Puerto Rico entre siglos: Historiografía y cultura

septiembre 6, 2022

Una antología de textos anarquistas puertorriqueños de principios del siglo 20

  • Mario R. Cancel-Sepúlveda

Páginas libres:  breve antología del pensamiento anarquista en Puerto Rico (1900-1919), editada por el Dr. Jorell Meléndez Badillo y publicado por Editora Educación Emergente en 2021, recoge una muestra de textos del anarquismo anticlerical y secular puertorriqueños de las primeras dos décadas del siglo 20, uno de los periodos menos investigados de aquella centuria. La escritura anarquista reinventaba en un contexto colonial nuevo la tradición anarquista europea posterior al 1848, momento en el cual el “cuarto estado” adquirió carta de soberanía en las luchas sociales. El amanecer de la clase obrera moderna puertorriqueña se manifestaba a través de aquellos escritos.

La discursividad de la colección posee conexiones, por un lado, con el acervo anarcosindicalista franco-español de fines del siglo 19, cuya intersección con el separatismo independentista y anexionista he comentado en otros momentos a la luz de los estudios de Paul Estrade sobre la comunidad antillana en París y Nueva York en el contexto de la Guerra Necesaria[1].  Por otro lado, evidencia afinidades con el anarcosindicalismo estadounidense antes y después de la invasión del 1898. Los (des) encuentros entre ambas vertientes reclama una discusión profunda hace tiempo. Las relaciones entre el anarquismo, el anarcosindicalismo, el separatismo independentista y los nacionalismos estuvieron plagadas de escollos. El hecho de que el anarquismo puertorriqueño creciera durante aquel periodo sigue siendo un tema apasionante y lleno de claroscuros.   

Valores del libro

El solo hecho de que mira hacia las primeras dos décadas del “siglo americano” justifica la lectura de esta recopilación. El giro visible en los hábitos políticos ciudadanos a la altura de 2022, ratifica la necesidad de evaluar aquel momento. La decadencia del orden bipartidista dominante desde 1968, el colapso de la confianza en los partidos políticos en general, la suspicacia respecto a que aquellas estructuras, heredadas de la revolución liberal del siglo 19 y fortalecida por las políticas novotratistas, adelanten una democracia participativa, es notable.

El diálogo imaginario entre las primeras dos décadas del siglo 20 y las del siglo 21 planteado por Meléndez Badillo, es por demás valioso. Ambas fases estuvieron caracterizadas por la desilusión colectiva y, en cierto modo, confirman el “presente del pasado”. La voluntad del editor es observar el anarquismo de principios del siglo 20 a la luz del “Verano de 2019”. Con ello reafirma la actualidad de la praxis ácrata al imaginarla reformulada en la “primavera del verano puertorriqueño de 2019”, protestas que propiciaron, por primera vez, la renuncia a un gobernador electo: el Dr. Ricardo Rosselló Nevárez (PNP).

La riqueza del atrevimiento teórico del antólogo es notable. Un ejercicio similar podría hacerse con otras expresiones de lucha popular articuladas en situaciones de crisis, aspecto poco investigado en nuestra historiografía a pesar de la rica tradición de historia social y económica, materialista histórica que tematizaron a los productores directos producidas durante las décadas de 1970 y 1980. Experiencias como las de los “Comités de Pólvora” de 1870, “La Torre del Viejo” y el “Contracomponte” de 1887 ambos ligados a la crisis económica de 1886, las protestas de consumidores de 1892 a 1894 como reacción a la Guerra de las Tarifas entre España y Estados Unidos[2], o las protestas de consumidores y pequeños propietarios durante la Gran Depresión de 1929 en adelante, hablan de la polisemia de la resistencia y la indocilidad.

El libro invita a visitar los activismos más próximos a un abajo social concreto, cuyo lenguaje, expresión o performatividad difería y difiere, sin restarle mérito alguno, de las retóricas nacionalista, socialista o marxista. La historiografía de la resistencia en Puerto Rico, desde mi punto de vista, no ha resaltado lo suficiente esa diversidad.

El prólogo, “Genealogías incompletas del anarquismo puertorriqueño”, establece los hilos ideológicos del anarquismo, a saber:

  • La Razón y la Ciencia como gestores de la verdad comprendida como una e incontestable.
  • La Teoría del Progreso “indefinido” imaginado acorde con la retórica del Marqués de Condorcet (1794) en sus notas en torno a “El progreso humano» [3]
  • La Revolución entendida como una fuerza irrefrenable ligada a la abolición de la propiedad privada y la desigualdad que su posesión produce y, en consecuencia, de toda forma de Estado y autoridad emanada de la necesidad de protegerla
  • El papel emancipador de la clase obrera como base de una “nueva humanidad” y un “nuevo humanismo” identificada con los productores directos y el trabajo como taller de la identidad
  • El papel regenerador de la educación secular en el proceso de fundación de esa “nueva humanidad” y ese “nuevo humanismo”
  • El secularismo y anticlericalismo radical justificad por la asociación de las instituciones del Clero a las del Estado

Las convergencias entre el discurso anarquista y el moderno son obvias. El anarquismo fue un proyecto modernizador alternativo, ajustado al abajo social y las clases populares que señalaba la injusticia del proyecto modernizador burgués propio del arriba social y las elites.

Una muestra textual

El escrito de Venancio Cruz (1905), “Hacia el porvenir: ideales humanitarios y libres” (29-78) es un libro de teoría anarquista muy completo que contiene, en primer lugar, una concepción de la historia que asume su continuidad orgánica o natural. De ella me interesa la mirada de autor a su presente. Un elemento central en Cruz es la representación del siglo 20 como uno “enfermo”. La metáfora realista-naturalista de La charca de Manuel Zeno Gandía (1894), un tópico literario que sugiere la ausencia de progreso es reformulada.

Su argumento es que, en el plano histórico-social, la “civilización moderna” niega la “civilización” en general. El capitalismo avanzado era visto como un anticipo de su “derrumbe” (33, 45, 46, 57). El teórico ruso Vladimir Ulianov alias Lenin en su obra de 1917, El imperialismo fase superior del capitalismo,coincidía con el argumento a la luz de factores distintos: el capitalismo financiero y los monopolios propios del imperialismo habían causado la Gran Guerra, evento bélico que adelantaría la revolución y el ascenso al poder del proletariado internacional. Aquella era una teoría sustraída de la Historiografía Latina clásica inventada por Tácito (98 d. C.) en su De Germania, cuando presumía quela expansión imperialista de Roma mutilaba la base de la civilización latina y adelantaba su decadencia y disolución.[4]

En el plano cultural, Cruz veía el siglo 20 como el escaparate de unas “artes decadentes / (y una) literatura viciosa y prostituida…” que confundía a las masas (33). Aquella crítica iba dirigida a los intelectuales contemplativos y era similar a la que elaboró Karl Marx en sus comentarios a la tesis de Ludwig Feuerbach (1845)[5]. El escritor alegaba que los “actuales filósofos, los modernos sabio-hondos”, carecían de la originalidad de sus antecesores (46), buena parte de los cuales incluye en su genealogía del anarquismo. Una versión más completa de esos antecedentes obra en el texto de Juan José López, “Voces libertarias”, escrito entre 1911 y 1914 (175 ss). Tanto en Cruz como López, si uso el lenguaje de Friedrich Nietzsche, el “monumentalismo” del pasado les obsesiona.[6] En suma, el siglo 20 era “medio del vicio y del escándalo” (57) o un “Cambalache” (1934) como lo calificó un tango de Enrique Santos Discépolo.

Aquella concepción negativa del siglo 20 no era privativa de los anarquistas. Numerosos observadores vieron en el 1900 el fin de una época y el inicio de otra. Eugenio María de Hostos (c. 1900) en su ensayo “El siglo 20” también lo evaluó con pesimismo. El mito del milenarismo cristiano pesaba mucho. Su representación como uno de totalitarismos y retrocesos ha sido tema de discusión de historiadores como Eric Hobsbawm (1995) y Enzo Traverso (2016) tras fin de la Guerra Fría[7]. Las diferencias en la mirada de unos y otros se reducen a matices, mientras la nostalgia común por una inexistente Belle époque se impone.

Aparte de ello Cruz coincide con otras propuestas culturales de principios de siglo 20. Por un lado, con el escepticismo respecto al liberalismo expresado por algunas vanguardias estéticas antes, durante y después de la Gran Guerra (1914-1918). Sus proponentes tendieron a afiliarse a las derechas fascistas, al nazismo o a las izquierdas radicales y bolcheviques. Por otro lado, converge con la producción historiográfica propia de la “industria cultural” del cambio de siglo 19 al 20 y el periodo entreguerras. Aludo a los decadentistas culturales y otros críticos de los valores occidentales como Arnold Toynbee, Oswald Spengler y Pitirim Sorokin, entre otros, visibles en el escenario de la Gran Guerra y la epidemia de influenza (1917). En fin, mi lectura asume a Cruz como un “testigo” del fin de la Belle époque y de la grandeza de la Europa capitalista pero sin la melancolía mostrada por Marcel Proust (1913) en su novela En busca del tiempo perdido.

En segundo lugar, Cruz incluye una genealogía del anarquismo que gira alrededor de varios principios, a saber:

  • La confianza en la inevitabilidad de la revolución ácrata y en la victoria del abajo social resultado del progresismo natural / orgánico que adjudica a la historia (30, 31, 32)
  • El poder de los valores seculares y el anticlericalismo radical anticristiano como contraparte de la alianza de la burguesía (el capital) y la Iglesia (la ideología) en el expolio del abajo social en un tono análogo al de Marx (1848) en El manifiesto comunista
  • La valoración de la racionalidad, el cientifismo, la experiencia y el empirismo como generadores de un saber verdadero, permanente y dirigido a la praxis
  • La valoración de la educación como un acto liberador con dos rostros opuestos: la crítica a la educación burguesa como una esclavizadora; y la afirmación de la educación anarquista como una liberadora. En este aspecto posee coincidencias con el krausopositivismo y las pedagogías de la segunda parte del siglo 19 en especial con Johan H. Pestalozzi, Karl Krausse, Fernando Giner de los Ríos, entre otros.
  • La confianza en el papel emancipador/salvador de la clase obrera y la convicción de que la vida solidaria de los obreros anticipa una “nueva humanidad” más allá de las clases sociales emanadas de la propiedad privada. El argumento le sirve para confirmar la superioridad de la “solidaridad de clase” ante la “solidaridad nacional” (56, 57)
  • La subversión del orden en la vida cotidiana. Cruz participa de una teoría del matrimonio y la familia que involucra su abolición por su condición de aliados de la propiedad privada (65), y favorece el amor libre o natural que involucra a la mujer en la decisión. Todo sugiere una relectura de Mijail Bakunin (1845) quien hablaba del “amor activo”; y Friedrich Engels (1884) que vinculaba la familia a la propiedad privada.[8] En Cruz, un pensador no carente de romanticismo, la acracia supone un retorno a un “estado natural” ubicado in illo tempore como un beatus ille (70) ahistóricos.

En general la arquitectura del imaginario anarquista en Cruz se nutre de la cultura burguesa revolucionaria: critica los valores modernos burgueses con sus instrumentos interpretativos. Construye el anarquismo como un “mesianismo profético” secular si uso el concepto de Erich Fromm (1961) en Marx y su concepto del hombre,[9] articulado en un lenguaje evangélico profano: el libertario, ácrata, o anarquista es un cátaro o un hombre puro (45).

En el texto de Juan José López, “Voces libertarias” (sin fecha) (175-208) llama mi atención el editor, la Tipografía La Bomba de Ponce. En 1899 Evaristo Izcoa Díaz poseía una tipografía con ese nombre de modo que estoy en posición de suponer que podría tratarse de la misma. Una lectura cuidadosa del documento sugiere que aquel debió ser escrito entre los años 1910 y 1914. Tres alusiones concretas lo sugieren: una al Presidente de Francia Raymond Poincaré (1912-1913) (175), otra a la Gran Guerra (1914-1918) (199), y una tercera al Presidente de México Porfirio Díaz hasta 1911, fallecido en 1915 (204, 206).

Una marca de estilo única en este texto es el recurso a la poesía. “La mentira” (188) está organizada en octavas reales con versos endecasílabos; y “Lucha roja” (175) en sextinas con versos endecasílabos. Algunos de los ejercicios en prosa tienen un rasgo distintivo. “Anarquía” (183), por ejemplo, es un poema prosificado en dísticos octosílabos. No se trata de un hecho aislado. Venancio Cruz (1905) en Hacia el porvenir… incluye un poema/canción al final de su texto que posee rasgos similares (75-78):  un poema híbrido que usa quintetos endecasílabos mezclados con cuartetas endecasílabas. A ello añade el formato del madrigal italiano: un endecasílabo seguido de un heptasílabo. Todas son formas clásicas dotadas del lenguaje grandilocuente y pomposo de la revolución distantes de las formas populares. El resto de los textos de López es prosa rítmica de tono modernista, con influencias románticas y parnasianas. El “exotismo” modernista se traduce en el imaginario de la “utopía natural”: una sociedad más allá de la propiedad privada y la desigualdad.

El poema revolucionario posee raíces remotas. Graco Babeuf (1797) escribió “Nueva canción al uso (o estilo) de los suburbios)” y “Otra canción de los iguales” (1797) como parte del programa de la “Rebelión de los Iguales” durante la Primera República Francesa (1792-1804).[10] Este es un tema de investigación apasionante que plantea numerosas interrogantes. ¿Por qué prosificar un texto poético teórico? ¿Por qué usar métrica clásica? ¿Por qué no depender de metros más populares y accesibles como las cuartetas, redondillas o serventesios? ¿Por qué no recurrir a la décima o espinela popular?

Ideológicamente López no difiere de Cruz. El redentorismo, el lenguaje evangélico, el “mesianismo secular” son notables en su discurso (183, 184, 204, 207). La premisa es que el anarquismo es superior al socialismo (182) porque asegura una libertad que se identifica con el Estado Natural, metáfora de una condición edénica. La comparación con otras retóricas redentoristas es tentadora. Por un lado, con del nacionalismo esencialista en el estilo de Johan Herder, Johan Ficthe o, el más cercano, Pedro Albizu Campos y su propósito de construir una hermandad solidaria de productores directos y pequeños y medianos propietarios conectada por el volkgeist natural y sagrado. Por otro lado, con la imagen del comunismo articulada por  Sergei Platónov (1928-1929) en la novela Chevengur quien aspiraba consolidar una hermandad solidaria de agricultores sin tierra basada en una identidad natural y en la inocencia rural.[11] Todo sugiere que el redentorismo tiene que ver con el pasado clerical del anarquismo y sus relaciones con el evangelismo fundamentalista antes del 1848 en la tradición de los Diggers y los Levellers ingleses del siglo 18, asunto que valdría la pena indagar en otra ocasión.[12]

Comentario aparte merece el apéndice firmado por M. Sastre, “A Luisa Capetillo y demás yerbas que les venga” (245-247). El texto proviene del Periódico sindicalista publicado en Cuba en 1914 y refleja las “luces y sombras” del anarquismo. Me refiero a los debates internos por desacuerdos ideológicos, sindicales y de género que afloraron en el seno del movimiento. Sastre, probable seudónimo de un líder no identificado, señala numerosos problemas ideológicos a Capetillo. Su espiritismo, su idea del amor libre, su campaña internacional, la venta de panfletos de propaganda y el empresarismo ácrata, una práctica común de organizaciones rebeldes de todo tipo a fines del siglo 19, son tratadas con agresiva ironía.

La sátira contra Capetillo se elabora desde la “masculinidad patriarcal anarquista”, actitud tan problemática como la burguesa. El autor la acusa de “sentimentalismo semi-caritativo-espíritu-cristiano-burgués-liberno”, un insulto muy castizo, por cierto. “Liberno(a)” es un concepto en desuso que sugiere una “cosa baladí” o sin importancia y, en sentido figurado, una moneda de poco valor como el ochavo o el maravedí y que “uno se quedó pobre”.[13] Para Sastre, Capetillo negaba los valores del anarquismo y era una demagoga: “no es lo mismo hablar de amor libre revuelto con espiritismo, cuando la naturaleza se rebela, que tratar de actos revolucionarios…” (246). En su reflexión, el citado López afirmaba que “…en la marcha de engaño y de cinismos toma parte el infuso espiritismo” (180). Aquel sistema era interpretado como otra “religión” más: “infuso” significa inculcado por Dios. La crítica a Lev Tolstoi (48-50) posee rasgos análogos. El autor devalúa su espiritualismo contemplativo que, por otra parte, era admirado por Rosendo Matienzo Cintrón.[14] El anarco-cristianismo y el espiritismo-cristiano son rechazados de forma tajante. Todo indica que algunos anarquistas no favorecían la penetración del espiritismo o la libertad sexual en su propuesta.

El secularismo y el anticlericalismo usados contra Capetillo excedían el diferendo filosófico. Los debates por cuenta de la fidelidad a las grandes centrales sindicales o el juicio respecto a los inmigrantes en Estados Unidos generaban roces. La American Federation of Labor (AFL) fundada en 1886 por Samuel Gompers, y la Industrial Workers of the World (IWW) fundada en 1905 por Eugene Debs, competían por el favor de los obreros estadounidenses. (cfr. 97-90). El estudio de estas pugnas o fisuras ideológicas y de género así como la evaluación de su impacto en el anarquismo puertorriqueño es importante para evitar una imagen homogénea o edulcorada del fenómeno. Invito a la lectura crítica de estos textos.

Publicada originalmente en 80 Grados-Historia (5 de agosto de 2022)


[1] Mario R. Cancel Sepúlveda (2018) “El separatismo independentista y las izquierdas…” (Varios) Hilo en Puerto Rico entre siglos URL: https://puertoricoentresiglos.wordpress.com/?s=Betances+anarquistas

[2] Mario R. Cancel Sepúlveda (2009) “Historia que cuentan: una metáfora y un juego” en Academia.edu URL : https://www.academia.edu/39882614/Historias_que_cuentan_Una_met%C3%A1fora_y_un_juego . Prólogo del libro de Lissette Rolón Collazo (2009) Historias que cuentan: El motín contra Esquilache en Madrid y las mujeres dieciochescas según voces del XVIII, XIX y XX. (Madrid: Aconcagua Publishing): 19-30.

[3] Marqués de Condorcet (3 de marzo de 2010) “Documento y comentario: Condorcet, el Progreso Humano” (Notas de Mario R. Cancel Sepúlveda) en Historiografía: la invención de la memoria URL: https://mariocancel.wordpress.com/2010/03/13/condorcet-progreso-humano/

[4] Cornelio Tácito (6 de octubre de 2009) “Documento y comentario: Cornelio Tácito, los germanos” (Notas de Mario R. Cancel Sepúlveda) en Historiografía: la invención de la memoria URL: https://mariocancel.wordpress.com/2009/10/16/cornelio-tacito-germanos/

[5] Ludwig Feuerbach (6 de enero de 2018) “Documento y comentario: Karl Marx (1845) Tesis sobre Feuerbach” en Historiografía: la invención de la memoria URL: https://mariocancel.wordpress.com/2018/01/06/documento-y-comentario-karl-marx-1845-tesis-sobre-feuerbach/

[6] Friedrich Nietzsche (11 de mayo de 2010) “Documento y comentario: Historia: tres concepciones) (Notas de Mario R. Cancel Sepúlveda) en Historiografía: la invención de la memoria URL: https://mariocancel.wordpress.com/2010/05/11/historia-tres-concepciones/

[7] Eric Hobsbawm (1998) Historia del siglo XX (Buenos Aires: Crítica / Grijalbo / Mondador); Enzo Traverso (2017) La historia como campo de batalla (México: Fondo de Cultura Económica).

[8] Laura Vicente (6 de marzo de 2014) “Mijaíl Bakunin: mujer, libertad y amor” en Diagonal URL: https://www.diagonalperiodico.net/saberes/22926-mijail-bakunin-mujer-libertad-y-amor.html ; Mijaíl Bakunin (1973) El sistema del anarquismo (Buenos Aires: Proyección): 127-129; y Friedrich Engels (2006) El origen de la familia, la propiedad privada y el estado (Madrid: Fundación Federico Engels)

[9] Erich Fromm (1970) Marx y su concepto del hombre (México: Fondo de Cultura Económica): 9, 10, 44, 46.

[10] Graco Babeuf et. al. (1975) “Chanson nouvelle á l’usage des faubougs” (1797) y “Autre chanson des égaux” (1797) en El socialismo anterior a Marx (México: Grijalbo): 27-31 y 33-37

[11] Las pistas de aquella utopía están dispersas en Andrei Platónov (2009) Chevengur (Madrid: Cátedra): 168, 187, 192, 257, 264, 304, 308, 399, 403, 438-439, 442, 452, entre otras, en particular la relación de Kopionkin con su caballo “Fuerza Proletaria”, el mito de Rosa Luxemburgo y el militante Dvánov.

[12] Mario R. Cancel Sepúlveda (31 de octubre de 2012)  “Anarquía y Anarquismo: antecedentes ingleses” en  Pensamiento social URL: https://historiasociologia.wordpress.com/2012/10/31/anarquia-y-anarquismo-antecedentes-ingleses/

[13] José de Lamano y Beneite (1915) El dialecto vulgar salmantino (Salamanca: Tipografía Popular): 513; y  (P. Juan Mir y Noguera (1907) Rebusco de voces castizas (Madrid: Sáenz de Jubera Hermanos-Editores):  466.

[14]Luis M. Díaz Soler, ed. (1960) “Tolstoi” en Rosendo Matienzo Cintrón: Recopilación de su obra escrita (San Juan: Instituto de Literatura Puertorriqueña/ Universidad de Puerto Rico): 428-432.

abril 22, 2018

El separatismo independentista y las izquierdas en el contexto del siglo 19: el papel de Ramón E. Betances Alacán

  • Mario R. Cancel Sepúlveda
  • Historiador y escritor

Entre la discursividad separatista independentista y la anticapitalista existía un abismo que no se resolvería de alguna manera sino después de la Segunda Guerra Mundial. La antipatía de los activistas antisistémicos con cualquier expresión cercana al nacionalismo, incluyendo el activismo criollo, era enorme.  El socialismo amarillo que se movía entre el anarquismo y el sindicalismo y que encontró un espacio legal de acción en el marco de la autonomía de 1897 y tras la invasión de 1898, fue un aliado de Estados Unidos y de los propulsores del estadoísmo.

Las razones para ello tenían que ver con que los teóricos y militantes anarquistas y socialistas franceses que miraban la lucha de las Antillas en contra del colonialismo no identificaban el concepto “independencia” con la idea de la “libertad”. Para los anarquistas la separación e independencia no garantizaba la eliminación de la coerción de una estructura artificial como el Estado sobre el productor directo al cual consideraban el protagonista de los procesos sociales.

Para los socialistas aquella solución política sólo le quitaba el poder a una clase explotadora extranjera para dársela a otra clase explotadora local por lo que, de ninguna manera, redimía de la explotación del capital. En ese sentido, para aquellas dos tradiciones antisistémicas la independencia hacía un buen servicio a las clases explotadas. La independencia era una forma de continuarla y de perpetuar la explotación del hombre por el hombre. Partiendo de aquellos supuestos interpretativos, nada justificaba el reconocimiento de legitimidad a la causa independentista de Cuba o de Puerto Rico.

 

Ramón E. Betances Alacán en el Album Mariani (1892)

Una mirada de la izquierda europea al asunto de las Antillas

Lo innovador del conflicto de 1895 a 1898 en Cuba era que, como la lucha de Armenia, Macedonia o Creta, la misma se podía popularizar entre las izquierdas si se la concebía como la expresión de una ofensiva secular contra dos imperios religiosos retrógrados y decadentes como lo eran la España católica y la Turquía islámica, y se hacía hincapié en su potencial modernizador o progresista. Llamo la atención sobre el hecho de que ese fue el tono dominante en la discursividad de una muestra significativa en los escritores estadounidenses al evaluar y justificar la toma de Puerto Rico por las fuerzas estadounidenses en 1898, según hemos comentado el sociólogo José Anazagasty Rodríguez y el que suscribe en dos volúmenes de ensayos recientes. La insistencia en el carácter retrógrado y feudal del Reino de España por cuenta de su catolicismo fetichista fue constante. El apoyo tácito de las izquierdas a los proyectos separatistas, secesionistas o independentistas se sostenía si se interpretaba a aquellos como expresiones de resistencia de raíces populares y no por su regionalismo, criollismo o proto-nacionalismo.

En el contexto europeo el anti-islamismo de los separatistas armenios, macedonios o cretenses era una fuerza que se apoyaba en el cristianismo ortodoxo. De igual manera, el carácter secular de los rebeldes antillanos sigue siendo una impresión cuestionable que deriva del hecho de que una parte del liderato más visible eran anticlericales. Ese es el caso de Ramón E. Betances Alacán. Pero en Cuba la guerra no se hacía contra el catolicismo español ni prometía una renuncia al mismo después de la independencia. De hecho, muchos de los rebeldes eran católicos como lo habían sido algunos de los iconos separatistas de México y como lo serían muchos nacionalistas cubanos y puertorriqueños en el siglo 20.

El balance entre lo religioso y lo político en el separatismo independentista de fines del siglo 19 es un asunto que valdría la pena investigar dada la costumbre de asociar esa propuesta con el anticlericalismo y el secularismo modernos. Lo cierto es que la modernidad es mucho más compleja que eso y no puede interpretarse desde una estrecha postura dualista. Betances Alacán era un pensador anticlerical y secular que convergía con anarquistas y socialistas franceses sin participar activamente de aquellas ideologías. Dadas las condiciones concretas de su lucha, tampoco desechaba una alianza productiva con un icono del catolicismo como los fue el Padere Fernando Arturo Meriño quien llegó a ser presidente de la República Dominicana. Los socialistas y los anarquistas franceses podían simpatizar con el separatismo independentista a pesar de los choques obvios con sus esquemas teóricos. El principio de la utilidad y el realismo político parece dominar la actitud de ambos extremos.

 

Una variedad de formas de colaboración

Varias situaciones favorecieron la colaboración de anarquistas y socialistas franceses con el separatismo independentista. De una parte, la evolución del fenómeno del capitalismo industrial a otro modelo en el cual los sectores financieros dominaban el panorama, el desarrollo de monopolios, trust y grandes conglomerados de capital que ubicaban la explotación en un nuevo nivel. De otra parte, el fenómeno del imperialismo de fines del siglo 19 y su voracidad con aquellas zonas que no había sido controladas del todo por los poderes más avanzados de Europa, hecho que excedía el colonialismo nacido en los siglos 15 y 16. Y, por último, el hecho intelectual de que la mayor parte de las certezas de la cultura decimonónica comenzaban a derrumbarse a fines de aquel periodo.

En aquel contexto la separación de un territorio pequeño del imperio que lo sojuzgaba podía interpretarse como un proyecto progresista. Lo era porque hipotéticamente debilitaba las redes del capital internacional y servía para dejar atrás formas caducas de coloniaje. Algunos anarquistas podían conjeturar que con ello se adelantaría el fin estratégico de la “fraternidad universal”. Los socialistas, por su parte, podían imaginar que el derrumbe de los viejos sistemas coloniales allanaría el camino a la “sociedad sin clases” y la rehumanización del ser enajenado. Ambas actitudes se apuntalaban en una concepción progresista de la historia y en la confianza en su telos o meta de libertad.

La solidaridad de anarquistas y socialistas franceses y del resto de Europa con los movimientos separatistas en Europa o las Antillas era también la expresión de cuestiones más concretas, por ejemplo, el carácter de sus luchas en el seno de las naciones estado en que se movían: Francia, Italia o España. Las tensiones dentro de las naciones estado favorecían la toma de posición respecto a los separatismos de todo tipo a la luz de consideraciones de táctica y estrategia. Naturalmente, favorecer a Cuba, Armenia, Macedonia o Creta significaba oponerse al estado coercitivo o a las burguesías y las clases dominantes de uno u otro imperio retrógrado. En el caso de las posesiones del Imperio Turco, la separación las devolvería a la ruta europea según se interpretó la liberación de Grecia entre 1821 y 1832. Las consideraciones de política nacional resultan cruciales para comprender la solidaridad y la ausencia de ella. A fines del siglo 19 Eugenio María de Hostos Bonilla se quejaba de la falta de apoyo a la causa de Cuba en el Cono Sur y explicaba la actitud a la luz de la intensas relaciones económicas y diplomáticas de aquellos países con España.

La separación, por cierto, no siempre condujo a la independencia. En el caso de Creta la llevó a integrarse a Grecia en 1908; Armenia permaneció entre la influencia de turcos y rusos hasta 1918; y Macedonia acabó integrándose a Serbia en 1912. Es importante llamar la atención de que la separación no equivalía siempre a la independencia y que, por el contrario, las arrastró a la dependencia de otros poderes hegemónicos o regionales. Para los territorios pequeños, separarse era la precondición para cambiar las relaciones de dependencia arreglándose a una tradición que se presumía valiosa. Pero la independencia de los territorios pequeños era inadmisible y Cuba y Puerto Rico encajaban de algún modo en aquel prejuicio desde la perspectiva de los poderosos observadores europeos.

La situación de Cuba y las Antillas, territorios coloniales pequeños, era distinta por el hecho de que había otros actores en el escenario, el más importante Estados Unidos. Separarse de España los dejaría al alcance de aquel poder sin que nadie pudiese impedirlo a la altura del 1890. La evaluación que hicieron anarquistas y socialistas del papel de Estados Unidos en el conflicto cubano y antillano puede parecer paradójica pero poesía una lógica extraordinaria en el contexto de su tiempo. Una de las fuentes más precisas para comprender ese laberinto son los escritos de la fase francesa Betances Alacán del historiador Paul Estrade

 

La imagen de Estados Unidos ante la izquierda europea

En el caso de los anarquistas el juicio sobre la función de Estados Unidos en el conflicto no era uniforme, generaba fricciones con los separatistas independentistas y, en ocasiones, favorecía a los anexionistas. Algunos parecían favorecer el separatismo independentista pero otros lo rechazaban. Anarquistas como Louise Michel (1830-1905), maestra, poeta, trabajadora de la salud y uno de los emblemas de la Comuna de París, activista blanquista y una de las figuras más influyentes entre intelectuales y estudiantes socialistas franceses de fines de siglo 19, veía en los estadounidenses que agredían a España una fuerza libertadora y emancipadora. La idea de que los “americanos no tienen otro objetivo que apoderarse de Cuba” era consideraba falsa porque “el pueblo americano sabría impedirlo” opinión, por otro lado, compartida por Hostos Bonilla en 1899.  Michel daba por buena la versión del “Destino Manifiesto” y la concepción de la “inocencia americana”.

Sebastién Fauré (1858-1942), escritor socialista hasta 1888 y anarquista desde ese momento en adelante, también veía en los estadounidenses un aliado lícito para los cubanos y no un enemigo. Su lógica era la de un republicano progresista: Estados Unidos ayudaría a “expulsar de su territorio el ejército real”. La intervención de ese país en el conflicto entre cubanos y españoles también fue aplaudida por J. R. Brunet como un acto de apoyo a la liberación de Cuba y no como un acto imperialista agresivo. Aquel conjunto convergía con el separatismo anexionista pero no con el independentista: entendían que la presencia de Estados Unidos en el futuro de Cuba y de Puerto Rico, a la larga, cumpliría un papel progresista y no retardatario como sugerían los independentistas.

En socialista Paul Lafargue (1842-1911), cubano y yerno de Carlos Marx, veía en la independencia el nicho de otra república burguesa por lo que se resistía a favorecer la lucha cubana. En buena parte de los casos, según el citado Estrade, prefirieron no expresarse con respecto al tema. Este investigador sostiene que la Segunda Internacional demuestra “su incomprensión del problema colonial”. En realidad es que aquellos teóricos comprendían el asunto de un modo muy europeo y hasta ortodoxo que luego fue revisado en el contexto de la Gran Guerra (1914-1918).  Betances Alacán, que era independentista y antiseparatista convencido, debía sentir cierta incomodidad ante aquella lógica teórica.

 

Una “incomprensión” que es “comprensible”

Las posturas de los anarquistas y socialistas franceses sobre el separatismo independentista y anexionista, el papel de Estados Unidos, el futuro de Cuba, en respaldo o rechazo a la insurrección, es determinante para comprender a Betances Alacán.  En Cuba y en Puerto Rico el movimiento obrero emergente nacido de la era de las aboliciones, tomó una actitud paralela a la de los modelos antisistémicos europeos. Influidos por las doctrinas anarcosindicalistas y socialistas filtradas a la España decimonónica, se resistieron a apoyar a los separatistas independentistas y vieron con buenos ojos la presencia de Estados Unidos en el escenario post-invasión. La contradicción es comprensible a la luz de sus respectivas perspectivas teóricas. La distancia entre la clase obrera y el independentismo puertorriqueño del siglo 20, un fenómeno que preocupó muchísimo a la nueva historia social de los años 1970, extiende sus raíces hasta aquel escenario. Los desencuentros entre productores directos y los líderes nacionalistas en el siglo 20 (en 1904, 1922 y 1934) son tres modelos extraordinarios. La Unión, la Alianza y el Nacionalismo, pasaron por una experiencia similar.

El socialismo y el anarquismo teóricos y prácticos de fines del siglo XIX no estaban preparados intelectualmente para comprender las problemáticas particulares de Cuba y Puerto Rico. A eso se refiere estrada cuando semana “su incomprensión del problema colonial”. Me temo que tampoco estaban dispuestos a hacer el esfuerzo por “comprenderlo”. Después de todo, aquellas eran interpretaciones formuladas por pensadores europeos para entender problemas europeos propios de una sociedad capitalista avanzada que se movía orgullosamente en el marco del imperialismo y seguía mirando con ojeriza a los pueblos no europeos. La opinión del socialismo y el anarquismo teóricos y prácticos sobre el tema antillano, no dejaba de ser otra expresión propia del eurocentrismo dominante en su militancia.

Las excepciones están allí también presentes, según lo confirma la lectura de las investigaciones de Estrade. El escritor anarquista Charles Malato (1857-1938), el geógrafo Elisée Reclu (1830-1905), el artesano y teórico Jean Grave (1854-1939), entre otros; y socialistas procedentes de las tendencias blanquistas y guesdistas, ambas  de influencia marxistas,  apoyaran la causa de Cuba porque la valoraban como una propuesta antimonárquica y anticlerical ejecutada contra un imperio decadente y retrógrado. Todas las opiniones se vertían mirando hacia Cuba. Puerto Rico, sin una resistencia armada activa, hecho del cuál Betances Alacán se quejaba en 1898, era invisible en la discusión internacional. Después del 1898 la relación entre el separatismo independentista reformulado en independentismo o nacionalismo cultural, y las izquierdas sería reformulada. El asunto fue más complejo de lo que parecía.  Para madurar ese nuevo discurso también tuvieron que reinventar a Betances Alacán. Una cosa era esta figura bajo España y otra fue bajo Estados Unidos.

Publicado originalmente en 80 Grados-Historia el 18 de febrero de 2018

abril 20, 2018

El separatismo independentista y las izquierdas en el contexto del siglo 19: notas al margen

  • Mario R. Cancel Sepúlveda
  • Historiador y escritor

El resurgimiento de la violencia separatista en Cuba a 17 años del pacto de Zanjón fue un evento de envergadura internacional. Para mucho en el mismo no se jugaba solo el futuro de la Antilla mayor. De su resultado dependía también el futuro de las demás islas. El hecho de que el escenario involucrase un poder ascendente y ambicioso como Estados Unidos, y un imperio decadente como España parecía determinante para la historia toda del hemisferio.

En aquellas circunstancias, la situación de las Antillas fue objeto de evaluación de ideólogos anarquistas y socialistas franco-europeas durante la Guerra Necesaria (1895-1898). Con ello se abría un diálogo interesante entre dos extremos políticos complejos que vale la pena revisar con cuidado desde una perspectiva puertorriqueña hoy. El protagonismo del Dr. Ramón E. Betances Alacán en aquel proceso y el hecho de que la intelectualidad de las décadas del 1960 al presente reclamara al médico de Cabo Rojo como un icono de las izquierdas, lo justifica. El panorama más completo sobre aquel lo ofrece Paul Estrade en su volumen Solidaridad con Cuba libre, 1895-1898: la impresionante labor del Dr. Betances en París (2001).

Los hechos de Cuba fueron cruciales para el juicio que las izquierdas europeas desarrollaron sobre la situación antillana. Después de todos, Puerto Rico era invisible por el hecho de que en la pequeña colonia no se había desarrollado un proyecto de resistencia armada al coloniaje español. Betances Alacán se quejó de ese hecho en varias ocasiones a lo largo de aquellos años que precedieron a la invasión de su tierra. La resistencia que no desembocaba en un hecho de armas era inmaterial en el plano internacional y, es posible, que incluso el liderato más visible e informado, no se enterase de la diversidad de la misma en el extranjero. La condición de que no hubiese habido un alzamiento eficaz en el país después del fracaso del de 1868, explica no solo la ausencia del tema colonial puertorriqueño entre las izquierdas francesas y europeas sino también el poco interés de la misma República de Cuba en Armas después de 1895 en arriesgar esfuerzos y dinero en un territorio que no parecía contar con las condiciones para sostener una guerra contra España. Ese desinterés ha sido ampliamente documentado en las obras investigativas de Germán Delgado Pasapera y Edgardo Meléndez desde las décadas del 1980 y el 1990. El realismo político y la diversidad ideológica dominaba a la jerarquía del Partido Revolucionario Cubano, asunto que habría que tratar de manera separada por su peculiar complejidad.

«Betances» (detalle) dibujo de Andrés Hernández García

El hecho de que, desde las izquierdas franco-europeas, se viese el proceso cubano como una causa separatista y republicana que tenía como meta crear un Estado Nacional soberano, fue definitivo en la posición adoptada ante el tema. El juicio plantea un problema. A pesar de que el lenguaje de muchos historiadores insiste en el carácter independentista de la rebelión de 1895 y aplana una realidad compleja, el separatismo cubano era mucho más que eso. En el territorio de las aspiraciones políticas, los sectores independentistas y confederacionistas pugnaban intensamente con los sectores anexionistas a Estados Unidos. El balance entre las fuerzas independentistas y las anexionistas a Estados Unidos en el Partido Revolucionario Cubano siempre ha estado en discusión y no es un problema que yo pueda resolver en esta breve reflexión. Por otro lado, una situación similar se manifestaba en el seno de la Sección de Puerto Rico de aquella organización. En lo único en que estaban de acuerdo uno y otro extremo era en la necesidad de separarse de España. Delgado Pasapera, uno de los primeros en acercarse a ese espinoso asunto en la década de 1980 lo resolvía insistiendo en que la cuestión táctica (la separación) estaba resuelta, y que la cuestión estratégica (anexión o independencia) se trabajaría tras la separación. En cualquiera de los dos casos, una relación con Estados Unidos sería inevitable. Un siglo de relaciones de mercado, culturales y de tensiones políticas no pasaba en vano. La historia de Cuba desde su independencia en 1902 hasta el 1959 tradujo bien la situación dominante en el contexto del 1895. La de Puerto Rico entre 1900 y 1952 también.

Para los socialistas y anarquistas franco-europeos la apropiación del tema cubano se facilitó por el hecho de que no se trataba de la única comunidad política pequeña que luchaba por la separación de un imperio considerado retrógrado. La isla de Creta (1897), la comunidad de Armenia (1896-1897) y la de Macedonia (1890), también elaboraban resistencias armadas por la emancipación contra el Imperio Otomano en medio del auge del imperialismo europeo occidental. Aquellas confrontaciones resultaban simpáticas para las izquierdas franco-europeas por una variedad de consideraciones. La conflagración entre Cuba (1895) y España ya no era excepcional sino más bien la expresión de una lucha histórica en la cual unos territorios pequeños enfrentaban el poder de un imperio religioso decadente: el español. No difería de la de los cretenses y el turco. Ese era el aspecto moderno de aquellos conflictos. El anticlericalismo y el secularismo militante de socialistas y anarquistas fue esencial en la decisión de respaldar aquellas causas y equipararlas. En el proceso se asumía el carácter anticlerical y secular de las luchas separatistas como un valor. La cuestión de la separación para la independencia, la confederación o la anexión a Estados Unidos era otra cosa porque las izquierdas tenían posturas contradictorias en cuanto a esos puntos igual que los cubanos y los puertorriqueños.

Sería interesante indagar la opinión que tenían sobre el tema del separatismo en todos aquellos espacios dos propuestas ideológicas de las izquierdas de fines del siglo 19. Me refiero a los socialcristianos de origen católico o evangélico que crecieron desde 1850 en adelante; y los anarcocristianos que florecían a fines del siglo 19. Ambos poseían alguna influencia en el movimiento obrero internacional y competían con socialistas y anarquistas seculares y ateos los espacios de influencia en la clase obrera. El interés que despertaron entrambas propuestas en algunos activistas radicales de Puerto Rico entre 1903 y 1930 justificaría una búsqueda en esa dirección.

 

Los anarquistas y la independencia

La legitimidad del apoyo de los anarquistas franco-europeos a la causa de Cuba parece descansar en el argumento anticlerical y secular y no en el argumento político.  La interpretación anarquista ortodoxa desconfiaba del Estado Nación, uno de los ideales más emblemáticos de la revolución burguesa, por su carácter elitista, coercitivo y antipopular. Los anarquistas eran partidarios de la constitución de una “fraternidad universal” como garantía de la “libertad”. La misma se organizaría y crecería como producto de la unión voluntaria entre iguales. La voluntariedad dependía de que no mediase coacción externa en el proceso de institución de la misma. Esa postura radical, los conducía a oponerse a cualquier tipo de organización estatal. La médula del anarquismo era la aspiración de que no existiera ningún tipo de Estado en cuyo lugar maduraría una acracia administrada de manera natural, es decir, ajustada a las leyes naturales a las cuales estaba la humanidad sujeta.

Su lógica los había convencido de que posible la recuperación de ese estado natural en el que todos eran iguales en un mundo sin estructura, concepto que sirvió de base hipotética al Estado Naturaleza esgrimido por los teóricos del siglo 18. Aquella acracia sostenida en la “justicia natural” sería la base de la “sociedad libertaria”, condición distante de la “guerra de todos contra todos” con que identificaban los estatistas burgueses a la misma. Ajustar el comportamiento social a las estructuras de la naturaleza por medio de la razón fue uno de los grandes motores del pensamiento social desde Immanuel Kant (1724-1804), pasando por Auguste Comte (1798-1857), hasta Eugenio M. de Hostos Bonilla (1839-1903).

Esa “fraternidad universal” no podía constituirse sin un mínimo de estructura. Para los anarquistas su estabilidad dependería de la configuración de múltiples “poderes asociativos menores” que fuesen capaces de impedir la constitución de un poder central autoritario. La convergencia de aquella postura con el comunalismo o el federalismo eran evidentes: ambos sistemas, como el anarquismo, coincidían en el valor de la descentralización administrativa más exigente. Los “poderes asociativos menores” a los cuales se integraba de manera voluntaria el ser humano, serían la base de la “fraternidad universal” y de la “libertad”.

La idea de una República de Cuba o la de Puerto Rico o la de una confederación de estados soberanos, era inapropiada, ilegítima o secundaria: no encajaba en aquellos parámetros. La del territorio incorporado o anexado a un estado poderoso mayor tampoco porque ello no aseguraba la “fraternidad universal” y la “libertad”. Lo cierto es que la concepción de una nación o una patria no se ajusta al anarquismo teórico porque tiende a separar más que a unir a la humanidad. Mijail Bakunin (1814-1876) decía que:

“…la patria y la nacionalidad son, como la individualidad, hechos naturales y sociales, fisiológicos y al mismo tiempo históricos; ninguno de ellos es un principio. Sólo puede darse el nombre de principio humano a aquello que es universal y común a todos los hombres y la nacionalidad los separa; no es, por lo tanto, un principio.”

Bakunin recomendaba renunciar a las mezquindades y a los “intereses vanos y egoístas del patriotismo”. La misma idea de la creación de una organización partidaria con el propósito de conseguir un fin político particular había sido rechazada por Pierre Joseph Proudhon (1809-1865). En ese sentido, las probabilidades de cooperación entre anarquistas y separatistas independentistas y confederacionistas sobre la base de la finalidad esbozada por los cubanos parecían teóricamente canceladas.

 

Los socialistas y la independencia

La interpretación socialista ortodoxa desconfiaba también del Estado Nación por razones análogas. Aquel artefacto era el producto histórico de la revolución burguesa y una estructura de poder creado por y al servicio del adversario de clase de los trabajadores y productores directos. En ese sentido, respaldar la causa separatista independentista y confederacionista, implicaba una contradicción en el marco de una concepción lineal de la historia compartida por liberales y socialistas. Para muchos militantes críticos, un compromiso con la independencia podía implicar el respaldo a un movimiento rebelde que lo que buscaba era colocar a una burguesía, la clase criolla cubana vinculada a la tierra y el comercio, en el poder. La misma lógica habrían utilizado si el caso de Puerto Rico hubiese estado en el radar. Ello explica en parte por qué el movimiento obrero surgido en Puerto Rico durante y después de la invasión del 1898 se opuso a la independencia y favorecía una relación más profunda con Estados Unidos.

Los socialistas y los marxistas franco-europeos estaban de acuerdo en esa interpretación tachada, tras la victoria de los bolcheviques en la Rusia de los zares, como una postura ortodoxa.  Un modelo será suficiente para ello. Paul Lafargue (1842-1911) un periodista, médico, teórico político y revolucionario franco-cubano nacido en Santiago, militante del Partido Obrero Francés y yerno de Karl Marx, se resistió a respaldar la lucha separatista de su pueblo por esas consideraciones. Lafargue había sido proudhoniano y luego marxista, y era enfáticamente anticlerical y antirreligioso. Desde su punto de vista, la conciencia patriótica chocaba con la conciencia de clase. Aquel era el mejor modelo de cómo un socialista reaccionaba ante los “intereses vanos y egoístas del patriotismo”, independientemente de su origen nacional. Como Betances, Lafargue era un antillano europeo, pero su concepción de la causa antillana miraba en una dirección opuesta al primero.

Como se sabe, la formulación de una teoría heterodoxa sobre la “cuestión colonial” no maduró hasta la Gran Guerra (1914-1918). El principio de autodeterminación e independencia no se impuso hasta que Vladímir Uliánov alias “Lenin” (1870-1924) y Woodrow Wilson (1856-1924) lo usaron para auspiciar el desmantelamiento de los imperios coloniales en beneficio de su situación en el tablero internacional. Sólo entonces se generalizó la concepción de que la lucha por la independencia “adelantaba” la lucha de la clase obrera o del proletariado en su avance hacia el comunismo y la “administración de las cosas”, paradigma que animó el movimiento anticolonial hasta tiempos muy recientes.

En aquel contexto, la colaboración entre socialistas, comunistas y nacionalistas se legitimó, pero no sobre la base del apoyo sincero a la separación independencia o confederación de las Antillas como un valor en sí mismo. Sobre esos puntos, como se ha comentado, había muchos problemas irresueltos y contradicciones de fondo. La colaboración debió fortalecerse sobre la base del presumido carácter anticlerical (por antiespañol) y secular de la revolución de la Antillas: derrotar y humillar a España era el sueño de muchos en aquel entonces. Bakunin, Proudhon y Lafargue eran todos anticlericales y pensadores seculares radicales. El hecho de que Cuba pudiese derrotar un imperio católico decadente justificó en algunos anarquistas y socialistas un respaldo que la cuestión de la independencia por sí sola no justificaba.

Publicado en 80 Grados-Historia el 22 de enero de 2018.

 

agosto 2, 2015

Ramón E. Betances Alacán: el separatismo y las izquierdas. Cuarta parte

  • Mario R. Cancel Sepúlveda
  • Historiador y escritor

La relación de Betances Alacán con los anarquistas ha sido debatida en términos de dos procesos mal conocidos y con toda probabilidad imposibles de aclarar al día de hoy. Por un lado, se apela a un oscuro y bien articulado plan que elaboró con el ingeniero cubano Francisco Cisneros (1836-1898) de provocar un levantamiento republicano en España soliviantando a los anarquistas catalanes. La lógica de conspirador le decía  que una España estable, a pesar de la crisis que la minaba, seguía siendo un enemigo formidable para los cubanos. Por eso estimular la agitación en Barcelona (1895-1896),  incitar la violencia anarquista (1897-1898) o, incluso, promover un desembarco en España (1898) a fin de crearle un frente el interior que desviara el envío de tropas a Cuba no resultaba ser ideas descabelladas. Investigadores cuidadosos como Ojeda Reyes y Estrade reconocen las dificultades de pormenorizar las referidas gestiones.

Michele Angiolillo

Michele Angiolillo

Por otro lado, se encuentra el affaire Angiolillo. Michele Angiolillo (1871-1897),  un anarquista individualista fuertemente influido por el espontaneísmo y el voluntarismo revolucionario e hijo de artesanos de Foggia en las cercanías de Nápoles, ha sido clave en la configuración de la relación entre el separatista independentista y republicano antillano con aquella ideología. El italiano fue quien ejecutó a Antonio Cánovas del Castillo (1828-1897) en el balneario de Santa Águeda de Mondragón en Guipúzcoa, escándalo político que recorrió el mundo y justificó el ascenso de Práxedes Mateo Sagasta (1825-1903) como primer ministro. Aquella línea de evento condujo a la oferta de autonomía para Cuba y su instauración en Puerto Rico, evento que para mucho inaugura la experiencia soberana bajo España y que otros consideran el modelo a imitar a la hora de revisar  la limitada autonomía que el país posee hasta el presente. La clase política cubana, que se debatía entre la anexión a Estados Unidos o la independencia, no vio la oferta hispana con los mismos ojos que la moderada clase política puertorriqueña. El hecho de que en Cuba hubiese guerra y en Puerto Rico no, parece haber sido determinante en la diferencia.

Tanto las conjuras al lado de los anarquistas como el magnicidio de Santa Águeda se dan independientemente de que Betances Alacán no es un anarquista. Los estudiosos han insistido mucho en el hecho sin necesidad alguna. Se trata de situaciones concretas en la cuales un republicano radical se acerca al enemigo de su enemigo con el fin de adelantar su causa. Entre el diplomático y el conspirador no hay muchas diferencias: en ambos casos el realismo político se impone como una necesidad en el marco de situaciones altamente complejas que requieren menos rigidez ideológica.

La conexión de Betances Alacán con el affaire Angiolillo, un hecho indudable,  ha sido  convertida en un complemento de la imagen romántica y contracultural que el revolucionario puertorriqueño desarrolló desde la década de 1850. Pío Baroja (1872-1956) en su novela Aurora roja (1904), achacaba a la propaganda antiespañola del polemista francés Henri Rochefort (1830-1913), director de L’Intransigeant, y al doctor Betances Alacán, la decisión de Angiolillo de cometer aquel magnicidio. La participación directa de ambos en la conjura no se aseguraba pero se sugería su responsabilidad ideológica en el mismo.

Los liberales autonomistas han manifestado la tendencia a ver en aquel suceso un aliado aleatorio del autonomismo y lo celebran calladamente para evitar que se les asocie con el laborantismo y el terrorismo individual. A fin de que el suceso encaje en su lógica, pasan por alto el hecho de que la autonomía se aprobara de manera atropellada y al margen del debido proceso parlamentario y niegan que  Sagasta estuviese utilizando  la autonomía para aplacar la furia estadounidense y evitar la agresión y la disolución del decadente imperio español. Otros intérpretes ubicados en las variopintas izquierdas revolucionarias del siglo 20,  han manipulado el escenario descrito a fin de inventar un Betances Alacán conspirador más afín con sus ideologías y, a veces, con sus métodos preferidos de combate. El asesinato de Cánovas guarda muchos paralelos con el de Elisha Francis Riggs en 1935: el hecho de que el ejecutor se entregase a las fuerzas policiacas en cuanto terminó el acto es demostrativo de ello. La crítica al carácter suicida de ambos actos, un lugar común en la izquierdas socialistas del siglo 20, es comprensible.

Francesco Tamburini, autor de un ensayo “Betances, los mambises italianos y Michelle Angiolillo” publicado en el 2000 en una antología de temas betancinos editada por  Ojeda Reyes y Estrade bajo el título Pasión por la libertad, aclaró la complejidad de lo que denominaba los “aspectos italianos” de la vida del activista de Cabo Rojo de los cuales el controversial eslabón Angiolillo es parte. Pero como se deducirá de lo que llevo dicho, los “aspectos italianos” son también “aspectos españoles”. Como comenté en otro momento, el abanico radical en el cual se ubicaba el antillano se movía desde el republicanismo convencional hasta el anarquismo extremo colectivista o individualista. Todos aquellos discursos contestatarios eran la expresión del agobio con el liberalismo burgués dominante y habían madurado en el marco del desarrollo del capital financiero y de su expresión política imperialista, considerada por muchos como una forma del colonialismo más cruenta que amenazaba con dejar el mercado internacional a los pies de una burguesía más agresiva.

Tamburini deja claro que la relación de solidaridad de Angiolillo con la cuestión cubana y antillana era contingente y hasta cuestionable. El magnicidio de Cánovas no se realizó con el fin de favorecer a los cubanos los cuales, decía Angiolillo, “no me importan”. El acto se realizaba  para protestar por las torturas a los anarquistas presos en el Castillo de Montjuich en Barcelona. En el fondo no se trataba de un acto de solidaridad lo cual quizá explique la reticencia de Betances Alacán a colaborar con el asunto. El investigador se encuentra ante lo que con toda probabilidad no fue sino una relación que se levantó sobre la base de la utilidad y no sobre una moral revolucionaria o un internacionalismo ideológico bien articulada. Utilizar a los anarquistas catalanes o a un anarquista italiano contra España no requiere mucha afinidad ideológica sino mucho pragmatismo e inteligencia.

Ejecución de Angiolillo

Ejecución de Angiolillo

Betances Alacán cultiva los “aspectos italianos” que Tamburini señala no sólo a través del anarquismo. También se apoyó en otras figuras que, como él, eran republicanos radicales  y manifestaban tendencias democráticas y que provenían de las clases medias y altas de aquel país. La figura de  Francisco Federico Falco (1866-1944), médico como él, nacido en Penne que apoyaba la causa de Cuba libre desde la perspectiva republicana, adquirió un papel protagónico en ese sentido. En 1982, Ojeda Reyes publicó una serie de cartas de Betances Alacán a Falco en la revista Caribe, las cuales permiten darle forma a aquella conexión italiana y ratifican  el sentido republicano que le daba el puertorriqueño a la misma. Toda la colección está estructurada dentro del más formal lenguaje diplomático. Las notas personales son pocas y algunas piezas se reducen a mensajes telegráficos puramente burocráticos, aunque el puertorriqueño se refiere a los “demócratas” italianos como “hermanos”. Desde mi punto de vista lo que le interesaba a Betances Alacán de aquella Italia republicana era ese modelo voluntarista y pasional sintetizado en el lema “Italia fara da se”.  El aislamiento y el silencio en el cual esporádicamente caía el asunto de Cuba y la invisibilidad de  Puerto Rico parecen justificarlo.

Tamburini confirmó, por otro lado, que la opinión de Betances Alacán en torno al apoyo italiano a Cuba que ofrecía Falco y que incluía el envío de voluntarios al frente de combate, lo colocó en una  posición incómoda ante Tomás Estrada Palma y el Directorio del Partido Revolucionario Cubano. El voluntariado italiano apoyado por republicanos radicales como Falco probablemente incluiría anarquistas o socialistas que se movían en las mismas esferas que los denominados demócratas. Dos elemento, según Tamburini, favorecían la decisión de emigrar para combatir en Cuba. No se descarta la atracción que produce la causa nacional cubana. Muchos jóvenes  también veían en el acto una manifestación de protesta contra el gobierno italiano. Pero el autor también aclara que la grave situación económica que se vivía en Italia favorecía la emigración y deja abierta la  puerta para tomar en cuenta el aventurerismo como una motivación más detrás del acto.

La reticencia de Estrada Palma y el Directorio a aceptar voluntarios italianos (o de otras partes) en las filas es un asunto que habría que trabajar con más profundidad. Sobre esa base se daban choques entre Betances Alacán y el Partido Revolucionario. En el proceso se esgrimían cuestiones de contabilidad: transportar y preparar a los extranjeros resultaba costoso. Se esbozaron argumentos propios del determinismo geográfico y climatológico: no están acostumbrados al trópico húmedo y caliente. Pero con toda probabilidad había consideraciones ideológicas y culturales legitimando la oposición: los republicanos radicales podían terminar siendo un estorbo si acababan defendiendo la independencia en lugar de la anexión a Estados Unidos que favorecía la cúpula del partido. Por último la presencia de anarquistas europeos podría producir problemas inéditos que los cubanos querían, con toda probabilidad, evitar en aquel momento. Los cubanos del 1895 manejaban la guerra como una empresa profesional que tenía que ser exitosa. Las pasiones románticas quedaban para la prensa y el consumo popular.

julio 29, 2015

Ramón E. Betances Alacán: el separatismo y las izquierdas. Tercera parte

  • Mario R. Cancel Sepúlveda
  • Historiador y escritor

 

Los anarquistas y socialistas franceses no identificaban el concepto “independencia” con el concepto “libertad”. La postura es comprensible. Para los anarquistas, por un lado, la independencia no garantizaba la eliminación de la coerción de una  estructura artificial como el estado sobre el individuo al que consideraba el protagonista de los procesos sociales. Para los socialistas, por otro lado, aquel proyecto sólo le quitaba el poder a una clase explotadora extranjera para dársela a otra local pero de ninguna manera redimía de la explotación del capital. En ese sentido, para ninguna de las dos tradiciones antisistémicas la independencia hacía un buen servicio al progreso de la situación del individuo o de las clases explotadas. La independencia era una forma de continuar ambas o de perpetuar el sistema. Aquella lógica estaba más que clara en numerosos anarquistas y socialistas que no veían razón alguna para  reconocer legitimidad a la causa independentista cubana y, en consecuencia, a la de Puerto Rico.

Louise Michel

Louise Michel

Como ya he señalado, lo innovador del conflicto de 1895 a 1898 en Cuba era que, como la lucha de Armenia, Macedonia o Creta, se podía popularizar entre las izquierdas como la expresión de un combate secular contra dos imperios religiosos retrógrados y decadentes como lo eran España o Turquía. No hay que olvidar que ese fue el tono dominante en la discursividad de una muestra significativa en los escritores estadounidenses que evaluaron y legitimaron la toma de Puerto Rico por las fuerzas estadounidenses en 1898, según hemos comentado el sociólogo José Anazagasty Rodríguez y el que suscribe en dos volúmenes de ensayos. Lo que justificaba el apoyo a aquellos proyectos separatistas, secesionistas o independentistas era que los interpretaban como resistencias de profundas raíces populares y no su regionalismo o proto-nacionalismo.

Sin embargo, aquel carácter secular era una impresión cuestionable. En el contexto europeo el anti-islamismo de los separatistas armenios, macedonios o cretenses era una fuerza que se apoyaba también en el cristianismo ortodoxo. En el caribeño, la guerra no se hacía contra el catolicismo español ni implicaba una renuncia al mismo después de la independencia y muchos de los rebeldes no dejaban de ser católicos. El balance entre lo religiosos y lo político en el separatismo de fines del siglo es un asunto que valdría la pena investigar con calma, dada la costumbre dominante de asociar esa propuesta con el anticlericalismo y el secularismo modernos. Lo cierto es que la modernidad es mucho más compleja que ello y no puede interpretarse desde una estrecha postura dualista. Betances Alacán era un pensador anticlerical y secular que convergía por ello con anarquistas y socialistas franceses sin participar activamente de aquellas propuestas. Y estos podían simpatizar con el separatismo sin encontrar en ello una solución a los problemas que consideraban claves en sus esquemas teóricos. El principio de la utilidad y el realismo político, parece dominar la actitud de ambos extremos.

Varias situaciones favorecieron la colaboración ideológica de anarquistas y socialistas franceses con el separatismo. De una parte, la evolución del fenómeno del capitalismo industrial a otro modelo en el cual los sectores financieros dominaban el panorama, el desarrollo de monopolios, trust y grandes conglomerados de capital que ubican la explotación en un nuevo nivel. De otra parte, el fenómeno del imperialismo de fines del siglo 19 y su voracidad con aquellas regiones que no había sido controladas del todo por los poderes más avanzados de Europa, hecho que excede el colonialismo nacido en los siglo 15 y 16. Y por último, el hecho intelectual de que la mayor parte de las certezas de la cultura decimonónica comenzaran a derrumbarse a fines de aquel periodo, fueron la base para una reevaluación de la mirada de ciertos anarquistas y socialistas sobre el asunto de la separación como opción legítima ante el coloniaje.

En aquel nuevo contexto la separación de un territorio pequeño del imperio que lo sojuzgaba podía interpretar como un proyecto progresista. Lo era porque hipotéticamente debilitaba las redes del capital internacional y servía para dejar atrás formas caducas de coloniajes. Algunos anarquistas podían llegar a pensar que con ello se adelantaría el fin estratégico de la “fraternidad universal”. Los socialistas, por su parte, podían interpretar que el derrumbe de los viejos sistemas coloniales allanaría el camino a la “sociedad sin clases”. Ambas posturas se apoyaban en una concepción progresista de la historia y en la confianza en su telos de libertad.

La solidaridad de anarquistas y socialistas franceses y del resto de Europa con los movimientos separatistas en Europa o las Antillas era también la expresión de cuestiones más concretas, por ejemplo, sus luchas concretas en el contexto de las naciones estado  en que se movían: Francia, Italia o España. Las tensiones entre las naciones estado favorecían la toma de posición respecto a cuestiones. En ese sentido, favorecer la causa de Cuba, Armenia, Macedonia o Creta significaba oponerse activamente al estado coercitivo o a las burguesías y las clases dominantes de uno u otro imperio retrógrado. Para las posesiones del Imperio Turco la separación las devolvería a la ruta europea de algún modo. La separación de Creta la condujo a integrarse a Grecia en 1908; Armenia permaneció entre la influencia de turcos y rusos hasta 1918; y Macedonia acabó integrando parte de Serbia en 1912. La separación no significó la independencia en ninguno de los tres casos y, por el contrario, las condujo a la dependencia de otros poderes hegemónicos. Para los territorios pequeños, separarse era la condición para cambiar las relaciones de dependencia. La independencia de los territorios pequeños era inadmisible.

Sebastien_Faure

Sébastien Fauré

Pero en el caso de Cuba y las Antillas, territorios coloniales pequeños, la situación era distinta por el hecho de que había otros actores en el escenario, el más importante, Estados Unidos. Separarse de España los dejaría al alcance de aquel poder que no tenía mucha competencia en el hemisferio a la altura de la década de 1890. La evaluación que hicieron anarquistas y socialistas del papel de Estados Unidos en el conflicto cubano y antillano puede parecer paradójica pero poesía una lógica extraordinaria en el contexto de su tiempo. Otra vez, quien mejor la documenta en el citado Paul Estrade.

En el caso de los anarquistas el juicio sobre el papel de Estados Unidos en el conflicto no era uniforme y producía roces con los sectores separatistas independentistas y parecía favorecer a los anexionistas. Del mismo modo que algunos sectores parecían estar de acuerdo con el separatismo independentista otro lo rechazaban. Anarquistas como Louise Michel (1830-1905), maestra, poeta, trabajadora de la salud y uno de los emblemas de la Comuna de París,  activista de  tendencia blanquista, una de las más influyentes entre intelectuales y estudiantes socialistas franceses de fines de siglo 19,  veía en los estadounidenses que agredían a España una fuerza libertadora y emancipadora. La idea de que los “americanos no tienen otro objetivo que apoderarse de Cuba” era consideraba  falsa porque “el pueblo americano sabría impedirlo”. Michel daba por buena la versión del “Destino Manifiesto” y la concepción de la inocencia americana. Sebastién Fauré (1858-1942), escritor socialista hasta 1888 y anarquista desde ese momento en adelante, también veían en las fuerzas armadas  estadounidenses un aliado legítimo de los cubanos y no un enemigo. Su lógica era la de un republicano progresista: Estados Unidos ayudaría a “expulsar de su territorio el ejército real”. La intervención de Estados Unidos en el conflicto entre cubanos y españoles también fue aplaudida por J. R. Brunet como un acto de apoyo a la liberación ce Cuba y no como un acto imperialista. Aquel sector convergían con el separatismo anexionista pero no con el independentista: entendían que la presencia de Estados Unidos en el futuro de Cuba y de Puerto Rico a la larga cumplía un papel progresista  y no retardatario como sugerían los antianexionistas.

Los socialistas franceses como el antes citado Paul Lafargue, veían en la independencia el nicho de otra república burguesa por lo que se resistían a favorecer la lucha cubana. En buena parte de los casos, según el citado Estrade, prefirieron no expresarse con respecto al tema. Este investigador sostiene que la Segunda Internacional demuestra  “su incomprensión del problemas colonial”. En realidad es que aquellos teóricos comprendían el asunto de un modo muy europeo y hasta ortodoxo que luego fue revisado en el contexto de la Gran Guerra (1914-1918).  Betances Alacán, que era independentista y antiseparatista convencido, debía sentir cierta incomodidad ante aquella lógica teórica.

La posición sobre estas posturas de los anarquistas y socialistas franceses sobre el separatismo, el papel de Estados Unidos, el futuro de Cuba en la independencia, en respaldo a la insurrección, la independencia o la anexión, es crucial para comprender a Betances Alacán y la situación de las clases productivas antillanas al momento de la invasión. No hay que olvidar que en Cuba y en Puerto Rico el movimiento obrero emergente nacido de la era de las aboliciones, tomó una actitud paralela. Influidos por las doctrinas anarcosindicalistas y socialistas,  se resistieron a apoyar los movimientos separatistas independentistas y vieron con buenos ojos la presencia de Estados Unidos en el escenario del 1898. Lo cierto es que el segmento separatista independentista y aquel segmento del anarquismo y el socialismo franceses de fines del siglo 19, veían el problema antillano desde perspectivas distintas. La oposición es comprensible a la luz de sus perspectivas teóricas. La distancia de la clase obrera y sus representantes del independentismo puertorriqueño del siglo 20, un fenómeno que preocupó muchísimo a la nueva historia social de los años 1970, tiene sus raíces en aquel escenario. Los desencuentros entre productores directos y líderes nacionalistas en el siglo 20 tienen en el 1904, 1922 y 1934, tres modelos  extraordinarios. La Unión, la Alianza y el Nacionalismo, pasaron por esa experiencia en momentos muy específicos.

Otras influyentes figuras del anarquismo como el escritor Charles Malato (1857-1938), el geógrafo Elisée Reclu (1830-1905) , el artesano y teórico Jean Grave (1854-1939), entre otros; y socialistas procedentes de las tendencias  blanquistas y ocasionalmente guesdistas, ambas  de influencia marxistas,  apoyaran la causa de Cuba porque la valoraban como una propuesta antimonárquica y anticlerical ejecutada contra un imperio decadente. Todas las opiniones se vertían mirando hacia Cuba. Puerto Rico, sin una resistencia armada, era invisible en la discusión internacional. Después del 1898 la relación entre el separatismo reformulado en independentismo y las izquierdas será reformulada. También habría que inventar de nuevo a Betances Alacán. Una cosa era esta figura bajo España y otra bajo Estados Unidos.

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