Puerto Rico entre siglos: Historiografía y cultura

septiembre 9, 2013

La Transición al Estado Libre Asociado de Puerto Rico

El Dr. José Anazagasty Rodríguez evalúa la creación del ELA a la luz de la evolución del imperialismo estadounidense.

cogitāre

La transición al Estado Libre Asociado (ELA) significó la transformación del estado colonial, una mutación del estado colonial clásico a un estado colonial con una autonomía restringida, circunscrita a los confines establecidos por el Gobierno Federal de los Estados Unidos.

En las décadas de los cuarenta y los cincuenta el estado colonial que se formó poco después de la Guerra Hispanoamericana se transformó en otro tipo de estado colonial. Aquel estado colonial de la posguerra había logrado consolidarse con la Ley Foraker y la Ley Jones en las primeras décadas del dominio estadounidense sobre la Isla. Pero, y tras enfrentar una dura crisis en los años treinta, se transformaría ente 1940 y 1952 en un estado colonial con algo de autonomía vis-a-vis el gobierno Federal de los Estados Unidos.

Esa transformación ocurrió en una coyuntura marcada por la transformación de la economía capitalista, una crisis política, y una legislación federal…

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marzo 30, 2013

Reformas económicas y cambio social: el papel de la Guerra Fría

  • Mario R. Cancel Sepúlveda
  • Catedrático de Historia y escritor

La “Operación Manos a la Obra” inició formalmente bajo la gobernación de Luis Muñoz Marín, una vez este fue electo por voto popular en 1948. Aquellas prácticas marcaron el modelo de desarrollo económico de Puerto Rico hasta 1964, cuando el veterano líder abandona el poder y señala como sucesor al ingeniero  Roberto Sánchez Vilella (1913-1997). “Operación Manos a la Obra” se desarrolló en el contexto peculiar: el capitalismo acababa de salir de salir de una crisis económica enorme que había desembocado en la debacle política de la Segunda Guerra Mundial (1939-1945) mientras en el horizonte maduraba la Guerra Fría (1947-1991). La Gran Depresión había conducido a la conflagración mundial pero la paz no había impedido la división del mundo de la posguerra entre socialistas y capitalistas. En verdad, la competencia por el control de los mercados coloniales y el capital internacional seguía siendo la orden del día en la posguerra.

En el campo socialista dominaba una aparente seguridad con respecto a la función del Estado como agente protagónico de los procesos económicos. En el campo capitalista, el momento era apropiado para revisar algunos artículos de fe de la economía liberal tal y como se había conducido hasta aquel momento. Los cuestionamientos al capitalismo clásico miraban hacia sus fundamentos teóricos. La idea de que el Mercado se autorregulaba por obra de la “mano invisible” y la “ley de oferta y demanda”, comenzó a parecer una ilusión y fue dejada atrás.

Del mismo modo, la confianza en que el avance del capitalismo garantizaría acceso igual a la riqueza a todos y eliminaría las carencias sobre la base de la libre competencia ya no resultaba convincente. Los espasmos producidos por la Gran Depresión y la profundización de la desigualdad, fenómenos que se repiten en la crisis del presente, minaban la confianza en el capitalismo liberal y estimulaban la oposición a ese orden social a nivel global. Después de la guerra el socialismo internacional encontró el terreno preparado para su difusión como una opción real. Incluso los teóricos del capitalismo reconocían la validez de ciertos razonamientos del socialismo teórico: la experiencia concreta de aquel orden social podía palparse en la Unión Soviética desde 1917.

Earl Browder, dirigente de Partido Comunista de Estados Unidos

Earl Browder, dirigente de Partido Comunista de Estados Unidos

Para Estados Unidos y  Puerto Rico aquello significaba que se penetraba en una nueva era económica. El Estado no sería un observador ajeno de la actividad económica y el mercado sino que intervendría como un agente activo en ambas e incluso competiría como un agente más en igualdad de condiciones y, por aquel entonces, con numerosas ventajas. Con ello se consolidaba lo que se ha denominado el Estado Interventor. La implicación era que el Estado fungiría como un árbitro o mediador que representaría los intereses del Pueblo en aquel juego de lucha de clases e intereses contradictorios. Su arbitraje iría dirigido a reducir o  podar los desequilibrios y las injusticias del mercado capitalista, a la vez que estimularía una justa distribución de la riqueza a la vez que adelantaba la igualdad y la justicia social. Para ello articularía políticas que favorecieran a los parados o desempleados, los pobres y los marginados.

El parentesco intelectual de aquella propuesta con los movimientos asociacionistas, mutualistas y cooperativistas del siglo 19 era  evidente. En cierto modo, los capitalistas clásicos podían ver con resentimiento un esfuerzo público que parecía atentar contra la libre competencia a favor de un sistema menos competitivo pero más eficaz y estable. Al día de hoy se sabe, ya se reconocíaen aquel entonces, que la intención  era estimular la descomprensión de las contradicciones sociales existentes que, en el contexto de la Guerra Fría, podían estimular las respuestas socialistas al problema. Se trataba de una bien articulada campaña para salvar el capitalismo con un nuevo rostro más humano. El producto neto de ello fue lo que se ha denominado el Estado Providencial o Benefactor. La justicia social sería planificada y administrada desde arriba.

La Revolución Socialista era una “amenaza” real después de 1945.  La Unión Soviética no abandonó los territorios ocupados durante la guerra tras su avance hacia Europa. Aquellos territorios comenzaron a adoptar bajo la presión interna y externa, el modelo socialista de producción. En 1946 lo hicieron Albania y Bulgaria, aquel  mismo año en China y Filipinas los comunistas presionaban militarmente. Ya para el 1947,  las tensiones entre Estados Unidos y Unión Soviética llegaron al extremo de la confrontación en Berlín. Y en 1948, Checoslovaquia y Corea del Norte proclamaron el socialismo con apoyo soviético. Para esa fecha ya se hablaba de la existencia de un “Telón de Acero” que separaba las dos Europas, la occidental y la oriental, el  “Bloque Socialista” comenzaba a consolidarse y el bipolarismo de la era de la Guerra Fría estaba por madurar.

Norman Thomas, dirgente del Partido Socialista de Estados Unidos

Norman Thomas, dirigente del Partido Socialista de Estados Unidos

El Estado Interventor, Providencial y Benefactor se instituyó para frenar aquella tendencia y el Puerto Rico el “Nuevo Trato”, el Partido Popular Democrático, Rexford G. Tugwell, Luis Muñoz Marín, la Ley 600 y el Estado Libre Asociado, representaban cabalmente la situación. La meta de aquel esfuerzo reformista y racionalizador era estimular el crecimiento  y evitar una crisis que podría facilitar la expansión de los movimientos socialistas.

Una pregunta que se cae del tintero es si Puerto Rico corría peligro de “caer en manos de los comunistas” en los años 1940 y 1950. En la isla existía un Partido Comunista desde 1934. Se trataba de una organización  prosoviética pequeña que, en 1938 recomendó a su militancia que apoyara al Partido Popular Democrático a la luz de la política de “frentes populares” auspiciadas por el Comunismo Internacional. También existía desde 1915 un Partido Socialista. Pero se trataba de una organización amarilla y no roja, es decir, no respaldaba la revolución proletaria y tendía al reformismo y al obrerismo. Por otro lado, su dirección era estadoísta y se reconocía que estaba asociada al capital puertorriqueño y extranjero por lo que  no era para nada amenazante. Aliados con el Partido Republicano, habían estado en el poder entre 1933 y 1940 en la denominada Coalición Puertorriqueña. Una vez ganó el PPD, su influencia en el movimiento obrero quedó en entredicho. Ninguno de ellos era un agente capaz de hacer una revolución socialista en el país.

Mirando hacia fuera del país, el Partido Comunista de Estados Unidos, dirigido por Earl Browder (1891-1973) hasta 1945, apoyaba abiertamente a la independencia para Puerto Rico. Las relaciones entre aquella organización y el Partido Nacionalista se habían profundizado por los contactos entre prisioneros políticos de ambas tendencias en la cárcel de Atlanta entre los años 1937 y 1943. Una vez los presos comenzaron a salir de la penitenciaría, las mismas se hicieron más profundas. En Nueva York, militantes nacionalistas bona fide como Juan Antonio Corretjer, Clemente Soto Vélez, Juan Gallardo Santiago, José Enamorado Cuesta, entre otros, se afiliaron al comunismo. Sin embargo, las relaciones entre las comunistas y nacionalistas se rompieron cuando Estados Unidos intervino en la Segunda Guerra Mundial como un aliado de la Unión Soviética.

Por último, el Partido Socialista de Estados Unidos dirigido por Norman Thomas (1884-1968), apoyaba las políticas del “Nuevo Trato” y prefería mayor autonomía para Puerto Rico y no la independencia ni la estadidad. En realidad, la amenaza socialista en Puerto Rico era un fantasma y una invención de la histeria anticomunista estadounidense. La única revuelta política violenta, la Insurrección Nacionalista de 1950, no respondía a reclamos socialistas o de igualdad social en el sentido que las izquierdas adjudican a esos principios. Lo cierto es que el Partido Nacionalista no encajaba en el lenguaje de la Guerra Fría sino más bien en el discurso antifascista de la Segunda Guerra Mundial.  La tendencia de las autoridades federales y estatales a asociarlos al fascismo, al nazismo e incluso a la Cosa Nostra o mafia fue muy común. A pesar de ello se les arrastró hacia las invectivas propias de las Guerra Fría y se les asoció al comunismo y al socialismo si mucho recato.

Conclusiones

El Puerto Rico contemporáneo, como se habrá podido palpar, se configuró en el contexto de complejas crisis globales y nacionales. La Gran Depresión de 1929 y la Segunda Guerra Mundial de 1939 a 1945, la Guerra Fría y el anticomunismo exhibicionista de la Doctrina Truman de 1947 impactaron, sin quitarle toda su autonomía de acción, a la clase política puertorriqueña dominada por el Partido Popular Democrático. Pero es importante recordar que Puerto Rico pasó por aquel proceso sin soberanía política, lo que significa que siempre alguna fuerza externa decidió en su nombre hacia dónde debía dirigirse y cuál discurso era legítimo esgrimir desde la oficialidad y cuál no. La transfiguración de la Ley Smith en Ley de la Mordaza (1947-1948) es la prueba más dramática de ello. Fue en aquel contexto complejo que las reformas se aplicaron al país.

marzo 4, 2013

El Estado Libre Asociado y el Partido Nacionalista (1950-1954)

  • Mario R. Cancel-Sepúlveda
  • Catedrático de Historia y escritor

La Insurrección Nacionalista de octubre de 1950 fue, entre otras cosas, una respuesta bien articulada a los retos políticos impuestos por la Guerra Fría, el  proceso de descolonización que condujo a la fundación del Estado Libre Asociado y la actitud colaboracionista y sumisa del liderato del Partido Popular Democrático con las autoridades de Estados Unidos con el fin de asegurar las reformas que se les ofrecían. La acción protestó además contra la Ley 53 o La Mordaza de 1948, contra la Ley 600 y contra la Asamblea Constituyente que por aquel entonces se planificaba. Pero sobre todo fue un arriesgado acto de propaganda que se elaboró con el propósito de llamar la atención internacional sobre el caso colonial de Puerto Rico y confirmar las posibilidades de la resistencia armada en el territorio caribeño. En un sentido simbólico representó la reinvención de la situación que produjo, con efectos análogos, la Insurrección de Lares en septiembre de 1868. La retórica nacionalista de aquel entonces realizó un esfuerzo ingente por demostrar la continuidad espiritual, cultural y política entre el 1868 y el 1950.

El centro militar de la conjura fue el barrio Coabey de Jayuya. La finca de la militante Blanca Canales (1906-1996) sirvió como  centro de entrenamiento y de mando, así como de depósito de armas para los rebeldes. Fue allí donde se proclamó la República y se izó la bandera de la Nación, muy parecida a la que en 1952 el Estado Libre Asociado de Puerto Rico oficializara como signo del nuevo orden político. Allí se fundó, como en Lares, la Nación Simbólica y se sacralizó mediante la palabra su soberanía política.

El plan de los rebeldes era, una vez tomada la municipalidad de Jayuya,  resistir el tiempo que fuese necesario hasta que la comunidad internacional reconociera la beligerancia puertorriqueña y legitimara  su voluntad soberana. Algunos veteranos del ejército me comentaron en Jayuya en el 2008 que la selección de la localidad se había hecho sobre la base del notable potencial agrario de la región montañosa y sus posibilidades de sobrevivir en caso de que la insurrección no fuese efectiva en otras partes del país.  El Puerto Rico agrario que Operación Manos a la Obra dejaría atrás pesaba mucho en la cultura revolucionaria de una parte significativa del liderato, asunto que habría que indagar con más detenimiento en el futuro. Las fuerzas nacionalistas de aquella localidad estaban al mando de Carlos Irizarry, militante que era además, veterano de la Segunda Guerra Mundial. La experiencia militar en las fuerzas armadas estadounidenses o en conflictos internacionales como la Guerra Civil española era valorada por la organización militar nacionalista.

El centro político o público fue, desde luego, San Juan donde se encontraba la casa del Partido Nacionalista y vivía su líder Albizu Campos. La Voz de la Nación era aquel abogado. La prensa puertorriqueña, estadounidense e internacional, miraría hacia donde él estuviese y los actos que se ejecutaran contra su persona con el fin de arrestarlo, servirían para proyectar el hecho de que en Puerto Rico se luchaba a favor de la descolonización por un camino alterno al que había marcado la Ley 600. Los centros rebeldes mejor preparados para los combates parecen haber sido los de Utuado, Mayagüez y Naranjito, aunque los combates en cada una de esas localidades fueron desiguales. Sin embargo la presencia de comandos nacionalistas era visible en una parte significativa del país.

Las acciones de Jayuya se combinaron con dos atentados suicidas que demostraban los riesgos que era capaz de tomar el Nacionalismo Revolucionario. El primero fue encabezado por el nacionalista y también veterano de guerra, Raimundo Díaz Pacheco (1906-1950)  y tuvo por objetivo la residencia oficial del gobernador Muñoz Marín , es decir, La Fortaleza. El otro estuvo compuesto por los militantes Griselio Torresola (1925-1950) y Oscar Collazo (1914-1994), quienes atacaron la Casa Blair, residencia temporera del presidente Truman en Washington. Ninguno de los dos magnicidios consiguió su objetivo pero el impacto propagandístico de ambos fue enorme.

Antecedentes inmediatos

La Insurrección Nacionalista estalló el 30 de octubre de 1950. Todo parece indicar que los días previos fueron de intensa preparación para una situación que Albizu Campos había planeado con mucha calma desde su salida de la cárcel de Atlanta en 1943.  Los registros del taquígrafo de  record y funcionario de la Policía Insular Carmelo Gloró, documentan que el 26 de octubre, cuando se conmemoraba el día del natalicio del General Antonio Valero de Bernabé en Fajardo, Albizu Campos adoptó un tono marcial que inevitablemente resultaba en un llamado al combate inminente. Para quienes conocen el calendario patriótico del Partido Nacionalista, la relevancia de Valero de Bernabé y su vinculación con el mito bolivariano, explican por qué aquella fecha  resultaba idónea para informar a la militancia sobre la necesidad de una movilización.

Ataque a la Fortaleza

El día 27 de octubre, un grupo de nacionalistas fueron detenidos por la Policía Insular mientras transitaban por el Puente Martín Peña en la capital. Durante la intervención  se les ocuparon dos pistolas  calibre  37, una subametralladora, cinco explosivos de bajo y mediano poder que incluían los clásicos cócteles molotov, algunas bombas tipo niple y varias cajas de balas. Todo parece indicar que aquel acontecimiento fue crucial para que se tomara  la decisión de que la Insurrección sería el día 30 dado que se llegó a temer que aquellos arrestos fuesen la primera de una serie de intervenciones policiacas que pondrían en peligro el objetivo de los rebeldes.

El 28 de octubre estalló un motín en la Penitenciaría Estatal de San Juan bajo el liderato del presidiario  Pedro Benejám Álvarez. El mismo  desembocó en un escape masivo de presos. Benejám era también  veterano de guerra  y había sido traficante de armas robadas al ejército de Estados Unidos. Por aquel entonces se alegó que el motín estaba conectado con la conjura nacionalista y se aseguraba que Benejám estaba comprometido a suplir armas y hombres a la revuelta.

Durante los días 28 y 29 de octubre,  las tropas nacionalistas se movilizaron y se reconcentraron en el Barrio Macaná de Peñuelas. La residencia de militante  Melitón Muñiz Santos, fue usada como centro de distribución de armas y tareas para el evento que se acercaba.

Objetivos militares y el plan de combate

La meta principal de los Comandos Nacionalistas, conocidos desde 1934 como Cadetes de la República, fue la toma de los cuarteles de la Policía Insular, prioridad que parece demostrar la necesidad de armas que caracterizaba al movimiento rebelde. Aquel objetivo militar se unía a un plan concertado para ocupar las oficinas de teléfono y telégrafo locales con el fin de incomunicar las localidades una vez fuesen tomadas. Un segundo objetivo de los Comandos Nacionalistas fue ocupar las alcaldías, centro que representaban el poder colonial concreto cercano a la gente y ratificaban el colaboracionismo de los populares con las autoridades estadounidenses.

El tercer objetivo fueron las dependencias del Gobierno Federal en Puerto Rico tales como los correos y las oficinas del Servicio Selectivo de las Fuerzas Armadas. El Partido Nacionalista había conducido una campaña muy persistente en contra de la participación de los puertorriqueños en el ejército estadounidense desde la Segunda Guerra Mundial.  Debo llamar la atención sobre otro elemento que me parece crucial. La Guerra de Corea, la primera confrontación violenta de la Guerra Fría, había iniciado en junio de aquel año y, como se sabe, ya en las primeras semanas de octubre la tropas de la Organización de la Naciones Unidas al mando del General estadounidense Douglas MacArthur, habían sido movilizadas contra los ejércitos de Corea del Norte y la República de China.  El mundo estuvo al borde de una conflagración atómica en aquel contexto por lo que la Insurrección Nacionalista de octubre de 1950, se iniciaba en un momento muy complejo en que la fiebre anticomunista dominaba el lenguaje político internacional.

Arresto de Pedro Albizu Campos en 1950

La táctica utilizada fue la de las guerrillas urbanas. Se trataba de  bandas o grupos pequeños que se tomaban enormes riesgos militares hasta el punto de que algunos de ellos funcionaban más bien como  comandos suicidas. Los soldados nacionalistas más experimentados contaban, como se sabe, con formación militar en las Fuerzas Armadas de Estados Unidos y, todo parece indicar, que los nacionalistas constituyeron un ejército muy disciplinado y dispuesto a cumplir con las órdenes de sus superiores. Los logros militares más notables de aquel esfuerzo se redujeron al hecho de que Jayuya, el centro de la conjura, permaneció en poder de los Nacionalistas hasta el 1ro. de noviembre , pero la movilización de la Guardia Nacional, cuerpo militar que contaba con armas de repetición, morteros, artillería ligera y aviones de combate, forzó la rendición de la plaza con el fin, según algunos, de evitar la devastación del barrio. En aquel momento la desventaja en capacidad de fuego de los rebeldes se hizo patente.

Un juicio

La impresión que deja aquella situación es que, igual que en el caso de la Insurrección de Lares de 1868, la Insurrección de Jayuya parece haber sido también producto de la precipitación y la prisa. Los defensores de Jayuya no contaban con armamentos capaces de enfrentar vehículos blindados, ni con artefactos bélicos antiaéreos. Entre los pertrechos ocupados a los rebeldes había pocos explosivos de alto poder: las bombas tipo niple y los explosivos a base flúor parecen haber sido el límite de su capacidad explosiva.

Nacionalistas indultados en 1968

El gobernador Muñoz Marín, la Policía Insular y la Guardia Nacional manejaron el asunto de una manera muy diplomática con el fin de evitar el golpe de propaganda que podría producir a nivel internacional un acto de represión masiva contra los rebeldes. El prestigio de Albizu Campos y su proyección mundial debieron pesar mucho en aquel momento. Ejemplo de aquella actitud cuidadosa fue el hecho de que nunca se declaró un “estado de emergencia” y que, con el fin de disminuir el efecto negativo que aquel acto podía tener sobre su imagen, Muñoz Marín pidió disculpas a Estados Unidos en nombre Puerto Rico y proyectó la Insurrección como un acto aislado y de poca relevancia.

Albizu Campos, arrestado en su casa tras una intensa resistencia, fue condenado a 53 años de  prisión. Su destino parecía ser morir en la cárcel. Sin embargo, la presión de una campaña humanitaria internacional  a favor de su excarcelación, provocó que el líder rebelde fuese indultado por Muñoz Marín en 1953.  Como dato curioso, el indulto se ordenó el 30 de septiembre de aquel año y Albizu Campos lo rechazó. Las autoridades carcelarias tuvieron que expulsarlo de la penitenciaria a pesar de su oposición.

Albizu Campos era un mito político muy poderoso, una figura que estaba, por decirlo de algún modo, más allá de la política cotidiana y de la domesticidad. Su proyección internacional como un mártir de la independencia era incuestionable. Reducirlo a las pequeñeces de la política local en tiempos de la Guerra Fría requeriría un esfuerzo monumental. Lo cierto es que figuras como la de Albizu Campos representaban una contradicción en aquella década del 1950 en la cual el Realismo Político y el pragmatismo se imponían en la vida política local. Albizu Campos era demasiado irreal para una generación política que había decidido someterse y ajustarse a la corriente que provenía de Washington.

diciembre 23, 2009

Albizu: De la admiración a la reflexión

  • Mario R. Cancel Sepúlveda
  • Historiador y escritor

Pedro  Albizu  Campos  y  el  nacionalismo   puertorriqueño del Dr. Luis Ángel Ferrao, es un libro inquietante que nos conduce, invariablemente, a revisar muchas de las ideas que tradicionalmente habíamos sostenido en torno al fenónemo histórico del albizuismo en Puerto Rico. Como texto es un modelo de fina investigación que precisa una lectura sosegada y desapasionada. Libro desmitificador, sobre todo, su mayor virtud reside precisamente en que la ruptura con el mito de Albizu se cimenta en una sólida base documental inédita, y en un contexto ideológico que lejos de tratar de explicar la evolución del nacionalismo puertorriqueño de los años 1930 a 1938 en el marco meramente insular, ubica dicho proceso de evolución en el escenario mayor de la política internacional y sus efectos en el activismo puertorriqueño.

Es cierto que buena parte de los planteamientos del Dr. Ferrao habían sido debatidos en privado y en público por investigadores puertorriqueños y aún en el seno de las organizaciones de izquierda en las últimas dos décadas. Sin embargo, la sistematización  de dichas dudas, la organización del referido debate tiene en el Dr. Ferrao y su libro un alcance mucho mayor.

Este libro es lectura obligada para los estudiosos del siglo XX aparte de las convicciones políticas que atesoren cada uno y que puedan ser conflictivas con el contenido del texto. El Dr. Ferrao abre ahora un nuevo ciclo dentro de la historia revisionista y crítica que, por fortuna, hemos visto desarrollarse en Puerto Rico en los últimos veinte años. Su valor peculiar es que ese espíritu revisionista ahonda, a pie firme, en la praxis de una de las figuras más veneradas de este siglo XX nuestro: Albizu Campos.

La interpretación socio-racial del pasado puertorriqueño desde el siglo XVIII al XX tiene parentescos obvios con los juicios del Dr. José Luis González, deudas indirectas con los trabajos investigativos de los Dres. Sued Badillo y López Cantos o los trabajos lingüísticos del Dr. Álvarez Nazario. Ahora el Dr. Ferrao le da sentido a ese juicio y nos permite entroncarlo diáfanamente con el siglo XX en su contexto político-social. Puerto Rico aparece como un pueblo cuyo cimiento nacional se ofrece a lo largo de un siglo XVIII eminentemente mulato o negro. Pero al momento de cristalizar esa nacionalidad, elementos como la inmigración extranjera y el blanqueamiento progresivo del país, la tuercen hacia rumbos distintos. La mutilación de la clase criolla nacional durante el siglo XIX y su fragilidad ante los extranjeros privilegiados, explica en cierto modo la perpetuación del estado colonial en nuestro país. En ese ámbito, la figura de Albizu es una gran   paradoja.

Estamos    ante    un   mulato   descendiente   de esclavos por la vía materna cuya visión política recoge las inquietudes de ese sector blanco extranjerizante y autoritario de mediados y fines del siglo XIX. Estamos ante lo que César Andréu Iglesias hubiese llamado «un hombre acorralado por la historia». En ese contexto el juicio del Dr. Ferrao en torno al liderato nacionalista es aclarador. Un segmento de la cúpula nacionalista descendía de migrantes privilegiado en el siglo XIX y había venido a menos a raíz de la invasión de 1898. Sus problemas con el estatus colonial de Puerto Rico eran explicables, en parte, a partir de esa premisa. Ya hemos visto como el Dr. Ricardo Camuñas interpretó las inquietudes de los Revolucionarios de Lares de 1868 en términos parecidos; y como la Dra. Olga Jiménez ahondó en dicho asunto en su estudio en torno a los hombres de dicha Revolución. El patrón de análisis es objetivamente novedoso en lo que concierne al fenómeno nacionalista del siglo XX y eso es un valor incuestionable del texto que enjuiciamos.

Es cierto que ello no explica la relativa masificación del nacionalismo en los primeros años de la década del ’30, pero abre un camino sumamente interesante para los investigadores en el campo que permitirá la dilucidación de la variedad de causas para la vinculación de sectores de las masas populares, marginados y mulatos con la causa independentista. Hispanofilia y antiamericanismo, elementos eminentemente subjetivos; miseria y explotación, elementos eminentemente concretos y objetivos, nos parece están en la base de la explicación de esa masificación del nacionalismo albizuista del primer quinquenio de la década del ’30.

Los problemas políticos de esa masificación, la poca estabilidad del control del Albizu, lo perecedero de su influencia en las masas populares, se aclaran en la medida en que consideramos tres asuntos cardinales: la espiral autoritaria según la denomina el Dr. Ferrao, el programa social del Partido y lo que podríamos llamar el sectarismo nacionalista, la idea preconcebida de que sólo el Partido era un medio castizo para conseguir la independencia. De un modo o de otro, todos esos elementos están discutidos por José Monserrate Toro Nazario en su «Carta a Irma» (1939) y en la nota cursada por Antonio Pacheco Padró al Partido Nacionalista en 1933.

La concentración del poder en manos de Albizu, nos dice el Dr. Ferrao, y la tolerancia que hacia ese fenómeno mostró la cúpula partidaria, permitió que se abriera un proceso de resquebrajamiento organizativo entre 1932 y 1938. Ese fue un proceso continuo pero diverso, como veremos inmediatamente. La proyección de ese autoritarismo se hizo más patente entrada la década del 1940 (1946-47), cuando buena parte de los comunistas fueron separados de la organización sobreviviendo   una   significativa minoría  entre los cuales se hallaba Juan Gallardo Santiago, dirigente sindical, nacionalista militante y comunista convencido desde mediados de la década del ’30. Esto lo sabemos por testimonio de Gallardo Santiago cuyas memorias, reveladoras por demás y de extrema importancia para la interpretación de la tesis del Dr. Ferrao, conservamos en nuestro archivo particular.

Personas como Gallardo, que no debieron ser pocas, tuvieron que sentir disgusto con un programa social que pretendía restituir una pequeña burguesía terrateniente en el poder y crear las condiciones para el desarrollo de una clase burguesa y administradora que manejara la futura república. El caso de Antonio Pacheco Padró y su rechazado programa de reivindicación obrera, es claro en este sentido (p. 182-3, 345-7). El asunto es que Gallardo, como Albizu, era otra paradoja histórica porque si bien era de ascendencia asturiana, como señala el Dr. Ferrao, no estaba dentro de las filas conservadoras y anti-revolucionarias en el seno del Partido Nacionalista ni era un privilegiado. Por el contrario, estando preso tomó conciencia de que Albizu no era el dirigente para la Revolución bajo la influencia de cubanos revolucionarios. Para ellos, y para Gallardo los importantes eran aquellos que como él, eran obreros. Gallardo, pues, entendía la problemática desde la perspectiva de que a una Revolución Nacional había que anteponer una Revolución de contenido social. Consciente de ello, a pesar de su filiación Nacionalista, había colaborado con el Partido Comunista desde su fundación en 1934.

Hay que decir que Gallardo permaneció fiel a Albizu hasta que la práctica lo sacó de aquellas estructuras anquilosadas para sus aspiraciones. Los nacionalistas que conocieron a Gallardo dicen que él se dio cuenta de que lo más importante en ese momento (1930-1940) era ser nacionalista y no socialista, pero la praxis desmiente a los que sostienen esa probabilidad. Las memorias y papeles de Gallardo son un testimonio claro de un comunista convencido fiel a Albizu que aguarda pacientemente un cambio ideológico que nunca se daría en el Partido.

Gallardo apoyó totalmente la gestión armada militar de Albizu que fue el ápice de las divisiones internas de 1935, y nos tememos, por testimonio de sus memorias, que los explosivos colocados en el local del Partido Independentista de Puerto Rico en noviembre de 1934, los colocó él y no Claudio Vázquez Santiago como decía El Imparcial de la época (p. 204). Por eso Vázquez Santiago salió absuelto. Para Gallardo, quien a la sazón era el vice-presidente de la Junta Nacionalista de Mayagüez, aquello era un escarmiento a los de línea blanda que, encabezados por los hermanos Perea y Regino Cabassa, separaron la Junta de Mayagüez en 1934 en abierta disidencia.

Decimos esto porque entendemos que Gallardo no era conservador. Era sólo tolerante con el «albizuismo», según lo define el Dr. Ferrao, aunque su origen dijera lo contrario. Por eso   en   sus   memorias   se hacen patentes  toda una serie de recelos atípicos en esta generación de luchadores. Con su natural humor Gallardo cuestiona que siempre al referirse a su persona lo señalaban como un nacionalista que había estado preso con Albizu, cuando también podía decirse: «Albizu fue preso con Juan Gallardo. Las acusaciones y las sentencias eran igual(es)». En el fondo Gallardo se quejaba del caudillismo albizuista y de la visión errada por demás de que la lucha era producto del esfuerzo de un solo hombre.

Lo interesante es que cuando se planifica el ataque al Congreso de los Estados Unidos, Gallardo recibió instrucciones para que formara parte del comando, pero no pudo o no lo dejaron participar. Las razones no están claras, pero a esa altura el comunismo de Gallardo pesaba más que su nacionalismo y fidelidad absoluta a Albizu.

Juan Santiago Santiago, ex-preso político nacionalista

Narramos este caso porque el de Juan Gallardo pudo ser uno de muchos otros en el seno de la organización. Y esto empalma con el tercer criterio mencionado: la idea de que el nacionalismo era la única alternativa viable política y éticamente para hacer la República de Puerto Rico. Gallardo y otros muchos no pensaban eso. Ese podía ser el criterio de un sector de la cúpula, pero la historia se encargó de demostrar que había que dejar espacio a otras alternativas pacíficas, diplomáticas y sociales. En todo caso la confrontación causada por el radicalismo albizuista podía ser «ingenua» y «temeraria» (p. 161), pero no dejaba de ser heroica y ejemplar.

Volviendo, por último, al modelo autoritario albizuista Y su proyección en la futura república, el asunto merece consideración aparte. Resulta obvio que Albizu era autoritario y de mano dura. La tesis del Dr. Ferrao no deja lugar a dudas. También queda claro que la militarización del partido tuvo mucho que ver con ello. El caso del dictador Trujillo es dramático a este respecto. Por eso la preocupación de José M. Toro Nazario en su Carta a Irma.

En Puerto Rico la prensa independentista tuvo un criterio dividido en cuanto a cómo enjuiciar el régimen trujillista. El silencio de la oficialidad del Partido Nacionalista y la censura del periódico La Palabra a la discusión de ese tipo de temas (p. 241), tuvo que alejar a muchos demócratas de la organización. Particular es el caso de la poeta María López de Victoria de Reus, mejor conocida    por el seudónimo de Martha Lomar.

Desde las páginas de El Imparcial y Alma Latina, Lomar desplegó una amplia tarea literaria. Junto a ello se convirtió en una propagandista de la oposición al trujillismo y todo lo que ello implicaba en términos de la violación de los principios democráticos. A fines del año 1931, Lomar fue invitada a visitar la República Dominicana por el propio dictador a través del poeta Noel Henríquez para que corroborara sus opiniones sobre el terreno.

De más está decir que el viaje, de apenas 15 días, cambió dramáticamente las   opiniones   de Lomar  transformando toda la inquina en admiración al alma caballeresca y tenoria del dictador Trujillo. El diario de ese viaje, titulado Trujillo y yo, redactado en 1931 y publicado en 1959, es toda una alabanza romántica a Rafael Leónidas Trujillo y demuestra cuán proclives eran los independentistas puertorriqueños a la admiración de modelos autoritarios.

La poeta es sincera en su rechazo a las ideas democráticas cuando dice: «Cada vez estoy más convencida del fracaso de nuestra democracia…», y claramente justifica los autoritarismos incluso como un mecanismo divino o místico inexplicable: «Los poderosos -dice- son elegidos del Señor, quien los utiliza para fines que ignoramos…». Ello era una clara alusión a la función histórica de Trujillo, y una defensa nada velada a los regímenes de mano dura. La cuestión es clara: si en manos como éstas estaba la construcción de la independencia, no podíamos esperar otra cosa que gobiernos autoritarios en caso de concretarla.

Lomar estuvo cerca del Partido Nacionalista y en 1936 fue parte del nutrido grupo de intelectuales puertorriqueños que reclamaron el sobreseimiento de los cargos contra Albizu y sus compañeros. Albizu y su gente, respondían al espíritu de la época cargado de caudillismos y autoritarismos por el rumbo de la derecha, y de estalinismos férreos por la ruta de la izquierda.

Pedro Albizu Campos y el nacionalismo puertorriqueño desdobla muy responsablemente el proceso de análisis   en torno a la figura de Albizu. Con este criterio modelo del Dr. Ferrao tenemos que volver sobre el nacionalismo de los años 1938-1947 y sobre la experiencia revolucionaria de 1948-1954. Con ello tendremos a un Albizu completo y podremos, como decía Hostos, transformar la admiración en reflexión sosegada. Ese es el tuétano de la historia y no otro. El Dr. Ferrao ha colocado una primera piedra en ese dramático proceso.

En Hormigueros, P.R. a 11 de septiembre de 1991.

Publicado en Cupey. Revista de la Universidad Metropolitana. Vol VIII (1991) 156-164.

diciembre 22, 2009

Nacionalismo revolucionario puertorriqueño: reflexiones

  • Mario R. Cancel Sepúlveda
  • Historiador y escritor

El libro Nacionalismo revolucionario puertorriqueño (2006) de Michael González-Cruz, representa una excelente aportación a la historiografía de las izquierdas. El tema del papel táctico y estratégico de la lucha armada en las luchas políticas y sociales no es común. La discusión de estos asuntos está siempre mediada por la postura del emisor pero, a fin de cuentas, esa es una característica de todo discurso. El lector corriente y el profesional tienen que ser muy críticos a la hora de enjuiciar los mismos.

La premisa de González-Cruz es que el nacionalismo revolucionario ha sido el elemento unificador de las resistencias políticas más emblemáticas de los siglos 19 y 20. La codificación nacionalismo revolucionario implica que hay otro nacionalismo que no lo es y que a veces se identifica con lo que Pedro Albizu Campos llamó nacionalismo ateneísta en 1930, y Luis Muñoz Marín nacionalismo malo en la Conferencias Godkin de 1959. Albizu Campos se refería a la tradición de José de Diego y su definición incluiría al nacionalismo cultural de la tradición populista actual. Muñoz aludía de manera directa al albizuismo.

González-Cruz establece una propuesta interpretativa en tres etapas. Una primera fase decimonónica que voy a llamar separatismo revolucionario la cual gira alrededor de la revolución de 1868 pero incluye violencia de 1897 y 1898 durante la invasión de Estados Unidos. Prosigue una segunda fase que llamaré nacionalista revolucionaria que gira alrededor de las actividades del Partido Nacionalista entre 1933 y 1954. Se trata de la experiencia que Muñoz Marín pretendió relacionar con el franquismo y el fascismo italiano y alemán.

Y una tercera fase a la que me referiré como de izquierda revolucionaria que se inicia en los años 1960 y está asociada a los grupos armados y al movimiento de liberación nacional. Ese proyecto creció alrededor del anticolonialismo tercermundista y la ideología jurídica de la autodeterminación. En aquella fase convergió una variedad de artefactos ideológicos de la ilustración por la vía del nacionalismo liberal; y socialistas en la tradición del “Socialismo en un Solo País” de José Stalin. La izquierda revolucionaria del 1960 creció influida por el retroceso de la tradición liberal y democrática ante el nacionalismo de derecha de la Segunda Guerra Mundial. Gonzalez-Cruz es uno de los pocos autores que no denomina como socialistas o marxistas las prácticas discursivas de aquella época y que solo lo fueron de manera parcial.

Visto a la distancia aquella izquierda revolucionaria y la experiencia del 1968, fueron la mejor expresión del anticolonialismo y la autodeterminación.  Pero, como se sabe, ambas eran doctrinas del fin de la Primera Guerra vinculadas al pensamiento leninista y wilsoniano que la Segunda Posguerra afirmó. Despojar a los europeos de sus posesiones en el mundo era un medio de colocar aquellos mercados a expensas del poder soviético o americano. Esas dos potencias aprendieron a convivir de manera pacífica en la época de la Guerra Fría. Las virtudes de la descolonización no niegan que ella fue la embocadura del neocolonialismo.

La utilidad de una revisión por etapas es que el procedimiento faculta la apropiación comparativa de momentos distantes en el tiempo. La metodología facilita la determinación de las correspondencias o elementos comunes y de diferendos o contradicciones entre los mismos. Pero la revisión por etapas también plantea problemas. En muchas ocasiones el método fuerza al investigador a homogeneizar lo que de otro modo sería heterogéneo. A menudo se evaden los matices y contrastes entre etapas e incluso dentro de una etapa. El procedimiento puede convertirse en un “Lecho de Procusto” al cual hay que acomodar la información podando elementos contrapuestos.

Albizu_arresto_1950

Arresto de Pedro Albizu Campos en 1950

Los libros me gustan cuando me ponen a pensar. Cuando puedo establecer un diálogo con ellos. Nacionalismo revolucionario puertorriqueño consigue esa meta y sé que la conseguirá con otros lectores. La tesis de González-Cruz establece el nacionalismo revolucionario como el rasgo común a las tres etapas. En los tres casos la misión fue crearle una crisis al poder dominante como paso inicial a la ejecución de sus fines estratégicos. Mi lectura me condujo a tratar de establecer los parámetros de la heterogeneidad entre fases porque reconozco que el nacionalismo revolucionario no es un discurso uniforme. El reconocimiento de esa heterogeneidad puede ofrecer unas pistas respecto a hacia dónde se dirige después de 2005.

El separatismo revolucionario del siglo 19 que modela González-Cruz fue un movimiento anti-clerical y en ocasiones anticatólico, de fuertes raíces ilustradas y racionalistas con componentes irracionalistas románticos. Se caracterizó porque se expresó primero en las luchas públicas y terminó combinándolas con las clandestinas. Aquella presencia pública estaba garantizada por el hecho de que sus cuadros principales provenían de los sectores potentados, educados y privilegiados. Su meta era una guerra nacional estimulada por pequeños núcleos o elites, gestión que necesitaba del apoyo de una invasión militar con respaldo internacional. El proyecto anticolonial era un proyecto antiespañol que conducía a la independencia en algunos casos. En otros pensó en la integración de Puerto Rico a México o Gran Colombia o a Estados Unidos. Su discurso nacionalista fue afrancesado, recogía influencias de la democracia radical y el jacobinismo, y coincidía con la discursividad de de Renan. En ese marco González – Cruz incluye las luchas sociales de las “Partidas Sediciosas” 1898.

Sin embargo, esa definición excluye otros espacios de la violencia política del siglo 19 tales como las sociedades incendiarias y las sociedades abolicionistas, el abolicionismo afropuertorriqueño monarquista y republicano, las conspiraciones militares de 1838 y 1866, y las luchas económicas del boicott de1887. El hecho de que el estado español identificara aquellos movimientos como separatistas revolucionarios, abre las puertas para indagar las formas en que el separatismo aprovechó espacios diversos de resistencia de manera original.

La fase nacionalista revolucionaria que el autor ubica entre 1933 y 1954, fue pro-clerical y pro-católica en la cúpula, y flexible con otros cristianos y no cristianos. Pero la ideología dominante percibía el cristianismo como un valor intrínseco de la nación en el modelo irlandés. Aquel nacionalismo revolucionario mostró un fuerte componente alemán en la medida en que afirmó, a la manera de Herder y los ideólogos de la generación del 1930 en Puerto Rico, el papel protagónico del medioambiente y la geografía como factor crucial del volkgeist o el espíritu nacional. Su discurso público estuvo dominado por el irracionalismo de raíces románticas, combinado con un pensamiento jurídico legalista bien estructurado que se expresó en luchas públicas, diplomáticas e internacionales.

Por último, sus milicias se organizaron sobre la base del deber, el honor y el sexismo. Los “Cadetes de la República” y el “Cuerpo de Enfermeras,” un dístico equivalente a lo “Maestros Masones” y las “Estrellas de Oriente,” eran entidades que se exhibían desarmados ante el pueblo. Las Enfermeras se configuraron en la tradición de la Cruz Roja Internacional como un cuerpo humanitario, no militar. El entrenamiento militar que recibían era defensivo, no ofensivo y constituían un ejército de infantería que en 1950 todavía no tenía capacidad militar para enfrentar un tanque. Las bombas tipo niple no eran comunes en el arsenal de los insurrectos del 1950 de acuerdo con los informes policíacos. Para aquellos soldados sacrificar la vida por la causa era más importante que preservarla para hacer la revolución. El clandestinaje no era compatible con un ejército que desfilaba ante la policía armada como se hizo en Marzo de 1937 en Ponce. Sus objetivos fueron signos del poder público extranjero (correos, dignatarios), objetivos para buscar abastos militares (cuarteles de la policía, arsenales) o nervios del sistema (telegrafía y telefonía). En términos de ideas, los nacionalistas revolucionarios tomaron distancia de la tradición del 1868. Las alusiones son pocas y, en general, prefirieron la tradición militar de la generación bolivariana que los civiles armados de 1868, 1897 o 1898.

Filiberto Ojeda

En la izquierda revolucionaria posterior al 1960 la cuestión del clericalismo ha perdido importancia. La presencia pública se articuló acorde con la evolución de los media y la información. La finalidad de aquellos grupos fue ejercer una presión militar selectiva y esporádica desde el clandestinaje y proteger la integridad de los grupos de la penetración y la represión policial y federal. Los espacios de expresión evolucionaron de la guerrilla rural filiada a Guevara, Mao y Ho Chi Minh, como es el caso del MAPA (1960); hacia la experiencia de la guerrilla urbana elaborada sobre la O.L.P. (1964). Sus objetivos originales fueron signos de poder económico (centros de consumo esclavizante, comercios, hoteles y empresas) como es el caso de los CAL (1963). Se trata de una de las fases más interesantes que prefigura los objetivos de la lucha armada en la era de la globalización y macdonalización de la economía. Pero de inmediato derivó hacia los signos de poder militar y financiero (bases, edificios federales, la banca) como ocurre con el PRTP-EPB (1978), y la lucha comunal según la experiencia de la FALN (1974). El análisis de la evolución de los patrones tácticos a la luz de la crisis económica internacional de 1971 y 1973 es crucial. Con ello se puede demostrar que no se trató de una rebeldía vacía de contenido sino de la repuesta a un momento de crisis.

El elemento en común o hilo conductor entre las tres etapas es el recurso a la violencia, la clandestinización de los rebeldes y el establecimiento de relaciones con la sociedad civil por medio de un discurso que afirma que los grupos armados traducen las aspiraciones del pueblo. Como se sabe entre 1975 y 1985 una razzia barrió buena parte de los grupos armados internacionales nacidos de la crisis de estagflación iniciada en 1971. Ese fue el caso de la “Fracción del Ejército Rojo Alemán-Baader-Meinhof” y de las “Brigadas Rojas” de Italia. Los arrestos de 1985 y 1986 que lastimaron al EPB-M y a la FALN fueron parte de aquel ciclo.

Para la discusión de la situación de independentismo hoy, Nacionalismo revolucionario puertorriqueño de Michael González-Cruz puede ser crucial. No se trata de la institución de un monumento sobre el cual pernocten las palomas.  Se trata de un debate serio en el momento en que se necesita.

Comentario sobre libro:  Michael González-Cruz. Nacionalismo revolucionario puertorriqueño. La lucha armada, intelectuales y prisioneros políticos y de guerra. San Juan / Santo Domingo: Isla Negra editores, 2006. 168 págs.

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