Puerto Rico entre siglos: Historiografía y cultura

May 20, 2015

Historiografía Puertorriqueña: los consensos teóricos liberales en el siglo 19

  • Mario R. Cancel Sepúlveda
  • Historiador y escritor

 

Las redes de lectura desde Abbad y Lasierra hasta Brau Asencio fueron intensas, a pesar de que al ambiente colonial censuraba la reproducción de los saberes históricos. Son demostrativas del hecho las quejas irónicas de Tapia y Rivera en el capítulo XXXII de Mis memorias (1882). El censor había «tachado de inconveniente la Elegía de Ponce de León, de Juan de Castellanos» y le propuso que suprimiera la Octava 17 del «Canto II» cuando la publicara en la Biblioteca Histórica de Puerto Rico (1854). Algo había en la estrofa que atentaba contra la imagen de la hispanidad. La Elegía… fue suprimida finalmente del libro. El hecho no era aislado: en agosto de 1854, un joven de nombre Daniel de Rivera y su editor Felipe Conde, fueron condenados por una situación análoga con un poema titulado «Agüeybana el bravo» publicado en Ponce. Tal parece que el frágil indianismo, indianismo sin indios, que afloraba en la década de 1850 era visto como un discurso subversivo que había que silenciar.

La censura y las limitaciones que imponía el mercado a la difusión de la palabra impresa no impidieron que los observadores y comentaristas de la historia puertorriqueña arribaran a varios consensos interpretativos. En términos generales, primero, todos aceptaban que Puerto Rico se modernizaba materialmente. En segundo lugar, la modernización que celebraban tenía que ver con un cambio económico social preciso: la transformación de la colonia de un territorio ganadero en uno agroexportador. El hecho de que la agricultura de subsistencia fuese superada por otra para la exportación era considerado un beneficio neto del cambio. En tercer lugar, aceptaron que el peso de la responsabilidad estaba en el crecimiento de la industria azucarera.

Las implicaciones políticas e ideológicas de aquel juicio eran varias. Por un lado, para Puerto Rico el camino de la modernización material había constituido una «vía alterna» a la del resto de Hispanoamérica. Puerto Rico no se separó del Imperio Español en medio del vacío de poder que implicó el 1808. Ello significaba que las relaciones políticas con el Imperio Español, la dependencia colonial, no impedía el proceso de modernización material sino que lo estimulaba. El desprestigio del separatismo entre una parte significativa de los sectores de poder era comprensible. La expresión del «progreso» en la isla acabó por poseer un carácter excepcional. En la práctica el país ya no era parte de Hispanoamérica porque Hispanoamérica ya no era España.

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Alejandro Tapia y Rivera y Salvador Brau Asencio

Por otro lado, la idea de la modernización que poseían los observadores y comentaristas de la historia era instrumental y contable. El discurso del Secretario de Gobierno Pedro Tomás de Córdova (1831-1838) es el que mejor ejemplifica esa concepción. En Córdova, integrista radical, la celebración de la modernización se convierte en un «culto a la personalidad» de aquel a quien reconoce como motor de la misma: el Gobernador Miguel de la Torre. El Capitán General, quien enfrentó el separatismo de un modo frontal, resumía para este autor los rasgos del «iluminado» y el «déspota lustrado» a la vez que asumía los atributos del «héroe» capaz de guiar a la «canalla» o el populacho, mientras se hacía «amar» y «temer». De la Torre es un modelo del príncipe de Nicolás Maquiavelo.

Al individualismo excepcional que, para Córdova, representa De la Torre, se añadía un elemento jurídico. La Cédula de 1815 era percibida como un documento fundacional del proceso de modernización. Lo cierto es que celebrando la Cédula de 1815 se elogiaba la figura autoritaria de Fernando VII, conocido como «El deseado» desde la ocupación napoleónica de la península. El mensaje era claro: Puerto Rico se modernizaba de la mano del autoritarismo, la tradición y la hispanidad. Nada de ello representaba una contradicción en el caso de Córdova. Él era integrista, antiseparatista y favorecía el absolutismo borbónico. Lo interesante es que otros comentaristas asociados al liberalismo reformista, asimilista, al especialismo y al autonomismo, compartieran buena parte de ellas. Historiadores como Alejandro Tapia y Rivera, José Julián Acosta y Calbo y Salvador Brau Asencio, las reprodujesen con algunas variantes. Aquellas disparidades se reducían a detalles producto de la plasticidad que poseía la «hispanidad compartida» en el contexto de sumisión colonial.

Tapia y Rivera valoraba del mismo modo la transición de una sociedad de ganaderos a una de agricultores pero miraba en dirección de otro «iluminado» o «héroe». En la Noticia histórica de Ramón Power (1873), proyectaba a aquel militar como «lo mejor de Puerto Rico» y lo reconocía como el artífice del cambio. De modo paralelo lo convertía en el signo de la identidad criolla apropiada como sinónimo de la puertorriqueña. Para Tapia y Rivera, Power proyectaba la posibilidad de un balance entre la hispanidad y la puertorriqueñidad. Power era fiel a la vez a Fernando VII y a los criollos, a pesar de que ser liberal y fernandino era una contradicción. Los liberales reformistas, asimilistas, especialistas y autonomistas resolvían aquella contradicción en nombre de la modernización material.

Acosta y Calbo tampoco difiere al enfrentar el tema de la modernización material en su prólogo a la obra de Iñigo Abbad y Lasierra (1866). Con alguna candidez exponía que su objetivo era explicar el «interesante periodo del desenvolvimiento de la riqueza pública del país». Para explicarlo usaba los mismos parámetros de Córdova: Puerto Rico creció al perder «los situados de México» tras la Independencia de Hispanoamérica. Los agentes modernizadores, aquellos que aprovecharon la nueva situación, fueron dos fuerzas exógenas ajenas a la voluntad del país. De un lado, la inmigración de extranjeros con capital; y de otro, la «libertad de comercio» autorizada desde 1815.

Para un abolicionista convencido el hecho de que no mencionara que la inmigración venía con capital y esclavos llama la atención. La esclavitud negra y el trabajo servil en la ruralía fueron consustanciales al crecimiento material de la colonia después de 1815. Para Acosta y Calbo, la modernización material significaba que Puerto Rico había dejado de ser «un miserable parásito» que vivía a costa de España y el Situado y se había convertido en una posesión beneficiosa para aquella. El desprecio al pasado resulta visible: la imagen de Puerto Rico como un «parásito» improductivo con un potencial no explotado era común en los comentaristas e historiadores del siglo 17 y 18. Las preguntas que surgen son muchas ¿Había sido Puerto Rico «un miserable parásito» de España antes de 1815? ¿Acaso celebraba Acosta y Calbo la relación con España en 1866? ¿Aceptaba un régimen políticamente autoritario porque era económicamente exitoso? ¿Para qué sectores fue exitoso? ¿La profundización del coloniaje desde la Ilustración y el Reformismo Ilustrado, equivalía a la modernización? Brau Asencio, autor de una «sociología histórica» o una «historia sociológica» que se confunde con un análisis socio-cultural elitista, elaboró una teoría de las etapas de la historia de Puerto Rico que no contradice a los anteriores. Su propuesta, sostenida en criterios socio-económicos comunes, reconocía dos estadios mayores: antes de 1815 y después de 1815. La tesitura de la teoría de las etapas de Augusto Comte se percibe en su discurso. El 1815 y la Cédula, representaban una frontera entre la no-modernización y la modernización material. El limen entre un pasado y un presente se define como un AC (antes de la Cédula), y un DC (después de la Cédula). Previo al 1815 el país producía azúcar, cacao y café en el marco colonial estrecho, el estancamiento dominaba y Puerto Rico permanecía al margen Progreso. Posterior al 1815, se garantizó el «despegue» económico en el marco que todavía era colonial tras el retorno del absolutismo.

Los agentes claves del «despegue» en Brau Asencio eran varios. En primer lugar, otra vez el ingreso de extranjeros con cultura y capital, suprimiendo de nuevo la cuestión de los esclavos. En segundo lugar, la liberalización, parcial por cierto, del comercio. Y en tercer lugar, la creación de la «Sociedad Económica de Amigos del País» en 1813, un cuerpo elitista asesor del Estado. Para Brau Asencio el Progreso equivalía al crecimiento de la agricultura comercial, por lo que la modernización se interpretaba en su sentido «positivo» o «material» o «contable» como en Córdova. Su propuesta constituía una celebración del protagonismo del Reino de España y Fernando VII en el proceso.

Es cierto que el cambio estaba allí, pero el mismo había conducido a una modernización material asimétrica que poseía enormes grietas. El historiador de Cabo Rojo se encargó de demostrarlo en numerosas ocasiones. En la «Herencia devota» y «La campesina», monografías publicadas en 1886, se esforzó en documentar que culturalmente el país no era «moderno» porque la gente común, la «canalla» o el populacho, vivían cegados por un conjunto de «supersticiones» que había que superar. Borrar las costumbres no ilustradas de la gente había sido la pasión de los costumbristas puertorriqueños desde Manuel Alonso Pacheco en 1849. El tono pontificador dominaba aquellos textos, salvo contadas excepciones. En gran medida, la meta de comprender el volkgeist no tenía por finalidad de conservar sino la de reformar y podar la irracionalidad de la gente.

Brau Asencio, como Acosta y Calbo antes, se cuidó de pasar juicio sobre el absolutismo fernandino. No señaló el carácter conservador y antiseparatista de la inmigración de la cual el provenía, como tampoco mencionó la intensificación de la esclavitud en el marco del crecimiento de la economía de hacienda azucarera a pesar de su abolicionismo militante. En el proceso idealizó al inmigrante: «no llegaron…para oprimir sino víctimas de la opresión…». La candidez se imponía otra vez en el discurso. La intelectualidad hispana, integrista o conservadora, y la criolla liberal reformista, asimilista, especialista y autonomista, legitimaron un proceso de modernización impulsado desde «arriba» de un modo «autoritario» que sirvió para garantizar la relación de explotación colonial y profesionalizó la misma con rendimientos para España. Aquellos argumentos se apoyaban en una presunción teórica indemostrable: la fe en que la modernización económica (y el liberalismo económico), conducirían forzosamente a la modernización política (y el liberalismo político) en un futuro no precisado. El respeto o sumisión a la hispanidad era incuestionable. Todos condenaban las luchas separatistas por igual. En el caso de Brau Asencio, el pecado separatista consistía en que aquellas luchas habían forzado la emigración. La moderación política se impuso sobre el discurso historiográfico puertorriqueño del siglo 19.

Nota: Publicado originalmente en 80 Grados-Historia el 2 de mayo de 2014

septiembre 4, 2013

Juan de Castellanos y la Elegía VI de 1589

Elegía VI

(A la muerte de Juan Ponce de León, donde se cuenta la conquista del Boriquén, con otras muchas particularidades)

 

Canto Primero (Fragmento)

Voz de mi ronco pecho, que profesa

Grandes cosas en versos apacibles,

Desea perfeción en su promesa,

Con muertes de varones invencibles;

E ya Joan Ponce de León da priesa

Con hechos que parecen imposibles;

Pues tuvo, como fue cosa notoria,

En muy menos la vida que la gloria.

 *

Este hidalgo fue cual le convino

A la Belona fiera y a sus artes,

Y con el gran Colón hizo camino

Debajo de guerreros estandartes;

En aquella segunda vez que vino

A los descubrimientos destas partes,

Señaló grandemente su persona

En allanar la gran Anacaona.

*

En Higüey, de quien ya hecimos lista,

Por Nicolás de Ovando fué justicia,

Donde por indio que habló de vista,

Del rico Boriquén tuvo noticia;

Pidió con gran instancia la conquista,

Por ser empresa digna de codicia;

Ovando se la dio, y á muchas gentes

Condutas de conquistas diferentes.

*

Porque cuando Haytí se combatía

Había caballeros generosos, Señaladísimos en valentía,

De mayores empresas codiciosos;

Ansí cada cual dellos pretendía

Conduta de gobiernos honorosos,

Para mejor probar su fuerte diestra

Y dar de su valor más clara muestra.

*

El comendador pues se determina

De dar do se conquiste gente rica;

A Velázquez le dio la Fernandina,

Y al capitán Garay á Jamaica:

Ser desto cada cual persona dina,

Por larga prueba ya se certifica,

Y al Ponce de León, con largo mando,

El Borinquén, a quien me voy llegando.

*

En diez y siete y diez y ocho grados

Se suele computar altura deste;

Los diámetros tienen prolongados

Cincuenta y cinco leguas leste oeste;

Rodéala por puntas y por lados

De belicosa gente brava hueste;

Hecho y fama tiene de guerrera,

Porque de los caribes es frontera.

 *

Por treinta leguas hace sus desvíos

De los Hayties ya conmemorados;

Van por su medio montes poco fríos,

Porque los aires son todos templados:

Vierten a todas partes dulces ríos,

Cuyas arenas son granos dorados,

Sus recodos, remansos, vertederos

Abundan de riquísimos veneros.

[Continúa la descripción de la banda  norte y oeste, el relato de la primera exploración de Ponce de León y su evaluación de la misma, el encuentro con Agueibaná y su madre vieja y el trato entre Los cristianos y los taínos y la conversión de Agueibaná y su madre al cristianismo, bautizados como Joan Ponce de León y doña Inés. Al iniciar la colonización, Diego Colón recupera la herencia de su padre Cristóbal Colón, envía a Puerto Rico a Cristóbal de Sotomayor y Juan Cerón como Gobernador y Miguel Díaz como Alguacil, poniendo en peligro los títulos de Ponce de León. Los versos que siguen hablan del segundo viaje de Ponce de león a San Juan Bautista.]

Volvióse pues Joan Ponce despojado

Al Boriquén que vamos allanando;

Pero muy poco tiempo ya pasado,

El rey le mandó dar el dicho mando,

Siendo de sus servicios informado

Por larga relación del buen Ovando,

Y el Sotomayor fue favorecido

Del Joan Ponce después de proveído.

*

Y ansí, con cortesano cumplimiento

De justicia mayor le dio renombre,

Y al rey Agueibaná en repartimiento.

Fundado pueblo, dicho de su nombre;

Pero después diré con lo que cuento

La grande desventura deste hombre,

Que fue causa de muchos otros daños

Que sucedieron en aquellos años.

*

Con el primer consorcio castellano,

Bien lejos de la mar y malos puestos,

A Caparra fundó, pueblo mal sano,

Donde todos andaban indios puestos:

Al cual mucho después le dio de mano

Y le buscó lugares bien compuestos,

Junto de Bayamón que lo bastece,

Y donde de presente permanece.

*

Son sus vecinos gente bien lucida,

Nobles, caratativos, generosos;

Hay fuerza de pertrechos proveída,

Monasterios de buenos religiosos,

Iglesia catedral muy bien servida.

Ministros dotos, limpios, virtuosos;

Fué su primer pastor y su descanso

Aquel santo varón Alonso Manso:

*

Varón de benditísimas costumbres,

En las divinas letras cabal hombre,

Dignísimo de más escelsas cumbres,

Merecedor de más alto renombre,

Su nombre denotaba mansedumbres,

Y ansí midió sus obras con su nombre;

Fue de menesterosos gran abrigo;

Porque lo conocí, sé lo que digo.

*

Fundó Caparra, pues, año de nueve

Joan Ponce de León, hombre bastante;

Mas cuando por lo dicho la remueve,

Serían doce años adelante;

Y por cumplir mi pluma lo que debe,

Diremos otros pueblos, Dios mediante,

Que fundaron entonces los primeros,

Aunque los menos fueron duraderos.

*

Después al noroeste de Guayama,

Río que tengo ya conmemorado,

En un sitio, que Guánica se llama,

Tuvieron otro pueblo fabricado;

Bahía, pero tal que, según fama,

Es la mejor de todo lo criado;

Fundólo don Cristóbal do decimos,

Que es el Sotomayor que referimos.

*

Más donde manifiestan mis escritos,

No comportó la gente ser poblada,

Por ser tanta la copia de mosquitos

Que nunca se vio plaga tan pesada;

Y ansí, vencido ya de tantos gritos,

La pasó don Cristóbal al Aguada,

Que es al oeste norueste desta vía

Con nombre del renombre que él tenía.

*

Aquí y en todas las demás distancias

Servían indios por repartimientos;

Había fertilísimas estancias,

Y en ellas españoles muy contentos;

Crecían cada día tas ganancias,

De oro caudalosos nacimientos,

En Quiminén, Guainea y Horomicos,

Duyey y Cabuin, ríos bien ricos.

*

Huye la chisme, cesa la conseja,

Crece contento, nace regocijo,

Sin olor ni barrunto ni semeja

De guerra ni contienda ni letijo;

Asegurándolos la buena vieja,

Y el buen Agueibaná su noble hijo;

Los indios más feroces y más bravos

Servían mucho más que los esclavos.

*

Gozaba, como digo, nuestra gente

De riquezas, contento y alegría,

Con el Agueibaná, varón prudente,

Por quién toda la tierra se regía;

Murió la madre, y él de muy doliente

Vido también su postrimero día;

Al heredero, pero, no le plugo

Sufrir ni tolerar tan duro yugo.

*

Algunos españoles mal regidos,

Fiando de las viejas amistades,

Andaban por mil partes divertidos,

En sus estancias, minas y heredades;

Casi que para siempre despedidos.

De cualesquier rebeldes novedades.

Aunque días atrás, obra de un año,

Negocio sucedió no poco estraño.

[Continúa con el relato del rapto de Juan Suárez Sevillano por el cacique Aimanio de la región del Río Culebrinas entre Quebradillas, Moca y Lares, para jugar su sacrificio en un juego de pelota. Un paje taíno reporta el hecho a Diego de Salazar cerca de Utuado, quien se acerca al juego de pelota, enfrenta a los taínos, salva a Suárez Sevillano y consigue un pacto con Aimanio quien incluso se convierte al cristianismo y obtiene el nombre de su vencedor. La descripción del combate es amplia y detallada. El intento de sacrificio de Suárez Sevillano antecede a la ejecución de Diego de Salcedo en el Río Grande de Añasco.]

 

Comentarios:

Juan de Castellanos (Sevilla 1522-Tunja 1606)  es un Cronista que escribe su crónica en verso. La  “Elegía VI” de Juan de Castellanos, impresa en Madrid en 1589, es un canto elegíaco o lamentación ante la muerte del héroe Juan  Ponce de León. El poema es  parte de un extenso poema, las Elegías de Valores Ilustres de Indias, escrito en octavas reales, es decir, estrofas de 8 versos de 11 sílabas cada uno que para el lector moderno suelen resultar complejos y abarrocados. Con un total de 150,000 versos, el lector se encuentra ante una obra monumental de Historia y Literatura Americana que, más que elegía, resulta en una épica o celebración de la conquista. Castellanos pertenece a una segunda generación de Cronistas de la conquista. No fue testigo de los descubrimientos ni conquistador activo, pero vivió en las Antillas lo mismo en San Juan Bautista, Santo Domingo,  Isla Margarita y Trinidad. Sus días terminaron en Nueva Granada -Colombia- donde se radicó en Tunja, lugar en el cual falleció a los 84 años. Castellanos estuvo en situación de celebrar la transformación del Reino de España en una potencia mundial, pero también fue testigo del inicio de la decadencia de su poder ante los otros, poderes europeos que penetraban América a principios del siglo 17. Como se sabe, desde 1590, el Reino de Inglaterra y de Holanda, se consolidaron como poderes, y entre 1595 y 1625, las agresiones a Puerto Rico y al Imperio fueron comunes.

Juan de Castellanos

Juan de Castellanos

El texto se explica por sí solo: comienza con una invocación, sigue con una biografía de Ponce de León en Santo Domingo, continúa con su arribo a San Juan Bautista y su descripción. La primera y la segunda visita se ven afectadas por la llegada de Diego Colón al poder y su intervención en los trabajos de Ponce de León quien es es alabado como un administrador impecable y justo con los taínos. El fragmento termina en la antesala de los conflictos entre taínos rebeldes e hispano-europeos.

Lo más relevante es la construcción de la imagen de Ponce de León como signo heroico y la reafirmación de su condición de cristiano consciente. El hecho de que Castellanos reafirme que bajo su mando la relación con los taínos estaba llena de “riquezas, contento y alegría”, ha servido de base para el culto de Ponce de León en Puerto Rico, salvar su imagen y acusar a otros “españoles mal regidos” de la crisis en las relaciones entre taínos e hispano-europeos entre 1508 y 1511.

Una fuente alterna que puede consultar cualquier interesado es: Mario R. Cancel, “Visión del aborigen en la Elegía VI de Juan de Castellanos: Una relectura”. Revista de la Universidad de América 7.2 (1995): 97-102. Hay una versión similar titulada “Visión del aborigen en la Elegía VI de Juan de Castellanos: La mala lectura”. El cuervo 14 (1995): 33-42. El fragmento tiene numerosos arcaísmos. Para aclarar cualquier duda sobre el lenguaje, recomiendo que visite los sitios de  Real Academia Española y El Nuevo Tesoro Lexicográfico, valioso recurso que incluye los diccionarios desde 1726.

 

  • Mario R. Cancel Sepúlveda
  • Catedrático de Historia y escritor

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