Puerto Rico entre siglos: Historiografía y cultura

marzo 29, 2011

José Pérez Moris: la Insurrección de Lares

Tomado de José Pérez Moris y Luis Cueto y González Quijano. Historia de la Insurrección de Lares. Río Piedras: Edil, 1985. Publicada originalmente en 1872.

Al leer el artículo y la proclama que preceden, figúrase cualquiera persona que no conozca los héroes de manigua, que el difunto abogado don Segundo Ruiz Belvis fue uno de esos genios de alma grande y generosa que, aunque por erradas opiniones, están siempre prontos al sacrificio y a la abnegación en pro de su idea. Nosotros mismos vacilamos antes de hacer una calificación sobre este personaje, porque habiendo muerto un año antes de los acontecimientos de Lares, su nombre nos parece velado por la distancia, la muerte y el tiempo. Sólo algunos testigos hablan de Ruiz Belvis por referencia. Es indudable que él fue el jefe de los separatistas desde antes de ir a Madrid a evacuar la información de 1866 pero su carácter, su moralidad, sus costumbres, sus creencias nos eran desconocidas. No era natural que un laborante de esta talla, aunque ya no existe, quedase olvidado casi en nuestra obra, destinada principalmente a hacer patente que hay separatistas, y no pocos, en Puerto Rico. En consecuencia escribimos a varios amigos respetables que tenemos en Mayagüez para que nos hicieran una relación sucinta de la clase de sujeto que era Ruiz, y he aquí los apuntes biográficos que nos han enviado, que el lector puede leer en la confianza de que son fidedignos:

Ramón E. Betances y Antonio Cabassa Tassara (1860)

Despuntó don Segundo Ruiz Belvis desde muy niño por su extremada audacia, por su mal carácter, por su desprecio a todo lo que en la sociedad es respetable y, en fin, por su lenguaje mordaz y atrevido.

Joven, casi adolescente, fue enviado a Caracas, donde sin duda tuvieron un rápido desarrollo sus buenos instintos y sobre todo su amor a la nacionalidad española, en un colegio de aquella ciudad.

De Caracas pasó a Madrid, donde continuó sus estudios de abogado, recibido de cuya facultad regresó a Puerto Rico. En Mayagüez, su villa natal, abrió su bufete.

En sus conversaciones y hasta en sus escritos profesionales empezó a demostrar desde luego su odio a España.

Su carácter intratable y altanero y su lenguaje agrio y agresivo le hubieran dejado en el más completo aislamiento si el temor de unos y las simpatías políticas en otros no hubieran atraído a su casa algunos visitantes. Los hombres de espíritu dominante, como Ruiz lo era, ejercen siempre cierta fascinación en torno de los que les rodean: no se hacen amar, pero se imponen.

Sus opiniones manifiestamente filibusteras le hicieron pronto entrar en relaciones con don Ramón Emeterio Betances y don José Paradís, que visitaban frecuentemente su casa y él la del primero, pues Paradís era de Cabo Rojo, donde hacía de cabeza de los separatistas.

Durante un cierto período de tiempo, empero, Betances y Belvis estuvieron sin verse ni hablarse. El motivo de este disgusto decíase públicamente, si bien a nosotros no nos consta, que fue un abuso de confianza que don Segundo cometió en el hogar doméstico de Betances con una persona muy allegada a éste. Sus afinidades políticas vencieron, sin embargo, bien pronto sus antipatías particulares y volvieron a ser amigos, a reunirse con frecuencia y a trabajar contra España.

Betances le había precedido en estos trabajos de zapa. Como hemos consignado ya al principio de este libro, su profesión de médico le había servido de medio para inocular entre las masas su odio a la nación de que Puerto Rico forma parte. Betances no cobraba sus visitas a los puertorriqueños a menos que fuesen conservadores, o lo que es lo mismo, españoles de corazón. Pero, en cambio, a los peninsulares que le ocupaban les cobraba cantidades enormes por sus curas.

Porque, elogiado por las masas, naturalmente hubo un tiempo en que, en opinión de los profanos, era Betances el mejor médico que existía en la Isla y a él acudía la mayoría de los enfermos con preferencia, los peninsulares lo mismo que los demás. Mas en opinión de otros facultativos no era su colega sino una medianía como médico. Un médico peninsular le probó científicamente y refiriéndose a casos en que había intervenido Betances, y esto bajo su firma, en un periódico de aquella localidad, que el renombrado doctor era una nulidad médica, un embaucador, un jugador que conspiraba contra la madre patria y que aspiraba a la presidencia de la república borinqueña. Lo más extraño de esto fue que a tan rudo ataque no contestó una palabra el señor Betances.

De público se supo que Betances, en un convite a que asistía con Ruiz, Paradís y otros parciales, y después de oír unas palabras, en forma de discurso, que un negro repitió, pues se las habían enseñado para que delante de todos insultase soezmente a la nacionalidad española, como lo hizo con aplauso de todos los comensales; que Betances, decimos, había tomado una copa de licor y, arrojando ostentosamente su contenido, dijo estas palabras ya célebres, pues corrieron de boca en boca y se citan con horror por unos y con admiración laborantil por otros: «Brindo porque así como yo derramo este licor veamos correr la sangre de los españoles,»

Otra anécdota se refiere de Betances, y ésta no tiene nada de cuento, pues la refiere uno de los protagonistas a todo el que se la pregunta y la contaba igualmente cuando Betances estaba en la Isla.

Iba el joven catalán que esta anécdota refiere, a un pueblo inmediato a Mayagüez, donde se encontró con Betances. Y era tal el afán de propaganda del doctor laborante, que tomando al peninsular por insular, le preguntó, después de otras cosas, si quería entrar en una sociedad de personas liberales y llenas de patriotismo. ¿Qué fin se propone esa asociación? —le preguntó su interlocutor—. V. me inspira confianza, respondió Betances, y voy a decírselo sin más rodeos: el objeto de esta asociación es el arrojar a los españoles de la Isla. Una sola dificultad encuentro para tomar parte en tan grandioso plan —repuso el catequizado. ¿Cuál? Que soy catalán —contestó con candidez el leal del ilustre Principado. Betances volvió la espalda corrido de su error.

Cuartel de Milicias de San Germán (1878)

Imposible era que donde estaba el dominante e inquieto Ruiz Belvis hubiera nadie más alto que él. Belvis fue el general de la conspiración desde mucho antes de pasar a Madrid de comisionado; Betances y Paradis eran sus ayudantes de órdenes. El odio a los peninsulares, que hasta entonces no se conocía entre los individuos que constituyen la masa de la población, lo fue llevando Betances de casa en casa, lo esparcía en su hospital de pobres, de donde no salía nadie que no fuese enemigo de España y de sus hijos; y en las visitas a los campos, todo lo empleaba Betances en hacer que se esparciese el virus revolucionario y antinacional por los pueblos de la Isla y sobre todo que penetrase hasta las últimas capas sociales y que cundiese en la multitud. Él y otros que Belvis empleaba, extraviaban la opinión de la población sana, suponiendo calumniosos monopolios y robos ejercidos por los españoles y prometiéndoles el reparto de los bienes de éstos cuando fuesen arrojados de la Isla.

Cuando se retiraron nuestras tropas de Santo Domingo, llegó a su colmo la insolencia del señor Ruiz Belvis y sus secuaces. Decían, poco menos que públicamente, que si un puñado de dominicanos habían echado de su Isla a los españoles, con más razón y facilidad los podían lanzar de su suelo los puertorriqueños. Las reuniones en Mayagüez y en otros puntos se hicieron entonces ya más numerosas y todo indica que en 1864 fue cuando empezaron a funcionar metódicamente parte de las sociedades secretas bajo la organización que hemos descrito. Se sabe que la sociedad Capá Prieto, a cuyo frente estaba Matías Bruckman, tenía afiliados y no pocas reuniones por este tiempo.

Don Fernando Acosta, leal hijo de Puerto Rico, fue convidado a una reunión el campo de San Germán, reunión que estaba presidida por, don Segundo Ruiz Belvis y a la cual asistían otros prohombres del reformismo actual que dicen que son españoles, y allí propusieron a Acosta si, como hombre de acción, accedería a secundar el movimiento que se acordase en uno de los puestos de más importancia. Este buen español rechazó indignado semejante proposición, los apostrofó y reconvino y en seguida dio de todo cuenta a la autoridad. La autoridad no atendió este oportuno aviso, pero en cambio los traidores trataron de asesinar al señor Acosta. [Le dieron a los pocos días un terrible machetazo en la cabeza que lo derri­bó del caballo, y su agresor, que también estaba a caballo, lo dejo por muerto. Este dignísimo español puertorriqueño es en la actualidad Corregidor de San Germán. Dícese que de resultas de la herida ha perdido algo de su memoria, pero nada de su energía y decisión para defender a España.]

El nombramiento de Ruiz Belvis para comisionado en Madrid merece bien un párrafo aparte, porque a no ser por la intriga, no hubiera obtenido semejante comisión. Estaba entonces al frente del corregimiento y ayuntamiento de Mayagüez un señor cuyo nombre nos callamos (Antonio de Balboa) y que, según se dice, era hipócrita, astuto y simpatizaba con la causa de los filibusteros, y así lo dio a entender con la torcida conducta que observó en este asunto. El número de votos que obtuvo el candidado filibustero fue exactamente igual al que obtuvo el candidato español; pero el corregidor simpatizador decidió la cuestión con su voto en favor del enemigo de España. Así cumplió aquel buen señor con la confianza que le había dado el Gobierno colocándole en el puesto de primera autoridad local de aquella villa y su jurisdicción. El ayuntamiento, notando, aunque tarde, que había sido sorprendido por la notoria mala fe de su presidente, pidió acto continuo convocatoria para que se procediese a la anulación del acta. Detuvo el cumplimiento de esta orden el corregidor bajo diferentes pretextos hasta que pudo participar el acuerdo al Gobierno de esta elección arrancada por sorpresa. Verificóse en efecto la reunión municipal, y habiéndose esclarecido la intriga del corregidor, elevó al Gobernador Superior Civil un acuerdo pidiéndole que diera por nula y de ningún valor la elección recaída en el señor Belvis. Pero el Gobernador contestó que ya era tarde, que se había comunicado al interesado su nombramiento, única razón que alegó al contestar al ayuntamiento que le había probado los vicios de ilegalidad de que adolecía la elección. No sabemos por qué, pero siempre hemos notado que en La Habana, lo mismo que en Puerto Rico, estos laborantes que tanto hablan del despotismo español y que por tan oprimidos se dan, son generalmente los más protegidos, los más mimados y los más considerados. Se ha pretendido contentarlos con concesiones y distinciones, como si se contentaran con tan poco los que aspiran a ser presidentes y ministros de una república. En este caso, por no hacerle el señor Ruiz Belvis el desaire de retirarle su nombramiento, se aprobó una ilegalidad.

Más tarde, los mayores contribuyentes y propietarios de Mayagüez, entre los cuales había varios electores del abogado, elevaron una representación al Gobierno Supremo, contra la opinión de Ruiz Belvis.

Vuelto este personaje de Madrid, siguió con más ardor que nunca sus trabajos separatistas. Pero entonces sufrió la pérdida de uno de sus ayudantes, Paradís, el grande agitador de Cabo-Rojo. Paradís, el que tomaba el nombre de la libertad para conspirar contra España, el que trabajaba, decía, por la abolición, hizo morir a azotes un negro suyo a su presencia del modo más bárbaro, cruel e inhumano de que hay memoria en los fastos de la servidumbre. El homicida huyó para salvar su cabeza, amenazada por la ley y por la vindicta pública, y desde entonces está fuera de la Isla.

Heredó Ruiz Belvis un ingenio o hacienda de caña de su padre, excelente por sus terrenos, y en poco tiempo la, empeñó con esclavos y todo y por fin la cedió a sus acreedores, que continuamente le hostigaban.

En otro convite que dio Ruiz Belvis a Betances y a otros, hablábase incidentalmente o exprofeso de los soldados de nuestro ejército a causa de dos que habían sido condenados a muerte por delito de deserción. «Tanto mejor: dos menos», dijo Ruiz con aprobación de todos los circunstantes, menos un extranjero que se hallaba presente, el doctor (Claudio Federico) Block, que hoy es capitán de voluntarios y acérrimo defensor de España. «¿Qué quiere usted decir con dos menos?», preguntó este caballero. «Que son dos enemigos menos que combatir.» «Pero, ¿por qué son enemigos de ustedes?, ¿por ser peninsulares?, ¿por ser españoles?» «Así es», se le replicó. «¿Y ustedes, ¿no son españoles?, ¿no es suya la bandera a cuya sombra nacieron?» «No, señor; nosotros no somos españoles, somos puertorriqueños.» «Pues yo creo que el hombre que no tiene nacionalidad —replicó el extranjero— no merece consideración de ningún otro hombre de honor y de vergüenza. Esta opinión estoy dispuesto a sostenerla en todos los terrenos. Quien reniega de la nacionalidad de sus padres y sigue viviendo en ella y contra ella conspirando, es un cobarde, un miserable indigno del trato de las personas honradas y bien nacidas.» Y tomando el sombrero, los miró a todos con altanería y desprecio, les volvió la espalda y salió lentamente del local, sin que nadie se moviera ni despegara los labios para contestar a su reto.

Y volviendo al señor Ruiz Belvis, diremos que por lo que respecta a moral y creencias, era ateo, y de ello hacía ostentación, haciendo público alarde de sus convicciones materialistas. Sus conversaciones eran tan cínicas, que helaban la sangre del infeliz creyente que tenía la desgracia de oírlas. La Iglesia y el clero y todas las instituciones dignas de respeto eran objeto de continuas burlas v sarcasmos del señor Ruiz Belvis.

Y tan sin reserva hacía ostentación de sus opiniones antirreligiosas, que en una reunión en donde había señoras y señoritas habló de todos los misterios de la Religión con tanta chacota y desprecio, que habiéndole advertido algunas de las primeras las niñas presentes cuyas creencias e inocencia ofendía, contestó Ruiz con una risotada burlona, diciendo que les hacía él un gran favor a las señoritas abriéndoles los ojos para que no fueran víctimas de la superstición; que no había Dios, que la Religión era un mito ideado por los hombres para mantener al género humano en la ignorancia y en el despotismo; que el hombre es un animal que no se diferencia de los brutos sino por su mayor inteligencia y que todo concluye con la desorganización de la materia. Tanto cinismo, tan imprudentemente manifestado, alarmó a aquellas madres de familia y elevaron una queja al señor obispo fray Benigno Carrión, que a los pocos días de este incidente hizo su visita pastoral a la villa de Mayagüez. El obispo llamó al señor Ruiz Belvis y le reprendió con firmeza e indignación, previniéndole que acudiría a la autoridad civil si seguía dando escándalos así en presencia de las familias honradas y cristianas.

Otras aventuras pudiéramos referir si nuestro intento fuera exhibir a la vista del público el hombre privado, a la manera que tratamos de dar a conocer al hombre público; empresas dignas de don Juan Tenorio reseñaríamos en que hizo el papel de protagonista el señor Ruiz Belvis. Pero no es ésta nuestra misión. Lo indicado basta para que nuestros lectores puedan colegir la índole de este héroe que tan por las nubes se le pone.

Estos liberales que empequeñecen y calumnian a Cortés y a Pizarro y que hasta osan dirigir sus venenosos tiros contra la memoria de la misma reina Isabel la Católica, hacen ídolos aunque sea de cieno. Un nombre que tenga audacia para conspirar sin esconderse mucho y que no pierda ocasión de zaherir a España y a su Gobierno y que sepa criticar con apariencia de razón todos los actos de la Administración, es ya un héroe libertador, un semidiós, un mártir si no se le permite conspirar a sus anchas, ya se llame Ruiz Belvis o Morales Lemus.

Comentario:

He separado un fragmento que sirve para comprender cómo se configura el personaje histórico del separatista desde la perspectiva conservadora e integrista. El documento guarda numerosas similitudes con la opinión de Córdova en torno a Docoudray y sus contactos rebeldes en Naguabo. El juicio no varió mucho durante el siglo 19. En este caso, las figuras que ocupan la atención del autor son Segundo Ruiz Belvis y Ramón E. Betances.

Nótese el tono irónico con el que abre el texto al referirse a Ruiz Belvis, figura que le atrae en particular por su condición de “jefe de los separatistas desde antes de ir a Madrid”, y cuando apunta su estadía en Caracas, Venezuela. Acorde con su actitud hace un retrato moral del abogado. Su “audacia”, su “mal carácter”, su “lenguaje mordaz y atrevido”, o bien “agrio y agresivo”, su “carácter intratable y altanero”, hablan de un hombre que se quería hacer notar y se tomaba riesgos. La imagen es de un maquiavelismo mal comprendido cuando asegura que esta figuras “no se hacen amar, pero se imponen”.

La figura de Betances es manufacturada acorde con su fama. Se trata de un médico y las metáforas patológicas se suceden cuando alega que aquel acostumbraba “inocular entre las masas el odio a la nación” y cuando equipara la revolución a un “virus”. Betances antecede a Ruiz Belvis en las conspiraciones pero luego cede el liderato al abogado. Los años de 1855 al 1857 fueron el escenario de ello. Desmerecer a Betances como médico fue parte de su trabajo: “una medianía” acorde con un facultativo español.

Lo que se recoge es la imagen de dos hombres crueles. El brindis de Betances llamando a derramar “la sangre de los españoles”, o el comentario de Ruiz Belvis que disfruta la muerte de dos soldados españoles o su lenguaje agresivo ante las damas de la ciudad es demostrativo de ello. La idea de un Ruiz Belvis librepensador, materialista y partidario de la ciencia, anticatólico y ateo, es muy atractiva, aunque sus biógrafos han establecido su estrecha relación con la jerarquía católica a la saciedad apoyada en el hecho de que su abuelo materno Meteo Belvis había sido mayordomo tesorero de la Iglesia de la Monserrate de Hormigueros.

El otro punto valioso del documento es que ofrece pistas sobre la forma en que se difundía el separatismo: contactos personales en los campos, en las áreas de trabajo, reuniones regulares en pueblos y campos de la zona oeste, y aparentemente, la violencia individual contra los traidores. El comentario sobre el Corregidor de San Germán, Fernando Acosta es valioso porque se puede comparar con la opinión de José Marcial Quiñones sobre el mismo. Lo mismo podría decirse de los apuntes sobre el Corregidor de Mayagüez, Antonio de Balboa al cual tilda de traidor al Integrismo. El relato de la elección de Ruiz Belvis a la Junta informativa de Reformas puede corroborarse en el Archivo Histórico de la ciudad de Mayagüez.

El autor, por último, recurre a todos los medios para desprestigiar a los opositores. José Paradís, el conspirador de Cabo Rojo y tercero al mando en la organización, “hizo morir a azotes un negro suyo” y huyó del país. De hecho, falleció años después en Haití. Ruiz Belvis hipotecó la Hacienda Josefa de su padre con esclavos y todo según asegura la fuente y la perdió a manos de sus acreedores. La liquidación de la deuda, cuyo acreedor principal era el tesoro de la Iglesia de la Monserrate, no pudo hacerse por el hecho de que Ruiz Belvis había salido al destierro tras su regreso de la Junta Informativa de Reformas. El hecho es cierto, pero los dineros eran para fundar un Colegio de Segunda Enseñanza en la ciudad de Mayagüez en el que contaría con Betances como socio. El discurso del Dr. Claudio Federico Block contra ambos es crucial: sintetiza la opinión de Pérez Moris. Block autorizó varios certificados médicos para Betances mientras este ocupó el puesto de Médico Titular de la Villa de Mayagüez y parece haber sido uno de sus  facultativos particulares. Estas figuras “empequeñecen y calumnian a Cortés y a Pizarro”, es decir, lastiman la Hispanidad, atentan contra los valores del Romanticismo Isabelino y desprecian a la llamada Madre Patria.

Las fuentes son testimoniales en el caso de la biografía de ambos. La entrevista fue crucial. El autor, como Córdova, tuvo acceso a la documentación oficial hecho que servía para legitimar su opinión. El libro se publicó en 1872 en medio del llamado “Sexenio Democrático” y fue censurado por el general liberal Simón de la Torre porque encomiaba la “sedición derechista”. La censura, en ese sentido, fue usada desde todas las posiciones del espectro político lo mismo para frenar a las derechas integristas que  a las izquierdas separatistas.

  • Mario R. Cancel Sepúlveda
  • Escritor e historiador

8 comentarios »

  1. Es notable ver como se presenta a Betances y a Ruiz Belvis como dos acérrimos enemigos de España. No hay manera de mostrar un punto bueno a su favor, el conservador demoniza a la saciedad la imagen de estos dos puertorriqueños.

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    Comentarios por Harold Marquez Tirado — abril 4, 2011 @ 2:47 am | Responder

  2. Es increíble ver como un escritor, muchas veces por sentimentalismos e ideales, tomara una postura tan parcializada condenándola de malicia, de fantasiosa, un tanto exagerada, burlona y sobre todo crítica que destruye toda imagen de nuestros héroes nacionales, al devaluar el acto patriótico que estuvo a punto de ocurrir aquel 23 de septiembre de 1868 para lograr la independencia de Puerto Rico del gobierno colonial de España en la isla. Pérez Moris utiliza una cita de un periodista para ridiculizar aun más a Betances haciéndolo un tanto vulnerable al español y deduciendo que delató todo su secreto acerca de la revolucion y que estos debían esperar, no obstante y siendo poco suficiente impuso una imagen de una personallena de odio cuando claramente puso su profesion «para infiltrarse» a las masas y llenarlos de odio contra España.

    Lo acusó de embaucador, de falso y de querer ser gobernador de nuestra tierra haciéndolo menos por ser puertorriqueño. Segundo Ruiz Belvis fue otra víctima de sus acusaciones poniéndolo como arrogante y exponiendo los problemas intimos que en aquel entonves tuvo con Betances. Solo hay una cosa en común que puedo estar de acuerdo con la lectura y es que a Perez Moris (siendo un gran escritor) no le quedóe otra mas que reconocer las grandes virtudes de los heroes nacionales y devaluarlas sin más. Es algo que entiendo Pérez Moris no podía controlar.

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    Comentarios por Shellin Ortega — May 10, 2011 @ 7:04 pm | Responder

  3. Sr.Cancel
    Gracias por no dejar perder la historia de Puerto Rico es super importante para todos. Nadie es perfecto, pero el tener valor y amor por la patria en tiempos difíciles y de riesgo eso hace algunas personas diferentes de otros y años después, podemos apreciar los sacrificios de los que dejaron
    sus pasos marcados en la historia para bien o para mal

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    Comentarios por Francia — junio 23, 2011 @ 7:28 am | Responder

  4. Reblogueó esto en Horomicos: microhistoriasy comentado:

    El fragmento que sigue contiene la opinión del periodista e historiador conservador José Pérez Moris en torno a las figuras de Segundo Ruiz Belvis y Ramón E. Betances. El documento fue hecho público en 1872.

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    Comentarios por Mario R. Cancel-Sepúlveda — agosto 7, 2013 @ 8:09 pm | Responder

  5. […] R. Cancel Sepúlveda, nota (2011) “José Pérez Moris: la Insurrección de Lares” (1872 / 1985) en  Puerto Rico entre […]

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