Puerto Rico entre siglos: Historiografía y cultura

marzo 17, 2020

Apuntes al margen de La pasión de vivir… de Sylvia T . Domenech

Comentario a Sylvia T. Domenech (2018) La pasión de vivir: Alfredo Ramírez de Arellano y Bártoli. San Juan: ERA International Corporation.

Preámbulo

En primer lugar quisiera hacer unos comentarios generales sobre la naturaleza de esta obra de Sylvia T.  Domenech. Quien se aventure a leer La pasión de vivir: Alfredo Ramírez de Arellano y Bártoli (1915-2011) debe partir de la premisa de que tiene en sus manos un texto bien escrito, elegante y cuidadoso. A lo largo del mismo, el balance entre la investigadora acuciosa y la escritora creativa alcanzan un magnífico balance. Esto significa que el trabajo técnico con los recursos de archivo, que son por lo regular una guía incompleta del objeto de estudio, y la imaginación de la autora, han conseguido una integración admirable. Los que hacemos historiografía profesional y académica, como es mi caso, reconocemos los límites que imponen los registros archivísticos para responder todas las interrogantes que nos provocan los temas que tratamos. La imaginación del investigador tiene que hacer unas apuestas a la hora de la elaboración del texto a fin de que el producto resulte comprensible para quien se acerque al mismo una vez hecho público. La autora posee sin duda esa capacidad.

En segundo lugar quisiera llamar la atención sobre la relación entre las discursividades de la historiografía y la biografía.  Ambas no solo nacieron a la par y se dedican al mismo trabajo: la formalización de la memoria de una parte del pasado. Pero si la historiografía enfrenta el problema subsumiendo al individuo excepcional u ordinario en el colectivo y sus contextos; la biografía lo resuelve haciendo todo lo contrario, es decir, concentrando el esfuerzo interpretativo de lo colectivo y lo contextual en la elucidación de la mirada del individuo excepcional u ordinario. Se trata de dos modos de representar el pasado que, siendo contrapuestas, no son excluyentes y más bien se enriquecen mutuamente. La biografía ha sido interpretada como un género que se mueve entre los intersticios de la literatura, la retórica y la historiografía. La única garantía de éxito para ambos procedimientos es el talento de investigador.

La lectura del libro en torno a Alfredo Ramírez de Arellano y Bártoli me remite al sabor ancestral de la biografía clásica latina. Aquel era un género que se movía entre la historiografía y la literatura con el fin de rescatar a las figuras públicas que ostentaban virtu, concepto que en la antigüedad sugería la posesión de “carácter” y, en el medievo, la idea de la “madurez” y la “excelencia” que acreditaban su “distinción” y su protagonismo social. En términos técnicos la obra de Domenech posee los rasgos de lo que conocemos como la “Biografía Alejandrina”, un medio proclive a esbozar la vida pública de la figura adornándola con un selecto anecdotario de su vida pública y privada todo ello de la mano de un lenguaje accesible e incluso coloquial pero elegante. No empece también comparte elementos de la “Biografía Peripatética” que buscaba definir al “Individuo Excepcional” o a la figura procera proyectándolo como “Motor de la Historia” de su tiempo con el objetivo de transformar su vida en un modelo pedagógico y moralizante, en una figura a imitar. Domenech deja con su libro el modelo de una “Biografía Laudatoria” con una finalidad moral bien urdida, estilo que en el siglo 19 y en el contexto del Romanticismo y el Krausopositivismo, cultivaron entre otros Thomas de Carlyle, Alejandro Tapia y Rivera y Eugenio María de Hostos Bonilla, este último en la forma del perfil sociológico como parte de su “Moral Social Objetiva” en 1888.

En tercer lugar, debo reconocer el papel protagónico que la biografía laudatoria y la biografía crítica, ha adquirido en el contexto de la reflexión sobre el pasado desde 1990 al presente. En cierto modo, la producción de ese género de obras está supliendo una necesidad intelectual que he reiterado a mis estudiantes de historia de todos los niveles: me refiero al estudio sistemático de las “fuerzas vivas”, las clases altas y de la burguesía criolla o puertorriqueña a lo largo de la historia de Puerto Rico, aspecto tan necesario para desarrollar una visión holística del yo colectivo.

La naturaleza de un libro

No cabe duda de que la autora tiene una gran pericia a la hora de adecuar la etapas vitales de esta figura con los capítulos de su libro. El volumen puede ser separado en dos partes. La primera incluye los capítulos uno al cuatro que ofrecen un panorama puntual de la fisonomía del personaje: su genealogía y ascendencia hispana, su desarrollo sociocultural temprano en San Germán y Mayagüez, dos signos contrapuestos de la modernidad puertorriqueña, y su formación profesional y militar en Puerto Rico y Estados Unidos.  El niño nacido en San Germán en 1915 creció en los tiempos aciagos de la Gran Depresión y la Segunda Guerra Mundial, periodo en que acaecen dos momentos determinantes de su vida: se recibió de ingeniero químico del  CAAM en 1937 y se casó en 1939. En el capítulo cuatro, “La hora del amor y de la guerra”, se explora el periodo de 1942 al 1945 cuando la conflagración mundial lo sacó del nicho familiar y lo llevó de Panamá a Washington. La elaborada imagen del conflicto entre el desarraigo personal y el reclamo de cumplir con un deber colectivo ineludible es evidente en esa parte de la narración.

No debe pasarse por alto que en medio de aquellos años inició un proceso de cambio profundo e irreversible no solo en la relación política y económica de Puerto Rico con Estados Unidos, sino en la relaciones internacionales todas. Las marcas más visibles de ese fenómeno fueron, en el caso de Puerto Rico, las gobernaciones del Gen. Blanton Winship (1934-1939) y el Alm. William Leahy (1939-1940), y el ascenso meteórico de la figura de Luis Muñoz Marín y su populismo exigente al poder, con el visto bueno de las autoridades estadounidenses controladas por Franklyn D. Roosevelt y sus “Think Tanks” de tradición keynesiana. Todos los debates internos -tanto políticos, económicos o filosóficos- que atenazaron a Ramírez de Arellano y Bártoli desde su regreso a Puerto Rico en 1945,  poseían raíces profundas en los complejos procesos que habían afectado al país entre 1934 y 1945.

La segunda parte compuesta por los capítulos cinco al nueve, muestra el desenvolvimiento del empresario de la caña de azúcar en el marco del derrumbe del enclave agrario que fue Puerto Rico hasta 1947; su papel en el desarrollo y difusión de los medios de comunicación masiva emergentes durante la segunda posguerra tanto en el territorio de la radio como en el de la televisión aspecto en el cual WORA radio y televisión son su mayor emblema; así como su desempeño en la industria de la publicidad de la que dependía la subsistencia de aquellas. Su instinto empresarial terminó por interesarlo en la banca de afirmación puertorriqueña y regionalista e, incluso, en la ganadería y la agricultura alternativa tras la disolución del universo azucarero que había sido el país antes de la guerra. Cada escenario estipulado ofrece al investigador académico una lección histórica transcendental que la autora sugiere pero no elabora porque ese no es su propósito. El discurso de Domenech se complace en construir la imagen moral del exitoso empresario.

El libro documenta, por una parte, los choques entre los intereses del Estado y los del Capital  en el contexto del Nuevo Trato y la Segunda Posguerra: Ramírez de Arellano resintió como tantos otros miembros de la “fuerzas vivas” el tránsito del orden liberal tradicional de entreguerras al orden keynesiano y fordista de la segunda posguerra y la Guerra Fría. La transición de una economía agraria dependiente y tradicional a otra industrial dependiente habían cambiado las reglas de juego de modo dramático hecho que representaba un reto extraordinario para gente como él. Aunque el asunto ha sido ampliamente revisado desde la historiografía social y económica, la experiencia concreta de sus protagonistas sigue siendo un misterio. El acercamiento de Domenech ofrece pistas en torno a los efectos del cambio en el seno de una figura concreta de las “fuerzas vivas” puertorriqueñas con la ventaja de que, gracias al rico registro de documentos que se insertan entre un capítulo y otro, los argumentos se expresan en sus propias palabras.

Mario R. Cancel y Sylvia T. Domenech (2019)

Por otro lado, el libro también patentiza la capacidad de Ramírez de Arellano y Bártoli para transitar con éxito del orbe agrario al industrial tomando la ruta de vanguardia de las comunicaciones, la publicidad y la banca. Para el historiador profesional eso significa que su lectura de hacia dónde conducían los aires de la época había sido acertada. En ese sentido, el orden keynesiano y fordista de la segunda posguerra y la Guerra Fría, no lo tomó desprevenido como a otros. Hay, por último, dos valores que me parecen significativos y que quisiera señalar brevemente. Uno es su regionalismo económico, una actitud de las “fuerzas vivas” del país cuyos antecedentes se pueden documentar hasta principios del siglo 19 y que voy a bautizar con el  neologismo de “mayagüezanismo”. Mirar al mundo, al mercado, a la humanidad desde el locus amenus de la región sin que ello significase una desconexión con el resto del orbe es una destreza que todos deberíamos aprender y practicar. El otro valor  tiene que ver con el hecho de que, a pesar del acelerado proceso de industrialización de Puerto Rico desde 1947 en adelante al palio de “Operación Manos a la Obra” y de su condición de empresario de vanguardia que compartía los valores del capitalismo de la segunda posguerra, Ramírez de Arellano y Bártoli nunca olvidó sus vínculos con la tierra ni dejó atrás el agrarismo que había heredado de la generación de su padre.  Su compromiso con la Central Igualdad y con los proyectos innovadores de alguno de sus nietos así lo certifica.

El conjunto de los nueve capítulos se fundamenta en una esmerada mirada microscópica propia de la biografía, que privilegia el lenguaje testimonial mediante el recurso de “dejar hablar al personaje”. Las largas citas de los documentos y la referida práctica de insertar una muestra significativa del “archivo personal” entre uno y oro capítulo, invitan al lector a dialogar con la figura histórica que la autora delinea. La ausencia de un bagaje bibliográfico o referencial aparte de las fuentes que emanan de los actos del protagonista, otro rasgo distintivo de la “Biografía Laudatoria”, ha forzado a la autora a llenar los vacíos factuales con narraciones imaginarias bien articuladas y, a la vez, cargadas de emoción que robustecen la imagen procera del sujeto bajo estudio. Ese elemento imaginativo y el rico anecdotario sustraído de la obra literaria de Ramírez de Arellano y Bártoli, nos dejan ante un texto equilibrado que lo busca afirmar la humanidad de esta figura compleja como todas. Para un biógrafo crítico como yo, que he aceptado que el sujeto biografiado “en sí” es inatrapable y que la biografía laudatoria o crítica es siempre una apuesta o una aproximación,  las destrezas de Domenech no dejan de impresionarme.

El placer de la lectura del volumen La pasión de vivir: Alfredo Ramírez de Arellano y Bártoli se sostiene, es cierto, sobre la pericia de la palabra. Pero es inescapable afirmar que también se apoya en lo significativo de la figura a la cual invoca y construye: un signo inequívoco de las complejidades de la segunda parte del siglo veinte: Alfredo Ramírez de Arellano y Bártoli.

abril 23, 2015

Betances y Puerto Rico en el momento del auge del autonomismo (1880-1889). Primera parte.

  • Mario R. Cancel Sepúlveda
  • Escritor e historiador

Betances y el exilio

Ramón E. Betances Alacán se fue de Puerto Rico en 1867 poco después de haber sido citado por el gobierno español como parte de la campaña articulada tras el abortado motín de los artilleros de la capital con el cual el caborrojeño no tenía ninguna relación. Aunque algunas fuentes lo ubican en la isla en 1869 como parte de su trabajo clandestino, nada se ha hecho para demostrar la verdad de aquella aseveración. Lo cierto es que en aquel año, España consiguió que el gobierno danés vedara su entrada a Saint Thomas, puerto más cercano a Puerto Rico donde podía recalar el médico. Se sabe que salió de las Antillas en 1872 y que retornó para ciertos fines conspirativos sin consecuencia en 1875. A partir de aquella fecha, estableció su residencia en París, se dedicó a su profesión y a elaborar una diversidad de proyectos empresariales que hablan muy bien del dinamismo de esta personalidad.

Ramón E. Betances y Antonio Cabassa Tassara (1860)

Ramón E. Betances y Antonio Cabassa Tassara (1860)

Su relación con Puerto Rico se redujo dramáticamente. Betances nunca pudo regresar a su país a pesar de que, tras la amnistía de los acusados por la insurrección de Lares durante el Sexenio Liberal, llegó a presumir que la misma podía haberlo amparado. Su ausencia no se explica por el desinterés sino por la imposibilidad de la misma. La conexión de Betances con la Antillas se limitan a lo posible: Cuba y República Dominicana ocupan sus horas cuando las circunstancias se lo permiten. En lo que a Cuba respecta, entre 1877 y 1878 laboró para la “Sociedad de la Quinina” que apoya a los rebeldes cubanos durante la Guerra de los 10 Años (1868-1878). En 1878 dirigió un “Comité Intransigente” que se oponía al Pacto de Zanjón que puso fin a aquella confrontación. Y, durante la Guerra Chiquita (1879-1880) respaldó a los rebeldes encabezados por el Gen. Calixto García Iñiguez (1839-1898). El fracaso de aquel esfuerzo rebelde cerró un ciclo que no volvería a abrirse hasta 1895.

En cuanto a la República Dominicana, entre 1882 y 1884, Betances funge como Primer Secretario de la Legación Diplomática Dominica en París y sirve de enlace para los asuntos de ese país en Londres y Berna. Su excelente relación con Mons. Fernando Arturo Merino (1833-1906) y el Gen. Gregorio Luperón (1839-1897) fueron clave a la hora de que se confiara en el médico puertorriqueño de origen dominicano aquella gestión. Fue en aquel contexto que Betances volvió por última vez a las Antillas cuando visitó la República Dominicana en 1883.

Sus obligaciones cono Secretario tenían que ver con la necesidad del gobierno dominicano, entonces en manos de amigos de Betances que manifestaban solidaridad con la causa de la separación de Puerto Rico de España, de enfrentar de modo agresivo los problemas que causaba a los intereses dominicanos el encabalgamiento de su deuda externo y el desprestigio de la república como acreedor confiable para la banca internacional. Betances se dedicó a restituir la confianza perdida con el fin de estimular la inversión de capital europeo en la república. Con el fin de restituir la confianza en el crédito dominicano, recomendó la creación de un Banco de la República o Nacional con apoyo de banqueros franceses, proyecto que fue favorecido Gobierno pero que enfrentó la oposición de las Juntas de Crédito que controlan ese renglón a un alto interés.

Como parte de las políticas desarrollistas que defendía, sugirió la declaración de la Bahía de Samaná como “puerto franco” que sirviera de intermediario entre Europa y América a la luz de la futura apertura del canal interoceánico que los franceses elaboraban en Panamá. Con Ferrol Silvie, un ingeniero francés con contactos en Londres, creó una compañía que consiguió una concesión del parlamento dominicano por 99 años para crear el puerto franco y la ciudad comercial de San Lorenzo en Samaná, proyecto que se abandonó poco después. Por último, apoyo se estimulara la emigración extranjera con capital a la república y puso especial énfasis en la invitación a las minorías judías, que pasaban por una etapa de persecución en Europa. Betances estuvo siempre cerca del Partido Azul, el nacional y el liberal, pero cuando aquella organización cedió el poder a los rojos sus relaciones con la República Dominicana se enfriaron de inmediato

El hecho de que Betances trabaja sin sueldo, paga los gastos de sus labores para la república, unido al hecho del ascenso de Ulises Heureaux (1845-1899) a la presidencia en 1884, fueron factores determinantes en su decisión de cancelar su carrera diplomática con aquel país. La experiencia fue, por otro lado, fundamental para la labor paralela que desarrollará para Cuna en Armas en la década de 1890. En aquel periodo Betances se naturalizó dominicano e incluso llegó a ser considerado como un candidato idóneo para la presidencia de la nación, oferta que rechazó aduciendo que un extranjero, el era puertorriqueño, no podía ocupar aquella posición por disposición constitucional.

El panorama descrito no deja lugar a dudas de que la comunicación de Betances con Puerto Rico se redujo dramáticamente desde 1876. La posibilidad de que sus concepciones sobre la situación de la colonia y su futuro político perdieran operatividad, eran muy altas. Convertido en un mito por las fuerzas del estado en Puerto Rico, las posibilidades de la revolución separatista se reducían.

Betances: la revolución puertorriqueña y antillana

El concepto de la revolución en Betances poseía unas especificidades. En gran medida era producto del periodo que corría entre los años 1856, cuando regresa a Puerto Rico, y 1875 cuando discute con Luperón y Eugenio María de Hostos un proyecto que nunca cuajó en Puerto Plata. Los componentes básicos de su teoría eran la sociedad secreta, el agente revolucionario, el tráfico de armas, la propaganda mediante proclamas y la prensa clandestina. Todo ello junto debía crear las condiciones para la insurrección popular que apoyada por una invasión militar mínima, facultara la generación de focos de combate y la posterior generalización de la guerra. Durante la década de 1860 al 1869, Betances aprovechó un escenario internacional plagado de crisis políticas que debían facilitar la consolidación de alianzas con otros poderes extranjeros.

Se trata de una conceptualización que debía mucho a las luchas separatistas que se desarrollaron desde 1808 y que cancelaron definitivamente después de 1826. Aquella estrategia requería el apoyo de una burguesía agraria, fuese azucarera o cafetalera, para su financiamiento. En el caso de Puerto Rico, la burguesía azucarera estuvo menos dispuesta a colaborar que la cafetalera por el hecho de que la situación de una y otra en el mercado hispano e internacional no era la misma. El contexto en el cual Betances articuló su estrategia estaba dominado todavía por un esclavismo institucionalmente en crisis y un régimen de trabajo servil legitimados por una Monarquía Absoluta que cada vez significaba menos en la política internacional. Sobre el papel, la década de 1860 al 1869 era idónea para concretar un proyecto revolucionario. A pesar de ello, el esfuerzo no produjo el efecto deseado ni en Cuba ni en Puerto Rico.

Entre 1874 y 1876 la situación en Puerto Rico cambió. El mercado laboral fue reformado desde arriba en 1873. La promesa de que esa reforma (la abolición) produciría el capital para modernizar la industria azucarera (indemnización), canceló cualquier posibilidad al separatismo independentismo en entrar en un entendido con aquel sector. La abolición de la esclavitud y de la libreta de jornaleros arrebató dos importantes argumentos que los rebeldes habían esgrimido contra España. El hecho de que Betances fuese un duro crítico de la abolición de la esclavitud en 1873, es demostrativo de ello.

A pesar del cambio en el escenario social, Betances siguió enfrentando el asunto de la revolución con los mismos instrumentos ideológicos. Un elemento que debe tomarse en cuenta es que se trataba de situaciones que estaban fuera de su control. La Gran Depresión (1876-1896) estaba alterando las reglas del mercado internacional de un modo dramático. Como se sabe, la respuesta europea a aquella debacle estructural fue la “rapiña africana” y el control sobre el gigantesco mercado chino. La respuesta de Estados Unidos fue la expansión ultramarina hacia el Caribe y el Pacífico. El imperialismo moderno se consolidaba. Las tácticas de la revolución debieron ser revisadas a la luz del nuevo diseño social y de mercado en el plano local e internacional. Pero el Betances de 1876 no parece haber hecho esos ajustes.

Ahora bien, todo parece indicar que dentro de Puerto Rico se estaban haciendo revisiones en las tácticas de la resistencia. Pero las mismas prescindían de la revolución tal y como la habían pensado los independentistas como Betances. La independencia y la Confederación Antillana, ya no parecían opciones viables. Betances reconoció el hecho e interpretó los avances del reformismo liberal y autonomista como una “traición”. Aquellos sectores miraban casi con exclusividad hacia Cuba y España sin separarlos de papel cada vez más significativo de Estados Unidos en la región. En lugar de propiciarse una alianza liberal amplia, los procesos segregaros y apartaron a los liberales no revolucionarios de los que afirmaban serlo. A principios de la década de 1880, la incomunicación entre ambos sectores ideológicos era innegable.

marzo 20, 2011

Biografía laudatoria: Alejandro Tapia y Rivera y Ramón Power

Tomado de Alejandro tapia y Rivera, “Noticia histórica de Ramón Power”, Ediciones Rumbos: Barcelona, 1967.

Transcurría el año octavo de esta centuria, y España contestaba con grito heroico a las más negras de las traiciones, levantándose en masa a combatir al que osaba profanar el sagrado suelo de la patria; y de azar en azar y de combate en combate llegaba el 1812, fecha del primer paso en la regeneración nacional. Convocábase en Cádiz la Asamblea que había de codificar los nuevos principios proclamados por otros pueblos, y que impregnaban, por decirlo así, la atmósfera moderna. Habíanse, pues, reunido Cortes Constituyentes y extraordinarias llamadas por la Nación, huérfana de los Soberanos que hasta entonces la habían regido, y que no aceptaba a un monarca a quien reputaba intruso, por cuanto, a más de no ser de los propios, venía impuesto y amenazaba ser sustentado por las armas extranjeras.

Distaban mucho aquellas Cortes de las que antiguamente solían convocar los reyes, y que faltas de savia regeneradora habían muerto a manos del poder absoluto, de aquellas Cortes que a manera de burla solía evocar el trono como fantasma modelado a su capricho, y asaz distantes de merecer el nombre ni mucho menos la significación política que en un tiempo habían tenido.

Las de Cádiz brotaban del sepulcro de las tradiciones con la nueva vida de los principios, toda vez que traían la esencia del Parlamentarismo inglés, aunque vestido a la francesa, o sea la amalgama del estado nobiliario con el llano o tercero, descollando este último.

Pero si las Cortes resucitaban del caos del absolutismo con espíritu nuevo, no por ello osaron quebrantar el vínculo de la representación que por igual había ligado a todas las porciones del vastísimo territorio llamado las Españas; y en este concepto, la modesta isla de Puerto Rico, no de peor linaje ni condición en 1812, que en el siglo decimosexto, fue convocada a la parte que le correspondía en el todo nacional. Que si estaba contribuyendo con la hacienda de sus hijos al sostenimiento de la noble independencia española, ni eran ni debían ser pagados con olvido de los derechos, aquellos deberes no menos justos.

El salvamiento del niño Power por José Campeche

Entonces fue cuando pudo nuestra Provincia hacer oír su digna voz en la Asamblea legisladora por medio de algunos de sus más estimados hijos, entonces fue cuando alguno de éstos, don Ramón Power, grabando con nobles hechos su nombre en la memoria de los puertorriqueños agradecidos, dio motivos justos al aplauso y cimiento a esta noticia historia.

En efecto, ¿quién ha olvidado o no ha oído nombrar siquiera en esta Isla a don Ramón Power?

Nació este hombre benemérito en esta ciudad de Puerto Rico, el 7 de octubre de 1775, siendo sus legítimos padres don Joaquín Power y Morgan, natural de Bilbao, alférez Real de esta capital, y doña María Josefa Giral y Santalla, natural de Barcelona. Sus abuelos paternos fueron don Juan Bautista Power, vecino de Bilbao y oriundo de Burdeos, y doña María Morgan, natural del referido Bilbao; y los maternos don José Giral, capitán de Artillería, oriundo de Cataluña, y doña Lucía Santalla, oriunda de Granada.

Contaba don Ramón sobre 12 años de edad cuando se embarcó en compañía de su hermano mayor don José que contaba sobre 14, en la fragata Esperanza con objeto de continuar ambos sus estudios en Bilbao, patria de su padre. De esta época debe ser, sin duda, el retrato que del primero se ha conservado, y que acaso hubo de ordenar su familia al pintor Campeche con el fin de que quedase como recuerdo en la casa paterna al abandonar el niño su país con el propósito que se ha referido.

Si después ha sido y continúa siendo grande el número de jóvenes que se ven precisados a dejar este país para cursar los estudios profesionales por la falta de una Universidad que por su importancia y población debiera contar ya en su seno la Provincia, ¿qué no sería entonces cuando ésta se hallaba destituida por completo de cátedras y colegios en que cursar los estudios requeridos para las carreras científicas? Caracas y Santo Domingo ofrecían sus aulas universitarias a la juventud puertorriqueña, es verdad; pero dada la medianía de las fortunas de entonces, ¡cuán pocos estaban en aptitud de ir a utilizarlas!

Por fortuna para los Power, eran de los pocos privilegiados en esta materia; pero el mal les tocaba en cierto modo, pues si por no haber aulas suficientes en el país, podían gastar su hacienda en educar fuera a sus hijos, no por ello estaban menos condenados a sufrir las consecuencias de aquel mal aún hoy notorio. Entre la ignorancia y el ostracismo de algunos años, optaron sus padres por lo último. Entonces como ahora y como siempre, ¿no es la ciencia el pan necesario, indispensable para el Espíritu? ¿No es pan del cuerpo por la misma razón de que enseña la profesión que ha de ganarle?

En cuanto a los hermanos Power, emprendían viaje mucho más largo, sobre todo en aquel tiempo en que América respecto a Europa era otro mundo, dada la dificultad de las comunicaciones. Sin duda el padre de aquellos niños, vista la precisión de confiarlos a manos extrañas, en tan cortos años, creyó ser precavido eligiendo a Bilbao, ciudad de su cuna y residencia de parientes a quienes fiar la adolescencia de sus hijos.

Y sensible hubiera sido y frustrados para siempre sus paternales miras, a realizar la muerte sus terribles amagos como estuvo a punto de acontecer, privando a la desvalida Puerto Rico de los bienes que el menor de los dos hermanos había de dispensarle algunos años más tarde, cuando vestido por el niño hecho hombre, la toga del patricio, le fue dado consagrarse a favorecer y honrar el modesto suelo en que nació.

Los hombres extraordinarios remueven el mundo y éste les aplaude; pero en el corazón del que recibió los beneficios, tanto vale la gran figura como la modesta, lo esencial es que haya hecho el bien. En este sentir, la existencia de Power que fue la del hombre digno, la del ciudadano honrado y defensor de los derechos de un pueblo, perteneció a la esfera de los bienhechores, y, aunque modesta, será imperecedera en la memoria de los puertorriqueños agradecidos.

Volvamos a nuestra narración.

Hallábase la fragata Esperanza, conductora de los dos hermanos en la costa de Cantabria. El horizonte cubriéndose con negro manto, el viento silbando amenazador y el mar encrespándose agitado, eran pavorosas muestras de la tempestad tan terrible como frecuente en aquellos mares. La Esperanza demandaba auxilio, y del vecino puerto de Castro aparejábanse a favorecerla los animosos marinos de aquellas costas. Atracábase al costado de la fragata la lancha salvadora, y saltaban a ella en brazos del intrépido equipaje de la última los hermanos Power, que atendida su edad, debían ser los primeros en dejar el buque. Tocó su vez al niño don Ramón, cuando una inmensa ola interponiéndose entre la lancha y el costado de la fragata, puso a la primera a punto de abismarse, y el pobre niño, encontrando el vacío bajo su planta, cayó al mar…

Aquí parecía terminar segada en flor la existencia que después fue tan fecunda; pero uno de aquellos hombres avezados al dominio de las ondas, se abalanzó a la mura de la lancha, con peligro de caer también, y espiando el momento en que el niño volvía a la superficie para sumergirse de nuevo, acaso para siempre, acertó a asirle del cabello y logró salvarle, calmando la horrible ansiedad de su hermano y demás compañeros de peligro.

Esta escena que hemos oído narrar hace algunos años a su hermano don José, anciano respetable que sobrevivió a don Ramón por largo tiempo, era contada con tal colorido, con tanta verdad, que parecían revividas en el corazón del anciano las inolvidables emociones de aquel azaroso instante.

Ya hemos dicho que al partir para la Península contaba don Ramón sobre doce años. En Bilbao hizo algunos estudios, y luego se trasladó con su referido hermano don José a Burdeos y Bayona en donde aprendieron la lengua francesa que llegaron a hablar después con toda propiedad.

Hechos estos estudios, en cierta manera preparatorios, y de regreso en España, entró don Ramón en el Colegio de Guardias Marinas, de Cádiz tal vez, pues su hoja de servicios que nos ha sido facilitada por el Ministerio del ramo, no lo indica; obteniendo plaza como tal guardia, según dicha hoja en 22 de mayo de 1792 a los 17 años de edad aproximadamente. (…)

Alejandro Tapia y Rivera (1822-1882)

Volviendo a nuestra breve narración, diremos que no fueron los ya mencionados, los únicos servicios militares que prestó a la nación, toda vez que la reconquista de la ex provincia de Santo Domingo para España, le vio figurar como uno de los que más contribuyeron a aquella reversión.

Consumada por el impolítico tratado de Basilea que valió al favorito Godoy el título de Príncipe, la cesión de Santo Domingo a Francia, faltaba al hecho, para ser definitivo, la voluntad de los dominicanos. Amantes éstos de España entonces y por consiguiente mal avenidos con aquella cesión que atentaba a su natural y querida nacionalidad, diéronse a conspirar en pro de esto, ya dentro del territorio dominicano, ya desde Puerto Rico a donde emigraron no pocos por no ser de su devoción el extranjero.

Por iniciativa de aquéllos y con ayuda de éstos, dispusieron por el gobierno tropas y buques que fuesen a sostener el alzamiento de gente y poblaciones contra la dominación francesa.

No pocos puertorriqueños tomaron parte como voluntarios en esta expedición, y Power en su calidad de marino militar, tuvo a su cargo el mando de la división destinada al bloqueo y operaciones costeras en aquella Isla.

Con la acción memorable de Palo Hincado en que sucumbió el general Ferrand, caudillo de los franceses, y la rendición de la ciudad de Santo Domingo, ya bloqueada por aquel marino, terminó una guerra que devolvió a España una de sus mejores provincias.

Entonces regresó Power a Puerto Rico, y la proclama que dirigió a los dominicanos y tropas de su mando con motivo de aquellos hechos militares, cuyo documento reproducimos al final de estos apuntes, respira su acendrado españolismo y su amor al rey Fernando, tan deseado entonces como poco querido después.

También es ocasión de recordar la carta oficio en que la Dirección general de la Marina acogió con agrado las menciones honoríficas y propuestas de adelantamiento que hizo Power en favor de los que en aquella campaña estuvieron a sus órdenes, y en cuya comunicación declara el re­ferido centro, que el resultado de la expedición a Santo Domingo le honraba muy merecidamente.

Organizada en la Península, como dijimos al principio, la resistencia contra Bonaparte, formóse la Suprema Junta de Gobierno con vocales de todas las provincias, y electo por la de Puerto Rico don Ramón Power, durante su ausencia en Santo Domingo, fue recibido por la plaza y población con los honores correspondientes a Capitán General del Ejército que revestían los de aquel supremo cuerpo, y con todas las demostraciones propias de un pueblo que aplaude y espera los beneficios de una acertada y simpática elección.

La Gaceta extraordinaria del 29 de agosto de 1809 refiere los festejos que en la vía de obsequiarle, dispusieron el Municipio y la juventud de la ciudad allá sobre el 15 de dicho mes; y casi no valdría la pena de mencionar estos festejos, si no fuese porque demostraban la espontánea complacencia con que el público celebraba lo que reconocía como tributo debido al hombre íntegro en todos conceptos, eficaz servidor del Estado y siempre afanoso en la senda del bien público y de la Provincia.

Himnos, fiestas, arcos de triunfo, pinturas alegóricas y conmemorativas, de las que alguna nos ha quedado, fueron la expresión del público regocijo. Por desgracia hubo algo que sentimos tener que recordar y que calláramos ciertamente para no anublar este cuadro; pero que la franca verdad de la historia no nos permite pasar en silencio.

En aquellos días y con motivo de alguna cuestión de etiqueta o ceremonial en el Ayuntamiento, surgió, según hemos podido percibir de la tradición y de algún rasgo impreso en los pocos e importantes documentos que para el intento de trazar estos apuntes nos están sirviendo, la enemiga que el brigadier don Salvador Meléndez y Bruna, entonces primera autoridad de esta Isla, tomó contra Power, y que trocada en fuente de sinsabores para éste, amargó hasta lo último su vida; pero escrito está, que el triunfo del bien es espinoso.

Convocadas luego en Cádiz las Cortes extraordinarias, fue elegido diputado por esta Provincia, compuesta entonces de 200,000 habitantes; no sin grave oposición por parte de la primera autoridad referida, y en cuyo acto hubieron de mostrar los electores de Power, sobrada entereza y el valor cívico requerido en tales circunstancias. Hechos que alcanzó nuestra generación de labios ya trémulos por la edad, y entonces bastante firmes para mantener sus prístinos derechos de españoles.

¿Y cómo no había de mostrar cierta ojeriza a la elección de Power, reputado como liberal y por consecuencia enemigo de las facultades omnímodas, aquel gobernante que arbitrario por principios, iracundo y apasionado por carácter, como nos lo revelan algunos hechos y expresiones suyas, cuya memoria ha conservado la tradición, debía hallarse perfectamente bien avenido con las facultades discrecionales?

Pero a pesar de todo, tomó asiento Power en la Cámara el 24 de septiembre, y tanto en aquel lugar como en la vice-presidencia que ocupó después y en las varias comisiones que hubo de desempeñar en aquellas Constituyentes, prestó a la nación y a Puerto Rico servicios importantes.

Por ellos guarda esta provincia su nombre en el santuario de su memoria; pues desde la separación de la Intendencia que obtuvo, proponiendo y logrando que se nombrase para ella al sabio y honrado hacendista don Alejandro Ramírez, regenerador económico de Puerto Rico, hasta la abolición de las facultades omnímodas, autorizadas por Real Orden de 4 de septiembre de 1810 (restauradas por desgracia en 1825), todos sus esfuerzos fueron una serie de hechos favorables al Comercio, Agricultura y bienestar de su provincia.

Baste decir que si desde la administración de Ramírez que llegó a esta isla en 1813, data su riqueza y prosperidad con la extinción del dañoso papel moneda, la sustitución de la Hacienda propia a los situados que venían de Méjico y que eran recibidos con campanas a vuelo, música y fiestas, como único recurso para todas sus cargas y fuente de vida para todas las clases, con la fundación del Diario Económico destinado a esparcir luces benéficas, con la creación de la Sociedad Económica de Amigos del País que tantos servicios ha prestado en lo posible, y con el planteamiento o propuesta de otras medidas que trocaron el hato de Puerto Rico en país de agricultores y comerciantes, dejando vestido de seda y paño, según la expresión de un benemérito patricio, el pueblo que encontró, vistiendo coleta. Todo esto se debió y debe a Power que, con instinto de verdadero repúblico y patriota, comprendió por algunos trabajos y noticias del digno Ramírez, lo que podría valer para la desatendida provincia aquel insigne hacendista; y en adelante no podrá hablarse de la prosperidad de Puerto Rico, sin nombrar a Ramírez ni podrá mentarse a éste sin que asome a los labios el nombre de Power.

Y no dejaron de serle amargados estos triunfos, sobre todo, la revocación de las facultades absolutas; que rara vez al ser vencido el mal, deja de lastimar con su ponzoña. La enemiga del gobernador Meléndez estaba allí para recordarle que no puede atentarse impunemente contra la enconada pasión de lo arbitrario, ni mucho menos denun­ciarse abusos cometidos a la sombra de éste.

Sea pues por unas y otras causas, es lo cierto que Power fue atacado acerbamente en algunos escritos de tal origen, no embozado lo bastante, y sobre todo, en un folleto anónimo que no hemos visto, pero que circuló en la Asamblea nacional bajo el título de «Primeros sucesos desagradables en la isla de Puerto Rico consecuente a la formación de la Junta de Caracas».

De las palabras de Power ante la Cámara explicando su conducta, colegimos que nada tuvo que ver con aquellos sucesos desagradables, ocurridos entre el obispo y el gobernador en que figuran algunos jóvenes ordenados procedentes de Caracas, si no es que se quisiera ver un conflicto en que la autoridad gubernativa echase de menos para imponerse al obispo, la falta de facultades extraordinarias suprimidas a petición de Power.

En el Apéndice podrá verse su discurso referente a esto, así como la contestación que dio al folleto mencionado, si bien es de lamentarse la vaguedad de este último docu­mento, en que, sin embargo, se advierte la justa indignación y la amargura del hombre honrado que padece por la justicia.

En el Apéndice referido, a más de los documentos citados en estos apuntes, podrán verse sus discursos exponiendo el derecho de igualdad en la representación nacional, en que se sentían menoscabadas las vastas regiones ultramarinas tan celosas de igualdad, como toda la raza española de ambos mundos, sentimiento que, como ha dicho un nota­ble escritor, es sensible en ella hasta la susceptibilidad.

Nada consiguió Power por entonces en este concepto, realizado hoy por la revolución de septiembre que ha abierto para Puerto Rico la representación nacional bajo la misma base electoral de que disfruta la Península, es decir, con igual proporción respecto al censo de almas.

Power era un diputado de quien no pudo decirse que debiese su elección a influencias ni recomendaciones oficiales, ni pasó el tiempo en recabar de los Ministerios otras concesiones que las del bien general, ni fue a pedir restricciones en vez de franquicias, ni abultó temores, ni sem­bró desconfianzas, ni entorpeció proyectos justos, ni el escaño de las Cortes fue trono de vanidad o baño de opio para sus infatigables anhelos del bien público, ni hubo medio que le embarazara, ni promesa que lograra alucinarle. Aquel escaño fue para él verdadero puesto de sacrificios, de honra, de valor y de amarguras. Nunca calló cuando debía hablar, ni dejó oír su voz para transacciones indebidas. Fue un digno ciudadano antes, un digno ciudadano allí y siempre un legítimo y verdadero diputado de Puerto Rico.

Su opinión en cuanto a Ultramar fue la de atraer por la justicia, y clamó contra toda especialidad sinónimo de exclusión.

Así fue en todo: lógico para aquellos tiempos y para éstos como quiera toma por pauta la justicia; pero por desgracia, poco más podríamos extendernos al narrar su bravísima existencia, puesto que a más de esta circunstancia, desnuda aquella de lances y accidentes que den pasto al novelesco interés, tiene sin duda que ser poco variada y pintoresca, tropezando presto con el sepulcro.

A él le llevó la letal fiebre en Cádiz el 10 de junio de 1813, es decir, a los 38 años de edad, cuando ejercía tan notablemente las funciones de diputado y cuando tanto podía esperarse aún de aquella vida laboriosa.

Sus mortales cenizas descansan en el elegante mausoleo que el Ayuntamiento de Cádiz consagró a los diputados de las Constituyentes doceañistas, muertos en aquella ciudad, y el Municipio de ésta, al saber su fallecimiento, ordenó y llevó a cabo, con anuencia de la Diputación Provincial, pomposos funerales por cuenta de los fondos propios.

Pero Power vive aún, pues viven sus obras. Y si amarguras le costaron éstas, la satisfacción íntima de quien obra el bien, debió colmar en cierto modo las aspiraciones de su alma generosa. Que no era egoísta el hombre que como Power, mimado por la cuna, heredero de honoríficos cargos y de hacienda con que holgar, llamado a las distinciones por su carrera, hijo de una familia considerada por los hombres que se sucedían en el poder y poseedor de los respetos públicos; en vez de abandonarse al sueño del bienestar, como tantos otros, que así lo harían, dada la negligente vida de nuestra sociedad en aquellos tiempos, no rehuyó las pesadumbres que lleva consigo el afanarse por el bien de los demás. Sin duda comprendió que el bien y la dignidad particulares no pueden estar garantizados debidamente sin el bien y dignidad de todos, y desdeñó la indiferente holganza del espíritu a que le atraía lo que debió rodearle. Por eso, ardiendo en cívicas virtudes, sacrificó al ejercicio de éstas, como deber que se imponen las nobles almas, una tranquilidad que rara vez se compra sin serviles complacencias y sin pérdida o desmedro del carácter; por eso la posteridad agradecida le paga recordándole como debió pagarle en vida su conciencia.

No son ni el torrente asolador, ni el aguacero tropical los que fecundizan mejor la tierra; el modesto arroyo perseverante, la lluvia tenue y continuada, se filtran y penetran mejor en el limo vegetal sin arrastrarlo.

Le celebramos por lo que hizo y por lo que hubiera hecho a vivir más tiempo. Fue un carácter, porque era una voluntad reflexiva; fue digno, porque quiso y realizó el bien. ¡Estimable carácter, noble y fecunda existencia!

Comentario:

Un aspecto determinante de este texto de Alejandro Tapia y Rivera es que se fija en una figura determinada, Ramón Power y Giralt, y lo transforma en signo de lo mejor de Puerto Rico y en un emblema de la Identidad que dominó hasta la década de 1970. Sólo la Nueva Historiografía Social y la Historiografía Post-estructural, han revisado el protagonismo de Power en el discurso identitario desde entonces. La Identidad Puertorriqueña se sintetiza en un hombre excepcional: “Los hombres extraordinarios remueven el mundo y éste les aplaude”. La idea de que la Historia es un proceso en que, como ha dicho Fernando Picó, se ha “venido saltando de prócer en prócer”, queda instituida. La Historia se convierte en la expresión de las elites y en una gestión desde arriba, no muy distinta a la mirada de los historiógrafos españoles y extranjeros antes citados.

El texto está manufacturado como una obra dramática, tal y como la imaginaba Voltaire. Inicia con un paseo o introducción, plantea el conflicto con sus protagonistas y antagonistas, y articula un desenlace con el elogio de despedida. El héroe se convierte en signo moral y en un modelo social digno de ser imitado. El recurso a la Rueda de la Fortuna, es patente fortuna y azar convergen en la consolidación de la figura prócer y lo convierten en un inmortal. Y en el azar, como buen Romántico, una “tempestad tan terrible como frecuente” amenaza al niño Power en el mar de Cantabria.

La Biografía Laudatoria se caracterizó por su fin cívico y moral, o la voluntad de ser “útil” y “agradable” como las antologías literarias  publicadas en 1843 y 1844. El biógrafo destaca los valores de la verticalidad y la integridad del biografiado. Se trata de la proyección de una figura sin dobleces, sin cambios y que, en sí misma, representa un todo. Esa condición lo trasforma en el motor de cambio. El documento de Tapia y Rivera consagra dos fechas. El 1812 como momento de “regeneración nacional”, y el 1813 como el momento en que entramos a la Modernidad y se trocó “el hato de Puerto Rico en país de agricultores y comerciantes”. Los gestores son dos hombres: el Militar Ramón Power y Giralt y el Hacendista o Intendente Alejandro Ramírez. Vistos desde el presente, se trata de dos simplificaciones atroces.

Es importante destacar que en el caso de Power y Giralt, la hispanidad y la puertoriqueñidad son equiparadas. El autor no vacila en destacar “su acendrado españolismo y su amor al rey Fernando” cuando aquel era denominado el “Deseado”. Pero cuando habla en las Córtes de Cádiz, lo hace como puertorriqueño digno de “la memoria de los puertorriqueños agradecidos”. La dualidad de Liberalismo Insular en ciernes es evidente, pero la hispanidad se impone porque es la fuerza que permite la expresión del puertorriqueño.

En términos técnicos debo destacar, el uso de fuentes orales y escritas, de notas al calce informativas que he suprimido en el texto, el recurso a los apéndices documentales que expresan la voluntad de que “el documento hable por sí mismo” y convierte a la biografía en una introducción o prefacio a la colección documental; y el recurso de la digresión para insertar reflexiones críticas como la que se hace respecto al tema de la educación. Debo recordar que el  documento se escribió en el Sexenio Democrático (1868-1874) cuando había espacio y libertad suficiente para ello.

  • Mario R. Cancel
  • Historiador y escritor

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