Puerto Rico entre siglos: Historiografía y cultura

marzo 18, 2021

San Juan/Ponce/Nueva York/La Habana: Trayectorias de Sotero Figueroa

La siguiente entrada incluye la vídeo conferencia del Dr. César A. Salgado, comparatista de la Universidad de Texas en Austin, sobre el tipógrafo, intelectual y conspirtador puertorriqueño Sotero Figueroa. La actividad fue realizada el 4 de febrero de 202 por invitación del Centro de Investigación Social Aplicada (CISA) del Departamento de Ciencias Sociales (RUM-UPR). La misma es comentada por el Prof. Mario R. Cancel (RUM-UPR). Invito a todos a elaborar una reflexión innovadora sobre el siglo 19 puertorriqueño.

julio 24, 2020

Pensar el separatismo: el planteamiento de un problema

  • Historiador

De cara a la conmemoración del 151 aniversario de la Insurrección de Lares de septiembre de 1868, volver a mirar las circunstancias que rodearon la rebelión reviste una peculiar importancia. Revisitar los caminos que condujeron a Lares, podría animar una comprensión más abierta de los problemas que rodean a los que al presente se consideran herederos de aquel actó único en muchos sentidos.

El separatismo: una aproximación conceptual

El separatismo fue un movimiento político ideológico diverso que aparece mencionado por primera vez en documentos puertorriqueños del año 1795. En aquellos pliegos el concepto sugería una aspiración amenazante que atemorizaba a las autoridades hispanas en la medida en que ponía en peligro su control soberano sobre las colonias Hispanoamericanas y Caribeñas. La meta política inmediata del separatismo era separar o enajenar a Puerto Rico del Reino de España. La meta política futura, la cuestión de hacia dónde conduciría la separación, no estaba clara. El separatismo no terminaba con la ruptura con el poder colonial hispano. Durante el primer tercio del siglo 19 las posibilidades tras la separación eran varias. Por un lado, se podía asociar a Puerto Rico separado a otro poder mayor en busca de seguridad política y económica. Por otro lado, se podía vincular a Puerto Rico separado a las otras Antillas en una federación en el modelo de la estadounidense emanada del 1776 que desembocó en la constitución de 1787, o de la germánica articulada por Napoleón Bonaparte en 1815 en el escenario del Congreso de Viena. En ocasiones ambas posibilidades se entremezclaban, elemento que complicaba el panorama ideológico del separatismo decimonónico.

En diversas instancias, la unión que se buscaba constituir debía convertirse en parte de un poder internacional estable. En aquel entonces no se confiaba en la capacidad de los territorios pequeños o insulares para la independencia y la soberanía. Después de 1819, los poderes que parecían idóneos para ese fin fueron la Gran Colombia creada por el Congreso de Angostura y Estados Unidos. A pesar de que era probable que muchos separatistas deseasen constituir el Puerto Rico separado en un país independiente y soberano, aquella no parece haya sido la tendencia dominante. El separatismo fue un movimiento internacional encabezado por criollos radicales que seguía el modelo de lo que luego se denominó el Ciclo Revolucionario Atlántico en América. En términos geopolíticos y culturales, concebía a Puerto Rico como parte integrante de Hispanoamérica, modelo figurado en las estructuras seculares del Imperio Español por lo que su probable integración a aquel “otro” no planteaba problema alguno. En síntesis, el separatismo fue la base no solo del movimiento independentista en sus diversas manifestaciones sino también de todo movimiento anexionista a otro territorio continental.

El separatismo anexionista tenía como meta política separar a Puerto Rico del Reino de España para anexarlo a otra unidad política. Su tradición ha sido documentada con varios modelos más o menos conocidos por los investigadores.

  • El primero fue la conjura de 1815 organizada por el diputado a Cortes de origen hispano-cubano, el militar y mercenario José Álvarez de Toledo y Dubois (1779-1858). Álvarez de Toledo aspiraba separar las tres Antillas Mayores del Reino de España con el fin de fundar una confederación que, una vez constituida, solicitaría su integración a Estados Unidos como un territorio más. La conjura fue promovida por intereses económicos de aquel país pero no gozó del respaldo de su gobierno y el conspirador cayó en manos de las autoridades hispanas.
  • El segundo fue la conspiración de 1821 cuyo cerebro organizativo fue el General Antonio Valero de Bernabé (1760-1863). El militar nacido en Fajardo redactó un “Plan de Invasión a Puerto Rico” que proponía separar a Puerto Rico del Reino de España con la finalidad de convertirlo en el Estado de Borinquen de la Gran Colombia.
  • El tercero fue otra conjura del año 1822, preparada por el militar y mercenario alemán General Luis Guillermo Doucoudray Holstein (1772-1839) la cual tuvo como centro de operaciones la isla holandesa de Curaçao. Se sabe que poseía contactos en la ciudad de Filadelfia, Pennsylvania. El conspirador planeaba invadir y administrar su proyecto desde la costa oeste del territorio probablemente Mayagüez o Aguadilla y se proponía convertir a Puerto Rico en el Estado de Boricua de Estados Unidos.

El separatismo anexionista estuvo especialmente activo durante la década de 1850 en particular en Cuba alrededor de la figura del militar venezolano Narciso López de Urriola (1797-1851) y en 1868, cuando estallaron Lares y Yara, era una de las fuerzas ideológicas más pujantes dentro de los sectores separatistas. En Puerto Rico, el médico José F. Basora (1832-¿1882?) y el empresario Juan Chavarri, ambos de Mayagüez y cercanos de Ramón E. Betances Alacán (1827-1898) y Segundo Ruiz Belvis (1829-1867), fueron anexionistas militantes antes de la insurrección de Lares.

«1868-1968» por Lorenzo Homar, serigrafía

El separatismo independentista por su parte tenía la meta de separar a Puerto Rico del Reino de España para convertirlo en un país soberano y, desde la soberanía, promover la constitución de una federación o confederación de las Antillas hispanas, Cuba y República Dominicana. A fines del siglo 19 los potenciales miembros de la unión ya se habían ampliado hasta incluir todo el orbe antillano insular.  Como se dijo, los archivos registran su presencia desde 1795 cuando se investigó a supuestos separatistas en la isleta de San Juan en el contexto del temor producido en la oficialidad colonial por motivo de la Revolución Francesa. Aquel año se había aprobado la Constitución del Año III de la Revolución tras la desaparición del Club de los Jacobinos, como antesala del golpe militar del 18 Brumario de Napoleón Bonaparte. La presencia esporádica del separatismo independentista entre 1808 y 1827 ha sido documentada pero todo parece indicar que aquella propuesta alcanzó madurez política entre los años 1837 y 1865.

Aquellos años representaban dos lugares claves para el relato tradicional de la historia política de aquel siglo que la historiografía del 1930 y el 1950 consagraron no a la luz del desarrollo del separatismo sino del autonomismo. El relato aludido enlazaba el desarrollo del separatismo independentista al hecho de que en 1837 se había excluido a Puerto Rico del amparo de la Constitución de 1836, a la incumplida promesa de Leyes Especiales o autonomía regional y al fraude que significó la Juan Informativa de Reformas citada en 1865 y celebraba en 1867. Bajo la presión de las circunstancias los separatistas independentistas favorecieron el establecimiento de alianzas con los separatistas anexionistas y con los liberales reformistas más exigentes, en especial los que defendían la autonomía moderada o radical. La manifestación política más conocida del separatismo independentistas fue la Insurrección de Lares de 23 de septiembre de 1868 y todas las conjuras que le sucedieron hasta los Comités de Pólvora animados por Betances Alacán antes de radicarse en París que seguían activos en 1874.

El separatismo independentista no era  un movimiento homogéneo. Las tendencias dominantes parecen haber estado determinadas por la naturaleza del liderato y sus preferencias tácticas por lo que es posible distinguir entre una facción militarista y otra civilista.

  • El separatismo independentista militarista era antimonárquico y republicano. Su liderato estaba constituido por militares profesionales que provenían del Estado Mayor del Ejército Español en Puerto Rico y su centro de acción estaba en la capital, San Juan. Su activismo ha sido documentado en una diversidad de actos conspirativos  ejecutados entre 1848 y 1865. Se sabe que negociaban el apoyo político y económico de los gobiernos de la República de Venezuela y de la Monarquía de Gran Bretaña para su causa. Su republicanismo no les impedía negociar con un régimen monárquico como el británico. Hacia el 1863 se organizaron alrededor del Gran Club de Borinquen cuyos encargados eran los militares Andrés Salvador (1804-1897) y Juan Eugenio Vizcarrondo y Ortiz de Zárate (1812- ¿?). La táctica que los definía era simple: debía articularse un golpe militar eficaz con el más amplio apoyo popular a fin de proclamar la independencia. Los gastos de la guerra de independencia se pagarían con un préstamo a los británicos, pagadero después de la independencia. La confianza en que las fuerzas armadas y la gente apoyaría al liderato era completa, hecho que sugería una concepción pasiva del papel de la comunidad en el proceso.
  • El separatismo independentista civilista era también antimonárquico y republicano.  Fue una facción liderada por civiles, profesionales e intelectuales activos en Puerto Rico y atrajo a numerosos exiliados que habían hallado refugio en el Caribe y Estados Unidos. Hacia el año 1857, su centro gravitacional estaba en Mayagüez y sus dirigentes más notables eran Betances Alacán y  Ruiz Belvis quienes negociaban el apoyo de Estados Unidos y de las Repúblicas de Perú y Chile para su causa. La correspondencia de Betances Alacán demuestra que también este, a pesar de su republicanismo radical, nunca descartó  el respaldo de monarquías como la británica si se trataba de adelantar la causa de las islas. Desde 1865, se aliaron con la Sociedad Republicana de Cuba y Puerto Rico en Nueva York, organización encabezada por el cubano Cirilo Villaverde (1812-1894) y el citado Basora, ambos anexionistas. La comunidad de intereses entre los separatistas independentistas civilistas y los anexionistas era visible pero no impidió que se desarrollaran tensiones en algunos momentos. Su táctica consistía en  organizar una invasión a Cuba y Puerto Rico desde Estados Unidos con el apoyo de algunos países de Hispanoamérica, a la vez que se estimulaba un levantamiento o insurrección popular en ambas islas. Todo sugiere que estaban dispuestos a contratar militares profesionales para coordinar la fase bélica pero querían asegurarse de que el protagonismo del proceso recayera en el liderato civil a fin de que la revolución representara los intereses de la gente o el pueblo común. Las relaciones con los militares profesiones siempre fueron ambiguas como quedó demostrado en los eventos de Lares y Pepino.

Ambas tendencias, la separatista independentista (militarista y civilista) y la anexionista apoyaban en principio el libre mercado, la libre competencia y, tras el fin de la Guerra Civil en Estados Unidos (1864), la abolición de la esclavitud de manera más o menos unánime. A pesar del elitismo del liderato, simpatizaban con la construcción de un sistema democrático o representativo que se apoyara en la gente común o el pueblo siguiendo el modelo francés y estadounidense. Todos reconocían que el proceso de separación de Puerto Rico de España debía tener un componente de violencia armada. La experiencia de los procesos de emancipación de las ataduras del Antiguo Régimen en América desde fines del siglo 18 así lo indicaba.

Todos aquellos sectores estuvieron presentes en los procesos que condujeron a la Insurrección de Lares del 23 de septiembre de 1868. La complejidad y heterogeneidad del separatismo tiene que ser tomada en consideración  a la hora de evaluar su manifestación más relevante.

El separatismo: una aproximación historiográfica

El separatismo fue uno de los proyectos político ideológicos más visibles durante el siglo 19. A pesar de que nunca consiguió la meta última que se propuso, desasir a Puerto Rico del control hispano por la fuerza de las armas, asunto que se resolvió con una invasión extranjera en 1898, su impacto sobre la figuración identitaria puertorriqueña ha sido significativo. El esfuerzo del gobierno español por suprimirlo ocupó a muchos investigadores desde fines del siglo 19, momento en el cual el periodista ponceño radicado en la ciudad de Nueva York, Sotero Figueroa Fernández (1851-1923) se propuso historiarlo. Aquel intelectual vinculado a los sectores artesanales había transitado del liberalismo, al autonomismo radical, y de allí al independentismo confederacionista.

Uno de los rasgos distintivos del proyecto de Figueroa fue que no vio la experiencia separatista previa a aquella fecha: la de fines del siglo 18 y la que se había articulado desde 1808 hasta por lo menos 1848. Figueroa investigaba en una situación de emergencia, desde el exilio político y bajo la vigilancia de las autoridades hispanas. El interés que manifestaba no podía desembocar en una historia sistemática del separatismo por toda una diversidad de circunstancias materiales y espirituales. El hecho de que él no fuese un historiador, los reclamos de la inmediatez que imponían la militancia y el activismo, la ausencia de archivos o registros documentales formales a los cuáles recurrir aparte de los periódicos revolucionarios disponibles, entre otros, debe ser tomado en consideración en cualquier juicio que se haga sobre su esfuerzo. Figueroa escribió desde la experiencia conspirativa y la pasión del militante. Los registros o archivos de los que dependió fueron el testimonio del liderato separatista puertorriqueño puesto sobre papel a petición suya, en especial el de Betances Alacán. El médico de Cabo Rojo, desde su punto de vista, representaba la tradición más vigorosa del separatismo independentistas puertorriqueño a la luz de su papel en el 1868. Al apelar a la memoria de los participantes en especial los protagonistas, inauguró un tipo de historia oral sin oralidad porque muchos de sus testigos vivían dispersos por América y Europa y solo eran asequibles por correspondencia.

La discursividad de Figueroa tanto en sus notas biográficas sobre algunos líderes separatistas en el Ensayo biográfico…  (Ponce, 1888), como en sus artículos sobre la Insurrección de Lares de La verdad de la historia (Nueva York, 1892), osciló entre dos polos. Por un lado, la nostalgia respecto al punto de viraje que representó para la memoria separatista decimonónica el 1868 puertorriqueño y cubano, Lares y Yara. Por otro, la insistencia en la uniformidad ideológica de aquellos proyectos. Ambos intentos rebeldes terminaron por ser identificados como la  expresión de un separatismo de fines independentistas homogéneos. Lares, dados los numerosos mártires que produjo, fue imaginado como un acto heroico iniciático no exento de sacrificios. Un acto de aquella naturaleza invitaba a la reverencia. Ese fue el tono que le imprimió el Partido Nacionalista cuando retomó e hizo suyo aquel hito en 1930 bajo el influjo intelectual de Pedro Albizu Campos. Los historiadores del nacionalismo hicieron un esfuerzo por extender las raíces de lo que llamaban la gesta de Lares hasta las fuentes bolivarianas a través del rescate de una de las grandes figuras de aquel proyecto histórico: el General Antonio Valero de Bernabé (1790-1863)

Que el separatismo de las décadas de 1880 y 1890 estuviese integrado por personalidades identificadas con la autonomía radical, como Figueroa, y la independencia era comprensible. Los portavoces del orden español insistieron en acusar a los autonomistas moderados o radicales de ser antiespañoles y separatistas potenciales. En ocasiones también los señalaron como favorecedores de los avances de los intereses de Estados Unidos en las Antillas españolas y el anexionismo, asociación difícil de negar cuando se observa el problema desde el presente. Aquello significaba que la mirada que poseían las autoridades policiacas y de alta política o espionaje hispanas del separatismo, distaba mucho de la homogeneidad que le adjudicaba Figueroa en sus textos de fines del siglo 19 y de la que le impusieron los nacionalistas desde la década de 1930.

¿Qué le faltaba al modelo de Figueroa y de los nacionalistas? Le faltaba el componente separatista anexionista que tanto había preocupado a Eugenio María de Hostos Bonilla (1839-1901) durante sus primeros días en Nueva York en 1870. La exclusión de los anexionistas en la ola subversiva alrededor del 1868, práctica que cumplía una función política concreta en aquel entonces, llama mucho la atención. La omisión de los observadores del siglo 19 fue reproducida por los del siglo 20. En una serie de expresiones públicas vertidas entre 1923 y 1930, los ideólogos del nacionalismo argumentaron que la integración de Puerto Rico a aquel país como estado era imposible.

Los procesos a través de los cuales se ejecutó la purga del pasado anexionista del separatismo no han sido investigados con propiedad. El discurso a través del cual ello se realizó nunca ha sido problematizado por lo que el sentido cambiante de la anexión desde 1820 hasta 1930 tampoco ha sido precisado. La exclusión no se circunscribió al componente anexionista por cierto. La reflexión sobre el pasado de la lucha por la independencia elaborada desde el nacionalismo devaluó la herencia de los autonomistas radicales. En un artículo publicado en partes entre 1930 y 1931 en el marco de un argumento jurídico, Albizu Campos afirmaba que una autonomía liberadora si bien había sido posible bajo el orden español, su modelo era la Carta Autonómica de 1897, ello no era posible bajo el estadounidense.

Todo sugiere que las fronteras entre independentistas, anexionistas y autonomistas radicales en el siglo 19 eran bastante fluidas, débiles o porosas. La experiencia política emanada del 1898 parceló y distanció aquellas tres expresiones de la resistencia antiespañola cancelando de ese modo los vasos comunicantes que habían existido entre aquellas. Después de todo las necesidades y las circunstancias de la política y el activismo de cada día eran diferentes en los siglos 19 y 20. El problema no radica en el distanciamiento en sí mismo sino más bien en la forma en que unos y otros sepultaron ese pasado y no volvieron a reflexionar en torno el mismo. El resultado neto de aquellos para la historiografía del separatismo fue la reducción de un discurso y una praxis compleja. Circunscribir el separatismo a la propuesta independentista  simplificaba una experiencia que irradiaría la cultura política puertorriqueña de los últimos dos siglos. Aclarar el papel que cumplió aquella madeja de tendencias camino hacia el 23 de septiembre es por lo tanto esencial.

Publicado originalmente en 80 Grados-Historia el 17 de julio de 2020.

abril 11, 2019

Intersecciones entre historiografía y política hasta la década de 1930

Presentado durante el Primer Encuentro de Investigación de la Facultad del Departamento de Ciencias Sociales del RUM el 6 de marzo de 2019 en conmemoración del 60 aniversario de la institución.
  • Mario R. Cancel Sepúlveda
  • Catedrático de Historia

Uno de los campos de estudio que más ha llamado mi atención en los últimos 10 años es el de la escritura histórica en Puerto Rico durante el siglo 19 y la primera parte del 20 hasta la década de 1930. Desde la invasión del 1898 hasta la Gran Depresión de 1929, la historiografía puertorriqueña estuvo dominado por un conjunto de voces vacilantes, situación comprensible en el contexto de la consolidación y el desencanto con la relación con Estados Unidos. Fue en medio de la crisis material e inmaterial que la reflexión historiográfica se estabilizó alrededor unos paradigmas confiables. El debate sobre el papel de los valores hispanos que se emborronaban y los estadounidenses que se profundizaban y la reflexión sobre la inserción de aquellos en la puertorriqueñidad, se resolvió de modo tentativo en la discursividad de la llamada generación de 1930. La crisis material de 1929, sin embargo, abrió paso a un duro cuestionamiento a la relación con Estados Unidos con los efectos que todos conocemos.

Otra historia política

Mi investigación busca establecer los artilugios retóricos invertidos en la enunciación del pasado colectivo a la luz de una muestra de intelectuales integristas y separatistas del siglo 19; e independentistas y estadoístas del siglo 20. Se trata de una mirada desde los “extremos” en la cual las posturas de “centro” se disuelven conscientemente. Mi argumento es que liberales reformistas, fuesen asimilistas o especialistas, autonomistas moderados o radicales, seguían siendo integristas a España que solo buscaban disminuir las tensiones que producía un vínculo que valoraban mucho. La misma lógica se aplica a los centros bajo Estados Unidos. Los defensores del self-government, de la autonomía, del gobierno propio, de la soberanía local, del dominio, del protectorado, igual que aquellos que hoy aspiran a la soberanía o la libre asociación, expresaban el deseo de que Puerto Rico no se convirtiera en estado ni fuera independiente porque valoraban en extremo la relación que se había establecido con aquel país desde el 1898. De un modo u otro el relato de la historia de Puerto Rico ha sido articulado desde ese centro vacilante y no desde los extremos políticos.

Para ello se evaluará la relación de las voces con el otro imperial partiendo de la premisa de que separarse o no separarse de España antes del 1898; e independizarse o integrarse a Estados Unidos después del 1898, es la diferencia más representativa en la discursividad de los autores revisados. Ello no excluye que no haya otras discrepancias de igual o mayor notabilidad cuando se les mira desde un territorio que no sea la política, ni que no existan otros criterios para definir las posturas extremistas en la historia política del país durante el periodo estudiado.

Lo que se busca es establecer las convergencias y las divergencias de los historiógrafos del siglo 19 y del siglo 20; apuntalar el estudio de las contradicciones al interior de los integristas, separatistas, independentistas y estadoístas; establecer los silencios o la elipsis en torno a ciertos temas y la insistencia de otros en llamar la atención sobre los mismos. El panorama de la fuentes demuestra que la idea de la nación y de la identidad difiere cuando se la formula ante España y cuando se la formula ante Estados Unidos desde uno u otro bando. Elucidar el pugilato por el control de esa discursividad (un valor inmaterial) y su reinversión en el mundo político y social (un valor material) es clave para la creación de una historia política innovadora. Mi intención es elaborar un análisis textual intensivo sin desasirme de la relación dinámica entre la cultura material y la inmaterial en un contexto colonial. Por otro lado, la investigación busca evitar que el análisis de la política de aquella época sea invadido por las preconcepciones del presente. Me parece evidente que hablar de autonomía, anexión, estadidad o independencia, no significa lo mismo a lo largo del tiempo.

La lectura de las fuentes se hace con dos fines en mente. Por una parte, establecer las fuentes teórico-interpretativas y empíricas a las que apelan los historiadores a fin de confeccionar un mapa de sus lecturas y las modulaciones de su interpretación a la hora de invertirlas en la evaluación de la historia de Puerto Rico para fines concretos. Elaborar un “mapa” que informe sobre las fuentes de legitimación ideológica de la intelectualidad integrista y separatista en el siglo 19; y la independentista y estadoísta en el siglo 20, es un proyecto de envergadura que tiene que ver con el registro textual que utilizaron y las lecturas de aquellos.

Un elusivo objeto de estudio

Los medios para adelantar esa meta son las autoridades intelectuales a las que apelan directa o indirectamente los autores para legitimar sus argumentos, las notas al calce cuando las usan, las bibliografías cuando las incluyen y los marcos retóricos en los cuales se apoyan. También se recurrirá a las reflexiones sobre historiografía, teoría y metodología de una muestra de historiadores del siglo 19 presente en los prólogos, notas y comentarios a terceros y conferencias públicas.

El ejercicio servirá para ratificar la diversidad del pensamiento historiográfico puertorriqueño en el siglo 19, documentar su entronque europeo y aclarar en qué forma el 1898 afectó esa relación cultural. Mis investigaciones sugieren que el entronque europeo y el estadounidense convergieron en la intelectualidad insular durante la segunda mitad del siglo 19 en ideólogos de todas las tendencias y que, como ya ha planteado el investigador César A. Salgado a la luz del tema de la abolición de la esclavitud en 1873, la “posesión del pasado” también fue parte de una pugna que se manifestó en el canon histórico. Lo mismo puede afirmarse para gestas e iconos asociados al 1812, el 1868 o el 1897. La “posesión del pasado” era fundamental para justificar el proyecto modernizador de cada uno de los sectores bajo estudio.

La lectura de las fuentes se hace con un segundo fin: aclarar la relación de las concepciones ideológicas, políticas y culturales con el lugar desde el cual se emiten en cuyo caso, establecer el perfil social y económico de las voces es cardinal. En este sentido, lo que se intenta es conocer desde qué lugar de la nación hablan y qué aspecto de la identidad sirvió de sostén a los argumentos. Lo que busco es penetrar los mecanismos de manipulación de la memoria y la historia para fines políticos en la discursividad histórica del siglo 19 y el siglo 20 y ver cómo la historiografía afectó el activismo modernizador en aquellos escenarios.

Un asunto para tomar en cuenta es que gran parte de las fuentes no son libros de historia. La muestra incluye artículos periodísticos, correspondencia, memorias, autobiografías, ensayos, reflexiones, notas sueltas al calce o la margen de ciertos textos. Pensar históricamente no es monopolio de historiadores: la escritura histórica no puede limitarse a las convenciones del formalismo porque, en todo caso, una parte significativa del acervo se perdería. Un ejemplo es la obra de Ramón E. Betances Alacán quien habla de su contemporaneidad en una diversidad de medios y formas. Escribe narrativa a la manera de Voltaire para enjuiciar e impugnar la idea de la libertad en la modernidad; aprovecha una lectura de El Quijote para azotar a España en la misma época en que codifica el concepto “desespañolizar” para nutrir su separatismo; y comenta sus impresiones de lectura de un libro de John Stuart Mill sobre Augusto Comte y la Física Social o Positivismo en una carta a José F. Basora como parte de un debate intelectual y político con Eugenio M. de Hostos Bonilla. En ese sentido la Historia, el pasado formalizado; la Memoria, el pasado no formalizado; y el presente desde el cual se emite el juicio, se intersecan y nutren mutuamente.

Con esos recursos a la mano, estaré en posición de evaluar el papel de la memoria y la historia en la reflexión antiespañola y proespañola en el siglo 19; y en la reflexión hispanófila y americanizadora en el siglo 20. El giro del 1898 sigue teniendo relevancia. Mirar hacia el eufemístico “cambio de soberanía” a la luz de la historia, la política y la cultura servirá para entender por qué la retórica de las elites puertorriqueñas y los sectores populares siguió rigiéndose por valores hispanos hasta 1950 no empecé la presencia estadounidense. En este proyecto veo los fundamentos para una historia revisionista que sea una “historia cultural de la política” tal y como sugirió, en otros términos, Fernando Picó en un artículo publicado en 2008.

Por último, este proyecto aspira adentrarse en la interpretación de 1898 alrededor de la afirmación de que el “trauma” o “ruptura”, resabio que emana de una concepción estrecha del cambio histórico como expresión del Progreso, no fue tan profundo. En primer lugar, se pretende darle continuidad a un esfuerzo interpretativo cuyos antecedentes se encuentra en la ensayística revisionista de 1980 a 1990 que incluyó las voces de José L. González, Juan Flores, Juan Gelpí, Arcadio Díaz Quiñones, entre otros. En segundo lugar, a las aproximaciones originales generadas entre 1995 a 1998 alrededor del Centenario del 1898 en particular los esfuerzos de la Asociación Puertorriqueña de Historiadores. En tercer lugar, a las investigaciones que realicé entre 2008 y 2011 sobre la representación de los puertorriqueños en los textos estadounidenses difundidos entre 1898 y 1926, proyecto en el cual me involucré con José Anazagasty Rodríguez y sobre el cual estamos trabajando un nuevo volumen.

Publicado originalmente en 80 Grados-Historia  el 5 de abril de 2019.

 

agosto 6, 2015

Betances Alacán en la imaginación y la memoria: unos apuntes. Primera parte

  • Mario R. Cancel Sepúlveda
  • Historiador y escritor

La fama de Betances Alacán como un activista republicano era bien conocida en su tiempo. Los españoles conocían de la misma desde antes de 1868 y su relación  profesional y personal con Manuel Ruiz Zorrilla (1833-1895) no era un misterio. En 1869, sin llegar a los extremos de ilusión manifestados por Hostos respecto a los fines de la Revolución Gloriosa, reconocía en aquel proceso una experiencia que retaba a la monarquía. De igual modo, en una carta enviada a  Ramón  Marín en 1888 en la cual le comentaba su texto satírico sobre los compontes titulado “Viajes de Escaldado”, le sugería al amigo que sólo la España republicana podría acaso hacer algo por Puerto Rico. La idea de que España no podía dar lo que no tenía estaba asociada a la monarquía decadente y no a la España que podía ser, a la moderna. Betances Alacán era republicano pero no se dejaba seducir por fantasmagorías y era capaz de reconocer la distancia ideológica que le separaba de un español aunque aquel fuese republicano.

Lo mismo podría inferirse de su postura respecto a los republicanos que en 1898 invadieron a Cuba, Filipinas y Puerto Rico. El republicanismo tenía sus grados  y los contextos etnoculturales en los cuáles se desarrollaba lo diversificaban. Un separatista independentista republicano y confederacionista por más señas como él, jamás se llamaría a engaño con el Partido Republicano de Estados Unidos y mucho menos con las aspiraciones imperialistas de su presidente William McKinley (1843-1901).  Aquella era la expresión más acabada del “minotauro”, metáfora que había usado en repetidas ocasiones para referirse al imperialismo. Esa es la diferencia más marcada entre Betances Alacán y, por ejemplo,  José Celso Barbosa (1857-1921) como republicanos. La concepción del progreso y la modernización en uno y otro se asociaban a polos distintos por los contextos culturales en los cuáles cada uno se formó.

Charles Freycinet

Charles Freycinet

La imagen de Betances Alacán en un segmento significativo de la prensa estadounidense de 1898 refirmaba el valor de su republicanismo mientras trataba de atraerlo a su causa. En septiembre de 1898 el periódico The Globe-Republican publicó una interesante columna titulada “Betances may be Cuba’s first president”. Los subtítulos de aquella columna de consumo son suficientes para catalogar la atracción que sentía el público estadounidense  por la figura del rebelde: “Scientist, Philanthropist and Patriot –Bought Children from Bondage Spanish–Spy System Drove Him to Seek Autonomy for all the West Indies”. El científico sacrificado, filántropo y abolicionista perseguido por buscar la autonomía (independencia) de las Indias Occidentales domina la versión. El confederacionista y antianexionista  no están por ninguna parte: no hacen falta. Llamar la atención sobre esta figura más allá en esa dirección hubiese sido contraproducente para las intenciones de la prensa republicana que aspiraba mostrarlo como un aliado de la gesta “libertadora” que en Puerto Rico había comenzado el 25 de julio de 1898.

Según la fuente Betances Alacán es un intelectual europeo y un helenista nativo de Porto Rico que ha sido capaz de convertirse en uno de los mejores oculistas no sólo de Europa sino del mundo, que escribe en Le temps y ha sido amigo personal; de Charles Louis de Saulces de Freycinet (1828-1923) primer ministro republicano oportunista de centro-izquierda, protestante y miembro de la Academia de la Ciencia;  y León Michel Gambetta (1838-1882) también republicano de tendencias democráticas abiertamente anticlerical. Freycinet y Gambetta, como Betances Alacán, recurrieron durante sus gestiones ministeriales en la Francia del siglo 19 al apoyo de las izquierdas socialistas cuando lo consideraron necesario por medio de inteligentes y tolerantes políticas de alianzas. El artículo manufacturaba una gran ilusión para consumo de los lectores estadounidenses de Kansas. El día de la publicación el rebelde antillano agonizaba en medio de numerosas disputas con el liderato del Partido Revolucionario Cubano a tenor del anexionismo manifiesto del mismo. El Directorio Cubano, seducido por anexión a Estados Unidos como garantía de progreso, jamás hubiese admitido al caborrojeño en el puesto. El 16 de septiembre moría el conspirador puertorriqueño en París.

The Globe-Republican era un foro semanal que se publicó en  Dodge City, Kansas entre 1889 y 1910. Se trataba de un periodismo de tendencias republicanas cuyo director era el abogado Daniel M. Frost. De acuerdo con las fuentes, Frost no era el republicano puritano común. Por el contrario, se opuso abiertamente a las campañas “secas” de la era de la prohibición y defendió la causa “mojada” públicamente. Al momento de la divulgación de la columna  aludida estaba a cargo del semanario el empresario Nicholas B. Klaine. Este recorte y otros que he podido ubicar en la prensa de la década de 1890, me indican que el mito de Betances Alacán y su generación era conocido entre diversos sectores de la sociedad estadounidense de aquel momento. Una indagación sobre la presencia de esta y otras  figuras del separatismo puertorriqueño y antillano en la prensa de ese país, aportaría valiosa información sobre qué buscaban y qué encontraban en aquel liderato los grupos de interés que se fijaron en ellos durante los días de la invasión. No hay que olvidar que durante la ocupación Mayagüez como ya he señalado en varias publicaciones, las autoridades militares bautizaron con el nombre de Betances Alacán una de las calles principales de la ciudad produciendo un efecto vinculante entre los invasores y el libertador que la ciudadanía interpretó con beneplácito. Los invasores necesitaban al médico de Cabo Rojo para legitimarse ante una comunidad que lo recordaba a pesar del exilio.

La visibilidad de Betances Alacán en el imaginario liberal y entre la intelectualidad reformista y autonomista puertorriqueña era poca. Los intelectuales liberales reformistas veían el separatismo radical como un peligro, según he apuntado en una columna recientemente. El integrismo de los primeros era incompatible con el separatismo de los segundos. Los lazos de colaboración política entre ambos debían ser frágiles por lo que la cooperación requeriría, si la relación con España estaba en juego, la transformación del reformista en separatista o viceversa, tal y como ocurrió en numerosas ocasiones. Los intelectuales que evolucionaron en la dirección del autonomismo moderado o radical no adoptaron una actitud distinta. En otra columna comentaba como marcaban con cuidado las fronteras del autonomismo y el separatismo confirmando el integrismo de la autonomía e insistían en infantilizar al liderato que condujo a los hechos de Lares. La idea de que la autonomía era un paso hacia la independencia, un absurdo para los separatistas, tomó forma y estructura en el liderato posterior a la invasión por influencia de Luis Muñoz Rivera quien la insufló en José De Diego y Antonio R. Barceló. Esa concepción contradictoria de la autonomía y la independencia tenía mucho que ver con la imagen que unos y otros poseían Estados Unidos, tema que se discutirá en otro momento.

Luis Bonafoux

Luis Bonafoux

Libia M. González en el artículo “Betances y el imaginario nacional en Puerto Rico: 1880-1920” publicado en la colección de Ojeda Reyes y Estrade titulada Pasión por la libertad en el 2000, ya había  señalado que al menos entre los años 1880 y 1898 tanto los intelectuales conservadores como los liberales reformistas y los autonomistas coincidieron en invisibilizar a Betances Alacán como un emblema puertorriqueño. La impresión que da aquella intelectualidad es que incluso cuando miran hacia la Insurrección de Lares la conexión que establecen con el médico exiliado es frágil. Un autonomista de Ponce transformado al separatismo, Sotero Figueroa, cambió el panorama en 1888, momento que en alguna medida inaugura la interpretación y la historiografía separatista sobre la base del liderato incontestable de Betances Alacán y Ruiz Belvis en aquel evento revolucionario. El autor elaboró una versión proceratista romántica por medio de un relato bien articulado en el cual la  lealtad política a Puerto Rico ante España  y la patria martirizada  por aquella eran los protagonistas.

Ambas consideraciones, la ética y el martirologio civil, se impusieron como modelo hasta llegar a marcar cierta mirada separatista, independentista y nacionalista del asunto de Puerto Rico. Sin embargo el relato de Figueroa pasó inadvertido en 1888. En la década de 1890 se podría achacar  a la incomunicación de la intelectualidad separatista con su gente y, después del 1900, es probable que se deba a que el lenguaje del separatismo ya no resultaba funcional bajo la soberanía de Estados Unidos.  Después de 1898 una nueva lealtad a España era posible y se podría poner a resguardo la hispanofobia progresista y antimonárquica de aquella propuesta radical. No se puede pasar por alto que los años que corren entre 1898 y 1920 fueron el escenario de la generación de una hispanofilia  o amor a España lo suficientemente fuerte como para invisibilizar y hacer tolerable el pasado más duro. Betances Alacán no encajaba en el discurso en ciernes porque era antiespañol, republicano radical y anticlerical. Si la hispanofilia debería ser interpretada como un discurso retrógrado o progresista, las opiniones están divididas, es un asunto que habrá que aclarar en otro momento.

Una figura tan visible no podía desaparecer. La memoria de Betances Alacán se afirma en dos hechos: uno cultural y otro cívico. A pesar de la tormenta hispanófila que se cierne sobre el país, en 1901 Luis Bonafoux Quintero (1855-1918) publica su antología Betances con textos en español y en francés. Ese fue el volumen fundacional de la imagen del revolucionario de Cabo Rojo y base de la leyenda betancina. La afinidad de Bonafoux Quintero con el asunto no tenía que ver sólo con las ideas políticas. Bonafoux Quintero se movió ideológicamente cerca del anarquismo y simpatizó con la causa cubana.  La afinidad también se había fraguado sobre la base de que los dos pensadores, por su formación europea y su vida mundana, habían sido duros críticos de la poquedad y la sumisión de la clase criolla puertorriqueña a una hispanidad decadente por lo que habían sido víctimas del desprecio de aquella. La sátira de una comunidad en “El avispero” (1882) de Bonafoux,  y la de  Valeriano Weyler en “La estafa” (1896) de Betances Alacán guardan numerosas similitudes.

Luis_BonafouxAparte de Bonafoux Quintero, el recuerdo  de Betances fue responsabilidad de los invasores y de la intelectualidad separatista anexionista que se integró al nuevo régimen estadounidense porque identificaban en el mismo la garantía de progreso y modernidad a la que habían aspirado a fines del siglo 19. En ese sentido la voz de Julio Henna y, en especial Roberto H. Todd, hizo posible la supervivencia de su mito. Lo más interesante es que quienes echan las bases del imaginario betancino entre 1898 y 1920 no encajan en el discurso hispanófilo o de amor a España que se instituyó como factor dominante en la (re)invención de la identidad puertorriqueña.

El hecho cívico que sella la relación de Betances Alacán con Puerto Rico, por otro lado, fue su suntuoso y emotivo entierro en 1920 en Cabo Rojo. Sus restos y su viuda llegan al país en un momento de inflexión del nacionalismo en el cual los unionistas debaten sobre el futuro del proyecto de independencia y vuelven la vista otra vez hacia la autonomía, ahora denominada self-government. Su inhumación representó la ocasión para reapropiarlo y ajustarlo a un escenario innovador.

agosto 2, 2015

Ramón E. Betances Alacán: el separatismo y las izquierdas. Cuarta parte

  • Mario R. Cancel Sepúlveda
  • Historiador y escritor

La relación de Betances Alacán con los anarquistas ha sido debatida en términos de dos procesos mal conocidos y con toda probabilidad imposibles de aclarar al día de hoy. Por un lado, se apela a un oscuro y bien articulado plan que elaboró con el ingeniero cubano Francisco Cisneros (1836-1898) de provocar un levantamiento republicano en España soliviantando a los anarquistas catalanes. La lógica de conspirador le decía  que una España estable, a pesar de la crisis que la minaba, seguía siendo un enemigo formidable para los cubanos. Por eso estimular la agitación en Barcelona (1895-1896),  incitar la violencia anarquista (1897-1898) o, incluso, promover un desembarco en España (1898) a fin de crearle un frente el interior que desviara el envío de tropas a Cuba no resultaba ser ideas descabelladas. Investigadores cuidadosos como Ojeda Reyes y Estrade reconocen las dificultades de pormenorizar las referidas gestiones.

Michele Angiolillo

Michele Angiolillo

Por otro lado, se encuentra el affaire Angiolillo. Michele Angiolillo (1871-1897),  un anarquista individualista fuertemente influido por el espontaneísmo y el voluntarismo revolucionario e hijo de artesanos de Foggia en las cercanías de Nápoles, ha sido clave en la configuración de la relación entre el separatista independentista y republicano antillano con aquella ideología. El italiano fue quien ejecutó a Antonio Cánovas del Castillo (1828-1897) en el balneario de Santa Águeda de Mondragón en Guipúzcoa, escándalo político que recorrió el mundo y justificó el ascenso de Práxedes Mateo Sagasta (1825-1903) como primer ministro. Aquella línea de evento condujo a la oferta de autonomía para Cuba y su instauración en Puerto Rico, evento que para mucho inaugura la experiencia soberana bajo España y que otros consideran el modelo a imitar a la hora de revisar  la limitada autonomía que el país posee hasta el presente. La clase política cubana, que se debatía entre la anexión a Estados Unidos o la independencia, no vio la oferta hispana con los mismos ojos que la moderada clase política puertorriqueña. El hecho de que en Cuba hubiese guerra y en Puerto Rico no, parece haber sido determinante en la diferencia.

Tanto las conjuras al lado de los anarquistas como el magnicidio de Santa Águeda se dan independientemente de que Betances Alacán no es un anarquista. Los estudiosos han insistido mucho en el hecho sin necesidad alguna. Se trata de situaciones concretas en la cuales un republicano radical se acerca al enemigo de su enemigo con el fin de adelantar su causa. Entre el diplomático y el conspirador no hay muchas diferencias: en ambos casos el realismo político se impone como una necesidad en el marco de situaciones altamente complejas que requieren menos rigidez ideológica.

La conexión de Betances Alacán con el affaire Angiolillo, un hecho indudable,  ha sido  convertida en un complemento de la imagen romántica y contracultural que el revolucionario puertorriqueño desarrolló desde la década de 1850. Pío Baroja (1872-1956) en su novela Aurora roja (1904), achacaba a la propaganda antiespañola del polemista francés Henri Rochefort (1830-1913), director de L’Intransigeant, y al doctor Betances Alacán, la decisión de Angiolillo de cometer aquel magnicidio. La participación directa de ambos en la conjura no se aseguraba pero se sugería su responsabilidad ideológica en el mismo.

Los liberales autonomistas han manifestado la tendencia a ver en aquel suceso un aliado aleatorio del autonomismo y lo celebran calladamente para evitar que se les asocie con el laborantismo y el terrorismo individual. A fin de que el suceso encaje en su lógica, pasan por alto el hecho de que la autonomía se aprobara de manera atropellada y al margen del debido proceso parlamentario y niegan que  Sagasta estuviese utilizando  la autonomía para aplacar la furia estadounidense y evitar la agresión y la disolución del decadente imperio español. Otros intérpretes ubicados en las variopintas izquierdas revolucionarias del siglo 20,  han manipulado el escenario descrito a fin de inventar un Betances Alacán conspirador más afín con sus ideologías y, a veces, con sus métodos preferidos de combate. El asesinato de Cánovas guarda muchos paralelos con el de Elisha Francis Riggs en 1935: el hecho de que el ejecutor se entregase a las fuerzas policiacas en cuanto terminó el acto es demostrativo de ello. La crítica al carácter suicida de ambos actos, un lugar común en la izquierdas socialistas del siglo 20, es comprensible.

Francesco Tamburini, autor de un ensayo “Betances, los mambises italianos y Michelle Angiolillo” publicado en el 2000 en una antología de temas betancinos editada por  Ojeda Reyes y Estrade bajo el título Pasión por la libertad, aclaró la complejidad de lo que denominaba los “aspectos italianos” de la vida del activista de Cabo Rojo de los cuales el controversial eslabón Angiolillo es parte. Pero como se deducirá de lo que llevo dicho, los “aspectos italianos” son también “aspectos españoles”. Como comenté en otro momento, el abanico radical en el cual se ubicaba el antillano se movía desde el republicanismo convencional hasta el anarquismo extremo colectivista o individualista. Todos aquellos discursos contestatarios eran la expresión del agobio con el liberalismo burgués dominante y habían madurado en el marco del desarrollo del capital financiero y de su expresión política imperialista, considerada por muchos como una forma del colonialismo más cruenta que amenazaba con dejar el mercado internacional a los pies de una burguesía más agresiva.

Tamburini deja claro que la relación de solidaridad de Angiolillo con la cuestión cubana y antillana era contingente y hasta cuestionable. El magnicidio de Cánovas no se realizó con el fin de favorecer a los cubanos los cuales, decía Angiolillo, “no me importan”. El acto se realizaba  para protestar por las torturas a los anarquistas presos en el Castillo de Montjuich en Barcelona. En el fondo no se trataba de un acto de solidaridad lo cual quizá explique la reticencia de Betances Alacán a colaborar con el asunto. El investigador se encuentra ante lo que con toda probabilidad no fue sino una relación que se levantó sobre la base de la utilidad y no sobre una moral revolucionaria o un internacionalismo ideológico bien articulada. Utilizar a los anarquistas catalanes o a un anarquista italiano contra España no requiere mucha afinidad ideológica sino mucho pragmatismo e inteligencia.

Ejecución de Angiolillo

Ejecución de Angiolillo

Betances Alacán cultiva los “aspectos italianos” que Tamburini señala no sólo a través del anarquismo. También se apoyó en otras figuras que, como él, eran republicanos radicales  y manifestaban tendencias democráticas y que provenían de las clases medias y altas de aquel país. La figura de  Francisco Federico Falco (1866-1944), médico como él, nacido en Penne que apoyaba la causa de Cuba libre desde la perspectiva republicana, adquirió un papel protagónico en ese sentido. En 1982, Ojeda Reyes publicó una serie de cartas de Betances Alacán a Falco en la revista Caribe, las cuales permiten darle forma a aquella conexión italiana y ratifican  el sentido republicano que le daba el puertorriqueño a la misma. Toda la colección está estructurada dentro del más formal lenguaje diplomático. Las notas personales son pocas y algunas piezas se reducen a mensajes telegráficos puramente burocráticos, aunque el puertorriqueño se refiere a los “demócratas” italianos como “hermanos”. Desde mi punto de vista lo que le interesaba a Betances Alacán de aquella Italia republicana era ese modelo voluntarista y pasional sintetizado en el lema “Italia fara da se”.  El aislamiento y el silencio en el cual esporádicamente caía el asunto de Cuba y la invisibilidad de  Puerto Rico parecen justificarlo.

Tamburini confirmó, por otro lado, que la opinión de Betances Alacán en torno al apoyo italiano a Cuba que ofrecía Falco y que incluía el envío de voluntarios al frente de combate, lo colocó en una  posición incómoda ante Tomás Estrada Palma y el Directorio del Partido Revolucionario Cubano. El voluntariado italiano apoyado por republicanos radicales como Falco probablemente incluiría anarquistas o socialistas que se movían en las mismas esferas que los denominados demócratas. Dos elemento, según Tamburini, favorecían la decisión de emigrar para combatir en Cuba. No se descarta la atracción que produce la causa nacional cubana. Muchos jóvenes  también veían en el acto una manifestación de protesta contra el gobierno italiano. Pero el autor también aclara que la grave situación económica que se vivía en Italia favorecía la emigración y deja abierta la  puerta para tomar en cuenta el aventurerismo como una motivación más detrás del acto.

La reticencia de Estrada Palma y el Directorio a aceptar voluntarios italianos (o de otras partes) en las filas es un asunto que habría que trabajar con más profundidad. Sobre esa base se daban choques entre Betances Alacán y el Partido Revolucionario. En el proceso se esgrimían cuestiones de contabilidad: transportar y preparar a los extranjeros resultaba costoso. Se esbozaron argumentos propios del determinismo geográfico y climatológico: no están acostumbrados al trópico húmedo y caliente. Pero con toda probabilidad había consideraciones ideológicas y culturales legitimando la oposición: los republicanos radicales podían terminar siendo un estorbo si acababan defendiendo la independencia en lugar de la anexión a Estados Unidos que favorecía la cúpula del partido. Por último la presencia de anarquistas europeos podría producir problemas inéditos que los cubanos querían, con toda probabilidad, evitar en aquel momento. Los cubanos del 1895 manejaban la guerra como una empresa profesional que tenía que ser exitosa. Las pasiones románticas quedaban para la prensa y el consumo popular.

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