Puerto Rico entre siglos: Historiografía y cultura

marzo 5, 2011

André Pierre Ledrú: Puerto Rico en 1797

Fragmento de André Pierre Ledrú. Relación del viaje a la Isla de Puerto Rico, en el año 1797 por el naturalista francés en traducción de Julio L. Vizcarrondo. Imprenta Militar de J. González, Puerto Rico, 1863.

A las seis estábamos frente a la isla desierta de la Culebra, y al día siguiente, a mediodía, el Triunfo echó el ancla en la rada de San Juan, capital de Puerto Rico. En seguida el Capitán bajó a tierra para visitar a S. E. Don Ramón de Castro, Gobernador de la provincia, y a M. París, Agente comercial de la Francia. El primero le permitió desembarcar en la Isla, y ocuparse en ella con sus colaboradores en los trabajos relativos al objeto de la expedición. El segundo le prometió todos los socorros de dinero y víveres que dependieran de su ministerio. Desde este momento la tripulación del Triunfo tuvo la libertad de bajar a tierra.

El día siguiente el Capitán hizo desembarcar todas nuestras colecciones, que fueron cuidadosamente transportadas a la fonda, del Correo. El director de este establecimiento público prestó generosamente su jardín para depositar en él las plantas vivas, y puso a nuestra disposición tres aposentos.

Sábese cuanto gustan a los Españoles las fiestas y las ceremonias públicas. En Europa son apasionados a las corridas de toros; en América por las carreras de caballo. Hacía dos días que este último espectáculo ocupaba a la ciudad entera, que me pareció convertida en un vasto picadero. Una multitud de habitantes de los campos habían concurrido para esta diversión. Imagínense tres a cuatrocientos caballeros, enmascarados o vestidos con trages extraños, corriendo sin orden por las calles, tan pronto solos, tan pronto reunidos en grupos numerosos. Por aquí, muchos petimetres disfrazados de mendigos divertían a los espectadores con el contraste de los harapos que los cubrían y el rico arnés de los corceles que oprimían; por allá levantaba una polvareda un grupo de jóvenes oficiales. Muchos franceses, mezclados con ellos, eran reconocidos fácilmente por su ligero y bullicioso talante. Su amable locura, variada bajo mil formas diferentes, esparcía a su paso la risa y la alegría. Muchas jóvenes entraron en la lid; todas se llevaron el honor de la carrera, tanto por su gracioso y seductor porte, como por la velocidad de su palafrén. Dudo que nuestras bellas de París puedan disputar con las amazonas de Puerto Rico el arte de manejar un caballo con tanta gracia como atrevimiento. La velocidad de estos caballos indígenas es admirable: no tienen trote, ni el galope ordinario, sino una especie de andadura, un paso tan precipitado que el ojo más atento no puede seguir el movimiento de sus patas.

Los habitantes de Puerto-Rico celebran con semejantes carreras las principales fiestas del calendario romano, especialmente las de Pascuas, San Juan, Santiago, San Mateo. Desde la víspera viene a la ciudad un gran número de ginetes de todos los puntos de la Isla. Los juegos comienzan a mediodía precisamente y continúan sin interrupción hasta la noche. Es un espectáculo agradable ver las calles y las plazas llenas de corredores al galope; y los balcones, las puertas y hasta los techos llenos de curiosos: por todas partes se oyen risas, provocaciones que recuerdan los picantes placeres del carnaval. Al día siguiente la fiesta toma un carácter más serio. El Gobernador, seguido de los miembros del Cabildo, de la oficialidad, de la nobleza, escoltado por la guarnición, todos a caballo y ricamente vestidos, sale a las nueve de la casa consistorial: el cortejo recorre gravemente las principales calles, al sonido de una música guerrera, y se dirige en seguida hacia la Catedral, en donde se celebra una solemne misa, terminada la cual vuelve en el mismo orden a la casa consistorial; y entonces dan principio de nuevo las carreras de la víspera, que duran hasta por la noche, aunque ésta no siempre da la señal de retirada. El gusto por las cabalgatas, general en toda la Isla, degenera a menudo en locura, y ocasiona gastos que arruinan a más de un padre de familia: colono hay, poco favorecido por la fortuna, que se priva durante seis meses de muchos goces ordinarios para distinguirse en las primeras carreras por la elegancia de su trage y la riqueza del arnés de su caballo.

Amazona de José Campeche

La permanencia de las ciudades es poco conveniente a los naturalistas: en el campo, a la entrada de los bosques, es donde deben fijarse para observar y recoger a su satisfacción las más bellas producciones del suelo. San Juan de Puerto-Rico, situado a la extremidad de una lengua de tierra, entre la mar y una rada, era poco propio para el género de trabajos que debíamos emprender: el comisario París viendo la necesidad de procurarnos un alojamiento en otra parte, obtuvo permiso del Sr. O’Daly, negociante irlandés y propietario de una hacienda situada a tres leguas de la ciudad, para que pasáramos en ésta algunos meses.

Dos días después, [Nicolás] Baudin y mis colegas se hallaban instalados en esta nueva vivienda. El 28 de julio fui a reunirme a ellos: una canoa me trasportó a la extremidad de la bahía que recibe las aguas de Puerto-Nuevo. Remonté este río en la extensión de una legua: sus pantanosas orillas están cubiertas de helechos, de bejucos, de manglares (como Carpas erecta, C. rasemosa L.) y de paletuvios (Rhizo-phora mangle L.) Las ramas de este arbolillo en su mayor parte vuelven a caer a tierra, se arraigan en ella y producen nuevos tallos que a su vez implantan sus flexibles brazos en el limo. Estas ramas raíces están ordinariamente cubiertas de ostras (Ostreaparasítica L.) que se adhieren a ellas y permanecen descubiertas en la marea baja. Esto es lo que da motivo a decir que en América se cogen ostras en los árboles. Después de desembarcar, atravesé un pasto al fin del cual se encuentra la hacienda nombrada San Patricio que se nos había concedido.

Todas las haciendas de Puerto-Rico son semejantes, salvo algunas diferencias ocasionadas por el gusto, el lujo o los medios del propietario. La nuestra estaba compuesta de una casa principal, construida de madera y cubierta de hojas de caña; de un vasto tinglado que cubre los molinos puestos en movimiento por bueyes y que sirven para exprimir el jugo de las cañas recientemente cortadas: de otro en que se depositan esas mismas cañas, después de haber sido exprimidas entre dos cilindros de cobre, bajo el nombre de bagazos, para alimentar el fuego de las calderas; de un edificio construído de mampostería y que contiene la azucarería, los alambiques y el almacén. Las chozas en que se alojan los negros están reunidas en tres líneas rectas y paralelas.

Los naturalistas permanecieron dos meses y medio en San Patricio. Durante este tiempo, cada cual se entregó con entusiasmo, a pesar de las lluvias y del calor, al género de trabajos que le estaba designado.

Dos meses y medio hacía que recorría yo los alrededores de San Patricio, a cuatro o seis leguas de distancia, para conocer las producciones vegetales; y ya tenía curiosidad de visitar otras comarcas de la Isla, sobre todo algunos anillos de esa cadena de montañas que la atraviesa en toda su longitud.

Baudin, deseoso como yo de fijarse en otra parte, me encargó que hiciese un reconocimiento hasta el pueblecillo de Fajardo, situado en la costa oriental de la Isla, a catorce leguas de San Juan, a fin de buscar allí algún alojamiento conveniente para nuestro género de ocupaciones.

Partí el 5 de noviembre, acompañado de un guía y provisto de cartas para algunos colonos, a los que me proponía pedir de paso la hospitalidad.

Después de haber pasado las fortificaciones avanzadas de la ciudad y haber andado durante una hora por un terreno arenoso, cubierto de acacias (Mimosa), icacos (Chrysobalanus icaco L.), pajuiles (Anacardium occidentale L.) y otros arbustos, llegamos a la boca de Cangrejos, que se ha hecho célebre desde que los ingleses operaron allí su infructuoso desembarco el 17 de abril de 1797. No hay en ella ni puente, ni barca para la comodidad del pasagero; nos vimos obligados a pasar esta peligrosa boca con agua hasta la cintura, dirigiendo nuestros caballos por los arrecifes: el océano bate con furor esta especie de dique natural que se adelanta un metro bajo el agua. Cada ola levantaba nuestras monturas, que iban bamboleando; y la cima de las olas, reducida a lluvia por el viento norte, bastante fuerte, nos mojaba completamente.

Los habitantes de Cangrejos, casi todos negros o mulatos, han comprado con su industria la libertad de que gozan. Aunque habitan un suelo árido, cultivan con buen éxito muchos frutos y legumbres para el consumo de San Juan. Este pueblecillo cuenta ciento ochenta casas y sobre setecientos habitantes.

El territorio de esta comarca es inundado en parte por un lago de agua salada y abundante de pesca, cuyas orillas están cubiertas, en muchos lugares, por manzanillos (Hippomane mancimella L.)

Desde la boca de Cangrejos hasta el río de Loíza, cuatro leguas más lejos, el camino es uno de los más agradables de la Isla. Trazado a orillas del mar, entre dos líneas de arbolillos siempre verdes e impenetrables a los rayos del sol, se parece a las calles de nuestros bosquecillos, cuya sombra y verdura ofrecen al amigo de los campos un agradable paseo.

Atravesamos sin apearnos el lindo pueblecito de Loíza. que contaba en 1778 mil cuatrocientos dos habitantes y ciento tres casas; y está situado cerca de la embocadura del río que lleva su nombre. Durante tres horas continuamos andando cerca de la orilla del mar, por un terreno arenoso en medio de vastas sabanas cubiertas en muchos lugares de palmeras, de comocladias (Comocladia intergrifolia, Com. dentates L., C. ilicifoloa Sw.), de uveros (Coccoloba uvífera, C. excoriata L., C. diversifolia nivea Jacq.), de pinas, de naranjos y de plátanos.

El suelo se hace más compacto y más cubierto, a medida que se aleja uno de las costas y se interna en los campos; pero los caminos son menos cómodos. Muchas veces nos vimos obligados a atravesar montañas cubiertas de hermosos árboles; pero las cuestas son tan rápidas y malas que nuestros caballos, aunque habituados a estos senderos, bamboleando a cada paso amenazaban sepultarnos en el lodo.

Estas dificultades provienen de la humedad continua del suelo, mantenida por la sombra de las ramas que pendían sobre nuestras cabezas, y el inconcebible descuido de los habitantes, que cuando tienen que abrirse un camino por los bosques, se contentan con tumbar los árboles que les incomodan, sin cuidarse de la dirección que los mismos árboles toman al caer. Veinte veces nos detuvieron troncos enormes atravesando en el sendero y que permanecerán allí hasta que sean reducidos a polvo por la acción de los elementos. En fin llegamos a Fajardo poco antes de ponerse el sol.

Yo llevaba una carta de recomendación para Don José, rico colono que hacía largo tiempo se había fijado en aquella parte de la Isla, y obtuve por su parte la mejor acogida. Su casa está construida en la cima de un montecillo, por cuyo pie corre un arroyo. Desde aquella elevación la vista se esparce sobre una vasta sabana que embellece una eterna verdura, dividida en praderas o en campos de cañas, de en medio de las cuales se elevan aquí y allá otros montecillos aislados cubiertos de árboles montaraces y de café: algunas cabañas diseminadas en las llanuras o en los flancos de las colinas animan este lindo paisage.

No pude descubrir en Fajardo alojamiento propio para los naturalistas y partí de este pueblo el 11 de noviembre, acompañado de un guía que me proporcionó Don José; pero en vez de seguir el camino ordinario que conduce a San Juan, tomé a la izquierda el sendero de los bosques, a fin de aproximarse a las altas montañas de Aybonito, famosas por las cascadas, los sitios pintorescos y los árboles preciosos que se encuentran en ellas: después de cinco horas de marcha llegué a su pie. Mi guía iba delante en el bosque, conduciendo nuestros dos caballos de mano; yo le seguía, separándome aquí y allá para coger flores; y frecuentemente me detenía para admirar las bellezas de aquellos lugares salvages.

Empero, la noche se aproximaba y estábamos a cuatro leguas de distancia del pueblo más cercano. Al salir del bosque no descubrí más que una vasta llanura en la que no se veía una sola cabaña. Mi guía me dijo entonces: detrás de aquel platanal que limita nuestro horizonte, hay una hacienda; ése es el único asilo en que podemos pasar la noche… Vamos allá… Andábamos paso a paso según estaban de malos los caminos: llegamos al fin a la casa de Don Benito, situada cerca de las orillas del Loíza. Yo estaba agonizante de cansancio y de frío, y apenas tenía fuerzas para hablar.

Empleé los días siguientes en visitar las plantaciones de caña, las de café y los talleres de mi huésped. ¡Qué diferencia, pensaba yo, entre esta hacienda y muchas de las que he visto hasta hoy. En aquellas un amo avaro y cruel tiene sin cesar la verga de la tiranía y aun el hacha de la muerte suspendidas sobre la cabeza de sus desgraciados negros: aquí estos africanos no tienen más que el nombre de esclavos, sin sufrir las cadenas; bien vestidos, bien alimentados con una robusta salud, trabajan con celo para un colono bien hechor que dobla sus ganancias aliviando las desgracias de aquéllos.

Durante mi permanencia en casa de Don Benito, fui testigo de un baile que daba el mayordomo de la hacienda para celebrar el nacimiento de su primer hijo. La reunión estaba compuesta de cuarenta a cincuenta criollos de los alrededores, de uno y otro sexo. Algunos habían venido desde seis leguas de distancia, porque estos hombres, de ordinario indolentes, son muy apasionados por el baile. La mezcla de blancos, mulatos y negros libres formaba un grupo bastante original: los hombres con pantalón y camisa de indiana, las mugeres con trages blancos y largos collares de oro, todos con la cabeza cubierta con un pañuelo de color y un sombrero redondo galoneado, ejecutaron sucesivamente bailes africanos y criollos al son de la guitarra y del tamboril llamado vulgarmente bomba.

Habíase preparado, en un aposento contiguo, una mesa compuesta de crema, café, sirop, casabe, confituras y frutas: éstas eran piñas, aguacates, guayabas, zapotes, cocos maduros o en leche. En este último estado el coco ofrece una bebida deliciosa; en vez de la almendra que no está aún formada, presenta un licor blanco, semejante en el gusto a la leche azucarada. Las confituras eran, una mermelada azucarada de guayabas, naranjas, calabazas, albaricoques, mameyes y papayas.

Después de mi salida de Fajardo, mi vida en San Patricio fue bien triste: las continuas incursiones por los bosques y sabanas pantanosas alteraron mi salud, y el 7 de enero de 1798 fui atacado de una fiebre gástrica intermitente que se manifestó con síntomas alarmantes. Cubrióseme todo el cuerpo de una erupción exantemática de tres centímetros de espesor y un decímetro de estensión: enflaquecí, perdí el apetito, y el estómago dejó de funcionar: al verme en este estado el Capitán me hizo conducir a la casa del Doctor Raiffer en la ciudad. El restablecimiento de mi salud lo debo a ese Profesor, que durante veinte días me prodigó todos los recursos del arte y los cuidados de un cariñoso amigo.

Con objeto de continuar mis estudios sobre la Historia Natural y Estadística de esta bella Isla, salía a menudo a San Juan, y me dirigía a distintos puntos cercanos. El mercado de Puerto-Rico se surte de las aves, frutas y legumbres que conducen diariamente a su puerto las lanchas que bajan por los ríos de la costa norte: al regreso de esas embarcaciones me unía a sus conductores y subía con ellos, ora el río de Bayamón o el de Toa, ora el de la Vega o Manatí, y cuando me encontraba a 20 ó 25 kilómetros al interior del país saltaba a tierra y me dirigía a cualquier casa, donde seguramente se me recibía con las mayores muestras de hospitalidad; una vez allí, recorría las inmediaciones y regresaba luego a la Capital por la misma ,vía, cargado de una gran cosecha plantas. A estos viages debí el enriquecimiento de mis herbarios y el conocimiento del interior de la Isla y de los usos y costumbres de sus habitantes.

Puede consultar además: Documento y comentario: André-Pierre Ledrú (1810) donde hace recomendaciones específicas para el adelantamiento o progreso de la colonia.

Comentario:

El libro de Ledrú se publicó en 1810. Su expedición se realizó desde los primeros meses de 1797, poco después de la Invasión Inglesa. La traducción corresponde al líder liberal y abolicionista Julio L. Vizcarrondo y es de 1863. Ledrú es francés, nacido en Chatenai, cerca de Le Mans y es un naturalista y un hombre de ciencia. Su interés estaba cifrado en la naturaleza, pero entró en observaciones antropológicas y sociológicas muy originales. El viajero llegó a San Juan en el “El triunfo” con Nicolás Baudín. Fue recibido por el gobernador Ramón de Castro, el Agente Comercial francés Monsieur Paris, y de hospedó en la fonda el Correo, donde ocupó el jardín y tres habitaciones. La alianza hispano-francesa explica la apertura a una expedición científica de aquella naturaleza.

Ledrú reconoce “cuando gustan a los españoles las fiestas y las ceremonias públicas” y de inmediato establece un contraste: en Europa son famosas las “corridas de toros” y en América las “carreras de caballos”. Las “cabalgata(s)” son una costumbre de “toda la isla”, indicativo de que la condición de “caballero” tiene un gran valor social. De inmediato describe el Carnaval de San Juan con la precisión de un cronista: “cuatrocientos caballeros enmascarados”; numerosos “petimetres (petit maître o señoritos) disfrazados de mendigos”, “jóvenes oficiales” y “franceses mezclados con ellos”. Lo que más le impresiona es la presencia de “muchas jóvenes” caracterizadas lo mismo por “su gracioso y seductor porte, como por la velocidad de su palafrén” o caballos mansos. Sus observaciones sobre los caballos contrastas con las de John Layfield de 1598: los caballos “no tienen trote, ni el galope ordinario, sino una especie de andadura, un paso tan precipitado que el ojo más atento no puede seguir el movimiento de su patas”  en una alusión al paso fino. Las cabalgatas son comunes en las fiestas de Pascuas, San Juan, Santiago, San Mateo. El Carnaval iguala socialmente a la gente a la luz de los “picantes placeres”, observación que sugiere un rico contraste con las Peregrinaciónes a un lugar sacro que también igualan pero a la luz de la “fe”.

De San Juan pasa a la Hacienda San Patricio de Tomás O’Daly donde permanece dos meses. O’Daly era militar de origen irlandés, y Miguel Kirwan, su socio de negocios en la empresa. El viaje se hizo en canoa y el traslado por tierra en caballos. Lo más valioso de esta sección es la descripción de una hacienda típica:

1. Contiene “una casa principal” de madera y cubierta de hojas de caña

2. Posee “un vasto tinglado” para los molinos que ya poseen cilindros de cobre y son movidos por bueyes. El autor aclara que el bagazo se usa de combustibe para las calderas.

3. Un “edificio (…) de mampostería” para “la azucarería, los alambiques y el almacén”

4. Y “las chozas” para los negros en tres líneas rectas y paralelas

Se trata del retrato de un hombre poderoso del interior.

Luego describe su viaje a Fajardo. El paso por la boca de Cangrejos, población de “negros o mulatos” libres, y por la desembocadura del Río Grande de Loíza y el “lindo pueblecito de Loíza” son literariamente ricos. En el proceso, anota las dificultades para un viajero en la isla. No hay “ni puente ni barca” para cruzar por Boca de Cangrejos, el viaje es difícil por la “humedad continua del suelo” y el peligro de los caminos, y le impresiona “el inconcebible descuido de los habitantes” con los mismos ya que no les dan mantenimiento alguno. La ausencia de infraestructura para el transporte, el clima tropical húmedo y la desidia de los vecinos se combinan para explicar el atraso.

Ledrú documenta una entrevista con “Don José, colono rico” de Fajardo, productor de caña y café y poseedor de predios montaraces. De regreso realizó una gira por las Montañas de Aybonito y tuvo que pasar la noche en “la casa de Don Benito”, cerca del río Loíza también plantador de caña y café. Benito es un esclavista humanitario: “aquí estos africanos no tienen más que el nombre de esclavos”. Los datos sugieren que café y caña competían la tierra en condiciones pares al menos en la zona visitada por Ledrú. En aquella hacienda Ledrú fue testigo de un baile de bomba por el nacimiento del hijo del mayordomo. La descripción es extraordinaria: 40 a 50 “criollos” definidos como “indolentes” pero “muy apasionados al baile”, asistieron. Eran gente dispuesta a mezclarse: “blancos, mulatos y negros libres”, ejecutaban “bailes africanos y criollos”.  También se detiene en las comidas -crema, café, sirop, casabe-, en las frutas -piñas, aguacates, guayabas, zapote, cocos maduros o en leche-, y en las confituras o frutas en almíbar elaboradas a base de guayaba, naranja, calabaza, albaricoques, mameyes y papayas.

Por último, comenta como San Juan se suple de alimentos frescos. Hay un rico tráfico de lanchas procedentes de la costa norte  a través de los ríos Bayamón, Toa, Vega y hasta Manatí. El tránsito de lanchas desde y hacia el interior de la Isla era enorme y, en cierto modo, suplía la escasez de caminos, a la vez que facilitaba una labor común en aquel entonces: la pesca.

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diciembre 4, 2010

Puerto Rico en 1644: Damián López de Haro

Carta del Obispo de Puerto Rico Don Fray Damián López de Haro, a Juan Díez de la Calle, con una relación muy curiosa de su viaje y otras cosas. Año 1644. (Fragmento)

El calor en estos tres meses que yo he existido con ser de caniculares no ha sido tan grande como el de allá porque ordinariamente corren unos aires que llaman aquí brisas, que son muy apacibles y muy sanos, vienen muchas lluvias y a veces como aguaceros sin pensar estando el cielo sereno, porque pasa una nubecilla estando claro y sin ser vista de los que están en las casas por encima y deja caer e1 agua de modo que no sabemos de donde viene, y esto suele suceder en una casa y no en todas y muchas veces al día, pero en acabando de caer se salen a la calle con zapatos blancos porque es toda arenosa.

Cuando es aguacero se suele llebar la brisa y nos deja en calma y con el mismo calor que en España por los caniculares, pero con más; la jente es muy caballerosa y los que no vienen de la casa de Austria descienden del Delfín de Francia u de Cárlo Magno: la vecindad del lugar no llega a 200. vecinos, pero hay quien diga que de solo mugeres con negras y mulatas hay más de 4,000. y estas tan encerradas que aun no salen a Misa, que si bien se atribuye mucho al encojimiento de las criollas, los más cierto es por la miseria y pobreza de la tierra, porque las más de ellas no alcanzan para mantos y vestido y son tan altivas, que dándoselos de limosna un Obispo porque no perdiesen la Misa, muchas no los quisieron recibir y algunas que los recibieron no usaron de ellos por ser de anascote. —Los i soldados son 300. aunque siempre faltan plazas; la Iglesia comenzó de sillería muy buena, pero jamás tuvo con que poderse acabar y dándose por desauciados, sobre dichas paredes de sillería la hizieron de mampostería y mucho menor que la traza; será algo mejor que la de San Sebastián de esa corte; la bóveda de la capilla mayor es de piedra excelentísima y el cuerpo de la Iglesia de buenas maderas y el retablo pobre como la fábrica. Súbese a ella por gradas de piedra y por los tres lados está cercada de una plazuela con parapetos de piedra de mampostería y sillería con algunas palmas de cocos que la adornan y la vista es al mar, al modo todo de nuestra casa de Málaga, y del otro lado están las casas de la dignidad con las mismas vistas, pero todo lo más principal de ellas derribado y quemado del Olandés, de modo que después que vine, he tenido necesidad de labrar cocina y demás oficinas, estrella que me ha seguido desde que nací.

Temo entrar en la relación de las demás cosas, porque son tan siniestras las relaciones de lo que allá me dijeron y yo dejé dicho por su información en algunas visitas, que no se como salir bien de ello sino es con decir que lo más fue mentira, y antes de entrar en la relación por que no se entienda que es llorar lástimas lo que dijere, quede por asentado que con la bondad del clima yo lo paso muy bien y con salud, a Dios gracias, que como pájaro bobo no me aporreo en la jaula y aunque hay algunos trabajos que para otros fueran intolerables, yo los ofrezco a nuestro Señor y los llebo con buen aliento y paciencia.

La invasión Holandesa por Eugenio CaxésEsto supuesto, está tan lejos de comerse la carne de valde en esta tierra y de matar las terneras a su voluntad los esclavos dejándose la carne en el campo y ya por la ganancia de la piel, o ya por la golosina de las mollejas como allá me habían mentido que se pasan muchos días y aun se han pasado semanas después que yo estoy aquí, sin que se haya pesado vaca en la carnicería ni tocino ni otro género de carne, en lugar de la cual se suelen pesar unas tortugas grandes del mar que acá llaman careyes de cuya conchas se hacen allá en España los escritorios y contadores, y tienen la carne como de vaca aunque es peor sustento, y de este ha faltado también aun para mi familia, si bien algunas personas me han presentado terneros y carneros con que lo hemos pasado bien a Dios gracias, que aunque pobremente la mesa es siempre de Obispo de lo que dá de sí la tierra porque con hacer dos o tres guisados de la ternera, alguna ave, y dulces que hay en abundancia y con algunas frutas que diremos después, está la familia contenta y bien mantenida, pero en esta Isla siempre pasan mucho trabajo por no estar cierta la carne en la carnicería todos los días. La arrelde vale 18. maravedís: no solía valer más que a 12. como en la ciudad de Santo Domingo, en este año han subido el precio por animar los ganaderos y la pesan con tasa porque no se vaya acabando. La ciudad está muy pobre, la moneda que en ella se gasta es de pobres porque es de cobre treinta y cuatro cuartos más delgados la mitad que los de allá dan por un real, por el real de a ocho lleban uno o dos reales de premio, y en toda la Isla no se hallarán 8,000. ducados de cuartos y 20,000. de plata porque ha siete años que falta el situado de S. M. y uno que traían ahora dos años de 60,000. pesos lo cogió el enemigo, yo entendí hallar 3,000. o 4,000. ducados de la vacante y no he visto en dinero más que 1,000. reales de cuartos, de pesos de plata 200. por cuenta de diezmos me dan cazabe cada semana para que coma la familia y los pobres, que es el pan de esta tierra que la necesidad les ha enseñado a comerlo, pero a mí no me entra de los dientes adentro aunque lo hacen de diferentes modos y ponen a la mesa uno que es el más florido jaujao.

Por la ciudad se vende pan de trigo a temporadas conforme vienen las ocasiones de la harina, yo traje tres o cuatro barriles de España muy buenos y muy floreados de que al principio me hicieron rosquillas como en Sevilla, pero con la humedad de la tierra se vá corrompiendo de modo que el pan es muy malo como el que se vende cuando lo hay en la plaza, yo fue siempre mal comedor de pan y ahora paso casi ninguno y no me hace falta porque de ordinario ay arroz en la mesa que lo lleba esta tierra que en muchas partes del mundo no tienen otro pan, no faltan algunos biscochos y una fruta que llaman plátanos de que hay grande abundancia y diferencia en los campos, y es el sustento ordinario de los negros y aun de muchos blancos pobres, porque los maduros les sirven de pan y fruta y de los verdes asan como allá las batatas o zanahorias, los labradores las cuezen como castañas y hacen muchos guisados de ellos echo en cazuelas morfies, es una comida sana, la carne es como de camuesa con olor de pera vinosa, despide la cascara como una castaña asada con gran facilidad, otras frutas hay dulces pero muy sosas al gusto, la que llaman piña porque se parece a la España es escelente pero no dura todo el año como los plátanos, sino tres o cuatro meses, la carne es como de limón dulce con alguna punta de agrio que parece a la carne de melocotón muy maduro, pero las entrañas de que se hacen las ruedas tienen más carnosidad y sustancia; de lo que están llenos los campos es de naranjas y limones y limas y cidras todo silvestre pero lo que toca a los naranjos dulces, son más grandes y mejores que los de allá porque los más que he visto hasta ahora han sido verdes y pequeñuelos, algunos que me han traído amarillos tienen la corteza muy fuerte y me parece que si los cultivaran fueran muy buenos y las limas dulces aunque me han traído algunas, de las agrias y de los limones pequeños se sirven ordinariamente las mesas, las cidras son como las de allá, así de ellas como de las calabazas, batatas y otras muchas frutas que lleba el campo hacen muy buenas conservas, porque no les duele el azúcar.

Plano del Morro en 1591 por Juan Bautista AntonelliTodo lo que se compra y vende vale muy caro, una vara de vayete cinco pesos, de tafetán sencillo dos, de rúan otros dos, un adarme de seda un real, por hechura de unas medias cinco pesos, una mano de papel cuatro reales, una libra de cera veinte reales, de el trabajo de un oficial dos pesos, de un peón un peso y esto es cuando se halla porque lo ordinario es mientras que no llega un navío faltar casi todo y los oficiales como en lugar corto, una gallina lo ordinario ocho reales, y cuando estuvo aquí la flota, valiera a diez y doce, un pollo cuatro reales y no siempre se halla y lo peor que a mi ver tiene la ciudad es que no hay una tienda donde poder embiar por nada, si no es que unos a otros truecan o venden o prestan lo que tienen: aunque lo vale 10. maravedís, el pan de cazabe vale real y medio cada torta que tendrá dos libras y media, el maíz aunque no lo gastan en pan lo siembran y cojen, y vale diez y ocho y veinte reales la fanega, allá la tierra adentro hay unas aves tan grandes como gallinas y en el sabor y la bondad como perdices, a mí me han presentado tres o cuatro; pero 12. leguas de aquí dicen que hay muchas bandadas y que las matan a palos, pero la gente es tan olgazana, que no quieren ir por ellas para venderlas y lo mismo pasa en los pescados que aunque hay muchos y muy buenos, y yo he probado, sobre venderlos muy caros no hay quien se aplique a la pesca; todo el trato de esta Isla y la cosecha es de xenxibre y está tan de capa caída que nayde lo compra ni lo quiere llebar a España, en el campo hay muchas estancias y siete Ingenios de azúcar a donde muchos vecinos con sus familias y esclavos asisten la mayor parte del año como en los lugares de Toledo sus herederos. El año 25. saqueó el enemigo esta ciudad y se llebó hasta las escrituras de la Iglesia, y porque no le ofrecieron mucho dinero, quemó muchas casas y entre ellas la de la dignidad, pero el mayor trabajo fue el de la tormenta y tempestad que sobre vino el año 42. por el mismo mes de Setiembre que sucedió la de Burgos cuando derribó el crucero porque aquí derribó la Iglesia y muchas casas, y en el campo arrancó muchos árboles y bujíos y hizo tan grande estrago que dejó esterilizada la tierra hasta hoy que vá volviendo en sí, y es de modo que a todo cuanto falta se disculpa con la tormenta, y biene a ser tormento para mí, porque en virtud de esto me faltan todos los diezmos (de que S. M., Dios le guarde) me ha hecho gracia. De melones que tanto los habían alabado, no he visto más de tres en todo este verano, y estos han sido colorados y no como los buenos de allá, aun no he visto uvas, granadas me han presentado hoy dulces medianas, pero nada se vende en la plaza de todo esto, el trigo se ha sembrado y ha provado bien en algunas partes de tierra, pero lo que se coje de ello y otras semillas que traen de España cuando los vuelven a sembrar se desvanecen y quedan en berzas, y algunas semillas de la primera vez, también hay algún trato aunque pequeño de cueros como en Santo Domingo; y en conclusión lo mejor que tiene esta ciudad son las brisas y el ayre con que todos quedamos con salud a Dios gracias, por donde un hombre a quien pidió una Señora de Santo Domingo que le diese noticias verdaderas de lo que era esta ciudad le respondió en este soneto.

«Esta es Señora una pequeña islilla

falta de bastimentos y dineros,

andan los negros como en ésa en cueros

y hay más gente en la cárcel de Sevilla,

aquí están los blasones de Castilla

en pocas casas, muchos caballeros

Todos tratantes en xenxibre y cueros

los Mendoza, Gusmanes y el Padilla.

Ay agua en los algibes si ha llobido,

Iglesia catedral, clérigos pocos,

hermosas damas faltas de donaire,

la ambición y la embidia aquí an nacido,

mucho calor y sombra de los cocos,

y es lo mejor de lodo un poco de ayre.»

 

También me dijeron en esa corte preguntando si había médico y botica, que no se trataba de eso porque todos estaban sanos y morían de biejos, con que yo juzgué que benía al Paraíso, pero el mes pasado enterramos más de cincuenta y ha abido muchos enfermos, y estoy persuadido a que no se han muerto tanto de mal curados como de mal comidos, porque el sustento de los miserables es la vaca y el carei, y esto ha faltado muchos días y no tenemos que ha de faltar en los que vienen; los animales de cerda que tanto abundaba esta Isla, con la tempestad del año 42. murieron los más y se retiraron a la espesura del monte, en tanto grado, que habiéndose buscado para mí un lechoncillo, en tres meses no se ha podido descubrir, el vino, el vinagre, el aceyte, el pan con todo lo que es necesario para vestirse, viene por el usar, de Castilla o de la nueva España, y aquí estamos tan sitiados de enemigos, que no se atreven a salir a pescar en un barco porque los coge el Olandés.

Aquí llegaron de la Isla española dos fragatas que llevaban socorro a la de San Martín, habiendo salido tres, porque la una iba cargada de azúcar para Cumaná y luego que se apartó, la cojió el enemigo y hecho la gente en el agua a 20. leguas de aquí, cuando yo llegué estaba sitiada la dicha Isla de San Martín y por la buena diligencia del Sr. Gobernador de esta Isla, que les embió socorro a tiempo que estaban ya para entregarse, lebantaron el cerco; pero la voz general que corre es, que dichos corsarios quieren sitiar a Santo Domingo, y acá estamos con cuidado de que hagan allá el tiro y acá la suerte.

Muy grande es la necesidad que tienen estas Islas de barlovento de que faltara en ellas la armada y pudiera nacer algunas presas de importancia, y para sustentarse, hacer S. M. que de la Isla de Santo Domingo poblaran ésta de ganado bacuno, que como he dicho, la tempestad del año 42. acabó casi con todo, pero es tan fértil, que con muy poco que le auxiliaran, volvería luego a poblar.

Mas dejando aparte esto que toca al Gobierno, la familia lo pasa alegremente porque lo que falta de el sustento se suple en abundancia con otros de este país, como son plátanos, arroz, azúcar, pescado, naranjas dulces que hay grande abundancia, y algunas terneras que se matan, pero con la humedad y calor de la tierra no pasan a tercer día.

Luego que llegué traté de confirmar, habiendo primero consagrado los óleos de que tenían mucha necesidad, hice órdenes generales y particulares con el indulto de Su Santidad porque había gran falta de Sacerdotes. He comenzado a predicar y trato de visitar y hacer sínodo, luego pasaremos a la Margarita y a Cumaná, si Dios fuere servido, y de allí me prometo que podremos hacer algún regalo de cacao y perlas, que en esta Isla no se que aya más que xenxibre y alguna azúcar; de esta partiremos con los amigos en recojiendo alguno de los diezmos y acabo con este dulce la relación de viage remitiendo lo demás a la carta.

Comentario:

La Carta (relación) de Fray Damián López de Haro a Juan Díez de la Calle (1644) recoge una imagen  polémica de San Juan Bautista. Se trata de una memoria de la impresión de López de Haro, Obispo a la Diócesis Puerto Rico. El destinatario, Díez de la Calle, era oficial del Consejo de Indias en Madrid y uno de sus hijos era oficial en la Capital de la colonia. El texto desemboca en un cuadro de costumbres bastante pintoresquista y tragicómico y, de paso, confirma la imagen pesimista y negativa dominante entre los peninsulares en torno al país y su gente.

El texto destaca la poca población y el falso orgullo aristocrático de cierta gente cuando indica que “los que no vienen de la casa de Austria, descienden del delfín de Francia u de Carlomagno”. Se trata de un humor bien calculado y ácido. Además, el autor califica a la gente como holgazana, poco emprendedora y temerosa de que “los coja el holandés”, en alusión al trágico episodio de septiembre de 1625: la agresión de Balduino Enrico. El Puerto Rico de San Juan se dibuja como una villa muerta, sin gracia ni grandeza. Esa mirada paródica, satírica y crítica se reiterará posteriormente en algunos pasajes de la novela Los infortunios de Alonso Ramírez (1690) de Carlos Sigüenza y Góngora. Pero no será exclusiva de peninsulares.

Muchos de los pensadores del siglo 19 compartieron aquella postura apoyados en su cultura ilustrada, científica y moderna. Ejemplo de ello es el caso de Luis Bonafoux Quintero, en especial su conocido texto narrativo titulado “El conde de la pendejada” (c. 1887). En Mis memorias (1882) y el relato “El loco de Sanjuanópolis” (1880) , Alejandro Tapia y Rivera convino en posturas análogas. Y en el siglo 20, Antonio S. Pedreira en su Insularismo (1934) reinventó muchas de estas posturas un tanto racializadas. El soneto sobre Puerto Rico que cierra el texto de López de Haro es el arquetipo de una percepción despreciativa del insular por el peninsular que muchos insulares han hecho suya a través de la historia.

  • Mario R. Cancel Sepúlveda
  • Historiador y escritor

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