquello significaba que habría que facilitar la ruta para “la búsqueda de la felicidad”. La revolución pacífica, como la denominaba, no estaría completa hasta conseguir esa meta. La “Operación Serenidad” fue la respuesta a aquella preocupación.

Las Generaciones de 1930 y de 1950, creían en la necesidad y posibilidad de la “armonía social” y favorecían una vida que se ampararía en la “moderación” y la “mesura”. Si el pueblo era capaz de reflexionar maduramente sobre los cambios económicos y políticos por los que atravesaba, viviría mejor el cambio y “vivir mejor el cambio” implicaba que no dejarían de ser “puertorriqueños” ni perderían la “identidad”. Para ello idearon una serie de programas culturales que cumplirían dos funciones. La primera, “serenar” al pueblo; la segunda responder a las acusaciones de traición que provenían del Nacionalismo y el Independentismo.

Ricardo Alegría, de blanco, junto a Eugenio Fernández Méndez y otros

Ricardo Alegría, de blanco, junto a Eugenio Fernández Méndez y otros

División de Educación a la Comunidad (DIVEDCO)

DIVEDCO fue Creada en 1949 e incluía un programa de alfabetización de adultos que penetró áreas rurales y urbanas de todo el país. Por aquel entonces todavía se veía en la educación un recurso que allanaba el camino hacia la libertad y una garantía para el crecimiento económico y uno de apoyos principales para la apropiación del proceso de modernización acelerada que se vivía. DIVEDCO producía sus materiales educativos tales como filmes, carteles, libros y panfletos por lo que funcionó como un taller de trabajo para la clase artística que, en cierto modo, puso el arte al servicio de la educación y de la gente de una manera orgánica y balanceada.

Instituto de Cultura Puertorriqueña (ICP)

Creado por la Ley 89, el 21 de junio de 1955, a aquella institución se le encargó el deber de “…contribuir a conservar, promover, enriquecer y divulgar los valores culturales del pueblo de Puerto Rico” y “… lograr el más amplio y profundo conocimiento y aprecio de los mismos”. con el fin de administrar aquel proyecto se nombró al Dr. Ricardo E. Alegría, como Director Ejecutivo del mismo en noviembre de 1955. La selección fue bien eficaz: Alegría era hijo de uno de los fundadores del Partido Nacionalista en 1922, el escritor José S. Alegría.

EL ICP estimuló, por su parte la creación de una Biblioteca General, hoy Biblioteca Nacional de Puerto Rico; y el Archivo General de Puerto Rico ubicado hoy en Puerta de Tierra. No solo eso, también desarrolló programas para promover las artes escénicas (teatro y danza), plásticas y populares y la música ayudando a su financiamiento. Aquella institución también promovió el desarrollo de museos y parques conmemorativos, los nichos de un arte público que convertía la identidad nacional en signos palpables y accesibles, a la vez que preservó monumentos y zonas históricas que hoy poseen un valor económico y turístico enorme.

La base del trabajo cultural directo con el pueblo se dejó en manos de numerosos “Centros Culturales” comunitarios. Aquellos eran organizaciones ciudadanas que, sobre la base de la localidad, conectaban a la gente con el hacer cultural nacional y sus instituciones culturales. El ICP estructuró dos consejos de suma importancia para la arqueología puertorriqueña y
antillana. Uno tuvo la responsabilidad de proteger el Patrimonio Arqueológico Terrestre, y el otro la Conservación y Estudio de Sitios y Recursos Arqueológicos Subacuáticos.

Jaime Benítez, Juan Ramón Jiménez y Pablo Casals

Jaime Benítez, Juan Ramón Jiménez y Pablo Casals

Festival Casals

Fundado en 1955, su primera temporada fue en 1956. La figura central del mismo fue Pablo Casals, violonchelista catalán quien vivía refugiado en Prades, ciudad del sur de Francia, lejos de la dictadura franquista. Muñoz Marín y el Rector de la Universidad de Puerto Rico, Jaime Benítez, lo invitaron a establecerse en el país. El Festival Casals se convirtió en un atractivo de calidad internacional y sirvió de fundamento para la creación de la Orquesta Sinfónica de Puerto Rico, el Conservatorio de Música de Puerto Rico y las Escuelas Libres de Música adscritas al Departamento de Instrucción Pública

Radio y TV de servicio público

Por último, en 1958 se inauguraron dos radiodifusoras: una AM y otra FM, y dos televisoras: WIPR-TV en San Juan y WIPM-TV en Mayagüez. Los esfuerzos de DIVEDCO y el ICP por culturizar al pueblo camino a la modernización y preservar una versión respetable del pasado que se dejaba atrás, tuvieron en aquellos medios de comunicación un espacio privilegiado que enriqueció la imagen del país, sin duda, y puso a Puerto Rico en el mapa cultural hispanoamericano.

Comentarios finales

Aquellas políticas del PPD en el poder eran prácticas aspiraban a administrar la cultura “desde arriba”, sin duda. Detrás de todo ello había algo de “dirigismo cultural” que hoy podría ser cuestionado críticamente. Sin embargo, la autonomía de los creadores amparados por ellas es un asunto que no puede ser puesto en tela de juicio. Todavía en las décadas del 1970 y el 1980, aquellas instituciones eran miradas con reverencia y respeto por aquellos que aspiraban ubicarse en el “mercado cultural nacional” desde una posición contestataria. La era de bipartidismo y los turnos entre el PPD y el Partido Nuevo Progresista, los convirtió en un terreno movedizo y terminó por minar su dinamismo. En su conjunto, el objetivo detrás de “Operación Serenidad” y sus instituciones era convertir a Puerto Rico en una plaza cultural competitiva internacionalmente por medio del desarrollo del capital cultural nacional. Aquel esfuerzo coincidió con la difusión de medios masivos de comunicación nuevos como la televisión que se difunde desde 1954, pero supo aprovechar la coyuntura para poner incluso aquel recurso al servicio de la cultura y la nacionalidad.

Pero detrás de todo ello también había un propósito político: frenar las acusaciones de la oposición Nacionalista e Independentista de que el PPD atentaba contra la nacionalidad o la identidad puertorriqueña. En su conjunto, “Operación Serenidad” y sus instituciones ofrecían una alternativa: el Nacionalismo Cultural inofensivo políticamente o “bueno”, como le llamó Muñoz Marín en algún momento con el fin de anteponerlo al Nacionalismo Revolucionario. Detrás de ello estaba la meta de despolitizar la conceptualización de la identidad puertorriqueña y la cultura nacional. La meta era resultar convincentes cuando se afirmaba que ser puertorriqueño y puertorriqueñista no era un acto ofensivo si prescindía de la discusión del estatus y no ofendía la relación entre Puerto Rico y Estados Unidos. Lo que hacían era confirmar la idea de que era posible ser puertorriqueño en la colonia. En ese sentido, consiguieron sus aspiraciones. De eso no cabe la menor duda.

marzo 4, 2013

El Estado Libre Asociado y el Partido Nacionalista (1950-1954)

  • Mario R. Cancel-Sepúlveda
  • Catedrático de Historia y escritor

La Insurrección Nacionalista de octubre de 1950 fue, entre otras cosas, una respuesta bien articulada a los retos políticos impuestos por la Guerra Fría, el  proceso de descolonización que condujo a la fundación del Estado Libre Asociado y la actitud colaboracionista y sumisa del liderato del Partido Popular Democrático con las autoridades de Estados Unidos con el fin de asegurar las reformas que se les ofrecían. La acción protestó además contra la Ley 53 o La Mordaza de 1948, contra la Ley 600 y contra la Asamblea Constituyente que por aquel entonces se planificaba. Pero sobre todo fue un arriesgado acto de propaganda que se elaboró con el propósito de llamar la atención internacional sobre el caso colonial de Puerto Rico y confirmar las posibilidades de la resistencia armada en el territorio caribeño. En un sentido simbólico representó la reinvención de la situación que produjo, con efectos análogos, la Insurrección de Lares en septiembre de 1868. La retórica nacionalista de aquel entonces realizó un esfuerzo ingente por demostrar la continuidad espiritual, cultural y política entre el 1868 y el 1950.

El centro militar de la conjura fue el barrio Coabey de Jayuya. La finca de la militante Blanca Canales (1906-1996) sirvió como  centro de entrenamiento y de mando, así como de depósito de armas para los rebeldes. Fue allí donde se proclamó la República y se izó la bandera de la Nación, muy parecida a la que en 1952 el Estado Libre Asociado de Puerto Rico oficializara como signo del nuevo orden político. Allí se fundó, como en Lares, la Nación Simbólica y se sacralizó mediante la palabra su soberanía política.

El plan de los rebeldes era, una vez tomada la municipalidad de Jayuya,  resistir el tiempo que fuese necesario hasta que la comunidad internacional reconociera la beligerancia puertorriqueña y legitimara  su voluntad soberana. Algunos veteranos del ejército me comentaron en Jayuya en el 2008 que la selección de la localidad se había hecho sobre la base del notable potencial agrario de la región montañosa y sus posibilidades de sobrevivir en caso de que la insurrección no fuese efectiva en otras partes del país.  El Puerto Rico agrario que Operación Manos a la Obra dejaría atrás pesaba mucho en la cultura revolucionaria de una parte significativa del liderato, asunto que habría que indagar con más detenimiento en el futuro. Las fuerzas nacionalistas de aquella localidad estaban al mando de Carlos Irizarry, militante que era además, veterano de la Segunda Guerra Mundial. La experiencia militar en las fuerzas armadas estadounidenses o en conflictos internacionales como la Guerra Civil española era valorada por la organización militar nacionalista.

El centro político o público fue, desde luego, San Juan donde se encontraba la casa del Partido Nacionalista y vivía su líder Albizu Campos. La Voz de la Nación era aquel abogado. La prensa puertorriqueña, estadounidense e internacional, miraría hacia donde él estuviese y los actos que se ejecutaran contra su persona con el fin de arrestarlo, servirían para proyectar el hecho de que en Puerto Rico se luchaba a favor de la descolonización por un camino alterno al que había marcado la Ley 600. Los centros rebeldes mejor preparados para los combates parecen haber sido los de Utuado, Mayagüez y Naranjito, aunque los combates en cada una de esas localidades fueron desiguales. Sin embargo la presencia de comandos nacionalistas era visible en una parte significativa del país.

Las acciones de Jayuya se combinaron con dos atentados suicidas que demostraban los riesgos que era capaz de tomar el Nacionalismo Revolucionario. El primero fue encabezado por el nacionalista y también veterano de guerra, Raimundo Díaz Pacheco (1906-1950)  y tuvo por objetivo la residencia oficial del gobernador Muñoz Marín , es decir, La Fortaleza. El otro estuvo compuesto por los militantes Griselio Torresola (1925-1950) y Oscar Collazo (1914-1994), quienes atacaron la Casa Blair, residencia temporera del presidente Truman en Washington. Ninguno de los dos magnicidios consiguió su objetivo pero el impacto propagandístico de ambos fue enorme.

Antecedentes inmediatos

La Insurrección Nacionalista estalló el 30 de octubre de 1950. Todo parece indicar que los días previos fueron de intensa preparación para una situación que Albizu Campos había planeado con mucha calma desde su salida de la cárcel de Atlanta en 1943.  Los registros del taquígrafo de  record y funcionario de la Policía Insular Carmelo Gloró, documentan que el 26 de octubre, cuando se conmemoraba el día del natalicio del General Antonio Valero de Bernabé en Fajardo, Albizu Campos adoptó un tono marcial que inevitablemente resultaba en un llamado al combate inminente. Para quienes conocen el calendario patriótico del Partido Nacionalista, la relevancia de Valero de Bernabé y su vinculación con el mito bolivariano, explican por qué aquella fecha  resultaba idónea para informar a la militancia sobre la necesidad de una movilización.

Ataque a la Fortaleza

El día 27 de octubre, un grupo de nacionalistas fueron detenidos por la Policía Insular mientras transitaban por el Puente Martín Peña en la capital. Durante la intervención  se les ocuparon dos pistolas  calibre  37, una subametralladora, cinco explosivos de bajo y mediano poder que incluían los clásicos cócteles molotov, algunas bombas tipo niple y varias cajas de balas. Todo parece indicar que aquel acontecimiento fue crucial para que se tomara  la decisión de que la Insurrección sería el día 30 dado que se llegó a temer que aquellos arrestos fuesen la primera de una serie de intervenciones policiacas que pondrían en peligro el objetivo de los rebeldes.

El 28 de octubre estalló un motín en la Penitenciaría Estatal de San Juan bajo el liderato del presidiario  Pedro Benejám Álvarez. El mismo  desembocó en un escape masivo de presos. Benejám era también  veterano de guerra  y había sido traficante de armas robadas al ejército de Estados Unidos. Por aquel entonces se alegó que el motín estaba conectado con la conjura nacionalista y se aseguraba que Benejám estaba comprometido a suplir armas y hombres a la revuelta.

Durante los días 28 y 29 de octubre,  las tropas nacionalistas se movilizaron y se reconcentraron en el Barrio Macaná de Peñuelas. La residencia de militante  Melitón Muñiz Santos, fue usada como centro de distribución de armas y tareas para el evento que se acercaba.

Objetivos militares y el plan de combate

La meta principal de los Comandos Nacionalistas, conocidos desde 1934 como Cadetes de la República, fue la toma de los cuarteles de la Policía Insular, prioridad que parece demostrar la necesidad de armas que caracterizaba al movimiento rebelde. Aquel objetivo militar se unía a un plan concertado para ocupar las oficinas de teléfono y telégrafo locales con el fin de incomunicar las localidades una vez fuesen tomadas. Un segundo objetivo de los Comandos Nacionalistas fue ocupar las alcaldías, centro que representaban el poder colonial concreto cercano a la gente y ratificaban el colaboracionismo de los populares con las autoridades estadounidenses.

El tercer objetivo fueron las dependencias del Gobierno Federal en Puerto Rico tales como los correos y las oficinas del Servicio Selectivo de las Fuerzas Armadas. El Partido Nacionalista había conducido una campaña muy persistente en contra de la participación de los puertorriqueños en el ejército estadounidense desde la Segunda Guerra Mundial.  Debo llamar la atención sobre otro elemento que me parece crucial. La Guerra de Corea, la primera confrontación violenta de la Guerra Fría, había iniciado en junio de aquel año y, como se sabe, ya en las primeras semanas de octubre la tropas de la Organización de la Naciones Unidas al mando del General estadounidense Douglas MacArthur, habían sido movilizadas contra los ejércitos de Corea del Norte y la República de China.  El mundo estuvo al borde de una conflagración atómica en aquel contexto por lo que la Insurrección Nacionalista de octubre de 1950, se iniciaba en un momento muy complejo en que la fiebre anticomunista dominaba el lenguaje político internacional.

Arresto de Pedro Albizu Campos en 1950

La táctica utilizada fue la de las guerrillas urbanas. Se trataba de  bandas o grupos pequeños que se tomaban enormes riesgos militares hasta el punto de que algunos de ellos funcionaban más bien como  comandos suicidas. Los soldados nacionalistas más experimentados contaban, como se sabe, con formación militar en las Fuerzas Armadas de Estados Unidos y, todo parece indicar, que los nacionalistas constituyeron un ejército muy disciplinado y dispuesto a cumplir con las órdenes de sus superiores. Los logros militares más notables de aquel esfuerzo se redujeron al hecho de que Jayuya, el centro de la conjura, permaneció en poder de los Nacionalistas hasta el 1ro. de noviembre , pero la movilización de la Guardia Nacional, cuerpo militar que contaba con armas de repetición, morteros, artillería ligera y aviones de combate, forzó la rendición de la plaza con el fin, según algunos, de evitar la devastación del barrio. En aquel momento la desventaja en capacidad de fuego de los rebeldes se hizo patente.

Un juicio

La impresión que deja aquella situación es que, igual que en el caso de la Insurrección de Lares de 1868, la Insurrección de Jayuya parece haber sido también producto de la precipitación y la prisa. Los defensores de Jayuya no contaban con armamentos capaces de enfrentar vehículos blindados, ni con artefactos bélicos antiaéreos. Entre los pertrechos ocupados a los rebeldes había pocos explosivos de alto poder: las bombas tipo niple y los explosivos a base flúor parecen haber sido el límite de su capacidad explosiva.

Nacionalistas indultados en 1968

El gobernador Muñoz Marín, la Policía Insular y la Guardia Nacional manejaron el asunto de una manera muy diplomática con el fin de evitar el golpe de propaganda que podría producir a nivel internacional un acto de represión masiva contra los rebeldes. El prestigio de Albizu Campos y su proyección mundial debieron pesar mucho en aquel momento. Ejemplo de aquella actitud cuidadosa fue el hecho de que nunca se declaró un “estado de emergencia” y que, con el fin de disminuir el efecto negativo que aquel acto podía tener sobre su imagen, Muñoz Marín pidió disculpas a Estados Unidos en nombre Puerto Rico y proyectó la Insurrección como un acto aislado y de poca relevancia.

Albizu Campos, arrestado en su casa tras una intensa resistencia, fue condenado a 53 años de  prisión. Su destino parecía ser morir en la cárcel. Sin embargo, la presión de una campaña humanitaria internacional  a favor de su excarcelación, provocó que el líder rebelde fuese indultado por Muñoz Marín en 1953.  Como dato curioso, el indulto se ordenó el 30 de septiembre de aquel año y Albizu Campos lo rechazó. Las autoridades carcelarias tuvieron que expulsarlo de la penitenciaria a pesar de su oposición.

Albizu Campos era un mito político muy poderoso, una figura que estaba, por decirlo de algún modo, más allá de la política cotidiana y de la domesticidad. Su proyección internacional como un mártir de la independencia era incuestionable. Reducirlo a las pequeñeces de la política local en tiempos de la Guerra Fría requeriría un esfuerzo monumental. Lo cierto es que figuras como la de Albizu Campos representaban una contradicción en aquella década del 1950 en la cual el Realismo Político y el pragmatismo se imponían en la vida política local. Albizu Campos era demasiado irreal para una generación política que había decidido someterse y ajustarse a la corriente que provenía de Washington.

marzo 3, 2013

El Estado Libre Asociado y el Partido Nacionalista (1946-1950)

  • Mario R. Cancel-Sepúlveda
  • Catedrático de Historia y escritor

La transición hacia el Estado Libre Asociado y su cuestionable legitimación internacional por la Organización de Naciones Unidas (1946-1953), fue objeto de la crítica jurídica de figuras que estuvieron  estrechamente vinculados a la figura de Luis Muñoz Marín y el Partido Popular Democrático. La opinión de Vicente Géigel Polanco, quien abandonó esa organización en 1951, el juicio de José Trías Monge en sus memorias, y los comentarios al Congreso de Estados Unidos firmados por el diplomático estadounidense Jack K. McFall, son un ejemplo de ello. Las tres fuentes convergían en que el proceso constitucional no era sino una farsa jurídica. Las interpretaciones provenían de un militante popular que abrazó el independentismo, un popular soberanista que sirvió al ELA desde su Tribunal Supremo y uno de los agentes politicos que manufacturó el entramado del presunto proceso de descolonización en Washington.

Juan Maldonado Noriega, líder estudiantil (1948) Juan Maldonado Noriega, líder estudiantil (1948)

Pero la crítica jurídica no fue la única reacción en aquel momento y, en general, fue desoída. El proceso que a la larga condujo a la consolidación del ELA en 1952, combinado con otras circunstancias particulares, estimuló al Partido Nacionalista a tomar otra vez, como lo había hecho en la coyuntura de 1930, el camino de la «acción inmediata» por medio de la protesta violenta. Lo cierto es que desde diciembre de 1947, una vez Pedro Albizu Campos regresó a Puerto Rico desde la ciudad de Nueva York, la militancia nacionalista atravesó por un proceso de reavivamiento notable. Otros sectores del independentismo de nuevo cuño que no compartían el pasado del Partido Nacionalista, también vieron en el retorno del líder al cual denominaban el «Maestro», una oportunidad histórica que no podían dejar pasar por alto.

En diciembre de 1947, cuando un grupo de estudiantes de la Universidad de Puerto Rico, a pesar de la resistencia de las autoridades universitarias, izó la bandera puertorriqueña que había servido de signo del nacionalismo político desde la década de 1930, ejecutaban un gesto de “saludo a Albizu Campos”. La emblemática torre universitaria había sido bautizada con el nombre del presidente Franklyn Delano Roosevelt en 1939 como reconocimiento al novotratismo y su papel en la recuperación económica del territorio en medio de la Gran Depresión y tenía un valor simbólico extraordinario. Albizu Campos había sido un crítico exacerbado de aquel presidente y su política del Nuevo Trato siempre. El Rector Jaime Benítez, otro icono de la historia de la institución, ordenó la expulsión sumaria de los jóvenes que habían organizado la protesta: Jorge Luis Landing, Pelegrín García, José Gil de Lamadrid, Antonio Gregory y Juan Mari Brás. El castigo funcionaba como una censura de la expresión y la opinión, por lo que desató una huelga estudiantil de un fuerte contenido político.

La huelga estalló en abril de 1948 y, entre mayo y junio, ya se estaban aprobando en la legislatura local la Ley 53 o Ley de la Mordaza que convertía en delito punible la expresión y el activismo independentista, nacionalista o socialista en el país. El lenguaje fundamentalista y autoritario de la ley sigue siendo impresionante: predicar, organizar, publicar, difundir o vender información que fomentara el derrocamiento del régimen estadounidense eran actos equiparados ante la ley y tratados como una acción delincuente. En última instancia, “pensar” era un acto tan peligroso como “hacer”. Las figuras detrás de la aprobación , hay que decirlo con propiedad, fueron el entonces Senador Muñoz Marín y el citado jurista Trías Monge. La calentura del Guerra Fría, la presión del discurso anticomunista, la amenaza a la hegemonía estadounidense en Europa en la segunda posguerra, había contaminado a la clase política local controlada por el Partido Popular Democrático.

Esta es una historia que se repite por lo que a nadie debe sorprender el giro a la derecha que esporádicamente domina a un segmento significativo de la dirección de los populares en el presente: la necesidad de afirmarse en el poder aliándose a los sectores moderados, presumiblemente, mayoritarios, los domina. La Ley 53 era un acto de sumisión al Congreso de Estados Unidos. No era sino la expresión local de Ley Smith de aquel país redactada a la orden de la Doctrina Truman y el anticomunismo. En aquel país numerosos dirigentes sindicalistas, socialistas, comunistas, anarquistas y nacionalistas fueron objeto de vigilancia, persecución y represión. La Ley Smith estimuló la creación de “listas negras” en Estados Unidos y de “carpetas de subversivos” en Puerto Rico.

Juan Maldonado Noriega se dirige a los estudiantes en el Teatro de la Universidad Juan Maldonado Noriega se dirige a los estudiantes en el Teatro de la Universidad

La huelga universitaria de 1948 representaba una amenaza a la tesis de Benítez de que la universidad debía ser un centro aséptico e ideológicamente inmune a la militancia. La tesis de la «Casa de Estudios» negaba siglos de tradición intelectual en la cual la crítica y el reto ideológico se reconocían como unos cimientos respetables de la tradición occidental moderna y, acaso, fundamento de aquella. Para Benítez, ser occidental en Puerto Rico en tiempos de la Guerra Fría, significaba todo lo contrario a lo que había sido desde la Revolución Francesa de 1789. La universidad era un espacio para el estudio y no para la participación ciudadana por lo que los estudiantes no poseían medios para la coordinación de sus reclamos tales como los Consejos de Estudiantes ni se debían organizar en grupos de opinión. En cierto modo, la participación y la política, estaban limitados a los administradores del poder.

Pensar que aquellas decisiones se tomaron por cuenta del regreso de Albizu Campos y las protestas de los estudiantes universitarios rebeldes, sería reducir el fenómeno a la eventualidad local. Lo cierto es que Puerto Rico estaba entrando a la Guerra Fría como un personaje de relevancia reproduciendo las ideologías dominantes en Estados Unidos. El efecto que aquella ley represiva e irracional pudiera tener en frenar la “ola revolucionaria” que se temía era cuestionable. Albizu Campos lo demostró de inmediato cuando, en junio de 1948, retó la censura de la Ley 53 en un discurso público en el pueblo de Manatí. Las consecuencias de ello fueron las esperadas. La vigilancia sobre las actividades nacionalistas por parte de la policía aumentó. Albizu Campos tenía asignado un agente taquígrafo de nombre  Carmelo Gloró, quien llevaba récord de sus discursos con el fin de recuperar prueba para, en el futuro, establecer el acto delictivo. Bajo aquellas condiciones la violencia parecía una salida inevitable y justificada.

noviembre 29, 2009

Mensaje en la víspera de las elecciones de 1952

  • Gilberto Concepción de Gracia
  • Presidente del PIP

Ya faltan sólo siete días para que nuestro electorado acuda a las urnas —el 4 de noviembre— a decidir con sus votos si ha de continuar el gobierno irresponsable y despilfarrador que padecemos rigiendo los destinos de nuestra patria, o si ha de poner las riendas del gobierno en manos capaces y responsables al pueblo de Puerto Rico.

El Partido Independentista Puertorriqueño, el nuevo partido que el pueblo ha creado con un nuevo programa y una nueva actitud ante los problemas de administración pública, comparece ante la conciencia honrada de nuestras muchedumbres campesinas y obreras y de la clase media, y les pide su voto en las urnas el próximo 4 de noviembre para terminar con el desgobierno, con la corrupción, con la irresponsabilidad, con el atropello y con el sistema colonial. Para lograr tal objetivo es preciso hacer el 4 de noviembre una cruz —una sola cruz— debajo de la bandera de la cruz, que es la insignia del Partido Independentista Puertorriqueño en la papeleta electoral.

Ayer demostré que el Partido Popular, a consecuencia de la traición de su Presidente y hoy gobernador colonial de Puerto Rico, no cumplió con la promesa que le hiciera al electorado de liquidar la colonia en nuestro suelo.

Revelé detalles de dos conferencias sostenidas con el Presidente del Partido Popular y hoy gobernador colonial de Puerto Rico en 1944 en las que él contrajo el compromiso de presentar para su aprobación en la legislatura legislación encaminada a poner fin a la colonia mediante la consulta al pueblo, en unas elecciones especiales, de si quería que Puerto Rico se constituyera en un pueblo libre o fuera admitido como un estado federado norteamericano.

Indiqué que el gobernador de Puerto Rico y Presidente del Partido Popular no cumplió su palabra empeñada. Agrego ahora que no la cumplió, a pesar de que me autorizó, al hacer el compromiso, a aplicarle los calificativos más fuertes si no cumplía su palabra.

Invité hoy al Presidente del Partido Popular, y a un mismo tiempo Gobernador colonial de Puerto Rico, a negar mis palabras, si podía, y de aceptarlas, como es de rigor que las acepte, a explicar las razones que tuvo para violar su compromiso y el compromiso del Partido Popular Democrático, de resolver el problema de status político sobre la base de una consulta pública, hecha directamente al pueblo, para que éste dijera si quería su soberanía en la independencia o si la quería en la estadidad, únicas fórmulas de status político proclamadas por Muñoz Marín como capaces de dotar de soberanía, o sea, de autoridad política última, al pueblo de Puerto Rico.

Muñoz Marín no ha contestado mi pregunta todavía, pero tiene la oportunidad de hacerlo dentro de breves minutos. Yo espero que lo hará.

Ahora bien, a partir de 1945 Muñoz Marín, a pesar de realizar actos contrarios a la independencia, le decía a los populares en privado que él era independentista y que en su oportunidad él haría la independencia de nuestra patria. Llamaba impacientes a los que querían que no se esperara más y caracterizaba como inoportuna toda reclamación de que se nos reconociera nuestra soberanía.

Así como tomó como pretexto de 1940 a 1944 el que el Partido Popular no tenía de dominio de ambas cámaras, de 1944 a 1948 se amparó en la alegación primero de que había que esperar que terminara la segunda guerra mundial y después que había que esperar que subieran nuestros índices económicos.

Había que esperar, que esperar, que esperar. Siempre la espera. Mañana sí, pero nunca hoy. Esa era la filosofía engañosa y perversa que ponía en práctica Muñoz Marín.

Le decía a los populares que no acudieran a los Congresos Pro Independencia porque él iba a hacer la independencia. Argumentaba que tenían que mantenerse todos los líderes en silencio, que había que hacer el sacrificio del silencio, para no poner en peligro el advenimiento de la independencia traída por él, Luis Muñoz Marín.

A mí me dijo personalmente en 1944 que era independentista, que el silencio que había mantenido por espacio de cuatro años le había quemado las entrañas y me gritó, citamos: «Gil­berto, Quítame esas amarras, Quítame esas amarras». Cuando así hablaba se refería a que quería que le escribiera la carta que a solicitud suya le envié, consultándole cuándo iba el Partido Popular a hacer la consulta sobre status político.

Después de celebradas en Washington las vistas en torno al proyecto Tydings, yo denuncié ante el país las prácticas saboteadoras de la independencia y de la estadidad, realizadas en Washington por Luis Muñoz Marín.

Yo era entonces Presidente del Congreso Pro Independencia. Muñoz Marín declaró incompatible la condición de popular con la condición de miembro del Congreso Pro Independencia. Pero le dijo a los miembros de su partido que él era independentista y que él iba a traer la independencia a Puerto Rico.

Llegadas las elecciones de 1948 hizo grandes esfuerzos para atraerse a los partidarios de la independencia y de la estadidad. Con ese propósito hizo aprobar unas bases programáticas en las que el Partido Popular, a solicitud de su Presidente, se comprometía a gestionar del Congreso la aprobación de una ley mediante la cual se facultara a nuestra legislatura para, en cualquier momento que entendiera que el desarrollo económico del país lo justificara, consultar al pueblo sobre si quería la independencia o la estadidad, fórmulas que fueron declaradas como las que pueden resolver el problema de soberanía de Puerto Rico. Muñoz hizo además el compromiso en el programa de gestionar del Congreso el que se comprometiera a respetar el derecho de opción del pueblo de Puerto Rico. En otras palabras, Muñoz se comprometía a obtener del Congreso que pusiera en manos de la legislatura el poder de declarar cuándo se debía consultar a nuestro pueblo sobre el problema del status político y a obtener una declaración del Congreso comprometiéndose a respetar la voluntad expresada en las urnas por el electorado puertorriqueño.

Muñoz no cumplió su promesa. Por el contrario, después de las elecciones de 1948 Muñoz se dedicó a combatir tanto la independencia como la estadidad. Abiertamente empezó a meterle miedo al pueblo y a tratar de desacreditar el estado y la independencia.

Manifestó que a la puerta de la independencia estaba un toro bravo para fajarnos y a la puerta de la estadidad un tigre hambriento para devorarnos. Así se burló Muñoz de los millares de independentistas que todavía en 1948 creían en él y votaron por él creyendo que era independentista.

En 1949 Muñoz intensificó su campaña en contra de la independencia. La combatió en todo foro: ante el pueblo de Puerto Rico, ante la Conferencia de Territorios Dependientes, ante la Organización de Estados Americanos, ante el Congreso de Estados Unidos y ante todo el mundo civilizado. Se convirtió entonces en un aliado abierto de las fuerzas reaccionarias que quieren mantener a nuestra patria en estado de coloniaje.

Se entregó en manos de los ricos, de los poderosos, de los latifundistas, de los banqueros, de los pulpos navieros, de los inversionistas ausentes, de los bonistas de Wall Street, de las fuerzas de la gran finanza, en fin, de todos aquellos intereses que se benefician con la colonia y no quieren la libertad de Puerto Rico.

Entonces sus amigos dejaron de ser los defensores de la independencia en el Partido Popular y fueron sustituidos por los coloniales y por los renegados del ideal.

De ahí en adelante, los hombres y mujeres que ayudaron a funda el Partido Popular Democrático; aquéllos que siguieron a Muñoz en el Partido Liberal Puertorriqueño; aquéllos que con él fundaron Acción Social Independentista; aquéllos que se fueron del Partido Liberal porque él había sido expulsado en Naranjales; aquéllos fueron declarados enemigos del pueblo.

Muñoz quiso negarles la sal y el agua. Quiso destruirlos. Quiso pulverizarlos. Quiso eliminar todo vestigio de independencia en nuestra patria.

Fue entonces que conspiró para que se aprobaran la Ley 600 , y la mal llamada Constitución en un intento maquiavélico para destruir el movimiento independentista y perpetuar la colonia en nuestro suelo con el consentimiento de los propios puertorriqueños.

Muñoz utilizó entonces ilegalmente el poder público y usó a mares el oro corruptor para matar en el alma del pueblo el santo ideal de independencia.

Un día, en Jayuya —el 2 de junio de 1951;— creyéndose dueño y señor de todas las voluntades en Puerto Rico, hizo su más rudo ataque contra la independencia y declaró que la defensa que en el pasado había hecho del sagrado ideal era, citamos, “un error de juventud”.

Esa es la historia de la traición de un hombre que vendió su primogenitura por un plato de lentejas. Esa es la historia de la traición de un hombre que pudo ser un capitán de almas y que, triturado por la colonia, se convirtió en un lacayo de las fuerzas que mantienen a Puerto Rico en estado de coloniaje. Esa es la historia triste del hombre que el pueblo deberá derrotar en las urnas el próximo 4 de noviembre, haciendo una cruz debajo de la bandera de la cruz redentora del Partido Independentista Puertorriqueño.

En breve él hablará por esta estación. Conteste esa pregunta: ¿Por qué usted, Luis Muñoz Marín, traicionó el ideal de la independencia y a los independentistas que con usted hicieron el Partido Popular para lograr la independencia?

¿Por qué? ¿Por qué? ¿Por qué?

Tomado de Pablo Marcial Ortiz Ramos, ed. En nombre de la verdad. San Juan: Instituto Gilberto Concepción de Gracia, 2007: 215-219.

Comentario

El documento del Lcdo. Gilberto Concepción de Gracia resume la interpretación que el independentismo no violento y electoral maduró para explicar el giro ideológico de Luis Muñoz Marín. Los momentos claves del cambio ideológico fueron, de acuerdo con Concepción de Gracia, las elecciones de 1940 y 1944. Lo que sugiere el argumento es que la necesidad de ganar los comicios justificó la moderación ideológica del PPD. Sólo cuando el PPD está seguro de que puede ejecutar un cambio estatutario -1950- se hace pública la renuncia de Muñoz Marín a la independencia. El alegato clásico de que se trató de un «error de juventud», se realizó en Jayuya en 1951, después de la derrota de los insurrectos nacionalistas.

El otro punto interesante es la insistencia de Concepción de Gracia en términos de que las únicas soluciones soberanas para poner fin el estatus colonial en Puerto Rico son la estadidad o la independencia, asunto en el cual coincidía con el Muñoz Marín independentista que había sido expulsado del Partido Liberal.

Resulta curioso que Concepción de Gracia no mencione la Ley 53 o Ley de la Mordaza entre los argumentos para confirmar el anti-independentismo de Muñoz Marín. En Puerto Rico aquella fue interpretada como una ley “antisubversiva” y “anticomunista” y el PIP compartía en parte aquellos valores con el PPD. En las elecciones de 1952, Concepción de Gracia se negó públicamente a aceptar los votos que le ofrecía el Partido Comunista Puertorriqueño y el intelectual y líder obrero César Andréu Iglesias por temor a que calificaran al PIP como una organización subversiva.

La idea de que Muñoz Marín “traiciona” al pueblo, se cimenta sobre la percepción liberal de que la independencia es un “derecho natural” y como un “destino inevitable”. La traición es contra el “estado natural” de los pueblos. Por eso el lenguaje acusatorio del líder recuerda, en ocasiones, un sermón moral.

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