- Mario R. Cancel Sepúlveda
- Historiador y escritor
Los anarquistas y socialistas franceses no identificaban el concepto “independencia” con el concepto “libertad”. La postura es comprensible. Para los anarquistas, por un lado, la independencia no garantizaba la eliminación de la coerción de una estructura artificial como el estado sobre el individuo al que consideraba el protagonista de los procesos sociales. Para los socialistas, por otro lado, aquel proyecto sólo le quitaba el poder a una clase explotadora extranjera para dársela a otra local pero de ninguna manera redimía de la explotación del capital. En ese sentido, para ninguna de las dos tradiciones antisistémicas la independencia hacía un buen servicio al progreso de la situación del individuo o de las clases explotadas. La independencia era una forma de continuar ambas o de perpetuar el sistema. Aquella lógica estaba más que clara en numerosos anarquistas y socialistas que no veían razón alguna para reconocer legitimidad a la causa independentista cubana y, en consecuencia, a la de Puerto Rico.
Como ya he señalado, lo innovador del conflicto de 1895 a 1898 en Cuba era que, como la lucha de Armenia, Macedonia o Creta, se podía popularizar entre las izquierdas como la expresión de un combate secular contra dos imperios religiosos retrógrados y decadentes como lo eran España o Turquía. No hay que olvidar que ese fue el tono dominante en la discursividad de una muestra significativa en los escritores estadounidenses que evaluaron y legitimaron la toma de Puerto Rico por las fuerzas estadounidenses en 1898, según hemos comentado el sociólogo José Anazagasty Rodríguez y el que suscribe en dos volúmenes de ensayos. Lo que justificaba el apoyo a aquellos proyectos separatistas, secesionistas o independentistas era que los interpretaban como resistencias de profundas raíces populares y no su regionalismo o proto-nacionalismo.
Sin embargo, aquel carácter secular era una impresión cuestionable. En el contexto europeo el anti-islamismo de los separatistas armenios, macedonios o cretenses era una fuerza que se apoyaba también en el cristianismo ortodoxo. En el caribeño, la guerra no se hacía contra el catolicismo español ni implicaba una renuncia al mismo después de la independencia y muchos de los rebeldes no dejaban de ser católicos. El balance entre lo religiosos y lo político en el separatismo de fines del siglo es un asunto que valdría la pena investigar con calma, dada la costumbre dominante de asociar esa propuesta con el anticlericalismo y el secularismo modernos. Lo cierto es que la modernidad es mucho más compleja que ello y no puede interpretarse desde una estrecha postura dualista. Betances Alacán era un pensador anticlerical y secular que convergía por ello con anarquistas y socialistas franceses sin participar activamente de aquellas propuestas. Y estos podían simpatizar con el separatismo sin encontrar en ello una solución a los problemas que consideraban claves en sus esquemas teóricos. El principio de la utilidad y el realismo político, parece dominar la actitud de ambos extremos.
Varias situaciones favorecieron la colaboración ideológica de anarquistas y socialistas franceses con el separatismo. De una parte, la evolución del fenómeno del capitalismo industrial a otro modelo en el cual los sectores financieros dominaban el panorama, el desarrollo de monopolios, trust y grandes conglomerados de capital que ubican la explotación en un nuevo nivel. De otra parte, el fenómeno del imperialismo de fines del siglo 19 y su voracidad con aquellas regiones que no había sido controladas del todo por los poderes más avanzados de Europa, hecho que excede el colonialismo nacido en los siglo 15 y 16. Y por último, el hecho intelectual de que la mayor parte de las certezas de la cultura decimonónica comenzaran a derrumbarse a fines de aquel periodo, fueron la base para una reevaluación de la mirada de ciertos anarquistas y socialistas sobre el asunto de la separación como opción legítima ante el coloniaje.
En aquel nuevo contexto la separación de un territorio pequeño del imperio que lo sojuzgaba podía interpretar como un proyecto progresista. Lo era porque hipotéticamente debilitaba las redes del capital internacional y servía para dejar atrás formas caducas de coloniajes. Algunos anarquistas podían llegar a pensar que con ello se adelantaría el fin estratégico de la “fraternidad universal”. Los socialistas, por su parte, podían interpretar que el derrumbe de los viejos sistemas coloniales allanaría el camino a la “sociedad sin clases”. Ambas posturas se apoyaban en una concepción progresista de la historia y en la confianza en su telos de libertad.
La solidaridad de anarquistas y socialistas franceses y del resto de Europa con los movimientos separatistas en Europa o las Antillas era también la expresión de cuestiones más concretas, por ejemplo, sus luchas concretas en el contexto de las naciones estado en que se movían: Francia, Italia o España. Las tensiones entre las naciones estado favorecían la toma de posición respecto a cuestiones. En ese sentido, favorecer la causa de Cuba, Armenia, Macedonia o Creta significaba oponerse activamente al estado coercitivo o a las burguesías y las clases dominantes de uno u otro imperio retrógrado. Para las posesiones del Imperio Turco la separación las devolvería a la ruta europea de algún modo. La separación de Creta la condujo a integrarse a Grecia en 1908; Armenia permaneció entre la influencia de turcos y rusos hasta 1918; y Macedonia acabó integrando parte de Serbia en 1912. La separación no significó la independencia en ninguno de los tres casos y, por el contrario, las condujo a la dependencia de otros poderes hegemónicos. Para los territorios pequeños, separarse era la condición para cambiar las relaciones de dependencia. La independencia de los territorios pequeños era inadmisible.
Pero en el caso de Cuba y las Antillas, territorios coloniales pequeños, la situación era distinta por el hecho de que había otros actores en el escenario, el más importante, Estados Unidos. Separarse de España los dejaría al alcance de aquel poder que no tenía mucha competencia en el hemisferio a la altura de la década de 1890. La evaluación que hicieron anarquistas y socialistas del papel de Estados Unidos en el conflicto cubano y antillano puede parecer paradójica pero poesía una lógica extraordinaria en el contexto de su tiempo. Otra vez, quien mejor la documenta en el citado Paul Estrade.
En el caso de los anarquistas el juicio sobre el papel de Estados Unidos en el conflicto no era uniforme y producía roces con los sectores separatistas independentistas y parecía favorecer a los anexionistas. Del mismo modo que algunos sectores parecían estar de acuerdo con el separatismo independentista otro lo rechazaban. Anarquistas como Louise Michel (1830-1905), maestra, poeta, trabajadora de la salud y uno de los emblemas de la Comuna de París, activista de tendencia blanquista, una de las más influyentes entre intelectuales y estudiantes socialistas franceses de fines de siglo 19, veía en los estadounidenses que agredían a España una fuerza libertadora y emancipadora. La idea de que los “americanos no tienen otro objetivo que apoderarse de Cuba” era consideraba falsa porque “el pueblo americano sabría impedirlo”. Michel daba por buena la versión del “Destino Manifiesto” y la concepción de la inocencia americana. Sebastién Fauré (1858-1942), escritor socialista hasta 1888 y anarquista desde ese momento en adelante, también veían en las fuerzas armadas estadounidenses un aliado legítimo de los cubanos y no un enemigo. Su lógica era la de un republicano progresista: Estados Unidos ayudaría a “expulsar de su territorio el ejército real”. La intervención de Estados Unidos en el conflicto entre cubanos y españoles también fue aplaudida por J. R. Brunet como un acto de apoyo a la liberación ce Cuba y no como un acto imperialista. Aquel sector convergían con el separatismo anexionista pero no con el independentista: entendían que la presencia de Estados Unidos en el futuro de Cuba y de Puerto Rico a la larga cumplía un papel progresista y no retardatario como sugerían los antianexionistas.
Los socialistas franceses como el antes citado Paul Lafargue, veían en la independencia el nicho de otra república burguesa por lo que se resistían a favorecer la lucha cubana. En buena parte de los casos, según el citado Estrade, prefirieron no expresarse con respecto al tema. Este investigador sostiene que la Segunda Internacional demuestra “su incomprensión del problemas colonial”. En realidad es que aquellos teóricos comprendían el asunto de un modo muy europeo y hasta ortodoxo que luego fue revisado en el contexto de la Gran Guerra (1914-1918). Betances Alacán, que era independentista y antiseparatista convencido, debía sentir cierta incomodidad ante aquella lógica teórica.
La posición sobre estas posturas de los anarquistas y socialistas franceses sobre el separatismo, el papel de Estados Unidos, el futuro de Cuba en la independencia, en respaldo a la insurrección, la independencia o la anexión, es crucial para comprender a Betances Alacán y la situación de las clases productivas antillanas al momento de la invasión. No hay que olvidar que en Cuba y en Puerto Rico el movimiento obrero emergente nacido de la era de las aboliciones, tomó una actitud paralela. Influidos por las doctrinas anarcosindicalistas y socialistas, se resistieron a apoyar los movimientos separatistas independentistas y vieron con buenos ojos la presencia de Estados Unidos en el escenario del 1898. Lo cierto es que el segmento separatista independentista y aquel segmento del anarquismo y el socialismo franceses de fines del siglo 19, veían el problema antillano desde perspectivas distintas. La oposición es comprensible a la luz de sus perspectivas teóricas. La distancia de la clase obrera y sus representantes del independentismo puertorriqueño del siglo 20, un fenómeno que preocupó muchísimo a la nueva historia social de los años 1970, tiene sus raíces en aquel escenario. Los desencuentros entre productores directos y líderes nacionalistas en el siglo 20 tienen en el 1904, 1922 y 1934, tres modelos extraordinarios. La Unión, la Alianza y el Nacionalismo, pasaron por esa experiencia en momentos muy específicos.
Otras influyentes figuras del anarquismo como el escritor Charles Malato (1857-1938), el geógrafo Elisée Reclu (1830-1905) , el artesano y teórico Jean Grave (1854-1939), entre otros; y socialistas procedentes de las tendencias blanquistas y ocasionalmente guesdistas, ambas de influencia marxistas, apoyaran la causa de Cuba porque la valoraban como una propuesta antimonárquica y anticlerical ejecutada contra un imperio decadente. Todas las opiniones se vertían mirando hacia Cuba. Puerto Rico, sin una resistencia armada, era invisible en la discusión internacional. Después del 1898 la relación entre el separatismo reformulado en independentismo y las izquierdas será reformulada. También habría que inventar de nuevo a Betances Alacán. Una cosa era esta figura bajo España y otra bajo Estados Unidos.