Puerto Rico entre siglos: Historiografía y cultura

enero 14, 2018

Pequeño homenaje a Eugenio María de Hostos Bonilla, siempre vivo, en su natalicio

  • Mario R. Cancel Sepúlveda
  • Historiador

Eugenio María de Hostos Bonilla nació en la zona rural de Mayagüez en 1839 y falleció en la República Dominicana en 1903. La vida física del ciudadano Hostos Bonilla empieza y termina en los dos lugares que podía denominar su patria. La patria es la tierra de los padres, la que se hereda y la que se trabaja. Hostos Bonilla era de ascendencia dominicana y dedicó su vida a la búsqueda de la independencia y la libertad puertorriqueña. Su retorno a la vecina república en 1900 era una manera de volver a los orígenes.

El Hostos Bonilla de Rubildo López (grabado)

¿Quién fue Hostos Bonilla?

Aquel que se acerque a la imagen de Hostos Bonilla reconocerá en él al mayagüezano de más proyección internacional de entre todos los hijos de la ciudad. De una manera u otra el ciudadano Hostos Bonilla dejó una huella en la Europa, la Norteamérica, las Antillas y la Latinoamérica de su tiempo. Por medio de un diálogo contencioso y desde una perspectiva eminentemente Antillana e Hispanoamericana, supo responder al reto que le planteó la España Europea y los Estados Unidos de Norteamérica a las posibilidades de las Antillas y Latinoamérica de consolidar el proyecto más importante del siglo 19: su independencia y su libertad. Aquel esfuerzo fue una de las formas que tomó el desigual diálogo entre el norte y el sur en aquel siglo tan determinante para la figuración de las identidades nacionales según las conocemos hoy en día. Hostos Bonilla supo llevar aquellos combates balanceándose entre la furia y la serenidad. Reconocía que el sur, las Antillas e Hispanoamérica, si bien eran víctimas coloniales de las potencias del norte, también tenían una deuda histórica con aquellas que no podía ser borrada: era una deuda material e inmaterial producto de la historia.

Una personalidad excepcional

Hostos Bonilla fue hijo de un funcionario de la ciudad que, con mucho esfuerzo, lo envió a España a estudiar. Formado en Derecho, carrera que no pudo culminar, el mayagüezano completó su educación como un autodidacto. Su interés por las corrientes de pensamiento innovadoras de su tiempo fue enorme:  aprendió de las teorías científicas positivistas de origen francés y de las teorías pedagógicas relacionadas con el krausismo alemán. Filosóficamente Hostos Bonilla se afilió a aquellas tendencias y ayudó a producir una síntesis original de las mismas, el krausopositivismo, un sistema interpretativo que reforzaba la confianza en el progreso y el futuro de la humanidad, a la vez que reafirmaba la necesidad del compromiso humano con el cambio. Las armas principales del krausopositivismo eran la educación, la racionalidad y la confianza en que la voluntad y capacidad para hacer la libertad, el estado natural del ser humano, anidaba de manera potencial en cada uno de ellos y podía ser desarrollada.

Políticamente Hostos Bonilla era un activista antimonárquico que defendía las virtudes de los sistemas republicanos representativos. En una primera fase de su vida, confió en que una España republicana sería capaz de proteger la integridad de las Antillas en su seno. Pero desde 1869, un año después de la Insurrección de Lares, abandonó ese propósito y viajó desde París hasta Nueva York con el objeto de promover la independencia y la Confederación de las Antillas. Su ruptura con España en 1869 fue el bautismo de fuego del Hostos Bonilla que hoy se recuerda. Hasta el día de su muerte en 1903, su norte fue ese. En las cátedras, en la prensa o en el campo de combate, al cual intentó sin éxito acceder, Hostos Bonilla siempre fue el mismo y, al igual que en el caso de Segundo Ruiz Belvis o Ramón E. Betances Alacán, sus manos olían lo mismo a humanidad que a tinta o pólvora.

Hostos Bonilla en la historia de Puerto Rico, las Antillas y Latinoamérica

Para Puerto Rico y para las Antillas, Hostos Bonilla, junto a Betances Alacán, José Martí Pérez y Gregorio Luperón, representa la síntesis de varios consensos. Uno que tiene que ver con la urgencia de que las Antillas todas, Mayores y Menores, se salven de la dominación tanto de Europa como de Norteamérica.  El otro tiene que ver con la importancia de construir la “independencia absoluta”, un proyecto democrático real y no un remedo imperfecto o una “media independencia”, como lo nominaba Betances Alacán. La independencia que se proclamó en Lares, Yara y Baire, era vista por aquellos pensadores y activistas, como el inicio de un largo camino hacia la “independencia absoluta” o la libertad, y nunca como el fin último de sus luchas. Para garantizar ese objetivo había que disponer de los recursos del republicanismo, de los valores ciudadanos democráticos y de la organización de una Confederación Antillana de pueblos soberanos capaces de enfrentar de tú a tú al norte, fuese representado por Estados Unidos, España o cualquier otro poder imperialista agresivo.

Para Latinoamérica, a la que ocasionalmente Hostos Bonilla denominó Colombia en homenaje al descubridor y al proyecto unitario del libertador Simón Bolívar y Palacios de la “Gran Colombia”, el intelectual no aspiraba nada distinto. Hostos Bonilla, Betances Alacán, Martí Pérez y Luperón, reconocían que en la Latinoamérica independiente había mucho por hacer en la ruta hacia la “independencia absoluta”. Para los defensores de la Confederación de la Antillas, estos territorios considerados pequeños debían constituirse en un modelo republicano y democrático que adelantara la unidad hemisférica o continental. La vocación antillana tenía, por lo tanto, un aliento universalista notable.

Hostos Bonilla, la literatura y la sociología

Para valorar a Hostos Bonilla bastaría con lo que ya se ha dicho. Una vida dedicada a la causa de la libertad humana y de su país no es poca cosa. Pero el pensador también dejó escritas algunas de las mejores páginas del periodismo crítico, de la narrativa reflexiva y postromántica puertorriqueña del siglo 19. Las novelas La tela de araña (1863) y La peregrinación de Bayoán (1864), los relatos incluidos en Inda, Libro de mis hijos y Cuentos a mi hijo (1878), y las narraciones sueltas “En barco de papel” (1897) y “De cómo volvieron los haitianos” (1901), son un ejemplo de ello. A pesar de la escasa difusión que sus textos narrativos han conseguido, una lectura detenida de ellos informa al lector de que el mayagüezano siempre concibió la narrativa creativa como un ejercicio que debía estar al servicio de las grandes causas sociales.

Como sociólogo o científico social Hostos Bonilla fue parte de una vanguardia única. Sus textos sociológicos son una aportación única a la evolución de una disciplina que acababa de nacer en el siglo 19.   Hostos Bonilla fue un sociólogo clásico de “segunda generación” que se relacionó con aquella ciencia social emergente en la década de 1860. Su obra sociológica ha sido considerada como una expresión crucial para la “pre-sociología” hispanoamericana, y el Tratado de sociología (1883/1904) como una pieza esencial para la “fase fundacional” de la “sociología hispanoamericana”. El Tratado de Moral y la Moral Social, ambas impresas en Santo Domingo en 1888, y el Tratado de Sociología, volumen editado en Madrid poco después de su deceso, recogen la parte más significativa de ese acervo. En este último título se incluyó el “Resumen de la sociología” en 15 lecciones dictadas en 1883 en República Dominicana, y las “Notas” de un curso firmadas en 1901 también en aquel país.

Eugenio María de Hostos Bonilla, como cualquier figura del pasado, no vive a menos que se le recuerde. Su residencia permanente es la memoria de la gente del presente. Recordar no es suficiente. Es fundamental hacerlo significativo para el hoy, actualizarlo. Mi mayor deseo es que este comentario sirva para ese fin.

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