Puerto Rico entre siglos: Historiografía y cultura

diciembre 18, 2020

Reescritura y divertimento: pensar otro entre siglos

  • Mario R. Cancel Sepúlveda
  • Historiador

Fragmentos del panfleto Memoria e Historia: monólogos en torno a la historia reciente (inédito)

Primera estación: del siglo 20 al 21

Las condiciones que hicieron posible la creación del Puerto Rico industrial desde 1947 y el Estado Libre Asociado (ELA) desde 1950 no existen a partir de 2006. Aquellas habían comenzado a ser puestas en entredicho desde inicios de la década de 1980 en el escenario de la Iniciativa para la Cuenca del Caribe y el Programa de Plantas Gemelas ligado a la administración republicana de Ronald Reagan. El thatcherismo y la reaganomía resultaron desastrosos para aquella invención jurídica de inicios de la Guerra Fría que, para algunos observadores, se había convertido en una curiosa pieza de museo.

Para los puertorriqueños aquella no era una situación inédita. Después de todo Puerto Rico había entrado en el escenario de la modernidad y el capitalismo liberal como una colonia y salía de aquel en las mismas condiciones. Tocaría al país experimentar el tránsito hacia la era global y la condición postmoderna (lo que eso signifique hoy en día no es relevante) como una colonia jurídica, plutocrática y de consumo convencional. Me parece que la evaluación ecuánime de los efectos de esa situación es un reto teórico extraordinario al cual los intelectuales del interior y los de la diáspora han respondido de manera distinta.

De un modo u otro, el discurso de los activistas reconoce que la necesidad de resolver el problema colonial o del estatus sigue siendo urgente en 2020. También deberían reconocer que las circunstancias, una crisis fiscal y económica devastadora, no favorecen ni aceleran su resolución. Por otro lado el asunto no es tan sencillo. Al presente el significado de la “solución final” se ha pluralizado hasta el punto de que el abanico de opciones que se han puesto sobre la mesa choca con la forma de solventarlo a la que se apeló en la modernidad plena. Para la mirada moderna la soberanía dependía de la separación y la independencia. Ello explica, desde mi punto de vista, una actitud que se imprimió en el lenguaje de los intelectuales que se aproximaron al problema a la luz de las experiencias del siglo 19. Me refiero a la manía de disimular las  pugnas entre los independentistas bona fide y los anexionistas a la Gran Colombia o Estados Unidos durante el siglo 19. Aquella complejidad fue silenciada por todos.

Si al presente se sugiriera, como suele suceder, que la soberanía es una condición que sólo puede ser garantizada por la independencia mucho oyentes fruncirían el entrecejo y se correría el peligro de que se acusara a quien lo afirma de simplificar un asunto complejo. Para algunos observadores el exclusivismo independentista que domina todavía a muchos no es sino un retroceso ideológico y, sobre esa base, arguyen que la suya no lo es. La idea de que la soberanía y la descolonización pueda manufacturarse al través del estado 51 o un tratado de libre asociación tanto como con la independencia, tortura a los que enfrentan el asunto desde la perspectiva moderna nacionalista y romántica. No voy a tomarme el atrevimiento de tratar de resolver ese asunto. Mi intención se limitará a plantearlo.

Algo que llama mi atención es que, en general desde 1990, parece existir un consenso en torno a que el ELA es una estructura disfuncional o algo así como un monumento de la guerra fría. La quiebra financiera y la instauración de una Junta de Supervisión Fiscal así lo ratifica. En el marco del liberalismo de la segunda posguerra y el welfare state, el ELA “cumplió” su cometido. En el marco del neoliberalismo de la posguerra fría y el workfare state, ya no ha sido capaz de ello. Independientemente de la veracidad de la primera afirmación -si “cumplió” su misión entre 1947 y 2005 apoyado en la sección 931 y 936, cosa que pongo en duda-, los sectores moderados del Partido Popular Democrático (PPD) que dominaron la organización de cara a las elecciones 2020, no estuvieron  dispuestos a aceptar el fracaso del proyecto de Luis Muñoz Marín.

El control de una nueva “vieja guardia” en el PPD ha cumplido la función de expulsar, como si se tratará de un simbólico Naranjales o de otra razia contra un innovador Congreso Pro Independencia, a los soberanistas que cohabitaban en la organización. La solución histórica de los populares moderados del PPD parece ser la misma: inocular ideológicamente a la organización mediante la amputación de la membresía crítica o exigente. Ese, me parece, es el signo más evidente de un partido conservador que permanece agarrado a los fantasmas o  a los imaginarios grandiosos de su pasado. El aislamiento de los populares soberanistas o su emigración a otras organizaciones más tolerantes minará las posibilidades futuras del PPD a menos que se convierta en una organización difícil de distinguir del PNP o del Proyecto Dignidad.

Por otro lado, mi experiencia me dice que la opinión en Estados Unidos sobre el asunto de Puerto Rico, las veces que el congreso y la presidencia se han expresado tácitamente sobre ello desde 1990, parece favorecer la creación de un tratado de libre asociación bilateral que no sea el ELA pero que sirva, como aquel, para evadir la estadidad y la independencia. Esa también es una postura histórica manifiesta desde 1899 y 1900, momento en el cual se echaron las bases de una relación anómala que se ha transformado en una parodia del coloniaje en el 2020. La gente, la sociedad civil y los partidos políticos más visibles no han comprendido bien el proceso y han tendido a reproducir el lenguaje estatucentrista tradicional esencialmente maniqueo y reduccionista y cargado de subjetividad. La gran excepción en el 2020, a pesar de ciertos baches, ha sido el Movimiento Victoria Ciudadana (MVC), cuya lectura del tema parece más acertada que la del PPD, el Partido Nuevo Progresista (PNP) y el Partido Independentista Puertorriqueño (PIP).

El estatus se resolverá sólo que se sabe cuándo, por lo que sería saludable que se  evitara en lo posible que los fantasmas de la guerra fría obstaculizaran ese proceso. Hacerlo es más fácil para el PPD, el PIP y el MVC que para el PNP, organización que depende del red scare o “miedo rojo” para movilizar a su electorado más irracional y obtuso. Esa táctica le ha sido de utilidad a pesar de la mala imagen que la corrupción y el clientelismo político más atroz le han creado desde 1990 al presente. Es como si la lógica del “malo conocido” se fortaleciera cada vez que se apela a un enemigo inexistente: el comunismo rojo por lo regular encarnado en lo jóvenes rebeldes.

Un obstáculo mayor en el camino a la solución de la soberanía es que tanto el PNP, el PPD como el PIP se han enquistado en sus conchas y han rehusado abrirse al debate sobre el estatus a la luz de una nueva relación con Estados Unidos que no sea la independencia, la estadidad o el estadolibrismo tal cual se inventó en 1952. El dilema del bipartidismo, en ese sentido, es trinitario. Un PIP que pospone la independencia en las elecciones de 2020 recuerda mucho un PPD que hizo lo mismo en la de 1940. El resultado no fue el mismo pero es un buen comienzo. Por otro lado, la tendencia de la administración republicana de Donald Trump (2016) fue un contrapeso eficaz para reanimar las viejas heridas de la guerra fría en su afán por imponer la hegemonía del dólar en Hispanoamérica tras su pérdida de poder en Asia y Europa.

Segunda estación: ¿qué pasa con la cultura?

Una nota cultural es importante en este momento: cualquier proyección descolonizadora debe tomar en consideración la condición caribeña e hispanoamericana de Puerto Rico sin olvidar los 122 años de relaciones con Estados Unidos. Me parece que, en general, las organizaciones políticas principales tanto las tradicionales como las emergentes, no han tocado con propiedad el tema. Es como si toda la discusión sobre la soberanía se hubiese reducido a consideraciones jurídicas y económicas: terreno fértil para el monopolio de los abogados y los economistas para quienes la caribeñidad o la hispanoamericanidad pueden ser reducidas a consideraciones de derecho y mercado.

En este aspecto el debate público, lo que eso signifique en un país en que la gente no debate sino que se atrinchera y blinda en sus posturas, contrasta con el tono que poseía en medio de la guerra fría en especial durante las décadas de 1970 y 1980. Los intelectuales que no sean economistas académicos o mediáticos, o juristas brillantes o mediocres, no parecen tener mucho que decir en este momentos. Las excepciones están allí: Eduardo Lalo y Cezanne Cardona son voces originales, sin duda. Sin embargo no deja de sorprenderme que la “(absurda) opinión pública” dependa tanto de politólogos y comentaristas  sensacionalistas y que la presencia de intelectuales con formación, más allá de los economistas y los abogados, no sea tanta como la de aquellos. Es como si se repudiara todo pensamiento denso en favor de cualquier pensamiento líquido o fluido. Consumir ideas ya no es diferente de consumir teléfonos móviles. Me parece que la sociedad puertorriqueña necesita de sus historiadores, sociólogos, psicólogos  y antropólogos conscientes en estos momentos.

En este fenómeno percibo cierto anti intelectualismo selectivo que  irrumpe y se impone que sirve muy bien a la industria de la información. Se trata de una tendencia que, al parecer, va de la mano del hecho de que el trabajo creativo de los escritores y artistas ha sido convertido por la fuerza de los hechos en una pequeña y mediana industria (PYMES) más, alrededor de la cual los productores culturales se distraen y dan vida a una industria creativa, editorial y de tráfico de libros llena de inconsistencias. Emancipados de las autoridades e instituciones culturales del Estado como el Instituto de Cultura Puertorriqueña o la universidad del estado, que ya no son capaces de financiar y dirigir una producción cultural que se le ha ido de las manos, los productores culturales viven su fase neoliberal y su literary workfare: el “precariado literario” está por todas partes.

Esto no es nuevo, ya lo había señalado en un libro de 2008. No empecé debo insistir en que la explotación del talento de los creadores de todo tipo ya sea  por intermediarios, editores,  libreros, ferias y premios, es una queja que aflora por doquier y que he escuchado desde hace años. Los productores culturales parecen vivir dentro de una burbuja en la medida en que la creación estética ha sido condenada a la condición de entretenimiento y espectáculo o, a lo sumo, actividad de sanación emocional en tiempos del derrumbe para unos pocos. El talento de estos sectores creadores es, por otro lado, significativo pero dada la condición de que la industria cultural dominante ha forjado un nuevo balance entre el objeto estético y el objeto de mercado, ello también ha afectado la condición del creador por lo que la dispersión se ha impuesto en aquel importante sector de la opinión.

Un último comentario. A partir de 1980 la producción cultural y los sistemas educativos públicos y privados anduvieron por rutas distintas y a veces opuestas. La invención de la industria cultural, la burocratización extrema y la (re)politización de la educación pública preuniversitaria y universitaria han sido claves. Si la educación pública está allí para liberar o domesticar depende de la voluntad del educando.

El sistema preuniversitario se caracteriza por la politización de su jerarquía, el burocratismo, sus costos cada vez más elevados y la ineficacia de su producto en medio de un mercado cambiante. Durante las década del 1990 y 2000 el desfase entre sus métodos educativos y los requerimientos del mercado laboral eran notables. El asunto ha sido utilizado para devaluar la educación en ciencias humanas y artes en favor de carrera científicas, tecnológicas, matemáticas e ingeniería. Tengo experiencia con ese asunto: trabajo en un colegio de ingeniería que ofrece artes y humanidades porque el programa educativo así lo requiere. El sistema universitario se caracteriza se caracteriza también por la politización de su jerarquía, el burocratismo, por sus altos costos y por la insistencia en desplazar la responsabilidad de cubrirlos hacia el estudiante-consumidor. El otro problema es su desconexión con el sistema preuniversitario.

La solución del Estado en ambos casos ha sido amenazar con cerrar planteles universitarios y escuelas luego de un superficial análisis contable que siempre se ocupa de asegurar los réditos de la jerarquía burocrática costosa y altamente politizada. La oposición a ese tipo de políticas ha sido el escenario más fecundo para la subsistencia del lenguaje de la guerra fría: un estudiante preocupado es un comunista potencial resignificado en la metáfora del “peludo”, recuerden que los comunistas nunca son calvos. Desde mi punto de vista en este entre siglos la “educación pública” acabó por convertirse en una ficción y un mito.

Una buena señal es que cada vez hay más tensiones entre el establishment y el Estado, por un lado, y los sectores intelectuales activos (lo que quede de ellos) del otro. Esa contradicción me dice que no todo es silencio y aceptación. El anti intelectualismo oficial y su afán por silenciar desde “arriba” a los intelectuales, puede ser interpretado como el reconocimiento de una fuerza que no ha desaparecido del todo. Espero que así sea.

noviembre 15, 2020

Reescritura y divertimento: pensar el panorama electoral

Filed under: Historia de Puerto Rico contemporáneo,Uncategorized — Mario R. Cancel-Sepúlveda @ 7:01 pm
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  • Mario R. Cancel Sepúlveda
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Fragmentos del panfleto Memoria e Historia: monólogos en torno a la historia reciente (inédito). Publicado originalmente en 80 Grados-Historia 31 de octubre de 2020

Primera estación: 1960

La década de 1960 fue crucial en el deterioro del poder electoral del Partido Popular Democrático (PPD). Esa es una afirmación por demás generalizada. Su hegemonía estaba bajo amenaza como si la magia de la segunda posguerra hubiese perdido eficacia al comenzar aquella década inquieta. Los procesos de industrialización y urbanización que le mantuvieron en el poder desde 1940 y estimularon la confianza irracional en los populares crearon las condiciones para el cuestionamiento de su poder. Una serie de circunstancias propiciaron el desprestigio del proyecto desarrollista dependiente que favorecían y, claro está, del Estado Libre Asociado como una entidad “soberana”. Aquel conjunto de factores facilitó el triunfo del estadoísmo en 1968 a través del recién fundado Partido Nuevo Progresista (PNP).

Lo primero que llama la atención del observador de los sesentas es el desarrollo de una confrontación “generacional” dentro del PPD. La denominada “vieja guardia”, representada por el liderato que había dado vida al partido en 1938, fue retada por una “nueva generación” encabezada por un conjunto de  líderes que habían crecido en medio del proceso de industrialización y urbanización al que los hombres y mujeres de Luis Muñoz Marín (1898-1980) , menos mujeres por cierto, había animado desde 1940. El choque entre ambas tendencias  maduró a principios de los sesentas y coincidió con el último cuatrienio de Muñoz Marín como gobernador.

La reacción inicial de la “vieja guardia”, como era de esperarse, fue oponer una resistencia cautelosa. Todo sugiere que una de las pocas figuras de poder que se identificó con la “nueva generación” fue el ingeniero mayagüezano Roberto Sánchez Vilella (1913-1997). Sánchez Vilella no solo poseía un “estilo” distinto al de Muñoz Marín sino que se había proyectado como uno de posibles sucesores del vate para las elecciones de 1964. Su alianza con la “nueva generación” se profundizó cuando sus choques con Muñoz Marín se hicieron más intensos.

La “nueva generación” se organizó alrededor del llamado “Grupo de los 22”, asociación fundada en Manatí. Algunas de las figuras, entre los ya fallecidos, que llaman la atención de aquel colectivo fueron el abogado y profesor Juan Manuel García Passalacqua (1937-2010),  el legislador Severo Colberg Ramírez (1924-1990) y el gobernador Rafael Hernández Colón (1936-2019). Entre los que aún viven habría que destacar a Victoria Muñoz Mendoza (1940- ), una  personalidad que sigue siendo uno de los pilares simbólicos del PPD a pesar de su silencio, el abogado Marcos A. Rigau (1946- ), el historiador y profesor Samuel Silva Gotay (1935- ), el profesor y abogado José Arsenio Torres (1926- ) y el abogado independentista Noel Colón Martínez, entre otros. El grupo fundó el periódico Foro libre para expresar sus ideas.

Las críticas del “Grupo de los 22” a la “Vieja Guardia” al PPD fueron incisivas. En términos generales se quejaban de la poca participación que tenían los jóvenes en el partido y del  distanciamiento del pueblo común que la organización había desarrollado. El pueblo, alegaban con cierta nostalgia, había sido reducido a la condición de votante. Para algunos militantes del grupo, Muñoz Marín era ya un líder obsoleto que había cumplido su función histórica y debía abrir paso a los más jóvenes.

Visto desde la distancia, de lo que se trataba era de una lucha abierta por el control de una maquinaria política exitosa. La confrontación se justificada sobre la base del reconocimiento de que la política práctica en la era industrial y urbana ya no podía hacerse con las tácticas que habían sido exitosas en el Puerto Rico agrario y rural que produjo la experiencia del primer PPD, el de las elecciones de 1940, una lógica por demás comprensible. Claro está, la racionalidad no era el mejor aliado cuando en medio de una competencia por el control de una maquinaria y el acceso al poder.

Los efectos de las críticas fueron diversos. Por una parte, promovieron la discusión ideológica y llamaron la atención sobre la necesidad de revisar no solo al partido sino el ELA, su obra más acabada,  en busca de “más soberanía”. Aquella había sido también una preocupación de Muñoz Marín, por cierto, pero en la década del 1960 el lenguaje se tornó más exigente y miró en otra dirección. Lo cierto es que algunos ideólogos de la juventud del PPD reconocían los rasgos coloniales del ELA y confiaban en la buena voluntad de las autoridades estadounidenses respecto al país, actitud que recordaba la de la clase política de principios del siglo 20. Uno de los críticos fue el abogado y escritor Vicente Géigel Polanco (1904-1979) quien acabó militando en el Partido Independentista Puertorriqueño (PIP). Otro fue el historiador y jurista,  José Trías Monge (1920-2003) quien llegó a ser Juez Presidente del Tribunal Supremo.

Un segmento significativo de la intelligentsia del PPD, favorecía la idea de “culminar” el ELA sobre la base de una mayor soberanía respecto al gobierno federal, pero temían que en ese proceso se les confundiera con los nacionalistas y los independentistas a quienes tanto y con tanta pasión habían atacado. Otros buscaban la profundizar la  identidad del ELA con los demás Estados de la unión sin que tuviera que serlo. Al PPD le resultaba más llevadero buscar aliados en el estadoísmo que en el independentismo. El atasco más importante en el proceso de revisión del ELA, aparte del desinterés del Congreso de Estados Unidos, ha sido ese.

La “vieja guardia” se organizó alrededor del “Grupo de Jájome”, localidad de Cayey donde ubica la residencia veraniega del gobernador. La tropa de Jájome estuvo encabezado por los abogados Santiago Polanco Abreu (1920-1988) y Luis Negrón López (1909-1991), personas de la confianza de Muñoz Marín. En medio de aquella pugna se decidió el retiro político de Muñoz Marín. El anuncio se realizó en una Asamblea celebrada en Mayagüez (1964) donde se impuso la candidatura de Sánchez Vilella a pesar de las protestas intensas de una multitud que no estaba en condición de desprenderse de su caudillo político. El fenómeno Luis Muñoz Marín en los 1960 y el fenómeno Pedro Rosselló González (1944- ) en los 2000 poseen interesantes paralelos en el renglón de las pasiones. Lo cierto es que el retiro de Muñoz Marín fue un giro histórico pero no inesperado. El líder o no quería o no se sentía capaz de gobernar con la “nueva generación” y abandonaba sus aspiraciones por el bien de la unidad del partido.

¿Qué había cambiado? En 1964 Puerto Rico era otro -urbano e industrial- y se reconocía que Muñoz Marín representaba un pasado dejado atrás. Las campañas políticas directas con el pueblo que habían caracterizado al PPD desde su fundación en 1938, apoyadas en el micro y el macro mitin, habían cumplido la función de comprometer emocionalmente a la gente con unas estructuras político-partidistas en las que antes había desconfiado desde mucho antes de los “tiempos de la Coalición”. El “poder moral” y el “carisma” del caudillo fueron claves en la recuperación de aquella confianza.

La evolución de los medios de comunicación masiva alteró el panorama. Aquellos escenarios artificiales del mercado se convirtiendo en el espacio ideal para el rediseño de la opinión pública. La radio estaba accesible en Puerto Rico desde 1922 -WKAQ en San Juan fue la primera de ellas-, y entre 1934 y 1937 se inauguraron la WNEL también en la capital, la WPRP en Ponce y la WPRA en Mayagüez. En 1954 apareció la televisión y ya en 1958 había radio y televisión del Estado. Aquellos fenómenos tecnológicos innovadores, junto con el desarrollo de la prensa diaria masiva, afectaron la formas de hacer política militante en el país. La despersonalización del liderato político no dejó de avanzar hasta el presente y, por el contrario se profundizó en el marco de la revolución digital: el líder se ha reducido a la condición de un avatar y el compromiso a la de un icono.

A la altura del 1968 la sátira política televisada, “Se alquilan habitaciones” ligada a la actriz y escritora Gilda Galán (1917-2009) que se transmitía por el Canal 11, llamaba mucho la atención. La sátira fue tan intensa que el programa fue sacado del aire varias veces por presiones políticas del Partido Nuevo Progresista cuando aquel accedió al poder. Ese mismo año se fundó el grupo musical satírico “Los Rayos Gamma”,  obra del ingenio del periodista y comediante Eddie López (1940-1971), quien falleció víctima del cáncer en plena juventud. Y en 1969 ya se difundía la serie de pasos de comedia y crítica, “Esto no tiene nombre”, producido por Tommy Muñiz (1922-2009) para el Canal 4. La mordacidad inteligente y seductora de la sátira se unió con la crítica seria de programas como “Cara a cara ante el país”. Aquellos esfuerzos democratizaron la relación entre la gente, el Gobierno y el Estado y estimularon la desacralización de la figura del líder. El humor y la sorna en torno a los actos de la clase política siempre habían estado allí, es cierto, pero el poder de los medios multiplicó sus efectos. El 1968 puertorriqueño tuvo un carácter distinto al de París y el México pero allí está, esperando que se le mire de manera atrevida y se le desmenuce.

Segunda estación 1990

La expresión de las preferencias electorales en Puerto Rico nunca ha sido un acto racional y pensado. Ser elector “flotante” o del “corazón del rollo” no es resultado de la reflexión sino de la pasión. La presunción de que el primero es “crítico” y el segundo es “acrítico” simplifica un problema complejo. En los entresijos del bipartidismo insano post 1968, ser “flotante” no ha sido otra cosa que votar a veces por el PNP y otra por el PPD. Con ello no se resolvía nada sino que se entraba en un círculo vicioso de locura. En la década de 1990 la situación se hizo más patente: votar significaba “comprar” una “imagen” metamorfoseada en “promesa” de “progreso” una y otra vez. Los fracasos que acumulase aquel objeto del deseo o las concepciones que representase, nada tenía que ver con la elección: el elector, como el consumidor conspicuo, no leía las letras pequeñas de la etiqueta del candidato. Tampoco lo hace hoy.

Las cicatrices de la partidocracia bipartidista ya eran visibles. La campaña de 1992, en especial el debate de los candidatos a la gobernación, un espectáculo de medios más; y la de 1996, centrada en “Espectacular 1996”  en la cual el PNP apeló al lema “Lo mejor está por venir”, fueron cruciales. Rosselló González, el  top model político criollo teorizado por el sociólogo Paul Virilio, se impuso.

La mediatización y espectacularización del espacio electoral, de la discusión pública y del tema del estatus, tendencia que había comenzado en los 1960, redundó en la simplificación del debate público y en que ninguno de los asuntos bajo discusión fuese visto como un “problema intelectual”. Aquel antiintelectualismo, que tantos buenos ejemplos tiene en la politología comercial del presente, limitaba la victoria electoral a factores como la “publicidad” y la “imagen”. Si usted quiere ser otra persona, postúlese para un puerto público por cualquiera de los partidos políticos existentes y a la larga no podrá reconocerse ante el espejo.

Las elecciones  se convirtieron en un acto de “consumo” de objetos del deseo que podían ser descartados cuando no alcanzaban la mayoría. El giro transformó al “sondeo” y la “encuesta” de opinión en una clave del proceso electoral pero, en la realidad de las cosas, esos recursos de mercado no “medían” la opinión. Más bien la “creaban” y la “timoneaban” a la vez que favorecían su “liquidez”, concepto que tomo del sociólogo Sygmunt Bauman. Cuando se observa detenidamente el proceso de mediatización y espectacularización de la política electoral y, claro está estatutaria, que comenzó durante la campaña plebiscitaria de 1967 y los comicios de 1968, y se vuelve la mirada hacia la década de 1990, tengo que aceptar que la tendencia había alcanzado un extremo insospechado. El candidato con posibilidades no era otro el top model político. ¿Qué decir de las de 2020 cuando se cuenta con el primer top model político independentista? Prefiero el silencio más respetuoso y cínico en torno a ello.

De modo paralelo,  la discusión se hizo más superficial hasta imponerse una discursividad kitsch caracterizada por la frivolidad y, en ocasiones, la vulgaridad. A fines de la década de 1990, ya era posible la imagen distorsionada, absurda y cómica de Edwin Rivera Sierra, alias “El amolao”, ingiriendo “palmolives” o cervezas Heineken. El hecho de que en el 1998, cosas de la alegre post Guerra Fría, ese funcionario viajara a Rusia a fin de adquirir una estatua gigantesca de Cristóbal Colón producto del artista Zurab Tsereteli (1934- ) es, quizá, el mejor modelo de lo que llevo dicho. La vida pública de Antonio “El Chuchin” Soto Díaz (1949-2016) y el episodio del auto Bentley de lujo en 2011 que alegó le habían obsequiado, ratifican que la tendencia se ha radicalizado dejando la discusión política en el campo del entretenimiento.

El fenómeno del “político vociferante”, cuánto no gritan desde el atril del capitolio,  fue poblando la praxis administrativa local e invadiendo los medios de comunicación masiva. De modo paralelo la sátira como expresión teatral seria que repuntó en la década de 1960 y 1970, evolucionó en la dirección de la industria del chisme y el cotilleo más o menos profesional. La distancia entre el programa televisivo “Se alquilan habitaciones” encabezado por Gilda Galán en 1968, y  la discursividad irritante de Antulio “Kobbo” Santarrosa y el personaje de la “La Comay” en SuperXclusivo entre 2000 y 2013, es enorme. El contrate demuestra que el gusto de la teleaudiencia también ha cambiado en los últimos 40 años. La sátira política seria hoy, parece desviarse hacia los espacios de comunicación innovadores generados por la revolución tecnológica: la internet y las comunidades virtuales de imágenes fijas o en movimiento, son un lugar preciado para la expresión de este arte social en tiempos de crisis.

Y el futuro de Puerto Rico… ¿qué? La opinión sobre el futuro político de Puerto Rico, es decir, del Estado Libre Asociado colonial, no cambió entre 1993 y 1998. Las consultas de aquellos dos años tan emblemáticos fueron administradas por el PNP en el poder durante la larga administración Rosselló González. La finalidad de aquellas parece haber sido auscultar el crecimiento del estadoísmo mediante la estadística infalible: la consulta directa al electorado pagada con fondos públicos. El hecho de que el fin de la Guerra Fría hubiese promovido la imagen de que la década de 1990 sería adecuada para la “descolonización” y la popularidad frenética con la personalidad del gobernador, justificó los dos procesos.

Los resultados no fueron los que los estadoístas esperaban. El ritmo de crecimiento del estadoísmo, que había sido acelerado entre los años 1968 y 1984, se lentificó al final de los 1990 y hoy parece en franco retroceso. Todo conduce a concluir que la división del PNP y la aparición del Partido Renovación Puertorriqueña (PRP) tras el conflicto entre Romero Barceló y Hernán Padilla (1938- ) fue  responsable en parte del fenómeno. Los efectos de la división de 1984 en el largo plazo no han sido estudiados todavía pero las heridas que produjo nunca sanaron del todo. Las  probabilidades reales de que el estadoísmo superara el 50 % de las preferencias de los votantes en las consultas de 1990 eran pocas. Para aquellos que observaban ese desarrollo desde afuera del estadoísmo resultaba evidente que no todos los votantes del PNP estaban comprometidos con la estadidad. Los expertos comenzaron a denominar ese fenómeno, como se sabe, como un electorado “flotante”.

El plebiscito de 1993 trató de aprovechar la “ola rossellista” surgida de la contienda electoral en la cual se derrotó a una débil candidata popular: Muñoz Mendoza. Los resultados de esta no dejan de ser sorprendentes:

  • ELA 826,326 (48.6%)
  • Estadidad 788,296 (46.3%)
  • Independencia 75,620 (4.4%)

En un contexto amplio los porcentajes no dejaban de ser halagadores para el estadoísmo. Comparado con los resultados del plebiscito de 1967 -el 38.9 %-, el avance de la opción de la estadidad era significativo pero no decisivo. Para el PPD no se trataba de buenas noticias. En 1967 la “montaña” estadolibrista había alcanzado el 60.4 % de las preferencias, hasta caer al 48.6 % en 1993. Las potencias de la partidocracia bipartidista estaban balanceadas.

El problema era que  en la década de 1990 se sabía que el Congreso no aceptaría una mayoría plural para autorizar la incorporación y la estadidad. Lo más probable era que se le requiriera una  supermayoría, es decir, hasta  dos terceras partes de las preferencias. La exigencia de una supermayoría tuvo el efecto de fomentar el inmovilismo o la desesperación. El debate sobre la cuestión de la supermayoría se articuló de una manera predecible y reflejó las aspiraciones y prejuicios políticos subyacentes en cada uno de los casos. El PPD y Hernández Colón tuvieron algo que celebrar porque veían en ello una garantía de que para los estadoístas era una meta inalcanzable. El PNP y Carlos Romero Barceló (1932- ) evaluaba la condición como un acto “injusto” y hasta antidemocrático. Y el  PIP y Rubén Berríos Martínez (1939- ) la rechazaban porque la independencia era un derecho que no dependía “de la imposición de mayoría alguna”, expresión con la que reconocían su poca visibilidad en la preferencia de los electores puertorriqueños.

Lo cierto que en 1993 el PNP y la estadidad no tenían siquiera la mitad más uno del apoyo electoral y muchos pensaban que nunca lo conseguiría. No lo ha conseguido, de hecho, a la altura del 2020. La cuestión del estatus se “empantanó” por una diversidad de razones. La debilidad del independentismo electoral que sólo consiguió el 4.4 % en la consulta de 1993, es una de ellas. El balance de fuerzas entre el Estado 51 y el  ELA, y el escollo que ponía el Congreso al hablar en términos de una  supermayoría completaban el cuadro. En el “arriba social” no había voluntad para el cambio. En el “abajo social” se imponía la apatía y el desinterés producto del desconocimiento de la situación real del país y los avances de una sociedad de consumo de nuevo cuño en el contexto de la revolución digital, entre otros asuntos. La virtualización e irrealización, los tiempos del slacktivismo o la militancia de sillón, estaban a la vuelta de la esquina.

Tercera estación:  2010

En 2012 los observadores del proceso electoral pensaban que el PNP iba a revalidar en los comicios. Yo era uno de ellos, lo confieso. La victoria de Alejandro García Padilla (1971- ) sorprendió, pero el hecho era comprensible a la luz de la erosión de la imagen de la administración Luis Fortuño Burset (1960- ). Varios elementos favorecieron su triunfo.

Uno fue su recurso a un lenguaje (neo)populista que recordaba al PPD de los años 1938 y 1940. El 25 de julio de 2012 García Padilla ofreció un discurso en la conmemoración del ELA en la ciudad de Mayagüez vestido de impecable blanco como Muñoz Marín en sus mejores años. En tiempos de crisis la nostalgia podía desarticular la desconfianza de mucha gente. Otro recurso fue la promoción de una  imagen de líder cercano a la gente que desarrolló cuando ejerció como Secretario de Departamento de Asuntos del Consumidor entre el 2005 y el 2007. Parece que en Puerto Rico esos índices emocionales son suficientes para movilizar al electorado popular e indeciso. Los pilares de la victoria fueron varios.

  • Primero, la promesa de enfrentar el asunto del estatus o de iniciar una discusión serena sobre el mismo.
  • Segundo, enfrentar de la crisis fiscal poniendo el pueblo por delante de los acreedores. Se trataba de dos artificios que no podía cumplir pero de eso precisamente se ha tratado la política colonial desde hacía mucho tiempo. Eduardo Bhatia Gautier (1964- ) y su reclamo para que el pueblo hablara fue importante en aquel tenso momento.
  • Tercero, su compromiso de afrontar la crisis económica que se había acelerado desde 2005. La oferta de crear 60,000 empleos y el hoy olvidado proyecto económico del Dr. Ángel Rosa, eran parte de sus municiones.

Un elemento importante de todo ello fue la seducción que provocaba su confianza inocente en la capacidad del país para enfrentar las contrariedades más complejas. El estancamiento y el decrecimiento de la economía ha sido uno de los ejes de la crisis fiscal, la relación entre ambos componentes es dialéctica. El otro elemento fue el tema del estatus colonial que ha servido de entramado para aquellas crisis. La interrelación de esos tres componentes es innegable y no se puede resolver la una sin resolver las otras y viceversa. En ello radica la dificultad de la situación del país.

La devaluación el crédito y el cierre de los mercados financieros minaron el poco prestigio que le quedaba al ELA y minaron la unidad del PPD: el país era gobernable pero el PPD no. El debate al interior del partido por el asunto de IVA y la rebelión de los soberanistas encabezados por Carmen Yulín Cruz (1957- ) lo ratifican. El fracaso de esta figura en la primarias de 2020 no se podía vislumbrar en aquel momento. Me parece que la unidad perdida en 2013 no pudo ser recuperada a la altura de las elecciones de 2016. En 2020 aquella unidad no es sino otro elemento de la nostalgia que habita esa organización. La crisis de grande proporciones que se vive silenció a las voces más confiables y le dio voz a los acólitos. La imagen de que el PPD se derrumbaba era precisa.

Un último punto: la tolerancia, a pesar de todo, ganó terreno durante aquel cuatrienio de García Padilla. La discusión, atropellada y superficial en ocasiones, de algunos asuntos ambientales, tocantes al género, al cannabis medicinal y recreativo y a las minorías legales o ilegales, resultó refrescante. El problema, me parece, es que su utilización para fines político-partidistas era muy obvia y generó contradicciones. El liderato PPD quería rejuvenecer su imagen de organización liberal y abierta. No funcionó: el tono de Charlie delgado Altieri (1960 – ) dramatiza un retroceso en ese sentido en 2020.

En cierto modo, la justicia y el partidismo son asuntos que chocan. Los discursos por sí solos no subsanan los defectos de una cultura dominada por el prejuicio, el discrimen y el conservadurismo. La elecciones de 2016 dramatizaron un retorno que fue en realidad un regresión. Eso me consta desde, en medio de la calle de la Fortaleza bajo una refrescante y pertinaz llovizna acompañado de mis dos hijos, fui testigo de los primeros momentos del verano del 2019.

Cuarta estación: hoy

¿Y ahora qué? Bienvenido 2020. Miraré con calma la fisonomía de este abismo ante el cual me encuentro previo a emitir cualquier opinión. El vértigo puede ser un aliado.

Fuentes de las reescrituras

Mario R. Cancel-Sepúlveda, notas (15 de noviembre de 2009) “Vicente Géigel Polanco y la Ley 600” en Puerto Rico entre siglos

Mario R. Cancel-Sepúlveda, notas (15 de noviembre de 2009) “José Trías Monge y el ELA” en  Puerto Rico entre siglos

Mario R. Cancel-Sepúlveda (7 de mayo de 2013) , “La crisis del PPD (1960-1980): la política nacional en Puerto Rico entre siglos

Mario R. Cancel-Sepúlveda (26 de enero de 2016) “Reflexiones: Puerto Rico desde 1990 al presente XI” en Puerto Rico entre siglos

Mario R. Cancel-Sepúlveda (10 de noviembre de 2016)  “Cuatrienio de grandes retos para Alejandro García Padilla y el PPD: una mirada retrospectiva” en Puerto Rico entre siglos

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