Puerto Rico entre siglos: Historiografía y cultura

abril 1, 2014

Puerto Rico en la imaginación barroca: una mirada irónica

  • Mario R. Cancel Sepúlveda
  • Catedrático de Historia y escritor

 

En 1989 me enteré de que el Capitán Alonso de Contreras  había visitado Puerto Rico en el año 1618. El hallazgo no había sido mío: debo el dato a una publicación casual del investigador Ángel López Cantos en la Revista del Centro de Estudios Avanzados de Puerto Rico y El Caribe de aquel año. El dato estaba en uno de los muchos textos que conforman el olvidado discurso historiográfico nacional.

"Migrantes" por Ismael Rodríguez Báez

«Migrantes» por Ismael Rodríguez Báez

Contreras había sido un aventurero madrileño con amplia hoja militar quien, además, practicó la piratería  contra berberiscos y turcos y llegó a ser gobernador de Pantelaria, una isla de los mares italianos tan desconocida como él mismo. Amigo alegado de Lope de Vega, escribió su autobiografía por petición del “Monstruo de la Naturaleza”. El militar y el pícaro que convivían en Contreras se proyectaban en una autobiografía que lindaba la frontera de la novela, como suele suceder. Tuve la oportunidad de visitar la casa  de Contreras en los alrededores de la Plazuela de San Ginés en Madrid en el verano de 2008.

Contreras fue  recibido por el Felipe de Biamonte (Beaumont) y Navarra), Gobernador entre los años 1614 y 1620. La  experiencia del visitante en Puerto Rico fue episódica pero no deja de llamar la atención del lector. Cuando el gobernador le pidió que “le dejase cuarenta soldados para reforzar el presidio”, uno de los eslabones más importantes en la seguridad del Imperio Español y su control de las Indias, “no se quería quedar ninguno, y todos casi lloraban por quedar allí”. El Capitán, a pesar de la rudeza de su vida, no les quitaba la razón porque aceptaba que, permanecer en la isla, “era quedar esclavos eternos”. “Llorar” era lamentar un infortunio, reconocerse pobre y mísero. Puerto Rico era un lugar del cual había que distanciarse.

Para Contreras el deseo del gobernador debía ser era una orden. Para no hacerse responsable de la desgracia de terceros, el Capitán decidió dejar la selección en manos de Fortuna. Fortuna era una deidad femenina veleidosa muy popular  en el Imperio Romano Tardío la cual  Maquiavelo rescató en las argumentaciones de El Príncipe.  Se quedarían en Puerto Rico quienes al azar recibiesen una “boleta negra”. El juego lingüístico es muy sabroso en este caso. En milicia dar “bola negra” es rechazar el servicio inmediato de un recluta: un hecho degradante que no lo libera del deber castrense futuro. El “bola negra” era un reservista que quedaba a expensas de los hechos futuro, de la Fortuna. La veleidosa dama, según se recoge en el mito, traicionó al Capitán cuando “le tocó también a un criado mío que me servía de barbero, el cual quedó el primero”.

Las implicaciones del breve relato de Contreras sobre la imagen de Puerto Rico son devastadoras. “Huir” o “evadir” a San Juan Bautista era la regla en 1618. Se trataba de un lugar que había que evitar. Basta recordar como el “Dios me lleve al Perú” se impuso en la década 1530. En 1690, en una novela firmada por Carlos Sigüenza y Góngora titulada  Los infortunios de Alonso Ramírez se narra como un chico de 13 años decide salir del Puerto-Rico en 1675 y acaba dándole la vuelta al mundo. Todavía a fines del siglo 18 el destierro San Juan de Puerto Rico se utilizaba como “castigo ejemplar”, tal y como ocurrió en el caso del pintor Luis Paret y Alcázar.

La caricatura del Capitán Alonso de  Contreras posee una actualidad extraordinaria. La idea de que Puerto Rico es un lugar del cual hay que “huir” tiene un largo pedigrí. Arico sólo se retorna cuando la crisis en el “afuera” es peor que en el “adentro”. El pasado no retorna. En realidad no tiene que hacerlo: siempre está allí agazapado mirando el presente con la ventaja de que para las mayorías la historia es el gran arcano y un misterio incomprensible.

Lo cierto es que siempre se encontrará una razón legítima para evadir los sistemas en crisis. El hecho de que entre el 2000 y el 2010 la población del país se haya reducido y que hoy vivan más puertorriqueños fuera del país que en él, es una prueba de ello. La paradoja es que el Puerto Rico que hemos presumido “moderno”, el que se forjó bajo el impacto de “Operación Manos a la Obra”, se apoyó en la evacuación de un porcentaje significativo de la población hacia el norte. La emigración era entonces un mecanismo de control de crisis que el Estado utilizaba para reducir la presión de una olla a punto de estallar y garantizar su imagen de proyecto exitoso y de “milagro económico”.

Sorprende que, a la altura de 2013 pretendan convertir la disyuntiva entre  emigrar o permanecer en una cuestión moral. El discurso de que el que se va hoy traiciona una hipotética “causa nacional” o “proyecto de país” no tiene sentido. En Puerto Rico, las elites de poder no poseen ni lo uno ni lo otro. Lo que lamenta esa mentalidad contable es la huida de un consumidor potencial cuya ausencia del mercado se convierte en una ganancia para el mercado al cual se integra. Lo peor de todo es que nada parece indicar que las condiciones que justifican la fuga cambiarán en un futuro cercano. Los soldados de Contreras y los Alonsos que huyen seguirán reproduciéndose, sin duda.

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