Puerto Rico entre siglos: Historiografía y cultura

octubre 23, 2010

Crónica de Indias: La Rebelión Arahuaca (1511)

Versión tomada de Gonzalo Fernández de Oviedo. Historia general y natural de Indias. Libro XVI (1535)

Capítulo 5  Que trata de la muerte de don Chripstóbal de Sotomayor y otros christianos: y como escapó Johan Gonçalez, la lengua, con quatro heridas muy grandes, y lo que anduvo assi herido en una noche, sin se curar, y otras cosas tocantes al discurso de la historia.

Tomando a la historia del levantamiento de los indios, digo, que después que los principales dellos se confederaron para su rebelión, cupo al cacique Agüeybana, que era el mayor señor de la isla, de matar a D. Chripstóbal de Sotomayor, su amo, a quien el mesmo cacique servía y estaba encomendado por repartimiento, según tengo dicho, en la casa del cual estaba ; y jugáronlo a la pelota o juegos que ellos llaman del batey, que es lo mesmo. Y una hermana del cacique que tenía D. Chripstóbal por amiga, le avisó y le dixo: “Señor, vete de aquí: que este mi hermano es bellaco y te quiere matar.”

Mineros aruacos

Y una lengua que D. Chripstóbal tenía llamado Johan Goncalez, se desnudó una noche y se embixó o pintó de aquella unción colorada, que se dixo en el libro VIII capítulo VI que los indios llaman bixa con que se pintan para ir a pelear, o para los areytos y cantares y cuando quieren parecer bien. Y como el Johan Gonçalez venía desnudo y pintado y era de noche y se entró entre los que cantaban en el corro del areyto, vio y oyó como cantaban la muerte de D. Chripstóbal de Sotomayor, y de los christianos que con él estaban; y salido del cantar quando vido tiempo y le paresció, avisó a D. Chripstóbal y díxole la maldad de los indios y lo que avían cantado en el areyto y tenían acordado. El qual tuvo tan mal acuerdo, que como no avía dado crédito a la india cacica, tampoco creyó al Johan Gonçalez: la qual lengua le dijo: “Señor esta noche nos podemos yr, y mirad que os va la vida en ello: que yo os llevaré por donde no os hallen.” Pero como su fin era llegado, no lo quiso hacer.

Con todo eso, assi como otro día amaneció, estimulado su ánimo y como sospechoso, acordó de se yr; mas ya era sin tiempo: y dixo al cacique, que él se quería yr donde estaba el gobernador Johan Ponce de León, y él dixo que fuesse en buena hora, y mandó luego venir indios que fuessen con él, y le llevassen las cargas y su ropa, y dióselos bien instintos de lo que avían de hacer; y mandóles que quando viesen su gente, se aleasen con el hato y lo que llevaban y fue assi: que después de ser partido D. Chripstóbal, salió tras él el mismo cacique con gente y alcanzóle una legua de allí de su assiento en un río que se dice Cauyo. [Río Cañas]

Y antes que a él llegasen, alcanzaron al Johan Gonçalez, la lengua, y tomáronle la espada y diéronle ciertas heridas grandes, y queríanle acabar de matar: y como llegó luego Agüeybana, dixo la lengua, en el lenguaje de los indios: “Señor, ¿por qué me mandas matar? Yo te serviré y seré tu naboría,” y entonces dixo el cacique: Adelante a mi datihao  [guaitiao o hermano] (que quiere decir mi señor, o el que como yo se nombra), dexa ese bellaco.” Y assi le dexaron, pero con tres heridas grandes y peligrosas, y passaron y mataron a D. Chripstóbal y a los otros chripstianos que yban con él (que eran otros quatro) a macanazos; quiero decir con aquellas macanas que usan por armas, y flechándolos.

Y hecho aquesto, volvieron atrás para acabar de matar al Johan Gonçalez, la lengua; pero él se había subido en un árbol y vido como le andaban buscando por el rastro de la sangre, y no quiso Dios que le viessen ni hallasen; porque como la tierra es muy espessa de arboledas y ramas, y él se avía desviado del camino y emboscado, se escapó desta manera. Y fuera muy grande mal si este Johan Gonçalez allí muriera, porque era grande lengua; el qual después que fue de noche, baxó del árbol y anduvo tanto que atravesó la sierra de Xacagua, y créese que guiado por Dios o por el ángel, y con favor suyo tuvo esfuerço y vida para ello, según yba mal herido. Finalmente él salió a Coa [Toa], que era una estancia del rey; pero él creía que era el Otuao, donde penssaba que lo avían de matar, porque era tierra aleada y de lo que estaba rebelado; pero su estimativa era hija de su miedo con que yba; y avía andado quince leguas más de lo que se penssaba. Y como allí avía chripstianos, viéronle; y él estaba ya tal y tan dessangrado y enflaquecido, que sin vista cayó en tierra. Pero como le vieron tal, socorriéndole con darle algo que comió y bebió y cobró algún esfuerço y vigor, y pudo hablar, aunque con pena, y dixo lo que había passado.

Y luego hicieron mandado al capitán Johan Ponce notificándole todo lo que es dicho: el qual luego apercibió su gente para castigar los indios y hacerles la guerra. En la cual sazón llegó el Diego de Salaçar con la gente que avía escapado con él, según se dixo en el capítulo de suso. Y luego Johan Ponce envió al capitán Miguel de Toro con quarenta hombres a buscar a Don Chripstóbal, al qual hallaron enterrado (porque el cacique le mandó enterrar) y tan somero o mal cubierto que tenía los pies de fuera. Y este capitán y los que con él yban hicieron una sepultura, en que lo enterraron bien, y pusieron a la par della una cruz alta y grande. Y aqueste fue el principio y causa de la guerra contra Agüeybana y los otros indios de la isla de Boriquen, llamada ahora Sanct Johan.

(…)

Capítulo 8 Como los indios tenían por inmortales a los chripstianos luego que pasearon a la isla de Sanct Johan, y como acordaron de se alear y no lo osaban emprender hasta ser certificados si los chripstianos podían morir o no. Y la manera que tuvieron para lo experimentar.

Por las cosas que avían oído los indios de la isla de Sanct Johan de la conquista y guerra passadas en esta Isla Española, y sabiendo, como sabían ellos, que esta Isla es muy grande y que estaba muy poblada y llena de gente de los naturales della, creían que era imposible averla sojuzgado los chripstianos, sino porque debían ser inmortales, y por heridas ni otro desastre no podían morir; y que como avían venido de hacia donde el sol sale, assi peleaban; que era gente celestial e hijos del Sol, y que los indios no eran poderosos para los poder ofender. Y como vieron que en la isla de Sanct Johan ya se avían entrado y hecho señores de la Isla, aunque en los chripstianos no avía sino hasta doscientas personas pocas más o menos que fuessen hombres para tomar armas, estaban determinados de no se dexar sojuzgar de tan pocos, y querían procurar su libertad y no servirlos; pero temíanlos y pensaban que eran inmortales.

Hamaca aruaca

Y juntados los señores de la Isla en secreto, para disputar desta materia, acordaron que antes que se moviessen a su rebelión, era bien experimentar primero aquesto, y salir de su dubda, y hacer la experiencia en algún chripstiano desmandado o que pudiessen aver aparte y solo; y tomó a cargo de saberlo un cacique llamado Urayoán, señor de la provincia de Yagüeca, el qual para ello tuvo esta manera. Acaescióse en su tierra un mancebo, que se llamaba Salcedo y passaba a donde los chripstianos estaban, y por manera de le hacer cortesía y ayudarle a llevar su ropa, envió este cacique con él quince o veinte indios, después que le ovo dado muy bien de comer y mostrádole mucho amor. El qual yendo seguro y muy obligado al cacique por el buen acogimiento, al pasar de un río que se dice Guaorabo, que es a la parte occidental y entra en la bahía en que agora está el pueblo y villa de Sanct Germán, dijerónle: “Señor, quieres que te passemos, porque no te mojes,” y él dijo que sí, y holgó dello, que no debiera, siquiera porque demás del peligro notorio en que caen los que confían de sus enemigos, se declaran los hombres que tal hacen por de poca prudencia. Los indios le tomaron sobre sus hombros, para lo qual se escogieron los más recios y de más esfuerço y quando fueron en la mitad del río, metiéronle debajo del agua y cargaron con él los que le passaban y los que avían quedado mirándoles, porque todos yban para su muerte de un acuerdo, y ahogáronle; y después que estuvo muerto sacáronle a la ribera y costa del río, y decíanle: “Señor Salcedo, levántate y perdónanos que caymos contigo, e iremos nuestro camino.” Y con estas preguntas y otras tales le tuvieron assi tres días, hasta que olió mal, y aun hasta entonces ni creían que aquél estaba muerto ni que los chripstianos morían.

Y desque se certificaron que eran mortales por la forma que he dicho, hiciéronlo saber al cacique, el qual cada día enviaba otros indios a ver si se levantaba el Salcedo; y aun dubdando si le decían verdad, él mismo quiso yr a lo ver, hasta tanto que passados algunos días, le vieron mucho más dañado y podrido a aquel pecador. Y de allí tomaron atrevimiento y confiança para su rebelión, y pusieron en obra de matar los chripstianos, y alearse y hacer lo que tengo dicho en los capítulos desuso.

Capítulo 9 De las batallas y recuentros más principales que ovo en el tiempo de la guerra y conquista de la isla de Sanct Johan, por otro nombre dicha Boriquen

Después que los indios se ovieron rebelado y muerto la mitad o quassi de los chripstianos, y el gobernador Johan Ponce de León dio orden en hacer los capitanes que he dicho y poner recaudo en la vida y salud de los que quedaban vivos, ovieron los chripstianos y los indios la primera batalla en la tierra de Agüeybana, en la boca del río Coayuco, a donde murieron muchos indios, assi caribes de las islas comarcanas y flecheros, con quien se habían juntado como de los de la tierra que se querían passar a un isleta que se llama Ángulo, que está cerca de la isla de Sanct Johan a la parte del Sur como lo tengo dicho. Y dieron los chripstianos sobre ellos de noche al quarto del alba, e hicieron grande estrago en ellos, y quedaron deste vencimiento muy hostigados y sospechosos de la inmortalidad de los chripstianos. Y unos indios decían que no era possible sino que los que ellos avían muerto a trayción avían resucitado; y otros decían que do quiera que oviesse chripstianos, hacían tanto los pocos como los muchos. Esta batalla venció el gobernador Johan Ponce, aviendo para cada chripstiano más de diez enemigos; y passó desde a pocos días después que se avían los indios alçado.

Desde allí se fue Johan Ponce a la villa de Caparra, y reformó la gente y capitanías con alguna más compañía que avía, y fue luego a assentar su real en Aymaco [Río Culebrinas], y envió a los capitanes Luys de Añasco y Miguel de Toro a entrar desde allí con hasta cinquenta hombres, y supo como el cacique Mabodamoca [de Guajataca] estaba con seyscientos hombres esperando en cierta parte, y decía que fuessen allá los chripstianos, que los atendería y tenía limpios los caminos. Y sabido esto por Johan Ponce, envió allá al capitán Diego de Salazar, al qual llamaban capitán de los cojos y de los muchachos; y aunque parecía escarnio por su gente la más flaca, los cuerdos lo tomaban por lo que era razón de entenderlo, porque la persona del capitán era tan valerosa, que suplía todos los defetos y flaqueza de sus soldados, no porque fuessen flacos de ánimo, pero porque a unos faltaba salud para sofrir los trabajos de la guerra, y otros que eran mancebos, no tenían edad ni experiencia. Pero con todas estas dificultades llegó donde Mabodamoca estaba con la gente que he dicho, y peleó con él, e hizo aquella noche tal matanza y castigo en los indios que murieron dellos ciento y cinquenta, sin que algún chripstiano peligrasse ni oviesse herida mortal, aunque algunos ovo heridos; y puso en huyda los enemigos restantes.

Piña de las Antillas

En esta batalla Johan de León de quien atrás se hizo memoria, se desmandó de la compañía por seguir tras un cacique que vido salir de la batalla huyendo, y llevaba en los pechos un guanín o pieza de oro de las que suelen los indios principales colgarse al cuello; y como era mancebo suelto alcançole y quísole prender; pero el indio era de grandes fuerças y vinieron a los braços por más de un quarto de ora, y de los otros indios que escapaban huyendo, ovo quien los vido assi trabados en un barranco donde estaban haciendo su batalla, y un indio socorrió al otro que estaba defendiéndose del Johan de León, el qual porque no paresciesse que pedía socorro, oviera de perder la vida. Pero no quiso Dios que tan buen hombre assi muriesse, y acaso un chripstiano salió tras otro indio y vido a Johan de León peleando con los dos que he dicho, y en estado que se viera en trabaxo o perdiera la vida; entonces el chripstiano dexó de seguir al indio, y fuele a socorrer, y assi mataron los dos chripstianos a los dos indios que eran aquel cacique, con quien Johan de León se combatía primero, y al indio que le ayudaba o le avía socorrido. Y desta manera, escapó Johan de León del peligro, en que estuvo.

Avida esta victoria y vencimiento que he dicho, assi como esclaresció el día, llegó el gobernador Johan Ponce de León por la mañana con la gente que él traía y la retaguarda, algo desviado del capitán Diego de Salaçar y no supo cosa alguna hasta que halló los vencedores bebiendo y descansando de lo que avían trabaxado, en espacio de tiempo de dos horas y media o tres que habían peleado con los enemigos. De lo qual todos los chripstianos dieron muchas gracias a nuestro Señor porque assi favorescía y ayudaba milagrosamente a los chripstianos.

Capítulo 10 De otra guazábara o recuento que ovieron los españoles con los indios de la isla de Boriquen o de Sanct Johan

Después que se passó la batalla, de quien se tracto en el capítulo precedente, juntáronse la mayor parte de los indios de la isla de Boriquen; y sabido por el gobernador Johan Ponce ovo nueva como en la provincia de Yagüeca se hacía el ayuntamiento de los contrarios contra los chripstianos, y con entera determinación de morir todos los indios o acabar de matar todos los chripstianos, pues eran pocos y sabían que eran mortales como ellos. Y con mucha diligencia el gobernador juntó sus capitanes, y poco más de ochenta hombres, y fue a buscar a los indios, los quales passaban de once mil hombres; y como llegaron a vista los unos de los otros quassi al poner del sol, assentaron real los chripstianos con algunas ligeras escaramuzas; y como los indios vieron con tan buen ánimo y voluntad de pelear los españoles, y que los avían ydo a buscar, comenzaron a tentar si pudieran de presto ponerlos en huyda o vencerlos. Pero los chripstianos comportando y resistiendo, assentaron a su despecho de los contrarios, su real muy cerca de los enemigos, y salían algunos indios sueltos y de buen ánimo a mover la batalla; pero los chripstianos estuvieron quedos y en mucho concierto y apercibidos junto a sus banderas, y salían algunos mancebos sueltos de los nuestros y tornaban a su batallón, aviendo fecho algún buen tiro de asta o de ballesta.

Y assi los unos y los otros temporiçando esperaban que el contrario principiasse el rompimiento de la batalla; y assi atendiéndosse los unos por los otros, siguióse que un escopetero derribó de un tiro un indio, y creyóse que debiera ser hombre muy principal, porque luego los indios perdieron el ánimo que hasta aquella hora mostraba y arredraron un poco atrás su ejército donde la escopeta no alcançasse. Y assi como la misma noche fue bien oscuro se retiró para fuera el gobernador, y se salió con toda su gente, aunque contra voluntad y parescer de algunos porque parescía que de temor rehusaban la batalla; pero en fin a él le paresció que era tentar a Dios pelear con tanta moltitud y poner a tanto riesgo los pocos que eran, y que a guerra guerreada, harían mejor sus hechos que no metiendo todo el resto a una jornada: lo cual él miró como prudente capitán, según paresció por el efeto y subcesso de las cosas adelante.

Comentario:

Los capítulos 5, 8, 9 y 10 de la Crónica de Fernández de Oviedo, contiene una de las versiones más difundidas de la rebelión de los arahuacos insulares de Puerto Rico, llamado hoy taínos, contra los españoles en 1511. He separado los capítulos en párrafos breves para facilitar su lectura y he apuntado algunas referencias geográficas para comprender el escenario de la guerra.

La idea de que se trata de una Guerra Santa y de que los arahuacos insulares tuvieron el apoyo de los Caribes, me parecen puntos cruciales. Del mismo modo, el carácter mágico de la guerra que proyectan los arahuacos insulares, contrasta con la táctica racional de los españoles. La invención del Conquistador Heroico tiene en Sotomayor, Ponce de León y González y el escopetero León, excelentes modelos. El Mártir se personifica en Salcedo. La imagen del arahuaco insular rebelde contrasta vivamente con aquellas. La devaluación del arahuaco es tal que Sotomayor no da crédito a la conspiración cuando se la confiesa la hermana del cabecilla. Sin embargo la acepta como real cuando quien la delata es González, el traductor o lengua.

La forma en que se configura el Héroe, combinando racionalidad y sagacidad, devalúa al Indio. González es el mejor modelo de ello y cuando se contrasta su capacidad para el engaño con la de los arahuacos que ahogan a Salcedo, el texto justifica la primera pero censura la otra. El Héroe es capaz de alcanzar extraordinarios extremos: la travesía desde el oeste de la isla hasta el Toa en el noreste, es una tarea titánica que resulta inconcebible pero no imposible. La devaluación de la racionalidad del Indio se confirma con el relato de su percepción de los Cristianos como inmortales. Lo más probable es que los asociaran con seres excepcionales provenientes del Oriente, como sucede en buena parte de los mitos  Indoamericanos y que los vincularan a alguna promesa de retorno de seres celestes que estuviese por cumplirse. La noción de la inmortalidad posee un fuerte contenido semántico ligado a la tradición cristiana que oscurece el texto. Los arahuacos conocían la idea de la inmortalidad pero más bien la adjudicaban a sus hombre másgicos tales como los behíques y, probablemente, sus caciques.

La descripción de las batallas es valiosa en especial cuando se compararan los movimientos de una y otra tropa. El relato sugiere que, como en el caso del resto de América, los naturales hacían un tipo de guerra en donde la táctica racional era menos influyente que la magia. La idea de que el opositor era un ser mágico, debió ser crucial en la actitud de los combatientes arahuacos: con toda probabilidad peleaban a sabiendas de que iban a ser derrotados por el Otro y los Cristianos lo sabían y fueron capaces de sacar ventaja de ello. La Magicalidad que expresan los Indios y la Sacralidad que los Cristianos otorgan a la Guerra Santa son diferentes, como se demuestra en el texto.

  • Mario R. Cancel
  • Historiador y escritor

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