Cómo se narra, se piensa, se escribe sobre un país cuyas complejidades coloniales ponían – y aun ponen – en duda hasta el propio término «país»; El laberinto de los indóciles, la más reciente publicación de Mario R. Cancel bajo Editora Educación Emergente, nos presenta todo lo que confluye en el intento. Sin embargo, para comenzar con este breve recorrido por El laberinto de los indóciles me es necesario acercarme al término laberinto. Según el diccionario de la Real Academia Española, dos de las acepciones que tiene la palabra son:
1. m. Lugar formado artificiosamente por calles y encrucijadas, para confundir a quien se adentre en él, de modo que no pueda acertar con la salida.
3. m. Composición poética hecha de manera que los versos puedan leerse al derecho y al revés y de otras maneras sin que dejen de formar cadencia y sentido.
Estas, a su vez, me llevan a pensar en los indóciles, ¿eran ellos los que creaban el laberinto?, ¿los que lo habitaban cual minotauro cretense? o ¿los que transitaban por él? En El laberinto de los indóciles el laberinto está formado de caminos y encrucijadas – aunque no del todo artificiosas – que estos indóciles decidieron transitar utilizando como hilo el discurso para presentar esos caminos «al derecho y al revés y de otras maneras sin que dejaran de formar cadencia y sentido». Los indóciles a los que se hace referencia en el libro, no solo habitaban el laberinto sino que le dieron forma de acuerdo con los caminos que decidieron recorrer. Por otro lado, pienso en el libro, en sí mismo, también como un laberinto. No tanto porque cumpla con las características antes mencionadas en la definición sino porque es un libro sobre historiografía realizado por un historiador que, cuando más o cuando menos, está historiografiando. Por lo tanto, para que transitemos por él, me parece preciso delimitar al menos tres de los múltiples caminos que el libro presenta. Los caminos que este libro nos presenta no están formados en cemento, las paredes de este laberinto son más bien arbustos cuidadosamente podados que, por sus propias ramificaciones, nos permiten ver entre las hojas sus espacios de convergencia. Es decir, al leer el libro El laberinto de los indóciles logro identificar al menos tres de las formas en las que podemos acercarnos al texto que se relacionan entre sí: siempre reconociendo que el hilo conductor lo será el discurso como herramienta de la historiografía puertorriqueña en el siglo diecinueve.
Si me permiten, desearía entonces que todos asiésemos el hilo que nos guiará entre las letras que Cancel nos ofrece para así, de la mano, no perdernos por alguno de esos caminos. El texto ubica el pensamiento puertorriqueño no solo dentro de su relación colonial con España y dentro de las corrientes filosóficas eurocéntricas sino alrededor de lo que ocurría en la antillanía caribeña. Por tanto, el libro resulta valioso para quien, aficionado a la historia como saber o a la historia de Puerto Rico como campo de conocimientos, quiera acercarse a ella desde una perspectiva que sacude los modos oficialistas en los que se nos ha enseñado. Las figuras emblemáticas y sus acercamientos a los eventos que en él se estudian se presentan dentro de un panorama que posibilita ver cómo convergen y divergen sus recuentos sobre esos eventos a partir de sus ideales y lealtades: el asunto no es pasar juicios sino mostrar las razones que estos tenían para hacerlo y los modos en que lo hacían. En él, los planteamientos de Betances Alacán, Hostos Bonilla, Tapia y Rivera, Brau Asencio, Abbad y Lasierra y Pedro Tomás de Córdova entre tantos otros serán presentados desde una óptica crítica que reconoce los vínculos entre discurso, ideología e historiografía. Así pues, quien desee leer el libro por el puro amor a la lectura y a la historia tendrá un nuevo acercamiento a esta sin sentirse perdido entre sus páginas. Mientras que quien desee acercarse a El laberinto de los indóciles siendo experto en el tema, encontrará en él un nicho exquisito para establecer un diálogo no solo con el autor sino con los discursos historiográficos que este presenta.
Por otro lado, el término «historiografía» me lleva al segundo camino que intereso recorrer, el de la historiografía como creación discursiva. Mientras leía, no podía evitar pensar que El laberinto de los indóciles era una especie de poética sobre «el arte creativo de historiografiar». Dice Cancel entre sus páginas que «en el siglo 19 el historiador como autor es quien decide lo que se recuerda y lo que se olvida» (157) pues «[t]odo se reduce a pistas y posibilidades, como el papel que cumplió el hilo en el mito de Ariadna, Teseo y el Minotauro»(79). Por esto mencioné al inicio que el indócil se convierte a su vez en una especie de criatura que no solo recorre el laberinto sino que utilizando el hilo discursivo le va dando la forma que desea. Ante ese panorama, el libro se convierte en una doble propuesta. Por un lado surge como una guía para el historiador y por otro, es un reto que motiva a quien lee, a acercarse a la historiografía como discurso, y como tal, analizarlo con herramientas propias de quien estudia literatura: indagar, cuestionar y problematizar. Es la doble posibilidad de contestar las preguntas ¿quién escribe?, ¿para quién escribe? y ¿desde donde escribe? desde el terreno de quien redactará y del de quien leerá. En El laberinto de los indóciles se reconoce que las palabras, en sí mismas, se convirtieron en herramientas rectoras de proyectos políticos y que mucho de lo que subyace en el modo en que nos relacionamos con nuestra historia como país tiene que ver con el sujeto que la escribe y la divulga y no tanto con el evento en sí mismo: dependía de la relación que tenía quien la escribía con las estructuras de poder político-económico del momento. Así también no solo lo dicho sino lo omitido, parecería decirnos Cancel, cobra relevante importancia a la hora de acercarnos a los textos cuya finalidad es construir el pasado histórico del país: los silencios importan y por eso es preciso identificarlos.
Finalmente, el tercer camino me parece que más bien lo decidí construir yo, debo aceptarlo, al ver en el libro un marco para problematizar los discursos – pasados o presentes -a la luz del carácter subjetivo que cualquier discurso carga. Leer El laberinto de los indóciles fue acercarme a una guía sobre cómo escribir y cómo leer los eventos que ocurren en el país, en la actualidad, en tiempos en donde la mediatización de todo es un hecho que parece obligar a las personas a posicionarse ante todo de manera inmediata. Pensar como país, pensar al país, y pensar dentro/fuera del país, son asuntos tan mediatizados que continuamente recibimos un bombardeo de información que con sus silencios y visibilizaciones promueve con una velocidad impresionante un sinnúmero de ideologías que están cubiertas de un falso manto de objetividad. El laberinto de los indóciles es una apuesta a la lectura que sospecha, que cuestiona, que indaga. Del mismo modo, es un marco de referencia para otros investigadores que quieran insertarse al diálogo: a través de todo el texto, el autor se encarga de dejar diversas preguntas abiertas en espera de que alguien se apropie del proyecto y lo trabaje.
El laberinto de los indóciles nos hace parte de las discusiones que se gestaron en el siglo diecinueve y que sin duda tienen remanentes en el modo en que nos acercamos a la manera en que pensamos al país. Al final corroboramos que existió «[…]una discursividad que nunca se puso de acuerdo, nunca fue homogénea y que se apropió de la identidad y de la puertorriqueñidad de manera creativa […]» (Cancel 15) y para los que nos preguntamos, pensando en Benedict Anderson en la lejanía, ¿y qué pasó? ¿por qué no funcionó?, el hecho de que nunca se pusieran de acuerdo ni fuera homogénea – discursivamente hablando- es una de las razones, la segunda la ofrece el mismo escritor, pues sentencia que esa discursividad terminaba «[p]oniendo la historia y la memoria del pasado al servicio de causas que chocaban la una con la otra» (15). Si bien el libro establece que no tiene la intención de pensar asuntos contemporáneos, para aquellos de nosotros que hemos estado conscientes de las situaciones sociopolíticas de nuestro país hasta la actualidad, el libro en general nos parecería señalar otro camino más: una ida al pasado que nos aclara el presente. Es justo ese el camino en el que me quedé porque reconozco que ir al pasado, recorriendo el laberinto discursivo que por siglos se ha gestado, es una tarea que requiere un hilo mucho más sólido que el que cargo y temo entrar en él para luego no encontrar la salida de regreso.
Nota: Texto leído en el lanzamiento de “El laberinto de los indóciles de Mario R. Cancel” en Recinto Universitario de Mayagüez (UPR), 5 de abril de 2022, actividad auspiciada por Editora Educación Emergente (EEE). Publicado con anterioridad en Claridad-En Rojo (12 de abril de 2022). Los interesados en ver y escuchar la grabación de la actividad pueden acceder a ella mediante en enlace El Laberinto de los indóciles (EEE/RUM)
Mario R. Cancel Sepúlveda (Hormigueros, Puerto Rico, 1960-) es historiador. Ejerce la cátedra desde la Universidad de Puerto Rico en Mayagüez. Ha sido docente en la Universidad de Sagrado Corazón en Santurce en su programa de Creación Literaria. En el Centro de Estudios Avanzados de Puerto Rico y el Caribe, entidad de la que es egresado, ha sido docente de Estudios Puertorriqueños y de Historia.
Dr. Wilkins Román Samot
El Post Antillano- Voces Emergentes
El laberinto de los indóciles: Estudios sobre historiografía puertorriqueña del siglo 19 (Puerto Rico 2021, Editora Educación Emergente), es un conjunto de ensayos de investigación en los que Cancel Sepúlveda reflexiona respecto a la resistencia y la conformidad que se cuaja en los procesos a partir de los cuales se debate la poco constante “noción de la identidad puertorriqueña”. Mario es un autor prolífico de poesía, cuentos y ensayos. Su primer poemario lo concibió en 1984 y lo publicó bajo el título de Estos raros orígenes en 1991. En 1992, publicó su primera serie de relatos bajo el título Las ruinas que se dicen mi casa. En 1994 ha de publicar una biografía intitulada Segundo Ruiz Belvis: El prócer y el ser humano. Sería esta su tesis de graduado en el Centro de Estudios Avanzados de Puerto Rico y el Caribe. Tres de los múltiples trabajos de investigaciones de Cancel Sepúlveda son sus libros: Anti-figuraciones: Bocetos puertorriqueños (2003), Literatura y narrativa puertorriqueña: la escritura entre siglos (2007) y De Horomico a Hormigueros: 400 años de Resistencia (2016).
En una entrevista que le realizara en el 2016, Cancel Sepúlveda nos indicó: “He tratado de dejar atrás la comodidad que ofrecía el discurso manido de la identidad nacional y el imperativo moral que ello imponía a la escritura. Los requerimientos de ese tipo de discurso a veces se convierten en actos de censura. Cuando investigaba a los autores de “mi generación” ejecutaba un ejercicio en esa dirección. Pero metodológicamente no veo diferencia. Siempre he dirigido la mirada hacia los lugares invisibilizados por el canon literario o histórico porque ese pasado sacralizado enquista a la academia y a la universidad en unos lugares comunes. La intención no es revolucionar la academia o a la universidad ni producir un anti canon. No tengo tiempo para ello, sólo se trata de llamar la atención sobre la diversidad de los problemas que están sobre la mesa y, a la vez, satisfacer una curiosidad morbosa. De la nueva historia social, la historia cultural y los estudios culturales aprendí a mirar hacia el abajo social, hacia los márgenes, hacia las periferias, hacia las praxis y los discursos alternativos, hacia la vida de la gente como problemas, hacia la pluralidad de las percepciones de lo que aparenta ser transparente, hacia la fragilidad de las ideas que se presumían sólidas. También aprendí que todos esos lugares son porosos al arriba social y que hay una rica dialogía entre ambos extremos. Lo local y lo micro son una expresión de lo nacional y lo global en constante intersección.” (Román Samot 2016)
De El laberinto de los indóciles, el Dr. José E. Muratti Toro ha indicado: “El laberinto de los indóciles nos presenta una extensa reflexión sobre las posturas de historiadores y protagonistas del quehacer político insular de los primeros cuatro siglos de la historia política y la historiografía puertorriqueña. Cancel Sepúlveda examina minuciosamente la discursividad de los protagonistas y las relaciones políticas con las que se forjó el “proyecto inacabado” de nuestra identidad nacional. Su documentación de la reacción, los acuerdos forzosos y, posteriormente, los acomodos que continuamos concediendo a los imperios que colonizaron la isla, nos resultan familiares a la vez que no dejan de sorprendernos. Cancel nos propone, mediante el indispensable diálogo entre historiador y lector, “pensar el problema desde una sana distancia de la retórica romántica nacionalista y al margen de cualquier presunción progresista para, con ello, estimular la reevaluación de los estudios de la historia política del siglo 19 y 20 en Puerto Rico desde una perspectiva alterna”. (Muratti Toro 2022)
Cualquiera que conozca la obra historiográfica de Mario atisba que lleva casi tres décadas de producción y crecimiento dentro de los marcos transfronterizos de la literatura, la literatura y los estudios culturales. El laberinto de los indóciles es un volver a temas que ya Mario ha trabajado sin volver a lo mismo salvo que no sea para recalcarnos aquello que de lo previo le haya podido servir para argumentar. Cancel Sepúlveda busca darnos una mirada a la estadidad y a la independencia, los cuales considera los dos proyectos político-ideológicos derrotados en el entre siglo 19 y 20. Con ese fin, el autor se aproxima a los artefactos de los que se valen para persuadir aquellos otros observadores de los procesos históricos, tan historiadores como él.
Su finalidad, la de Mario, es fraguar una ojeada a una narrativa que siempre si algo tuvo como base fue el desacuerdo, la ausencia de similitud o convergencia, pero que sí fue capaz de crear una historia propia, según la causa de cada cual. Mario no es nuevo en esta tarea. Su trabajo me remite a los retos que ya en los noventa del siglo 20 retaban la historiografía entonces hegemónica, aquella que vio sobre todo un eslabón roto en los trabajos del Dr. Carlos Pabón. Hay, sin embargo, en el trabajo de Cancel Sepúlveda la madurez del conocimiento de un historiador especializado en el tema que ha investigado, no en la teoría. Creo que Mario no hace nada que a fin de cuentas invitara a hacer ya desde los propios 90, el Dr. Fernando Picó.
Visto así, Mario se puso a hacer ese anti canon a su propia manera y dentro del marco de su propia ruta de trabajo historiográfico. Cancel Sepúlveda logra lo que dice en la medida que se ubica en una “actitud de desprendimiento y tolerancia”, aquella que ha tantos otros historiadores les ha faltado. En ese sentido, la idea de lo indócil no aplica al autor, sino que a los autores de los discursos objetivos de sus estudios. El laberinto de los indóciles se publica en un momento en que Cancel Sepúlveda ha madurado su objeto de investigación. Y eso se nota. Tiene como base para ello una cátedra desde la que ha podido dialogar a la par que formar historiadores, entre los que me suelo apuntar. Pensar desde la conciencia historias que sabemos no se dieron como nos las contaron, o al decir de Mario, sobre “asuntos que todavía no han sido resueltos”.
Cancel Sepúlveda utiliza y maneja las fuentes apropiadas a su antojo. Para tratar su objeto de estudios utiliza desde fuentes historiográficas como de teoría historiográfica. Divide el texto en dos secciones, una introductoria y otra de contenido. En la introducción nos provee una idea de sus objetivos y metodología, y su actitud ante el contenido que lo provoca y provoca. El contenido de El laberinto de los indóciles es coherente, sobre todo con lo que se propuso hacer. Mario también se vale de las palabras para su manera de entrar al laberinto. Su análisis del contenido no es otro que el del discurso de sus antecesores ahora objeto de su investigación. Poeta y narrador, además de buen conocedor de la historiografía de Puerto Rico, Cancel Sepúlveda nos explica las contradicciones sin contradicción consigo.
Aquí no hay miedo de decir y reverencia a las vacas o ideas sagradas. El laberinto de los indóciles nos da esa lectura de la historiografía puertorriqueña que a tantos se les pasó hacer. Si alguna novedad metodológica nos da es la de poder hacer o narrar “independientemente de las posturas que desde mi historicidad pueda sostener”. Cancel Sepúlveda adolece de algo en El laberinto de los indóciles. Ese algo del que adolece es aquello que le sobró a la historiografía puertorriqueña, tiempo para dialogar. Mario ha logrado poner por escrito su diálogo con sus predecesores, y ese es el mejor ejemplo de que en efecto ha agotado tiempo.
Si algo denota El laberinto de los indóciles es la biblioteca historiográfica de Cancel Sepúlveda. Un trabajo de reflexión como este no sólo requiere de tiempo y actitud, es de la materia prima. Y esa sabemos que, como buen ejemplo de historiador, esa Mario la tiene. Cancel Sepúlveda es claro, tiene claridad al argumentar. Usa conceptos adecuados para ser en efecto claro, y tener argumentos claros. Conoce y tiene conocimiento de lo que trata. El laberinto de los indóciles es una puerta que se abre dentro de una historiografía puertorriqueña que Mario invita a afrontar desde todos los ángulos. Sin vacas ni dogmas sagrados. Esta es la historiografía puertorriqueña de hoy, y si no lo es, la que hace falta.
Román Samot, Wilkins, “Entrevista a Mario R. Cancel Sepúlveda (2016)”, 10 Entrevistas de Trabajo 1, 1-6. Puerto Rico: Instituto de Antropología 2016. Primera Edición (2016).
Justa cosa es, varones atenienses, que los que, sin haber hecho algún gran beneficio ni tenido alianza ni amistad provechosa, acuden a sus vecinos para pedirles ayuda, como nosotros ahora venimos, primeramente, muestren y den a entender que su demanda es muy útil y provechosa para aquellos mismos a quienes la piden, o a lo menos no dañosa; y tras esto que tengan siempre que agradecerles la merced que se les hiciere. Y si ninguna cosa de éstas no mostraren, manifiéstase a las claras que no hay por qué se deban ensañar si no alcanzan lo que desean.
– Tucídides
Marco Aurelio afirma la analogía, no la identidad, de los muchos destinos individuales. Afirma que cualquier lapso —un siglo, un año, una sola noche, tal vez el inasible presente— contiene íntegramente la historia.
– Jorge Luis Borges
Dr. José E. Muratti Toro
Historiador y escritor
En su paradigmática obra Modernidad Líquida, Zygmunt Bauman afirma que: “Ser moderno significa… tener una identidad que sólo existe en tanto proyecto inacabado” que discurre entre el ordenamiento de la realidad de acuerdo a unos preceptos filosóficos sobre la sociedad ideal (en la que el ser humano “moderno” se encuentra a sí mismo y asume su identidad) y el resquebrajamiento del orden implícito resultando en una realidad fragmentada que, en cierto modo, obliga a vivir entre la apuesta a los ideales que sirven de astrolabio de navegación y los inevitables escollos que convierten la travesía en un viaje azaroso hacia un puerto cada vez más incierto e inseguro. Sin hacer referencia a Bauman, a quien me consta que estudia, Mario Cancel Sepúlveda parece referenciar al filósofo polaco a través de El laberinto de los indóciles (Editorial Educación Emergente, Cabo Rojo, 2021, 197 págs.) en su más reciente aportación a la historiografía puertorriqueña. La liquidez de nuestro pasado parece no poder ser sin desembocar en un presente tan incierto como el futuro.
El laberinto de los indóciles nos presenta una extensa reflexión sobre las posturas de historiadores y protagonistas del quehacer político insular de los primeros cuatro siglos de la historia política y la historiografía puertorriqueña. Cancel Sepúlveda examina minuciosamente la discursividad de los protagonistas y las relaciones políticas con las que se forjó el “proyecto inacabado” de nuestra identidad nacional. Su documentación de la reacción, los acuerdos forzosos y, posteriormente, los acomodos que continuamos concediendo a los imperios que colonizaron la isla, nos resultan familiares a la vez que no dejan de sorprendernos. Cancel nos propone, mediante el indispensable diálogo entre historiador y lector, “pensar el problema desde una sana distancia de la retórica romántica nacionalista y al margen de cualquier presunción progresista para, con ello, estimular la reevaluación de los estudios de la historia política del siglo 19 y 20 en Puerto Rico desde una perspectiva alterna”.
Recorramos los laberintos que el autor ha transitado hacia un siglo XXI en el que las lecturas del pasado parecen diálogos que nos resultan dolorosamente reconocibles pero que, como esos secretos familiares de los cuales no se habla, parecen remover velos que han ocultado a medias lo que hemos preferido no concluir a ciencia cierta.
La Historiografía Insular o la Historia de Puerto Rico
La historiografía insular fue concebida en el XIX con la adopción Historia geográfica, civil y natural de la isla de San Juan Bautista de Puerto-Rico de 1788 del fraile Iñigo Abbad y Lasierra como primera historia oficial de la ínsula extraña como se nos había llamado en la península. Armonizando con el principio de Tucídides sobre la confiabilidad de la proximidad de los hechos, la minuciosidad de la descripción de las características de la isla y sus habitantes no dejaba duda de que, por un lado, los puertorriqueños no eran “ni podían ser iguales a los españoles” pero por otro, por virtud de como territorio de ultramar ser un pedazo de España en el Nuevo Mundo, resultaba ineludible e indudable que en efecto eran españoles con rasgos distintivos pero españoles al fin. Esta dualidad, si se quiere, de identidades se convertiría en motivo de discordia por parte de los sectores asimilistas y separatistas a mediados del siglo XIX como antesala a la insurrección de Lares. El texto de Abbad dejó de ser un testamento folclórico y etnológico para convertirse en símbolo de identidad y, consecuentemente, fundamento de abanderamiento político a favor tanto de la asimilación como de la separación.
La necesidad de Abbad de “auscultar la presencia del pasado en el presente para enfrentar” el futuro, sirvió de base para la incipiente historiografía puertorriqueña a manos de un reducido grupo de intelectuales que representaban intereses de lo que el autor llama el “arriba social” en conflicto con un liberalismo distanciado, a su vez, del “abajo social” que pretendía defender. Si bien la lógica administrativa de fines del siglo XVIII concebía la colonia como territorio de ultramar cuyos súbditos debían lealtad y hacienda a la Corona, el reconocimiento de la diferencia contribuía a la creación de una identidad que se desprendía de una “historia regional” diferente a y separada de la historia “nacional” española.
Los antecesores de la disciplina historiográfica puertorriqueña, José Julián Acosta y Calbo, Manuel Elzaburu Vizcarrondo, y Alejandro Tapia y Rivera vieron en Abbad un principio precursor de la personalidad del isleño y una zapata sólida sobre la cual edificar la historiografía insular. Sin embargo, sus intentos por transformarle en una personalidad historiográfica que concordara con la metrópoli enfrentaron contradicciones imposibles de armonizar resultando en la mencionada dualidad identitaria que aún prevalece.
En un intento por afirmarse en lo insular como propio y diferente, por ejemplo, Elzaburu promovía una “historia regional” que se diferenciara de la “historia moderna” siempre por llegar, pero sujeta a la historia “nacional”. Una de las características que le distinguían, argüía, era el aspecto espiritual de la personalidad española que se había impuesto por sobre las características de los indios y los africanos secuestrados para la esclavitud, que Abbad consideraba indolentes, despreocupados, vagos y poco industriosos. De hecho, en la conferencia “Una relación de la historia con la literatura” que dictara en el Ateneo de San Juan, en 1888, Elzaburu llegó a plantear que Puerto Rico “era el ‘rincón (…) más genuinamente español del mundo americano”. Nuestra personalidad implicaba era distinta de las excolonias de las Américas cuyas poblaciones y cultura estaban profundamente marcadas por la herencia indígena y africana. Intentando mitigar su confesada pretensión dada nuestra reducida extensión territorial, aseguraba que la historiografía puertorriqueña podía superar la escasez de datos positivos que regían las ciencias a finales del siglo, mediante el cultivo de la literatura para “adelantar la penetración psicológica, moral o cultural” mediante un “archivo espiritual”. Toda vez que la literatura se comenzaba a considerar un depósito de las “costumbres” de una cultura, la literatura cumplía el rol histórico de documentar lo que distinguía lo regional de lo nacional, concediéndole personalidad propia.
Otro de los pilares del discurso de los intelectuales que enfrentaba el desafío de historiar desde la diferencia, a la vez que la minimizaba, era su aspiración a una modernidad. Si bien el “historiador moderno” era un fenómeno cultural europeo que apelaba al “historiador racional” positivista, estos escritores e historiadores se convirtieron en “biógrafos morales en la búsqueda de las figuras emblemáticas de una civilidad en ciernes capaz de reproducir los valores de la hispanidad en lo criollo”. En esta coyuntura ser “historiador moderno” equivalía a ser “historiador nacional”, el “historiador regional” siempre en búsqueda de un domicilio propio, enfrentaba la ineludible realidad de que lo “nacional” de la patria no era Puerto Rico sino España. Enfrentado a esta encrucijada, Tapia y Rivera protestaba que la “indagación historiográfica [era] un ‘laberinto’ cuyas iluminaciones y hallazgos ocurren de manera azarosa. (…) (Y [e]l sueño del historiador moderno, el relato continuo y limpio del pasado, no aparece por ninguna parte”. En otras palabras, la historia que se escribía era una vorágine de contradicciones que impedían unir fuerzas y esfuerzos para lograr un propósito común, un futuro construido con premisas acordadas, aunque rara vez armonizables.
En el contexto histórico de mediados del siglo XIX, a un cuarto de siglo de la independencia de la mayoría de las colonias de tierra firme, y paralelamente a la lucha de clases que provocaba el incipiente capitalismo a nivel internacional, las fricciones propias de las relaciones entre las colonias antillanas y Madrid se atenuaban para asegurar la continuidad de la producción agrícola con que España competía con las incipientes economías industriales del resto de Europa.
En las colonias, en parte por no tener un lugar en la mesa de las negociaciones y en parte por el interés de las clases criollas de retener sus privilegios en el comercio con España, los Estados Unidos y el resto de Hispanoamérica, se conformó un rompecabezas de movimientos separatistas y anexionistas que se fragmentaron en varias vertientes de afiliación y distanciamiento de la metrópoli. En este contexto, cobró vigor una particular interpretación de las teorías progresistas de la historia. El liberalismo clásico fundamentado tanto en la Francia y la Inglaterra post Revolución Francesa y el Trienio Liberal de España, se transformaba en un liberalismo burgués tolerante de la desigualdad. El consecuente campo de batalla en que la intelectualidad hispana, integrista y conservadora, fraccionada en la criolla liberal reformista, asimilista, especialista y autonomista, enfrentaba la separatista, independentista, antillanista y anexionista del nuevo modelo de modernidad, se debatía dónde residía el modelo de libertad, progreso y modernidad a que aspiraban ambos sectores, la anexión a los Estados Unidos o la independencia a lo Hispanoamérica.
La modernidad y el progreso, eufemísticos conceptos de subrepticia vinculación con el crecimiento económico de las clases privilegiadas, se convirtieron en motores de las nuevas ideologías con su amplia gama de afiliaciones y distanciamientos del poder imperial y dividieron las clases pudientes en dos bandos. El asimilismo, en sus modalidades reformista, especialista y autonomista representaba una afirmación identitaria del “valor espiritual” (y material) de la identidad hispana que la metrópoli no reconocía, se convirtió en la antítesis del separatismo que hallaba un paralelo valor espiritual en su rechazo de la naturaleza depredadora y opresora de España. No sorprende que prevaleciera la apología sobre la naturaleza progresista y modernizadora de la metrópoli en contraparte con la decadencia y la barbarie separatista. No sin un matiz de ironía, nos dice Cancel: “[l]a intelectualidad criolla y la historiografía liberal veían el separatismo como una ideología que atentaba contra la hispanidad y la catalogaban como un peligro”. Las alegorías de Tomás de Córdova y de José Pérez Morris en la antesala y posteriormente a la insurrección de Lares, en que asociaban el separatismo con un virus de factura pestilente y potencial epidémico, distanció a los separatistas independentistas y anexionistas (de Estados Unidos) de los liberales reformistas y autonomistas, que nunca renunciaron a su hispanidad.
La interpretación liberal reformista del separatismo
La gesta abolicionista que culminó en la primera declaración de “abolición con indemnización o sin ella”, firmada por Segundo Ruiz Belvis, José Julián Acosta y Francisco Mariano Quiñones en 1866, sirvió de antesala para la insurrección de Lares de 1868 y fue adoptada, irónica -o cínica- mente, por los intelectuales liberales como ejemplo del humanitarismo hispano. Para el liderato separatista independentista, la abolición fue la culminación de las revueltas de esclavos en Puerto Rico y en Cuba, por lo que no era ejemplo de la magnanimidad española sino del espíritu libertador que crecía en ambas colonias antillanas. Dicho abolicionismo radical junto al doceañismo, se constituyó en la clave de la consciencia criolla, aunque resulta inevitable concluir que la abolición puertorriqueña tuvo el propósito de mitigar el sentimiento separatista que, sin la guerra extendida tras el Grito de Yara, amenazaba con acercar la isla al coloso anglosajón del norte. Ejemplo de dicho ardid fue que la abolición no fue extendida a Cuba hasta 1886.
El compromiso (y la urgencia) con el progreso material llevó a los liberales autonomistas a emborronar las condiciones de clase que habían alimentado el movimiento libertario. Se adoptó una retórica de enconado rechazo del pasado colectivo insular en tanto evidenciaba la subyugación de lo criollo del abajo social a los privilegios del arriba social a que pertenecían los intelectuales- -historiadores que se alinearon con el asimilismo del cual Acosta, Brau y Tapia formaban parte. “De un modo u otro, la puertorriqueñidad siempre ha tenido que confrontarse con el otro al cual ansía poder equipararse sin poder conseguir esa meta”. La trampa semántica implícita en el término y concepto “criollo”, por ejemplo, afirma una hispanidad que le distingue de otras identidades. Por otro, el hecho de ser “criollo” significaba que no se era del todo español, que se era un “otro”. Paradójicamente, ese “otro” carecía de la identidad con la que se identificaba y, por no poder renunciar a ella, abrigaba la ambición de poseerla.
Brau afirmó que Lares había sido “un evento ‘prematuro’ y ‘precipitado’ que el país acogió con una gran tranquilidad rayana en la indiferencia y que culminó en una ‘algarada’ escandalosa sin sentido”, por lo que no “consiguió el efecto deseado por la precipitación de unos cuantos impacientes”. A pesar de este desprecio hacia la insurrección, las divergencias entre los liberales autonomistas y los separatistas no imposibilitaban hallar contextos en los que era posible luchar a favor de la separación de España, sin condicionar sus convergencias a la consecución de sus respectivas metas como adversarios. Sin embargo, su elusiva identidad criolla-no-española, solo era posible mediante una separación de España en la que el concepto de libertad era incompatible con una de las modalidades separatistas.
Los intelectuales isleños se dieron a la tarea de validar dicha identidad. Se autoidentificaban españoles, aunque se sabían criollos, para legitimar su protagonismo y su relativo poder dentro de la colonia claramente distanciado del abajo social, y preferían ignorar que su verdadero hogar residía en el privilegio de clase desde el cual navegaban la realidad colonial. Con el propósito de legitimar su naturaleza híbrida de peninsular e isleño, intelectuales liberales como Alejandro Tapia y Rivera decidieron identificar conciudadanos cuyos haberes le merecían una biografía laudatoria toda vez que personificaban el español de las indias, el puertorriqueño cuya identidad hispana no podía cuestionarse. A manera de prototipo del puertorriqueño encaminado a la modernidad, Tapia rindió homenaje a Ramón Power y Giralt, “un militar blanco que, siendo alférez de fragata, enfrentó a los franceses en Tolón en 1793 y luego, con el rango de Capitán de fragata, participó en la recuperación de Santo Domingo de manos de Francia entre 1808 y 1809”. Power, dados sus rasgos fisiológicos, su extracción de clase y su desempeño como oficial de la marina del imperio a nivel internacional, ejemplificaba al criollo cuyas ejecutorias eran propias de cualquier español peninsular, pero, a su vez, por virtud de ser criollo, representaba una identidad colectiva legítima de lo criollo como indistinto de lo hispano. Su elección a la Junta Suprema Central Gubernativa en 1809 y a las Cortes de Cádiz en 1810 donde afirmó su puertorriqueñidad, le convirtió en el perfecto símbolo del criollo-español, capaz de servir a España y a Puerto Rico sin el lastre de las lealtades divididas. “El Power y Giralt de Tapia y Rivera” – nos afirma Cancel Sepúlveda – “había sido diseñado como una síntesis armoniosa de la hispanidad y la puertorriqueñidad”.
Curiosamente, nos recuerda Cancel, la misma síntesis identitaria propuesta por el liberalismo reformista, se reprodujo en el nacionalismo de las primeras décadas del siglo XX cuando Juan Antonio Corretjer publicó en El Mundo, el 2 de octubre de 1933, que el fajardeño Antonio Valero de Bernabé, otro militar blanco, entrenado en España, quien luchó junto a Simón Bolívar por la independencia de la América Hispana y Puerto Rico, “encarnaba la síntesis más fidedigna entre la puertorriqueñidad y la hispano americanidad y la ‘concreción continental de nuestro espíritu’”.
En otro giro de la confusa búsqueda por una identidad de afirmación nacional, para Betances como para Eugenio María de Hostos, la consigna tenía que ser “desespañolizar” a Puerto Rico, algo que, paradójicamente, consideraban que se trataba de “europeizarlo” o “modernizarlo” a pesar de que el ejemplo de modernidad que se perfilaba como modelo, no estaba en Europa sino en Norteamérica. Para estos pensadores y activistas separatistas de la generación de 1860 y 1870, permanecer como colonia de España y continuar adoptando y replicando sus valores culturales impedía el progreso hacia la libertad. “El futuro estaba en otra parte…” y esa “otra parte” lejos de excluir, incluía a los Estados Unidos con su promesa de libertad, progreso y modernidad. Cancel resalta como ejemplo de la coincidencia entre separatistas independentistas y anexionistas en la lucha por la separación, la carta de Ramón Emeterio Betances al Dr. José Julio Henna en julio de 1896, en la que incluye “una lista de ‘patriotas (que) pueden ser muy útiles para el proyecto separatista puertorriqueño al doctor José (Celso) Barbosa… y a Luis Sánchez Morales… futuros líderes del Partido Republicano Puertorriqueño”. Se hacía imprescindible crear un punto de encuentro entre regionalistas y nacionalistas que proveyeran un espacio seguro en el cual germinara un discurso identitario compartido entre integristas, separatistas, regionalistas y nacionalistas emergentes. La separación era el paso imprescindible sin el cual los sueños de libertad, con el desenlace que prefiriesen independentistas y anexionistas, no era posible.
Lares se convirtió en el símbolo mediante el cual la afirmación identitaria se fundía con el concepto de revolución que Betances consideraba inseparable del proyecto de libertad. Lamentablemente, las sociedades secretas, los agentes revolucionarios que se dieron a la tarea de importar armas, generar propaganda mediante proclamas y prensa clandestina no fueron suficientes para armar una insurrección exitosa inicialmente en Camuy, como tampoco logró crear la masa crítica militar para derrotar la Guardia Civil en Lares y, posteriormente, en San Sebastián. Si bien el movimiento estuvo plagado de insuficiente planificación, falta de coordinación y carencia de disciplina militar, la confianza en el apoyo de parte del abajo social que “se presumía forzosa e inevitable… Era en realidad un ejercicio discursivo con poca probabilidad de concretarse”. El aparente optimismo resultado del “elitismo iluminista”, nos dice Cancel, “respondía a la antedicha concepción premoderna de la masa como un agente secundario inerte o subsidiario en el proceso de cambio”. La “sutil nota voluntarista” de los principales ideólogos de la insurrección desde el exilio y sin claro conocimiento de las condiciones que enfrentarían los revolucionarios, les hizo pensar que las condiciones para tomar las armas contra el imperio con un apoyo popular impulsarían “la generación espontánea de focos de combate sostenibles que garantizaran la posterior generalización de una guerra contra los españoles y sus aliados criollos”.
De la misma forma que un amplio sector de activistas liberales se había distanciado de los separatistas desde mayo de 1868 y dejó de ver en Betances el líder capaz de concretar el proceso revolucionario, los liberales reformistas se negaron a reconocer el septiembre puertorriqueño como una expresión legítima de la impostergable revolución. En retroceso hacia una postura que no contemplaba una separación verdaderamente viable: para este sector la imagen de Power y Giralt representaba el puertorriqueño capaz de impulsar el progreso y la modernidad para la isla “sin apelar a un desdoblamiento ideológico o una ruptura con la hispanidad”.
Este desentendimiento de los liberales reformistas y los separatistas anexionistas del significado de Lares como punto de inflexión en la búsqueda de la libertad, tuvo un resultado que Cancel califica de “innegable”: “la independencia se fue convirtiendo en un concepto ambiguo y elusivo como resultado, en gran medida, de la incapacidad colectiva para construirla”. En un tono “propio del héroe trágico”, Betances le escribía Henna en abril de 1898: “América es una gran nación, pero no le es simpática a todo el mundo. Es claro que, si no se puede obtener otra cosa, valdría más llegar a formar un estado de la Unión que seguir siendo españoles”.
Añade el autor: “A pesar del naufragio de esa quimera, tal vez como expresión del lisiado paradigma liberal progresista y del sueño romántico de la libertad, se ha insistido en apropiar a los asimilistas, especialistas, autonomistas moderados y radicales como nacionalistas emergentes o separatistas independentistas en proceso de formación que, por lo regular, nunca completaron la travesía. Nada, intelectualmente hablando, autoriza a apropiarlos de esa manera a menos que se trate de un irracional acto de fe”.
La reflexión historiográfica a que nos invita Cancel Sepúlveda nos permite reconocer las trayectorias de historiadores y protagonistas políticos desde el siglo XVIII hasta el XX y en ellas las contradicciones que han dado paso a la multiplicidad de iniciativas, movimientos, partidos y conatos de revolución que han fracasado en liberarnos de la cárcel sin barrotes que es la colonia. Añade Cancel: “La reputación que les garantizaba la posesión de una cultura accesible solo a las élites los autorizó moralmente a reclamar el respeto y a hacer suyas numerosas causas del abajo social, a la vez que conservaban una saludable distancia de los sectores populares”.
Dicho de otro modo, los sectores del arriba social, aun los que se concebían a sí mismos como los autores del destino patrio, jamás fueron capaces de comprometerse con el “todo” si dicho compromiso ponía en peligro sus intereses de clase. Para el asimilismo, la recompensa de los valores, la identidad y la promesa del progreso y la modernidad históricamente ha sido suficiente aliciente para resistir la pérdida de su estatus y sus beneficios. En el caso del separatismo, la conciencia sobre la naturaleza propia del conflicto que esgrimen quienes han hecho de la lucha su apostolado, ha sido y sigue siendo la divisa, la promesa, el catalítico suficiente para propiciar un cambio que solo requiere el convencimiento de quienes aún no han descubierto la inevitabilidad de la libertad como destino.
Una de las citas más preclaras de Hostos reza: “No hay peor vicio que el de perder el tiempo de la acción en la palabra”. Parecería que no se ha dicho todavía lo que ha debido hacerse.
“La ignorancia es atrevida” reza el dicho popular en Puerto Rico. Mi presencia ante ustedes demuestra la validez de esta frase. Esto pues fue desde la osadía de mi ignorancia sobre la historia y la historiografía puertorriqueña que me atreví decir que sí al pedido por parte de Editorial Educación Emergente para que comentara El Laberinto De Los Indóciles: Estudios Sobre La Historiografía Puertorriqueña Del Siglo 19, la más reciente publicación del maestro Mario R. Cancel.
Confieso que cuando viene a historia, y sobre todo a historiografía, soy víctima y producto de un sistema de educación colonial. Aclaro que cuando digo “sistema” no me refiero a los y las maestras, pues, al fin y al cabo, esos educadores también fueron y son víctimas del sistema.
En aquella escuela de la década del 1970, enmarcada en luchas sindicales que como la que hoy libran los docentes, el currículo imponía un saber histórico que hablaba de que los “taínos” eran vagos y pacíficos, por lo que los europeos trataron de civilizarlos y salvar su alma. Nos explicaron que esos “indígenas” se extinguieron por débiles, razón por la que “tuvieron” que traer “negros” para “ayudar” al proceso de producción mientras que a su vez estos podían ser civilizados y elevados al nivel de adelanto del mundo eurocéntrico.
Aquella “educación” que sobre nuestra historia recibí durante aquel tiempo terminó con el Grito de Lares. Escaramuza producto del surgimiento de “un puertorriqueño” que quería librarse del abusivo “coloniaje” español. Interesante que la única vez que escuché la palabra “coloniaje” en aquellas clases, fue siempre como referente al periodo “español”.
No obstante, y a pesar de la carga ideológica del currículo escolar, mi visión sobre lo que podría ser otra historia de Puerto Rico se forjó y estuvo también condicionada por las luchas culturales que se desataron como respuestas a las burdas pretensiones de administraciones dirigidas por aspirantes a monárquicos como Rafael Hernández Colón y por pichones de fascistas como Carlos Romero Barceló.
Es así como mi visión de la historia, y de quién yo soy como puertorriqueño, se influenció por una especie folklorismo nacionalista. Tanto por la mirada basada en el discurso oficial producto de Ricardo Alegría, como por discursos más radicales y políticos producidos por una nueva sepa de gestores culturales. Es decir, por las letras de Danny Rivera, Roy Brown, El Topo, Haciendo Punto y Moliendo Vidrio, por ejemplo. Expresiones culturales contestatarias, moderadas unas y más radicales otras, que ante el ataque del anexionismo a “lo puertorriqueño” levantaban barricadas que me llevaron a cuestionar la historia oficial aprendida en la escuela. En mi caso, esas respuestas más radicales me llevaron a crear una identidad nacional idealizada basada en la construcción de un indígena épico y digno que luchó por su espacio físico y la preservación de su identidad.
Es desde este bagaje personal, y sin conocimiento técnico alguno de la historiografía, que me acerco al saber del maestro Cancel y a su publicación El Laberinto De Los Indóciles: Estudios Sobre La Historiografía Puertorriqueña Del Siglo 19. Hablando de lo atrevida que puede ser la ignorancia.
Pero, mi lectura del maestro Cancel igual estuvo mediada por la reflexión de dos sucesos, uno ocurrido hace unos años y el otro mucho más reciente.
Primero, tras leer la tabla de contenido de El Laberinto De Los Indóciles: Estudios Sobre La Historiografía Puertorriqueña Del Siglo 19 vino a mi mente la visita hace más de una década de una periodista española, que no recuerdo su nombre, pero que trabajaba un escrito sobre Puerto Rico para la Agencia Francesa de Noticias. En aquella ocasión, tras conversar conmigo sobre la criminalidad del país, la periodista me utilizó como intermediario para acceder a la alcaldesa de Ponce y a un profesor de historia, ambos anexionistas. Durante aquella conversación en la sala de mi casa, ambos entrevistados expresaron que su aspiración a la anexión se basaba en al anhelo a ser parte del “progresismo estadounidense”.
El segundo suceso provocador de reflexión fue la respuesta del sector anexionista a la visita a Puerto Rico del llamado Rey de España, “tipejo” heredero de la vergonzosa tradición truquera de los Borbones. Dinastía que se levanta como regente hoy del Estado Español gracias al caudillo y genocida por la gracias de dios, Francisco Franco Bahamonde.
Así, desde mi falta de entrenamiento historiográfico y con esos marcos de referencias informales que ya detallé, es que me acerqué a El Laberinto De Los Indóciles: Estudios Sobre La Historiografía Puertorriqueña Del Siglo 19. Publicación de 197 páginas divididas en tres partes o secciones.
La primera, titulada Introducción: intersecciones entre historiografía y política, donde el maestro Cancel presenta el tema de su trabajo, las bases teóricas desde donde se acerca al mismo, y sobre todo su intención al publicar este trabajo.
“Mi finalidad es forjar la lectura de una discursividad que nunca se puso de acuerdo, nunca fue homogénea y que se apropió de la identidad y de la puertorriqueñidad de manera creativa poniendo la historia y la memoria del pasado al servicio de causas que chocaban la una con la otra.”
Así, don Mario deja claro su aspiración:
Mario R. Cancel y Gary Gutiérrez en Librería El Candil , Ponce, PR.
“Lo que busco es penetrar los mecanismos de manipulación de la memoria, del pasado, y de la historia para fines políticos en la discursividad histórica del siglo 19 y ver como la historiografía afectó el activismo modernizador en aquellas circunstancias”
Explica así el autor que el discurso historiográfico del siglo 19, y asumo que el de nuestros días, no es uno imparcial, lineal y mucho menos inocente. Es decir, nos presenta la historiografía como campo de batalla y herramienta para la construcción ideológica, en este caso la construcción de la identidad del sujeto hoy llamado “puertorriqueño”.
Para esto Cancel aclara y produce un mapa para entender la mutación en el tiempo de las definiciones de términos como: autonomía, anexión, independencia, descolonización y otros términos, matizados siempre desde las ideologías y las posturas de clase de los autores estudiados. Pero sobre todo como referentes para forjar la identidad criolla y las aspiraciones colectivas que empujaban esos historiadores.
Leyendo lo plasmado por don Mario sobre esa historiografía, surge claramente la complejidad del pensamiento historiográfico producido durante el siglo 19. Los matices de sus marcos teóricos, las fuentes y la metodología usada por los autores de esa época. Autores para quienes la identidad puertorriqueña tenía unos cimientos europeos que influyeron como se mirará los eventos de 1898 y el proyecto modernizador del periodo posterior. Para esto, el maestro Cancel no se limita al uso de fuentes provenientes de libros históricos, pues aclara que el “… pensar históricamente no es un monopolio de los historiadores”. ¿Será por eso estoy yo aquí compartiendo mi poco ilustrada opinión sobre su trabajo historiográfico?
La segunda sección o inciso se titula: Historiografía y política puertorriqueña del siglo 19: entre integrista y separatistas. Aquí Mario Cancel da rienda suelta a historiador que le da forma como intelectual y que lo define como académico. Dieciocho (18) ensayos donde se adentra y examina las lecturas que los historiadores de los siglos 19 y 20 hicieron sobre el trabajo de sus antecesores. Sobre todo, en estos escritos el autor se enfoca en las miradas de clase, políticas y en los prejuicios raciales desde donde esos documentadores del siglo 19 miraron los trabajos de Agustín Iñigo Abbad y Lasierra por ejemplo.
En esas miradas de los autores estudiados, según Cancel, transpiran dos proyectos discursivos: la regionalista o integrista y la nacionalista. Brecha discursiva que se va a encrudecer tras el 1898. Es interesante no obstante que ese sujeto puertorriqueño y su identidad nacional resultante de ambas posturas, tanto la integrista como la nacionalista, será una “identidad” basada en la aspiración al euro-occidentalismo que produce en el sujeto puertorriqueño una necesidad de alcanzar el nivel de desarrollo europeo para poder entrar a la modernidad. No importa si era bajo el integrismo o el separatismo, ni mucho menos si era bajo el dominio español, el estadounidense o la independencia.
Así explica Cancel que desde tan temprano como en la historiografía de Abbad y Lasierra ya se establecían definiciones de la identidad criolla desde la dualidad del “yo” y la “otredad”. Dualidad que produce la mentalidad de que los puertorriqueños no eran, ni podían ser, iguales a los españoles. Esta visión es estudiada por Cancel en los trabajos que sobre Abbad y Lasierra hicieran los pensadores del siglo 19: Tapia y Rivera, Acosta y Calbo y Elzaburu y Vizcarrondo.
Luego, Cancel recorre la historiografía puertorriqueña durante los siglos 19 y 20 para documentar como, implícitamente o no, el criollo necesita construirse desde el eurocentrismo, no importa si es como español o estadounidense repito, para alcanzar la modernidad. Si es correcto lo que entendí, es fácil entender entonces cómo la vinculación al imperio de turno es valorada y reflejada en las visiones políticas y en la forma que vemos todavía nuestra relación con esos imperios.
Tras leer, repito como lego en historia y en historiografía que soy, El Laberinto De Los Indóciles: Estudios Sobre La Historiografía Puertorriqueña Del Siglo 19 del amigo y maestro Mario Cancel creo poder entender mejor como el síndrome del colonizado todavía se manifiesta hasta nuestros días en todos nosotros.
Leer a Cancel, creo que me ayuda a entender mejor por qué la escuela me construyó la historia como lo hizo. Igual me hace más fácil explicar el monarquismo de Hernández y el neofascismo anexionista servil de Carlos Romero. Ambos parecen expresiones caricaturescas de esa aspiración a la modernidad ya explicada. También tras esta lectura, creo poder entender mejor los intentos contestatarios para idealizar lo indígena y lo criollo latinoamericanista en las luchas de una nueva generación de trabajadores de la cultura que, influenciado por el indigenismo de la década del 1970, buscaban redefinir el ideal “puertorriqueñita”. Admito que eso necesito seguir estudiándolo.
Sin embargo, lo más interesante para mí, desde mi visión de lego en la historiografía, es como la lectura de El Laberinto De Los Indóciles: Estudios Sobre La Historiografía Puertorriqueña Del Siglo 19 me ayuda a explicar la respuesta de la alcaldesa de Ponce y del historiador a la interrogante de la periodista sobre el porqué eran anexionistas. Igualmente, interesante, exponerme a este trabajo me hace posible entender mejor el entusiasmo casi adolescente con que los funcionarios anexionistas del país se “postraron” a los pies del anacrónico visitante monárquico que, buscando oportunidades económicas, visitó la isla. La realidad que fue vergonzoso ver los supuestos dignatarios del país, comportarse como adolescentes millennials frente a la influencer del momento.
Dicho la anterior creo que el trabajo de Cancel titulado El Laberinto De Los Indóciles: Estudios Sobre La Historiografía Puertorriqueña Del Siglo 19 hace dos grandes aportaciones a la discusión sobre quiénes somos y a dónde vamos como pueblo.
Primero, la extensa bibliografía de sobre 10 páginas que acompaña y sostiene el texto del maestro Cancel. Ese banco de datos nada más vale el costo del libro y deja ganancia.
Segundo: La provocación a pensar y preguntar.
Exponerme al contenido de El Laberinto De Los Indóciles: Estudios Sobre La Historiografía Puertorriqueña Del Siglo 19me provoca preguntas como:
¿Estamos los y las puertorriqueñas condenadas a ser siempre aspirantes al progreso civilizado del eurocentrismo blanco, lo mismo español que estadounidense?
¿Seguiremos viendo la necesidad de subordinación a un imperio como la puerta para el progresismo y la modernidad?
¿Cuán vivas están, y cómo siguen definiéndonos estas narrativas en pleno siglo 21?
¿Por qué no le hicimos más casos a las narrativas indigenistas y latinoamericanistas de los músicos de los ’70?
Maestro Cancel, hasta aquí mis dos centavos sobre El Laberinto De Los Indóciles: Estudios Sobre La Historiografía Puertorriqueña Del Siglo 19.
Gracias por la provocación. ¡Salud y resistencia!
Nota: El texto que antecede fue leído en la Librería El candil, Ponce el 12 de febrero de 2022 y publicado en El Blog de Gary Gutiérrez . Para escuchar el audio de la actividad y el diálogo con el autor, presione este enlace
Fragmento del libro inédito El laberinto de los indóciles: epílogos (2021). Pblicado originalmente en Claridad-En Rojo el 31 de agosto de 2021.
Mario R. Cancel Sepúlveda
Historiador y escritor
Ubicar a Ramón E. Betances Alacán (1827-1898) en el contexto de la historia cultural de Puerto Rico no debería ser, a altura del siglo 21, un problema mayor. La recuperación y anotación parcial de la mayor parte de una obra relegada al olvido ha sido posible gracias al trabajo de recopilación de Paul Estrade y Félix Ojeda Reyes en su meticulosa obra completa. La lectura de esta colección sugiere que, como médico, pensador y literato, el caborrojeño tradujo bien los valores del científico y el revolucionario modernos. Su obra política y su correspondencia, por otra parte, ratifican que como teórico y activista poseía un proyecto social que aspiraba a representar los intereses del abajo social, como insistiría la interpretación romántica y nacionalista de su vida, así como los intereses de aquel sector del cual provenía, la clase criolla insular que, a pesar de que disfrutaban cierto poder material, era marginada por una minoría peninsular celosa que los devaluaba y excluía de la hispanidad plena.
Historia de una exclusión
Como creador de poesía y narrativa, Betances Alacán sintetizó de forma original algunas de las corrientes más ricas y complejas de su tiempo. En su conjunto el estudioso se encuentra ante un polímata complejo y polifacético que se movía con seguridad entre las artes y las ciencias. Como autor escribía lo mismo en castellano que en francés, traducía de aquel idioma y del latín y era capaz de compartir, en una época en que ello representaba una virtud y no un vicio, los valores de la vieja Europa y de la antillanidad / caribeñidad desplazándose con comodidad en ambos espacios. Su cultura científica y su condición de médico y cirujano destacado, una excepción en esa profesión, completaban el cuadro de lo que Eugenio María de Hostos denominó el “hombre completo”[1], un interesante signo del balance ecuánime entre racionalidad y emocionalidad. El resultado de aquella vorágine de elementos era ese intelectual y artista híbrido lleno de contrastes que, en ocasiones, entraban en contradicción y podía resultar difícil de comprender para las gentes del presente. Una figura de esa índole no debería admitir simplificaciones que en última instancia solo mutilarían su imagen.
El hecho de que su obra literaria no fuese muy voluminosa no justifica su omisión. La bibliografía puertorriqueña del siglo 19, si doy crédito a las anotaciones bibliográficas de Manuel María Sama[2] y las quejas de los productores culturales del canon desde Alejandro Tapia y Rivera hasta Lola Rodríguez de Tió o a las observaciones de estudiosos casuales como Carlos Peñaranda[3], no fue mucha. La industria del libro, un concepto difícil de precisar para aquel siglo tanto como pude serlo en el siglo 21, surgió con dificultad en un escenario poblado de censuras. La producción de editorial fue pobre, fue resultado de la autogestión de tipógrafos e impresores y en general representó un riesgo político y económico para los pequeños inversionistas. La vida literaria de Betances Alacán, aparte de su condición de exiliado desde 1867, no difirió de otros casos del siglo 19 al menos en ese aspecto cuantificable. La paradoja de que los puertorriqueños del siglo 20 pudieron haber conocido mejor que los puertorriqueños del siglo 19 la literatura del siglo 19 está allí, mirándonos con encono. Entre la censura y el analfabetismo el escritor puertorriqueño del siglo 19 produjo objetos de consumo accesible solo a minorías y elites. El olvido sistemático de aquel acervo en la posmodernidad en un tema que debería debatirse con más profundidad en otra ocasión: desmontar la modernidad esquivando la mirada a aquel siglo no me parece práctico.
«Betances» (detalle) dibujo de Andrés Hernández García
Para entender a este otro Betances sí debe tomarse en consideración que el vehículo de lenguaje en el cual se expresaba en su escritura creativa no era el castellano o el español de las Antillas. Para la literatura el caborrojeño prefería el francés, idioma literario del siglo. No solo eso: en algunos casos su lenguaje sugiere que escribía para el público europeo. En este aspecto su actitud recuerda la de Eugenio María de Hostos Bonilla quien, durante la década de 1860, vivía ansioso por convertirse en un escritor reconocido en España y en lengua castellana con el fin de invertir el prestigio adquirido como escritor, le sirviese para trabajar políticamente en favor del futuro de las Antillas. El castellano o el español de las Antillas sirvieron a Betances Alacán para organizar su discurso militante y político. Es bien probable que su predilección por el francés como lenguaje literario contribuyera a su exclusión del canon de entronque hispánico de la literatura puertorriqueña decimonónica que la crítica converge en considerar como fundamento de la literatura nacional. No sería tampoco un caso único. Numerosos escritores nacido en Puerto Rico y que incluso escribieron en español disparos por el mundo son también ignorados por el canon, asunto que habría que tratar en otra ocasión. La idea de la identidad legítima es una trampa de muchas bocas.
El affaire y el canon poseía otras complejidades que se hicieron patentes a lo largo del siglo 20. La más notable era que Betances era todo menos hispanófilo. Cuando Pedro Albizu Campos lo rescata como signo identitario del asunto obvia el hecho por completo. De acuerdo con el líder nacionalista Los rebeldes de 1868 “se inspiraron en Dios”, un argumento que chocaba con el secularismo betanciano, y que los problemas entre España y Puerto Rico eran asuntos menoren que podían resolverse en el seno de la familia.[4]
No solo eso. Como lector Betances miraba con suma cautela ideológica las expresiones literarias de la clase culta criolla y sus representantes a quienes reprochaba su ausencia de compromiso con la independencia y su sumisión a la España autoritaria. La respuesta de la clase culta criolla a aquel reclamo estuvo marcada por la crítica intensa y acrimoniosa a su antiespañolismo, actitud en la cual liberales reformistas y conservadores estaban de acuerdo. El hecho de que el discurso dominante de la identidad puertorriqueña durante el siglo 20 fuese hispanófilo está, por lo tanto, en la base de la supresión de esta figura del canon. La exclusión también es comprensible a la luz de otras de sus prácticas. “Bin Tah” y “Louis Raymond”[5], dos de los seudónimos que usó para firmar sus trabajos literarios, no tienen el sabor tropical manifiesto en “El Antillano”, alias utilizado para su producción política.
Por último, el hecho de que el castellano o el español de las Antillas se enseñoreara en sus ensayos, oratoria y correspondencia personal y pública no deja de ser un problema. La crítica convencional nunca estuvo dispuesta a apropiar aquellos subgéneros como una expresión literaria legítima sujeta a la crítica formal. De hacerlo el archivo betanciano crece de manera dramática, hecho que multiplica las posibilidades interpretativas. El cambio de óptica -abrir el concepto de lo literario y hacerlo más inclusivo- produciría un efecto distinto al que la tradición ha impuesto a la elucidación de esta figura central de la cultura del siglo 19.
La exclusión de Betances del canon, en última instancia no puede ser comprendida sólo en el contexto de los (pre)juicios culturales presente en la definición de la identidad puertorriqueña el siglo 19 -dominada por la moderación política de los liberales-, y el siglo 20 -dominada por la hispanofilia clerical de ciertos nacionalistas-. Su exclusión del canon también derivó de su condición de separatista independentista y confederacionista, una postura que excedía los límites de tolerancia de liberales reformistas, autonomistas y conservadores. Ello justificó por mucho tiempo su supresión del panteón político oficial. El hecho de que ideológicamente tampoco encajara en las convenciones nacionalistas emergentes durante las décadas de 1910 y 1920 por su concepción de una identidad colectiva e interinsular, la antillanidad, dificultaba encajarlo en el universo plano de la canonicidad discursiva.
Los liberales reformistas, autonomistas y conservadores, como defensores de la integridad de la relación de Puerto Rico y España y francos opositores de la separación de Puerto Rico confluyeron en el proyecto de “invisibilizar” a Betances sobre la base común del respeto cándido a la hispanidad considerada madre de la expresión local. Me imagino la incomodidad de aquellos sectores ante el médico rebelde que, con refinada ironía, en lugar de referirse a España como “Madre Patria” la reducía, con plena conciencia literaria, a la condición de “madrastra patria”[6] o, como cuando en entrevista con Luis Bonafoux Quintero en Neuilly afirmaba que no había sido España una “madre cariñosa”[7]. A la altura del siglo 21, cuando hispanidad e hispanofilia han dejado de significar algo en un mundo de identidades fluidas o líquidas, ya no debería representar un problema. Es posible que así sea, veremos.
Literatura de Betances: un contexto abierto
En la obra literaria de Betances coinciden una diversidad de tradiciones culturales complejas. Los valores del Racionalismo y la Ilustración francesas de la segunda parte del siglo 18, han sido señalados a la luz de la lectura detenida de su relato satírico “Viajes de Escaldado” (1888), traducido y comentado por Carmen Lugo Filippi (1982)[8]. La interpretación social como crítica anticlerical en el estilo de Voltaire, uno de los fundadores de la mirada moderna del mundo social, es innegable en el texto aludido el cual ha sido tratado como una reescritura creativa del texto del autor francés. De igual modo, los valores del Romanticismo alemán y británico de fines del siglo 18 y principios del siglo 19 (1820), han sido apuntados en el volumen precursor Betances, poeta (1986)[9], antología recopilada y comentada por el poeta trascendentalista y crítico Luis Hernández Aquino, y en las traducciones que hizo de algunos poemas suyos la profesora e investigadora de la Generación del 1930 Concha Meléndez[10].
Ese es el Betances de las convenciones literarias, el que se movía entre el Neoclasicismo y el Romanticismo con suma facilidad. No hay que olvidar que el bautismo de la literatura criolla regional, según se concibe en la canonicidad, se dio en medio de aquel contencioso europeo. Esa imagen de Betances literato era producto indirecto de la selección de poemas recogidos por su primer antólogo y comentarista, Bonafoux, en su clásico volumen Betances (1901). El antólogo y el antologado curiosamente, estaban coincidían en dos cosas. Ambos eran rechazados por la clase culta criolla y ambos resentían de la pusilanimidad política de esta desde una perspectiva muy europea o cosmopolita pero ciertamente dispar.
El Betances que se formó intelectualmente entre Tolosa y París, fluyó en aquellos espacios de debate entre los valores neoclásicos y los románticos, sin duda, pero no puede ser reducido a ellos. Este autor se encuentra más allá de aquel dualismo en el cual la crítica canónica ha encontrado los fundamentos de la literatura europea moderna y los de la literatura criolla (puertorriqueña) emergente. En todo caso, el esquema servirá para comprender el Betances literato de las décadas de 1850 al 1889. Pero será poco lo que diga del Betances literato de la década de 1890 quien, del relato y el poema de ocasión, había emigrado al periodismo creativo y a la reflexión crítica en el significativo registro que es su correspondencia personal.
[1] Eugenio María de Hostos (1939) Obras completas. Vol. XIV. Hombres e ideas. La Habana: Cultural S.A.: 291.
[2] Manuel María Sama (1887) Bibliografía puerto-riqueña. Mayagüez: Tipografía Comercial.
[3] Carlos Peñaranda (1878-1880 / 1967) “VI” en Cartas puertorriqueñas. San Juan: Editorial El Cemí: 49-56.
[4] Refiero al lector la lectura del panfleto Partido Nacionalista de Puerto Rico (1930-1935/ 1967) Lares. Proclamas del Nacionalismo 1930-1935. Lares: Ediciones Año Pre-Centenario de la Proclamación de la República.
[5] Paul Estrade (2017) “Louis Raymond” en En torno a Betances: hechos e ideas San Juan: Callejón: 29-33.
[6] Ramón E. Betances “Carta de París” (1876) en Haroldo Dilla y Emilio Godínez Sosa (1983) Ramón Emeterio Betances. La Habana: Casa de las Américas: 157-159.
[7] Ibid.: 365-368, y Luis Bonafoux (1987) Betances. San Juan: ICP: LXIX-LXXIII.
[8] Carmen Lugo Filippi (1982) “Betances y Voltaire: Para un Scarmentado un Scaldado (problemas de intertextualidad en un cuento de Betances)” y Ramón E. Betances Alacán, “Viajes de Escaldado” (1888) en Caribe 3.4: 115-129.
[9] Luis Hernández Aquino (1986) “Betances, poeta” en Betances, poeta Bayamón: Sarobei: 6-15.
[10] Concha Meléndez (1968) “Día y noche de Betances” en Revista del Instituto de Cultura puertorriqueña 11.40: 48-51