Puerto Rico entre siglos: Historiografía y cultura

febrero 26, 2015

Cacimar Cruz Crespo: comentarios en torno a un libro

Cruz Crespo, Cacimar (2014) Solidaridad obrero-estudiantil: las huelgas de 1973 y 1976 en la Universidad de Puerto Rico. San Juan: Fundación Francisco Manrique Cabrera / Hermandad de Empleados Exentos No Docentes / Bufete José Nicolás Medina Fuentes: 167 págs. Illust. Texto de la presentación del día 26 de febrero de 2015 en actividad apoyada por la Asociación de Estudiante de Historia  del RUM.

El libro de Cacimar Cruz Crespo tiene la arquitectura de una tesis bien elaborada. El capítulo uno, “Apuntes breves del movimiento estudiantil y obrero”, aclara el contexto internacional en el cual se desarrolló uno y otro proyecto de resistencia en Puerto Rico y el papel determinante que tuvo la relación colonial con Estados Unidos en cada una de ellos. El carácter retardatario de aquellas circunstancias está muy  bien sugerido. El colonialismo convirtió al movimiento obrero en un espécimen vinculado al estadoísmo que emergió de la invasión del 1898 limitando sus posibilidades revolucionarias. Y el hecho de que la universidad fuese una creación de los invasores al servicio de la americanización jurídica, material y cultural, le imprimió a los universitarios un carácter peculiar.

Solidaridad_obrero_estudiantil_portadaEl capítulo dos, “De la huelga de Palmer a la huelga de 1973”,  resume el intenso periodo que inició en 1968 -año de la revolución estudiantil y cultural en occidente, pero también del centenario de la Insurrección de Lares-, hasta el 1973, momento en que el proyecto capitalista elaborado por los países victoriosos durante la Segunda Guerra Mundial, colapsó y redirigió el capitalismo en una dirección nueva e impredecible.

El capítulo tres, “De la contra-ofensiva administrativa al estado de sitio”, aclara el interludio tras la huelga de 1973 y conduce al lector al interesante fenómeno de 1976. Con aquella huelga cierra un periodo histórico de las luchas universitarias. La huelga de 1981 intentaría reinventar el lenguaje de la resistencia estudiantil en su momento, a la luz de su imagen de la experiencia de la década de 1970.

La única carencia que voy a señalar en este resumen tiene que ver con un giro en el discurso protestatario del estudiantado ocurrido durante los primeros años de la década del 1930. Me refiero al esfuerzo de Pedro Albizu Campos y la Junta Nacional de su partido por organizar, primero, la Asociación Patriótica de Jóvenes Puertorriqueños (APJP) en 1931; y la Federación Nacional de Estudiantes Puertorriqueños  (FENEP) en 1932. Las propuestas ideológicas de aquellas organizaciones reflejaban el impacto del Indoamericanismo antimperialista y militante que caracterizó otras agrupaciones juveniles en Hispanoamérica en la época de la Gran Depresión. Me hubiese gustado encontrar un comentario sobre el proceso a través del cual aquella agrupaciones se transformaron en el Cuerpo de Cadetes de la República, luego Ejército Libertador, en 1935.

En cierto modo, la transformación de las vanguardias estudiantiles pre-universitarias y universitarias en una fuerza armada rebelde, limitó las posibilidades de que el Partido Nacionalismo pudiera hacerse fuerte en el seno de una universidad territorial con la cual había chocado siempre. La Masacre de Río Piedras en 1934, las huelgas universitarias  de 1931 y 1948,  corroboran a la saciedad esa tensión.

Cuatro lecciones

La lectura de Solidaridad obrero-estudiantil: las huelgas de 1973 y 1976 en la Universidad de Puerto Rico, me deja con cuatro preocupaciones que pueden ser las tesis más reveladoras de este estudio. La primera tesis tiene que ver con el hecho de que, tanto el movimiento estudiantil como el  movimiento obrero, son fenómenos recientes en la historia de Puerto Rico. Hijos putativos de la invasión de 1898 y productos indirectos del cumplimiento parcial de la promesa de progreso, modernización, democracia y libertad de los invasores, ambos nacieron mediados por la condición colonial que instituyó la Ley Joe Foraker del Congreso de 1900.  Esa condición representaba una interesante paradoja. El régimen español se había manifestado de una manera abierta no sólo contra la educación universitaria en la colonia: también había interpuesto numerosos obstáculos ideológicos y burocráticos a la educación preparatoria, a la técnica o profesional, y en especial, a la educación popular.

Cacimar Cruz Crespo, autor

La paradoja radica en que los esfuerzos en favor del desarrollo de instituciones educativas en  todos esos renglones -desde la Escuela Normal, la Secretaría de Instrucción, hasta el Colegio de Agricultura y Artes Mecánicas-  implicaban un compromiso con la americanización cultural, jurídica y material de Puerto Rico. El “cumplimiento” de la promesa de Miles tenía un alto costo para la identidad nacional.

Los estudiantes comprometidos con la causa de la nación se encontraban en una situación incómoda: las instituciones de vanguardia que traían los invasores minaban las posibilidades de supervivencia de la nacionalidad. Dos intelectuales emblemáticos de 1930, el narrador Emilio S. Belaval y el dirigente Pedro Albizu Campos, ambos juristas, manifestaron con diafanidad esa contradicción. El primero en un libro de cuentos de 1935 en el cual acusaba a los universitarios de ser “flanes”; y el segundo en un discurso en Maunabo en 1934 en donde los acusaba de falta de “virilidad”.  En los dos casos se responsabilizaba a la universidad territorial por el problema. El contencioso con la universidad surgía del reconocimiento de que aquella institución servía a las autoridades coloniales  y no a la nación. Curiosamente, los estudiantes que en el 1970, 1980 y 2010, enfrentaron procesos huelgarios, tenían que reconocer que nada había cambiado desde 1934 hasta sus días en ese aspecto.

La segunda tesis incluye otra paradoja. El movimiento estudiantil y el movimiento obrero en Puerto Rico han caminado por rutas paralelas, e incluso opuestas, durante buena parte del siglo 20. El sistema educativo moderno fue una criatura de las autoridades imperiales estadounidenses. Fue construido para facilitar el proceso de asimilación cultural, jurídica y económica. En el proceso instituyó las condiciones para que las aulas de la universidad del Estado se llenaran con candidatos que provenían de las mismas clases medias y altas que favorecían el proceso de integración de la isla al país invasor, a la vez que alimentaba la maquinaria del capitalismo colonial. La educación universitaria pública no había sido pensada para los pobres o los explotados. Nada había cambiado en 1970, en 1981 o en 2010. Los grandes ausentes de los espacios universitarios eran, en efecto, los hijos de las clases populares ya fuesen campesinos u obreros. Las posibilidades de un encuentro fraterno entre aquel sector social y aquella clase social vinculada a la producción material en los tabacales, cañaverales, cafetales, cigarreras y empresas de la aguja, eran pocas. Este libro sugiere con diafanidad que las vías de comunicación entre uno y otro espacio de lucha eran escasas entre 1903 y 1950.

El argumento sirve para entender por qué los esfuerzos del movimiento estudiantil en la búsqueda de la universidad “nacional” y la “democracia institucional participativa”, estaban tan distantes de los anhelos de los trabajadores productivos que deseaban mejores condiciones laborales y salariales. El libro me deja con el sabor de que la historia moderna del movimiento estudiantil solo  comienza después de 1950. La industrialización por invitación creó las condiciones de un “encuentro” entre aquel sector y aquella clase a sabiendas de que estudiantes y obreros poseían concepciones distintas del problema nacional y de la conflictividad de clases. La crisis económica de  1973, fue un ingrediente crucial para que ese “encuentro” se materializara.

Guarionex Padilla Marty, Cacimar Cruz Crespo y Mario R. Cancel Sepúlveda

La tercera tesis tiene que ver con el papel protagónico que tuvo la “Nueva Lucha por la Independencia”, en especial el Movimiento Pro Independencia,  la Federación de Universitarios Pro Independencia y el periódico Claridad, en aquel proceso. El papel radical  que desempeñó el Partido Nacionalista en la década de 1930, lo cumplieron aquellas propuestas innovadoras en 1960.  Me parece que el balance entre los reclamos universitarios y los políticos fue, en ocasiones, precario. Pero desvincular el problema de la educación universitaria del problema colonial hubiese sido un error garrafal. El proceso de industrialización por invitación significado por Operación Manos a la Obra (1947-1976), había convertido a la universidad territorial en un espacio más accesible a los hijos de la clases populares -campesinos y obreros-. Yo, hijo de campesinos, me hice universitario en 1978. Lo nuevo de la década de 1970 era ese lenguaje que trataba de sintetizar nacionalismo y socialismo en un proyecto innovador.

La cuarta y última tesis tiene que ver con las perspectivas de futuro de la relación entre el movimiento estudiantil y el movimiento obrero en un mundo en cual los sectores que animan a uno y otro han vivido la conmoción del neoliberalismo y la globalización. Desde mi punto de vista, ello representa la incógnita más interesante de este libro. El ciudadano común siempre ha mirado con extrañeza al movimiento estudiantil. Tampoco ha comprendido bien la ansiedad que ha manifestado la juventud  rebelde por conectarse con la clase obrera durante la era del capitalismo y en el postcapitalismo. La pregunta que me parece que hay que responder es ¿qué posibilidades hay de que eso cambie?

El encuentro entre estudiantes y trabajadores en el siglo 21 tendrá que darse sobre bases distintas. La revolución tecnológica, la cultura de consumo conspicuo y el impacto de los procesos de cambio en las formas de uso de la mano de obra en la eran neoliberal, la crisis que nos agobia desde 2006, han cambiado las reglas de juego. Los instrumentos que sirvieron para interpretar la situación de un obrero productivo en la década de 1960, informan poco sobre cómo percibe el mundo un empleado de servicios temporero de un restaurante de comida basura o una tienda  de venta al detal en un centro comercial deshumanizado. La naturaleza y las posibilidades de la revolución social a la cual se aspira tienen que ser reinventadas. Salvar lo mejor de los discursos del pasado es una tarea meritoria y necesaria. El libro de Cacimar Cruz Crespo abona en esa dirección. Ese mérito no se lo puede negar nadie.

enero 30, 2011

UPR, primavera 2010: Huelga como cátedra en la calle

  • Dra. Lissette Rolón Collazo
  • Departamento de Humanidades

Días previos a la ratificación de la huelga, un estudiante trasvestido –en ingeniosa y cándida gestión para evadir al oficial de la corte que lo buscaba para emplazarlo—sugirió que l@s profesor@s podíamos colaborar a través de diálogos en los portones sobre nuestras áreas de especialidad. De inmediato, mareada por el arrojo del estudiante y ávida por identificar cómo podía ser más útil, asumí la coordinación de la iniciativa “Cátedras en la calle.”

Propuse la idea en la primera asamblea del claustro convocada por la APRUM y, enseguida levanté una lista de más de sesenta colegas voluntari@s. El resto fue entusiasmo y sorpresa. L@s profesores que impartimos cátedras en diversos portones, nos percatamos de inmediato que l@s estudiantes de aquel movimiento, de aquel happening, éramos nosotr@s.

Mi primera cátedra fue sobre las consignas del 68. El objetivo era relacionar aquella primavera con la nuestra y, de paso, elaborar pancartas en cortinas de baño para evocar aquellas ideas y su inspiración. La Vita fue mi primera parada, Biología la segunda. En ambos casos aprendí mucho más de lo que pensé enseñaría. La trasvestida fui yo, pero más allá de mis ropas la huelga me trocó las utopías que hasta entonces urdía en mi mente y en mi práctica para la universidad.

Aprendí otras formas de convivencia entre la comunidad universitaria. Estas eran horizontales, flexibles y libres. Aprendí el balance entre la espontaneidad y el rigor. Aprendí que la toma de decisiones participativas nos comprometía a tod@s en cada momento y no había pasos sin compañía. Aprendí que la mejor universidad que había conocido hasta entonces se estaba construyendo bajo aquellos toldos frágiles ante cada aguacero de mayo que caía puntual sobre l@s muchach@s. Aprendí sobre una solidaridad básica que no había vivido en Puerto Rico y sobre una generosidad joven que no escatimó en dormir al terrazo para que tant@s estudiantes pudieran vivir otra universidad. La huelga fue una cátedra en la calle para tod@s los que, al menos, nos atrevimos a asomarnos sin ínfulas ni libretos previos. La huelga fue una cátedra para esta profesora que ya no puede ser la misma.

Portones y portoner@s

No había vivido una huelga universitaria con estos perfiles. Ocupar la universidad, apostarse en los portones que marcaban sus linderos y su acceso, adueñarse del bien público como debe ser, fue solo parte de lo que ocurrió. Portones afuera la mayoría de l@s profesor@s que apoyamos la huelga tratamos de estar a la altura de las circunstancias. Cada día se presentaba un reto a nuestra historia, a nuestros conocimientos, a nuestra voluntad.

La huelga nos resignificó. Nos convertimos en l@s portoner@s. Nuestra sala de clase perdió sus paredes y sus objetos de estudio cerrados. Nosotr@s perdimos nuestras metodologías trasnochadas y nuestra zona cómoda.

Nos empezamos a convocar autónomamente, al margen de organismos establecidos, pero en franca colaboración. De lo que se trataba era de apoyar la huelga de l@s estudiantes. Nuestras agendas se estacionaron y, un@s cuant@s, se retiraron con sus lamentos individuales. Reconozco mi desconcierto entonces. No sabía cómo ser una profesora portonera. Estaba acostumbrada a otras formas y contenidos. Pero fui aprendiendo, como otr@s, sobre la marcha…

Ser portonera supuso ser testigo de un@s estudiantes que iban a todas en contra de todo pronóstico. Ser portonera supuso ser colega de otro modo. Suspirar a ratos y guardar silencio para no arruinar el desparpajo de est@s muchach@s que no sabíamos de dónde habían salido. Ser portonera supuso alimentar otras utopías y reconocer que la huelga le había enseñado a la universidad y al país cómo se tejen los hilos tras bastidores y cómo se combaten los tinglados del poder. Ser portonera es un proceso que aún vivo y que me reta a no olvidar la primavera de 2010.

Larga noche después de la huelga

Cada noche de esos días luminosos, escribí una fábula que dedicaba a es@s muchach@s que dormían en casetas de campaña cuando dormían. Debo confesar que sólo así podía conciliar el sueño. Titulé ese fabulario: Fábulas en huelga y se lo dediqué a ell@s y a mi perro. Esperaba que cuando pasaran esas noches de la huelga podríamos celebrar las fábulas.

Pero desde el mismo 21 de junio de 2010 por la tarde comenzó la larga noche de la universidad. Ese día se bajó por descargue en la incompetente Legislatura de Puerto Rico el proyecto que aumentaba el número de síndicos cínicos. Poco después se aprobó en dicho organismo el jaque mate de la democracia participativa al decretar que las votaciones serían por voto electrónico y en ausencia del debate universitario.

Se han mantenido en el poder universitario la misma presidenta de la Junta de Síndicos y el mismo presidente que de manera tan mediocre y mal intencionada manejaron el conflicto huelgario. Han sido nombrad@s rector@s a capricho político y en clara violación de las recomendaciones de los comités de consulta de los senados académicos. Se han congelado plazas docentes, se han reducido los derechos marginales y los salarios de tod@s. Se han elaborado calendarios académicos en clara venganza y desatino, y se insiste en la aplicación de la cuota de $800 en enero de 2011. Se está violentando cada día nuestra universidad de múltiples modos.

Sin embargo, no prevalecerán… Mientras la huelga de la primavera de 2010 nos recuerde lo que queremos y podemos ser en la universidad, no convencerán. Recuerden, como bien consignó el Popol Vuh: “nunca es más oscura la noche que cuando va a amanecer…”

Vea además  Fábulas en huelga: deja vú de un sueño

enero 26, 2011

La Universidad y la Generación del 30: ¿una historia del presente? (Segunda parte)

  • Mario R. Cancel Sepúlveda
  • Historiador

 

Incertidumbres

El Lcdo. Pedro Albizu Campos, producto de la Ponce High y de las Universidades de Vermont y Harvard, no aceptó un puesto en la Universidad de Puerto Rico por consideraciones de principios. Albizu Campos compartía la visión de Belaval de que la entidad atentaba contra la Nación. Por el contrario, el Partido Nacionalista que Albizu Campos reinventó desde mayo de 1930, aspiró a tomar por asalto la Universidad. Su táctica para enfrentar el proyecto de la concientización y politización de la juventud, se diseñó sobre la bases de la tradición anterior a  la escisión de la juventud puertorriqueña  en 1930. En 1931 ayudó a fundar la Asociación Patriótica de Jóvenes Puertorriqueños (APJP) cuya meta era organizar y politizar a los estudiantes de la Escuela Superior y la Universidad. Y en 1932 promovió la creación de la Federación Nacional de Estudiantes Puertorriqueños (FENEP) que se proponía organizar y politizar jóvenes muchos de los cuales solo votarían después de graduarse.

Pedro Albizu Campos (1934)

En 1935 Albizu Campos tuvo su mayor choque con la Universidad. En un discurso público en Maunabo, el caudillo acusó a la institución de producir traidores cobardes y afeminados. Albizu Campos le recordaba la necesidad producir patriotas valientes y viriles, es decir le reclamaba a la Universidad Territorial los deberes de una Universidad Nacional. Declarado Persona Non Grata por inspiración de un segmento anexionista del estudiantado, la disputa desembocó en la conocida Masacre de Río Piedras del 24 de octubre. Si a ello se añade que Albizu Campos siempre consideró al Canciller Carlos Chardón (1931-1936), quien fuera uno de los artífices del New Deal y de la Modernización Criolla asociada al Populismo y al nuevo colonialismo, como un enemigo declarado de la Nacionalidad, se comprenderá lo volatilidad de aquella relación.

En cierto modo, el retorno de Albizu Campos de la cárcel de Atlanta, representó la posibilidad de una revancha.  En diciembre de 1947, la situación era otra. Estaba el país al borde de la Ley del Gobernador Electivo y de la Ley de la Mordaza que facultó el silencio colectivo forzado de muchos radicales.  Impedido de hablar en el Recinto de Río Piedras por ser un “terrorista”, se decretó una huelga encabezada por el fenecido Juan Mari Brás en protesta contra aquella anomalía. El Rector desde 1942 era el Lcdo. Jaime Benítez, la figura más emblemática y más contradictoria de la Universidad de Puerto Rico en todo el siglo 20. Si la década del 1930 dejó a Puerto Rico una Universidad Nacional, en 1947 la misma dormía el sueño de los justos.

El periodista y gobernador Luis Muñoz Marín, un fracasado de Georgetown University, mantuvo siempre una relación muy tensa con el mundo universitario. Los testimonios de dos personas muy cercanas al Vate, Juan Manuel García Passalacqua y José Trías Monje, ambos fallecidos, parecen corroborarlo. En 1941, Muñoz Marín metió la pata con la Universidad cuando era Presidente del Senado, la posición de más poder e influencia política cuando todavía la gobernación se llenaba por el mandato del Presidente y el visto bueno del Congreso de Estados Unidos. El Senador, perdido entre la inocencia y el cálculo, insistió en que el Gobernador Rexford G. Tugwell, un novotratista radical, fuese a la vez Canciller de la Universidad colonial. La Ley Universitaria de 1942 fue, en cierto modo, un intento de domesticar a la Universidad de la mano de Benítez.

Las reservas no eran tantas. Muñoz Marín, cuidadoso de los ambientes universitarios por mor de su practicismo político y su carácter acomodaticio, cuando fungió como Senador y Gobernador, siempre  se rodeó de Universitarios de alto calibre. Sus cerebros fueron Vicente Géigel Polanco, Ernesto Ramos Antonini, Roberto Sánchez Vilella, entre otros. La relación fue funcional hasta el momento en que alguno de ellos amenazó su nicho de poder. Para Muñoz Marín los Universitarios servían para pensar los problemas del país pero no para resolverlos eficazmente.

La utopía de la Universidad Nacional en la década del 1930

El proyectó de  una Universidad Nacional maduró en el contexto de la Depresión Económica y el Nuevo Trato. En la arquitectura de la Universidad Nacional,  los Hispanistas de la Generación del 30 cumplieron una función crucial. Los protagonistas de aquel proceso, hay que decirlo, sobrepujan el ambiente puramente literario y exceden la hispanofilia. Entre ellos habría que contar a Muñoz Marín, a Chardón, a Benítez, a Tugwell y, con este, al mismo presidente Franklyn D. Roosevelt, cuyo nombre recuerda la Torre de Río Piedras. Los antagonistas, como era de esperarse, siempre han sido invisibles y lo serán aún más en tiempos de nostalgia centenaria y pasatismo romántico y trasnochado.

De ese modo, la Universidad re-nació en medio de una situación catastrófica. El pensador Carlos Gil ha sugerido en su ensayo  “Pedreira o el parricidio” una verdad: la añorada Universidad Nacional se creó sobre las cenizas de la problemática Universidad Territorial. El proceso resulta pueril y poco épico. La multiplicación de las  transferencias del Nuevo Trato, sentó las bases de un drama maniqueo en el estilo del clásico caso del Dr. Jeckyll y Mr. Hyde. Aquellos dineros ofrecidos por el Otro, se usaron para construir un signo de resistencia a la Americanización y de afirmación de la Identidad Nacional más o menos coherente. En gran medida, se  trató de algo así como una suerte de Venganza de los Intelectuales por el desprecio evidente en las actitudes del Otro.

Pero el arma que se usó en aquel proceso, la invención de un pasado feliz con España o el mito de la Gran Familia que requirió e instituyó el discurso hispanófilo, significó el olvido de que aquel había sido un pasado sin Universidad: se conmemoraba un pasado que, en lo tocante a nosotros los universitarios, nunca había sido. Renan no se equivocaba cuando decía que la Nación es un cúmulo bizarro de recuerdos y de olvidos. Aquel pasado era una eutopía frágil como toda ensoñación perfecta. La eutopia era más bien una outopia: el sitio perfecto del pasado era un territorio inexistente, o un tipo enfermizo de nostalgia de nada.

La presunta Universidad Nacional inventada por la generación del 30, vertió y filtró sus rebeldías en un Nacionalismo Cultural inofensivo y doméstico. Después de 1942 se pudo expatriar el Nacionalismo Político de la Universidad. Lo que hicieron fue vestir la discusión de la Nacionalidad con los trapos de la más cándida imparcialidad académica. De ese modo, la Universidad Nacional del 1930 pudo alinearse otra vez al lado del poder y medrar como uno más de los proyectos fracasados que carga el país. La Universidad Nacional retornó a su cauce y volvió a ser una Universidad Colonial con toga doctoral.

El 30 y el presente

Del 30 acá han pasado 80 años. En efecto, hay cosas por recordar y que justifican la reflexión. Una universidad murió y otra nació en aquel entonces. Pero ¿podremos decir en 80 años más que la Universidad de Puerto Rico re-nació en este otro momento de crisis dramática? No lo sé. Tal vez ya ni siquiera se parezca a lo que fue y haya que fijarle otros orígenes.

Segunda parte de la síntesis de la presentación del autor en el foro La Universidad y la Generación del 30: ¿una historia del presente? celebrado el 14 de Octubre de 2010 Sala A de la Biblioteca General del Recinto Universitario de Mayagüez.

 

La Universidad y la Generación del 30: ¿una historia del presente? (Primera parte)

  • Mario R. Cancel Sepúlveda
  • Historiador

 

Puerto Rico y la Universidad

Puerto Rico no tuvo Universidad en el siglo 19. Esa fue una de las quejas más persistentes de la clase criolla en aquel momento. Las implicaciones de aquella situación fueron enormes.  El producto de la Universidades Modernas –los intelectuales y los profesionales- se formó en el extranjero. Los que no fueron capaces de financiar una educación superior, tuvieron que educarse por su cuenta. Los autodidactos del siglo 19 fueron tan capaces y tan competitivos como los universitarios. La situación, me parece, no debería interpretarse en el sentido de que el Imperio Español se oponía a la educación universitaria. En la práctica, la Corona sólo fue selectiva: reservó la Universidad para las ciudades de los grandes Virreinatos y de las Antillas. Dos de las fundaciones más antiguas y productivas disfrutaron de la educación superior: Santo Domingo y La Habana. San Juan de Puerto Rico fue marginado de aquella experiencia: la idea de que la educación popular y superior podía resultar lesiva a la Integridad Nacional fue muy poderosa en el país que, como se sabe, siempre fue una clave para la defensa de los intereses geoestratégicos hispanos.

Las consecuencias de aquella actitud eran visibles a la altura de la invasión de 1898. El Informe Henry K. Carroll de 1899, ofrece un cuadro de retraso cultural difícil de atribuir solo a los prejuicios anti españoles  del reverendo y sus investigadores. La contradicción más interesante de aquel siglo fue que la Colonia, aunque no contó con una Universidad, tuvo educación universitaria y universitarios que marcaron su historia cultural y política hasta el presente.

Escuela Normal

Puerto Rico tuvo una Universidad en el siglo 20. En 1900 se abrió en Fajardo una  Escuela Normal Industrial. La misma fue trasladada en 1901 al pueblo de Río Piedras. En 1903, bajo la dirección del Dr. Paul G. Miller y el cuidado del Comisionado de Educación, nació la Universidad de Puerto Rico. La Universidad tenía el encargo de producir maestros y se desarrolló vinculada al ideal de la educación popular masiva por oposición a la tradición hispánica. Por eso resultó ser uno de los signos más distintivos y apreciados del nuevo régimen colonial.

Tal vez no satisfizo a todos. Se trataba de una Universidad Territorial, un instituto que debería servir a la Nación que la autorizó y, en consecuencia, facilitar el proceso colonial re-iniciado en el 1898. Su papel fue servir de caja de herramientas para el proyecto modernizador impuesto por Estados Unidos y, valga decirlo, tan celebrado por los puertorriqueños. Pero, dado que la Modernización apelaba en aquel entonces a la Americanización, la Universidad se convirtió de inmediato en un nido de contradicciones. La Modernización propuesta en aquellos términos, exigía un giro radical en la cultura colectiva. El anhelado sueño tocaba espacios sensitivos como el idioma, la religión, las costumbres, la praxis social y política. Hoy se sabe que asimilar y aceptar el dólar y las prácticas democráticas, fue más fácil que aprender  inglés y convertirse a los Evangelismos.

La naturaleza de la Universidad antes del 1930

Entonces la Universidad era otra cosa. La institución dependía de un sistema de Instrucción Pública recién inaugurado.  Las condiciones de la educación eran únicas. La frontera material y simbólica entre la High School americana, y la Universidad, era prácticamente nula. Hasta el 1917, momento crucial para la revisión de la relación entre los invasores y los invadidos, el requisito de ingreso para las facultades universitarias era un diploma de octavo grado. La universidad cumplía la función de una escuela preparatoria inexistente: el camino hacia la educación subgraduada,  lo garantizaba las destrezas adquiridas en la escuela intermedia. La Universidad era otra forma de la High School y la situación no era sencilla. Dado que la edad de registro en el sistema escolar no estaba perfectamente controlada, aquellos chicos de intermedia que ingresaban a la Normal, tampoco se parecían a chicos del presente. Se trata de otro mundo que ha sido echado al olvido.

Las expresiones concretas del fenómeno eran muchas. Las Justas Atléticas y las Competencias de Talento entre ambas formas de la High School eran la orden del día. En las décadas del 1910 y el1920, la Justas Interescolares reunían atletas lo mismo de la Universidad pública o privada, que de las Escuelas Superiores. En 1924, la pasión de la competencia generó actos de violencia callejera que dieron un giro nuevo a la situación. Todo parece indicar que desde entonces la distancia entre la Universidad y la Escuela Superior se profundizó y se institucionalizó. Hacia el año 1930, la Universidad estaba separada del sistema de Instrucción Pública. La escisión en el seno de la juventud puertorriqueña  se dio en el momento en que se afianzaba la peor crisis económica de toda la historia colectiva del capitalismo: la Gran Depresión.

Huelga de 1981

Cuando la Universidad tomó  distancia de un segmento de la juventud adolescente,  se ganó la imagen de ambiente apropiado para los jóvenes maduros, los que estaban en camino a la adultez y al mercado laboral. La juventud fue segmentada y encajonada, y la discontinuidad entre los estudios pre-universitarios y universitarios se legitimó. Valga apuntar que en aquel entonces ni los jóvenes adolescentes ni los maduros, poseían mecanismos que facultaran su participación en la vida política nacional en tiempo de crisis, ni siquiera el débil instrumento del sufragio. En 1930, las mujeres todavía no participaban de los procesos electorales y el debate sobre esa posibilidad era sumamente agrio.

Esa misma crisis transformó a la Universidad en un espacio apropiado para la construcción de una Identidad Nacional alternativa que equipara mejor al país con el fin de enfrentar los malos momentos que se vivían. Ello representaba otra interesante contradicción. La Universidad había sido diseñada como uno de los artefactos idóneos para promover el Proyecto de Modernización Americano desde 1900.  Treinta años después, la situación la había convertido en un espacio que atentaba contra aquel propósito  a la vez que inventaba un discurso identitario agresivo: el Nacionalismo Cultural y Político florecieron en la Universidad Territorial.

La relación entre el Nacionalismo de todo tipo y la Universidad siempre fue complicada. Los ejemplos son numerosos. El jurista y escritor Emilio. S. Belaval, documentó bien esa complejidad en sus Cuentos de la Universidad, escritos entre 1923 y 1929, cuando era estudiante de Derecho en Río Piedras. Sus textos narrativos delataron la doble vida de los estudiantes, las visibles desigualdades sociales que surgían como aristas entre ellos y la ramplonería y artificialidad de muchos de los universitarios. Tras la lectura de aquellos textos, la idealización del pasado institucional resulta ridícula.

Primera parte de la síntesis de la presentación del autor en el foro La Universidad y la Generación del 30: ¿una historia del presente? celebrado el 14 de Octubre de 2010 Sala A de la Biblioteca General del Recinto Universitario de Mayagüez.

 

May 14, 2010

Hudo Ricci, Carpeta 2704: un comentario

  • Mario R. Cancel Sepúlveda
  • Historiador y escritor

El 11 de marzo de 1971, una confrontación entre estudiantes de la Universidad de Puerto Rico en Río Piedras y los cadetes del Reserve Officers Training Corps (ROTC)  desembocó en una tragedia.  El orden de las víctimas ya no es importante: un cadete y dos policías muertos, numerosos estudiantes y ciudadanos lastimados y cuantiosos daños a la propiedad  fueron el resultado de los hechos.

Los medios masivos de comunicación hicieron su juego en dos direcciones distintas. Primero, como cronistas del “baño de sangre”. En 1971, como en 2010, la violencia vende. Segundo, sirviendo de chispa para la situación por conducto de una puerilidad mediática: la confrontación de Mohamed Alí y Joe Frazier del 8 de marzo de 1971 en el Madison Square Garden de Nueva York. La “pelea del siglo” entre un antibelicista de medios y el guerrerista Smokin’Joe por la modesta suma de 2.5 millones cada uno, inició una confrontación que llegó hasta la frontera de una “Nueva Toma de la Bastilla” en Río Piedras. La Bastilla ya no era un palacio señorial pero seguía sugiriendo el dominio del otro. El palacio o lugar tomado se redujo a una mezcla entre la cafetería del Centro de Estudiantes y el edificio del ROTC. El libro que me ocupa es la memoria de una de las víctimas de aquel episodio: Miguel Hudo Ricci, acusado de dar muerte a dos agentes policiacos durante un conflicto estudiantil.

InocenteClaro que la trivialidad de aquel chispazo es solo un recurso literario. Otras circunstancias sobrevolaban el ambiente. El recuerdo de los cuatro jóvenes muertos a manos de efectivos de la Guardia Nacional en Kent State University durante la conocida “Masacre del 4 de mayo” de 1970,  estaba fresca todavía. El 3 de mayo pasado le dije a mis estudiantes que la activación de la Guardia Nacional por el gobernador Luis Fortuño para apoyar a la Policía en la lucha “contra el crimen” era cuestionable. Cuestionable en especial en un país como este en el cual «protestar» contra las políticas neoliberales puede ser visto como un acto criminal. Descubrí, para mi asombro, que mis estudiantes no tenían ni idea de lo que significaba la tragedia de Kent University.

En el Puerto Rico de fines de la década del 1960 y principios de la del 1970, se exacerbó la juventud militante. Igual que en el resto del mundo occidental, el orden producido al cabo de la segunda pos-guerra estaba en crisis. La “Gran Recesión” –estancamiento económico e inflación- recordaba a aquellos que tenían memoria, los años malos que siguieron al 1929.  A los jóvenes, que no la tenían, los movía a la rebelión. En Puerto Rico, la crisis económica que nos tocó a principios de la década de 1970 estuvo precedida por una crisis generacional en el partido de gobierno que había nacido de las cenizas de la “Gran Depresión”, el Partido Popular Democrático, situación que alteró la normalidad política.

En las elecciones del 1968 el Partido Nuevo Progresista con Luis A. Ferré a la cabeza, se hizo con el poder situación que favoreció un florecimiento de las derechas que nada tiene que envidiarle al que hoy me parece evidente. En aquel momento, una crisis económica mundial allanó el camino para que el anexionismo se hiciera con el poder: en 1932 fue la Coalición Puertorriqueña. En 1968 y, más recientemente, en 2008 se trató del Partido Nuevo Progresista. El abismo entre el discurso de un sector de los jóvenes y el del poder resulta visible. Ambos extremos cuestionaban la relación entre EU y PR, pero  mientras los primeros apostaban por su disolución, los segundos ponían la esperanza en su refinamiento. El servicio militar obligatorio y la Guerra de Vietnam, sintetizaron bien un dilema propio de las juventudes del mundo capitalista occidental. Pero aquí, dada la relación colonial, el mismo adoptó para algunos un carácter colosal.

La explicación pueril y la historiográfica no se excluyen. Pero me parece necesario recordar que todo conflicto, de un modo u otro, se inicia con la chispa de una minucia. Como decía Federico Nietzsche en su Segunda consideración intempestiva de 1874, la historia y la vida van por canales distintos en la pista del tiempo y el espacio. El libro Hudo Ricci, Carpeta 2704 ¡Inocente! (Argüeso Garzón editores, 2009)  así lo demuestra.

Un comentario historiográfico

Se trata de una autobiografía mediada por un tercero. Miguel Hudo Ricci vive y cuenta el proceso vivido. Luis R. González Argüeso redacta el mismo y le da forma literaria testimonial e histórica. Entre los hechos y la escritura han trascurrido por lo menos 30 años. Se trata no solo de un texto a dos manos. También hay que tomar en cuenta que el Hudo Ricci que rememora, es muy diferente del joven que enfrentó los hechos. El distanciamiento temporal y emocional, la posibilidad de documentar los recuerdos y alimentarlos con el contenido de su  Carpeta 2704 y una serie de fuentes secundarias, convierten este en un texto híbrido muy interesante. Los recuerdos, mixtificados con los datos de terceros, son los que permiten la construcción de una autobiografía como esta. De este modo, texto y contexto, memoria directa y memoria indirecta se constituyen en las piedras de este relato. Igual pasó con mi Carpeta 14604: a ella le debo el registro de numerosos hechos que cometí y no cometí, así como la nostalgia enfermiza por un conjunto de actos radicales que me hubiese agradado haber ejecutado. La vida de la mayoría de los jóvenes rebeldes de todos los tiempos suele ser muy normal y, en ocasiones, aburrida.

Miguel-Hudo-Ricci-2010

MIguel Hudo Ricci (2010)

La autobiografía, mediada por un tercero o no, igual que la biografía, parte de una serie de premisas que Hudo Ricci valida en su texto. Vista a posteriori, superados los escollos, la vida da una  impresión de unidad que el acontecer concreto no posee. A  los 61 años, Huddo Ricci está en posición de presumir que su existencia tenía un telos y que el 11 de marzo de 1971 representó un momento escatológico o la marca de un antes y un  después. La necesidad de organizar el conjunto desde esa perspectiva es evidente. ¿De qué otro modo el ser humano puede explicar un acontecimiento funesto que él mismo no provocó? ¿De qué otro modo puede sublimarlo? Sólo  desprendiéndose del poder de azar y presumiendo el  carácter estructurado del acontecer se consigue ese propósito. Esa es una actitud que las visiones teológicas y científicas de la Historia comparten sin muchos choques. El capítulo “La semilla del futuro” (14 ss.) es una propuesta en esa dirección. Una pregunta legítima en este caso es cuál hubiese sido el tempo de este texto si hubiese sido redactado en 1973 o en 1981. Solo lo propongo como una especulación para que el lector imagine todas las posibilidades que se pierden cuando se redacta un libro.

Una lectura

Voy a dejar de un lado la especulación. Presumiré que esta es la única manera posible que Hudo Ricci tuvo para procesar la memoria del 11 de marzo de 1971. Hudo Ricci, Carpeta 2704 ¡Inocente! puede ser leído como el relato de la historia espiritual de una parte significativa de una generación y un momento. Digo “una parte significativa” porque Hudo Ricci no traduce la memoria de toda la juventud militante: solo representa las trazas de una porción de aquella juventud que fue cargada por la riada de un proceso sobre el cual no tenía control.

La primera lección de mi lectura es simple: aquel peculiar rebelde New Age o de la Nueva Era fue un poco más complejo de lo imaginado. En él, el antibelicismo fue solo una de las muchas consideraciones en debate. También el racismo, el ambientalismo y el autoritarismo de los adultos y el estado, fue parte de aquel dilema. El independentismo, el eterno protagonista del discurso de los historiadores y el poder, no fue siquiera un componente significativo en la decisión que tomó aquel chico al disparar su pistola de perdigones contra los cadetes de ROTC en medio de una refriega. Si lo pongo en el lenguaje de la historia cultural, de lo que se trató fue de la manifestación del  agotamiento de la fe en las posibilidades de un proyecto  heredado, sensación análoga a la que percibí entre 1978 y 1979 cuando me integré a la vida universitaria y a la que percibo en algunos estudiantes en 2010.

La segunda lección tiene que ver con el papel de la espontaneidad y la irracionalidad en los procesos de masas. Las teorías, las ideologías y los programas, elementos que se posesionan del  lenguaje de los «revolucionarios de escritorio», esbozan malamente la complejidad de los fenómenos. La integración de Hudo Ricci al “bureo estudiantil” (76), como le denomina, no tuvo nada que ver con una decisión racional. Sin embarge es capaz de aceptar que esa “participación espontánea cambió mi vida, y la de cuantos caímos dentro de la vorágine de la violencia vivida” (75). La historia y la vida, reitero, no coinciden. Si fuera posible preguntarles a todos los “héroes” o “mártires” conocidos en qué lugar se encontraba la frontera que separaba  el hacer y el no hacer, muchos de ellos darían la misma respuesta.

La tercera lección tiene que ver con el principio anarquista del poder de coacción del estado que se manifiesta en la insistencia en apelar a las teorías de la conspiración para explicar lo inexplicable. Lo más interesante de todo es que, a pesar de lo inútiles que pueden resultar las teorías de la conspiración para comprender la historia social y política, el tejido de una gran novela policiaca bien pensada puede ser encontrado detrás de numerosos actos del gobierno. La función, pienso en Michel Foucault, de vigilar y castigar que posee el estado no es un delirio de ilusos. La premeditación y la alevosía de un estado que se imagina como un órgano homogéneo y represivo, anima cada infiltración (71) e inquieta durante un interrogatorio secreto (95) que solo el interrogador y el interrogado saben que se está llevando a cabo. El problema de esta intrigas es solo tocan al acusado sino que involucran a numerosas personas que nada tiene que ver con lo que se juzga (124). La conspiración actúa como un virus agresivo que todo lo daña. El relato autobiográfico de Hudo Ricci, derriba el mito de la inocencia del poder. Si su única lección fuese esta, para mí ya sería suficiente.

Si dejo a un lado la lectura heroica de la autobiografía o el testimonio de un inocente perseguido que encuentra su telos, me queda sobre la mesa un objeto más preciado. Se trata de la historia de un hombre de bien llamado Miguel Hudo Ricci que ha tenido que aprender a vivir más de una vez. En el proceso, se ha visto forzado a tomar la decisión de evadirse de un Miguel Hudo Ricci que él nunca fue. Entre el Miguel que construyó el estado y el que él veía cunado se miraba al espejo, había un abismo. Como en el cuento de Edgar Allan Poe, William Wilson tenía que matar a William Wilson a pesar de todos los riesgos y así lo hizo.

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