Puerto Rico entre siglos: Historiografía y cultura

mayo 14, 2010

Hudo Ricci, Carpeta 2704: un comentario

  • Mario R. Cancel Sepúlveda
  • Historiador y escritor

El 11 de marzo de 1971, una confrontación entre estudiantes de la Universidad de Puerto Rico en Río Piedras y los cadetes del Reserve Officers Training Corps (ROTC)  desembocó en una tragedia.  El orden de las víctimas ya no es importante: un cadete y dos policías muertos, numerosos estudiantes y ciudadanos lastimados y cuantiosos daños a la propiedad  fueron el resultado de los hechos.

Los medios masivos de comunicación hicieron su juego en dos direcciones distintas. Primero, como cronistas del “baño de sangre”. En 1971, como en 2010, la violencia vende. Segundo, sirviendo de chispa para la situación por conducto de una puerilidad mediática: la confrontación de Mohamed Alí y Joe Frazier del 8 de marzo de 1971 en el Madison Square Garden de Nueva York. La “pelea del siglo” entre un antibelicista de medios y el guerrerista Smokin’Joe por la modesta suma de 2.5 millones cada uno, inició una confrontación que llegó hasta la frontera de una “Nueva Toma de la Bastilla” en Río Piedras. La Bastilla ya no era un palacio señorial pero seguía sugiriendo el dominio del otro. El palacio o lugar tomado se redujo a una mezcla entre la cafetería del Centro de Estudiantes y el edificio del ROTC. El libro que me ocupa es la memoria de una de las víctimas de aquel episodio: Miguel Hudo Ricci, acusado de dar muerte a dos agentes policiacos durante un conflicto estudiantil.

InocenteClaro que la trivialidad de aquel chispazo es solo un recurso literario. Otras circunstancias sobrevolaban el ambiente. El recuerdo de los cuatro jóvenes muertos a manos de efectivos de la Guardia Nacional en Kent State University durante la conocida “Masacre del 4 de mayo” de 1970,  estaba fresca todavía. El 3 de mayo pasado le dije a mis estudiantes que la activación de la Guardia Nacional por el gobernador Luis Fortuño para apoyar a la Policía en la lucha “contra el crimen” era cuestionable. Cuestionable en especial en un país como este en el cual «protestar» contra las políticas neoliberales puede ser visto como un acto criminal. Descubrí, para mi asombro, que mis estudiantes no tenían ni idea de lo que significaba la tragedia de Kent University.

En el Puerto Rico de fines de la década del 1960 y principios de la del 1970, se exacerbó la juventud militante. Igual que en el resto del mundo occidental, el orden producido al cabo de la segunda pos-guerra estaba en crisis. La “Gran Recesión” –estancamiento económico e inflación- recordaba a aquellos que tenían memoria, los años malos que siguieron al 1929.  A los jóvenes, que no la tenían, los movía a la rebelión. En Puerto Rico, la crisis económica que nos tocó a principios de la década de 1970 estuvo precedida por una crisis generacional en el partido de gobierno que había nacido de las cenizas de la “Gran Depresión”, el Partido Popular Democrático, situación que alteró la normalidad política.

En las elecciones del 1968 el Partido Nuevo Progresista con Luis A. Ferré a la cabeza, se hizo con el poder situación que favoreció un florecimiento de las derechas que nada tiene que envidiarle al que hoy me parece evidente. En aquel momento, una crisis económica mundial allanó el camino para que el anexionismo se hiciera con el poder: en 1932 fue la Coalición Puertorriqueña. En 1968 y, más recientemente, en 2008 se trató del Partido Nuevo Progresista. El abismo entre el discurso de un sector de los jóvenes y el del poder resulta visible. Ambos extremos cuestionaban la relación entre EU y PR, pero  mientras los primeros apostaban por su disolución, los segundos ponían la esperanza en su refinamiento. El servicio militar obligatorio y la Guerra de Vietnam, sintetizaron bien un dilema propio de las juventudes del mundo capitalista occidental. Pero aquí, dada la relación colonial, el mismo adoptó para algunos un carácter colosal.

La explicación pueril y la historiográfica no se excluyen. Pero me parece necesario recordar que todo conflicto, de un modo u otro, se inicia con la chispa de una minucia. Como decía Federico Nietzsche en su Segunda consideración intempestiva de 1874, la historia y la vida van por canales distintos en la pista del tiempo y el espacio. El libro Hudo Ricci, Carpeta 2704 ¡Inocente! (Argüeso Garzón editores, 2009)  así lo demuestra.

Un comentario historiográfico

Se trata de una autobiografía mediada por un tercero. Miguel Hudo Ricci vive y cuenta el proceso vivido. Luis R. González Argüeso redacta el mismo y le da forma literaria testimonial e histórica. Entre los hechos y la escritura han trascurrido por lo menos 30 años. Se trata no solo de un texto a dos manos. También hay que tomar en cuenta que el Hudo Ricci que rememora, es muy diferente del joven que enfrentó los hechos. El distanciamiento temporal y emocional, la posibilidad de documentar los recuerdos y alimentarlos con el contenido de su  Carpeta 2704 y una serie de fuentes secundarias, convierten este en un texto híbrido muy interesante. Los recuerdos, mixtificados con los datos de terceros, son los que permiten la construcción de una autobiografía como esta. De este modo, texto y contexto, memoria directa y memoria indirecta se constituyen en las piedras de este relato. Igual pasó con mi Carpeta 14604: a ella le debo el registro de numerosos hechos que cometí y no cometí, así como la nostalgia enfermiza por un conjunto de actos radicales que me hubiese agradado haber ejecutado. La vida de la mayoría de los jóvenes rebeldes de todos los tiempos suele ser muy normal y, en ocasiones, aburrida.

Miguel-Hudo-Ricci-2010

MIguel Hudo Ricci (2010)

La autobiografía, mediada por un tercero o no, igual que la biografía, parte de una serie de premisas que Hudo Ricci valida en su texto. Vista a posteriori, superados los escollos, la vida da una  impresión de unidad que el acontecer concreto no posee. A  los 61 años, Huddo Ricci está en posición de presumir que su existencia tenía un telos y que el 11 de marzo de 1971 representó un momento escatológico o la marca de un antes y un  después. La necesidad de organizar el conjunto desde esa perspectiva es evidente. ¿De qué otro modo el ser humano puede explicar un acontecimiento funesto que él mismo no provocó? ¿De qué otro modo puede sublimarlo? Sólo  desprendiéndose del poder de azar y presumiendo el  carácter estructurado del acontecer se consigue ese propósito. Esa es una actitud que las visiones teológicas y científicas de la Historia comparten sin muchos choques. El capítulo “La semilla del futuro” (14 ss.) es una propuesta en esa dirección. Una pregunta legítima en este caso es cuál hubiese sido el tempo de este texto si hubiese sido redactado en 1973 o en 1981. Solo lo propongo como una especulación para que el lector imagine todas las posibilidades que se pierden cuando se redacta un libro.

Una lectura

Voy a dejar de un lado la especulación. Presumiré que esta es la única manera posible que Hudo Ricci tuvo para procesar la memoria del 11 de marzo de 1971. Hudo Ricci, Carpeta 2704 ¡Inocente! puede ser leído como el relato de la historia espiritual de una parte significativa de una generación y un momento. Digo “una parte significativa” porque Hudo Ricci no traduce la memoria de toda la juventud militante: solo representa las trazas de una porción de aquella juventud que fue cargada por la riada de un proceso sobre el cual no tenía control.

La primera lección de mi lectura es simple: aquel peculiar rebelde New Age o de la Nueva Era fue un poco más complejo de lo imaginado. En él, el antibelicismo fue solo una de las muchas consideraciones en debate. También el racismo, el ambientalismo y el autoritarismo de los adultos y el estado, fue parte de aquel dilema. El independentismo, el eterno protagonista del discurso de los historiadores y el poder, no fue siquiera un componente significativo en la decisión que tomó aquel chico al disparar su pistola de perdigones contra los cadetes de ROTC en medio de una refriega. Si lo pongo en el lenguaje de la historia cultural, de lo que se trató fue de la manifestación del  agotamiento de la fe en las posibilidades de un proyecto  heredado, sensación análoga a la que percibí entre 1978 y 1979 cuando me integré a la vida universitaria y a la que percibo en algunos estudiantes en 2010.

La segunda lección tiene que ver con el papel de la espontaneidad y la irracionalidad en los procesos de masas. Las teorías, las ideologías y los programas, elementos que se posesionan del  lenguaje de los «revolucionarios de escritorio», esbozan malamente la complejidad de los fenómenos. La integración de Hudo Ricci al “bureo estudiantil” (76), como le denomina, no tuvo nada que ver con una decisión racional. Sin embarge es capaz de aceptar que esa “participación espontánea cambió mi vida, y la de cuantos caímos dentro de la vorágine de la violencia vivida” (75). La historia y la vida, reitero, no coinciden. Si fuera posible preguntarles a todos los “héroes” o “mártires” conocidos en qué lugar se encontraba la frontera que separaba  el hacer y el no hacer, muchos de ellos darían la misma respuesta.

La tercera lección tiene que ver con el principio anarquista del poder de coacción del estado que se manifiesta en la insistencia en apelar a las teorías de la conspiración para explicar lo inexplicable. Lo más interesante de todo es que, a pesar de lo inútiles que pueden resultar las teorías de la conspiración para comprender la historia social y política, el tejido de una gran novela policiaca bien pensada puede ser encontrado detrás de numerosos actos del gobierno. La función, pienso en Michel Foucault, de vigilar y castigar que posee el estado no es un delirio de ilusos. La premeditación y la alevosía de un estado que se imagina como un órgano homogéneo y represivo, anima cada infiltración (71) e inquieta durante un interrogatorio secreto (95) que solo el interrogador y el interrogado saben que se está llevando a cabo. El problema de esta intrigas es solo tocan al acusado sino que involucran a numerosas personas que nada tiene que ver con lo que se juzga (124). La conspiración actúa como un virus agresivo que todo lo daña. El relato autobiográfico de Hudo Ricci, derriba el mito de la inocencia del poder. Si su única lección fuese esta, para mí ya sería suficiente.

Si dejo a un lado la lectura heroica de la autobiografía o el testimonio de un inocente perseguido que encuentra su telos, me queda sobre la mesa un objeto más preciado. Se trata de la historia de un hombre de bien llamado Miguel Hudo Ricci que ha tenido que aprender a vivir más de una vez. En el proceso, se ha visto forzado a tomar la decisión de evadirse de un Miguel Hudo Ricci que él nunca fue. Entre el Miguel que construyó el estado y el que él veía cunado se miraba al espejo, había un abismo. Como en el cuento de Edgar Allan Poe, William Wilson tenía que matar a William Wilson a pesar de todos los riesgos y así lo hizo.

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