Puerto Rico entre siglos: Historiografía y cultura

abril 17, 2018

Historia de la Lucha por la Independencia de Puerto Rico de Ché Paralitici: Un Comentario

  • José Anazagasty Rodríguez (RUM)

Historia de la Lucha por la Independencia de Puerto Rico de Ché Paralitici es una historia del independentismo desde los postreros años del siglo 19 hasta nuestros días, destacando dos fases, la de finales del siglo 19 a la década de los cincuenta, y la de las décadas posteriores a esa primera fase. Paralitici también ofrece, al final del libro, unas reflexiones acerca de las posibilidades del independentismo en el siglo 21.

Para Paralitici su libro “presenta una breve historia” de las luchas por la independencia de Puerto Rico. Pero esa brevedad no es para nada equivalente a un relato simplista y ligero de esa historia. Es todo lo contrario. Se trata de una historia sucinta pero riquísima en información, la que Paralitici relata sobre la base de abarcadoras observaciones, profundas indagaciones, valiosos datos y acertados comentarios acerca del movimiento independentista y sus organizaciones. Su concisa historia de la lucha por la independencia irradia no sólo las prolongadas horas de trabajo dedicadas a la misma por el cronista, sino además su vasto conocimiento sobre el asunto. Asimismo, su libro transmite su gran compromiso con la lucha por la independencia. Toda esa riqueza de Historia de la Lucha por la Independencia de Puerto Rico lo convierte en una lectura imprescindible para los interesados en el estudio del independentismo, en particular para aquellos de nosotros que sabemos poco de ese movimiento. Pero es inclusive una lectura que debo recomendar a los estudiosos del movimiento independista y su historia. Aquellos independentistas que día a día, como activistas, luchan por la independencia de Puerto Rico también se beneficiarían grandemente de su lectura. Finalmente, es un libro que los independentistas de las nuevas generaciones encontrarán significativo, del que aprenderán muchísimo.

Coincido con Mario R. Cancel en que Historia de la Lucha por la Independencia de Puerto Rico es una mirada crítica, flexible y templada del independentismo, una que Paralitici realiza desde el independentismo mismo. Es por ello, como señaló Cancel, una contribución valiosa a la historiografía del independentismo, una historiografía de muchas formas limitada, en particular con respecto a la historia más actual del independentismo. Hacen falta interpretaciones tan acabadas y realizadas como la de Paralitici.

La historia narrada por Paralitici no es valiosa únicamente para los historiadores. Historia de la Lucha por la Independencia de Puerto Rico también es provechoso para los sociólogos y otros estudiosos de lo social, particularmente para aquellos de nosotros interesados en los movimientos sociales. Abordándolo desde la sociología, quiero a continuación, destacar sus contribuciones a lo que podríamos llamar una sociología del movimiento independentista. Las reflexiones sociológicas del independentismo como un movimiento social son escasas. El libro de Paralitici, aunque realizado desde la Historia, nos ofrece algunas observaciones sociológicas valiosas, y con ellas, algunas rutas para estudios e investigaciones posteriores del independentismo como un movimiento social.

Sidney Tarrow, en su libro Power in Movement, definió los movimientos sociales como retos colectivos lanzados por personas solidarias, copartícipes con propósitos comunes, que interactúan de forma sostenida con las élites del poder, las autoridades y con sus oponentes. Y eso es precisamente el movimiento independentista, un grupo de personas que más o menos solidarias comparten un propósito en común, lograr la independencia de Puerto Rico. Y ese es su reto a todos los puertorriqueños. El movimiento independentista también interactúa constantemente, en términos conflictivos, con las élites de poder, en Puerto Rico y Estados Unidos, las autoridades locales y federales, y con sus oponentes.

Para los sociólogos, un movimiento social es también una red relativamente informal de diversos individuos, grupos y organizaciones que comparten una identidad colectiva y cierta cultura, y que se movilizan para enfrentar asuntos y problemas sociales conflictivos, recurriendo a varias formas de protesta.  El independentismo es todas esas cosas. Se trata, como lo manifiesta el libro de Paralitici, de una extensa, heterogénea y compleja red de individuos, grupos y organizaciones que comparten, más o menos, una identidad colectiva, la de puertorriqueños independentistas, y una cultura particular, la del movimiento, y la que producen y reproducen mediante sus prácticas. Los elementos en esa red se movilizan a favor de la independencia para Puerto Rico, uno de los asuntos más controversiales y conflictivos del país. Se trata de un complejo tejido social cuyos elementos—grupos e individuos—se organizan y movilizan recurriendo a un diverso repertorio de acciones de protesta, incluyendo en ocasiones la violencia y la lucha armada. El libro de Paralitici nos ofrece detalles importantes sobre esa red en movimiento.

Una de las contribuciones más importantes del texto de Paralitici para una sociología del movimiento independentista es que confirma la heterogeneidad o diversidad del movimiento. Paralitici echa por tierra la idea estereotipada de un independentismo homogéneo, tan notable en aquellos que se oponen al movimiento o pretenden reprimirlo. Historia de la Lucha por la Independencia de Puerto Rico evidencia la diversidad ideológica del independentismo, tanto en Puerto Rico como en Estados Unidos.  Para Paralitici, el movimiento independentista se ha desarrollado y transformado, en la relación, muchas veces conflictiva, entre el nacionalismo y el socialismo. Coinciden en el movimiento independentista varias corrientes nacionalistas y diversas corrientes socialistas, lo que añade diversidad al mismo. Estas corrientes nacionalistas y socialistas, enlazadas en una dialéctica de colaboración y conflicto, convergen en el movimiento independentista. Allí también se encuentran corrientes comunistas y anarquistas. Y en el independentismo, convergen también corrientes liberales, característica de aquellos independentistas más cercanos a las instituciones políticas y los procesos electorales.

Aparte de la diversidad ideológica del movimiento independentista, Paralitici también devela su diversidad organizacional.  Historia de la Lucha por la Independencia de Puerto Rico es, aparte de una historia de esa lucha, una historia de las organizaciones independentistas involucradas en la misma. La lista de organizaciones independentistas, desde 1898 al presente, incluida por Paralitici en su libro, y la de Awilda Palau, también incluida en el mismo, son evidencia del tremendo número de organizaciones independentistas que han existido desde finales del siglo 19 hasta el presente. En el movimiento independentista encontramos distintos tipos de organizaciones sociales, incluyendo partidos políticos.  Las organizaciones independentistas no gubernamentales ni partidistas se han organizado de muchas formas, como asociaciones, agrupaciones, talleres, institutos, congresos, logias, uniones, frentes, coaliciones, alianzas, ligas, comités, brigadas, fundaciones y hasta en campamentos. Y mientras que muchas de esas organizaciones independentistas han sido legales otras han sido clandestinas.

La diversidad organizacional y su impacto sobre el movimiento independentista no ha sido estudiado. Pero, podemos suponer que la diversidad de formas organizacionales, la pluralidad de estructuras organizativas produce diversas metas y recursos.  También podemos suponer que algunas organizaciones independentistas son más centralizadas y jerárquicas que otras y que algunas son más democráticas que otras. Podemos también conjeturar que estas organizaciones también varían en términos de su membresía, sus niveles y formas de participación, sus grados de organización, en su liderato y distribución de poder, y el grado de compromiso que demandan de sus participantes o miembros. Examinar la diversidad de formas organizacionales es importante porque esto nos dice mucho no sólo sobre las estrategias y experiencias de estos grupos independentistas sino porque nos da pistas importantes sobre lo que los sociólogos llaman su “potencial de movilización”.  La forma que estos grupos se organizan y por qué toman esas formas determina si estas pueden o no aumentar, dado sus recursos, y en momentos particulares, el apoyo del público, y movilizarlos a favor de la causa independentista. También nos dice que tan bien pueden o no adaptarse a nuevas condiciones de lucha y movilización. La lista de organizaciones y detalles provistos por Paralitici sobre estas organizaciones representan una valiosísima herramienta para el estudio de la diversidad organizacional del movimiento independentista.

José «Che» Paralitici en el RUM

Finalmente, las organizaciones independentistas también varían en términos de sus acciones, en términos de cuales actividades o tipos de protesta prefieren efectuar. Las acciones más tradicionales son, por supuesto, huelgas, mítines, marchas, elecciones, peticiones, ocupaciones, insurrección, lucha armada, etc. Estas son estrategias políticas, preferidas por los movimientos políticos, como el independentista. Algunas organizaciones recurren principalmente a estrategias fundamentadas en la “lógica de los números”, movilizar apoyo popular mediante las elecciones, marchas, y recogido de firmas, entre otras. Otras organizaciones recurren a la “lógica de impactos materiales” como las huelgas, los paros, los boicots, y hasta daños directos a la propiedad. Otras organizaciones, amparadas en una lógica similar a esta última recurren a actividades mucho más violentas, como la lucha armada, característica del nacionalismo revolucionario, el socialismo y el comunismo. Otras organizaciones prefieren la lógica del testimonio o “bearing witness,” acciones riesgosas y emotivas dirigidas a demostrar el compromiso con una causa, con la independencia de Puerto Rico, en este caso. La desobediencia civil, a las que han recurrido muchos independentistas, como en la lucha contra la marina en Vieques, es un buen ejemplo. La desobediencia civil también fue la estrategia de muchos independentistas que lucharon contra el servicio militar obligatorio en Puerto Rico. Esto último es discutido por Paralitici en su libro.

Aunque la mayoría de las organizaciones independentistas han optado por estrategias políticas, varias organizaciones independentistas también han recurrido a protestas culturales y simbólicas, que los sociólogos asociamos con los nuevos movimientos sociales. Una dimensión poco estudiada del movimiento independentista ha sido precisamente su cultura, tanto sus prácticas culturales como sus productos culturales, con excepción quizás de sus valores, metas, ideologías y sus líderes más carismáticos y simbólicos, como Pedro Albizu Campos.  Pero, sus objetos simbólicos (logos, signos, artefactos, eventos, y lugares significativos para los independentistas); sus ocasiones, encuentros, y reuniones; sus productores y actores culturales; y su “persona” o estilos culturales de interacción apenas han sido examinadas. Paralitici, destaca en su libro varias actividades culturales del movimiento, como la conmemoración de símbolos, héroes y mártires del independentismo y eventos como el Grito de Lares y la Jornada a Betances. El análisis cultural del movimiento requiere examinar como es la cultura puertorriqueña adoptada y adaptada por el movimiento independistas en el contexto de la acción social y política. A la misma vez, debemos tener en cuenta el impacto cultural del independentismo en la cultura puertorriqueña. Por supuesto, también requiere una mirada analítica a las “dimensiones simbólicas de la acción colectiva” independentista, a sus esquemas y marcos interpretativos con respecto a la realidad social y la identidad nacional puertorriqueña. También requiere analizar su construcción de los problemas sociales. Además, no podemos asumir que el movimiento sea culturalmente homogéneo; las diferencias culturales entre grupos independistas y los conflictos culturales entre estos son una realidad que no podemos perder de vista.

Otra contribución importante de Historia de la Lucha por la Independencia de Puerto Rico para una sociología del movimiento independentista es que apunta hacia el carácter cíclico de las protestas independentistas. Como Paralitici afirmó: “No dudo que la lectura de este ensayo sobre la historia del independentismo puertorriqueño, que concluye que la lucha por este ideal ha tenido sus bajas y sus altas, sus flujos y reflujos, sus viejos y nuevos independentismos, lleve a ampliar el análisis y las luchas correctas para que en este siglo 21 se encuentre un resultado final a la férula colonial que ha tenido Puerto Rico desde el siglo 16”. (354)

Los ciclos de protesta o contención se refieren a ciclos de apogeo y ocaso en la actividad de un movimiento social. En su libro Paralitici identificó tres periodos de la lucha independentista: de 1898 al surgimiento de un nuevo independentismo en los treinta; de los treinta a la década de los cincuenta; y de finales de los cincuenta al presente. En este periodo ocurrieron dos ciclos de auge y ocaso en el movimiento independista. Los surgimientos de los nuevos independentismos, en los treinta y los cincuenta, marcan los dos momentos de auge del movimiento independentista.  En su libro Paralitici considera las posibilidades de otro nuevo independentismo, de un tercer auge y ciclo de protestas en los años por venir.  Si logramos escapar o no del dominio estadounidense, de esa férula a la que se refiere Paralitici, depende de muchos factores. Pero coincido con él, en que un requisito fundamental para ello es la reflexión crítica, profunda y sosegada de los ciclos de protesta independentista; lo que él ha ya ha avanzado en su libro. Para los estudiosos de los movimientos sociales, incluyendo los analistas del movimiento independentista, es también menester estudiar los ciclos de protesta porque corresponden a los momentos de intensificación de la acción colectiva.

Los ciclos de protesta muestran ciertas características en común. Estos coinciden con una fase intensa de conflictos y contenciones en el sistema social, con diversas crisis, económicos, políticas, sociales y hasta ambientales. La intensidad de esos conflictos produce la difusión rápida de la acción colectiva, no sólo la movilización de los sectores más activos de un movimiento sino inclusive de los menos activos y de los simpatizantes del movimiento. Los ciclos de protestan coinciden también con la innovación en las formas de protesta y con nuevo marcos o esquemas de acción colectiva. Estos lapsos también involucran no sólo la actividad de los grupos más organizados sino también la de los menos organizados y hasta provocan acciones espontaneas. Pero, los ciclos de protesta también coinciden, con las acciones y respuestas de aquellos individuos, grupos y organizaciones opuestas a un movimiento, los que promueven y ejecutan, inclusive la represión de un movimiento social. Los ciclos de protesta influencian de muchas formas las decisiones estratégicas de las organizaciones vinculadas a los movimientos sociales. Las formas adoptadas en un momento dado por estas organizaciones dependen en gran medida de su apreciación de los ciclos de protesta y de las actividades de otras organizaciones, incluyendo las vinculadas a otros movimientos sociales y la de aquellos que se oponen al movimiento.

El libro de Paralitici nos ofrece pistas importantes sobre todo esto, sobre la respuesta del independentismo a los momentos de crisis en Puerto Rico; la difusión de acción política desde las organizaciones independentistas más activas hacia otras menos activas; y la respuesta de la oposición al independentismo.  En el primer ciclo de protesta examinado por Paralitici el Partido Nacionalista fue determinante en la movilización de los independentistas. En el segundo, fueron la FUPI y el MPI las organizaciones más influyentes. Ambos momentos de auge coincidieron con nuevas estrategias de lucha y protesta, nuevos esquemas de acción colectiva.  En ambos momentos la respuesta de los opositores, y particularmente de las autoridades federales y locales, fue la persecución y represión del movimiento independentista.  Como nos recuerda y demuestra Paralitici, el independentismo ha sido perseguido y reprimido a lo largo de toda la historia del dominio colonial estadounidense sobre los puertorriqueños. Los ciclos de protesta independentista y las consecuencias de esas protestas, como las de todos los movimientos sociales, están atados a la represión o respuesta de las instituciones y actores políticos.  La incesante represión del independentismo puertorriqueño, muchas veces tremendamente perversa, cruel, aterradora y devastadora, aunque no el único factor, ha obstaculizado efectivamente, la independencia de Puerto Rico, y con ello su descolonización.

Otra contribución de Paralitici y su libro a una sociología del movimiento independentista es que nos ofrece datos valiosos sobre la “estructura de oportunidades” del movimiento independentista, sobre aquellos factores que han facilitado u obstaculizado la movilización de grupos y organizaciones independentistas desde 1898. La respuesta represiva del sistema de instituciones y prácticas políticas que engloba el régimen colonial, que involucra tanto instituciones locales como federales, y hasta partidos políticos y organizaciones contrarios al independentismo, ha reducido las oportunidades de participación política de los independentistas, reduciendo aún más los estrechos canales institucionales de los que dispone para influir en los procesos políticos del país. De manera simultánea, la estructura institucional del régimen ha provocado que el movimiento independentista haya adoptado en ocasiones formas extra-institucionales de acción política, incluyendo el que algunas organizaciones hayan recurriendo, en distintos momentos de su historia, formas radicales y hasta clandestinas de acción política. Esto a vez ha provocado en varias ocasiones que el gobierno recurra a la represión para detener la movilización social independentista. Por último, como resultado de la interacción entre el movimiento independentista y las respuestas gubernamentales, la influencia que los independentistas tienen en la toma de decisiones es marginada y rezagada, aunque no por ello ha dejado de ser un movimiento relativamente visible, activo y dinámico. No ha dejado de ser un movimiento crítico y desafiante, que como señala el subtítulo de Historia de la Lucha por la Independencia sigue luchando incesantemente por la soberanía y la igualdad social.

La represión del movimiento independentista opera no únicamente desde la violencia y coerción estatal sino además desde todos los ámbitos institucionales, logrando que una gran parte de la población consienta la represión del independentismo. Los independentistas enfrentan todo un régimen de desigualdad, concepto de la teórica feminista Joan Acker. Me refiero a todas esas prácticas, procesos, acciones y significados interconectados que mantienen a los independistas en una posición de desigualdad, y que institucionalizan o normalizan diversas prácticas discriminatorias y restrictivas contra estos.

Pero hoy, el independentismo no sólo enfrenta esas formas de represión, también sufre un difícil agotamiento, uno que no podemos reducir al mero efecto de la represión.   Como explica Paralitici:

El independentismo ya entrado en el siglo 21 hacia la primera quinta parte del mismo es uno muy dividido, poco organizado, con poca presencia en la calle, con mucha debilidad electoral, con exigua participación de la juventud, con pocos portavoces de gran influencia , con algunos con buen reconocimiento pero en su longevidad y, además, si un fuerte liderato nacional, y con muy poca presencia en Estados Unidos, entre otras características negativas, parecidas muchas de ellas a las que precedieron  a los dos previos momentos del “nuevo independentismo” de las décadas de 1930 y de 1960. (352-53)

Precisamos un nuevo independentismo, uno diligente, militante y dinámico pero también profundamente reflexivo y crítico, inclusive de sí mismo. Lo precisamos porque hoy los puertorriqueños enfrentamos demasiadas crisis.  Por un lado, los puertorriqueños enfrentamos una profunda y devastadora crisis económica, que requiere que lo independistas contribuyan a la defensa de los trabajadores, que luchen contra la privatización y contra las devastadoras reformas laborales y económicas propuestas por el gobierno y la Junta de Control Fiscal. Enfrentamos además lo que Jürgen Habermas llamó una crisis de racionalidad; nuestro sistema político, administrado por una kakistocracia tan corrupta como inepta, no ha generado decisiones y políticas adecuadas para manejar la crisis económica. Y esa crisis de racionalidad se ha traducido en una crisis de legitimidad, una generalizada falta de confianza en las instituciones políticas, que lamentablemente no se han transformado en protestas masivas contra esas instituciones. Pero, una crisis adicional retarda las protestas contra las instituciones políticas, una profunda crisis de motivación. Muchos puertorriqueños, la mayoría de ellos, no se sienten lo suficientemente motivados como para ser participantes activos en la esfera pública.  Algunos no se sienten capaces de efectuar cambios sociales significativos y muchos otros, enfrentando vidas precarias, la pobreza, simplemente no tiene los medios o recursos que le permitan hacerlo. Muchos de ellos, buscando alternativas a esa precariedad, no han tenido otra opción que emigrar. Un nuevo independentismo es por todas esas cosa , apremiante.

diciembre 10, 2015

Reflexiones: Puerto Rico desde 1990 al presente I

  • Mario R. Cancel Sepúlveda
  • Catedrático de Historia

Los caminos hacia el neoliberalismo

En términos globales la década del 1990 fue el escenario del fin de una era y el inicio de otra. Los efectos sobre Puerto Rico fueron enormes aunque su papel en el giro, dada su relación de sumisión colonial con Estados Unidos, fue muy poco. El Puerto Rico moderno y dependiente, producto de las prácticas legitimadas tras el fin de la Segunda Guerra Mundial (1939-1945), vio como se cancelaban sus posibilidades, situación que abrió paso a un periodo de vacilación cuyos efectos aún no han sido superados. La incertidumbre económica, política y cultural, se manifestaron por doquier por el hecho de que las frágiles garantías que había ofrecido Operación Manos a la Obra (1947-1976) y su secuela,  la Sección 936 desde 1976, estaban en entredicho. Como se sabe, la condena final de la política de exenciones impuesta en 1976 se anunció en 1996 dejando al país con un periodo de 10 años, hasta 2006, para que hiciese los ajustes pertinentes para sobrevivir sin aquel recurso.

Los paradigmas sobre los cuales se habían apoyado las  políticas económicas de 1947 y 1976 se derrumbaron en la medida en que el capitalismo internacional, encabezado por Estados Unidos, se reorganizó recuperando la tradición del liberalismo clásico y la libre competencia desembocando en el discurso y la praxis neoliberal. La “relación especial” entre Puerto Rico y Estados Unidos, si alguna vez lo fue, dejó de serlo. El libre comercio con Estados Unidos se generalizó y la moneda común dejó de ser un rasgo exclusivo de nuestro mercado. Las “teorías del pacto” esgrimidas en 1952 por los defensores del estadolibrismo, había creado la ilusión de que existía un “pacto bilateral” entre  dos hipotéticos “iguales”. Los cambios de la década del 1990 demolieron aquella presunción.

Puerto Rico vio como las columnas sobre las cuales se había levantado el crecimiento económico (y dependiente) del Estado Libre Asociado -exenciones contributivas, trato preferencial selectivo, proteccionismo, asimetría salarial, austeridad en el gasto público, intervencionismo del estado en el mercado, ahorro individual- comenzaron a perder legitimidad en el nuevo orden. Incluso el papel adjudicado a la isla en el contexto de la Guerra Fría (1947-1991) tuvo que ser reevaluado: la “vitrina de la democracia” ante la “amenaza comunista” en Hispanoamérica era cosa del pasado tras la caída del Muro de Berlín y el fin de la Guerra Fría. El derrumbe de aquel espejismo hacía necesaria la reformulación de las relaciones entre, por un lado, Puerto Rico y Estados Unidos; y, por otro lado, Puerto Rico y el mundo.

 

Neoliberalismo y anticolonialismo

Aquellas circunstancias explican el hecho de que la década de 1990 fuese interpretada como un momento apropiado para la descolonización. De un modo u otro se comprendía que el orden de 1952 dejaría de ser funcional y que la soberanía, ya fuese en la forma del Estado 51, la Independencia o un Pacto de Libre Asociación, sería necesaria para facilitar la inserción del país en la economía neoliberal y global. El consenso, excepto en el influyente sector de los populares más conservadores, era que el ELA no era un estatuto soberano sino un régimen de dependencia colonial y que la interdependencia que la era global imponía como pauta, requería soberanía o independencia jurídica en buenos términos con Estados Unidos. Un tropiezo cardinal de aquel proceso fue que, cuando llegó el 2006 y cerró el periodo de transición tras la eliminación del amparo de la Sección 936, nada se había conseguido: la economía  estaba estancada y el tema del estatus empantanado.

El giro al neoliberalismo vino acompañado en Puerto Rico por el desprestigio del “orden democrático” emanado de la Segunda Guerra Mundial. La discursividad de la guerra contra el totalitarismo nazi y fascista había sido uno de los componentes del populismo del primer Partido Popular Democrático (1938). La confianza en la democracia electoral y el saneamiento de la imagen maltrecha de los partidos políticos como instrumento confiable de lucha para los puertorriqueños no tuvo un efecto permanente. El escándalo de la aplicación de la Ley Smith criollizada en la forma de la Ley de la Mordaza de 1948,  el asunto de la recopilación de las carpetas informativas de ciudadanos considerados potencialmente  subversivos  destapado en 1986,  su devolución y la demanda civil que generó el caso en 1992, desenmascararon el significado de la “democracia” en la era de la Guerra Fría. Aquella democracia electoral, partidista y constitucionalista había violado los derechos civiles de numerosos ciudadanos comunes de múltiples formas. Entre la Cheká, la Schutzstaffel, el Buró Federal de Investigaciones y la División de Inteligencia de la Policía de Puerto Rico no había mucha diferencia. La discusión sobre este verdadero “déficit democrático” en el marco de la relación colonial, se hizo pública en numerosas publicaciones académicas y en la prensa del país.

La inestabilidad del orden heredado propició un auge inusitado pero comprensible del estadoísmo y sus organizaciones. Después de todo, el PPD era uno de los principales acusados y el independentismo, ya fuese socialdemócrata, socialista o nacionalista, atravesaba por un momento de reflexión que más bien parecía una crisis. Por eso la década de 1990 da la impresión de haber sido el decenio de un estadoísmo dinámico, encabezado por un liderato innovador y agresivo. El estadoísmo radical, exigente e inmediatista en cuanto al reclamo de Estado 51, cuya genealogía podría trazarse hasta la figura del abogado Carlos Romero Barceló, se impuso como el estilo dominante. Lo cierto es que desde 1968 al presente el estadoísmo ha ejecutado una revisión profunda de las posturas de su fundador, Luis A. Ferré Aguayo, y ha tomado tanta distancia de aquel como ya había tomado de José Celso Barbosa.

Pedro Rosselló González

Pedro Rosselló González

Uno de los misterios que valdría la pena indagar en cuanto a aquel giro se develaría  si se pudiera responder la pregunta de cuánto pesa  dentro de estadoísmo puertorriqueño la afiliación demócrata y la republicana a la hora de diseñar una táctica para alcanzar la meta propuesta. La transición de un estadoísmo gradualista a uno inmediatista que se da entre 1968 y 1976 está marcada por ese fenómeno. En la década de 1990 los estadoístas  demócratas con  Pedro Rosselló González a la cabeza, coincidieron con el dominio demócrata en Estados Unidos con Bill Clinton. Pero no hay que olvidar que los demócratas de la segunda pos-guerra mundial, Franklyn D. Roosevelt y Harry S. Truman, y los del tránsito al neoliberalismo como Clinton,  eran distintos por completo. Roosevelt y Truman estuvieron dispuestos a  trabajar con un PPD que no quería ni la estadidad ni la independencia, a la vez que  manifestaba simpatías con las políticas del Nuevo Trato y la formulación del Estado Interventor. La relación Clinton/Rosselló era escabrosa: el presidente tuvo que trabajar con demócratas que presionaban por la incorporación y el  Estado 51 que él no defendía. Del mismo modo, el interés del gobierno federal por “descolonizar” que dominó en la década de 1940, ya no era tan visible en década de 1990 porque, entre otras cosas, el fin de la Guerra Fría (1989-1991) convirtió el tema de Puerto Rico, que nunca había sido  prioritario, en un asunto invisible. En 1990, la incomprensión entre las partes involucradas era bidireccional o mutua.

 

Conservadores y soberanistas

El auge estadoísta de la década de 1990 estimuló el reavivamiento de lo que ahora se conocía como “soberanismo” en el PPD, actitud que persistía en la creencia de que el Estado Libre Asociado era una forma de “autonomía” que serviría como preparación para la independencia. El soberanismo reproducía la teoría de los “tres pasos o etapas” que sirvió de apoyo a Luis Muñoz Rivera y José De Diego Martínez cuando fundaron el Partido Unión de Puerto Rico, y la teoría de la “independencia a la vuelta de la esquina” apoyada por Luis Muñoz Marín en la década de 1940.  La paradoja de aquella hipótesis interpretativa era que, tanto los unionistas como los populares, terminaron por renunciar a la independencia en algún momento.

La “Nueva Tesis” de Rafael Hernández Colón (1978-1979) fue un intento de cerrar desde arriba y autoritariamente el debate sobre la relación colonial dentro del PPD.  El momento en que se formuló representó, desde mi punto de vista, una respuesta defensiva a la victoria del PNP entonces bajo la dirección de Romero Barceló. El alegato de Hernández Colón era que, dada que la  independencia era irrealizable y la estadidad económicamente inconveniente, había que aceptar que el  ELA era la “solución final” al debate estatutario. La tesis no obligaba al inmovilismo pero reducía el margen de acción del cambio estatutario a los límites dominantes desde el 1952. El conservadurismo se impuso en ese segmento de la cúpula del PPD.

Williie MIranda Marín

Willie Miranda Marín

El problema era que, en la década de 1990 el argumento de Hernández Colón,  no hacía sentido. Las razones de los críticos de la “Nueva Tesis” dentro y fuera del PPD eran predecibles. El orden que había inventado al ELA ya no existía y el “déficit democrático” del régimen de relaciones había de ser reconocido por el mismo Hernández Colón en 1998. En su retórica jurídica, el reconocimiento del problema no  tenía que interpretarse como una señal de que debía romperse con los esquemas del 1952. Por el contrario, los conservadores han insistido en que lo más práctico es y será trabajar el cambio -superar el “déficit democrático”- en el marco del ELA sin quebrar sus fundamentos más celebrados: la autonomía fiscal y arancelaria. La actitud es comprensible pero, me parece, debería ser discutida con más profundidad a fin de que resulte más convincente al día de hoy. La meta de una táctica política como la de los conservadores del PPD ha sido denominada en ocasiones con el nombre de ELA Soberano o Culminado, pero el concepto jurídico no parece encajar en el lenguaje estándar del Derecho Internacional como tampoco encajaba el concepto jurídico del ELA.  Del mismo modo, tampoco ha tenido mucho éxito entre los soberanistas más exigentes que parecen concebirlo como una propuesta contradictoria, poco clara o como una paradoja de derecho.

El soberanismo articuló durante la década de 1990 una respuesta más o menos coherente al problema del estatus al calor de dos procesos de consulta: los plebiscitos de estatus de 1993 y 1998. La década de estadoísmo radical necesitaba medir el pulso de su proyecto y los plebiscitos siempre han sido considerados en la tradición electoral local como la más precisa encuesta de opinión. Lo interesante es que las figuras dominantes de la nueva ola soberanista del 1990  no surgiese del alto liderato de la organización popular sino de tres poderosos alcaldes: William Miranda Marín de Caguas, José Aponte de la Torre de Carolina y Rafael Cordero Santiago de Ponce, todos ya fallecidos. Me da la impresión de que, ideológicamente y en su praxis, los tres representaban la tradición populista y radical del primer PPD, el de 1938 a 1943. La gran diferencia entre estos y aquellos es que el soberanismo populista de los años 1940 se alimentaba de un fuerte corriente ruralista propia de un Puerto Rico preindustrial y agrario. En la década del 1990 la propuesta ideológica ya se había urbanizado y poseía una tesitura completamente distinta. El resultado de aquel proceso fue la fundación de Alianza Pro Libre Asociación Soberana cuyo efecto sobre los sectores moderados del PPD sigue siendo poco. El superviviente de aquel grupo fundacional fue Marco A. Rigau, figura fuerte detrás de la líder soberanista Carmen Yulín Cruz, alcaldesa de la capital.

marzo 4, 2013

El Estado Libre Asociado y el Partido Nacionalista (1950-1954)

  • Mario R. Cancel-Sepúlveda
  • Catedrático de Historia y escritor

La Insurrección Nacionalista de octubre de 1950 fue, entre otras cosas, una respuesta bien articulada a los retos políticos impuestos por la Guerra Fría, el  proceso de descolonización que condujo a la fundación del Estado Libre Asociado y la actitud colaboracionista y sumisa del liderato del Partido Popular Democrático con las autoridades de Estados Unidos con el fin de asegurar las reformas que se les ofrecían. La acción protestó además contra la Ley 53 o La Mordaza de 1948, contra la Ley 600 y contra la Asamblea Constituyente que por aquel entonces se planificaba. Pero sobre todo fue un arriesgado acto de propaganda que se elaboró con el propósito de llamar la atención internacional sobre el caso colonial de Puerto Rico y confirmar las posibilidades de la resistencia armada en el territorio caribeño. En un sentido simbólico representó la reinvención de la situación que produjo, con efectos análogos, la Insurrección de Lares en septiembre de 1868. La retórica nacionalista de aquel entonces realizó un esfuerzo ingente por demostrar la continuidad espiritual, cultural y política entre el 1868 y el 1950.

El centro militar de la conjura fue el barrio Coabey de Jayuya. La finca de la militante Blanca Canales (1906-1996) sirvió como  centro de entrenamiento y de mando, así como de depósito de armas para los rebeldes. Fue allí donde se proclamó la República y se izó la bandera de la Nación, muy parecida a la que en 1952 el Estado Libre Asociado de Puerto Rico oficializara como signo del nuevo orden político. Allí se fundó, como en Lares, la Nación Simbólica y se sacralizó mediante la palabra su soberanía política.

El plan de los rebeldes era, una vez tomada la municipalidad de Jayuya,  resistir el tiempo que fuese necesario hasta que la comunidad internacional reconociera la beligerancia puertorriqueña y legitimara  su voluntad soberana. Algunos veteranos del ejército me comentaron en Jayuya en el 2008 que la selección de la localidad se había hecho sobre la base del notable potencial agrario de la región montañosa y sus posibilidades de sobrevivir en caso de que la insurrección no fuese efectiva en otras partes del país.  El Puerto Rico agrario que Operación Manos a la Obra dejaría atrás pesaba mucho en la cultura revolucionaria de una parte significativa del liderato, asunto que habría que indagar con más detenimiento en el futuro. Las fuerzas nacionalistas de aquella localidad estaban al mando de Carlos Irizarry, militante que era además, veterano de la Segunda Guerra Mundial. La experiencia militar en las fuerzas armadas estadounidenses o en conflictos internacionales como la Guerra Civil española era valorada por la organización militar nacionalista.

El centro político o público fue, desde luego, San Juan donde se encontraba la casa del Partido Nacionalista y vivía su líder Albizu Campos. La Voz de la Nación era aquel abogado. La prensa puertorriqueña, estadounidense e internacional, miraría hacia donde él estuviese y los actos que se ejecutaran contra su persona con el fin de arrestarlo, servirían para proyectar el hecho de que en Puerto Rico se luchaba a favor de la descolonización por un camino alterno al que había marcado la Ley 600. Los centros rebeldes mejor preparados para los combates parecen haber sido los de Utuado, Mayagüez y Naranjito, aunque los combates en cada una de esas localidades fueron desiguales. Sin embargo la presencia de comandos nacionalistas era visible en una parte significativa del país.

Las acciones de Jayuya se combinaron con dos atentados suicidas que demostraban los riesgos que era capaz de tomar el Nacionalismo Revolucionario. El primero fue encabezado por el nacionalista y también veterano de guerra, Raimundo Díaz Pacheco (1906-1950)  y tuvo por objetivo la residencia oficial del gobernador Muñoz Marín , es decir, La Fortaleza. El otro estuvo compuesto por los militantes Griselio Torresola (1925-1950) y Oscar Collazo (1914-1994), quienes atacaron la Casa Blair, residencia temporera del presidente Truman en Washington. Ninguno de los dos magnicidios consiguió su objetivo pero el impacto propagandístico de ambos fue enorme.

Antecedentes inmediatos

La Insurrección Nacionalista estalló el 30 de octubre de 1950. Todo parece indicar que los días previos fueron de intensa preparación para una situación que Albizu Campos había planeado con mucha calma desde su salida de la cárcel de Atlanta en 1943.  Los registros del taquígrafo de  record y funcionario de la Policía Insular Carmelo Gloró, documentan que el 26 de octubre, cuando se conmemoraba el día del natalicio del General Antonio Valero de Bernabé en Fajardo, Albizu Campos adoptó un tono marcial que inevitablemente resultaba en un llamado al combate inminente. Para quienes conocen el calendario patriótico del Partido Nacionalista, la relevancia de Valero de Bernabé y su vinculación con el mito bolivariano, explican por qué aquella fecha  resultaba idónea para informar a la militancia sobre la necesidad de una movilización.

Ataque a la Fortaleza

El día 27 de octubre, un grupo de nacionalistas fueron detenidos por la Policía Insular mientras transitaban por el Puente Martín Peña en la capital. Durante la intervención  se les ocuparon dos pistolas  calibre  37, una subametralladora, cinco explosivos de bajo y mediano poder que incluían los clásicos cócteles molotov, algunas bombas tipo niple y varias cajas de balas. Todo parece indicar que aquel acontecimiento fue crucial para que se tomara  la decisión de que la Insurrección sería el día 30 dado que se llegó a temer que aquellos arrestos fuesen la primera de una serie de intervenciones policiacas que pondrían en peligro el objetivo de los rebeldes.

El 28 de octubre estalló un motín en la Penitenciaría Estatal de San Juan bajo el liderato del presidiario  Pedro Benejám Álvarez. El mismo  desembocó en un escape masivo de presos. Benejám era también  veterano de guerra  y había sido traficante de armas robadas al ejército de Estados Unidos. Por aquel entonces se alegó que el motín estaba conectado con la conjura nacionalista y se aseguraba que Benejám estaba comprometido a suplir armas y hombres a la revuelta.

Durante los días 28 y 29 de octubre,  las tropas nacionalistas se movilizaron y se reconcentraron en el Barrio Macaná de Peñuelas. La residencia de militante  Melitón Muñiz Santos, fue usada como centro de distribución de armas y tareas para el evento que se acercaba.

Objetivos militares y el plan de combate

La meta principal de los Comandos Nacionalistas, conocidos desde 1934 como Cadetes de la República, fue la toma de los cuarteles de la Policía Insular, prioridad que parece demostrar la necesidad de armas que caracterizaba al movimiento rebelde. Aquel objetivo militar se unía a un plan concertado para ocupar las oficinas de teléfono y telégrafo locales con el fin de incomunicar las localidades una vez fuesen tomadas. Un segundo objetivo de los Comandos Nacionalistas fue ocupar las alcaldías, centro que representaban el poder colonial concreto cercano a la gente y ratificaban el colaboracionismo de los populares con las autoridades estadounidenses.

El tercer objetivo fueron las dependencias del Gobierno Federal en Puerto Rico tales como los correos y las oficinas del Servicio Selectivo de las Fuerzas Armadas. El Partido Nacionalista había conducido una campaña muy persistente en contra de la participación de los puertorriqueños en el ejército estadounidense desde la Segunda Guerra Mundial.  Debo llamar la atención sobre otro elemento que me parece crucial. La Guerra de Corea, la primera confrontación violenta de la Guerra Fría, había iniciado en junio de aquel año y, como se sabe, ya en las primeras semanas de octubre la tropas de la Organización de la Naciones Unidas al mando del General estadounidense Douglas MacArthur, habían sido movilizadas contra los ejércitos de Corea del Norte y la República de China.  El mundo estuvo al borde de una conflagración atómica en aquel contexto por lo que la Insurrección Nacionalista de octubre de 1950, se iniciaba en un momento muy complejo en que la fiebre anticomunista dominaba el lenguaje político internacional.

Arresto de Pedro Albizu Campos en 1950

La táctica utilizada fue la de las guerrillas urbanas. Se trataba de  bandas o grupos pequeños que se tomaban enormes riesgos militares hasta el punto de que algunos de ellos funcionaban más bien como  comandos suicidas. Los soldados nacionalistas más experimentados contaban, como se sabe, con formación militar en las Fuerzas Armadas de Estados Unidos y, todo parece indicar, que los nacionalistas constituyeron un ejército muy disciplinado y dispuesto a cumplir con las órdenes de sus superiores. Los logros militares más notables de aquel esfuerzo se redujeron al hecho de que Jayuya, el centro de la conjura, permaneció en poder de los Nacionalistas hasta el 1ro. de noviembre , pero la movilización de la Guardia Nacional, cuerpo militar que contaba con armas de repetición, morteros, artillería ligera y aviones de combate, forzó la rendición de la plaza con el fin, según algunos, de evitar la devastación del barrio. En aquel momento la desventaja en capacidad de fuego de los rebeldes se hizo patente.

Un juicio

La impresión que deja aquella situación es que, igual que en el caso de la Insurrección de Lares de 1868, la Insurrección de Jayuya parece haber sido también producto de la precipitación y la prisa. Los defensores de Jayuya no contaban con armamentos capaces de enfrentar vehículos blindados, ni con artefactos bélicos antiaéreos. Entre los pertrechos ocupados a los rebeldes había pocos explosivos de alto poder: las bombas tipo niple y los explosivos a base flúor parecen haber sido el límite de su capacidad explosiva.

Nacionalistas indultados en 1968

El gobernador Muñoz Marín, la Policía Insular y la Guardia Nacional manejaron el asunto de una manera muy diplomática con el fin de evitar el golpe de propaganda que podría producir a nivel internacional un acto de represión masiva contra los rebeldes. El prestigio de Albizu Campos y su proyección mundial debieron pesar mucho en aquel momento. Ejemplo de aquella actitud cuidadosa fue el hecho de que nunca se declaró un “estado de emergencia” y que, con el fin de disminuir el efecto negativo que aquel acto podía tener sobre su imagen, Muñoz Marín pidió disculpas a Estados Unidos en nombre Puerto Rico y proyectó la Insurrección como un acto aislado y de poca relevancia.

Albizu Campos, arrestado en su casa tras una intensa resistencia, fue condenado a 53 años de  prisión. Su destino parecía ser morir en la cárcel. Sin embargo, la presión de una campaña humanitaria internacional  a favor de su excarcelación, provocó que el líder rebelde fuese indultado por Muñoz Marín en 1953.  Como dato curioso, el indulto se ordenó el 30 de septiembre de aquel año y Albizu Campos lo rechazó. Las autoridades carcelarias tuvieron que expulsarlo de la penitenciaria a pesar de su oposición.

Albizu Campos era un mito político muy poderoso, una figura que estaba, por decirlo de algún modo, más allá de la política cotidiana y de la domesticidad. Su proyección internacional como un mártir de la independencia era incuestionable. Reducirlo a las pequeñeces de la política local en tiempos de la Guerra Fría requeriría un esfuerzo monumental. Lo cierto es que figuras como la de Albizu Campos representaban una contradicción en aquella década del 1950 en la cual el Realismo Político y el pragmatismo se imponían en la vida política local. Albizu Campos era demasiado irreal para una generación política que había decidido someterse y ajustarse a la corriente que provenía de Washington.

septiembre 27, 2012

Pedro Albizu Campos: Perspectivas para la investigación

  • Mario R. Cancel Sepúlveda
  • Historiador y escritor

El documento que sigue es un resumen anotado  del conversatorio celebrado el 27 de septiembre de 2012 en el Recinto Universitario de Mayagüez, auspiciado por la Asociación de Estudiantes de Historia.

Introducción al estudio de Pedro Albizu Campos y el nacionalismo político puertorriqueño

Enfrentar el tema  de Pedro Albizu Campos y el nacionalismo puertorriqueño a través de los libros puede resultar problemático. A pesar de lo abultado de su bibliografía, los títulos críticos escasean. Varios de ellos, sin embargo,  me parecen imprescindibles para obtener una imagen panorámica de los problemas historiográficos que plantea el tema.

Pedro Albizu Campos

Para una aproximación biográfica recomiendo la lectura de dos volúmenes:

  • Marisa Rosado (2006). Las llamas de la aurora: Acercamiento a una biografía de Pedro Albizu Campos. Biblioteca del Caribe. San Juan, Puerto Rico: Ediciones Puerto.

Se trata de un esfuerzo biográfico abarcador y un texto bien documentado redactado por una escritora filo-nacionalista. La erudición que despliega la autora le permite incluso plantear los asuntos más polémicos del líder nacionalista, elemento que da margen al lector a para que  desarrolle su propia interpretación respecto a esas polémicas

  • Luis A. Ferrao (1990). Pedro Albizu Campos y el nacionalismo puertorriqueño. [San Juan]: Editorial Cultural.

Se trata de un estudio cuyas conclusiones resultaron escandalosas en 1990  por el hecho de que  llevaba a sus extremos interpretativos las ideas revisionistas de fuerte contenido materialista del intelectual  dominico-puertorriqueño José Luis González. El volumen, revisaba los paralelos teóricos y prácticos entre el nacionalismo y el fascismo de una manera documentada y sobria. En general, abrió una discusión que ya estaba presente desde 1930 y que aún no ha cesado del todo.

En el campo de la interpretación teórica me parece que todavía hoy, el mejor esfuerzo sigue siendo:

  • Juan Manuel Carrión, Teresa C. Gracia Ruiz, T. C., y Carlos Rodríguez Fraticelli (1993). La nación puertorriqueña: Ensayos en torno a Pedro Albizu Campos. San Juan: Ed. de la Universidad de Puerto Rico.

Es una colección de ensayos crítica e ideológicamente diversa que se puede apropiar como una respuesta intelectual al reto representado por el volumen de Ferrao. El volumen trabaja los temas de raza y nación en el nacionalismo, ofrece estudios detallados de la praxis nacionalista apuntando  la diversidad de sus tácticas con el fin de alejarlo del fantasma de la violencia, y trabaja el asunto de Albizu Campos y su formación en Derecho y sus choques con el Derecho en la colonia. El volumen cierra con una búsqueda en torno a su presencia en la literatura puertorriqueña.

Para introducir al lector en el pensamiento nacionalista recomiendo una antología.

  • Laura Esperanza Albizu [Campos] Meneses y Fray Mario Rodríguez León , editores (2007). Escritos. Hato Rey: Publicaciones Puertorriqueñas.

Se trata de una selección de textos con un prólogo político breve de Fidel Castro Ruz que intenta conectar la tradición de aquel líder con la actualidad y poner al día su pensamiento reafirmando su utilidad en el presente. La trabazón con la tradición se garantiza por el hecho de que una descendiente del líder, y un respetado fraile y académico, estén a cargo de la selección.

Pertinencia de la investigación del tema de Pedro Albizu Campos y el Nacionalismo Político

Estudiar a Albizu Campos y el nacionalismo puertorriqueño podría justificarse sobre una serie de bases concretas. La primera tiene que ver con el proceso de devaluación que ha sufrido el nacionalismo político en el marco de la economía neoliberal y la globalización, particularmente en el territorio de la expresión cultural posmodernista que dominó la academia desde 1990. El hecho de que el nacionalismo político no sea una clave cultural y política del presente, como lo fue en el siglo 19 americano y europeo o en el siglo 20 puertorriqueño por lo menos hasta el 1950, no significa que no se deba investigar el asunto. Tampoco se puede presumir que aquellas propuestas no tengan nada que decirle al presente.

Dado que, como se sabe, desde 1940 y el ascenso del populismo primero y el popularismo después, se cuestiona la pertinencia del nacionalismo político para Puerto Rico en nombre de un nacionalismo cultural tolerable, me parece que una forma legítima de responder a esa pregunta es visitando el tema desde una perspectiva crítica fresca. Por último, la presencia del nacionalismo político  por medio de uno de sus emblemas más tradicionales, el Partido Nacionalista, en la prensa en los últimos años amerita una revisión del tema. La crisis política que se desató tras la muerte de Lolita Lebrón y la disposición de su herencia, y los conflictos que se debaten en las redes sociales desde la conmemoración de la Insurrección de Lares de 2012, son una argumento más que suficiente para mirar hacia las tradiciones a las que apelan uno y otro bando en conflicto.

 

Fuentes documentales internas accesibles en línea

La fuente mayor impacto desde su re-descubrimiento en 1990 sigue siendo la siguiente:

  • Partido Nacionalista de Puerto Rico. Documentos. Carta de José Monserrate Toro Nazario a Irma Solá, 31 de mayo de 1939. Epigrafía, transcripción y edición del Dr. Rafael Andrés Escribano. CPR 324.27295 T686c. Colección Puertorriqueña. Universidad de Puerto Rico en Carta a Irma

La  “Carta a Irma” fue redactada en mayo de 1938 en medio de un intenso debate en el Partido Nacionalista. Su autor fue José Monserrate Toro Nazario, un abogado de San Germán que fungió como director del panfleto  La palabra en ausencia de Juan Antonio Corretjer, preso por aquel entonces en Atlanta, Georgia. También laboró como Secretario Interino bajo la Presidencia Interina del desaparecido abogado Julio Pinto Gandía. El autor era una figura de la confianza de Albizu Campos, sin duda. La destinataria  fue Irma Solá, secretaria personal de Albizu Campos quien, por su cercanía a este,  tenía una relación personal con su esposa, Laura Meneses del Carpio. El documento resume la postura de aquellos que se oponían al giro violento derivado de la táctica de la “Acción inmediata”,  era la praxis dominante en la organización desde mayo de 1930 cuando Albizu Campos alcanzó la presidencia de la misma.

La crisis de 1938 parece haber sido consecuencia, por un lado, del vacío de poder producido por el encarcelamiento del liderato tras el juicio por conspiración sediciosa de 1936. Aquella situación agitó una serie de contradicciones ideológicas que nunca se habían superado desde 1930. El texto manifiesta el choque de diversos proyectos dentro de la organización

Las cuestiones centrales de aquellos debates fueron varias:

  • La contradicción entre un proyecto democrático y uno autoritario
  • La contradicción que planteaba la cuestión del capitalismo ante el Novotratismo, programa que tendía a confundirse con una forma de socialismo por los republicanos,  y como un acto de mendicidad por los nacionalistas
  • La contradicción entre  socialismo y el comunismo ante el fascismo en el partido
  • La contradicción entre  el populismo y el nacionalismo político

“La carta…”  documenta los debates más álgidos del momento pre-guerra, ratifica la volatilidad del alto liderato del  Partido Nacionalista y la fragilidad de la organización ante el embate represivo. Toro Nazario era un intelectual de gran formación, muy informado de la situación internacional. La anotación erudita de su texto es, por lo tanto, una prioridad. La “Carta …”deja la impresión de que incluso personas que reconocían a Albizu Campos como su líder, consideraban su autoritarismo un problema y ratifican la idea de que el partido se había convertido en un caldo de cultivo para los filofascistas. El  temor era que aquellos sectores tomaran la organización, y  la transformaran en una organización  anticomunista.

Dejo en lo inmediato una serie de recursos que preparé sobre el tema para un seminario que dicté hace varios años. Los comentarios y las críticas son bienvenidas.

Fuentes documentales externas accesibles en línea

Se trata de un archivo digital organizado y cuidado  por el Centro de Estudios Puertorriqueños de Hunter College (CUNY). El mismo contiene archivos en formato Pdf descargables, procedentes  del  Federal Bureau of Investigation (FBI) y elaborados desde las década del 1930 hasta la del 1990. Esta fuente es útil para documentar la vigilancia y las actividades de contra inteligencia auspiciadas por el FBI contra una diversidad de organizaciones políticas e individuos dentro y fuera de Puerto Rico.

Los archivos fueron liberados como producto de un esfuerzo del Congresista (D-NY) José E. Serrano (2000) y se dejaron al cuidado del Centro para su catalogación y difusión. Los primeros expedientes en hacerse públicos fueron los de Pedro Albizu Campos y Luis Muñoz Marín, dos protagonistas de las décadas del 1930 al 1950. El sitio tiene buscadores especializados que permiten la investigación por individuos, programas y organizaciones. También posee instrumentos de investigaciones muy útiles, y apoyo bibliográfico en línea que facilita su manejo

Dos  recursos alternos que puede ser consultados para ampliar la indagación y contextualizar la actitud del poder ante el nacionalismo puertorriqueño son:

Estos archivos fuero abiertos desde el 11 de enero de 1999 por autorización de Bill Clinton en acuerdo con el Nazi War Criminal Records Interagency Working Group (IWG). La meta era localizar, inventariar y recomendar la desclasificación de los archivos de los criminales de guerra nazis que fuera posible y facilitar que esas fuentes estuviesen a disposición del público en un año de ser posible. El 23 de mayo de 2000 se anunció que iniciaría una labor similar con las fuentes respecto crímenes de guerra  japoneses.

Political Research Associates  es un think tank que apoya movimientos progresistas en Estados Unidos, cuyos derechos humanos han sido violados por las agencias de seguridad del estado

Fuentes literarias

Otra forma original de aproximarse al asunto de la imagen del nacionalismo puertorriqueño y Albizu Campos en los medios de comunicación, es la indagación en la literatura de la época. Dejo dos recomendaciones específicas que llaman poderosamente mi atención.

  • Luis Abella Blanco. La República de Puerto Rico. Novela histórica de actualidad política. San Juan: Editorial Real Hermanos, 19–. 123 págs.

Es una novela que ofrece pistas sobre la imagen del Nacionalismo Político y Albizu Campos mediante la voz narrativa de un socialista amarillo. Abella Blanco militaba en el  Partido Socialista, fundado en 1915, organización que no tenía el asunto del estatus en su agenda o programa político. Aquel partido evolucionó hasta convertirse en proyecto estadoísta que estrechó relaciones organizativas con el Partido Republicano Puertorriqueño hasta 1960. El contencioso del nacionalismo con el socialismo debe interpretarse a la luz de esa contradicción primero.

Luis Abella Blanco

Lo cierto es que, desde 1934, el Partido Nacionalista se había hundido  en una crisis que parecía no tener solución. Un resorte fue el choque cada vez más visible entre los Cadetes de la República y la Policía Insular quienes mantenían una virtual guerra civil al margen de la nación. El otro fueron los cuestionamientos a la táctica de “Acción inmediata” que Albizu Campos introdujo en el 1930 desde la presidencia.

La narración de Abella Blanco se inserta en la tradición de la sátira política panfletaria.  Pedro Albozo del Campo, Libertador de Puerto Rico y Primer Presidente de la República en 1932, es el personaje central. La República es una anomalía: es una República con el Protectorado de Estados Unidos, como la soñó José De Diego. Sin embargo el “protectorado” es utilizado por el gobierno de la nación ación para succionar fondos federales para proyectos cuestionables.

La arquitectura del libro también recuerda ciertos  textos clásicos del pensamiento socialista del siglo 19 europeo. El tono magisterial y racionalista me remite a la “Parábola” (1819) de Henri de Saint-Simon, el teórico de la Sociedad de los Industriales. Una larga escena de la narración prácticamente reescribe el texto “Los enemigos de la Libertad y de la felicidad del Pueblo” (1832), de Augusto Blanqui. Se trata de un interrogatorio jurídico que se aplica a Albozo del Campo tras el fracaso de la República y previo a su suicidio.

La novela informa sobre una imagen de Pedro Albizu Campos que se ha ido emborronando tras la leyenda de “El Maestro”. Su lectura permite establecer un balance sobre la percepción contradictoria del líder político en su tiempo y manifiesta con claridad meridiana los argumentos de sus adversarios: su vesania o su enajenación. Su lectura ratifica que Albizu Campos tenía enemigos a la derecha, en el centro y a la izquierda y que su adversario no fue solo el yanqui. El texto está disponible en la Sala Manuel María Sama y su Colección Puertorriqueña, bajo la codificación  PQ7439.A24 R4 1900Z

Dejo en lo inmediato una serie de recursos que preparé sobre el tema para varios proyectos periodísticos. Los comentarios y las críticas son bienvenidas.

  • Wenzell Brown. Dynamite on our Doorstep. Puerto Rican Paradox. New York: Greenberg Publisher, 1945. Illustrations by Jack Crane. 302 págs.

Debo el conocimiento de este texto al colega César Salgado de la Universidad de Austin en Texas quien también me ha facilitado un archivo sobre el autor de la misma cuyo contenido me reservo. La novela es una diatriba libelosa contra Puerto Rico, el nacionalismo político y Pedro Albizu Campos.

Wenzell Brown (1911-1981)

La lectura ofrece un panorama de la representación que se hizo un sector visible de la intelectualidad y los medios de aquel país sobre nosotros. Llama la atención la persistencia de prejuicios culturales que ya hemos señalado José Anazagasty Rodríguez y yo en dos libros: We the People (2008)  y Porto Rico: hecho en Estados Unidos (2011). La conclusión obvia es que la forma en que se figuraba al puertorriqueño en 1945, no difería de los modelos maniqueos dominantes entre 1898 y 1926: no se había avanzado nada en un entendimiento entre las partes si es que esa era la meta de la relación colonial impuesta en 1900.

Dejo para finalizar varios fragmentos que pueden orientar al investigador en torno a la imagen de este país caribeño dominante en el texto. Las preguntas que se pueden formular a ese texto son numerosas, como se verá de inmediato:

Puerto Rico y los puertorriqueños eran vistos como:

  • “…frustrated neurotic people” p. 5
  • “…frightened people, a hungry people, a dissatisfied people” p. 31
  • “…towns unbelievably dirty” p. 12

Albizu Campos es resaltado por el color de su piel, su hispanofilia y su odio al sajón:

  • “…the coloured leader” p. 18
  • “…Albizu was a coloured man who aped the mannerisms of Spanish grandee” p. 69
  • “On his round face there was always an expression of gracious condescension, save when he talked about the Americans. Then the face was a mask of hate” p. 69

El nacionalismo politico es interpretado de una modo avieso en diversos sentidos:

  • Su fin era “set up a black dictatorship in the Island” p. 70
  • Vincula los Cadetes de la república con las partidas fascistas:  “black shirted thugs who walks the streets in gangs”

La búsqueda del lenguaje del crítico y del adversario, puede ser de gran utilidad para recuperar una imagen más humana de Pedro Albizu Campos y el nacionalismo puertorriqueño.

marzo 29, 2011

José Marcial Quiñones: la Insurrección de Lares

Tomado de  José Marcial Quiñones. Un poco de historia colonial. San Juan: Academia Puertorriqueña de la Historia, 1978. El manuscrito es de principios de la década de 1890 y la trascripción sigue las pautas del historiador Aurelio Tió. Quiñones nació en 1827 y murió en 1893.

XVI  Sobre la insurrección de Lares

Ya que he mencionado lo de Lares, que pasó a fines de septiembre de 1868, he de decir algo de este para Puerto-Rico memorable suceso, desde el cual data verdaderamente nuestra pésima actual situación; pues además de la continua desconfianza de que estamos rodeados, la institución de Voluntarios y la de la Guardia Civil, creadas a consecuencia de aquel acontecimiento, nos tiranizan cuanto pueden, como enemigos encarnizados y partido armado contra otro inerme, que no tiene más remedio que callar, sufrir y esperar justicia del tiempo.

La historia de lo de Lares ha sido escrita por Pérez Moris, que ha tenido buen cuidado de callar las inauditas crueldades, los atropellos, los desmanes y las vejaciones sin número cometidas más por los jefes que por los soldados y tenidas por ellos mismos como insignes proezas contra gentes desarmadas o inocentes. Pero día llegará en que también nosotros historiemos, pues no sería razonable ni justo oír sólo a una parte.

Yo he visitado, en el barrio Río-Prieto, al pie de la sierra que se llama la Silla de Calderón, las tumbas de Toledo, de Bruckman y de Guayubín. El primero, un inofensivo labrador; los dos últimos, complicados en el mencionado suceso. El coronel Martínez los asesinó a los tres; a aquél en su cama, mandando a hacer fuego contra los setos de su casa, que era de yaguas; a los dos últimos, un poco más arriba, al pie de unas zarzas, donde cansados y hambrientos habíanse refugiado y donde, como lo llevo referido, fueron encontrados dormidos. De aquel sueño pasaron sin sentirlo, por fortuna suya, al de la eternidad; pues ni siquiera se movieron, habiendo sido arcabuceados a boca de jarro. Estos individuos me eran desconocidos, y aún ignoraba sus nombres. No sé si fueron o no culpables; pero no pude negarles mi compasión por la muerte que tuvieron, ni contemplar, sin cierto respeto mezclado de terror, la tierra que cubría sus restos.

José Marcial Quiñones

Una tarde del mes de noviembre del año de 1874, el sol puesto, casi entrada la noche, al ruido que soplaba de la montaña y prestaba a aquella hora cierto religioso respeto y misterio, en la falda de una empinada cuesta y junto a un espeso bosque en el que se veían algunos yagrumos removiendo, a impulso de las ráfagas, sus grandes hojas plateadas por el reverso, tres personas, las cabezas descubiertas y desordenado el cabello por la brisa, colocadas de pie alrededor de una cruz rústica de madera, clavada en un mogote de tierra removida, rodeada de zarzas y de helechos, escuchábamos, con respetuoso silencio y ánimo conmovido, de los labios de un campesino, testigo ocular de aquella trágica escena y que, amarrado y el revólver a la sien, habíase visto obligado a descubrir el paradero de aquellos infelices, escuchábamos, digo, el relato sencillo, pero de seguro fiel y verídico de todas estas crueldades.

Algún tiempo después y con muy corta variación, oí, de labios de un soldado de la columna que mandaba el coronel Martínez, el relato de estos mismos hechos. De él recogí también estos otros datos no menos repugnantes, relativos a la conducta del mencionado coronel, quien, decíase, era gitano de raza y se distinguió, cuando aquellos acontecimientos, entre los demás oficiales, por su ferocidad y rapiñas. Causan verdaderamente horror, y conviene que la historia los consigne.

Apresado que fuera el cabecilla Rojas, fue, por su orden, colgado por las manos de una solera de la casa en que se hallaba y en aquella posición suspendido, en presencia de los soldados, lo abofeteó, le escupió el rostro, le ensangrentó la boca pegándole en ella con el revólver y finalmente le arrancó a puñadas las barbas en las cuales se venía pegada la carne. «Señor», decíame el soldado, «al militar le repugna siempre hacer el papel de asesino. Damos muerte, cuando se nos hace frente y vemos en ello una gloria; pero nos indigna matar al hombre indefenso. El coronel no era querido entre nosotros, y cuando aquello hacía, un movimiento de horror corrió por toda la columna, pintándose la indignación en nuestras caras. ¡Ay del coronel, si uno de nosotros hace una señal!»

Este último dicho no le creí, juzgándolo una fanfarronada del que esto me decía; pero me satisfizo que, por sentimiento, así expresara, algún tiempo después, su indignación. Sea lo que fuere, tal comportamiento con el vencido sólo fue propio de la ferocidad de la hiena. Aunque nunca igualado, otros oficiales, el coronel Iturriaga, el comandante Berris y el capitán Prats, le imitaron en su crueldad.

El libro de Pérez Moris, justo es confesarlo, está bien escrito y abunda en muchos datos. Sólo le sobra el odio con que nos mira a los hijos del país y que se revela en cada una de sus páginas; pero le falta lo principal, la imparcialidad. De la parte oficial no digo nada, porque sabiendo todo el mundo lo que aquí es esta verdad, puede presumirse también que, por este lado, peque de exageración, si no de veracidad.

Entre nosotros, pocos lo leerán, con gusto, sino es el Marqués de la Esperanza, Fernando Acosta y otros, por los elogios que allí se les tributa; pero donde solamente, debo asegurarlo, el primero se ha visto llamado patriota y el segundo honrado; virtudes de que nunca el uno diera pruebas, y que el otro jamás ha cultivado. No calumnio. El público y ciertos expedientes seguidos por el tribunal, a los que en estos tiempos, con sobrado empeño, se les ha echado tierra, pueden dar fe de cuanto avanzo respecto del último.

Este Fernando Acosta, cuya elevación al empleo de corregidor de este pueblo no comprendieron ni aún los suyos, pues ni por la inteligencia habíase hecho acreedor y que sólo pudo tomarse por una irrisión y una befa de los que fue destinados a mandar, hizo poco honor al gobierno que le nombró para este destino, sin duda, por no conocerlo o también, por un nuevo género de venganza, no reparando todo lo que él mismo iba perdiendo en la partida.

Respecto del hecho mismo de Lares, debo sólo decir que no habiendo tomado parte directa ni indirecta en ese asunto, ni siquiera había tenido conocimiento de él, hasta el mismo momento en que tuvo lugar, no puedo presentar datos positivos sobre su origen, ni que ramificaciones tuviera en la Isla, o fuera.

Por lo aislada que pareció, lo mal concertada y lo peor ejecutada, siempre había creído que los pocos complicados en esta calaverada sólo habían obrado por cuenta propia. Pero luego, y no ha mucho de ello, he sospechado, con algún fundamento, que aquel amago de revolución obedeció a un plan concebido en el extranjero y que los encargados aquí de su ejecución no hicieron más que anticiparse. La responsabilidad recaiga, pues, sobre quien de derecho corresponda. La opinión pública ha señalado siempre al Lcdo. Ruiz Belvis y al Dr. Betances, como sus iniciadores.

El primero era amigo de la infancia, casi pariente. Listo y con talento, Ruiz estaba acreditado en su profesión de abogado en Mayagüez, donde residía. Escribía bien y con vehemencia, razón por lo que sus escritos eran leídos con avidez, pero extremadamente apasionado y de carácter dominante, voluntarioso aún y poco avenible, lo que, además de privarle del consejo, le hacía mal quisto, menos de sus amigos de quienes sabía serlo, lejos de disimular su mala voluntad a los peninsulares, tenía la imprudencia de hacer de ella alarde.

Plaza de San Germán (1878)

Con Betances también me unía la amistad. Entendido en la ciencia médica, que ejercía con acierto, de carácter reservado, algún tanto excéntrico, afectando singularidad en el vestir, de convicciones republicanas, practicando noble y grandemente la caridad con los pobres, por lo que era muy popular, y por cuyo motivo también las autoridades locales, con suspicacia suma, veían en ello un fin, Betances, no sintiendo tampoco simpatías hacia nuestros señores, igualmente se cuidaba poquísimo de ocultarles su malquerencia.

Estos son los dos hombres que el Gobierno consideraba como los más separatistas y por consiguiente como sus mayores enemigos, y es menester confesar que con razón. Ambos estaban unidos por estrecha amistad. A los dos los rodeaba gente moza, novicia, inexperimentada, indiscreta, buena más para concitar las pasiones que para dar un buen consejo. Ruiz no tenía dotes para jefe de partido, porque además de la inquebrantable voluntad que se requiere en semejantes empresas y que verdaderamente él tenía, se necesita un espíritu sereno y conciliador para oír, pensar, y tomar en cuenta las objeciones opuestas. Betances necesitaba ser hombre más persuasivo, para lo cual se requieren dotes oratorias que no poseía y de las que el primero estaba falto también. De sentimientos nobles y caballerosos los dos, esto, no bastada. Igualmente necesitaban el prestigio que da el dinero.

Todas estas circunstancias las debieran tener presentes aquellos que, en un momento dado, quieran capitanear a los hombres y lanzarlos a un movimiento político, cuyos resultados son dudosos, sobre todo cuando tienen que habérselas con masas tímidas y vírgenes en este género de aventuras. Pero cegados el uno y el otro por sus pasiones, o se dejaron engañar por ellas, o fueron muy crédulos con la clase de gente que los rodeaba, no advirtiendo que para salir bien de una empresa revolucionaria, se requieren otros elementos. Ignoro, sin embargo, los recursos con que contaban de fuera. Yo no estaba en el secreto; pero sea lo que ello fuera, a nadie deben culpar de su mal éxito. Á tiempo los dos lograron huir del país y por tanto escapar de las iras del Gobierno, que se hubiera alegrado mucho de apresarlos, para hacer un ejemplo.

Ruiz murió inopinadamente aquel mismo año en Chile, donde, dicen, fue a dar cuerpo a su idea, ya que por acá había fracasado. Algunos, al principio, creyeron en un veneno administrado por mano oculta; otros hablaron de un suicidio. ¿Con qué fundamentos? Lo ignoro. Ello es que la honda impresión, causada por esta muerte, pronto debilitóse en los ánimos y, con ella, los comentarios gratuitos y algo novelescos del vulgo cesaron a influencia de los acontecimientos políticos, que se precipitaban y que, no dejando tiempo para pensar en los muertos, hacían que pareciésemos vivir más de prisa.

Sobre el proyecto de Ruiz nunca he sabido nada de positivo. Con su muerte, que como amigo he sentido mucho, han quedado por ahora sin realización sus proyectos separatistas que creo mejor, pues nunca he tenido fe en el apoyo extranjero para ningún alzamiento popular, cuando los interesados carecen, sino de valor, de experiencia y de otras condiciones para por sí mismos llevarlos a efecto. Siempre es exponerse a otros riesgos y a otros males peores, después del triunfo. Hay que satisfacer las exigencias siempre desmedidas de unos y de otros, tanto del que hizo mucho, como del que hizo poco, cuando no hay quien, alzándose con el santo y la limosna, hace propio lo que es de todos. Respecto de Betances, que todavía anda proscrito en el extranjero, tal vez nos acuse a todos de falta de consecuencia y se habrá arrepentido también de haberse sacrificado por una causa que dudo vea triunfar, por el momento al menos, aunque muchos y grandes sean los motivos de descontento que seguimos teniendo.

Mal estábamos antes; peor lo pasamos hoy; pero aquí declaro formalmente, aleccionado por la experiencia, por todo lo que he visto y veo pasar ante mis ojos, que nunca comprometeré en tales aventuras la tranquilidad de mi familia, ni el porvenir de mis hijos. No sé cuando este mal concluya, pues veo nuestro porvenir oscuro y pavoroso.

La Isla de Cuba ofrece un cuadro de miseria y de desolación que espanta. Nunca creyera que se llegase a un grado tal de rabia, de encono y de salvajismo. Qué resolución nos sea dado tomar después de todo, es muy difícil prever. Estos tiempos son de indignas veleidades, de traiciones, de cobardías, de vergonzosos contratos y de hipócritas acciones. Lo peor que nos pudiera haber sucedido, en particular, es que la fe nos falta y que las ilusiones de la juventud nos han abandonado. Un desconsolador escepticismo de las cosas y de las personas es lo único que nos queda.

Comentario:

José Marcial Quiñones resume la postura de un liberal moderado antiseparatista. La memoria privada que leemos se publicó mucho después de su muerte por lo que no representó una amenaza para su persona bajo el dominio de España en ningún sentido. Hermano de Francisco Mariano Quiñones, José Marcial fue amigo de Ruiz Belvis y Betances aunque nunca convino con sus ideas como aclara varias veces en el texto seleccionado. El fragmento citado tiene el valor de que representa una crítica a la versión de Pérez Moris a quien acusa de parcialidad y de ocultar la crueldad de la represión contra los filibusteros o rebeldes capturados. Destaca a Lares como un “memorable suceso”, pero le achaca al evento el empeoramiento de la situación colonial tras la Insurrección. De hecho, la tiranía de España, personificada en el Instituto de Voluntarios y la Guardia Civil, dos cuerpos policiacos creados después de 1868, le parece argumento suficiente para ello.

Para confirmar sus opiniones el autor recurre a escenarios de estirpe romántica: la tumba de los tres rebeldes en Silla de Calderón y su visita al sitio en 1874 guiado por un campesino, la tortura inmisericorde de Rojas justifican su mirada piadosa de la desgracia de los rebeldes aunque nunca se solidariza con ellos ni con su causa. La imagen de soldado cruel -Martínez, Berris, Iturriaga- todos documentados en la versión de Pérez Moris, está bien elaborada. La crítica de Quiñones al tratamiento del Corregidor de San Germán Fernando Acosta, y al Hacendado  José Ramón Fernández el Marqués de la Esperanza en la obra de Pérez Moris, son datos interesantes. Fernández era un signo del integrismo español que el mismo Betances había burlado en varios de sus escritos.

El juicio sobre la Insurrección de Lares, Ruiz Belvis y Betances sirve para contrastar las posturas Conservadoras y Liberales: El juicio en torno a esos signos de la rebelión no es muy distinta en ambos extremos. Pérez Moris quiere llamar la atención sobre la peligrosidad de la conjura; Quiñones le resta importancia y la reduce a una “calaverada”. No hay en el siglo 19 una voz separatistas que explique su causa o justifique el acto revolucionario públicamente. Ruiz Belvis no cambia mucho: es una persona de “carácter dominante, voluntarioso y poco avenible”. Alardea de su radicalismo, es buen escritor y mal orador. Betances es un buen médico, “reservado, algún tanto excéntrico, afectando singularidad en el vestir”, republicano que alardea de su radicalismo al cual le faltan dotes oratorias. Desde la perspectiva del autor, ninguno de los dos tenía dotes de líder por una causa o la otra y les faltaba “el prestigio que da el dinero”. La derrota de la Insurrección se justifica por las “masas tímidas y vírgenes es este género de aventuras” y por el hecho de que el liderato es muy crédulo. Una persona que probablemente nunca conspiró acaba de juzgar a los conspiradores.

Al final deja el sabor de que la muerte de Ruiz Belvis en Valparaíso, Chile, en un cuarto del Hotel Aubry de la ciudad, liquidó la conjura. Le doy la razón en parte. Después de esa fecha el apoyo internacional para la causa de Puerto Rico se centró en la Antillas. De aquellas gestiones de Ruiz Belvis dependía el apoyo internacional a un levantamiento abortado por las circunstancias. La idea de que Betances debe haberse arrepentido de la aventura es más un deseo del autor que una certeza. Lo único cierto que José Marcial Quiñones no fue separatista, no quiere serlo y no quiere que lo confundan con uno de ellos. Esa fue la actitud emblemática del Liberalismo y el Autonomismo durante todo el siglo 19. Y no ha dejado de serlo en el siglo 20 ante las posturas radicales.

  • Mario R. Cancel Sepúlveda
  • Historiador y escritor
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