Puerto Rico entre siglos: Historiografía y cultura

abril 17, 2018

Historia de la Lucha por la Independencia de Puerto Rico de Ché Paralitici: Un Comentario

  • José Anazagasty Rodríguez (RUM)

Historia de la Lucha por la Independencia de Puerto Rico de Ché Paralitici es una historia del independentismo desde los postreros años del siglo 19 hasta nuestros días, destacando dos fases, la de finales del siglo 19 a la década de los cincuenta, y la de las décadas posteriores a esa primera fase. Paralitici también ofrece, al final del libro, unas reflexiones acerca de las posibilidades del independentismo en el siglo 21.

Para Paralitici su libro “presenta una breve historia” de las luchas por la independencia de Puerto Rico. Pero esa brevedad no es para nada equivalente a un relato simplista y ligero de esa historia. Es todo lo contrario. Se trata de una historia sucinta pero riquísima en información, la que Paralitici relata sobre la base de abarcadoras observaciones, profundas indagaciones, valiosos datos y acertados comentarios acerca del movimiento independentista y sus organizaciones. Su concisa historia de la lucha por la independencia irradia no sólo las prolongadas horas de trabajo dedicadas a la misma por el cronista, sino además su vasto conocimiento sobre el asunto. Asimismo, su libro transmite su gran compromiso con la lucha por la independencia. Toda esa riqueza de Historia de la Lucha por la Independencia de Puerto Rico lo convierte en una lectura imprescindible para los interesados en el estudio del independentismo, en particular para aquellos de nosotros que sabemos poco de ese movimiento. Pero es inclusive una lectura que debo recomendar a los estudiosos del movimiento independista y su historia. Aquellos independentistas que día a día, como activistas, luchan por la independencia de Puerto Rico también se beneficiarían grandemente de su lectura. Finalmente, es un libro que los independentistas de las nuevas generaciones encontrarán significativo, del que aprenderán muchísimo.

Coincido con Mario R. Cancel en que Historia de la Lucha por la Independencia de Puerto Rico es una mirada crítica, flexible y templada del independentismo, una que Paralitici realiza desde el independentismo mismo. Es por ello, como señaló Cancel, una contribución valiosa a la historiografía del independentismo, una historiografía de muchas formas limitada, en particular con respecto a la historia más actual del independentismo. Hacen falta interpretaciones tan acabadas y realizadas como la de Paralitici.

La historia narrada por Paralitici no es valiosa únicamente para los historiadores. Historia de la Lucha por la Independencia de Puerto Rico también es provechoso para los sociólogos y otros estudiosos de lo social, particularmente para aquellos de nosotros interesados en los movimientos sociales. Abordándolo desde la sociología, quiero a continuación, destacar sus contribuciones a lo que podríamos llamar una sociología del movimiento independentista. Las reflexiones sociológicas del independentismo como un movimiento social son escasas. El libro de Paralitici, aunque realizado desde la Historia, nos ofrece algunas observaciones sociológicas valiosas, y con ellas, algunas rutas para estudios e investigaciones posteriores del independentismo como un movimiento social.

Sidney Tarrow, en su libro Power in Movement, definió los movimientos sociales como retos colectivos lanzados por personas solidarias, copartícipes con propósitos comunes, que interactúan de forma sostenida con las élites del poder, las autoridades y con sus oponentes. Y eso es precisamente el movimiento independentista, un grupo de personas que más o menos solidarias comparten un propósito en común, lograr la independencia de Puerto Rico. Y ese es su reto a todos los puertorriqueños. El movimiento independentista también interactúa constantemente, en términos conflictivos, con las élites de poder, en Puerto Rico y Estados Unidos, las autoridades locales y federales, y con sus oponentes.

Para los sociólogos, un movimiento social es también una red relativamente informal de diversos individuos, grupos y organizaciones que comparten una identidad colectiva y cierta cultura, y que se movilizan para enfrentar asuntos y problemas sociales conflictivos, recurriendo a varias formas de protesta.  El independentismo es todas esas cosas. Se trata, como lo manifiesta el libro de Paralitici, de una extensa, heterogénea y compleja red de individuos, grupos y organizaciones que comparten, más o menos, una identidad colectiva, la de puertorriqueños independentistas, y una cultura particular, la del movimiento, y la que producen y reproducen mediante sus prácticas. Los elementos en esa red se movilizan a favor de la independencia para Puerto Rico, uno de los asuntos más controversiales y conflictivos del país. Se trata de un complejo tejido social cuyos elementos—grupos e individuos—se organizan y movilizan recurriendo a un diverso repertorio de acciones de protesta, incluyendo en ocasiones la violencia y la lucha armada. El libro de Paralitici nos ofrece detalles importantes sobre esa red en movimiento.

Una de las contribuciones más importantes del texto de Paralitici para una sociología del movimiento independentista es que confirma la heterogeneidad o diversidad del movimiento. Paralitici echa por tierra la idea estereotipada de un independentismo homogéneo, tan notable en aquellos que se oponen al movimiento o pretenden reprimirlo. Historia de la Lucha por la Independencia de Puerto Rico evidencia la diversidad ideológica del independentismo, tanto en Puerto Rico como en Estados Unidos.  Para Paralitici, el movimiento independentista se ha desarrollado y transformado, en la relación, muchas veces conflictiva, entre el nacionalismo y el socialismo. Coinciden en el movimiento independentista varias corrientes nacionalistas y diversas corrientes socialistas, lo que añade diversidad al mismo. Estas corrientes nacionalistas y socialistas, enlazadas en una dialéctica de colaboración y conflicto, convergen en el movimiento independentista. Allí también se encuentran corrientes comunistas y anarquistas. Y en el independentismo, convergen también corrientes liberales, característica de aquellos independentistas más cercanos a las instituciones políticas y los procesos electorales.

Aparte de la diversidad ideológica del movimiento independentista, Paralitici también devela su diversidad organizacional.  Historia de la Lucha por la Independencia de Puerto Rico es, aparte de una historia de esa lucha, una historia de las organizaciones independentistas involucradas en la misma. La lista de organizaciones independentistas, desde 1898 al presente, incluida por Paralitici en su libro, y la de Awilda Palau, también incluida en el mismo, son evidencia del tremendo número de organizaciones independentistas que han existido desde finales del siglo 19 hasta el presente. En el movimiento independentista encontramos distintos tipos de organizaciones sociales, incluyendo partidos políticos.  Las organizaciones independentistas no gubernamentales ni partidistas se han organizado de muchas formas, como asociaciones, agrupaciones, talleres, institutos, congresos, logias, uniones, frentes, coaliciones, alianzas, ligas, comités, brigadas, fundaciones y hasta en campamentos. Y mientras que muchas de esas organizaciones independentistas han sido legales otras han sido clandestinas.

La diversidad organizacional y su impacto sobre el movimiento independentista no ha sido estudiado. Pero, podemos suponer que la diversidad de formas organizacionales, la pluralidad de estructuras organizativas produce diversas metas y recursos.  También podemos suponer que algunas organizaciones independentistas son más centralizadas y jerárquicas que otras y que algunas son más democráticas que otras. Podemos también conjeturar que estas organizaciones también varían en términos de su membresía, sus niveles y formas de participación, sus grados de organización, en su liderato y distribución de poder, y el grado de compromiso que demandan de sus participantes o miembros. Examinar la diversidad de formas organizacionales es importante porque esto nos dice mucho no sólo sobre las estrategias y experiencias de estos grupos independentistas sino porque nos da pistas importantes sobre lo que los sociólogos llaman su “potencial de movilización”.  La forma que estos grupos se organizan y por qué toman esas formas determina si estas pueden o no aumentar, dado sus recursos, y en momentos particulares, el apoyo del público, y movilizarlos a favor de la causa independentista. También nos dice que tan bien pueden o no adaptarse a nuevas condiciones de lucha y movilización. La lista de organizaciones y detalles provistos por Paralitici sobre estas organizaciones representan una valiosísima herramienta para el estudio de la diversidad organizacional del movimiento independentista.

José «Che» Paralitici en el RUM

Finalmente, las organizaciones independentistas también varían en términos de sus acciones, en términos de cuales actividades o tipos de protesta prefieren efectuar. Las acciones más tradicionales son, por supuesto, huelgas, mítines, marchas, elecciones, peticiones, ocupaciones, insurrección, lucha armada, etc. Estas son estrategias políticas, preferidas por los movimientos políticos, como el independentista. Algunas organizaciones recurren principalmente a estrategias fundamentadas en la “lógica de los números”, movilizar apoyo popular mediante las elecciones, marchas, y recogido de firmas, entre otras. Otras organizaciones recurren a la “lógica de impactos materiales” como las huelgas, los paros, los boicots, y hasta daños directos a la propiedad. Otras organizaciones, amparadas en una lógica similar a esta última recurren a actividades mucho más violentas, como la lucha armada, característica del nacionalismo revolucionario, el socialismo y el comunismo. Otras organizaciones prefieren la lógica del testimonio o “bearing witness,” acciones riesgosas y emotivas dirigidas a demostrar el compromiso con una causa, con la independencia de Puerto Rico, en este caso. La desobediencia civil, a las que han recurrido muchos independentistas, como en la lucha contra la marina en Vieques, es un buen ejemplo. La desobediencia civil también fue la estrategia de muchos independentistas que lucharon contra el servicio militar obligatorio en Puerto Rico. Esto último es discutido por Paralitici en su libro.

Aunque la mayoría de las organizaciones independentistas han optado por estrategias políticas, varias organizaciones independentistas también han recurrido a protestas culturales y simbólicas, que los sociólogos asociamos con los nuevos movimientos sociales. Una dimensión poco estudiada del movimiento independentista ha sido precisamente su cultura, tanto sus prácticas culturales como sus productos culturales, con excepción quizás de sus valores, metas, ideologías y sus líderes más carismáticos y simbólicos, como Pedro Albizu Campos.  Pero, sus objetos simbólicos (logos, signos, artefactos, eventos, y lugares significativos para los independentistas); sus ocasiones, encuentros, y reuniones; sus productores y actores culturales; y su “persona” o estilos culturales de interacción apenas han sido examinadas. Paralitici, destaca en su libro varias actividades culturales del movimiento, como la conmemoración de símbolos, héroes y mártires del independentismo y eventos como el Grito de Lares y la Jornada a Betances. El análisis cultural del movimiento requiere examinar como es la cultura puertorriqueña adoptada y adaptada por el movimiento independistas en el contexto de la acción social y política. A la misma vez, debemos tener en cuenta el impacto cultural del independentismo en la cultura puertorriqueña. Por supuesto, también requiere una mirada analítica a las “dimensiones simbólicas de la acción colectiva” independentista, a sus esquemas y marcos interpretativos con respecto a la realidad social y la identidad nacional puertorriqueña. También requiere analizar su construcción de los problemas sociales. Además, no podemos asumir que el movimiento sea culturalmente homogéneo; las diferencias culturales entre grupos independistas y los conflictos culturales entre estos son una realidad que no podemos perder de vista.

Otra contribución importante de Historia de la Lucha por la Independencia de Puerto Rico para una sociología del movimiento independentista es que apunta hacia el carácter cíclico de las protestas independentistas. Como Paralitici afirmó: “No dudo que la lectura de este ensayo sobre la historia del independentismo puertorriqueño, que concluye que la lucha por este ideal ha tenido sus bajas y sus altas, sus flujos y reflujos, sus viejos y nuevos independentismos, lleve a ampliar el análisis y las luchas correctas para que en este siglo 21 se encuentre un resultado final a la férula colonial que ha tenido Puerto Rico desde el siglo 16”. (354)

Los ciclos de protesta o contención se refieren a ciclos de apogeo y ocaso en la actividad de un movimiento social. En su libro Paralitici identificó tres periodos de la lucha independentista: de 1898 al surgimiento de un nuevo independentismo en los treinta; de los treinta a la década de los cincuenta; y de finales de los cincuenta al presente. En este periodo ocurrieron dos ciclos de auge y ocaso en el movimiento independista. Los surgimientos de los nuevos independentismos, en los treinta y los cincuenta, marcan los dos momentos de auge del movimiento independentista.  En su libro Paralitici considera las posibilidades de otro nuevo independentismo, de un tercer auge y ciclo de protestas en los años por venir.  Si logramos escapar o no del dominio estadounidense, de esa férula a la que se refiere Paralitici, depende de muchos factores. Pero coincido con él, en que un requisito fundamental para ello es la reflexión crítica, profunda y sosegada de los ciclos de protesta independentista; lo que él ha ya ha avanzado en su libro. Para los estudiosos de los movimientos sociales, incluyendo los analistas del movimiento independentista, es también menester estudiar los ciclos de protesta porque corresponden a los momentos de intensificación de la acción colectiva.

Los ciclos de protesta muestran ciertas características en común. Estos coinciden con una fase intensa de conflictos y contenciones en el sistema social, con diversas crisis, económicos, políticas, sociales y hasta ambientales. La intensidad de esos conflictos produce la difusión rápida de la acción colectiva, no sólo la movilización de los sectores más activos de un movimiento sino inclusive de los menos activos y de los simpatizantes del movimiento. Los ciclos de protestan coinciden también con la innovación en las formas de protesta y con nuevo marcos o esquemas de acción colectiva. Estos lapsos también involucran no sólo la actividad de los grupos más organizados sino también la de los menos organizados y hasta provocan acciones espontaneas. Pero, los ciclos de protesta también coinciden, con las acciones y respuestas de aquellos individuos, grupos y organizaciones opuestas a un movimiento, los que promueven y ejecutan, inclusive la represión de un movimiento social. Los ciclos de protesta influencian de muchas formas las decisiones estratégicas de las organizaciones vinculadas a los movimientos sociales. Las formas adoptadas en un momento dado por estas organizaciones dependen en gran medida de su apreciación de los ciclos de protesta y de las actividades de otras organizaciones, incluyendo las vinculadas a otros movimientos sociales y la de aquellos que se oponen al movimiento.

El libro de Paralitici nos ofrece pistas importantes sobre todo esto, sobre la respuesta del independentismo a los momentos de crisis en Puerto Rico; la difusión de acción política desde las organizaciones independentistas más activas hacia otras menos activas; y la respuesta de la oposición al independentismo.  En el primer ciclo de protesta examinado por Paralitici el Partido Nacionalista fue determinante en la movilización de los independentistas. En el segundo, fueron la FUPI y el MPI las organizaciones más influyentes. Ambos momentos de auge coincidieron con nuevas estrategias de lucha y protesta, nuevos esquemas de acción colectiva.  En ambos momentos la respuesta de los opositores, y particularmente de las autoridades federales y locales, fue la persecución y represión del movimiento independentista.  Como nos recuerda y demuestra Paralitici, el independentismo ha sido perseguido y reprimido a lo largo de toda la historia del dominio colonial estadounidense sobre los puertorriqueños. Los ciclos de protesta independentista y las consecuencias de esas protestas, como las de todos los movimientos sociales, están atados a la represión o respuesta de las instituciones y actores políticos.  La incesante represión del independentismo puertorriqueño, muchas veces tremendamente perversa, cruel, aterradora y devastadora, aunque no el único factor, ha obstaculizado efectivamente, la independencia de Puerto Rico, y con ello su descolonización.

Otra contribución de Paralitici y su libro a una sociología del movimiento independentista es que nos ofrece datos valiosos sobre la “estructura de oportunidades” del movimiento independentista, sobre aquellos factores que han facilitado u obstaculizado la movilización de grupos y organizaciones independentistas desde 1898. La respuesta represiva del sistema de instituciones y prácticas políticas que engloba el régimen colonial, que involucra tanto instituciones locales como federales, y hasta partidos políticos y organizaciones contrarios al independentismo, ha reducido las oportunidades de participación política de los independentistas, reduciendo aún más los estrechos canales institucionales de los que dispone para influir en los procesos políticos del país. De manera simultánea, la estructura institucional del régimen ha provocado que el movimiento independentista haya adoptado en ocasiones formas extra-institucionales de acción política, incluyendo el que algunas organizaciones hayan recurriendo, en distintos momentos de su historia, formas radicales y hasta clandestinas de acción política. Esto a vez ha provocado en varias ocasiones que el gobierno recurra a la represión para detener la movilización social independentista. Por último, como resultado de la interacción entre el movimiento independentista y las respuestas gubernamentales, la influencia que los independentistas tienen en la toma de decisiones es marginada y rezagada, aunque no por ello ha dejado de ser un movimiento relativamente visible, activo y dinámico. No ha dejado de ser un movimiento crítico y desafiante, que como señala el subtítulo de Historia de la Lucha por la Independencia sigue luchando incesantemente por la soberanía y la igualdad social.

La represión del movimiento independentista opera no únicamente desde la violencia y coerción estatal sino además desde todos los ámbitos institucionales, logrando que una gran parte de la población consienta la represión del independentismo. Los independentistas enfrentan todo un régimen de desigualdad, concepto de la teórica feminista Joan Acker. Me refiero a todas esas prácticas, procesos, acciones y significados interconectados que mantienen a los independistas en una posición de desigualdad, y que institucionalizan o normalizan diversas prácticas discriminatorias y restrictivas contra estos.

Pero hoy, el independentismo no sólo enfrenta esas formas de represión, también sufre un difícil agotamiento, uno que no podemos reducir al mero efecto de la represión.   Como explica Paralitici:

El independentismo ya entrado en el siglo 21 hacia la primera quinta parte del mismo es uno muy dividido, poco organizado, con poca presencia en la calle, con mucha debilidad electoral, con exigua participación de la juventud, con pocos portavoces de gran influencia , con algunos con buen reconocimiento pero en su longevidad y, además, si un fuerte liderato nacional, y con muy poca presencia en Estados Unidos, entre otras características negativas, parecidas muchas de ellas a las que precedieron  a los dos previos momentos del “nuevo independentismo” de las décadas de 1930 y de 1960. (352-53)

Precisamos un nuevo independentismo, uno diligente, militante y dinámico pero también profundamente reflexivo y crítico, inclusive de sí mismo. Lo precisamos porque hoy los puertorriqueños enfrentamos demasiadas crisis.  Por un lado, los puertorriqueños enfrentamos una profunda y devastadora crisis económica, que requiere que lo independistas contribuyan a la defensa de los trabajadores, que luchen contra la privatización y contra las devastadoras reformas laborales y económicas propuestas por el gobierno y la Junta de Control Fiscal. Enfrentamos además lo que Jürgen Habermas llamó una crisis de racionalidad; nuestro sistema político, administrado por una kakistocracia tan corrupta como inepta, no ha generado decisiones y políticas adecuadas para manejar la crisis económica. Y esa crisis de racionalidad se ha traducido en una crisis de legitimidad, una generalizada falta de confianza en las instituciones políticas, que lamentablemente no se han transformado en protestas masivas contra esas instituciones. Pero, una crisis adicional retarda las protestas contra las instituciones políticas, una profunda crisis de motivación. Muchos puertorriqueños, la mayoría de ellos, no se sienten lo suficientemente motivados como para ser participantes activos en la esfera pública.  Algunos no se sienten capaces de efectuar cambios sociales significativos y muchos otros, enfrentando vidas precarias, la pobreza, simplemente no tiene los medios o recursos que le permitan hacerlo. Muchos de ellos, buscando alternativas a esa precariedad, no han tenido otra opción que emigrar. Un nuevo independentismo es por todas esas cosa , apremiante.

febrero 23, 2018

Crónicas del siglo 20: el PNP y Ferré Aguayo en el poder (1968-1971) (2)

  • Mario R. Cancel Sepúlveda
  • Historiador

El triunfo del PNP en 1968 demostró que había una gran incomodidad con el orden instaurado desde 1952. La victoria de un partido estadoísta, la primera desde 1940, y los cuatro años de gobierno de Luis A. Ferré Aguayo colocaron al PPD en la difícil posición de partido de minoría que habían tenido en el cuatrienio de 1940 al 1944. La gran diferencia era que en 1968 no existía la posibilidad de aliarse con otros bloques políticos para quitarle poder efectivo Ferré Aguayo. Los populares se habían hecho de muchos enemigos desde 1944 en medio de su proceso de trasformación ideológica.

 

Unos estilos de gobierno distintos

No solo eso, el nuevo gobierno cambió las prácticas de la gobernanza local. Es cierto que cuando Ferré Aguayo accedió al poder el estatus no estaba en issue. El triunfo no debía ser interpretado como un visto bueno para “traer la estadidad” como se decía en aquel entonces. Por otro lado, todavía el PNP no había adoptado la postura de que Estados Unidos era un poder colonial y que el ELA era una colonia retrógrada. Al contrario, Ferré Aguayo era comedido al tratar aquel el asunto y se sentía “en la obligación legal y moral de defender la Constitución” del ELA en 1972. De igual manera su comisionado residente, Jorge Luis Córdova Díaz, habría de afirmar categóricamente  cuando se discutía el caso de Puerto Rico en el Comité de Descolonización de la Organización de Naciones Unidas que “ciertamente no somos colonia” con argumentos análogos a los de los populares. El PNP no se concebía como un partido anticolonial tal y como comenzó a proyectarse durante la era de Carlos Romero Barceló a partir de los 1980.

Carlos Romero Barceló y Rafael Hernández Colón

El estadoísmo se movía todavía en las aguas de un gradualismo moderado que se justificaba por el hecho de que, en general, su victoria electoral de 1968 era explicada a la luz de la división del PPD y pocos pensaban que, bajo condiciones de unidad en aquella organización, pudiese repetirse. Ello no impidió que el PPD, encabezado por Rafael Hernández Colón, los acusara de querer imponer subrepticiamente la estadidad. Tampoco impidió que los actos de Ferré Aguayo se proyectasen como un intento genuino de adelantarla y hacerla atractiva ante un electorado que, en general, temía al cambio.

Los efectos de la crisis económica que se produjo a partir de 1971, y esto es muy importante para conocer el Puerto Rico de los 1980, legitimaron el aumento de las transferencias federales de beneficencia en un estilo que es plausible denominar como un “nuevo Nuevo Trato”. Uno de los componentes más emblemáticos de aquel momento fue el programa de “Food Stamps” o “Cupones de Alimentos” auspiciado por el Departamento de Agricultura de Estados Unidos. Uno de los logros de Ferré Aguayo fue que, durante su administración, se negoció la aplicación del mismo al país en crisis. La lógica del programa era que, con la dádiva, se generaría una mayor “demanda agregada” en un mercado donde el consumo se venía al suelo en medio del estancamiento económico, la escasez y la carestía de los bienes de consumo.

Los “Food Stamps”, unos de los signos más claros del Estado Benefactor y Asistencial, existían desde la Segunda Guerra Mundial cuando fueron creados con el fin de  suplir las necesidades de las familias de los soldados activos y favorecer la producción agraria estadounidense. El programa fue extendido parcialmente a los territorios no incorporados o coloniales mediante sendas leyes de 1971 y 1974. A la altura de 1977 ofrecieron cubierta completa y, en 1982, se transforman en el Programa de Asistencia Nutricional (PAN) que la lógica neoliberal acabó por condenar como el generador de una masa empobrecida dependiente del Estado. El efecto más visible de la beneficencia en el ELA, según algunos observadores, fue que profundizó la dependencia y estimuló la moderación política de las masas las cuáles, de por sí, estaban acostumbradas a la mesura. Aunque no niego los efectos de ello, me parece que se trata de un argumento simplificador que, por sí solo, no explica el complejo asunto de la dependencia colonial y psicológica creciente desde el final de la Segunda Guerra Mundial al presente.

De otra parte, el PNP en el poder revisó uno de los pilares de Operación Manos a la Obra: la Ley de Tierras de 1941. Como resultado de ello, los usufructuarios de tierras cedidas por el Estado comenzaron a recibir un título de propiedad. Los predios, fuesen fincas de beneficio mutuo o parcelas, fueron devueltos al mercado libre. En alguna medida aquel fue un proceso de “privatización” que, a la vez que creaba “propiedad privada”, rompía la subordinación del usufructuario con el Estado convirtiéndolo en propietario.

Por último, Ferré Aguayo articuló una política de aumento salarial a los empleados públicos que le ganó enormes simpatías entre la burocracia gubernativa media. Si bien la política laboral del PNP no podía eliminar la desigualdad salarial entre Puerto Rico y Estados Unidos en el mercado privado, sí se sentía en posición de mejorar los estándares de vida de los funcionarios públicos y ganarlos para su causa. Junto a ello creó un “bono de navidad” aplicable lo mismo a la empresa privada que a la pública. Es ese sentido, comenzó un proceso de encarecimiento del costo de administrar que no encontró freno sino en medio de la crisis fiscal después del 2010. Ferré Aguayo, sin darse plena cuenta de ello, fue parte de la construcción del orden que está en entredicho hoy en medio del hundimiento de las finanzas del Estado Libre Asociado y la imposición de una Junta de Supervisión Fiscal.

 

Efectos políticos a mediano plazo de un triunfo electoral

El triunfo del PNP y Ferré Aguayo tuvo otra secuela política: exacerbó lo mismo a las izquierdas y a los nacionalistas que a los populares. La actitud era comprensible: no había habido un partido estadoísta en el poder desde 1940 y los populares que, desde 1944, habían perdido la costumbre de ser un partido de minoría no atinaban a la hora de ajustarse al cambio. Además, la capacidad de negociar que el PPD había demostrado 1940 ante la Coalición Puertorriqueña ya no existía en 1968. Las elecciones de 1968 se constituyeron en un índice del giro inesperado que iba a tomar la política electoral puertorriqueña en adelante. El terreno estaba abonado para que un sector de los independentistas comenzase a ver en los populares identificados con la autonomía un aliado potencial. El nacionalismo de la década del 1930 nunca lo hubiese interpretado de ese modo. El fenómeno del “melonismo”, la irracionalidad y la agresividad a la hora del voto se impusieron sobre una parte significativa del electorado.

En el territorio de los populares la erosión de las simpatías se manifestó en el constante “cambia cambia” ampliamente difundido por la prensa. Se trataba de los mea culpa públicos y las conversiones de populares en penepés, las cuales constituyeron un componente llamativo de la campaña estadoísta. Cuántas de aquellas transformaciones ideológicas fueron reales y cuántas un mero truco publicitario es un asunto que nunca se podrá aclarar del todo pero su efecto en el acontecer parece haber sido relevante. Una de las fuentes del crecimiento del PNP fueron populares disgustados con el continuismo de aquella organización y los nuevos pobres de la era de la industrialización por invitación

Claro que aquel fenómeno no explica por completo un problema tan complejo. Los historiadores sociales también reconocen el papel cumplido por la inmigración cubana, el “Éxodo Camarioca” de 1965, sector que, en general, se convirtió en un aliado del estadoísmo y el PNP en el marco del discurso anticomunista auspiciado por Estados Unidos. De ese modo el anticomunismo, que ya era un fenómeno visible en la década de 1930 y 1940 entre nacionalistas y estadoístas republicanos, se intensificó. Es importante afirmar que el anticomunismo en la década de 1960 no fue solo una fiebre que contaminó a los estadoístas. El PPD no se quedó atrás en la manifestación de esa actitud y la paranoia de Luis Muñoz Marín respecto a la amenaza nacionalista/comunista a su seguridad es emblemática. La diferencia no era de fondo sino de meros grados.

En general Ferré Aguayo no resultaba simpático ni para el PPD, ni para los nacionalistas ni para  izquierdas socialistas democráticas o marxistas. Sin embargo, es importante señalar que también tenía adversarios dentro del PNP. El estadoísmo era una tendencia ideológica tan heterogénea como el independentismo y el estadolibrismo. Una fracción visible que representaba los intereses del capitalismo tradicional no comulgaban con la democracia cristiana y el corporativismo que emanaba de la retórica del «Patrimonio Para el Progreso”. Para aquellos sectores ese lenguaje no pasaba de ser una expresión idealista que no encajaba en el marco del capitalismo competitivo más eficaz. La actitud recuerda el lenguaje anti Nuevo Trato de los republicanos en el marco de la aplicación de ese proyecto a la isla en la década de 1930.

Una porción más agresiva políticamente rechazaba el “estadoísmo gradualista”. Para algunos de los más jóvenes la estadidad era “urgente” o una necesidad “inmediata”, actitud que recuerda la de Pedro Albizu Campos cuando advino a la presidencia del Partido Nacionalista en 1930. Otros ponían en duda el valor y las posibilidades de la “estadidad jíbara” y comenzaban a expresar un lenguaje que trataba a la estadidad como proyecto de “igualdad” capaz de enfrentar, de la mano del Estado Benefector y Asistencia, la “pobreza”.

Una parte de aquellos grupos tomaron distancia de Ferré Aguayo y se movieron alrededor de la figura de Carlos Romero Barceló (1932-) quien en 1976 publicó su panfleto La estadidad es para los pobres. Romero Barceló fue co-fundador del PNP y el primer alcalde electo de la capital en tiempos modernos en 1968, puesto que ocupó hasta 1976.  Su victoria en la contienda por la alcaldía de San Juan abrió un periodo de hegemonía del PNP sobre esa ciudad que continuó con Hernán Padilla (1977-1985) y culminó con Baltasar Corrada del Río (1986-1989). La relevancia del control de San Juan para el juego político colonial se hizo determinante. La alcaldía de la capital se convirtió desde aquel momento, igual que la presidencia del Senado antes, en una plataforma para aspirar a la candidatura de la gobernación.

Las desavenencias al interior del PNP y la agresividad del PPD encabezada por Hernández Colón, un miembro de la “Nueva Generación” de populares fieles a la memoria de Muñoz Marín, explican la derrota del Ferré Aguayo en los comicios de 1972 tras los cuales el PPD volvió al poder. Durante la campaña electoral Muñoz Marín regresó al país tras su retiro y, en un acto mediático de masas, le pidió a la concurrencia que votara por el joven candidato. El acto legitimó el liderato y la fidelidad del abogado de Ponce como heredero de la “Vieja Guardia”. El pasado de Hernández Colón como miembro del rebelde “Grupo de los 22” quedó atrás.

Resulta evidente que, desde aquel momento, el énfasis en el proyecto de “culminación” del ELA cambió y el PPD se vio precisado a acentuar el principio de la “asociación” o “unión permanente” entre ambos pueblos siguiendo la pauta del Muñoz Marín conservador de la década de 1960. En aquel proceso de moderación el triunfo del PNP en 1968 parece haber sido decisivo. La afirmación de la “separación” o “diferenciación” disminuyó ante la afirmación de la “integración” e «igualación». Las circunstancias permitieron que los sectores “integristas” del PPD se impusieran sobre los sectores “soberanistas” tal y como había sucedido en 1940 y en 1946. Cuando Muñoz Marín murió en 1980, el PPD estaba en manos seguras y moderadas.

 

julio 3, 2017

El residente y el visitante: dos crónicas sajonas sobre la invasión. Parte 1

  • Mario Cancel Sepúlveda
  • Catedrático de Historia
A Miguel Rodríguez López, por dejarme hablar de estos temas en el Seminario Conciliar

Una vez se somete a la argumentación nacionalista o a la lógica geopolítica, el 1898 siempre ofrecerá la imagen de un corte. Las teorías de la ruptura y el trauma, hijas putativas de la interpretación liberal progresista, proyectaron el acontecimiento con toda su complejidad como un acto de emasculación. La sugerencia de que la invasión significó que el país dejó de ser una cosa para convertirse en otra y la condena de la intervención de un agente ajeno,  han sido centrales para la interpretación del fenómeno. Aquella trama llena de patetismo y tragedia fue en extremo fértil para el crecimiento de la mirada nostálgica del pasado hispano y ha sido adoptada como explicación legítima por una parte significativa de los observadores.

La gran excepción, comprensible por demás,  han sido los favorecedores de la anexión a Estados Unidos durante el siglo 19, un sector complejo que incluyó, desde la perspectiva ideológica, activistas republicanos, autonomistas moderados o radicales, separatistas antiespañoles e incluso socialistas moderados, anarquistas  y sindicalistas vinculados a la emergente clase obrera puertorriqueña. Aquel palimpsesto de posturas interpretativas posee un valor extraordinario como tema de estudio para quienes deseen comprender la exacerbación de las pasiones que provocó la guerra entre España y Estados Unidos desde una perspectiva macrohistórica, geopolítica  e incluso moral. No creo que deba recordar que la concepción del Estado como un poder moralizador todavía era muy común en las elites políticas e intelectuales insulares por aquel entonces.

Sin embargo, las miradas en pequeña escala que pueden derivarse de la lectura de los alegatos de los testigos presenciales de aquella trama dejan en el investigador una sensación de extrañeza y estupefacción. Una impresión análoga me produjo en 1997 la lectura de las memorias de Olivia Paoli, hermana del tenor Antonio Paoli y viuda de Mario Braschi, cuando se me pidió una investigación en torno a la invasión del 1898 en el contexto de la historia de Ponce. La condición de teósofa y librepensadora de aquella mujer de las elites, su formación cultural única y su compromiso con los invasores, fueron un valioso laboratorio para comprender la diversidad de formas en las que se podía apropiar un fenómeno de la envergadura de aquel.

Vista de la carretera central San Juan – Ponce. Soldado en guardia en las montañas de Aibonito.

Todo es según el color…

La lectura del capítulo “Uncle Sam Takes Charge” de la memoria An Island Grows de Albert Edward Lee Basanta, guarda alguna relación con aquella. El empresario, también ponceño, ofrece su percepción de los días de la ocupación desde una perspectiva privilegiada y original: la del sajón residente criollizado. Para la señora Paoli la presencia del otro tenía algo del lirismo de un acto de liberación con el cual estaba  por completo de acuerdo. El corte que produjo el acto agresivo no desemboca en su caso en la incubación de un trauma ominoso de la cual deba dolerse. Para ella y su familia la invasión fue “un acto jubiloso” y excitante. El detalle ratifica que la polisemia de aquel episodio es enorme.

Para otros la guerra también posee, como era de esperarse,  el  sentido del cumplimiento de un deber cívico y moral. Ese fue el caso de personalidades como el soldado raso Karl Stephen Herrmann, miembro del quinto de artillería de las fuerzas armadas. Lo mismo puede decirse del General Theodore Schwan, un veterano de la Guerra Civil que como Herrmann, estuvo vinculado a la campaña en el área oeste de Puerto Rico. Herrmann y Schwan comparten la condición de testigos con la de actantes o participantes directos desde posiciones de mando diferentes, por cierto. Desde la representación estadounidense, sus discursos son expresivos del heroísmo mediático que justificó la agresión. Ambos fueron capaces de ofrecer detalles, el primero en una autobiografía y el otro en sus informes oficiales de campaña, sobre la forma en que se desarrollan los combates desde la perspectiva de la mentalidad militar.

Diferente era la situación de Lee, testigo partícipe ubicado en la vieja capital, la beligerancia  adquiere el cariz de una calamidad. Se trata de un ciudadano exitoso que enfrenta la incertidumbre que genera el conflicto del 1898. El hecho de que lo vea todo desde un “afuera” que es un “adentro” antinómico, me parece crucial. La antinomia tiene que ver con que, muy adentro de sí, el testigo manifiesta alguna afinidad con los invasores. Pero su formación cultural y espiritual lo ubica muy cerca de los invadidos. Ese un sajón criollizado al servicio del gobierno inglés no veía el acto agresivo como aquellos sajones estadounidenses al servicio de un proyecto imperialista.

Los filtros y los lugares desde donde los dos testigos ponceños, Paoli y Lee,  y los dos estadounidenses, Herrmann y Schwan, evaluaban   el acontecer eran distintos por lo que la imagen que se forman de la situación difería. La condición de clase, la cultura, la emocionalidad, el pasado particular de cada uno, el lugar desde donde se apropian un acto, entre otros múltiples factores, “hacen” la memoria y “modelan” el juicio histórico que la formaliza.

Un bloqueo que culmina en bombardeo…

“Uncle Sam Takes Charge” es una narración interesante cuya  estructura ficcional comienza con el bloqueo naval a la isleta de San Juan en los días 8 y 9 de mayo de 1898, y se extiende hasta el “cambio de soberanía” formalizado el 18 de octubre de ese mismo año. A Lee le llama la atención las colisiones entre invasores e invadidos durante aquel intenso y apretado periodo de tiempo. El escenario que dibuja de los primeros días de la presencia estadounidense es muy rico y, dado que se sostiene en la percepción del testigo solidario con los invadidos, produce un efecto distinto a la imagen del “acto jubiloso” recordado por Paoli o la “Splendid Little War” que la prensa corporativa y cierta historiografía celebrativa ha conseguido configurar. Las emociones encontradas y la confusión por  la presencia del otro se patentizan de manera palpable en el texto de Lee.

La narración comunica bien  la incertidumbre o la inseguridad que generaba el bloqueo naval de la ciudad capital. Detrás de aquella sensación de perplejidad estaba agazapado el temor a que, en algún momento, se desatará un bombardeo criminal que pusiera en peligro la población civil. Esas aprensiones que terminaron en una falsa alarma los días 8 y 9,  se materializaron el 12 de mayo a tempranas horas de la mañana. El impresionismo de la narración de Lee es extraordinario: su descripción meticulosa del pánico de la gente durante el “general exodus” hacia las afueras de la isleta, como tantas veces había sucedido durante las agresiones holandesas o inglesas anteriores, llama poderosamente la atención: la comunidad de San Juan no había vivido una situación como aquella desde 1797. Las imágenes de los  anónimos “refugees”, así los denomina, que se transitaban con dificultad y prisa  hacia la calle Dos Hermanos, “walked in silence, and some carried the most unusual lares y penates” como reliquias vivas de lo que hasta ese momento había sido su casa: uno lleva una jaula con una cotorra, otro la imagen barata de un santo. Se trata de minucias que algo significaban para aquellos seres escasamente vestidos que marchaban por las calles con los rostros marcados por la ansiedad y la fatiga. El testimonio de Lee pone sobre el tapete algo que por lo regular pasa inadvertido: lo que significa en realidad una guerra, la que sea, para aquellos seres humanos que se ven involucrados en ella sin haberlo decidido. El relato del bombardeo del 12 de mayo adopta en este texto un rostro más humano que el que se recoge de las versiones que lo reducen a un mero “show of force” de la marina de guerra estadounidense o a la respuesta a una provocación de las defensas hispanas de la capital.

Una vez el memorialista ha destacado el aspecto humano del bombardeo mediante la articulación narrativa, vuelve sobre el escenario o telón de fondo con la precisión de un artista. “A cloud, more of dust than of smoke” enmarcaba la huida. Los casquillos silbaban sobre sus cabezas hasta caer cerca de un polvorín en Miraflores y los fragmentos de cartucho proliferaban por las calles como desecho del acto bélico. Las imágenes sugieren de manera convincente el efecto de la destrucción y el caos. Tras tres horas de fuego intenso el bombardeo terminó.

Lee dio un recorrido a caballo por la vieja ciudad en ruinas y pudo confirmar que el epicentro de los daños estaba en los alrededores de la Casa Alcaldía frente a la Plaza de Armas. Las calles San José y Cruz, a ambos lados del Ayuntamiento, mostraban la intensidad del fuego con varias casas demolidas, pero los daños en el puerto interior de La Puntilla habían sido relativamente escasos. Dos detalles le sirven para bajar las tensiones en el relato. Se trata de dos paradojas excepcionales. Un barco carbonero inglés que traía combustible para la flota del Almirante Pascual Cervera había entrado sin problemas en el puerto sin darse cuenta del peligro por el que atravesaba sin ser atacado. De igual modo,  una embarcación francesa con severos daños en el casco atracaba con todas sus banderas desplegadas ante la mira sorprendida de los numerosos viandantes. El azar acababa de hacer su juego incluso en medio de la más cruenta de las confrontaciones.

Es cierto que San Juan había sido atacada e incluso destruida en el pasado: los holandeses le pegaron fuego por los cuatro costados en 1625 luego de robarse literalmente hasta “los clavos de la cruz” de la catedral y convertir el Convento de los Dominicos en cuartel. Pero la memoria del desastre o la ruina, es corta y la capacidad del ser humano para suprimirla, sea el 1898 o el 2017, es enorme. El recuerdo y el olvido selectivo siempre se combinan en la configuración de la imagen del pasado con el propósito de domesticarlo. En medio de todo, Lee siguió siendo el burgués consciente de su ubicación en el entramado social. La perspectiva empresarial de este testigo no se pierde del todo durante el desastre. Caminando entre los escombros se dirigió a la actual calle Tizol en donde se encontraba la  sede de sus negocios los cuales estaba mudando desde la zona de la Marina. El local que estaba adjunto a donde ubicaría luego el National City Bank, para su tranquilidad, no había sufrido daño alguno.

El ajetreo post-bombardeo deja en el lector el sabor incómodo del miedo y la desolación. La movilización del  Cuerpo de Voluntarios y de un Cuerpo de Ciclistas vinculada a las fuerzas del orden,  una curiosa novedad en la capital, completaban la escena. El aliento de la modernidad que el autor exaltaba en su escrito sobre “The Gay Nineties”, también se manifiesta en esa imagen de la policía sobre ruedas.  Las bajas contabilizadas alcanzaron 80 personas entre muertos y heridos. La mayor parte eran civiles víctimas de un ataque sorpresa, como ocurre en todas las guerras. Se trataba de personas sin rostro, sin nombre y sin piel. Esos muertos -daño colateral-, compartían la anonimia que proponía la estadística de los esclavos liberados o un registro de jornaleros cualquiera. Levantar esa lista de víctimas y nominarlos cuidadosamente tendría un valor simbólico e historiográfico extraordinario a propósito de ofrecer con trasparencia otra de las muchas caras del 1898 que la interpretación dominante suprime.

El balance de fuerzas y el comienzo del fin

Lee parece saber que todo está perdido para España. De inmediato evalúa el balance entre la fuerza naval de ambas partes. Su lógica le dice que, sin la escuadra del Almirante Pascual Cervera tras el desastre de Manila, las posibilidades de una victoria española son nulas. El reino está en negación, se rehúsa a reconocer el desastre que se avecina por lo que todos los boletines de guerra de Cuba cierran con la misma oscura frase: “Por nuestra parte, sin novedad” locución que Lee compara con la de los alemanes “All quiet in the western front”.

Las defensas de la isleta daban pena. Puerto Rico contaba con unos pocos barcos de madera que ya eran viejos, como es el caso de “El Criollo” construido durante la  Guerra Grande en los ríos de Cuba entre 1868 y 1878. Otros le resultan pequeños o lentos. Esa es la situación del “Isabel II” y el “Ponce de León”. El más impresionante seguía siendo el destructor “Terror”, una nave moderna que alcanzaba una velocidad de hasta 28 nudos. El registro nominal es simbólico. Por un lado, la apelación a la identidad entre peninsulares e insulares en el nombre del primero, a un signo de la conquista de otro de ellos, y al momento del “romanticismo isabelino” del tercero, habla de aquellos valores a los cuales la hispanidad asociaba a los puertorriqueños. La fragilidad de la pequeña flota y los nombres apelaban a un pasado que el evento de la guerra y el cambio de imperio estaban por destruir. Por otro lado, la idea de que la capital estaba indefensa y de que España, la “madrastra patria” como la llamaba Betances Alacán, ocultaba información sobre los aciagos hechos de Filipinas y Cuba, confirmaba, que era muy poco lo que se podía hacer para contener el empuje de los invasores. España había perdido la confianza de sus ciudadanos. Los días de la hispanidad jurídica estaban contados.

Publicado originalmente en 80 Grados-Historia el 16 de junio de 2017.

mayo 9, 2017

José “Che” Paralitici y la reflexión historiográfica en torno al independentismo

  • Mario R. Cancel-Sepúlveda
  • Historiador y escritor
Prólogo del libro Historia d la lucha por la independencia de Puerto Rico. Río Piedras: Gaviota, 2017.

Preludio

En un seminario graduado que dictaba en torno al tema de la representación de los puertorriqueños en los escritos estadounidenses surgidos de la invasión del 1898 un  colega afirmó que el independentismo era el “gran perdedor” de la historia moderna de Puerto Rico. Era una aserción difícil de rebatir con una respuesta sintética y breve. El independentismo en el siglo 19, 20 y 21 ha sido la casa grande de una diversidad de tendencias y una propuesta hija de la pluralidad de las contradicciones materiales e inmateriales que han marcado al país desde fines del siglo 18 al presente. Hablar del independentismo y de la independencia refiere al investigador a un proyecto en construcción que ha significado muchas cosas. Lo que en el siglo 19 se identificaba con el separatismo independentista, se reubicó en el 20 entre los márgenes de los nacionalismos y los socialismos más diversos. La misma idea confederacionista tuvo un carácter distinto en ambos siglos. Hablar del independentismo como si se trata de proyecto homogéneo y único implicaría, desde mi punto de vista, una simplificación interpretativa imperdonable.

En vista de los riesgos que corría con una contestación poco reflexiva asentí, pero le aclaré que el fenómeno era más embarazoso. El estadoísmo era el otro “gran perdedor”. Aquella  propuesta, que creció en la forma del separatismo anexionista en alianza táctica con el separatismo independentista decimonónico, había visto la anexión del territorio en 1898 pero la estadidad seguía siendo un desiderátum. El hecho de que cuando se dio aquel diálogo en el 2014, la estadidad no se hubiese conseguido, confirmaba su condición de “gran perdedor”. Si adoptaba la lógica de mi interlocutor en realidad se trataba de dos “grandes perdedores”.

Los separatistas independentistas vieron la separación de España sin que pudieran completar su meta de independencia. Los separatistas anexionistas vieron la anexión a Estados Unidos sin que se completara su ansiedad de integración e igualdad. La confianza de una parte significativa del liderato de ambas tendencias en el republicanismo estadounidense fue violada y la promesa de libertad e igualdad que se hizo a aquellos sectores incumplida. Ese espacio vacío quedó disponible para que lo ocuparan los sectores colaboracionistas quienes sirvieron de intermediarios sumisos al imperio estadounidense en una historia del nunca acabar. El debate se canceló de inmediato.

Es cierto que la historia moderna de Puerto Rico ha sido un terreno fértil para el señorío  de los sumisos al imperio de turno. Los efectos de ese fenómeno sobre la imagen colectiva del país en el discurso historiográfico dominante han sido enormes. El primero efecto es que la historia de los “dos grandes perdedores” nunca ha sido una prioridad de los interesados en la disciplina. Además, el hecho de que algunos historiadores se hayan ocupado de reflexionar sobre ello nunca ha garantizado que serán escuchados por quienes articulan el canon desde el poder.  El segundo efecto es que, bien vistos, los conceptos “perdedor” y “ganador” no son confiables a la hora de dilucidar este problema con seriedad: los adjetivos reducen la lógica de las luchas colectivas -nacionales o sociales o identitarias- a la condición de un “deporte” un “juego” cuando, de hecho no lo son.

Bajo condiciones como esas el pasado puertorriqueño y en especial la historia de sus resistencias, ha sido formulado por la intelectualidad vacilante insaculada de los sectores afines a  España y Estados Unidos en un siglo y otro. No me parece necesario aclarar que esos discursos traducían bien los intereses de las fuerzas  que frenaron la integración a Estados Unidos o la separación de España en el siglo 19; y la estadidad o  la independencia en el siglo 20. Si alguna utilidad tuviese el concepto “ganador”, habría que buscarlo en el lugar de los intelectuales colonialistas. El “ganador” en esta larga historia de sumisión siempre ha sido el mismo: el centro vacilante que, en su beneficio, no ha admitido la solución de un dilema bicentenario y responsabiliza al sujeto colonial por los efectos de la irresolución. En términos concretos me refiero a los liberales reformistas o especialistas, los autonomistas radicales o moderados en el siglo 19; a los unionistas, los aliancistas, los liberales, los populares y los soberanistas en el siglo 20 sin olvidar, claro está, a los defensores del protectorado y el amparo de Estados Unidos en ambos siglos. Desde esa cómoda situación, los representantes de esos sectores han producido un discurso manido en el cual la reflexión sobre el activismo de los “perdedores” ha sido devaluada y sus discursividades suprimidas consistente o reducida a la imagen borrosa de un acto de recordación pueril.

Una secuela lógica de este escenario histórico ha sido que esos sectores vacilantes han sido instrumentales en la configuración de un relato histórico que afirmará la imposibilidad de la integración y de la independencia y, con ello, legitimará la irresolución como la única condición con posibilidades reales de prevalecer. La historiografía de ese centro vacilante sigue allí con su autoridad informando a quien se  acerquen al asunto de los contenidos y límites de su identidad.

 

Una reflexión histórica

La alusión más remota a un acto vinculado al separatismo independentista es de octubre de 1795. Un dibujo amenazante sobre el cuello de la efigie del rey de España que circuló durante un juego de naipes en la capital, fue interpretado como el signo de una conjura agresiva. La investigación iniciada por el gobernador militar Ramón de Castro no condujo a ninguna parte. Lo que llama la atención de aquel episodio olvidado es el miedo que un pequeño detalle produjo en un sistema que parecía muy seguro en Puerto Rico. No se puede pasar por alto que aquellos eran los tiempos de la guillotina y que el gobierno de los jacobinos había caído de manera aparatosa apenas en noviembre de 1794. El  principal cuestionamiento al integrismo hispano había debutado en la colonia antillana.

Dr. José «Che» Paralitici

La reflexión intelectual sobre el separatismo también fue temprana. Correspondió a los intelectuales integristas formular una imagen de aquel movimiento como el opuesto de la hispanidad y sus valores. No se equivocaban, por cierto. El funcionario e historiador Pedro Tomás de Córdova (1831) aludía a su carácter peligroso y malintencionado cuando comentaba la década de 1820. José Pérez Moris (1872) retornó sobre el tema a la luz de la Insurrección de Lares de 1868 en un volumen clásico. Dos elementos en común compartían aquellas figuras. El separatismo independentista y el anexionista fueron reducidos a una misma cosa, pero ambos autores temían más a la anexión que a la independencia. Se presumía que Estados Unidos estaba detrás de ambas conjuras revolucionarias. De igual manera, los dos autores  equipararon el separatismo en cualquiera de sus manifestaciones a una patología que podía y debía ser sanada incluso por la fuerza. El lenguaje de la sociología positivista, una disciplina emergente en el siglo 19, marcó la discursividad de los intérpretes integristas.

La devaluación agresiva del separatismo independentista en particular, no fue privativa de los integristas españoles: los criollos liberales reformistas y especialistas que siempre fueron integristas como aquellos, sólo cambiaban el tono. En Alejandro Tapia y Rivera (1882) el separatismo era un acto de “descontentos”; en Salvador Brau Asencio (1904) un acto “prematuro” y “precipitado” que culminaba en una “algarada”. Los hermanos Francisco Mariano y José Marcial Quiñones, en su reflexiones históricas de 1872 y 1890, aunque resentían las posturas belicosas y prejuiciadas de Pérez Moris en su libro, evitaron todo lo más posible vincular el autonomismo con el separatismo y tomaron distancia de sus posturas de una manera consistente. Un caso emblemático es el de Tapia y Rivera quien en el “Capítulo XXX” de Mis memorias (1882) estableció que “toda regeneración y progreso eran posibles bajo la bandera de la patria española”, argumento que coincidía con la interpretación de Pérez Moris de que todo separatismo atentaba contra la evolución del progreso que sólo se garantizaba manteniendo la unión con España.

La relevancia de la obra de Pérez Moris para la historiografía del separatismo independentista es incuestionable. Cuando Sotero Figueroa, uno de los primeros historiadores en  plantearse el tema del separatismo independentismo desde el independentismo le pide a Ramón E. Betances Alacán  una reflexión sobre Lares para alimentar con el testimonio su libro, el médico le dice que tiene que revisar la obra del autor integrista español. Figueroa, un ex-autonomista de Ponce, desplegó una labor  fundacional de la historiografía del independentismo en la páginas de  Patria en la  serie titulada “La verdad en la historia” y en el libro Ensayo biográfico de los que más han contribuido al progreso de Puerto-Rico (1888).

El pasado remoto de este libro del Dr. José Paralitici está allí. La reflexión sobre el independentismo desde el independentismo encuentra en este volumen una culminación extraordinaria. En este libro el colega torna, como ya ha hecho en otros de sus títulos,  sobre un proyecto inconcluso: la reflexión sobre la historia de uno de esos extremos, el independentismo en el siglo 20 y 21. Reescribir desde la perspectiva de la alteridad la historia de los llamados “perdedores” es un proyecto no solo legítimo sino urgente.

 

Sobre la  Historia de la lucha por la independencia de Puerto Rico

Mi experiencia investigativa me dice que la reflexión serena sobre la evolución del independentismo del siglo 20  en todas sus vertientes  es poca. El nacionalismo ateneísta o moderado, el de la “acción inmediata” o revolucionario; el independentismo de los comunistas desde 1934 y sus avenencias y desavenencias con aquellos a la luz del “Nuevo Trato” y la aparición del populismo; el de los liberales que fluctuaban entre el autonomismo y el independentismo en la misma década; el de la “Nueva Lucha por la Independencia” de 1959 ya en el marco de la primera fase de la primera Guerra Fría (1947-1979); el articulado por los socialdemócratas desde 1971 o el de las nuevas izquierdas emanadas de la crisis de 1971 y 1973 madurado a principios de las década de 1980 en el contexto de la segunda Guerra Fría (1979-1991), entre otros, representan un reto interpretativo mayúsculo.

En cierto modo, la actitud dominante ha sido asumir la continuidad y las afinidades de este complejo de sistemas de interpretación y acción como si se tratase de la expresión de una ley histórica en el sentido más pedestre. El silenciamiento de las discontinuidades y los diferendos ha representado una traba que, a veces, se ha traducido en esa incómoda mirada piadosa cargada de romanticismo que se expresa en una actitud defensiva que siempre resultará incómoda para el historiador profesional. Esta actitud, comprensible pero insana, convierte al pasado en un monumento, a sus huellas en una reliquia y a sus protagonistas en una imagen icónica incapaz de comunicarle lecciones al presente. El monumentalismo laudatorio ha dominado lo mismo la tradición interpretativa militante del autonomismo, el estadoísmo y el independentismo.

Un asunto a tomar en cuenta a fin de comprender el desenvolvimiento contradictorio del independentismo, es sin duda la relación entre las formulaciones nacionalistas y las vertientes socialistas a lo largo del siglo 20. Los puntos de encuentro entre estos dos extremos que muchos consideran inseparables hoy fueron, en ocasiones, agresivos. A fines del siglo 19, una parte significativa del liderato socialista y anarquista francés no apoyaba la separación e independencia de Cuba de España porque ello implicaba poner a los cubanos a merced de la burguesía criolla nacional y no liberarlos. De igual manera, las relaciones entre los nacionalistas y los comunistas en Puerto Rico desde 1934 cuando se fundó el Partido Comunista Puertorriqueño el 23 de septiembre de aquel año, tuvieron sus altas y sus bajas. La situación no fue  distinta en la década de 1990 y tampoco lo es en el presente.

Una dificultad ostensible para un estudio de esta naturaleza es que el fin de una era -la posguerra y la Guerra Fría- significó también el fin de la eficacia de un lenguaje. Los defensores del independentismo y el socialismo en todas sus vertientes, quienes siempre se han caracterizado porque tienen puesto “el oído en el suelo”, reconocen que defender estas causas en el siglo 21 plantea retos nuevos. La otra dificultad es que, en el caso puertorriqueño, se trata de dos proyectos inconclusos: independencia y socialismo o soberanía y justicia social, si uso un lenguaje más moderado, siguen representando una  prioridad en la agenda de los puertorriqueños rebeldes. Inconclusos, aclaro, pero no derrotados.

Mis comentarios críticos sobre la historiografía del independentismo no deben interpretarse como que no ha habido un volumen respetable de discusión sobre la independencia, el socialismo, sus propuestas y sus figuras emblemáticas. Una parte del problema tiene que ver con los cuidados que hay que poner a la hora de tratar un tema sensitivo que toca una fibra moral en quienes se sienten vinculados a estos ideales. La otra parte del problema se relaciona con la facilidad con la que los opositores de las mismas adoptan el lenguaje deportivo del “perdedor” y “ganador” y desvalorizan dos proyectos emblemáticos de la modernidad que merecen ser revisados intensamente en particular en países como este. Estas actitudes y la discursividad del centro vacilante, han sido los principales frenos a la indagación sería sobre estos asuntos.

La  Historia de la lucha por la independencia de Puerto Rico del Dr. Paratiliti es un intento de articular esa mirada crítica, abierta y sosegada. Una de sus virtudes es que establece un modelo interpretativo preciso. La primera parte, “Desde la invasión de Estados Unidos a Puerto Rico hasta la revolución nacionalista de 1950”, y la segunda de “El nuevo independentismo puertorriqueño desde 1959”, ofrecen pistas concretas sobre su visión de la evolución de este movimiento contestatario. La inserción de la discursividad y la praxis socialista en el escenario de la posguerra y la Guerra Fría, se convierten en una clave a la hora de entender el giro ideológico más significativo de esta lucha bicentenaria.

La tesis de este libro es que el independentismo puertorriqueño sucede en el marco de una larga experiencia predominantemente nacionalista que ocupa medio siglo, y desemboca en otra en la cual las ideas socialistas la penetran enriqueciendo su contenido.  El texto se convierte en el mapa de ruta de una historia de gran envergadura que permite al lector, informado o no, orientarse en las complejidades de los debates que han marcado la resistencia al coloniaje desde el independentismo y el socialismo a lo largo de un siglo. El Dr. Paralitici, de hecho, no parte de la premisa de la homogeneidad de la respuesta política anticolonial sino que problematiza la misma destacando los matices temporales de cada esfuerzo.

Por eso el periodo que va del 1898 al 1950 se abre en tres etapas precisas que se articulan a la luz de las fluctuaciones de las relaciones internacionales y una geopolítica en la cual Estados Unidos, el imperio que ocupa a Puerto Rico, adquiere cada vez más poder. Lo que podríamos denominar el periodo nacionalista se revisa a la luz de la experiencia del 1898 al 1930, del 1930 al 1943 y del 1943 al 1950. La lógica del Dr. Paralitici lee con cuidado el arte de la maniobra del independentismo mientras elabora un relato en el cual la transformación del nacionalismo ateneísta en nacionalismo revolucionario, la rescisión de Luis Muñoz Marín y la persecución y procesamiento de Pedro Albizu Campos y el liderato nacionalista, y el retorno de Albizu Campos y la Insurrección de 1950, resultan ser los ejes político-ideológicos que mejor expresan las oscilaciones de la geopolítica. El escenario de forcejeo entre la resistencia nacionalista y el estado colonial y sus representantes, se proyecta por medio de un índice que el historiador domina muy bien: los registros de la represión. El entramado de la transición a un periodo enteramente nuevo está completo.

El segundo periodo de 1950 al presente se centra en otro indicador geopolítico insoslayable: la Guerra Fría (1947-1991) en sus dos fases separadas por la crisis que pone en función los resortes de los que emerge el orden neoliberal y el mercado global alrededor de 1976 y el 1983. El panorama  de las organizaciones desde 1950 al 2000 es el más completo que conozco lo mismo en cuanto a organizaciones nacionales que en cuanto a aquellas que han surgido en el exilio político y económico o en el seno de lo que muchos denominan la diáspora. La voluntad de autor por llamar la atención sobre los elementos de continuidad entre los proyectos del primer periodo y los del segundo, y a la vez por hacer los señalamientos críticos precisos a fin de comprender las fragilidades y las fortalezas  de cada uno de estos programas de combate, ratifican que el lector se encuentra ante un esfuerzo sensato, quizá el más circunspecto, al que se pueda tener acceso al presente. La bibliografía de la historia política desde la alteridad se enriquece con este título del Dr. Paralitici.

El volumen cierra con una reflexión y unas interrogantes que sólo el tiempo será capaz de contestar. Ambas plantean una preocupación oportuna que intenta penetrar el dilema de las dificultades que la era del neoliberalismo y la globalización han interpuesto al análisis nacionalista y socialista desde la década de 1990 y el fin de la Guerra Fría. La inquisición en torno a las organizaciones independentistas fundadas en el nuevo siglo cronológico y el debate abierto en torno a si surgirá un nuevo o novísimo independentismo o socialismo en el siglo 21 con la misma capacidad de impugnación que el que germinó en 1959 que, a la vez, sea capaz de provocar el avivamiento de la lucha, deja sobre la mesa un dilema mayor.

Para mí como historiador la respuesta no necesita posposición alguna y puede ser contestada en dos direcciones. La primera es que en efecto resurgirá, e incluso que es posible que esté resurgiendo ante nuestros ojos absortos. La segunda es que, en la medida en que ese novísimo independentismo lea su tiempo con la precisión y con el cuidado que le dicten su conciencia de la temporalidad el avivamiento será posible. Del mismo modo que se afirma, sin mucho empacho, que cada generación es responsable de escribir su historia, cada una de ellas también es responsable de articular su proyecto revolucionario. Nada ni nadie podrá impedir que así sea.

 

Póslogo y palabras finales

La otra aportación de este volumen del Dr. Paralitici tiene que ver con su capacidad para señalar las manzanas de la discordia que han maculado la historia del independentismo y el socialismo en el país. Por eso también puede ser leído como una invitación a la retrospección. El asunto se relaciona con esos puntos hacia dónde miran los enemigos y los acólitos cada vez que evalúan colectivamente el esfuerzo independentista y socialista y convergen en la conclusión fácil de que se trata de un movimiento pequeño y fragmentado y, por lo tanto, desechable.

Las manzanas de la discordia se reducen a un conjunto preciso de asuntos: la participación electoral, la violencia y la ilegalidad y las políticas de alianzas o colaboración con los sectores no independentistas. El “sí” o el “no” a cada una de estas opciones ha sido emparejado a un conjunto  de principios intransigentes o a una variedad de necesidades tácticas a la luz de la praxis. De hecho, el “sí” o el “no” a cualquiera de esas tres apuestas, puede validarse mediante consideraciones de principio o pragmáticas indistintamente.

Resultaría ilusorio pensar que un consenso en cuanto a cualquiera de esos tres asuntos sea posible en lo inmediato. No me parece probable, a la luz de cada experiencia electoral, que se pueda solucionar el buena lid la contradicción entre los reclamos de boicot del algunos, los llamados al voto independentista “inteligente”. Las acusaciones de “melonismo” y colaboracionismo pequeño burgués no son fáciles de superar. Tampoco me parece razonable que se deba imponer  una respuesta autoritaria de ninguna clase a problemas esta índole. En ese sentido, lo único que resta por hacer es lo que mucho se intenta y poco se consigue: comprender la diversidad y la pluralidad de este sector y la expresión política de los remisos como expresión de la misma libertad por la cual lucha el independentismo y el socialismo.

La otra matriz tiene un fuerte contenido filosófico y sociológico: hasta la década de 1990 y la frontera del siglo 21, el problema de Puerto Rico se podía sintetizar en el hipotético opuesto de la nación y la clase social. La cuestión de la identidad era consustancial a aquellos principios interpretativos porque la ubicación en el mundo se apoyaba en fundamentos distintos en cada caso: la nación esencial o construida en uno, o la clase social o el lugar que se ocupaba en el orden material y las relaciones específicas de producción en el otro. Las ventajas de la aquiescencia táctica y estratégica entre los polos nacionalista y socialista que dominaron el panorama de las luchas políticas desde 1959 en adelante,  comenzaron a erosionarse desde 1976 en adelante.

Desde entonces, quizá desde antes, la cuestión de la identidad se abrió en una diversidad de direcciones y la prelación o primacía de  la nación  o la clase social como signo definidor se vio reducida. Los nuevos movimientos sociales, una vez reconfiguraron discursivamente la noción de identidad a la luz de ciertas prácticas concretas, ponían en duda la eficacia de la nación o la clase social como elemento definidor primado de su lugar en el mundo. Para la causa independentista y socialista la situación se ha convertido en un problema de gran categoría. Una de las conclusiones a las que llega el Dr. Paralitici en su libro es que  la prelación de las causas de los nuevos movimientos sociales ante la causa nacional o de clase es el problema del independentismo. La pregunta en torno a que lucha debe ser la prioritaria en este momento está sobre el tapete.

Es obvio que las retóricas de la nación, de la clase social y de los nuevos movimientos sociales son distintas incluso cuando hablan del problema común de la libertad. Una retórica, la de la nación, la afronta como un asunto colectivo que se manifiesta de igual modo para todos.  La retórica de la clase social la resuelve también como un asunto colectivo pero determinada por la peculiar relación que se posea con los medios de producción. Pero la retórica de los nuevos movimientos sociales lo enfrenta como un asunto que se expresa de manera diversa en variados sectores nacionales o fragmento de  clase, e incluso como un asunto individual. Las luchas que se proponen  unos y otros no son las mismas.

La complicación más peligrosa es que se asuma que se trata de retóricas antinómicas o de contradicciones sin solución. A veces me da la impresión de que eso es lo que está pasando y me resisto a creer que el independentismo, el socialismo y los nuevos movimiento sociales no puedan encontrar un punto de convergencia en el proyecto común de la libertad. Las virtudes de un libro se descubren en los debates que inaugura y en la disposición que produce  en los lectores para enfrentar maduramente los mismos. Esta Historia de la lucha por la independencia de Puerto Rico del Dr. José “Che” Paralitici ofrece una oportunidad invaluable para ello.

febrero 2, 2017

¿Para qué sirve un historiador? En torno a un libro de Silverio Pérez

  • Mario R. Cancel Sepúlveda
  • Catedrático de Historia (RUM-UPR)
  • Profesor de Estudios Puertorriqueños (CEAPRC)

Introducción

Primero quisiera agradecer a Silverio Pérez la oportunidad de ser parte de este proyecto. En el 2004 me pidió una tarea menos compleja pero igualmente retadora: prologar El humor nuestro de cada día. Las tres tristes tribus. Un año antes yo había publicado la colección Anti-figuraciones. Bocetos puertorriqueños. El contraste entre ambos títulos era enorme. El de Silverio revisaba la situación del país por la ruta del ludismo y la ironía. El mío intentaba lo mismo, pero la ventaja de su libro era que hacía el ejercicio mirando a la historia inmediata y sus personajes más visibles: la clase política. El mío se apoyaba en un pasado distante cuya clase política ya no llamaba la atención de nadie.

Uno podría derivar lecciones de esto. El paso del tiempo desgasta las huellas que dejan los seres humanos por lo que la impresión que vamos percibiendo del pasado siempre vacila entre lo real y lo irreal. Los libros, aquellos y este que hoy comento, La vitrina rota o ¿qué carajo pasó aquí? son un intento de llenar de luces y sombras esas huellas. Por eso cuando Silverio se me acercó con este proyecto no vacilé en decirle que contará conmigo. El riesgo era suyo: le habían dicho que yo era una persona “difícil” pero en Puerto Rico la indocilidad y el carácter se confunden fácilmente con eso.

s_perez_1La vitrina rota…  es un libro sobre la fragilidad y el desgaste de una utopía. El principio no debe sorprender a nadie. La utopías o sistemas imaginarios producto del cálculo y la ingeniería social, tiende a la inconsistencia. Su eficacia depende de que sus componentes funcionen como una máquina bien aceitada y que cada engranaje se mueva milimétricamente del mismo modo siempre.  Cuando no se dan esas condiciones la utopía desemboca en distopía. Una forma de leer este libro es apropiarlo como el comentario de un observador del tránsito de una utopía polimorfa y atractiva a una distopía degradante y antipática. Esa es la historia del Puerto Rico estadounidense reducida a un esbozo simple. La forma que tomó durante los primeros días de la invasión de 1898, la que adoptó en 1947, en 1948,  en 1952 y en 1976, era la de un arma cargada de futuro. Desde ese punto en adelante la utopía se desencaja hasta conducirnos a este presente retador. El escenario de este volumen es, por lo tanto, un largo siglo 20 que no termina y que, paradójicamente, sigue cargando problemas irresueltos de un siglo 19 emborronado, de un siglo 20 mal entendido y de un siglo 21 perturbador.

Nuestro siglo 20 parece una interminable “soap opera” o culebrón. La relación entre un segmento de los invasores y los invadidos evolucionó como una historia lineal de amor romántico, burgués y  neurótico. Relación consentida o estupro  seguidos de una corta luna de miel sobre hojuelas que confluye en una  larga relación ilegal que a veces amenaza con la separación. El  tiempo, el implacable,  ha deshecho los lazos afectivos sinceros o no de los primeros días y la oferta de matrimonio nunca ha llegado. El género de cada uno de los involucrados no es relevante. Esta utopía que se deshace es responsabilidad de mucha gente. Fue inventada por puertorriqueños de la mano de los estadounidenses en el marco de una correlación asimétrica o desigual. La vitrina rota… relata  la historia de una desilusión.

Sobre este libro

La vitrina rota… es un texto híbrido que recurre a un amplio registro de recursos a la hora de elaborar su discursividad. En sus páginas conviven la memoria, el recuerdo y la autobiografía propios del testigo del acontecer; con el ensayo historiográfico e investigativo propio del  profesional de la disciplina. Los efectos de ello en el tono de la escritura son enriquecedores. La narración de Silverio se mueve libremente desde los extremos de la emocionalidad y el impresionismo, como en los momentos en que camina de la mano de su mamá o de su papá, hasta los de la cientificidad más fría como cuando diagnóstica el desbaratamiento de la utopía en el marco de la crisis actual. Después de todo, conocer el pasado no serviría de nada si no lo sintiéramos como parte de nosotros. La única forma en que podemos poseerlo es reconociéndonos como actores o agentes de cualquier rango en medio de ese entramado complejo. Si la historia no se parece a la vida y viceversa, revisarla no tendría ningún sentido. Silverio me deja un relato entre la historia y la literatura que yo puedo poner a chocar con mi mirada de historiador profesional. Los filtros que su vida le imponen son numerosos: artista, escritor, periodista, ingeniero, empresario, humorista pero también hijo y padre, activista reflexivo y sobre todo ser humano completo.

La vitrina rota posee una arquitectura bien calculada. El lector tiene a la mano un mapa del largo siglo que aún no termina encapsulado en unos capítulos de títulos sugerentes y agresivos.  La cronología me parece impecable: entre 1898 y 1960 se crea el espacio para la “vitrina”, esta nace y madura. Desde 1972 al presente la progeria la agrede y colapsa. El intermezzo de 1960 al 1972 es la frontera entre un antes y un después bien definidos. El entretejido histórico se elabora sobre la base de varias premisas y un lenguaje metafóricamente provocativo.

El texto introductorio, “Preludio en tiempo de bombas”, y el capítulo 1, “Lo que mal comienza…”, asumen que la crisis estaba inscrita en el drama del 1898. El largo siglo 20 estadounidense posee, en efecto, un carácter teleológico difícil de evadir: la semilla del fracaso se sembró en el erial de la invasión. A veces la apelación a códigos de fuerte contenido religioso ofrece pistas al lector. El capítulo 8 “El Mesías y el Juicio Final de la vitrina”, y el capítulo 11 “Epílogo en tiempo apocalípticos”, ratifican el derrumbe de un orden con un lenguaje que el lector corriente y el informado comprenderán sin dificultad. Un velo ha sido quitado, eso significa el apocalipsis o la revelación, y el modelo de vida política que maduró en 1952 en la forma del Estado Libre Asociado muestra su verdadero rostro reducido a la condición de una mueca.

Otros títulos representan un fogonazo que de inmediato inserta su mensaje con intensidad. El capítulo 4 “Revueltas y revoltillos” llama la atención sobre la resistencia nacionalista al proyecto colonizador, pero también me recuerda unas duras palabras de Ramón E. Betances Alacán a Eugenio María Hostos Bonilla en 1863 tras la lectura de  La peregrinación de Bayoán. El caborrojeño le decía al mayagüezano que así como no se podía hacer “tortilla” sin “romper” los huevos, no se podía hacer “revolución” sin “revoltura”. El capítulo 5 “Máximo esplendor de la vitrina”, es el más testimonial y rico del volumen: un joven Silverio estudiante de ingeniería en el Recinto Universitario de Mayagüez enfrenta su lugar en el mundo cuando se autoevalúa desde lejos como si mirara a una persona que no fuese él.

A partir del capítulo 6,  “Primeras fisuras de la vitrina”, el volumen toma un tono distinto. El carpeteo de subversivos, los avances del estadoísmo, el crimen del Cerro Maravilla, las incongruencias del romerato, los choques entre aquel gobernador y Rafael Hernández Colón por controlar el país, se combinaron para crear un nuevo tipo de rebeldía acorde con el tiempo. El presente apabullante, esa larga reflexión sobre el periodo del 1992 al 2016, dejan al lector con la sensación de que tiene en las manos los restos de una bomba de tiempo con conteo regresivo iniciado en 1898 que estalló en el 2006 pero nadie estuvo en posición de ver la onda expansiva.

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Silverio Pérez y Mario R. Cancel

Un libro es la persona que lo escribe. Una historia es la persona que la vive. El papel que yo podía cumplir detrás de este texto era el de mero apuntador, atar cabos sueltos y, dada mi condición de actor o agente e histórico, llamar su atención sobre las interrogantes que afloraban de mi lectura. Los libros siempre son el producto de un diálogo que se multiplica y de la ansiedad de saciar una curiosidad que nunca termina.

Después de todo ese esfuerzo, me pregunto, ¿para qué sirve un historiador? Desde 1979, año en que decidí que me dedicaría a esta tarea, me he hecho la pregunta muchas veces. No se trata de un problema académico sino de una preocupación personal y humana. El pasado convertido en historia es como un animal feral y cimarrón que seduces y domesticas durante años y un día te muerde la conciencia en respuesta de todo ese amor. “El escritor/historiador es un intérprete, un esquivo ser que teoriza (…) Ante el fin de los sueños, inventa una frágil estructura en la que habita. Esa fragilidad es todo lo que posee”. El que se dedica a esas tareas sobrevive en medio de la incertidumbre de su saber. Silverio, me parece, ha reconocido ese hecho al cabo de su vida. Pero si todo se reduce a  eso  ¿para qué sirve un historiador?

El historiador sirve para humanizar: aprender y enseñar historia demuestra que la humanidad no es reductible a fórmulas simples. Conocer las huellas del pasado es como el “trabajo” para los materialistas históricos o el “aliento de Dios” para los cristianos: el muñeco vacío que somos sin la conciencia de nuestra ubicación en el tiempo, el espacio y la cultura se llena de contenido y nos sentimos parte de algo.

El historiador como dice Jörn Rüsen, sirve para “mejorar” el pasado: lo que para la mayoría a prima facie no es más que “tiempo perdido” o caos,  deja de serlo provisionalmente tras la mirada del profesional. Es importante recordar que todo tiene algo que decirnos y, sin el historiador que interprete ese código, el mensaje se perdería. El historiador te prepara para que las circunstancias que vivas no te excedan y te aplasten y para que el pasado no se convierta en un peso insostenible sino en un reto para el cambio porque el ser humano se hace responsable del pasado no para lamentarlo sino para comprenderlo empáticamente.

El historiador sirve para demostrar que “saber historia” no equivale a “conocer todo lo que pasó” y aceptarlo. Por el contrario, “saber historia” es apropiar “una parte de lo que pasó” con libertad y sin reverencia pueril, reconociendo que al apropiarlo lo transformamos para hacerlo más accesible y que la utilidad del pasado para el presente depende únicamente de nosotros.

El historiador sirve para tomar conciencia de las inconsistencias de lo que llamamos historia, de su incapacidad para explicar los asuntos más netamente humanos y triviales. El reconocimiento de esas inconsistencias es el arma intelectual más valiosa para entender lo único que siempre está allí -el cambio- en sus diversas formas.  Hay algo emocionante y subjetivo en entender la derrota de una causa o de un proyecto. El saber histórico bien administrado revela la fragilidad de los anhelos humanos y la fragilidad de las utopías. Eso hace Silverio en este libro.

Conclusión

Cuando crecí en la ruralía de Hormigueros nunca imaginé que estaría un día aquí rodeado de gente a la que aprecio y respeto. En la década de 1970 admiré a Silverio desde los 12 o 13 años que tenía en aquel entonces. Esa imagen del  hippie benévolo que cantaba con sentido y cargaba una guitarra siempre me sedujo. En algún momento quise ser como él pero nunca aprendí a tocar la guitarra. Después de 1975, “Haciendo punto en otro son” y “Los rayos gamma” fueron parte de los componentes que me movieron en una dirección ideológica que nunca he dejado de perseguir. Por eso prologarle un libro en 2004 y otro en 2016 tienen un pasado que nadie ha escrito y que nadie escribirá porque es sólo mío: yo lo inventé para mí. Esa es mi historia.

Las causas que hicieron posible que llegara este día fueron muchas y podría estipularlas, soy historiador, dicen. Pero, dado que lo soy, también reconozco que podría equivocarme muchas veces con ellas y que escogería las más atractivas para que la historia de dos amigos casuales y esporádicos resultara coherente y simpática. También podría argumentar que fue el azar o la fortuna o la providencia quien nos trajo aquí a colaborar en la creación de un volumen en el que aparezco como una sombra.

Lo cierto es que las cosas del pasado, cuando se trata de la vida, no necesitan ser explicadas de ese modo racional para que tengan sentido. Lo que puedo afirmar sin ninguna duda es que ha sido un encuentro que celebro mucho y que nunca lamentaré. Que todos tengan buena lectura.

Nota: Texto de la presentación del libro en el Centro de Estudios Avanzados de Puerto Rico y el Caribe en San Juan Antiguo.
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