Puerto Rico entre siglos: Historiografía y cultura

noviembre 30, 2023

Visitando el laberinto de Mario Cancel-Sepúlveda (2)

  • Guarionex Padilla Marty
  • Historiador

Conversatorio en la Librería El Candil de Ponce, 18 de noviembre 2023

Las renovaciones historiográficas y el avance en el conocimiento del pasado, desde la mirada crítica contemporánea y sus interpretaciones, pasan por el trabajo investigativo y ensayístico del profesor Mario Cancel-Sepúlveda en su nueva visita al laberinto de los indóciles. En términos generales, la historiografía es un continuo proceso de revisión, interpretación y (re)interpretación, y eso es precisamente lo que Cancel-Sepúlveda hace con su más reciente publicación Indóciles: nueva visita al laberinto. El estudio de la escritura histórica y su caracterización asumen un papel determinante en esta nueva entrega que polemiza las visiones de un proyecto nacional improbable.

Los profesores Mario R. Cancel y Guarionex Padilla Marty (2023)

La construcción de una identidad nacional es siempre un ejercicio de memoria selectiva. Los olvidos u omisiones son intencionados. A través de cinco ensayos, Cancel-Sepúlveda navega por las peripecias interpretativas en torno a la Insurrección de Lares, el pensamiento hostosiano y el vaivén ideológico que caracterizó a Hostos, y nos invita reflexionar sobre el uso público de la historia y la memoria. Si la historia ha sido siempre tan aleccionadora y revolucionaria, ¿por qué la historiografía puertorriqueña, en su conjunto, ha sido tan conservadora a la hora de pensar e interpretar el pasado? ¿Por qué la tendencia ha sido a homogenizar, simplificar o mitificar sucesos históricos? Una visita a la producción intelectual decimonónica, como a la producida durante la primera mitad del siglo XX, nos permite adentrarnos en las interpretaciones que sustentaron las distintas representaciones sobre Lares, Betances, Hostos y el proyecto nacional, a la luz de distintos intereses de clase y, por consiguiente, ideológicos. Estas representaciones, escrudiñadas por Cancel, aún vigentes dentro del independentismo puertorriqueño, son la materia de reflexión de este trabajo.

En la estructura de toda sociedad de clases hay fisuras profundas, pero también hay interesantes contradicciones que nos permiten comprender la complejidad del tejido social y de la política. Puerto Rico, con la cuestión nacional aún sin resolver, no está exento de eso. En ese sentido, lejos de abrazar las teorías dominantes dentro de la historiografía, Cancel-Sepúlveda apuesta por revisar minuciosamente las dinámicas sociales y las ideologías, que pueden ser contradictorias entre sí, pero surten al conocimiento histórico. El primer ensayo titulado “Lares: monólogo de un historiador” se centra en los separatismos y, por lo tanto, en los entendimientos que se construyeron en torno a la Insurrección de Lares durante las últimas décadas del siglo XIX y a lo largo de la primera mitad del siglo XX.

El asunto es mucho más complejo. Cancel-Sepúlveda, por usar un término contemporáneo, desenmoña los topos del nacionalismo puertorriqueño en su ensayo “Separatismo y nacionalismo en el tránsito del siglo 19 al 20: una propuesta interpretativa”. Lo que hace Cancel-Sepúlveda, pese a su renuencia, pero como buen cristiano -como lo somos todos aquí, queramos o no-, es visitar los distintos orígenes de la Insurrección de Lares para realizar una aproximación a las concepciones sobre Lares que se elaboraron desde el anexionismo, el autonomismo y, naturalmente, el nacionalismo dieguista y albizuísta, que se convirtió en hegemónico en el campo intelectual puertorriqueño durante la década de 1970 y que, pese a los cuestionamientos en El país de cuatro pisos o en Nación Postmortem todavía predomina en el discurso nacionalista e independentista del Puerto Rico contemporáneo. Así que, Cancel-Sepúlveda, a partir de un examen crítico a la visión homogeneizadora y simplificadora, desarrollada por la intelectualidad de finales del siglo XIX y de la primera mitad del siglo XX, nos transporta al espacio político de los separatismos durante la Insurrección de Lares. La finalidad de esta tarea es demostrar cómo las distintas narraciones y caracterizaciones históricas en torno a la Insurrección de Lares tenían una función ideológica que repercutió (y repercute) en el significado de Lares y en el campo discursivo del nacionalismo que se construyó en torno a una mirada romántica de los sucesos revolucionarios de septiembre de 1868.

Aquí las figuras de José de Diego y Pedro Albizu Campos serán claves, pero no las únicas, para comprender los significados actuales de Lares, pero sobre todo lo que respecta a la nación y el proyecto inconcluso de la independencia. En ese sentido, muestra la complejidad y la diversidad política del separatismo del Puerto Rico decimonónico y cómo esta fue simplificada, ocultada y (re)interpretada para construir una narrativa acomodaticia conforme a los intereses de diversos sectores políticos después de 1868 hasta la primera mitad del siglo XX. Lo cierto es que la figura de Betances fue controversial. Para incondicionales, liberales, y autonomistas, la Insurrección de Lares fue mal vista. Si bien había matices, los lugares comunes eran innegables como también las continuidades y (des)continuidades entre los diversos sectores políticos, incluido el separatismo en su conjunto.

Con la invasión estadounidense y la instauración de un nuevo régimen político, la intelectualidad autonomista y el separatismo anexionista encontró en Estados Unidos unas garantías de progreso y modernidad, ideas a las que después de todo habían aspirado desde finales del siglo XIX. La figura de Betances fue rescatada y (re)valorizada conforme al nuevo régimen, por lo que el mito de la gesta de Betances sobrevivió las primeras dos décadas del siglo XX. No así Lares, cuya interpretación en esos primeros años del nuevo régimen seguía siendo heterogénea y, por lo tanto, conflictiva que había que selectivamente olvidar.

Sin embargo, las bases del imaginario betancino que construyeron principalmente autonomistas y anexionistas entre 1898 y 1930, no se sustentaron por mucho tiempo. Especialmente porque no tenían cabida dentro del revisionismo nacionalista que realizaron De Diego y Albizu. Para el nacionalismo, la hispanofilia jugó un papel determinante en la (re)invención de la identidad puertorriqueña. Esta tergiversación intencionada traicionaba el propio pensamiento político de Betances.

Grosso modo, el nacionalismo puertorriqueño miró con nostalgia el pasado colonial español y valorizó positivamente las últimas décadas del siglo XIX. Tanto el nacionalismo dieguista como albizuísta caracterizaron a la conquista y colonización española, evangelización incluida, como un salto histórico civilizatorio. Por lo tanto, en estas interpretaciones la nación puertorriqueña se reducía a la hispanidad y cómo se encontraba amenazada por el coloso del norte. Esta interpretación que hace el nacionalismo debemos situarla en el contexto del Puerto Rico americano de la primera mitad siglo XX, cuya finalidad fue antagonizar al separatismo anexionista y articular un imaginario nacional que borraba las opresiones del régimen español. Llama la atención este ejercicio revisionista en la lectura porque Lares, producto precisamente de las opresiones del régimen español y que ahora -de forma intencionada- el nacionalismo lo convertía en tolerable, se contradecía con el hecho de que los nacionalismos habían trazado hasta la Insurrección de Lares la génesis de la identidad nacional puertorriqueña. Esto es importante porque nos permite comprender las antilogías entre el pensamiento betanciano y las representaciones que hicieron José de Diego y Pedro Albizu Campos, sobre Lares y el separatismo independentista. Estas reformulaciones chocaban con el pensamiento político de Ramón Emeterio Betances -un anticlerical y antimonárquico, y con la heterogeneidad que caracterizó siempre al separatismo.

Las concepciones en torno a la Insurrección de Lares, desarrolladas a finales del siglo XIX, pero sobre todo en las primeras décadas del siglo XX, construyeron con rigidez el patriarcado de la patria puertorriqueña. Betances, por ejemplo, un heterodoxo en todo el sentido de la palabra fue tergiversado y transformado en una figura monolítica y elevada al pedestal con el rango del Padre de la Patria. A la altura de la primera mitad del siglo XX, tanto autonomistas como anexionistas contribuyeron grandemente a la imagen positiva de Betances, pues después de todo Betances había sido antiespañol y no antiestadounidense. La imagen idílica y romántica que se erigió en torno a Betances y a Eugenio María de Hostos claramente respondió a una función ideológica que vació de todo contenido revolucionario el pensamiento de estos y lo ajustó a las nuevas necesidades discursivas de los sectores afines al nuevo régimen político. Los revisionismos que construyeron los nacionalismos, tanto dieguista como albizuístas durante el siglo XX sobre Betances, Hostos y la Insurrección de Lares, diferían de los esbozados por el autonomismo, el anexionismo y la historia oficial. Las nuevas representaciones sobre Lares y Betances respondían a la desesperación histórica del momento y a la impotencia para enfrentarse a la irrupción del capitalismo imperialista estadounidense sobre Puerto Rico. Ante esa situación, la respuesta del nacionalismo fue antagonizar al anexionismo y centrarse en la amenaza cultural que suponía el avance del anexionismo para nuestra “hispanidad”.

Dicho eso, Indóciles… es también una revisión del pensamiento hostosiano y su producción intelectual. El pensamiento hostosiano y la reflexión en torno al trabajo literario de Eugenio María de Hostos -que realiza Cancel-Sepúlveda- no es otra cosa que la genealogía de la transformación ideológica de Hostos durante la segunda mitad del siglo XIX. Para ello, Cancel revisa y reflexiona sobre las aportaciones a la sociología de Hostos y cómo este, a través del recurso literario, expone sus ideas sobre la sociología, su aplicabilidad en la sociedad y, por consiguiente, su visión de lo que debía ser el proyecto confederacionista de las Antillas.

La peregrinación de Bayoán es central en el análisis del discurso que hace Cancel-Sepúlveda. Y es que, través de dos ensayos y un apéndice, Cancel traza el desarrollo del pensamiento político de Hostos, desde su visión como español Antillano, reflejado principalmente en La peregrinación de Bayoán, hasta su radicalización respecto al futuro político de Puerto Rico. En ese sentido, el estudio de la obra literaria de Hostos nos muestra que el sociólogo siempre supeditó su literatura a su compromiso con el cambio social.

Los comentarios en torno a Betances y Hostos que realiza el profesor Cancel-Sepúlveda en esta serie de ensayos, de alguna manera me hacen pensar en que esta nueva visita al laberinto es también una autobiografía propia del profesor. Digo todo esto porque Betances, como Hostos, fueron adelantados a su tiempo, y por ende unos incomprendidos. Y es esa figura, la de los incomprendidos, la que le interesa a Mario Cancel-Sepúlveda. Pero también la de (des)esperanza y pesimismo, sobre todo el de Betances, que es un aspecto en común que comparte el caborrojeño con Cancel-Sepúlveda. Después de todo, la realidad no deja de ser pesimista y gran parte de este trabajo no es otra cosa que un diálogo entre Cancel-Sepúlveda, Betances y Hostos.

Como nos decía el maestro Fernando Picó, no hay una historia definitiva y esa es precisamente la lección que nos da el trabajo historiográfico del profesor Mario Cancel-Sepúlveda en Indóciles: nueva visita al laberinto. Ciertamente, la lectura de Indóciles es una provocativa y se da un contexto histórico que me parece significativo apuntar. Me refiero a la ausencia de discusión y de debate intelectual en Puerto Rico. Lo cierto es que existe una crisis en el campo intelectual puertorriqueño y no debe caber duda de que el profesor Cancel-Sepúlveda es parte de lo que posiblemente sea la última generación de intelectuales en todo el sentido de la palabra.

Después de todo, no es lo mismo pensar a Puerto Rico desde Puerto Rico que pensarlo desde una geografía lejana, sobre todo por las implicaciones que ello tiene, pues no todos los intelectuales están dispuestos al calentón que supone cuestionar y revisar ciertas narrativas e interpretaciones dentro del campo discursivo del nacionalismo independentista que ya son hegemónicas en la historiografía puertorriqueña. En ese sentido, Indóciles: nueva visita al laberinto es un trabajo comprometido que nos invita al cuestionamiento y a la reflexión profunda sobre la narración y los usos de la historia, pero también Mario Cancel-Sepúlveda me (re)afirma el pensar de que la historia está todavía en construcción y que nos falta muchísimo al respecto.

febrero 26, 2015

Cacimar Cruz Crespo: comentarios en torno a un libro

Cruz Crespo, Cacimar (2014) Solidaridad obrero-estudiantil: las huelgas de 1973 y 1976 en la Universidad de Puerto Rico. San Juan: Fundación Francisco Manrique Cabrera / Hermandad de Empleados Exentos No Docentes / Bufete José Nicolás Medina Fuentes: 167 págs. Illust. Texto de la presentación del día 26 de febrero de 2015 en actividad apoyada por la Asociación de Estudiante de Historia  del RUM.

El libro de Cacimar Cruz Crespo tiene la arquitectura de una tesis bien elaborada. El capítulo uno, “Apuntes breves del movimiento estudiantil y obrero”, aclara el contexto internacional en el cual se desarrolló uno y otro proyecto de resistencia en Puerto Rico y el papel determinante que tuvo la relación colonial con Estados Unidos en cada una de ellos. El carácter retardatario de aquellas circunstancias está muy  bien sugerido. El colonialismo convirtió al movimiento obrero en un espécimen vinculado al estadoísmo que emergió de la invasión del 1898 limitando sus posibilidades revolucionarias. Y el hecho de que la universidad fuese una creación de los invasores al servicio de la americanización jurídica, material y cultural, le imprimió a los universitarios un carácter peculiar.

Solidaridad_obrero_estudiantil_portadaEl capítulo dos, “De la huelga de Palmer a la huelga de 1973”,  resume el intenso periodo que inició en 1968 -año de la revolución estudiantil y cultural en occidente, pero también del centenario de la Insurrección de Lares-, hasta el 1973, momento en que el proyecto capitalista elaborado por los países victoriosos durante la Segunda Guerra Mundial, colapsó y redirigió el capitalismo en una dirección nueva e impredecible.

El capítulo tres, “De la contra-ofensiva administrativa al estado de sitio”, aclara el interludio tras la huelga de 1973 y conduce al lector al interesante fenómeno de 1976. Con aquella huelga cierra un periodo histórico de las luchas universitarias. La huelga de 1981 intentaría reinventar el lenguaje de la resistencia estudiantil en su momento, a la luz de su imagen de la experiencia de la década de 1970.

La única carencia que voy a señalar en este resumen tiene que ver con un giro en el discurso protestatario del estudiantado ocurrido durante los primeros años de la década del 1930. Me refiero al esfuerzo de Pedro Albizu Campos y la Junta Nacional de su partido por organizar, primero, la Asociación Patriótica de Jóvenes Puertorriqueños (APJP) en 1931; y la Federación Nacional de Estudiantes Puertorriqueños  (FENEP) en 1932. Las propuestas ideológicas de aquellas organizaciones reflejaban el impacto del Indoamericanismo antimperialista y militante que caracterizó otras agrupaciones juveniles en Hispanoamérica en la época de la Gran Depresión. Me hubiese gustado encontrar un comentario sobre el proceso a través del cual aquella agrupaciones se transformaron en el Cuerpo de Cadetes de la República, luego Ejército Libertador, en 1935.

En cierto modo, la transformación de las vanguardias estudiantiles pre-universitarias y universitarias en una fuerza armada rebelde, limitó las posibilidades de que el Partido Nacionalismo pudiera hacerse fuerte en el seno de una universidad territorial con la cual había chocado siempre. La Masacre de Río Piedras en 1934, las huelgas universitarias  de 1931 y 1948,  corroboran a la saciedad esa tensión.

Cuatro lecciones

La lectura de Solidaridad obrero-estudiantil: las huelgas de 1973 y 1976 en la Universidad de Puerto Rico, me deja con cuatro preocupaciones que pueden ser las tesis más reveladoras de este estudio. La primera tesis tiene que ver con el hecho de que, tanto el movimiento estudiantil como el  movimiento obrero, son fenómenos recientes en la historia de Puerto Rico. Hijos putativos de la invasión de 1898 y productos indirectos del cumplimiento parcial de la promesa de progreso, modernización, democracia y libertad de los invasores, ambos nacieron mediados por la condición colonial que instituyó la Ley Joe Foraker del Congreso de 1900.  Esa condición representaba una interesante paradoja. El régimen español se había manifestado de una manera abierta no sólo contra la educación universitaria en la colonia: también había interpuesto numerosos obstáculos ideológicos y burocráticos a la educación preparatoria, a la técnica o profesional, y en especial, a la educación popular.

Cacimar Cruz Crespo, autor

La paradoja radica en que los esfuerzos en favor del desarrollo de instituciones educativas en  todos esos renglones -desde la Escuela Normal, la Secretaría de Instrucción, hasta el Colegio de Agricultura y Artes Mecánicas-  implicaban un compromiso con la americanización cultural, jurídica y material de Puerto Rico. El “cumplimiento” de la promesa de Miles tenía un alto costo para la identidad nacional.

Los estudiantes comprometidos con la causa de la nación se encontraban en una situación incómoda: las instituciones de vanguardia que traían los invasores minaban las posibilidades de supervivencia de la nacionalidad. Dos intelectuales emblemáticos de 1930, el narrador Emilio S. Belaval y el dirigente Pedro Albizu Campos, ambos juristas, manifestaron con diafanidad esa contradicción. El primero en un libro de cuentos de 1935 en el cual acusaba a los universitarios de ser “flanes”; y el segundo en un discurso en Maunabo en 1934 en donde los acusaba de falta de “virilidad”.  En los dos casos se responsabilizaba a la universidad territorial por el problema. El contencioso con la universidad surgía del reconocimiento de que aquella institución servía a las autoridades coloniales  y no a la nación. Curiosamente, los estudiantes que en el 1970, 1980 y 2010, enfrentaron procesos huelgarios, tenían que reconocer que nada había cambiado desde 1934 hasta sus días en ese aspecto.

La segunda tesis incluye otra paradoja. El movimiento estudiantil y el movimiento obrero en Puerto Rico han caminado por rutas paralelas, e incluso opuestas, durante buena parte del siglo 20. El sistema educativo moderno fue una criatura de las autoridades imperiales estadounidenses. Fue construido para facilitar el proceso de asimilación cultural, jurídica y económica. En el proceso instituyó las condiciones para que las aulas de la universidad del Estado se llenaran con candidatos que provenían de las mismas clases medias y altas que favorecían el proceso de integración de la isla al país invasor, a la vez que alimentaba la maquinaria del capitalismo colonial. La educación universitaria pública no había sido pensada para los pobres o los explotados. Nada había cambiado en 1970, en 1981 o en 2010. Los grandes ausentes de los espacios universitarios eran, en efecto, los hijos de las clases populares ya fuesen campesinos u obreros. Las posibilidades de un encuentro fraterno entre aquel sector social y aquella clase social vinculada a la producción material en los tabacales, cañaverales, cafetales, cigarreras y empresas de la aguja, eran pocas. Este libro sugiere con diafanidad que las vías de comunicación entre uno y otro espacio de lucha eran escasas entre 1903 y 1950.

El argumento sirve para entender por qué los esfuerzos del movimiento estudiantil en la búsqueda de la universidad “nacional” y la “democracia institucional participativa”, estaban tan distantes de los anhelos de los trabajadores productivos que deseaban mejores condiciones laborales y salariales. El libro me deja con el sabor de que la historia moderna del movimiento estudiantil solo  comienza después de 1950. La industrialización por invitación creó las condiciones de un “encuentro” entre aquel sector y aquella clase a sabiendas de que estudiantes y obreros poseían concepciones distintas del problema nacional y de la conflictividad de clases. La crisis económica de  1973, fue un ingrediente crucial para que ese “encuentro” se materializara.

Guarionex Padilla Marty, Cacimar Cruz Crespo y Mario R. Cancel Sepúlveda

La tercera tesis tiene que ver con el papel protagónico que tuvo la “Nueva Lucha por la Independencia”, en especial el Movimiento Pro Independencia,  la Federación de Universitarios Pro Independencia y el periódico Claridad, en aquel proceso. El papel radical  que desempeñó el Partido Nacionalista en la década de 1930, lo cumplieron aquellas propuestas innovadoras en 1960.  Me parece que el balance entre los reclamos universitarios y los políticos fue, en ocasiones, precario. Pero desvincular el problema de la educación universitaria del problema colonial hubiese sido un error garrafal. El proceso de industrialización por invitación significado por Operación Manos a la Obra (1947-1976), había convertido a la universidad territorial en un espacio más accesible a los hijos de la clases populares -campesinos y obreros-. Yo, hijo de campesinos, me hice universitario en 1978. Lo nuevo de la década de 1970 era ese lenguaje que trataba de sintetizar nacionalismo y socialismo en un proyecto innovador.

La cuarta y última tesis tiene que ver con las perspectivas de futuro de la relación entre el movimiento estudiantil y el movimiento obrero en un mundo en cual los sectores que animan a uno y otro han vivido la conmoción del neoliberalismo y la globalización. Desde mi punto de vista, ello representa la incógnita más interesante de este libro. El ciudadano común siempre ha mirado con extrañeza al movimiento estudiantil. Tampoco ha comprendido bien la ansiedad que ha manifestado la juventud  rebelde por conectarse con la clase obrera durante la era del capitalismo y en el postcapitalismo. La pregunta que me parece que hay que responder es ¿qué posibilidades hay de que eso cambie?

El encuentro entre estudiantes y trabajadores en el siglo 21 tendrá que darse sobre bases distintas. La revolución tecnológica, la cultura de consumo conspicuo y el impacto de los procesos de cambio en las formas de uso de la mano de obra en la eran neoliberal, la crisis que nos agobia desde 2006, han cambiado las reglas de juego. Los instrumentos que sirvieron para interpretar la situación de un obrero productivo en la década de 1960, informan poco sobre cómo percibe el mundo un empleado de servicios temporero de un restaurante de comida basura o una tienda  de venta al detal en un centro comercial deshumanizado. La naturaleza y las posibilidades de la revolución social a la cual se aspira tienen que ser reinventadas. Salvar lo mejor de los discursos del pasado es una tarea meritoria y necesaria. El libro de Cacimar Cruz Crespo abona en esa dirección. Ese mérito no se lo puede negar nadie.

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