Puerto Rico entre siglos: Historiografía y cultura

marzo 27, 2022

El laberinto de los indóciles de Mario R. Cancel

Mario R. Cancel Sepúlveda (Hormigueros, Puerto Rico, 1960-) es historiador. Ejerce la cátedra desde la Universidad de Puerto Rico en Mayagüez. Ha sido docente en la Universidad de Sagrado Corazón en Santurce en su programa de Creación Literaria. En el Centro de Estudios Avanzados de Puerto Rico y el Caribe, entidad de la que es egresado, ha sido docente de Estudios Puertorriqueños y de Historia.

  • Dr. Wilkins Román Samot
  • El Post Antillano- Voces Emergentes

El laberinto de los indóciles: Estudios sobre historiografía puertorriqueña del siglo 19 (Puerto Rico 2021, Editora Educación Emergente), es un conjunto de ensayos de investigación en los que Cancel Sepúlveda reflexiona respecto a la resistencia y la conformidad que se cuaja en los procesos a partir de los cuales se debate la poco constante “noción de la identidad puertorriqueña”. Mario es un autor prolífico de poesía, cuentos y ensayos. Su primer poemario lo concibió en 1984 y lo publicó bajo el título de Estos raros orígenes en 1991. En 1992, publicó su primera serie de relatos bajo el título Las ruinas que se dicen mi casa. En 1994 ha de publicar una biografía intitulada Segundo Ruiz Belvis: El prócer y el ser humano. Sería esta su tesis de graduado en el Centro de Estudios Avanzados de Puerto Rico y el Caribe. Tres de los múltiples trabajos de investigaciones de Cancel Sepúlveda son sus libros: Anti-figuraciones: Bocetos puertorriqueños (2003), Literatura y narrativa puertorriqueña: la escritura entre siglos (2007) y De Horomico a Hormigueros: 400 años de Resistencia (2016).

En una entrevista que le realizara en el 2016, Cancel Sepúlveda nos indicó: “He tratado de dejar atrás la comodidad que ofrecía el discurso manido de la identidad nacional y el imperativo moral que ello imponía a la escritura. Los requerimientos de ese tipo de discurso a veces se convierten en actos de censura. Cuando investigaba a los autores de “mi generación” ejecutaba un ejercicio en esa dirección. Pero metodológicamente no veo diferencia. Siempre he dirigido la mirada hacia los lugares invisibilizados por el canon literario o histórico porque ese pasado sacralizado enquista a la academia y a la universidad en unos lugares comunes. La intención no es revolucionar la academia o a la universidad ni producir un anti canon. No tengo tiempo para ello, sólo se trata de llamar la atención sobre la diversidad de los problemas que están sobre la mesa y, a la vez, satisfacer una curiosidad morbosa. De la nueva historia social, la historia cultural y los estudios culturales aprendí a mirar hacia el abajo social, hacia los márgenes, hacia las periferias, hacia las praxis y los discursos alternativos, hacia la vida de la gente como problemas, hacia la pluralidad de las percepciones de lo que aparenta ser transparente, hacia la fragilidad de las ideas que se presumían sólidas. También aprendí que todos esos lugares son porosos al arriba social y que hay una rica dialogía entre ambos extremos. Lo local y lo micro son una expresión de lo nacional y lo global en constante intersección.” (Román Samot 2016)

De El laberinto de los indóciles, el Dr. José E. Muratti Toro ha indicado: “El laberinto de los indóciles nos presenta una extensa reflexión sobre las posturas de historiadores y protagonistas del quehacer político insular de los primeros cuatro siglos de la historia política y la historiografía puertorriqueña. Cancel Sepúlveda examina minuciosamente la discursividad de los protagonistas y las relaciones políticas con las que se forjó el “proyecto inacabado” de nuestra identidad nacional. Su documentación de la reacción, los acuerdos forzosos y, posteriormente, los acomodos que continuamos concediendo a los imperios que colonizaron la isla, nos resultan familiares a la vez que no dejan de sorprendernos. Cancel nos propone, mediante el indispensable diálogo entre historiador y lector, “pensar el problema desde una sana distancia de la retórica romántica nacionalista y al margen de cualquier presunción progresista para, con ello, estimular la reevaluación de los estudios de la historia política del siglo 19 y 20 en Puerto Rico desde una perspectiva alterna”. (Muratti Toro 2022)

Cualquiera que conozca la obra historiográfica de Mario atisba que lleva casi tres décadas de producción y crecimiento dentro de los marcos transfronterizos de la literatura, la literatura y los estudios culturales. El laberinto de los indóciles es un volver a temas que ya Mario ha trabajado sin volver a lo mismo salvo que no sea para recalcarnos aquello que de lo previo le haya podido servir para argumentar. Cancel Sepúlveda busca darnos una mirada a la estadidad y a la independencia, los cuales considera los dos proyectos político-ideológicos derrotados en el entre siglo 19 y 20. Con ese fin, el autor se aproxima a los artefactos de los que se valen para persuadir aquellos otros observadores de los procesos históricos, tan historiadores como él.

Su finalidad, la de Mario, es fraguar una ojeada a una narrativa que siempre si algo tuvo como base fue el desacuerdo, la ausencia de similitud o convergencia, pero que sí fue capaz de crear una historia propia, según la causa de cada cual. Mario no es nuevo en esta tarea. Su trabajo me remite a los retos que ya en los noventa del siglo 20 retaban la historiografía entonces hegemónica, aquella que vio sobre todo un eslabón roto en los trabajos del Dr. Carlos Pabón. Hay, sin embargo, en el trabajo de Cancel Sepúlveda la madurez del conocimiento de un historiador especializado en el tema que ha investigado, no en la teoría. Creo que Mario no hace nada que a fin de cuentas invitara a hacer ya desde los propios 90, el Dr. Fernando Picó.

Visto así, Mario se puso a hacer ese anti canon a su propia manera y dentro del marco de su propia ruta de trabajo historiográfico. Cancel Sepúlveda logra lo que dice en la medida que se ubica en una “actitud de desprendimiento y tolerancia”, aquella que ha tantos otros historiadores les ha faltado. En ese sentido, la idea de lo indócil no aplica al autor, sino que a los autores de los discursos objetivos de sus estudios. El laberinto de los indóciles se publica en un momento en que Cancel Sepúlveda ha madurado su objeto de investigación. Y eso se nota. Tiene como base para ello una cátedra desde la que ha podido dialogar a la par que formar historiadores, entre los que me suelo apuntar. Pensar desde la conciencia historias que sabemos no se dieron como nos las contaron, o al decir de Mario, sobre “asuntos que todavía no han sido resueltos”.

Cancel Sepúlveda utiliza y maneja las fuentes apropiadas a su antojo. Para tratar su objeto de estudios utiliza desde fuentes historiográficas como de teoría historiográfica. Divide el texto en dos secciones, una introductoria y otra de contenido. En la introducción nos provee una idea de sus objetivos y metodología, y su actitud ante el contenido que lo provoca y provoca. El contenido de El laberinto de los indóciles es coherente, sobre todo con lo que se propuso hacer. Mario también se vale de las palabras para su manera de entrar al laberinto. Su análisis del contenido no es otro que el del discurso de sus antecesores ahora objeto de su investigación. Poeta y narrador, además de buen conocedor de la historiografía de Puerto Rico, Cancel Sepúlveda nos explica las contradicciones sin contradicción consigo.

Aquí no hay miedo de decir y reverencia a las vacas o ideas sagradas. El laberinto de los indóciles nos da esa lectura de la historiografía puertorriqueña que a tantos se les pasó hacer. Si alguna novedad metodológica nos da es la de poder hacer o narrar “independientemente de las posturas que desde mi historicidad pueda sostener”. Cancel Sepúlveda adolece de algo en El laberinto de los indóciles. Ese algo del que adolece es aquello que le sobró a la historiografía puertorriqueña, tiempo para dialogar. Mario ha logrado poner por escrito su diálogo con sus predecesores, y ese es el mejor ejemplo de que en efecto ha agotado tiempo.

Si algo denota El laberinto de los indóciles es la biblioteca historiográfica de Cancel Sepúlveda. Un trabajo de reflexión como este no sólo requiere de tiempo y actitud, es de la materia prima. Y esa sabemos que, como buen ejemplo de historiador, esa Mario la tiene. Cancel Sepúlveda es claro, tiene claridad al argumentar. Usa conceptos adecuados para ser en efecto claro, y tener argumentos claros. Conoce y tiene conocimiento de lo que trata. El laberinto de los indóciles es una puerta que se abre dentro de una historiografía puertorriqueña que Mario invita a afrontar desde todos los ángulos. Sin vacas ni dogmas sagrados. Esta es la historiografía puertorriqueña de hoy, y si no lo es, la que hace falta.

Publicado originalmente en El Post Antillano-Voces Emergentes (20 de marzo de 2022) y en 80 Grados-Historia (5 de agosto de 2022)

Referencias:

Muratti Toro, José E., “El laberinto de los indóciles: Una lectura”, Puerto Rico entre siglos: Historiografía y cultura. Puerto Rico, 23 de febrero de 2022.

Román Samot, Wilkins, “Entrevista a Mario R. Cancel Sepúlveda (2016)”, 10 Entrevistas de Trabajo 1, 1-6. Puerto Rico: Instituto de Antropología 2016. Primera Edición (2016).

El “oro blanco” en la historia de Puerto Rico: un libro de Soraya Serra Collazo

  • Mario R. Cancel Sepúlveda
  • Historiador

El libro de la Dra. Soraya Serra Collazo que me ocupa recoge una meticulosa investigación en torno a uno de los muchos aspectos desatendidos del pasado decimonónico nacional: la industria del algodón. El volumen representa una oportunidad única para enfrentar un problema historiográfico inédito. Debo recordar que una de las quejas más comunes de aquellos que nos interesamos en la historia económica y social de Puerto Rico ha sido el énfasis, en ocasiones excesivo, de la bibliografía al uso en la elucidación de las complejidades del orden azucarero y cafetalero y sus actores sociales en detrimento de otros tales como los frutos menores, las frutas tropicales, el tabaco y, claro está, el algodón. Aunque la marginación de esos asuntos es comprensible, no deja ser una carencia significativa. Para una historia económica y social abarcadora esas ausencias resultan problemáticas en la medida en que impiden una concepción abarcadora del pasado por lo que afirmar que este trabajo comienza a llenar ese vacío resulta forzoso.

El valor de la obra no se limita al hecho de que mire hacia un ámbito pasado por alto. A ello debo añadir que, para producir la misma la autora debió recurrir a los instrumentos de una tradición metodológica e interpretativa que, desde mediados de la década de 1990, buena parte de los observadores de la historiografía puertorriqueña consideran en proceso de revisión o incluso en franco retroceso: me refiero a la historia económica y social. Las implicaciones metodológicas y discursivas de esa decisión son obvias pero, desde mi punto de vista, no podía ser de otro modo.  

El otro “oro blanco”: La producción de algodón en Puerto Rico, 1840-1880, se ha propuesto despejar o desbrozar el campo en torno a un tema marginal en la historiografía puertorriqueña para con ello sentar las bases para su elucidación posterior. El alcance del problema y el modelo central de su análisis, la Hacienda Esmeralda, hizo necesario reducir la óptica y recurrir a procedimientos propios de la microhistoria social que ya se habían aplicado con eficacia al estudio de dos de los iconos temáticos de la llamada Nueva Historia de las décadas del 1970 y el 1980: la economía de la hacienda azucarera y cafetalera.  De más está decir que aquellos proyectos, en la medida en que aspiraban representar de modo confiable el problema planteado, se vieron precisados a recurrir a un constante contrapunteo entre las eventualidades del plano micro que estudiaba el detalle de un centro concreto de producción; y el plano macro que miraba hacia las condiciones del mercado colonial e internacional que le servía de contexto, a fin de precisar la dialéctica entre ambos extremos. Es importante tomar en cuenta que el adelanto o retroceso de la producción de azúcar y de café así como la del algodón, fueron parte de un engranaje que involucraba las economías de dos hemisferios, por lo que la práctica de vacilar metodológicamente entre la microhistoria y la macrohistoria era imperativo si se pretendía culminar este estudio. Las condiciones materiales vinculadas a los precios de las materias primas, los costos de producción y las fuerzas sociales involucradas en el proceso productivo, tenían que evaluarse además al socaire de un universo geopolítico lleno de fragilidades en la medida en que involucraba adversarios potenciales como España, Estados Unidos, Inglaterra o Cataluña, entre otros.

No creo que sea necesario aclarar que los procesos de producción de aquellos tres bienes dependieron de las mismas fuentes de mano de obra, esclavos y jornaleros, por lo que padecieron contrariedades comunes que valdría la pena calibrar con más profundidad. Por otro lado, las fronteras entre uno y otro escenario de producción fueron siempre porosas: los hacendados que cultivaban caña o café también podían aventurarse con el algodón como bien demuestra la investigación de Serra Collazo. Vista desde esa perspectiva, la lectura de este libro profundiza y rectifica la imagen de la burguesía hispano-criolla agraria del siglo 19 que habíamos heredado de la historia económica social, reconociendo en aquella clase un nuevo nivel de complejidad. Con esto lo que afirmo es que la obra de Serra Collazo demuestra lo mucho que falta por hacer en aquellos territorios investigativos. La historia económico social bien elaborada todavía está en condiciones de aportar saberes frescos al acervo historiográfico puertorriqueño.

Las virtudes de esta obra son varias. En primer lugar, si pienso en su contenido, visita una época y un actor de la historia social y económica de Puerto Rico en un momento, el periodo que va desde 1840 hasta el 1880, en la cual las condiciones del orden emanado de las reformas de 1815 se desmoronaban. La introducción de aquel personaje colectivo, el “oro blanco”, adelanta una concepción menos reduccionista del siglo 19 puertorriqueño tan habituado a la exaltación de la “dulce gramínea” de la costa y el “oro negro” de la montaña. La industria algodonera, como el azúcar, fue un ramo que estimuló la profundización de las relaciones económicas entre Puerto Rico y Estados Unidos en aquel periodo. Esta investigación ratifica la presunción de que Puerto Rico tenía, en efecto, dos metrópolis en el siglo 19: una política, España, y una económica, Estados Unidos. El interés estadounidense en el territorio español que condujo al 1898 no se circunscribió al dulce: la fibra también jugó un papel crucial en ello. La forma en que las relaciones materiales o de mercado animaron afinidades inmateriales o ideológicas, es un asunto que habrá que elucidar con recursos distintos a los de la historia social y económica, tal y como informé a la autora durante el proceso de formulación de este proyecto.

En segundo lugar, el discurso de la Serra Collazo consigue un excelente balance que permite que la microhistoria y la macrohistoria social económica y política dialoguen en paridad de condiciones. El balance neto de ese esfuerzo no es otro que el bloqueo de cualquier tentación sobredeterminista propio de la macrohistoria a la hora de producir sus conclusiones.

En tercer lugar, la historiadora ofrece un panorama de la presencia histórica, social y cultural del algodón durante la dominación española hasta fines del siglo 19. El texto elabora el tema de los circuitos internacionales de cultivo, producción y comercio del producto a la vez que ubica con precisión a la Hacienda “La Esmeralda”, que le servirá de modelo para el estudio del fenómeno en Puerto Rico. A lo largo de su estudio aclara el lenguaje propio de la cultura algodonera desde los tipos de semillas y las preferencias del mercado receptor, los criterios de rendimiento de cada una de aquellas, las políticas de fomento aplicadas por el Estado que recuerdan el proteccionismo mercantilista que se aplicó a la caña de azúcar antes y, claro está, el papel que en ese proceso cumplió la intensificación de las relaciones materiales con Estados Unidos.  El algodón, que siempre había estado allí, maduró como opción lucrativa de exportación en una coyuntura particular: la Guerra Civil o de Secesión (1861-1865) y las necesidades de materia prima en un mercado que involucraba también otros socios y adversarios del Reino de España incluyendo a Inglaterra y Cataluña. Al cabo, Serra Collazo penetra el asunto de las circunstancias que condujeron al abandono de la opción algodonera y elabora una revisión parcial de la presencia de la referida experiencia en otros lugares del país. Las dificultades de profundizar en ese aspecto están vinculadas a carencias archivísticas que no estoy en posición de imaginar si podrán ser superadas alguna vez. De esa manera la presencia del “oro blanco” en la historia social y económica de Puerto Rico hasta fines del siglo 19 está completa.

¿A qué nos conmina este libro de Serra Collazo? Desde la perspectiva de un historiador cultural de lo político como es mi caso, se trata de un trabajo sugerente por demás. Es un convite para revisitar y reformular la historia cultural de la economía del siglo 19 puertorriqueño en especial la representación de las formas uso de mano de obra y la percepción de la explotación laboral libre, servil o esclava que algunos intelectuales del poder, en acuerdo tácito con la clase criolla, impusieron. Estimula la indagación de la relación entre la experiencia material desarrollada en los circuitos de producción e intercambio comercial y el desarrollo de las ideologías políticas en el Puerto Rico de mediados del siglo 19, momento en el cual integristas y separatistas de perspectivas diversas consolidaron sus posturas. Invita a reflexionar sobre las probables relaciones entre Ciclo Revolucionario Antillano (1867-1875) y el algodón para balancear el peso excesivo que se le ha dado al universo azucarero en el proceso de marras. Abre la posibilidad de reevaluar el papel de esos renglones, incluido el asunto de la esclavitud, en la diversificación de la resistencia antiespañola que en esa época miraba hacia Estados Unidos como un agente activo ya fuese en la forma de un modelo, un adversario o un aliado potencial. Me refiero, claro está, a los separatistas anexionistas, independentistas y confederacionistas que protagonizaron una parte de las luchas ideológicas en la Década Inquieta (1860-1869) que desembocó en el Sexenio Democrático o Revolucionario (1868-1874). Por último, conmina a insistir en la mirada del “oro blanco” hasta principios del siglo 20 cuando el producto fue evaluado y devaluado por muchos de los observadores estadounidenses que entre 1898 y 1926 visitaron el país como parte del proceso de desarrollo de una relación que sirviera a los propósitos estadounidenses en lo geoestratégico, lo económico y lo político.

El libro de la Dra. Soraya Serra Collazo, El otro “oro blanco”: La producción de algodón en Puerto Rico, 1840-1880, representa una aproximación refrescante que vale la pena paladear. Invito a todos a su lectura reflexiva.

Nota: El texto es el prólogo del libro, Soraya Serra Collazo (2021) La producción de algodón en Puerto Rico. El caso de la Hacienda Esmeralda (1840-1880). San Juan: Los Libros de la Iguana. 337 págs. Agradezco a la autora la oportunidad de asesorar su investigación doctoral en CEAPRC y el privilegio de presentar su trabajo investigativo en este libro. Para más información sobre el mismo visite URL: https://www.facebook.com/marga.maldonadocolon  y https://librosdelaiguana.tripod.com/ .

febrero 23, 2022

El laberinto de los indóciles: una lectura

Justa cosa es, varones atenienses, que los que, sin haber hecho algún gran beneficio ni tenido alianza ni amistad provechosa, acuden a sus vecinos para pedirles ayuda, como nosotros ahora venimos, primeramente, muestren y den a entender que su demanda es muy útil y provechosa para aquellos mismos a quienes la piden, o a lo menos no dañosa; y tras esto que tengan siempre que agradecerles la merced que se les hiciere. Y si ninguna cosa de éstas no mostraren, manifiéstase a las claras que no hay por qué se deban ensañar si no alcanzan lo que desean.

– Tucídides

Marco Aurelio afirma la analogía, no la identidad, de los muchos destinos individuales. Afirma que cualquier lapso —un siglo, un año, una sola noche, tal vez el inasible presente— contiene íntegramente la historia.

– Jorge Luis Borges

  • Dr. José E. Muratti Toro
  • Historiador y escritor

En su paradigmática obra Modernidad Líquida, Zygmunt Bauman afirma que: “Ser moderno significa… tener una identidad que sólo existe en tanto proyecto inacabado” que discurre entre el ordenamiento de la realidad de acuerdo a unos preceptos filosóficos sobre la sociedad ideal (en la que el ser humano “moderno” se encuentra a sí mismo y asume su identidad) y el resquebrajamiento del orden implícito resultando en una realidad fragmentada que, en cierto modo, obliga a vivir entre la apuesta a los ideales que sirven de astrolabio de navegación y los inevitables escollos que convierten la travesía en un viaje azaroso hacia un puerto cada vez más incierto e inseguro. Sin hacer referencia a Bauman, a quien me consta que estudia, Mario Cancel Sepúlveda parece referenciar al filósofo polaco a través de El laberinto de los indóciles (Editorial Educación Emergente, Cabo Rojo, 2021, 197 págs.) en su más reciente aportación a la historiografía puertorriqueña. La liquidez de nuestro pasado parece no poder ser sin desembocar en un presente tan incierto como el futuro.

El laberinto de los indóciles nos presenta una extensa reflexión sobre las posturas de historiadores y protagonistas del quehacer político insular de los primeros cuatro siglos de la historia política y la historiografía puertorriqueña. Cancel Sepúlveda examina minuciosamente la discursividad de los protagonistas y las relaciones políticas con las que se forjó el “proyecto inacabado” de nuestra identidad nacional. Su documentación de la reacción, los acuerdos forzosos y, posteriormente, los acomodos que continuamos concediendo a los imperios que colonizaron la isla, nos resultan familiares a la vez que no dejan de sorprendernos. Cancel nos propone, mediante el indispensable diálogo entre historiador y lector, “pensar el problema desde una sana distancia de la retórica romántica nacionalista y al margen de cualquier presunción progresista para, con ello, estimular la reevaluación de los estudios de la historia política del siglo 19 y 20 en Puerto Rico desde una perspectiva alterna”.

Recorramos los laberintos que el autor ha transitado hacia un siglo XXI en el que las lecturas del pasado parecen diálogos que nos resultan dolorosamente reconocibles pero que, como esos secretos familiares de los cuales no se habla, parecen remover velos que han ocultado a medias lo que hemos preferido no concluir a ciencia cierta.

La Historiografía Insular o la Historia de Puerto Rico

La historiografía insular fue concebida en el XIX con la adopción Historia geográfica, civil y natural de la isla de San Juan Bautista de Puerto-Rico de 1788 del fraile Iñigo Abbad y Lasierra como primera historia oficial de la ínsula extraña como se nos había llamado en la península. Armonizando con el principio de Tucídides sobre la confiabilidad de la proximidad de los hechos, la minuciosidad de la descripción de las características de la isla y sus habitantes no dejaba duda de que, por un lado, los puertorriqueños no eran “ni podían ser iguales a los españoles” pero por otro, por virtud de como territorio de ultramar ser un pedazo de España en el Nuevo Mundo, resultaba ineludible e indudable que en efecto eran españoles con rasgos distintivos pero españoles al fin. Esta dualidad, si se quiere, de identidades se convertiría en motivo de discordia por parte de los sectores asimilistas y separatistas a mediados del siglo XIX como antesala a la insurrección de Lares. El texto de Abbad dejó de ser un testamento folclórico y etnológico para convertirse en símbolo de identidad y, consecuentemente, fundamento de abanderamiento político a favor tanto de la asimilación como de la separación.

La necesidad de Abbad de “auscultar la presencia del pasado en el presente para enfrentar” el futuro, sirvió de base para la incipiente historiografía puertorriqueña a manos de un reducido grupo de intelectuales que representaban intereses de lo que el autor llama el “arriba social” en conflicto con un liberalismo distanciado, a su vez, del “abajo social” que pretendía defender. Si bien la lógica administrativa de fines del siglo XVIII concebía la colonia como territorio de ultramar cuyos súbditos debían lealtad y hacienda a la Corona, el reconocimiento de la diferencia contribuía a la creación de una identidad que se desprendía de una “historia regional” diferente a y separada de la historia “nacional” española.

Los antecesores de la disciplina historiográfica puertorriqueña, José Julián Acosta y Calbo, Manuel Elzaburu Vizcarrondo, y Alejandro Tapia y Rivera vieron en Abbad un principio precursor de la personalidad del isleño y una zapata sólida sobre la cual edificar la historiografía insular. Sin embargo, sus intentos por transformarle en una personalidad historiográfica que concordara con la metrópoli enfrentaron contradicciones imposibles de armonizar resultando en la mencionada dualidad identitaria que aún prevalece.

En un intento por afirmarse en lo insular como propio y diferente, por ejemplo, Elzaburu promovía una “historia regional” que se diferenciara de la “historia moderna” siempre por llegar, pero sujeta a la historia “nacional”. Una de las características que le distinguían, argüía, era el aspecto espiritual de la personalidad española que se había impuesto por sobre las características de los indios y los africanos secuestrados para la esclavitud, que Abbad consideraba indolentes, despreocupados, vagos y poco industriosos. De hecho, en la conferencia “Una relación de la historia con la literatura” que dictara en el Ateneo de San Juan, en 1888, Elzaburu llegó a plantear que Puerto Rico “era el ‘rincón (…) más genuinamente español del mundo americano”. Nuestra personalidad implicaba era distinta de las excolonias de las Américas cuyas poblaciones y cultura estaban profundamente marcadas por la herencia indígena y africana. Intentando mitigar su confesada pretensión dada nuestra reducida extensión territorial, aseguraba que la historiografía puertorriqueña podía superar la escasez de datos positivos que regían las ciencias a finales del siglo, mediante el cultivo de la literatura para “adelantar la penetración psicológica, moral o cultural” mediante un “archivo espiritual”. Toda vez que la literatura se comenzaba a considerar un depósito de las “costumbres” de una cultura, la literatura cumplía el rol histórico de documentar lo que distinguía lo regional de lo nacional, concediéndole personalidad propia.

Otro de los pilares del discurso de los intelectuales que enfrentaba el desafío de historiar desde la diferencia, a la vez que la minimizaba, era su aspiración a una modernidad. Si bien el “historiador moderno” era un fenómeno cultural europeo que apelaba al “historiador racional” positivista, estos escritores e historiadores se convirtieron en “biógrafos morales en la búsqueda de las figuras emblemáticas de una civilidad en ciernes capaz de reproducir los valores de la hispanidad en lo criollo”. En esta coyuntura ser “historiador moderno” equivalía a ser “historiador nacional”, el “historiador regional” siempre en búsqueda de un domicilio propio, enfrentaba la ineludible realidad de que lo “nacional” de la patria no era Puerto Rico sino España. Enfrentado a esta encrucijada, Tapia y Rivera protestaba que la “indagación historiográfica [era] un ‘laberinto’ cuyas iluminaciones y hallazgos ocurren de manera azarosa. (…) (Y [e]l sueño del historiador moderno, el relato continuo y limpio del pasado, no aparece por ninguna parte”. En otras palabras, la historia que se escribía era una vorágine de contradicciones que impedían unir fuerzas y esfuerzos para lograr un propósito común, un futuro construido con premisas acordadas, aunque rara vez armonizables.

En el contexto histórico de mediados del siglo XIX, a un cuarto de siglo de la independencia de la mayoría de las colonias de tierra firme, y paralelamente a la lucha de clases que provocaba el incipiente capitalismo a nivel internacional, las fricciones propias de las relaciones entre las colonias antillanas y Madrid se atenuaban para asegurar la continuidad de la producción agrícola con que España competía con las incipientes economías industriales del resto de Europa.

En las colonias, en parte por no tener un lugar en la mesa de las negociaciones y en parte por el interés de las clases criollas de retener sus privilegios en el comercio con España, los Estados Unidos y el resto de Hispanoamérica, se conformó un rompecabezas de movimientos separatistas y anexionistas que se fragmentaron en varias vertientes de afiliación y distanciamiento de la metrópoli. En este contexto, cobró vigor una particular interpretación de las teorías progresistas de la historia. El liberalismo clásico fundamentado tanto en la Francia y la Inglaterra post Revolución Francesa y el Trienio Liberal de España, se transformaba en un liberalismo burgués tolerante de la desigualdad. El consecuente campo de batalla en que la intelectualidad hispana, integrista y conservadora, fraccionada en la criolla liberal reformista, asimilista, especialista y autonomista, enfrentaba la separatista, independentista, antillanista y anexionista del nuevo modelo de modernidad, se debatía dónde residía el modelo de libertad, progreso y modernidad a que aspiraban ambos sectores, la anexión a los Estados Unidos o la independencia a lo Hispanoamérica.

La modernidad y el progreso, eufemísticos conceptos de subrepticia vinculación con el crecimiento económico de las clases privilegiadas, se convirtieron en motores de las nuevas ideologías con su amplia gama de afiliaciones y distanciamientos del poder imperial y dividieron las clases pudientes en dos bandos. El asimilismo, en sus modalidades reformista, especialista y autonomista representaba una afirmación identitaria del “valor espiritual” (y material) de la identidad hispana que la metrópoli no reconocía, se convirtió en la antítesis del separatismo que hallaba un paralelo valor espiritual en su rechazo de la naturaleza depredadora y opresora de España. No sorprende que prevaleciera la apología sobre la naturaleza progresista y modernizadora de la metrópoli en contraparte con la decadencia y la barbarie separatista. No sin un matiz de ironía, nos dice Cancel: “[l]a intelectualidad criolla y la historiografía liberal veían el separatismo como una ideología que atentaba contra la hispanidad y la catalogaban como un peligro”. Las alegorías de Tomás de Córdova y de José Pérez Morris en la antesala y posteriormente a la insurrección de Lares, en que asociaban el separatismo con un virus de factura pestilente y potencial epidémico, distanció a los separatistas independentistas y anexionistas (de Estados Unidos) de los liberales reformistas y autonomistas, que nunca renunciaron a su hispanidad.

La interpretación liberal reformista del separatismo

La gesta abolicionista que culminó en la primera declaración de “abolición con indemnización o sin ella”, firmada por Segundo Ruiz Belvis, José Julián Acosta y Francisco Mariano Quiñones en 1866, sirvió de antesala para la insurrección de Lares de 1868 y fue adoptada, irónica -o cínica- mente, por los intelectuales liberales como ejemplo del humanitarismo hispano. Para el liderato separatista independentista, la abolición fue la culminación de las revueltas de esclavos en Puerto Rico y en Cuba, por lo que no era ejemplo de la magnanimidad española sino del espíritu libertador que crecía en ambas colonias antillanas. Dicho abolicionismo radical junto al doceañismo, se constituyó en la clave de la consciencia criolla, aunque resulta inevitable concluir que la abolición puertorriqueña tuvo el propósito de mitigar el sentimiento separatista que, sin la guerra extendida tras el Grito de Yara, amenazaba con acercar la isla al coloso anglosajón del norte. Ejemplo de dicho ardid fue que la abolición no fue extendida a Cuba hasta 1886.

El compromiso (y la urgencia) con el progreso material llevó a los liberales autonomistas a emborronar las condiciones de clase que habían alimentado el movimiento libertario. Se adoptó una retórica de enconado rechazo del pasado colectivo insular en tanto evidenciaba la subyugación de lo criollo del abajo social a los privilegios del arriba social a que pertenecían los intelectuales- -historiadores que se alinearon con el asimilismo del cual Acosta, Brau y Tapia formaban parte. “De un modo u otro, la puertorriqueñidad siempre ha tenido que confrontarse con el otro al cual ansía poder equipararse sin poder conseguir esa meta”. La trampa semántica implícita en el término y concepto “criollo”, por ejemplo, afirma una hispanidad que le distingue de otras identidades. Por otro, el hecho de ser “criollo” significaba que no se era del todo español, que se era un “otro”. Paradójicamente, ese “otro” carecía de la identidad con la que se identificaba y, por no poder renunciar a ella, abrigaba la ambición de poseerla.

Brau afirmó que Lares había sido “un evento ‘prematuro’ y ‘precipitado’ que el país acogió con una gran tranquilidad rayana en la indiferencia y que culminó en una ‘algarada’ escandalosa sin sentido”, por lo que no “consiguió el efecto deseado por la precipitación de unos cuantos impacientes”. A pesar de este desprecio hacia la insurrección, las divergencias entre los liberales autonomistas y los separatistas no imposibilitaban hallar contextos en los que era posible luchar a favor de la separación de España, sin condicionar sus convergencias a la consecución de sus respectivas metas como adversarios. Sin embargo, su elusiva identidad criolla-no-española, solo era posible mediante una separación de España en la que el concepto de libertad era incompatible con una de las modalidades separatistas.

Los intelectuales isleños se dieron a la tarea de validar dicha identidad. Se autoidentificaban españoles, aunque se sabían criollos, para legitimar su protagonismo y su relativo poder dentro de la colonia claramente distanciado del abajo social, y preferían ignorar que su verdadero hogar residía en el privilegio de clase desde el cual navegaban la realidad colonial. Con el propósito de legitimar su naturaleza híbrida de peninsular e isleño, intelectuales liberales como Alejandro Tapia y Rivera decidieron identificar conciudadanos cuyos haberes le merecían una biografía laudatoria toda vez que personificaban el español de las indias, el puertorriqueño cuya identidad hispana no podía cuestionarse. A manera de prototipo del puertorriqueño encaminado a la modernidad, Tapia rindió homenaje a Ramón Power y Giralt, “un militar blanco que, siendo alférez de fragata, enfrentó a los franceses en Tolón en 1793 y luego, con el rango de Capitán de fragata, participó en la recuperación de Santo Domingo de manos de Francia entre 1808 y 1809”. Power, dados sus rasgos fisiológicos, su extracción de clase y su desempeño como oficial de la marina del imperio a nivel internacional, ejemplificaba al criollo cuyas ejecutorias eran propias de cualquier español peninsular, pero, a su vez, por virtud de ser criollo, representaba una identidad colectiva legítima de lo criollo como indistinto de lo hispano. Su elección a la Junta Suprema Central Gubernativa en 1809 y a las Cortes de Cádiz en 1810 donde afirmó su puertorriqueñidad, le convirtió en el perfecto símbolo del criollo-español, capaz de servir a España y a Puerto Rico sin el lastre de las lealtades divididas. “El Power y Giralt de Tapia y Rivera” – nos afirma Cancel Sepúlveda – “había sido diseñado como una síntesis armoniosa de la hispanidad y la puertorriqueñidad”.

Curiosamente, nos recuerda Cancel, la misma síntesis identitaria propuesta por el liberalismo reformista, se reprodujo en el nacionalismo de las primeras décadas del siglo XX cuando Juan Antonio Corretjer publicó en El Mundo, el 2 de octubre de 1933, que el fajardeño Antonio Valero de Bernabé, otro militar blanco, entrenado en España, quien luchó junto a Simón Bolívar por la independencia de la América Hispana y Puerto Rico, “encarnaba la síntesis más fidedigna entre la puertorriqueñidad y la hispano americanidad y la ‘concreción continental de nuestro espíritu’”.

En otro giro de la confusa búsqueda por una identidad de afirmación nacional, para Betances como para Eugenio María de Hostos, la consigna tenía que ser “desespañolizar” a Puerto Rico, algo que, paradójicamente, consideraban que se trataba de “europeizarlo” o “modernizarlo” a pesar de que el ejemplo de modernidad que se perfilaba como modelo, no estaba en Europa sino en Norteamérica. Para estos pensadores y activistas separatistas de la generación de 1860 y 1870, permanecer como colonia de España y continuar adoptando y replicando sus valores culturales impedía el progreso hacia la libertad. “El futuro estaba en otra parte…” y esa “otra parte” lejos de excluir, incluía a los Estados Unidos con su promesa de libertad, progreso y modernidad. Cancel resalta como ejemplo de la coincidencia entre separatistas independentistas y anexionistas en la lucha por la separación, la carta de Ramón Emeterio Betances al Dr. José Julio Henna en julio de 1896, en la que incluye “una lista de ‘patriotas (que) pueden ser muy útiles para el proyecto separatista puertorriqueño al doctor José (Celso) Barbosa… y a Luis Sánchez Morales… futuros líderes del Partido Republicano Puertorriqueño”. Se hacía imprescindible crear un punto de encuentro entre regionalistas y nacionalistas que proveyeran un espacio seguro en el cual germinara un discurso identitario compartido entre integristas, separatistas, regionalistas y nacionalistas emergentes. La separación era el paso imprescindible sin el cual los sueños de libertad, con el desenlace que prefiriesen independentistas y anexionistas, no era posible.

Lares se convirtió en el símbolo mediante el cual la afirmación identitaria se fundía con el concepto de revolución que Betances consideraba inseparable del proyecto de libertad. Lamentablemente, las sociedades secretas, los agentes revolucionarios que se dieron a la tarea de importar armas, generar propaganda mediante proclamas y prensa clandestina no fueron suficientes para armar una insurrección exitosa inicialmente en Camuy, como tampoco logró crear la masa crítica militar para derrotar la Guardia Civil en Lares y, posteriormente, en San Sebastián. Si bien el movimiento estuvo plagado de insuficiente planificación, falta de coordinación y carencia de disciplina militar, la confianza en el apoyo de parte del abajo social que “se presumía forzosa e inevitable… Era en realidad un ejercicio discursivo con poca probabilidad de concretarse”. El aparente optimismo resultado del “elitismo iluminista”, nos dice Cancel, “respondía a la antedicha concepción premoderna de la masa como un agente secundario inerte o subsidiario en el proceso de cambio”. La “sutil nota voluntarista” de los principales ideólogos de la insurrección desde el exilio y sin claro conocimiento de las condiciones que enfrentarían los revolucionarios, les hizo pensar que las condiciones para tomar las armas contra el imperio con un apoyo popular impulsarían “la generación espontánea de focos de combate sostenibles que garantizaran la posterior generalización de una guerra contra los españoles y sus aliados criollos”.

De la misma forma que un amplio sector de activistas liberales se había distanciado de los separatistas desde mayo de 1868 y dejó de ver en Betances el líder capaz de concretar el proceso revolucionario, los liberales reformistas se negaron a reconocer el septiembre puertorriqueño como una expresión legítima de la impostergable revolución. En retroceso hacia una postura que no contemplaba una separación verdaderamente viable: para este sector la imagen de Power y Giralt representaba el puertorriqueño capaz de impulsar el progreso y la modernidad para la isla “sin apelar a un desdoblamiento ideológico o una ruptura con la hispanidad”.

Este desentendimiento de los liberales reformistas y los separatistas anexionistas del significado de Lares como punto de inflexión en la búsqueda de la libertad, tuvo un resultado que Cancel califica de “innegable”: “la independencia se fue convirtiendo en un concepto ambiguo y elusivo como resultado, en gran medida, de la incapacidad colectiva para construirla”. En un tono “propio del héroe trágico”, Betances le escribía Henna en abril de 1898: “América es una gran nación, pero no le es simpática a todo el mundo. Es claro que, si no se puede obtener otra cosa, valdría más llegar a formar un estado de la Unión que seguir siendo españoles”.

Añade el autor: “A pesar del naufragio de esa quimera, tal vez como expresión del lisiado paradigma liberal progresista y del sueño romántico de la libertad, se ha insistido en apropiar a los asimilistas, especialistas, autonomistas moderados y radicales como nacionalistas emergentes o separatistas independentistas en proceso de formación que, por lo regular, nunca completaron la travesía. Nada, intelectualmente hablando, autoriza a apropiarlos de esa manera a menos que se trate de un irracional acto de fe”.

La reflexión historiográfica a que nos invita Cancel Sepúlveda nos permite reconocer las trayectorias de historiadores y protagonistas políticos desde el siglo XVIII hasta el XX y en ellas las contradicciones que han dado paso a la multiplicidad de iniciativas, movimientos, partidos y conatos de revolución que han fracasado en liberarnos de la cárcel sin barrotes que es la colonia. Añade Cancel: “La reputación que les garantizaba la posesión de una cultura accesible solo a las élites los autorizó moralmente a reclamar el respeto y a hacer suyas numerosas causas del abajo social, a la vez que conservaban una saludable distancia de los sectores populares”.

Dicho de otro modo, los sectores del arriba social, aun los que se concebían a sí mismos como los autores del destino patrio, jamás fueron capaces de comprometerse con el “todo” si dicho compromiso ponía en peligro sus intereses de clase. Para el asimilismo, la recompensa de los valores, la identidad y la promesa del progreso y la modernidad históricamente ha sido suficiente aliciente para resistir la pérdida de su estatus y sus beneficios. En el caso del separatismo, la conciencia sobre la naturaleza propia del conflicto que esgrimen quienes han hecho de la lucha su apostolado, ha sido y sigue siendo la divisa, la promesa, el catalítico suficiente para propiciar un cambio que solo requiere el convencimiento de quienes aún no han descubierto la inevitabilidad de la libertad como destino.

Una de las citas más preclaras de Hostos reza: “No hay peor vicio que el de perder el tiempo de la acción en la palabra”. Parecería que no se ha dicho todavía lo que ha debido hacerse.

febrero 18, 2022

Sobre El Laberinto de los Indóciles: Estudios sobre la historiografía puertorriqueña del siglo 19 del maestro Mario Cancel

  • Dr. Gary Gutiérrez

Salud y resistencia a todos y todas:

“La ignorancia es atrevida” reza el dicho popular en Puerto Rico. Mi presencia ante ustedes demuestra la validez de esta frase.  Esto pues fue desde la osadía de mi ignorancia sobre la historia y la historiografía puertorriqueña que me atreví decir que sí al pedido por parte de Editorial Educación Emergente para que comentara El Laberinto De Los Indóciles: Estudios Sobre La Historiografía Puertorriqueña Del Siglo 19, la más reciente publicación del maestro Mario R. Cancel.

Confieso que cuando viene a historia, y sobre todo a historiografía, soy víctima y producto de un sistema de educación colonial. Aclaro que cuando digo “sistema” no me refiero a los y las maestras, pues, al fin y al cabo, esos educadores también fueron y son víctimas del sistema.

En aquella escuela de la década del 1970, enmarcada en luchas sindicales que como la que hoy libran los docentes, el currículo imponía un saber histórico que hablaba de que los “taínos” eran vagos y pacíficos, por lo que los europeos trataron de civilizarlos y salvar su alma. Nos explicaron que esos “indígenas” se extinguieron por débiles, razón por la que “tuvieron” que traer “negros” para “ayudar” al proceso de producción mientras que a su vez estos podían ser civilizados y elevados al nivel de adelanto del mundo eurocéntrico.

Aquella “educación” que sobre nuestra historia recibí durante aquel tiempo terminó con el Grito de Lares. Escaramuza producto del surgimiento de “un puertorriqueño” que quería librarse del abusivo “coloniaje” español. Interesante que la única vez que escuché la palabra “coloniaje” en aquellas clases, fue siempre como referente al periodo “español”.

No obstante, y a pesar de la carga ideológica del currículo escolar, mi visión sobre lo que podría ser otra historia de Puerto Rico se forjó y estuvo también condicionada por las luchas culturales que se desataron como respuestas a las burdas pretensiones de administraciones dirigidas por aspirantes a monárquicos como Rafael Hernández Colón y por pichones de fascistas como Carlos Romero Barceló.

Es así como mi visión de la historia, y de quién yo soy como puertorriqueño, se influenció por una especie folklorismo nacionalista. Tanto por la mirada basada en el discurso oficial producto de Ricardo Alegría, como por discursos más radicales y políticos producidos por una nueva sepa de gestores culturales. Es decir, por las letras de Danny Rivera, Roy Brown, El Topo, Haciendo Punto y Moliendo Vidrio, por ejemplo. Expresiones culturales contestatarias, moderadas unas y más radicales otras, que ante el ataque del anexionismo a “lo puertorriqueño” levantaban barricadas que me llevaron a cuestionar la historia oficial aprendida en la escuela. En mi caso, esas respuestas más radicales me llevaron a crear una identidad nacional idealizada basada en la construcción de un indígena épico y digno que luchó por su espacio físico y la preservación de su identidad.

Es desde este bagaje personal, y sin conocimiento técnico alguno de la historiografía, que me acerco al saber del maestro Cancel y a su publicación El Laberinto De Los Indóciles: Estudios Sobre La Historiografía Puertorriqueña Del Siglo 19. Hablando de lo atrevida que puede ser la ignorancia.

Pero, mi lectura del maestro Cancel igual estuvo mediada por la reflexión de dos sucesos, uno ocurrido hace unos años y el otro mucho más reciente.

Primero, tras leer la tabla de contenido de El Laberinto De Los Indóciles: Estudios Sobre La Historiografía Puertorriqueña Del Siglo 19 vino a mi mente la visita hace más de una década de una periodista española, que no recuerdo su nombre, pero que trabajaba un escrito sobre Puerto Rico para la Agencia Francesa de Noticias. En aquella ocasión, tras conversar conmigo sobre la criminalidad del país, la periodista me utilizó como intermediario para acceder a la alcaldesa de Ponce y a un profesor de historia, ambos anexionistas.  Durante aquella conversación en la sala de mi casa, ambos entrevistados expresaron que su aspiración a la anexión se basaba en al anhelo a ser parte del “progresismo estadounidense”.

El segundo suceso provocador de reflexión fue la respuesta del sector anexionista a la visita a Puerto Rico del llamado Rey de España, “tipejo” heredero de la vergonzosa tradición truquera de los Borbones. Dinastía que se levanta como regente hoy del Estado Español gracias al caudillo y genocida por la gracias de dios, Francisco Franco Bahamonde.

Así, desde mi falta de entrenamiento historiográfico y con esos marcos de referencias informales que ya detallé, es que me acerqué a El Laberinto De Los Indóciles: Estudios Sobre La Historiografía Puertorriqueña Del Siglo 19. Publicación de 197 páginas divididas en tres partes o secciones. 

La primera, titulada Introducción: intersecciones entre historiografía y política, donde el maestro Cancel presenta el tema de su trabajo, las bases teóricas desde donde se acerca al mismo, y sobre todo su intención al publicar este trabajo.

“Mi finalidad es forjar la lectura de una discursividad que nunca se puso de acuerdo, nunca fue homogénea y que se apropió de la identidad y de la puertorriqueñidad de manera creativa poniendo la historia y la memoria del pasado al servicio de causas que chocaban la una con la otra.”

Así, don Mario deja claro su aspiración:

Mario R. Cancel y Gary Gutiérrez en Librería El Candil , Ponce, PR.

“Lo que busco es penetrar los mecanismos de manipulación de la memoria, del pasado, y de la historia para fines políticos en la discursividad histórica del siglo 19 y ver como la historiografía afectó el activismo modernizador en aquellas circunstancias”

Explica así el autor que el discurso historiográfico del siglo 19, y asumo que el de nuestros días, no es uno imparcial, lineal y mucho menos inocente.  Es decir, nos presenta la historiografía como campo de batalla y herramienta para la construcción ideológica, en este caso la construcción de la identidad del sujeto hoy llamado “puertorriqueño”.

Para esto Cancel aclara y produce un mapa para entender la mutación en el tiempo de las definiciones de términos como: autonomía, anexión, independencia, descolonización y otros términos, matizados siempre desde las ideologías y las posturas de clase de los autores estudiados. Pero sobre todo como referentes para forjar la identidad criolla y las aspiraciones colectivas que empujaban esos historiadores. 

Leyendo lo plasmado por don Mario sobre esa historiografía, surge claramente la complejidad del pensamiento historiográfico producido durante el siglo 19. Los matices de sus marcos teóricos, las fuentes y la metodología usada por los autores de esa época. Autores para quienes la identidad puertorriqueña tenía unos cimientos europeos que influyeron como se mirará los eventos de 1898 y el proyecto modernizador del periodo posterior. Para esto, el maestro Cancel no se limita al uso de fuentes provenientes de libros históricos, pues aclara que el “… pensar históricamente no es un monopolio de los historiadores”.  ¿Será por eso estoy yo aquí compartiendo mi poco ilustrada opinión sobre su trabajo historiográfico?

La segunda sección o inciso se titula: Historiografía y política puertorriqueña del siglo 19: entre integrista y separatistas. Aquí Mario Cancel da rienda suelta a historiador que le da forma como intelectual y que lo define como académico. Dieciocho (18) ensayos donde se adentra y examina las lecturas que los historiadores de los siglos 19 y 20 hicieron sobre el trabajo de sus antecesores. Sobre todo, en estos escritos el autor se enfoca en las miradas de clase, políticas y en los prejuicios raciales desde donde esos documentadores del siglo 19 miraron los trabajos de Agustín Iñigo Abbad y Lasierra por ejemplo.

En esas miradas de los autores estudiados, según Cancel, transpiran dos proyectos discursivos: la regionalista o integrista y la nacionalista. Brecha discursiva que se va a encrudecer tras el 1898. Es interesante no obstante que ese sujeto puertorriqueño y su identidad nacional resultante de ambas posturas, tanto la integrista como la nacionalista, será una “identidad” basada en la aspiración al euro-occidentalismo que produce en el sujeto puertorriqueño una necesidad de alcanzar el nivel de desarrollo europeo para poder entrar a la modernidad. No importa si era bajo el integrismo o el separatismo, ni mucho menos si era bajo el dominio español, el estadounidense o la independencia.

Así explica Cancel que desde tan temprano como en la historiografía de Abbad y Lasierra ya se establecían definiciones de la identidad criolla desde la dualidad del “yo” y la “otredad”. Dualidad que produce la mentalidad de que los puertorriqueños no eran, ni podían ser, iguales a los españoles. Esta visión es estudiada por Cancel en los trabajos que sobre Abbad y Lasierra hicieran los pensadores del siglo 19: Tapia y Rivera, Acosta y Calbo y Elzaburu y Vizcarrondo.

Luego, Cancel recorre la historiografía puertorriqueña durante los siglos 19 y 20 para documentar como, implícitamente o no, el criollo necesita construirse desde el eurocentrismo, no importa si es como español o estadounidense repito, para alcanzar la modernidad. Si es correcto lo que entendí, es fácil entender entonces cómo la vinculación al imperio de turno es valorada y reflejada en las visiones políticas y en la forma que vemos todavía nuestra relación con esos imperios. 

Tras leer, repito como lego en historia y en historiografía que soy, El Laberinto De Los Indóciles: Estudios Sobre La Historiografía Puertorriqueña Del Siglo 19 del amigo y maestro Mario Cancel creo poder entender mejor como el síndrome del colonizado todavía se manifiesta hasta nuestros días en todos nosotros.

Leer a Cancel, creo que me ayuda a entender mejor por qué la escuela me construyó la historia como lo hizo. Igual me hace más fácil explicar el monarquismo de Hernández y el neofascismo anexionista servil de Carlos Romero. Ambos parecen expresiones caricaturescas de esa aspiración a la modernidad ya explicada. También tras esta lectura, creo poder entender mejor los intentos contestatarios para idealizar lo indígena y lo criollo latinoamericanista en las luchas de una nueva generación de trabajadores de la cultura que, influenciado por el indigenismo de la década del 1970, buscaban redefinir el ideal “puertorriqueñita”. Admito que eso necesito seguir estudiándolo.

Sin embargo, lo más interesante para mí, desde mi visión de lego en la historiografía, es como la lectura de El Laberinto De Los Indóciles: Estudios Sobre La Historiografía Puertorriqueña Del Siglo 19 me ayuda a explicar la respuesta de la alcaldesa de Ponce y del historiador a la interrogante de la periodista sobre el porqué eran anexionistas. Igualmente, interesante, exponerme a este trabajo me hace posible entender mejor el entusiasmo casi adolescente con que los funcionarios anexionistas del país se “postraron” a los pies del anacrónico visitante monárquico que, buscando oportunidades económicas, visitó la isla. La realidad que fue vergonzoso ver los supuestos dignatarios del país, comportarse como adolescentes millennials frente a la influencer del momento.

Dicho la anterior creo que el trabajo de Cancel titulado El Laberinto De Los Indóciles: Estudios Sobre La Historiografía Puertorriqueña Del Siglo 19 hace dos grandes aportaciones a la discusión sobre quiénes somos y a dónde vamos como pueblo.

Primero, la extensa bibliografía de sobre 10 páginas que acompaña y sostiene el texto del maestro Cancel. Ese banco de datos nada más vale el costo del libro y deja ganancia.

Segundo: La provocación a pensar y preguntar.

Exponerme al contenido de El Laberinto De Los Indóciles: Estudios Sobre La Historiografía Puertorriqueña Del Siglo 19me provoca preguntas como:

¿Estamos los y las puertorriqueñas condenadas a ser siempre aspirantes al progreso civilizado del eurocentrismo blanco, lo mismo español que estadounidense?

¿Seguiremos viendo la necesidad de subordinación a un imperio como la puerta para el progresismo y la modernidad?

¿Cuán vivas están, y cómo siguen definiéndonos estas narrativas en pleno siglo 21?

¿Por qué no le hicimos más casos a las narrativas indigenistas y latinoamericanistas de los músicos de los ’70?

Maestro Cancel, hasta aquí mis dos centavos sobre El Laberinto De Los Indóciles: Estudios Sobre La Historiografía Puertorriqueña Del Siglo 19.

Gracias por la provocación. ¡Salud y resistencia!

Nota: El texto que antecede fue leído en la Librería El candil, Ponce el 12 de febrero de 2022 y publicado en El Blog de Gary Gutiérrez . Para escuchar el audio de la actividad y el diálogo con el autor,  presione este enlace

enero 28, 2022

San Germán en la historia nacional puertorriqueña: una aproximación teórica

  • Mario R. Cancel-Sepúlveda
  • Historiador

El texto que sigue fue redactado y leído en 2003 como parte de una actividad de presentación del libro de José Vélez Dejardín, San Germán: de villa andariega a nuestros tiempos 1506-2000. El volumen fue publicado de nuevo en 2018. Vuelvo a difundirlo a tenor de la conmemoración del 500 aniversario de la ciudad de San Juan.

José Vélez Dejardín nos ha dejado una nueva versión de su San Germán: de villa andariega a nuestros tiempos 1506-2000. Una lectura crítica del título nos dice mucho respecto a las intenciones del autor. El marco cronológico que establece es una invitación a que el lector considere la hipótesis del poblado del Río Guaorabo como garantía de antigüedad. Pero también impone un compromiso con la idea de que el San Germán de hoy es una prolongación de aquel mítico lugar.

¿Cuál es el valor de la divulgación de este libro hoy? La pregunta tiene más relevancia de la que aparenta. Hace apenas dos días el gobierno de Puerto Rico recordó oficialmente en todo el sistema escolar público el llamado “día de la raza.” Se trata de la efeméride del descubrimiento. Ambos conceptos, raza y descubrimiento, pretenden convencer a la nación de que acepte con serenidad todas las implicaciones del complejo y violento proceso de la historia colonial de este territorio al cabo de 510 años. Los conceptos raza y descubrimiento son una exhortación a que se acepte el intercambio biológico, étnico, material y cultural entre toda una variedad de seres humanos en conflicto porque, a fin de cuentas, en ello se encuentra la base de la configuración de esta nacionalidad.

Ese fue el mismo espíritu de condescendencia con el cual se inventó hace 110 la conmemoración del Cuarto Centenario del evento. En 1893, nadie podía imaginar que cinco años más tarde Puerto Rico pasaría por un hecho de armas a manos estadounidenses. En 1893 la debilitada España borbónica buscaba en el pasado elementos para afirmar un orgullo atenuado por una modernidad aberrante. La figura del “conquistador,” que la había hecho grande ante el enemigo árabe, volvió a configurarse como una garantía de que el Imperio creado por Carlos II de Augsburgo sobreviviría para conmemorar un Quinto Centenario desde el poder.

La celebración de aquel Cuarto Centenario en 1893 estuvo pletórica de españolismo. Todos están conscientes de los debates respecto al lugar del desembarco colombino que se generaron en el discurso de pensadores de la talla de Salvador Brau Asencio, el padre José María Nazario Cancel y Manuel Zeno Gandía, entre otros forjadores del pensamiento criollo. El debate colombino del desembarco estaba sobre el tapete desde mucho antes de aquella celebración. El 1ro. de diciembre de 1889 Brau, en carta privada a Lola Rodríguez de Tió, se quejó de la actitud de ciertos intelectuales puertorriqueños que trataban de obtener capital cultural por medio de la discusión de aquel problema secular. Brau quien es considerado por muchos el “padre de la historia puertorriqueña,” afirmación sobre la cual tengo mis reservas, insistía en que durante una de sus conferencias sobre el tema “… (Manuel) Zeno Gandía actuando de Mefistófeles, hizo del (santurrón) del Padre Nazario (Cancel) un nuevo Fausto, inventando la teoría astronómica de que Colón fondeó a occidente. . . de Guayanilla.”

¿Cuál era el código oculto detrás de aquellas duras palabras de Brau? El cinismo del caborrojeño, la diafanidad con la que consignaba un asunto que ocupaba y ocupa el tiempo de tanto presunto historiador no me sorprende. Brau era un historiógrafo profesional y un pensador de gran formación para quien el problema de la historia común entre España y Puerto Rico no radicaba en el dilema de “lugar del contacto” sino en la cuestión mayor de adónde condujo a la isla de Baneque / Boriquén aquel evento. Leer apropiadamente a Brau es confirmar la concepción de la inutilidad de ciertos debates que periódicamente nos ocupan.

Brau iba más allá cuando aseguraba a la Poeta de las Lomas con cierto desenfado: “Y yo me reía, porque lo que yo comentaba no era a Colón, sino la labor social de cuatro centurias que abarca desde la india concubina del español y del bozal, arrebatado rapazmente a sus arenales patrios, hasta el extranjero que nos trajo capital, vigor físico, ideales más amplios, tintes de seriedad, relaciones cultas, libros, pasto intelectual para nutrirnos y ayudarnos a ser lo que somos.” Para Brau el descubrimiento era un simple hecho factual, una fecha vacía si no se la vinculaba a los procesos que había generado.

Me permito, sin embargo cuestionar al maestro si en efecto toda la ilustración y la cultura se la debía la clase criolla de Puerto Rico a los extranjeros. Esa fue la tendencia marcada por intelectuales peninsulares como Carlos Peñaranda en sus pocas veces discutidas Cartas puertorriqueñaspensadas por la misma época. Brau no estaba libre de ese tipo de concepciones tuertas respecto a la forma en que se construye una cultura en especial cuando se le echa una ojeada desde el exclusivismo social que es la impronta de las clases altas.

Esa interpretación que cultivaba la valía de lo europeo era la postura típica de los intelectuales, historiadores y sociólogos influenciados por la entonces venerada “ciencia positiva” teorizada por el filósofo francés Augusto Comte. Por ello se venera al Eugenio María de Hostos teórico y maestro. Y por eso se reconoce el valor grandioso de la obra abolicionista de Segundo Ruiz Belvis, Francisco Mariano Quiñones y José Julián Acosta en la Junta Informativa de Reformas de 1867. Todos ellos estaban embebidos de aquel sistema de pensamiento que era vanguardia de occidente europeo.

Brau fue tajante en 1889 al afirmar que: “Aquí Lola no salimos del ojalaterismo[1] que condena la conquista, sin ver que somos su producto…” Bien vista esa fue la lección más interesante de Brau para las generaciones posteriores especialmente la de 1930 y sus acólitos. El argumento central era que Puerto Rico, la nación, había sido la consecuencia de aquella conquista, de aquel proceso de coloniaje que en 1887 había culminado en el abuso rampante de los compontes que el propio Brau sintió como militante que era del Partido Autonomista Puertorriqueño.

¿Por qué doy todo este rodeo para conversar sobre la historia de San Germán de Vélez Dejardín? Lo que sucede es que las conmemoraciones y en especial la del descubrimiento o encuentro europeo- americano, tienen un valor profundamente contradictorio en el imaginario nacional puertorriqueño. La cuestión del lugar del desembarco todavía permanece como un misterio borgiano, o como un laberinto sin solución que sigue apasionando a la cultura oficial. Decía el historiador rumano de las religiones Mircea Eliade que las fiestas por lo general exteriorizan “el deseo de reintegrar una situación primordial” a la vida de todos los días (Lo sagrado y lo profano, 1998). La “nostalgia por la perfección del origen,” perfección concebida por todas las versiones románticas de la historia, se agazapa detrás de cada una de estas recordaciones. Demás está decir que la recordación tiene siempre la finalidad de transformarse en un modelo para un tiempo presente que se imagina desde una perspectiva totalmente diferente. El presente se asume como la pérdida de algo, y la recordación se adjudica como una forma de la recuperación. Toda recordación y todo relato histórico ocurre, sin proponérselo, dentro de esa actitud.

La conmemoración es en consecuencia catalizador de la memoria: la fortalece alrededor de ciertos elementos que se reiteran. La recordación consolida toda una serie de convenciones respecto a un pasado aceptado como válido. Los conjuntos metafóricos que se reiteran se imponen. El saber resulta ser otro acto de fuerza tal y como ya había sugerido el filósofo alemán Federico Nietzsche en algunos de sus textos. Ese fenómeno es el que crea las historias oficiales, las convencionales y es un interesante instrumento analítico para comprender las historias de resistencias y las (contra/anti) historias que cuestionan las versiones tradicionales desde los márgenes. Una historia de San Germán no es otra cosa que eso.

“La historia, -decía el pensador francés Michel Foucault- en su forma tradicional, se dedica a ‘memorizar’ los monumentos del pasado, a transformarlos en documentos y a hacer hablar esas huellas que en sí mismas no son verbales, o dicen tácitamente cosas diferentes de las que dicen explícitamente…” (La arqueología del saber, 1970). Por ese camino se apuntalan los mitos alrededor de los cuales se tejen los relatos, más o menos exactos en torno al pasado de los pueblos.

El caso de esta historia de San Germán del investigador Vélez Dejardín no es la excepción. El volumen, como ya señalé en la presentación que le hice el 18 de noviembre de 1994, recoge la mitología de una región, San Germán, que teje su propia versión alterna de la nacionalidad mirándose en el espejo cóncavo / convexo de las historias inventadas desde la capital. San Germán: de villa andariega a nuestros tiempos 1506-2003 es un interesante ejercicio de microhistoria regional alternativa.

Dentro de una estructura expositiva cronológica, hasta dónde le permite el flujo de datos, el autor nos muestra un pasado cargado de combates y conflictos, de orgullos vanos y aspiraciones no consumadas por una rancia aristocracia ligada primero a la ganadería y el tráfico ilegal, y posteriormente a los grandes intereses de la tierra a través de cinco siglos. Lo digo de este modo porque todos los historiadores sabemos que la historia, cualquier historia, nunca fue un lecho de rosas. Jorge Luis Borges tenía razón cuando sugería que todo tiempo vivido siempre fue peor que los otros. Lo interesante de este volumen es la multiplicidad de lecturas que permite a los observadores inteligentes del discurso. Una cosa es la versión que ofrece de la evolución de la Villa Andariega, metáfora plástica pero frágil, y otra muy distinta la que tácitamente impone sobre la historia de las mentalidades puertorriqueñas en la dialéctica isla-capital.

Mucho se ha conseguido, debo aclarar, desde la década de 1970 en el territorio de la microhistoria nacional. La aportación de esta forma de hacer historia a la crítica del automatismo del cambio, a la idea preconcebida de la evolución homogénea de la historia de una nación, fueron claves en el cuestionamiento de buena parte de las concepciones modernas decadentes del discurso histórico.

Al lado de la microhistoria, las historias regionales erosionaron la idea de que se podía explicar, por ejemplo, el problema de España leyendo su pasado estrictamente desde el Madrid castellano. Cataluña, Galicia, Vasconia, tenían historias alternativas que contar y la mayor parte de las veces se relataban mirando a Madrid como un adversario. Algo similar demuestra este volumen de Vélez Dejardín y espero que él tenga conciencia de lo que voy diciendo. Lo digo porque cualquier historia de San Germán es un ejercicio tanto de microhistoria como de historia regional. El hecho de que Partido inventado hacia 1514 terminara convirtiéndose en un municipio entre mucho es demostrativo de ello.

Entre las microhistorias, las historias regionales y las nacionales se ha desarrollado una dialéctica cruenta. La obra que hoy nos ocupa es prueba ostensible de que es así. Durante los últimos cuarenta años la producción histórica sobre San Germán ha implicado la voluntad de rescatar un espacio hipotético o presuntamente usurpado: el que se garantiza a los fundadores, a los administradores de los orígenes. El argumento derivado del discurso de Brau vuelve a ser útil al cabo de 114 años ¿qué sentido tiene la condición de fundador?

El énfasis de ese tipo de discurso filo-sangermeño ha sido establecer fuera de toda duda las discrepancias entre las experiencias histórico-sociales, la psiquis, e incluso la visión de mundo de la gente de la capital y aquella que no lo era –la de la isla-. Es cierto que la noción dialéctica que antepone la capital a la isla sigue teniendo sentido para mucha gente. En ocasiones da la impresión de que los viejos partidos de San Germán y Puerto Rico fundados en el siglo 16 nunca hubiesen hecho las paces y continuaran resolviendo las disensiones jurídicas coloniales después de 499 años de convivencia y unos 50 años de estado moderno.

Algunos alegan que San Germán se hizo ante el otro, Puerto Rico, y apropian una idea de la marginalidad respecto al poder hispano colonial que en ocasiones es difícil demostrar. Es cierto que para que una región se defina tiene que hacerlo ante el otro. En lo que respecta a San Germán esa concepción de lo regional es cuestionable por diversas vías. La gente de Aguada y Coamo, que estaban en la periferia de dos Partidos distintos, se parecían probablemente más entre sí en el orden sociocultural que a la gente de la Capital. La concepción de un San Germán “aislado” en el sentido estricto de la palabra es sumamente improbable. Toda noción de aislamiento tiene que matizarse espacial y temporalmente a la luz de los magníficos trabajos sobre el siglo 17 y 18 que se han publicado en los último 20 años.

Incluso cuando se ha tratado de deslindar las regiones con las nociones de urbe y ruralía, la disposición es poco clara porque los patrones de comportamiento rural no desaparecían del todo en la temprana vida urbana de Puerto Rico. La disolución palmaria de la ruralía no puede precisarse hasta entrado el siglo 20. Esto significa que la gente que vivía en poblado (la capital por ejemplo) seguía interpretando el mundo desde una perspectiva rural. No había una fractura clara entre lo uno y lo otro. En gran medida la fragilidad visceral de la postura teórica de quienes ven en San Germán el nudo de la nacionalidad radica en que el argumento se puede elaborar con argumentos análogos para el caso de Ponce, Mayagüez y quizá Yauco y Utuado. Los países están llenos de ilusiones de “capitales alternas.” Jacmel puede hacer ese reclamo a Puerto Príncipe y Santiago a La Habana.

La lección que un historiador recoge de todo esto es sencilla. La determinación de la alteridad histórica, como es el caso de San Germán en el volumen que me ocupa, no debe conducir al historiógrafo a la atomización radical de su versión del mundo. Estas reconstrucciones alternas son útiles en la medida en que no cancelen los caminos hacia una comprensión general de la nación. El dilema es mucho mayor de lo que aparenta porque ser sangermeño es un gesto enteramente simbólico tan válido como ser mayagüezano, ser ponceño o yaucano o utuadeño. En verdad cualquier revisión general de la historia de San Germán nos demuestra que la mayoría de los pueblos emanados del viejo partido lo fueron tras vencer la oposición de los grandes intereses de San Germán. La Villa Fundadora de Pueblos lo fue, en consecuencia, a su pesar.

Un último apunte aclaratorio. El San Germán de 1506 o 1508, incluso el de 1514 no era una Villa. Era un simple lugar camino a ser un pueblo que capitaneaba el Partido que llevaba su nombre. La condición de Villa era un título jurídico que implicaba ciertos privilegios que los lugareños no poseían durante el siglo 16. Si el esfuerzo de José Vélez Dejardín en su versión revisada de San Germán: de villa andariega a nuestros tiempospermite abrir una discusión madura sobre estos problemas historiográfico, la aplaudo fraternalmente. Pero la lectura de este volumen no puede ser obtusa.

San Germán, P.R., 21 de noviembre de 2003


[1] El concepto vale por fanático irracional según https://dle.rae.es/ojalatero

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