Puerto Rico entre siglos: Historiografía y cultura

julio 29, 2015

Ramón E. Betances Alacán: el separatismo y las izquierdas. Tercera parte

  • Mario R. Cancel Sepúlveda
  • Historiador y escritor

 

Los anarquistas y socialistas franceses no identificaban el concepto “independencia” con el concepto “libertad”. La postura es comprensible. Para los anarquistas, por un lado, la independencia no garantizaba la eliminación de la coerción de una  estructura artificial como el estado sobre el individuo al que consideraba el protagonista de los procesos sociales. Para los socialistas, por otro lado, aquel proyecto sólo le quitaba el poder a una clase explotadora extranjera para dársela a otra local pero de ninguna manera redimía de la explotación del capital. En ese sentido, para ninguna de las dos tradiciones antisistémicas la independencia hacía un buen servicio al progreso de la situación del individuo o de las clases explotadas. La independencia era una forma de continuar ambas o de perpetuar el sistema. Aquella lógica estaba más que clara en numerosos anarquistas y socialistas que no veían razón alguna para  reconocer legitimidad a la causa independentista cubana y, en consecuencia, a la de Puerto Rico.

Louise Michel

Louise Michel

Como ya he señalado, lo innovador del conflicto de 1895 a 1898 en Cuba era que, como la lucha de Armenia, Macedonia o Creta, se podía popularizar entre las izquierdas como la expresión de un combate secular contra dos imperios religiosos retrógrados y decadentes como lo eran España o Turquía. No hay que olvidar que ese fue el tono dominante en la discursividad de una muestra significativa en los escritores estadounidenses que evaluaron y legitimaron la toma de Puerto Rico por las fuerzas estadounidenses en 1898, según hemos comentado el sociólogo José Anazagasty Rodríguez y el que suscribe en dos volúmenes de ensayos. Lo que justificaba el apoyo a aquellos proyectos separatistas, secesionistas o independentistas era que los interpretaban como resistencias de profundas raíces populares y no su regionalismo o proto-nacionalismo.

Sin embargo, aquel carácter secular era una impresión cuestionable. En el contexto europeo el anti-islamismo de los separatistas armenios, macedonios o cretenses era una fuerza que se apoyaba también en el cristianismo ortodoxo. En el caribeño, la guerra no se hacía contra el catolicismo español ni implicaba una renuncia al mismo después de la independencia y muchos de los rebeldes no dejaban de ser católicos. El balance entre lo religiosos y lo político en el separatismo de fines del siglo es un asunto que valdría la pena investigar con calma, dada la costumbre dominante de asociar esa propuesta con el anticlericalismo y el secularismo modernos. Lo cierto es que la modernidad es mucho más compleja que ello y no puede interpretarse desde una estrecha postura dualista. Betances Alacán era un pensador anticlerical y secular que convergía por ello con anarquistas y socialistas franceses sin participar activamente de aquellas propuestas. Y estos podían simpatizar con el separatismo sin encontrar en ello una solución a los problemas que consideraban claves en sus esquemas teóricos. El principio de la utilidad y el realismo político, parece dominar la actitud de ambos extremos.

Varias situaciones favorecieron la colaboración ideológica de anarquistas y socialistas franceses con el separatismo. De una parte, la evolución del fenómeno del capitalismo industrial a otro modelo en el cual los sectores financieros dominaban el panorama, el desarrollo de monopolios, trust y grandes conglomerados de capital que ubican la explotación en un nuevo nivel. De otra parte, el fenómeno del imperialismo de fines del siglo 19 y su voracidad con aquellas regiones que no había sido controladas del todo por los poderes más avanzados de Europa, hecho que excede el colonialismo nacido en los siglo 15 y 16. Y por último, el hecho intelectual de que la mayor parte de las certezas de la cultura decimonónica comenzaran a derrumbarse a fines de aquel periodo, fueron la base para una reevaluación de la mirada de ciertos anarquistas y socialistas sobre el asunto de la separación como opción legítima ante el coloniaje.

En aquel nuevo contexto la separación de un territorio pequeño del imperio que lo sojuzgaba podía interpretar como un proyecto progresista. Lo era porque hipotéticamente debilitaba las redes del capital internacional y servía para dejar atrás formas caducas de coloniajes. Algunos anarquistas podían llegar a pensar que con ello se adelantaría el fin estratégico de la “fraternidad universal”. Los socialistas, por su parte, podían interpretar que el derrumbe de los viejos sistemas coloniales allanaría el camino a la “sociedad sin clases”. Ambas posturas se apoyaban en una concepción progresista de la historia y en la confianza en su telos de libertad.

La solidaridad de anarquistas y socialistas franceses y del resto de Europa con los movimientos separatistas en Europa o las Antillas era también la expresión de cuestiones más concretas, por ejemplo, sus luchas concretas en el contexto de las naciones estado  en que se movían: Francia, Italia o España. Las tensiones entre las naciones estado favorecían la toma de posición respecto a cuestiones. En ese sentido, favorecer la causa de Cuba, Armenia, Macedonia o Creta significaba oponerse activamente al estado coercitivo o a las burguesías y las clases dominantes de uno u otro imperio retrógrado. Para las posesiones del Imperio Turco la separación las devolvería a la ruta europea de algún modo. La separación de Creta la condujo a integrarse a Grecia en 1908; Armenia permaneció entre la influencia de turcos y rusos hasta 1918; y Macedonia acabó integrando parte de Serbia en 1912. La separación no significó la independencia en ninguno de los tres casos y, por el contrario, las condujo a la dependencia de otros poderes hegemónicos. Para los territorios pequeños, separarse era la condición para cambiar las relaciones de dependencia. La independencia de los territorios pequeños era inadmisible.

Sebastien_Faure

Sébastien Fauré

Pero en el caso de Cuba y las Antillas, territorios coloniales pequeños, la situación era distinta por el hecho de que había otros actores en el escenario, el más importante, Estados Unidos. Separarse de España los dejaría al alcance de aquel poder que no tenía mucha competencia en el hemisferio a la altura de la década de 1890. La evaluación que hicieron anarquistas y socialistas del papel de Estados Unidos en el conflicto cubano y antillano puede parecer paradójica pero poesía una lógica extraordinaria en el contexto de su tiempo. Otra vez, quien mejor la documenta en el citado Paul Estrade.

En el caso de los anarquistas el juicio sobre el papel de Estados Unidos en el conflicto no era uniforme y producía roces con los sectores separatistas independentistas y parecía favorecer a los anexionistas. Del mismo modo que algunos sectores parecían estar de acuerdo con el separatismo independentista otro lo rechazaban. Anarquistas como Louise Michel (1830-1905), maestra, poeta, trabajadora de la salud y uno de los emblemas de la Comuna de París,  activista de  tendencia blanquista, una de las más influyentes entre intelectuales y estudiantes socialistas franceses de fines de siglo 19,  veía en los estadounidenses que agredían a España una fuerza libertadora y emancipadora. La idea de que los “americanos no tienen otro objetivo que apoderarse de Cuba” era consideraba  falsa porque “el pueblo americano sabría impedirlo”. Michel daba por buena la versión del “Destino Manifiesto” y la concepción de la inocencia americana. Sebastién Fauré (1858-1942), escritor socialista hasta 1888 y anarquista desde ese momento en adelante, también veían en las fuerzas armadas  estadounidenses un aliado legítimo de los cubanos y no un enemigo. Su lógica era la de un republicano progresista: Estados Unidos ayudaría a “expulsar de su territorio el ejército real”. La intervención de Estados Unidos en el conflicto entre cubanos y españoles también fue aplaudida por J. R. Brunet como un acto de apoyo a la liberación ce Cuba y no como un acto imperialista. Aquel sector convergían con el separatismo anexionista pero no con el independentista: entendían que la presencia de Estados Unidos en el futuro de Cuba y de Puerto Rico a la larga cumplía un papel progresista  y no retardatario como sugerían los antianexionistas.

Los socialistas franceses como el antes citado Paul Lafargue, veían en la independencia el nicho de otra república burguesa por lo que se resistían a favorecer la lucha cubana. En buena parte de los casos, según el citado Estrade, prefirieron no expresarse con respecto al tema. Este investigador sostiene que la Segunda Internacional demuestra  “su incomprensión del problemas colonial”. En realidad es que aquellos teóricos comprendían el asunto de un modo muy europeo y hasta ortodoxo que luego fue revisado en el contexto de la Gran Guerra (1914-1918).  Betances Alacán, que era independentista y antiseparatista convencido, debía sentir cierta incomodidad ante aquella lógica teórica.

La posición sobre estas posturas de los anarquistas y socialistas franceses sobre el separatismo, el papel de Estados Unidos, el futuro de Cuba en la independencia, en respaldo a la insurrección, la independencia o la anexión, es crucial para comprender a Betances Alacán y la situación de las clases productivas antillanas al momento de la invasión. No hay que olvidar que en Cuba y en Puerto Rico el movimiento obrero emergente nacido de la era de las aboliciones, tomó una actitud paralela. Influidos por las doctrinas anarcosindicalistas y socialistas,  se resistieron a apoyar los movimientos separatistas independentistas y vieron con buenos ojos la presencia de Estados Unidos en el escenario del 1898. Lo cierto es que el segmento separatista independentista y aquel segmento del anarquismo y el socialismo franceses de fines del siglo 19, veían el problema antillano desde perspectivas distintas. La oposición es comprensible a la luz de sus perspectivas teóricas. La distancia de la clase obrera y sus representantes del independentismo puertorriqueño del siglo 20, un fenómeno que preocupó muchísimo a la nueva historia social de los años 1970, tiene sus raíces en aquel escenario. Los desencuentros entre productores directos y líderes nacionalistas en el siglo 20 tienen en el 1904, 1922 y 1934, tres modelos  extraordinarios. La Unión, la Alianza y el Nacionalismo, pasaron por esa experiencia en momentos muy específicos.

Otras influyentes figuras del anarquismo como el escritor Charles Malato (1857-1938), el geógrafo Elisée Reclu (1830-1905) , el artesano y teórico Jean Grave (1854-1939), entre otros; y socialistas procedentes de las tendencias  blanquistas y ocasionalmente guesdistas, ambas  de influencia marxistas,  apoyaran la causa de Cuba porque la valoraban como una propuesta antimonárquica y anticlerical ejecutada contra un imperio decadente. Todas las opiniones se vertían mirando hacia Cuba. Puerto Rico, sin una resistencia armada, era invisible en la discusión internacional. Después del 1898 la relación entre el separatismo reformulado en independentismo y las izquierdas será reformulada. También habría que inventar de nuevo a Betances Alacán. Una cosa era esta figura bajo España y otra bajo Estados Unidos.

julio 22, 2015

Ramón E. Betances Alacán: el separatismo y las izquierdas. Segunda parte

  • Mario R. Cancel Sepúlveda
  • Historiador y escritor

 

La causa de las Antillas fue objeto de evaluación de anarquistas y socialistas franceses durante la llamada Guerra Necesaria (1895-1898). El panorama más completo sobre ese asunto lo ofrece Paul Estrade en su volumen Solidaridad con Cuba libre, 1895-1898: la impresionante labor del Dr. Betances en París (2001). La cuestión de Cuba y la guerra que inició en 1895, fue clave para el juicio de las izquierdas sobre la cuestión antillana. Puerto Rico era invisible para aquellas fuerzas contestatarias  por el hecho de que en la pequeña colonia no se había desarrollado un proyecto de resistencia armada al coloniaje español. La resistencia que no desembocaba en un hecho de armas era invisible en el plano internacional y es posible que, incluso el liderato más visible, no se enterase de la diversidad de la misma en el extranjero. El hecho de que no hubiese un levantamiento efectivo en el país después del fracaso del de 1868, explica no solo la ausencia del tema colonial puertorriqueño entre las izquierdas francesas sino también el poco interés de la República de Cuba en Armas después de 1895 en arriesgar esfuerzos y dinero en un territorio que no parecía contar con las condiciones para sostener una guerra contra España.

El hecho de que desde las izquierdas francesas se viese el proceso cubano como una causa separatista y republicana que tenía como meta crear un Estado Nacional soberano, fue determinante en la posición adoptada por aquellas. Esto planteaba un problema. A pesar de que el lenguaje de muchos historiadores insiste en el carácter independentista de la rebelión de 1895 y aplana una realidad compleja, el separatismo cubano era mucho más que eso. En el territorio de las aspiraciones políticas, los sectores independentistas y confederacionistas pugnaban intensamente con los anexionistas a Estados Unidos. El balance entre las fuerzas independentistas y anexionistas a Estados Unidos en el Partido Revolucionario Cubano siempre ha estado en discusión y no es un problema que yo pueda resolver en esta breve reflexión. Por otro lado, aquella situación también se manifestaba en el seno de la Sección de Puerto Rico de aquella organización. En lo único en que estaban de acuerdo uno y otro extremo era en la necesidad de separarse de España.

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Retrato de Betances en el album de Angelo Mariani

El investigador Germán Delgado Pasapera (1928-1985), uno de los primeros en acercarse a ese espinoso asunto en la década de 1980 lo resolvía insistiendo en que la cuestión táctica (la separación) estaba resuelta, y que la cuestión estratégica (anexión o independencia) se trabajaría tras la separación. En cualquiera de los dos casos, una relación intensa con Estados Unidos sería inevitable. Un siglo de relaciones de mercado, culturales y de tensiones políticas no pasaba en vano. La historia de Cuba desde su independencia en 1902 hasta el 1959 tradujo bien la situación dominante en el contexto del 1895. La de Puerto Rico entre 1900 y 1952 tampoco.

Para los socialistas y anarquistas franceses la apropiación del tema cubano se facilitó por el hecho de que no se trataba de la única comunidad política pequeña que luchaba por la separación de un imperio considerado retrógrado. La isla de Creta (1897), la comunidad de Armenia (1896-1897) y la de Macedonia (1890 ss), también elaboraban resistencias armadas por la emancipación contra el Imperio Otomano en medio del auge imperialista. Aquellas luchas resultaban simpáticas para las izquierdas francesas por una variedad de consideraciones. La confrontación de Cuba (1895) y España ya no era excepcional sino más bien la expresión de una lucha histórica en la cual una serie de territorios pequeños enfrentaban el poder de imperios religiosos decadentes: el español y el turco. Ese era el aspecto moderno de aquellos conflictos. El anticlericalismo y el secularismo militante de socialistas y anarquistas fue determinante en la decisión de respaldar discursivamente aquellas causas y equipararlas. En el proceso se asumía el carácter anticlerical y secular de las luchas separatistas como un valor. La cuestión de la separación para la independencia, la confederación o la anexión a Estados Unidos era otra cosa porque las izquierdas tenían posturas contradictorias en cuanto a esos puntos igual que los cubanos y los puertorriqueños.

Sería interesante indagar la opinión que tenían sobre el tema del separatismo en todos aquellos espacios dos propuestas ideológicas híbridas de las izquierdas de fines del siglo 19. Me refiero a los socialcristianos de origen católico o evangélico que crecieron desde 1850 en adelante; y los anarcocristianos que florecían a fines del siglo 19. Ambos tenían mucha influencia en el movimiento obrero internacional y competían a socialistas y anarquistas los espacios de influencia en aquel sector. El interés que despertaron ambas propuestas en algunos activistas radicales de Puerto Rico entre 1903 y 1930 justificaría una búsqueda en esa dirección.

 

Los anarquistas y la independencia

La legitimidad del apoyo de los anarquistas franceses a la causa de Cuba parece descansar en el argumento anticlerical y secular y no en el argumento político.  La interpretación anarquista ortodoxa desconfiaba del Estado Nación, uno de los ideales más emblemáticos de la revolución burguesa, por su carácter elitista, coercitivo y antipopular. Los anarquistas eran partidarios de la constitución de una “fraternidad universal” como garantía de la “libertad”. La misma se organizaría y crecería como producto de la unión voluntaria  entre iguales. La voluntariedad dependía de que no mediase coacción externa en el proceso de institución de la misma. Esa postura radical, los conducía a oponerse a cualquier tipo de orden estatal. La médula del anarquismo era la aspiración de que no existiera ningún tipo de Estado en cuyo lugar maduraría una acracia administrada naturalmente, es decir, ajustada a las leyes naturales a las cuales estaba la humanidad sujeta.

Se trata de algo así como una recuperación del estado natural en que todos eran iguales en un mundo sin estructura, concepto que sirvió de base hipotética al Estado Naturaleza esgrimido por los teóricos del siglo 18. Aquella acracia sostenida en la “justicia natural” sería la base de la “sociedad libertaria”, condición distante de la “guerra de todos contra todos” con que identificaban los estatistas burgueses a la misma. Ajustar el comportamiento social a las estructuras de la naturaleza por medio de la razón fue uno de los grandes motores del pensamiento social desde Inmanuel Kant (1724-1804), pasando por Auguste Comte (1798-1857), hasta Eugenio M. de Hostos (1839-1903).

Esa “fraternidad universal” no podía constituirse sin un mínimo de estructura. Para los anarquistas su estabilidad dependería de la configuración de múltiples “poderes asociativos menores” que fuesen capaces de impedir la constitución de un poder central autoritario. La convergencia de aquella postura con el comunalismo o el federalismo eran evidentes: ambos sistemas, como el anarquismo, coincidían en el valor de la descentralización administrativa más exigente. Los “poderes asociativos menores” a los cuales se integraba voluntariamente el ser humano, serían la base de la “fraternidad universal” y de la “libertad”.

La idea de una República de Cuba o la de Puerto Rico o la de una confederación de estados soberanos, era inapropiada, ilegítima o secundaria: no encajaba en aquellos parámetros. La del territorio incorporado o anexado a un estado poderoso mayor tampoco porque ello no garantizaría la “fraternidad universal” y de la “libertad”. Lo cierto es que la concepción de una nación o una patria no se ajusta al anarquismo teórico porque tiende a separar más que a unir a la humanidad. Mijail Bakunin (1814-1876) decía que:

“…la patria y la nacionalidad son, como la individualidad, hechos naturales y sociales, fisiológicos y al mismo tiempo históricos; ninguno de ellos es un principio. Sólo puede darse el nombre de prin­cipio humano a aquello que es universal y común a todos los hombres y la nacionalidad los separa; no es, por lo tanto, un principio.”

Bakunin recomendaba renunciar a las mezquindades y a los  “intereses vanos y egoístas del patriotismo”. La misma idea de la creación de una organización partidaria con el propósito de conseguir un fin político particular había sido rechazada por Pierre Joseph Proudhon (1809-1865). En ese sentido, las probabilidades de cooperación entre anarquistas y separatistas independentistas y confederacionistas sobre la base de la finalidad esbozada por los cubanos parecían teóricamente canceladas.

 

Los socialistas y la independencia

La interpretación socialista ortodoxa desconfiaba también del Estado Nación por razones análogas a las de los anarquistas. Aquel artefacto era el producto histórico de la revolución burguesa y una estructura de poder creado por y al servicio del adversario de clase de los trabajadores y productores directos. En ese sentido, respaldar la causa separatista independentista y confederacionista, implicaba una contradicción en el marco de una concepción lineal de la historia compartida por liberales y socialistas. Para muchos  militantes críticos, un compromiso con la independencia podía implicar el respaldo un movimiento rebelde que lo que buscaba era coloca a una burguesía, la clase criolla cubana vinculada a la tierra y el comercio, en el poder. La misma lógica hubiese utilizado si el caso de Puerto Rico hubiese estado en el radar. Ello explica que el movimiento obrero surgido en Puerto Rico durante y después de la invasión del 1898 se opusiese a la independencia y favoreciese tácitamente una relación más profunda con Estados Unidos.

Los socialistas y los marxistas franceses ortodoxo o no, estaban de acuerdo en esa interpretación tachada, tras la victoria de los bolcheviques en la Rusia de los zares, como una postura ortodoxa.  Un modelo será suficiente para ello. Paul Lafargue (1842-1911) un periodista, médico, teórico político y revolucionario franco-cubano  nacido en Santiago, militante del Partido Obrero Francés y yerno de Karl Marx, se resistió a respaldar la lucha separatista de su pueblo por esas consideraciones. Lafargue  había sido proudhoniano y luego marxista, era enfáticamente  anticlerical y antirreligioso para quien la conciencia patriótica chocaba con la conciencia de clase. En ese sentido era el mejor modelo de cómo un socialista reaccionaba ante los “intereses vanos y egoístas del patriotismo”, independientemente de su origen nacional. Como Betances, Lafargue es un antillano europeo, pero su concepción de la causa antillana miraba en una dirección opuesta al primero.

Como se sabe, la formulación de una teoría heterodoxa sobre la “cuestión colonial”  no maduró hasta la Gran Guerra (1914-1918). El principio de autodeterminación e independencia no se impuso hasta que Vladimir Lenin (1870-1924) y Woodrow Wilson (1856-1924)  lo usaron para auspiciar el desmantelamiento de los imperios coloniales (1914-1918) en beneficio de su situación particular en el tablero internacional. Sólo entonces se generalizó la concepción de que la lucha por la independencia “adelantaba” la lucha de la clase obrera o del proletariado en su avance hacia el comunismo y la “administración de las cosas”, paradigma que animó el movimiento anticolonial hasta tiempos muy recientes.

En aquel contexto, la colaboración entre socialistas, comunistas y nacionalistas se legitimó pero no sobre la base del apoyo sincero a la separación independencia o confederación de las Antillas como un valor en sí mismo. Sobre esos puntos, como se ha comentado, había muchos problemas irresueltos y contradicciones de fondo. La colaboración debió fortalecerse sobre la base del presumido carácter anticlerical (por antiespañol) y secular de la revolución de la Antillas: derrotar y humillar a España era el sueño de muchos en aquel entonces. Bakunin, Proudhon y Lafargue eran todos anticlericales y pensadores seculares radicales. El hecho de que Cuba pudiese derrotar un imperio católico decadente, legitimó en algunos anarquistas y socialistas un respaldo que la cuestión de la independencia por sí sola no justificaba.

 

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