Puerto Rico entre siglos: Historiografía y cultura

mayo 25, 2016

Reflexiones: Puerto Rico desde 1990 al presente XVII

  • Mario R. Cancel Sepúlveda
  • Catedrático de Historia

La década de 2000 a 2009, dominada por las administraciones populares Calderón Serra y Acevedo Vilá (2001-2008), se caracterizó por el comportamiento errático de la economía como era de esperarse. En el bienio del 2003 y el 2004, aún bajo la gobernadora,  mostró un crecimiento moderado entre el 2.1 y el 2.7 %. Sin embargo, a la altura del 2006, ya bajo Acevedo Vilá cuando el periodo de transición al mundo post-936 canceló y se impuso el IVU, el crecimiento  se redujo al 0.5 %. La economía estaba en caída libre: en 2009 cuando la gobernación la ocupaba Fortuño Burset, decrecía en un 3.8 %

 

Crisis económica, crisis social ¿qué más?

Los efectos sociales de aquel fenómeno que se veía venir fueron devastadores. Durante la década la población se redujo en un 2.2 %. El país perdió 82,821 habitantes y lo que habían sido considerados nuestros grandes centros urbanos -San Juan, Ponce, Mayagüez- vieron disminuida su población entre un 9-10 %. El censo presentaba un panorama paradójico. Si durante los primeros 30 años del siglo 20 y durante el proceso de industrialización de la segunda pos-guerra la población urbana crecía dramáticamente, en el mundo postindustrial y en medio de la desindustrialización dominante en los 2000 las ciudades aparentaban vaciarse.

DeudaUna cosa no cambió. La gente huía de las ciudades en crisis pero no regresaba al campo. El círculo se completaba con el clásico “salto del charco” hacia los espacios de la “promesa americana”. Durante esa década el porcentaje de la población puertorriqueña viviendo en Estados Unidos alcanzó el 55 % cuadruplicando la estadística de 1950 cuando el tope fue del 12 %. Eso significaba que había más puertorriqueños viviendo en Estados Unidos que en la isla. En términos matemáticos unas 300.000 personas emigraron a alguno de los estados de la unión.

La diferencia más visible entre ambos procesos es que, si bien en 1950 el estado auspiciaba la emigración con lo que reconocía la incapacidad de la economía colonial para enfrentar el problema de la superpoblación, en el 2000 se oponía. La nueva actitud se concretó por medio de un discurso nacionalista y moralizador que pretendía comprometer emocionalmente a la gente para que no se fuera de su patria en crisis. Lo cierto es el centro de la preocupación parece haber sido puramente material. La emigración hacía el mercado más pequeño y la crisis cumplía la función de moderar al consumidor más moderado por lo que  los ingresos del estado, la captación de impuestos,  se estaba reduciendo de manera notable. La desindustrialización, la emigración y la moderación del consumo en un orden económico que atravesaba por una crisis fiscal y económica  sin solución plausible en lo inmediato hablaban de la profundidad y complejidad de la crisis. La sociedad de consumo conspicuo o hiperconsumo que produjo el proceso de industrialización por invitación y dependiente ha ido perdiendo consistencia. Los efectos de ello en el orden político y en la confianza de la gente en la clase política y en el sistema de relaciones con Estados Unidos fueron enormes.

Las alternativas del estado eran varias. La lógica administrativa le sugería, por un lado, que debían mejorarse  los procesos de captación de impuestos de todo tipo  y enfrentar la evasión, asunto que si bien insistía en mirar hacía lo que se llamaba la economía subterránea o ilegal, también debía tomar en cuenta aquella que no lo era, es decir, la visible o la legal. Un problema de esta actitud es que resulta más sencillo refinar la captación de tributos de los sectores medios y medios bajos que laboran para el estado que para los sectores medios y bajos medios que laboran independientemente o para la empresa privada. La experiencia en el 2016, los embargos preventivos del Departamento de Hacienda, han demostrado que la evasión contributiva era muy común de empresas medianas y grandes en tiempos de crisis y fuera de ellos y que el estado era más tolerante con esos sectores que con los sectores medios y bajos que trabajan bajo condiciones de presión.

La otra alternativa y la más utilizada por las administraciones PNP y PPD, ha sido crear nuevos renglones impositivos o aumentar significativamente las áreas de aplicación de los ya existentes. A ese se ha llamado con insistencia “meter la mano en el bolsillo” de los ciudadanos. La cantidad de renglones impositivos innovadores creados por las administraciones de Fortuño Burset y García Padilla del 2009 al presente ha sido impresionante pero sus efectos concretos en el ámbito del endeudamiento o la estabilidad financiera del fisco han sido muy pocos. No  se debe pasar por alto que el problema de ambas políticas, así lo han reconocido numerosas autoridades en economía,  es que ambas prácticas ralentizaban el consumo y la inversión.

Al final de la década de 2000-2009 la situación tendió a agravarse y la tendencia se profundizó desde 2010 en adelante. De hecho, el desempleo alcanzó el 14.7 % y la tasa de participación laboral se redujo a un 41.7 % en 2013 bajo la administración de Fortuño Burset y entre los años de  2010 a 2013 la emigración a Estados Unidos  se aceleró. Los observadores se han fijado en especial en el destino de la Florida. En 2014  un total de 1,006,542 personas de origen puertorriqueño vivían en la península subtropical. El destino preferido de los viajeros era Orlando-Kissimmee-Sanford donde su presencia sumaba 324,301.  La fuente más confiable en el análisis de ese fenómeno el colega Jorge Duany (UPR) quien los nominó recientemente como “Floriricans”

PR_Deuda_PNB_2013La emigración, un viaje doméstico desde la perspectiva legal, ha vuelto a ser un problema en el país en el siglo 21. Algunos han interpretado el fenómeno como una “válvula de escape” que servirá para evitar o retrasar el colapso del sistema. En ese sentido, actúa como un mecanismo de control de crisis. Otros se han referido a la misma como una expresión de rechazo al ELA y a la colonia y una afirmación de la ansiedad por “vivir la Estadidad”. Pero lo cierto es que ambos recursos retóricos miran hacia los aspectos y las posibles consecuencias políticas del fenómeno y dan la impresión errada de que la emigración soluciona todos los problemas de los que emigran. La recepción de los emigrantes o refugiados puertorriqueños en sus destinos migratorios es un asunto que está todavía por investigarse. La percepción que de ellos desarrollan las comunidades de los estados que los reciben tampoco ha sido indagada. Me consta por experiencia personal que los puertorriqueños de Chicago o Nueva York, a pesar de que llevan allí decenas de años, siguen siendo vistos en términos generales como una minoría hispana más por el estadounidense común. La impresión que daba Puerto Rico en la prensa internacional era que, por primera vez desde el siglo 19, Puerto Rico parecía “vaciarse”

 

Los avatares de un fisco en desbandada

En el ámbito fiscal los años 2000 a 2009 mostraron un panorama patético: lo que se denominaba de modo genérico el “gigantismo” del estado y los costos de su mantenimiento se convirtieron en temas claves. La cuestión del “gigantismo” se combinó con la crítica a la burocratización la cual comenzó a verse como un freno al crecimiento económico y a la ineficacia del servicio público. El discurso favorecía el “enanismo” del estado, la desburocratización que sugería la necesidad dejar hacer, dejar pasar al capital y el desplazamiento de bienes públicos al sector privado, es decir, la privatización.

Todo aquel discurso redundaba en la devaluación del servidor público cuya imagen nunca había sido del todo buena, por cierto. Un problema de ese tipo de juicios es que el “gigantismo” y los costos de mantenimiento se explicaban preferentemente a la luz de los muchos puestos de trabajo producto del caciquismo político partidista. Reducir los puestos de empleo, congelar plazas de trabajo y despedir trabajadores fue legitimado. Sin embargo, la mirada al ámbito gerencial bien pagado, espacio ocupado por cuadros ideológicos sumisos a las maquinarias políticas penepé o populares que los nombraron, parecía intocable. Lo cierto es que, en aquel contexto, la sentencia de muerte del estado interventor emanado de la segunda posguerra mundial estaba completa. El acta de nacimiento del estado facilitador que pugnaba por salir del vientre de la colonia desde la década de 1990 fue adjudicada como algo inevitable.

Desde 2003, bajo Calderón Serra,  la brecha entre el Producto Nacional Bruto (PNB) que se reducía,   y la Deuda Pública (DP) que aumentaba, se fue cerrando. En 2003 la DP era el 61.3 % del PNB, mientras que en 2012 la DP era el 93.6 % del PNB. Resulta imposible negar que la reducción en la producción y el endeudamiento público, fue el rasgo dominante desde 1996 al 2013. Desde esa fecha  ya no era posible emitir más deuda porque el sistema estaba en quiebra. La actitud de Standard & Poors, Fitch y Moody’s de degradar el crédito de Puerto Rico fue la expresión más concreta de ello. La deuda, intereses aparte, no ha crecido más desde 2013 al presente porque el mercado no lo ha permitido.

abril 1, 2014

Puerto Rico en la imaginación barroca: una mirada irónica

  • Mario R. Cancel Sepúlveda
  • Catedrático de Historia y escritor

 

En 1989 me enteré de que el Capitán Alonso de Contreras  había visitado Puerto Rico en el año 1618. El hallazgo no había sido mío: debo el dato a una publicación casual del investigador Ángel López Cantos en la Revista del Centro de Estudios Avanzados de Puerto Rico y El Caribe de aquel año. El dato estaba en uno de los muchos textos que conforman el olvidado discurso historiográfico nacional.

"Migrantes" por Ismael Rodríguez Báez

«Migrantes» por Ismael Rodríguez Báez

Contreras había sido un aventurero madrileño con amplia hoja militar quien, además, practicó la piratería  contra berberiscos y turcos y llegó a ser gobernador de Pantelaria, una isla de los mares italianos tan desconocida como él mismo. Amigo alegado de Lope de Vega, escribió su autobiografía por petición del “Monstruo de la Naturaleza”. El militar y el pícaro que convivían en Contreras se proyectaban en una autobiografía que lindaba la frontera de la novela, como suele suceder. Tuve la oportunidad de visitar la casa  de Contreras en los alrededores de la Plazuela de San Ginés en Madrid en el verano de 2008.

Contreras fue  recibido por el Felipe de Biamonte (Beaumont) y Navarra), Gobernador entre los años 1614 y 1620. La  experiencia del visitante en Puerto Rico fue episódica pero no deja de llamar la atención del lector. Cuando el gobernador le pidió que “le dejase cuarenta soldados para reforzar el presidio”, uno de los eslabones más importantes en la seguridad del Imperio Español y su control de las Indias, “no se quería quedar ninguno, y todos casi lloraban por quedar allí”. El Capitán, a pesar de la rudeza de su vida, no les quitaba la razón porque aceptaba que, permanecer en la isla, “era quedar esclavos eternos”. “Llorar” era lamentar un infortunio, reconocerse pobre y mísero. Puerto Rico era un lugar del cual había que distanciarse.

Para Contreras el deseo del gobernador debía ser era una orden. Para no hacerse responsable de la desgracia de terceros, el Capitán decidió dejar la selección en manos de Fortuna. Fortuna era una deidad femenina veleidosa muy popular  en el Imperio Romano Tardío la cual  Maquiavelo rescató en las argumentaciones de El Príncipe.  Se quedarían en Puerto Rico quienes al azar recibiesen una “boleta negra”. El juego lingüístico es muy sabroso en este caso. En milicia dar “bola negra” es rechazar el servicio inmediato de un recluta: un hecho degradante que no lo libera del deber castrense futuro. El “bola negra” era un reservista que quedaba a expensas de los hechos futuro, de la Fortuna. La veleidosa dama, según se recoge en el mito, traicionó al Capitán cuando “le tocó también a un criado mío que me servía de barbero, el cual quedó el primero”.

Las implicaciones del breve relato de Contreras sobre la imagen de Puerto Rico son devastadoras. “Huir” o “evadir” a San Juan Bautista era la regla en 1618. Se trataba de un lugar que había que evitar. Basta recordar como el “Dios me lleve al Perú” se impuso en la década 1530. En 1690, en una novela firmada por Carlos Sigüenza y Góngora titulada  Los infortunios de Alonso Ramírez se narra como un chico de 13 años decide salir del Puerto-Rico en 1675 y acaba dándole la vuelta al mundo. Todavía a fines del siglo 18 el destierro San Juan de Puerto Rico se utilizaba como “castigo ejemplar”, tal y como ocurrió en el caso del pintor Luis Paret y Alcázar.

La caricatura del Capitán Alonso de  Contreras posee una actualidad extraordinaria. La idea de que Puerto Rico es un lugar del cual hay que “huir” tiene un largo pedigrí. Arico sólo se retorna cuando la crisis en el “afuera” es peor que en el “adentro”. El pasado no retorna. En realidad no tiene que hacerlo: siempre está allí agazapado mirando el presente con la ventaja de que para las mayorías la historia es el gran arcano y un misterio incomprensible.

Lo cierto es que siempre se encontrará una razón legítima para evadir los sistemas en crisis. El hecho de que entre el 2000 y el 2010 la población del país se haya reducido y que hoy vivan más puertorriqueños fuera del país que en él, es una prueba de ello. La paradoja es que el Puerto Rico que hemos presumido “moderno”, el que se forjó bajo el impacto de “Operación Manos a la Obra”, se apoyó en la evacuación de un porcentaje significativo de la población hacia el norte. La emigración era entonces un mecanismo de control de crisis que el Estado utilizaba para reducir la presión de una olla a punto de estallar y garantizar su imagen de proyecto exitoso y de “milagro económico”.

Sorprende que, a la altura de 2013 pretendan convertir la disyuntiva entre  emigrar o permanecer en una cuestión moral. El discurso de que el que se va hoy traiciona una hipotética “causa nacional” o “proyecto de país” no tiene sentido. En Puerto Rico, las elites de poder no poseen ni lo uno ni lo otro. Lo que lamenta esa mentalidad contable es la huida de un consumidor potencial cuya ausencia del mercado se convierte en una ganancia para el mercado al cual se integra. Lo peor de todo es que nada parece indicar que las condiciones que justifican la fuga cambiarán en un futuro cercano. Los soldados de Contreras y los Alonsos que huyen seguirán reproduciéndose, sin duda.

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