Puerto Rico entre siglos: Historiografía y cultura

mayo 27, 2018

Betances ante Hostos (y viceversa): una mirada mayagüezana sobre una polémica

  • Mario R. Cancel Sepúlveda
  • Historiador y escritor

La prudencia con la que algunos historiadores enfrentaron la disputa entre Hostos y Betances en las décadas del 1980 y el 1990 no deja de llamar mi atención. La argumentación historiográfica y la política práctica poseen unos vínculos en extremo frágiles. La investigación profesional no siempre alimenta las premisas en las que se apoya el activismo. Muchas veces el trabajo de los historiadores, como sugería Eric Hobsbawm, lacera la “mitología retrospectiva” de la que apetecen ciertos nacionalismos y el connubio apacible que se infiere culmina en un pugilato incómodo.

El Hostos Bonilla de Rubildo López

Una mirada mayagüezana: la escuela hostosiana de Mayagüez

Germán Delgado Pasapera (1928- 1985), historiado añasqueño y especialista en temas del siglo 19, en especial el separatismo independentista, intentó en la década de 1980 una elucidación de la pugna que contrastaba con la de Ojeda Reyes. La fuente a la que aludo en su tesis doctoral sobre el separatismo puertorriqueño publicada en forma de libro con el título Puerto Rico sus luchas emancipadoras (1984), en especial, el capítulo VI, sección 7 titulado “Hostos se incorpora al independentismo”. Delgado Pasapera fue mi profesor y maestro pero, sobre todo, un amigo dispuesto a compartir ideas desde 1979 cuando yo contaba apenas 19 años. El lenguaje de Delgado Pasapera poseía unos matices que no pueden ser pasados por alto. Lo que Ojeda Reyes definía como  liberalismo reformista y republicanismo federal en Hostos, Delgado Pasapera lo traducía como autonomismo. El hecho de que Hostos vacilara entre esas tendencias y el independentismo hasta 1869, explicaría la poca credibilidad que le concedieron Betances y sus colaboradores cuando arribó a Nueva York.

La selección de conceptos de uno y otro no debe ser interpretada como una antitética. Una lectura de La peregrinación de Bayoán serviría para ubicar a Hostos cerca de cualquiera de esas corrientes en el amplio marco del liberalismo clásico. Lo que no se puede pasar por alto es el sentido que se le daba en la década del 1980 al concepto autonomía. El presente político del historiador era determinante a la hora de seleccionar el lenguaje y articular su discurso. Por aquel entonces se preveía la posibilidad de una alianza entre los menguados sectores que apelaban por la independencia y los populares disgustados que crecían en el seno de aquella organización y que soñaban con más soberanía para un ya desgastado Estado Libre Asociado.

Aquella tentación, que continúa viva hasta el presente, prescindía del hecho de que autonomía e independencia habían sido fuerzas realmente antitéticas durante el siglo 19 en el contexto de la relación con España. El autonomismo moderado o radical que maduró hacia la década de 1880 era un proyecto integrista que quería conservar la relación con España mientras que el separatismo convenía en lo contrario. La frontera entre uno y otro proyecto era porosa pero densa por lo que los autonomistas que se movieron al separatismo, como es el caso del periodista Sotero Figueroa al cual siempre se apela, fueron pocos. Por lo regular cuando se esgrimen ese tipo de argumento se obvia que muchos separatistas se hicieron liberales o autonomistas bajo la presión de las circunstancias. En el siglo 20 la evaluación jurídica de Pedro Albizu Campos había descartado la autonomía bajo la soberanía estadounidense en 1930 y 1931 porque, afirmaba, “no era posible dentro del régimen constitucional” anglosajón. Por eso me sorprende que en los años 1980 un sector del independentismo volviese a mirar hacia una “mayor soberanía” o autonomía como opción a la independencia que no adelantaba. Delgado Pasapera no era un activista, es cierto, pero se movía muy cerca de los circuitos políticos que apoyaban esas posturas.

Delgado Pasapera buscaba atenuar las diferencias entre el Hostos liberal reformista o autonomista hasta el 1869, y el separatista independentista en que desembocó el después de ese año. Para fortalecer su tesis citaba la evaluación que Hostos había hecho sobre sus diferencias con el médico de Cabo Rojo en el documento necrológico “Recuerdos de Betances” redactado en 1898. La lógica de Delgado Pasapera era interesante: Hostos no había sido un “moderado que se convirtió en revolucionario” sino un “revolucionario que fue una vez moderado”. Con ello sugería a sus lectores que debían restar relevancia a sus precedentes ideológicos vacilantes y que se concentraran en sus consecuentes ideológicos. En ese sentido, el liberalismo reformista y el autonomismo serían apropiados como etapas que conducían al separatismo independentistas a pesar de que, en la mayoría de los casos conocidos del siglo 19, la afirmación no correspondía con la realidad.

Ajustar a Hostos a una evolución progresista no le parecía suficiente al historiador. A fin de distinguirlo de los demás liberales, acentuaba que la participación de Hostos al lado de los liberales reformistas había sido “excepcional”, es decir, sus reclamos habían excedido lo que se podía esperar de un liberal común corriente. La interpretación no deja de parecerme “defensiva”. Su finalidad era excusar una postura que cualquier observador intransigente hubiese considerado un “error político” producto de la vacilación ideológica de un ser que se movía entre la racionalidad y la incertidumbre como a veces se percibía Hostos. Desde mi punto de vista, soy un historiador formado en un contexto distinto al de aquel que fue mi maestro, nunca se “rompe” con “todo” cuando se atraviesa por una transición ideológica de extremo a extremo. No se trataba de atenuar la transición sino de tratar de comprenderla en su contexto.

Delgado Pasapera, como buena parte de los intérpretes de aquel momento, apropiaban el liberalismo reformista y el autonomismo como la frontera con el separatismo independentista. Desde mi punto de vista nunca ha sido así.  Pretendía que viésemos en Hostos un liberal reformista más “exigente” que Manuel Alonso Pacheco, Julián Blanco Sosa o Santiago Oppenheimer. El episodio que utilizó para confirmar su argumento, fueron las dos reuniones del mayagüezano con el General Francisco Serrano en enero de 1869. Durante las mismas Hostos exigió la eliminación de cualquier cuota electoral para los futuros comicios en la colonia y la amnistía para todos los presos políticos de Lares, incluyendo a los extranjeros como el venezolano-portorriqueño Manuel Rojas. En verdad los reclamos eran moderados: el primero presumía que Puerto Rico seguiría siendo español y recibiría más libertades en la marco de esa soberanía; y el segundo podría comprenderse como la expresión del espíritu filantrópico que le caracterizaba y no como un signo de simpatía con los insurrectos de Lares acto que, como se sabe, cuestionó en la prensa española en 1868. El hecho de que, como señalaba Delgado Pasapera, la solicitud exacerbara a Serrano quien dio por terminada la reunión, no confirma que Hostos fuese “exigente” sino que Serrano era “intolerante” en exceso en cuanto a los asuntos antillanos. La relevancia de este episodio para la tesis de Delgado Pasapera es que, después del mismo, la transición al separatismo se aceleró.

Narrativamente el episodio es extraordinario. Alrededor de ese nudo se da el proceso que Delgado Pasapera quería resaltar. Hostos transitó del extremo integrista -un valor compartido por el liberalismo, el autonomismo y el conservadurismo-, al separatista en el término de unos meses. La lectura de sus reflexiones privadas de aquel momento, enero a septiembre de 1869, sugieren que la vacilación lo invadía de manera constante:  duda de la petición que hizo a Serrano, de su determinación de irse a París y de su audacia de viajar a Nueva York.

El Betances Alacán de Rubildo López

Delgado Pasapera y las claves de la polémica

Sobre la base de ese juicio, Delgado Pasapera fijó unas claves hermenéuticas para entender la polémica entre Hostos y Betances (y viceversa) que voy a sintetizar. La primera era la afirmación de que, si bien Betances era un revolucionario práctico y probado, Hostos era “sobre todo un ideólogo”. El caborrojeño era un revolucionario de las conjuras y el mayagüezano un revolucionario de escritorio. Sobre esa base, frágil desde mi punto de vista porque separaba teoría y praxis como si se tratara de esferas sin comunicación, asignaba a Hostos un lugar en la “tribuna” o en la “prensa” que lo alejara de los combates concretos. Lo cierto era que, aún en el lugar que Delgado Pasapera le asignaba, Hostos era capaz de chocar. Las expresiones más crudas de la polémica habían brotaron cuando dirigía el foro La revolución (1869) y salpican la reflexión hostosiana durante su “viaje al sur” (1870-1874). Además, según señalé en una reflexión sobre Hostos, el pensador krausopositivista no veía el periodismo como un “acto privado” o teórico distante de la vida pública y la praxis, sino como como un “acto público” y militante.

La segunda clave era la intransigencia de Hostos. Según Delgado Pasapera, Hostos “era en extremo altivo, a veces hasta la arrogancia”. La referencia a la que aludía era una nota del Diario I en la cual afirmaba: “Yo traigo mi pensamiento organizado y no consiento alteración en él”. La misma reflejaba lo que le valían las críticas de Betances y José Francisco Basora durante e debate sobre los anexionistas en el panfleto La Revolución. Hostos confirmaba que ni siquiera por cuestiones tácticas iba a moderar su lenguaje. No se daba cuenta, o no le importaba,  que con ello ponía en peligro un proyecto de unidad cubano-puertorriqueña que avanzaba penosamente entre 1865 y 1869. Su actitud no dejaba muchas opciones: o hacían caso a Hostos y dividían la  organización, o excluían a Hostos y lo sacaban del panorama. La decisión fue la segunda. El tiempo que Hostos viajó a Sur América creó las condiciones para un encuentro más sosegado en 1874-1875 en Puerto Plata entre Gregorio Luperón y Betances

Una tercera clave que, en el caso de Delgado Pasapera derivaba de su primer argumento, era que las ideas de Hostos excedían las necesidades prácticas de la revolución antillana. El historiador citaba un texto hostosiano publicado en La revolución (22 febrero 1870) en donde hacía dos cosas que adelantaban el fin de la polémica. Por un lado, reevaluaba la Insurrección de Lares y rectificaba su juicio de El Universal de Madrid y el Irurac Bac de Bilbao. Por otro lado, reconocía la Federación de las Antillas como un eslabón necesario para la fusión de la Nación y la Raza en el camino hacia la Civilización y el Progreso hemisféricos. Ese era el krausopositivista en el cual las huellas de Immanuel Kant, Auguste Comte y Henri de Saint-Simon eran obvias. Para delgado Pasapera aquella tesis estaba más allá del realismo político que caracterizaba a Betances. Lo que Hostos conjeturaba es la fusión de las naciones (estados) antillanos y la fusión de las razas (culturas) antillanas en una unidad armónica y sin contradicciones notables. Los responsables de esa inmensa y compleja tarea no eran sólo los antillanos. Esa tarea incumbía a todo el continente, o sea, la América del Norte y la del Sur o Colombia.

Su argumento es complejo y ambiguo. El norte comenzó con “éxito” su fusión: la “libertad sajona” es resultado de la fusión de razas (culturas) europeas. El sur ha comenzado su fusión “penosamente” por medio de la fundición de las razas (culturas) europeas con las indígenas. Su interpretación es problemática. El “éxito” en el norte no toma en cuenta al nativo americano o al africano a la vez que celebra su europeísmo: Hostos admira a los Estados Unidos del norte. Cuando mira al sur no reconoce una “libertad latina” y subvalora el mestizaje con los naturales: Hostos resiente los Estados Desunidos del sur. El hecho de que construya el nombre de la región sur con los antónimos del norte es bien significativo.

En cuanto a Las Antillas, Hostos afirmaba que no habían comenzado su fusión por lo que su papel era el de medio-eslabón-lazo-fiel de una balanza norte-sur. Norte y sur tendrían en las Antillas una síntesis perfecta, armónica y su escenario más trascendental. El norte era el modelo y la meta era arribar a unos Estados Unidos de América que reuniera los dos continentes y las Antillas en uno. Con ello Delgado Pasapera apuntaba la polémica y resolvía la misma. Hostos estaba lejos de ser un nacionalista: era un trans-nacionalista culto e idealista. Las posibilidades concretas de un proyecto de esa naturaleza en 1870 eran pocas o utópicas.

enero 14, 2018

Pequeño homenaje a Eugenio María de Hostos Bonilla, siempre vivo, en su natalicio

  • Mario R. Cancel Sepúlveda
  • Historiador

Eugenio María de Hostos Bonilla nació en la zona rural de Mayagüez en 1839 y falleció en la República Dominicana en 1903. La vida física del ciudadano Hostos Bonilla empieza y termina en los dos lugares que podía denominar su patria. La patria es la tierra de los padres, la que se hereda y la que se trabaja. Hostos Bonilla era de ascendencia dominicana y dedicó su vida a la búsqueda de la independencia y la libertad puertorriqueña. Su retorno a la vecina república en 1900 era una manera de volver a los orígenes.

El Hostos Bonilla de Rubildo López (grabado)

¿Quién fue Hostos Bonilla?

Aquel que se acerque a la imagen de Hostos Bonilla reconocerá en él al mayagüezano de más proyección internacional de entre todos los hijos de la ciudad. De una manera u otra el ciudadano Hostos Bonilla dejó una huella en la Europa, la Norteamérica, las Antillas y la Latinoamérica de su tiempo. Por medio de un diálogo contencioso y desde una perspectiva eminentemente Antillana e Hispanoamericana, supo responder al reto que le planteó la España Europea y los Estados Unidos de Norteamérica a las posibilidades de las Antillas y Latinoamérica de consolidar el proyecto más importante del siglo 19: su independencia y su libertad. Aquel esfuerzo fue una de las formas que tomó el desigual diálogo entre el norte y el sur en aquel siglo tan determinante para la figuración de las identidades nacionales según las conocemos hoy en día. Hostos Bonilla supo llevar aquellos combates balanceándose entre la furia y la serenidad. Reconocía que el sur, las Antillas e Hispanoamérica, si bien eran víctimas coloniales de las potencias del norte, también tenían una deuda histórica con aquellas que no podía ser borrada: era una deuda material e inmaterial producto de la historia.

Una personalidad excepcional

Hostos Bonilla fue hijo de un funcionario de la ciudad que, con mucho esfuerzo, lo envió a España a estudiar. Formado en Derecho, carrera que no pudo culminar, el mayagüezano completó su educación como un autodidacto. Su interés por las corrientes de pensamiento innovadoras de su tiempo fue enorme:  aprendió de las teorías científicas positivistas de origen francés y de las teorías pedagógicas relacionadas con el krausismo alemán. Filosóficamente Hostos Bonilla se afilió a aquellas tendencias y ayudó a producir una síntesis original de las mismas, el krausopositivismo, un sistema interpretativo que reforzaba la confianza en el progreso y el futuro de la humanidad, a la vez que reafirmaba la necesidad del compromiso humano con el cambio. Las armas principales del krausopositivismo eran la educación, la racionalidad y la confianza en que la voluntad y capacidad para hacer la libertad, el estado natural del ser humano, anidaba de manera potencial en cada uno de ellos y podía ser desarrollada.

Políticamente Hostos Bonilla era un activista antimonárquico que defendía las virtudes de los sistemas republicanos representativos. En una primera fase de su vida, confió en que una España republicana sería capaz de proteger la integridad de las Antillas en su seno. Pero desde 1869, un año después de la Insurrección de Lares, abandonó ese propósito y viajó desde París hasta Nueva York con el objeto de promover la independencia y la Confederación de las Antillas. Su ruptura con España en 1869 fue el bautismo de fuego del Hostos Bonilla que hoy se recuerda. Hasta el día de su muerte en 1903, su norte fue ese. En las cátedras, en la prensa o en el campo de combate, al cual intentó sin éxito acceder, Hostos Bonilla siempre fue el mismo y, al igual que en el caso de Segundo Ruiz Belvis o Ramón E. Betances Alacán, sus manos olían lo mismo a humanidad que a tinta o pólvora.

Hostos Bonilla en la historia de Puerto Rico, las Antillas y Latinoamérica

Para Puerto Rico y para las Antillas, Hostos Bonilla, junto a Betances Alacán, José Martí Pérez y Gregorio Luperón, representa la síntesis de varios consensos. Uno que tiene que ver con la urgencia de que las Antillas todas, Mayores y Menores, se salven de la dominación tanto de Europa como de Norteamérica.  El otro tiene que ver con la importancia de construir la “independencia absoluta”, un proyecto democrático real y no un remedo imperfecto o una “media independencia”, como lo nominaba Betances Alacán. La independencia que se proclamó en Lares, Yara y Baire, era vista por aquellos pensadores y activistas, como el inicio de un largo camino hacia la “independencia absoluta” o la libertad, y nunca como el fin último de sus luchas. Para garantizar ese objetivo había que disponer de los recursos del republicanismo, de los valores ciudadanos democráticos y de la organización de una Confederación Antillana de pueblos soberanos capaces de enfrentar de tú a tú al norte, fuese representado por Estados Unidos, España o cualquier otro poder imperialista agresivo.

Para Latinoamérica, a la que ocasionalmente Hostos Bonilla denominó Colombia en homenaje al descubridor y al proyecto unitario del libertador Simón Bolívar y Palacios de la “Gran Colombia”, el intelectual no aspiraba nada distinto. Hostos Bonilla, Betances Alacán, Martí Pérez y Luperón, reconocían que en la Latinoamérica independiente había mucho por hacer en la ruta hacia la “independencia absoluta”. Para los defensores de la Confederación de la Antillas, estos territorios considerados pequeños debían constituirse en un modelo republicano y democrático que adelantara la unidad hemisférica o continental. La vocación antillana tenía, por lo tanto, un aliento universalista notable.

Hostos Bonilla, la literatura y la sociología

Para valorar a Hostos Bonilla bastaría con lo que ya se ha dicho. Una vida dedicada a la causa de la libertad humana y de su país no es poca cosa. Pero el pensador también dejó escritas algunas de las mejores páginas del periodismo crítico, de la narrativa reflexiva y postromántica puertorriqueña del siglo 19. Las novelas La tela de araña (1863) y La peregrinación de Bayoán (1864), los relatos incluidos en Inda, Libro de mis hijos y Cuentos a mi hijo (1878), y las narraciones sueltas “En barco de papel” (1897) y “De cómo volvieron los haitianos” (1901), son un ejemplo de ello. A pesar de la escasa difusión que sus textos narrativos han conseguido, una lectura detenida de ellos informa al lector de que el mayagüezano siempre concibió la narrativa creativa como un ejercicio que debía estar al servicio de las grandes causas sociales.

Como sociólogo o científico social Hostos Bonilla fue parte de una vanguardia única. Sus textos sociológicos son una aportación única a la evolución de una disciplina que acababa de nacer en el siglo 19.   Hostos Bonilla fue un sociólogo clásico de “segunda generación” que se relacionó con aquella ciencia social emergente en la década de 1860. Su obra sociológica ha sido considerada como una expresión crucial para la “pre-sociología” hispanoamericana, y el Tratado de sociología (1883/1904) como una pieza esencial para la “fase fundacional” de la “sociología hispanoamericana”. El Tratado de Moral y la Moral Social, ambas impresas en Santo Domingo en 1888, y el Tratado de Sociología, volumen editado en Madrid poco después de su deceso, recogen la parte más significativa de ese acervo. En este último título se incluyó el “Resumen de la sociología” en 15 lecciones dictadas en 1883 en República Dominicana, y las “Notas” de un curso firmadas en 1901 también en aquel país.

Eugenio María de Hostos Bonilla, como cualquier figura del pasado, no vive a menos que se le recuerde. Su residencia permanente es la memoria de la gente del presente. Recordar no es suficiente. Es fundamental hacerlo significativo para el hoy, actualizarlo. Mi mayor deseo es que este comentario sirva para ese fin.

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