Puerto Rico entre siglos: Historiografía y cultura

octubre 22, 2022

El indócil cosmos de Cancel. Parte 2. Una reflexión poslectura

© 2022 Luis Asencio Camacho

Mis conversaciones con el amigo y maestro Mario R. Cancel, en la mayoría de las veces, han sido durante encuentros fortuitos (que conste que laboramos en el RUM) y en alguna que otra contada actividad que por invitación o azar hayamos coincidido; no obstante, ninguno de dichos encuentros ha sido menos que una experiencia enriquecedora, por breves que hayan sido nuestras pláticas.
De un tiempo acá, desde que adquirí mi ejemplar de El laberinto de los indóciles —ocasión que en otro lugar igualé a un atesorado recuerdo de mi adolescencia—, he anhelado una buena charla, larga y tendida, como les apellidan por ahí, para escuchar al maestro deponer y yo, en atrevida ignorancia, retarle con preguntas y argumentos tal vez tan laberínticos como el asunto mismo del libro. Lo retaría a servir de árbitro o, quién quita, de sostenedor del ovillo que llevaría a la salida. ¿Por qué no del guía virgiliano y explicador que ninguno de los indóciles, tanto integristas como separatistas, allí atrapados tuvieron?
¿Chovinismo? ¿Insolencia?
El maestro Cancel ha dejado diáfanamente claro cómo cada una de las partes (no quiero llamarles «facciones» por eso de las añadidas acepciones a la voz) recurrió o recurría a tácticas de arraigo culturo-filosófico, en mayor o menor medida, en sus respectivas empresas cuyo fin en común era liberar a Puerto Rico de la paradójica retrocesión en que lo sumía el supuesto progreso. Como bien plantea el autor, el arma por excelencia de cada parte fue la táctica discursiva; y me atrevo a añadir que en completa indiferencia —si no desprecio— de la estrategia. Y empleo «estrategia» en su más estricta etimología de «provincia bajo el mando de un general»; o, por reducirlo a su absoluto absurdo: lugar.
Un laberinto, cual en un campo de batalla, se sortea a base de estrategia, de conciencia de dónde se está: del entorno, de las ventajas y desventajas del suelo, de los recursos con que se cuentan y, sobre todo, de una visión clara y objetiva de la mejor ruta a seguir en pos de la meta. Si se está más en las de perder, se procede con prudencia y un latente hálito de esperanza.
El laberinto en que unos entraron por volición y otros arrastrados por las corrientes cobró vida desde el primer pie dentro y mutó como un ser sintiente conforme más se allegaban; el integrista (reformistas y autonomistas) que halló su camino franco se encontró detenido en seco por el muro del separatista (independentistas y anexionistas) y viceversa. La «conciencia» del laberinto en ocasiones confrontó a compañeros de viaje, de suerte que tornó a aliados en enemigos y enemigos reconociéndose cual espíritus afines.
Si no me es demasiado audaz o imprudente decir, pensaría que la mayoría, si no encontró la salida, como mínimo encontró ese «centro vacilante» del que muchos no supieron salir y en el que, a mi humilde entender, todavía nos hallamos. Cualquier intento de apologizar me deja con dos posibles respuestas: o los jugadores de la época terminaron abandonando sus trebejos o la historiografía no les ha hecho justicia. Una o otra, el maestro Cancel ha logrado su propósito de dar sonido a esos silencios por omisión u ocultación, con un análisis concienzudo que compara y converge y contrasta y diverge con un desenfado sin rimbombancias. En mi limitado conocimiento del tema, no recuerdo que otros lo hayan hecho; por lo menos no con tan exitosa fórmula.
¿Considero al Laberinto de los indóciles una lectura obligada para historiadores y sociólogos tanto como para estudiantes o lectores recreativos? Más que eso, la conceptúo primera piedra para lo que auguro será un monumento al fenómeno de la historiografía política puertorriqueña decimonónica.
Ansío esa charla en torno a El laberinto de los indóciles.

mayo 1, 2022

El indócil cosmos de Cancel

  • Luis Asencio Camacho
  • Escritor

Parte 1. Una reflexión antes de la lectura

Me bastó una ojeada a El laberinto de los indóciles para saber que había vivido ese «momento» ya. ¿Cuál? Cuando tuve en mis manos aquella pequeña edición condensada de Cosmos (1980), de Carl Sagan (1934–1996), allá a mis ¿quince, dieciséis? —a mediados de los años ochenta.

Reviví el momento del pedido, la espera, la emoción de recibir y de saber aquel hoy perdido Cosmos el texto definitivo para cualquier curioso que buscara conocer y entender qué era (es) y cómo funcionaba (funciona) el… ¿necesito decirlo? Por entonces Sagan tenía su público y varios títulos a su haber, pero fue con ese título en especial, el compendio en papel de su multiepisódica y homónima serie de TV, que el ya desaparecido astrónomo neoyorquino de orígenes judíos se consagró como un divulgador extraordinario a nivel mundial. La naturalidad y lo palmario de su hablar no hacía imperativo que sus oyentes tuvieran bases académicas en astronomía o astrofísica para entender lo que él planteaba. Lo mismo podía hablar del comportamiento de la luz en diferentes entornos o qué elementos podrían condicionar la exobiología que de historia, filosofía o religión, y uno, como lector, quedar satisfecho y seguro de poder iniciar y mantener (como mínimo «defenderse» en) una conversación del tema: desde átomos y agujeros negros hasta protozoos y genios.

Apenas leí los párrafos introductorios del Laberinto y preví que será una experiencia similar. El quehacer literario, académico y cívico de Mario Cancel es fecundo, sólido y reconocido (su estilo reconocible también, puedo asegurar); de hecho, cuando tuve el privilegio de saludar personalmente a este prócer moderno a eso de 2007 o 2008, tenía años de conocer y apreciar su obra. Por breve que fuera ese encuentro fortuito, pude constatar lo que incontables exalumnos suyos decían: detrás de la fachada de «enciclopedia ambulante» había un caballero sencillo y afable que amaba lo que hacía y se gozaba mucho más en compartir su sabiduría. El Laberinto lo ratifica.

Este es un texto erudito escrito con el lego también en mente, como nos acostumbraron los maestros Picó y Díaz Quiñones; porque no hay que ser rimbombante para ser interesante. (Si aprendí algo de Sagan, fue a hablar con sencillez, directo y conciso; Mario repite la fórmula.) Entre leídas y (h)ojeadas —la impaciencia de cubrir lo más posible y degustar aquellos puntos a los que ya deseo llegar—, antes de darme cuenta, me hallé a mitad de libro. Pausé por eso de no abusar y decidí que leería esta joya con la debida mesura. De entrada llamó mi atención y agradecí la estrategia del comparatismo, una táctica que practico y favorezco. En fin, creo, sin temor a equivocarme, que no ha habido otro texto que exponga de manera tan directa, concisa, clara y desenfadada las continuidades y discontinuidades del turbulento siglo XIX puertorriqueño. No me atrevo siquiera a citar ejemplos por temor a no poder detenerme y terminar con una versión criolla de «We Didn’t Start the Fire» y caer en la cuenta de que—

(We didn’t start the fire!)

It was always burning, since the world’s been turning

(We didn’t start the fire!)

No, we didn’t light it, but we tried to fight it!

—¡coño! seguimos en las mismas…

(Continuará)

© 2022 Luis Asencio Camacho

Blog de WordPress.com.

A %d blogueros les gusta esto: