Puerto Rico entre siglos: Historiografía y cultura

julio 28, 2023

Bonocio Tió y la cultura puertorriqueña del siglo XIX

  • Mario R. Cancel Sepúlveda
  • Historiador

Publicado originalmente en Claridad-En Rojo, 22-28 de abril de 2004: 22-23.

Hablar del olvido de ciertos episodios y figuras en la historia de Puerto Rico es lugar común de nuestra historiografía. No tengo por lo tanto que insistir en que Bonocio Tió Segarra, como tantos otros, no ha sido materia de estudio sistemático de los investigadores profesionales a pesar de los valores que signan una vida pública y privada valiosa por sí sola. Es posible que su papel político desde la resistencia antiespañola, y su condición de esposo de una de las mujeres más comentadas de la historia nacional, Lola Rodríguez, tenga mucho que ver con eso.

Pero también, y esto es un problema puramente técnico, la tardía recopilación de su obra que recién elabora Carlos F. Mendoza Tió,[1] ha sido un impedimento para la difusión de su rica y compleja vida dentro de un siglo, el XIX, que se acostumbró muy rápido al culto de ciertas figuras canónicas.

Nacido en Lajas el 30 de enero de 1839, Tió Segarra es parte de la vigorosa generación criolla que se formó en la América posindependencia y que, desde una posición privilegiada, pudieron elaborar una imagen articulada de lo que llamo el primer «puertorriqueñismo académico» identificable. Aquella promoción que vio crecer a figuras tan dispares como Eugenio María de Hostos y Ramón E. Betances, Alejandro Tapia y Rivera y José Julián Acosta, Martín Travieso y José Coll y Britapaja, Francisco y José Marcial Quiñones, fue definitiva en los campos de combate tanto cívicos como culturales en el proceso de maduración de lo que el siglo XX reconocería como la «nacionalidad puertorriqueña». Desde la resistencia radical hasta la resistencia tolerante con todas sus variantes, nadie puede negar que allí había nacido una comunidad opinionada capaz de redamar a España cambios en un régimen envejecido y agonizante.

Bonocio Tió Segarra

Formado originalmente en San Germán, símbolo junto a la capital del más adusto coloniaje español, se desarrolló Tió Segaría en un momento en que la colonia sentía el crecimiento de la industria azucarera y la vigorización de su comercio tras la pérdida del gigantesco imperio español en la América continental.

A temprana edad es enviado a la Universidad de Barcelona, estudios que no me consta haya terminado. La importancia del ambiente catalán me parece clave. En aquella universidad estudiaron Manuel Corchado y Juarbe[2] y José Coll y Britapaja, dos de las personalidades liminares del pensamiento heterodoxo en Puerto Rico. En distintos periodos, Barcelona recibió a figuras como Manuel Alonso Pacheco, Santiago Vidarte, Francisco Vasallo, Cayetano Coll y Tosté, Federico Degetau, Cayetano Coll y Cuchí, Rosendo Matienzo Cintrón, Manuel Zeno Gandía, José Gualberto Padilla y tantos otros, todos claves en la formación de la ambigua conciencia criolla del siglo XIX insular.[3]

Barcelona fue un hervidero durante aquella segunda mitad del siglo XDC y a fines de la década de 1870 y entrada la de 1880, las vanguardias anarquistas, culturales e ideo-religiosas dominaban la ciudad condal. Estudiar el impacto de aquel contexto en la vida de Tió Segarra y su generación es una tarea que nadie se ha propuesto ejecutar todavía. Lo cierto es que Tió Segarra, aunque parece haberse desarrollado al margen de aquellas corrientes retadoras del orden hispano-católico, cultivó el contacto con aquellos compañeros de estudio hasta el final de su vida.[4]

Visto desde adentro de Puerto Rico Tió Segarra; desenvuelve como un espíritu más tradicional y clásico que el de los sectores radicales de la década de 1860, la inquieta o la intranquila. Entre liberalismo, autonomismo y separatismo, se desplegaron las actividades políticas del pensador de Lajas. Yo me atrevo a afirmar que en Tió Segarra anidaba un «radicalismo esencial» por todo lo que esas ideologías significaron en términos de un reto para la España decimonónica. Progresista en el sentido neoclásico y moderno de la palabra, a Tió Segarra no le quedaba otra alternativa que rechazar una tradición imperial que atentaba contra los grandes proyectos de su siglo, el adelanto material de occidente.

La mejor imagen de lo que llevo dicho puede percibirse en su poco difundida obra periodística y literaria en general. Tió Segarra es un humanista por afición. Ya se sabe cuan hermanadas estuvieron durante el siglo XLX la experiencia periodística y la literaria como agentes creadores de opinión en los sectores cultos del orden criollo.

El periodismo independiente y de opinión y, en menor grado, la industria del libro nuclearon buena parte de aquella promoción de intelectuales a la vez que hicieron posible la maduración de toda una serie de proyectos políticos e ideológicos claves para la comprensión de la conciencia criolla del momento. Tió Segarra fue uno de los protagonistas de aquella gesta de la prensa insular y Mayagüez, foco editorial de gran pujanza, fue el centro de operaciones que el joven lajeño eligió en 1869 trasladarse a aquella localidad para formar su negocio «París en América».[5] Pedro Perea Roselló asegura que su casa ubicaba en la esquina noroeste de las calles Sol y Mirasol y que periodismo y tertulia se compaginaron para convertir a aquel escenario en uno peligroso para las autoridades.[6] Habitante de una urbe dinámica, lejos del Lajas natal y del San Germán de las tradiciones, Tió Segarra aseguró su espacio en la historia de las ideas insulares.

A pesar de todo lo que se diga, siempre he creído que la zona suroeste de Puerto Rico ha jugado un papel definitivo en la invención del canon puertorriqueño. No creo tener que aclarar que no se trata del regionalismo cómodo que trata de inventar el hito cultural con el detalle superfluo. Se trata de que la convivencia de las más contradictorias visiones de mundo en el Puerto Rico de fines del siglo XIX, tuvo en esta franja de pueblos que comienza en Ponce, pasa por Yauco, desemboca en San Germán, Mayagüez y Aguadilla para cerrar, me atrevo a decir, con Arecibo y Utuado, un precioso habitad donde desenvolverse a pesar de los frenos del poder colonial. Es obvio que Ponce y Mayagüez fueron los grandes centros de ese hacer y, en ambos, la presencia de Tió Segarra dejó sus huellas.

Fue desde las ciudades y a través de las hojas de La razón (1874), La paz (1875), El anunciador comercial (1880), El diario de avisos (1880), La patria (1880), La almojábana (1881), todos de Mayagüez; y La página (1879) de Ponce, órgano del gabinete de lectura de aquella ciudad,[7] que aquel conjunto desafío las autoridades españolas con un valor que no debía sorprender a nadie.

La pluralidad ideológica del grupo de intelectuales que rodeaban a Tió Segarra es notable. El núcleo de Mayagüez incluía liberales peninsulares del calibre de Carlos Peñaranda, el Gran Maestro Masón Antonio Ruiz Quiñones, el asturiano Manuel Fernández Juncos; e intelectuales insulares como José María Monge, conocido como «Justo Derecho» y el ideólogo  espiritista Mario Braschi, entre otros. Incluso separatistas confesos, como fue el caso de Nicolás López de Victoria, vivieron marginalmente aquella experiencia creativa.[8]

El núcleo de Ponce lo mantenía en contacto con elementos liberales como Alejandro Tapia y Rivera, autonomistas radicales como Román Baldorioty de Castro y Salvador Brau, literatos de la talla de Manuel Zeno Gandía y Manuel Corchado y Juarbe que tanto significaron en la definición de la visión de mundo criolla antes de 1898. En aquellos grupos urbanos que usaban el arma de la imprenta y la palabra, estaba representada la vanguardia intelectual liberal de 1870 y 1880 batallando para hacer avanzar sus intereses particulares.

En la industria del editorial y el mundo del libro y la crítica literaria sistemática, Tió Segarra ocupó un lugar prominente en su tiempo. Es cierto que, esencialmente, coincidió con la crítica española tan bien significada en las Cartas puertorriqueñas de Carlos Peñaranda.[9] La tesis organicista de la «orfandad literaria», la «postración» y el «silencio digno» de las ideas y los ideólogos, es el epicentro de su crítica en el prólogo a Mis cantares (1876) de Lola Rodríguez.[10] Ese documento se convierte en algo así como un «Cuaderno de quejas» al estilo de los del periodo revolucionario francés. En el mismo se comentan los obstáculos al crecimiento de la casa letrada, que son paralelos a los obstáculos que impiden el desarrollo de la colonia, y se cría el mito de «Lola, la poetisa de excepción». El problema es que la generación romántica no podía comprender, por su clasismo, el desarrollo de la nacionalidad independientemente de su cultura letrada que no dejaba de ser la expresión de una élite intelectual.

Aquella generación, que no podía quejarse de falta de contacto con Europa porque eran europeos por formación, se sentía anquilosada por la censura y ahogada por la represión del oficialismo hispano-católico evidentemente. Lo cierto es que, a pesar de las quejas, había una rica actividad cultural en la colonia. De hecho, de los 250 títulos publicados sobre Puerto Rico o por autores puertorriqueños entre 1831 y 1886, 22 vieron la luz en Mayagüez y 61 en la mitad oeste desde Arecibo y Ponce hacia aquella ciudad[11] según la bibliografía del dramaturgo Manuel María Sama. Aquella descentralización del hacer cultural puertorriqueño es un fenómeno que hay que investigar desde el punto de vista de una historia cultural atrevida y retadora.

Tió Segarra también está en el origen del arte teatral puertorriqueño de ribetes españoles. Su obra La fiesta del genio, escrita en verso a la manera calderoniana,[12] habla no sólo de la voluntad teatral del ideólogo, sino del cardinal afecto que, desde la oposición, dispensó a los iconos de España. La trasposición de patriotismos para, por medio de personajes como «Borinquen», «Progreso», «Inteligencia» plantear su proyecto político dentro de unas estructuras poéticas muy bien construidas es evidente. Su activismo alrededor del Casino de Mayagüez, del cual fue vocal desde su fundación en 1874 y en su- Comisión del Segundo Centenario de Calderón estuvo en 1881, demuestran un compromiso con la cultura académica que no tiene que sorprender a nadie.[13]

Aquel conjunto de seres humanos, que bien podría llamarse «la Generación de 1880», vivió entre la desilusión de Lares y el encono con el autoritarismo español. La misma crece con una gran predisposición al cambio y a sacrificarlo todo por el proyecto del siglo: el progreso en todos los órdenes. Pero así mismo fue terreno fértil para el pro americanismo infantil de 1898.

Generación entre Alejandro Tapia y Rivera y José Gautier Benítez, dice Francisco Manrique Cabrera,[14] entre neoclasicismo y romanticismo tardíos en el marco de la afirmación criolla, siempre fue renuente a «vivir» el parnasianismo y el modernismo literarios, o a conceptuar el mundo desde la óptica realista-naturalista a pesar de que no desconocían aquellas tendencias renovadoras.[15] El tradicionalismo hispánico selló buena parte de su creación de una manera indeleble.

A la altura de 1898 aquella generación agotada, lo que quedaba de ella, transó con el nuevo régimen en aras del soñado proyecto modernizador y de progreso material para la isla. Tió Segarra, como buen comerciante, fue también un admirador del empuje estadounidense y del espíritu de empresa de la gente del norte. Para él, «el pueblo yankee» era «el pueblo cosmopolita», «el pueblo evangélico (entiéndase mensajero) del mundo».[16] La admiración por aquella sociedad, signo de un orden nuevo como la había interpretado Alexis de Tocqueville mucho antes, es patente en la correspondencia personal de Lola Rodríguez a su sobrina Laura cursada entre julio de 1896 y enero de 1899, los momentos cruciales del arribo a Nueva York desde La Habana y la invasión americana y el gobierno militar en Puerto Rico. Lamentando la muerte de Ramón E. Betances la poeta asegura: «El pobre ha muerto en los momentos en que Pto. Rico pasa de un dueño cruel a otro dueño que no hay que dudarlo lo hará feliz y próspero pero que es dueño también al perder la esperanza de ver independiente a su adorada Borinquen!»[17] El conformismo venció a la rebeldía potencial.

Yo recuerdo, y esto es un simple paralelo histórico, que cuando Rosendo Matienzo Cintrón abandonó el republicanismo anexionista en 1903 para consolidar la «Unión de Puerto Rico»; y cuando dio el salto al independentismo de izquierda para formar el Partido de la Independencia en 1912, fue acusado de ser una «veleta política.» Ya antes había militado entre autonomistas y ortodoxos históricos antes de la invasión de 1898. Matienzo, quien era genial, respondió que a fin de cuentas quien cambiaba no era la veleta sino el viento. La metáfora de la historia no puede ser más clara.

Yo creo que las transacciones de Tió Segarra no se pueden explicar ni con el cómodo  sello de la supuesta «maduración política»; ni con la injuria de la «veleta política». Eso implicaría enjuiciarlo con conceptos ajenos a su tiempo y esa no es la tarea del investigador profesional. Después de todo, tras la invasión, Tió Segarra regresó a La Habana. No vino a Puerto Rico a defender ninguna de las opciones que parecía apoyar. Ese debate está abierto desde que un 25 de octubre de 1905 falleció en aquella ciudad Bonocio Tió Segarra. Sólo aguarda la dedicación y la serenidad de alguno de nosotros.

En Aguadilla y Hormigueros, P.R. 22 – 23 de septiembre de 2000


[1] Consúltese el trabajo de C. F. Mendoza Tió, Investigaciones literarias V. Bonocio Tió Segarra (Poesía) (San Juan: Colección Hipatia, 1983)

[2] J. Rivera de Álvarez, Diccionario de literatura puertorriqueña. Tomo II. Volumen II (San Juan. Instituto de Cultura Puertorriqueña, 1974): 1532; T. Sarramía, José Coll y Britapaja. Vida y  obra (San Juan: Librería Editorial Ateneo, 1997): 13 y V. Géigel Polanco, «Apuntes biográficos Manuel Corchado y Juarbe» en Obras completas. Tomo I (San Juan. Instituto de Cultura Puertorriqueña, 1975): 12.

[3] Véase el comentario de T. Sarramía en Op. cit.

[4] El poema «A Manuel Corchado» (Décima culta) en C. F. Mendoza Tió, Op. cit, 35, es un excelente ejemplo de ello. La posterior colaboración en la prensa mayagüezana y ponceña también.

[5] Ibid., 12

[6] P. L. Perea Roselló, Los periódicos y los periodistas de Mayagüez (Ponce: s. e., 1962): 44.

[7] A. S. Pedreira, El periodismo en Puerto Rico (Río Piedras: Editorial Edil, 1982): 210, 239, 393, 396, 432, 499, 503, 523 y P. L. Perea Roselló, Op. cit, 18,21-22.

[8] Véase el comentario de A. S. Pedreira, Op. cit., 239 sobre el destino de la imprenta de Tió Segarra en 1889.

[9] Consúltese C. Peñaranda, Cartas puertorriqueñas 1878-1880 (San Juan: Editorial «El cerní», 1967): 30-34 y 35-40 especialmente.

[10] L. Rodríguez de Tió, Mis cantares (Mayagüez: Imprenta de H. Fernández, 1876) según citado en C. F. Mendoza Tió, Op. Cit., 13.

[11] Véase M. M. Sama, Bibliografía puertorriqueña (San Juan: Ateneo Puertorriqueño, 1887) y los comentarios de S. Aguiló Ramos, Mayagüez: Notas para su historia (San Juan: Comité de Historia de los Pueblos, 1986): 36.

[12] En Fiesta literaria en honor de Don Pedro Calderón de la Barca celebrada en el Casino de Mayagüez (Mayagüez: Imprenta de Martín Fernández, 1881). Puede consultarse completa en C. F. Mendoza Tió, Op. cit., 205- 223. Véase el comentario al respecto de L. E. Sosa Ramos, Desarrollo del teatro nacional en Puerto Rico (San Juan: Comisión Puertorriqueña para la Celebración del Quinto Centenario, 1992): 23.

[13] Véase Subcomité de la historia de Mayagüez, Historia de Mayagüez (Mayagüez: Comité del Bicentenario de la Fundación de Mayagüez, 1960): 242,243.

[14] F. M. Cabrera, Historia de la literatura puertorriqueña (Río Piedras: Editorial Cultural, 1965): 141.

[15] Buen ejemplo de ello es el tomo de J. R. González, editor, Estudios literarios. Premiados en el Certamen del Círculo de Recreo de San Germán (San Germán: Estudio Tipográfico de González, 1881) que tiene reedición al cuidado de J. Hernández Cruz, editor (San Germán: Universidad Interamericana, 1995). Consúltese a M. R. Cancel, «Sobre los Estudios literarios: Apuntes para un estudio» en Ibid.., iv-xxv.

[16] C. F. Mendoza Tió, Op. Cit.:  22.

[17] Archivo Casa Museo Tió, Documentos sin clasificar, Correspondencia.

1 comentario

  1. […] “Bonocio Tió y la cultura puertorriqueña del siglo XIX”, Claridad-En Rojo, 22-28 de abril de 2004: 22-23. […]

    Me gusta

    Pingback por Una relación con Claridad-En Rojo: 40 años no es nada – Documentalia: texto e imaginación histórica — julio 28, 2023 @ 3:24 pm


RSS feed for comments on this post. TrackBack URI

Crea un blog o un sitio web gratuitos con WordPress.com.