Puerto Rico entre siglos: Historiografía y cultura

febrero 14, 2019

La insurrección de 1868 en la memoria: la década del 1930

  • Mario R. Cancel Sepúlveda
  • Catedrático de Historia

Pedro Albizu Campos se impuso la tarea de dar a la Insurrección de Lares y al separatismo el lugar prominente que nunca había tenido durante los siglos 19 y 20. Buscaba confrontar la amnesia colectiva cultivada por dos órdenes coloniales distintos que resentían el acto rebelde.  La efervescencia generada por el retorno de los restos de Ramón E. Betances Alacán a la isla en 1921 fue un preludio sugestivo. Hasta esa fecha la memoria de pasado rebelde de Puerto Rico había sido suprimida y descontextualizada o, a lo sumo, edulcorada hasta reducirla a la expresión de un acto romántico, irracional y precipitado, tal y como sugería la discursividad liberal reformista y autonomista. El resultado neto de aquel proceso puede percibirse en el Lares folclórico y despolitizado que se rememoraba privadamente como un signo de disgusto con la España que se había dejado atrás en 1898 de la mano de Estados Unidos. Una vez concebido de ese modo, el acto subversivo de 1868 resultaba inofensivo para la soberanía estadounidense.

Discurso en el Sixto Escobar

Hay un detalle que no puede ser pasado por alto.  Algunos de los veteranos del 1868 y del 1895 que todavía vivían acabaron por militar en las filas del estadoísmo republicano. Además, una parte significativa de la memoria del pasado rebelde estaba en posesión de los herederos del separatismo anexionista. La reflexión de los intelectuales estadoístas republicanos en el estilo de Roberto H. Todd, cuya obra merece una lectura más profunda de la que se le ha dado hasta el presente, es un modelo de ello. Una y otra situación estimuló que se presumiera una continuidad “natural” o “lógica” entre los objetivos del separatismo del siglo 19 y los del nuevo régimen del 20, hasta el punto de que llegó a sugerirse que el 1898 había consumado el ideal revolucionario decimonónico. El argumento no solo fue esgrimido por intelectuales estadoístas republicanos sino por notables voces estadounidenses que reflexionaron sobre el fenómeno del encuentro del 1898 en numerosos libros durante el primer tercio del siglo pasado. Aquella era una manera de aplanar un escenario problemático y ponerlo al servicio del orden posinvasión.

El elemento que sellaba la continuidad entre los separatistas independentistas del siglo 19 y el nuevo régimen era el antiespañolismo agresivo de su liderato más visible, postura inherente a las teorías progresistas y modernizadoras de Betances. Aquel discurso no tomaba en cuenta, por supuesto, el antianexionismo militante del activista de Cabo Rojo, a la vez que pasaba por alto por alto las duras críticas que el dirigente había manifestado ante cualquier forma de autonomía al lado de España o de protectorado al lado de Estados Unidos. Betances no confiaba en los puntos medios, las etapas de tránsito o los acomodos tácticos que, a la larga, podían conculcar la meta de la “independencia absoluta”, nombre con el que denominaba a su proyecto político a fin de diferenciarlo de la “media independencia” de muchos países del orbe hispanoamericano.

El emborronamiento, olvido o desconocimiento del radicalismo betanciano permite comprender, por una parte, el respeto cándido en las virtudes de los ideales de los republicanos continentales y la confianza en que la autonomía era un lugar jurídico que adelantaba la independencia que manifestó José de Diego Martínez. También arroja luz sobre el hecho de que el Partido Nacionalista rindiera culto en el panteón de la nacionalidad a figuras que nada tenían que ver con su proyecto radical. Ese era el caso de José Gautier Benítez, recordado por el valor de su poesía romántica y patriótica a pesar de que en 1868 había luchado contra los insurrectos de Lares; o de Luis Muñoz Rivera, un crítico agresivo de la experiencia revolucionaria del 1868 y un declarado opositor a la independencia de Puerto Rico lo mismo ante España que ante Estados Unidos cuyo retrato engalanada la tribuna nacionalista en la década de 1920. La idea de la Nación como una “casa grande” donde las contradicciones eran ignoradas a fin de que todos cupiesen en ella funcionaba bien para los muertos del imaginario nacional, pero nunca produjo los efectos deseados en medio de un presente ominoso y lleno de contradicciones.

La imagen del pasado rebelde que desarrolló Albizu Campos en el marco del nacionalismo exigente y el principio de la “acción inmediata” tras la asamblea de mayo de 1930, fue un proyecto original y pertinente. Sin embargo, no puede obviarse que fue elaborado sobre la base de recursos limitados:   el conocimiento de la cultura revolucionaria del siglo 19 en aquella fecha era muy superficial. El contenido de aquel pasado y la arquitectura que se le dio estaba mediada por aquella condición. Su enunciación no podía depende de una historiografía profesional madura por entonces inexistente o en proceso de formación. El contenido debía suplirlo la memoria cargada de subjetividad de unos cuantos testigos directos o indirectos de los hechos. La memoria informal ocupó el lugar del pasado formalizado en el proceso de elaboración de una narración de la nación aceptable. El registro que sigue no es exhaustivo, pero me permitirá confirmar las carencias de una concepción del pasado que, desde mi punto de vista, resultó ser ineficaz.

Los fundamentos: reliquias, monumentos vivos y fuentes

Por un lado, el nacionalismo echó mano del contacto directo con los testigos directos o indirectos de la experiencia revolucionaria de 1868 y 1895. Con ello se establecían las zapatas para un panteón heroico nacional que la intelectualidad y la militancia nacionalista completarían en la reflexión y en la praxis. El vínculo se estableció por medio de los pocos sobrevivientes o los descendientes de los participantes en aquellos eventos. La reverencia a los veteranos de la experiencia armada de 1868, muy pocos a la altura de 1930, debió estar cargada de una profunda emocionalidad que invitaba al culto.

Un ejemplo de ello es la breve relación que estableció Albizu Campos con Pedro Angleró con quien se entrevistó en Barrio Obrero en 1931 poco antes de su muerte ocurrida el 16 de octubre de aquel año. Los hermanos Angleró, Polo y en especial Pedro, quien no es mencionado por su nombre en la memoria histórica de José Pérez Moris, fueron cruciales para el imaginario nacionalista. De acuerdo con aquel periodista integrista, los hermanos Angleró habían sido parte de “la vanguardia de los salteadores (rebeldes) y fueron los primeros que, excitados por los que al grito de ¡viva la libertad!”, se integraron a la columna revolucionaria en ruta hacia el pueblo de Lares. Todo parece indicar que algunos esclavos de Ambrosio Angleró se habían incorporado a los insurrectos al mando de Manuel Rojas cuyo programa prometía la libertad a todo esclavo que tomara las armas por la independencia. La “partida” de los “hermanos Angleró” se mantuvo activa en las selvas y montes de Maricao hasta el 4 de octubre cuando fue capturada en la finca de Ambrosio en las Guabas por la fuerza del Teniente Coronel Cayetano Iborti.

El encuentro entre personal Albizu Campos y Angleró tuvo un valor simbólico incalculable. La peregrinación hacia aquella figura icónica, como la romería hacia un santón y su santuario, buscaba establecer un vínculo preciso con el pasado que se buscaba reproducir y, a la vez, confirmar la continuidad entre el separatismo independentista y el nacionalismo de nuevo cuño. Tanto es así que, cuando en 1967 el Partido Nacionalista, entonces bajo la presidencia de Jacinto Rivera Pérez, publicó el panfleto Lares 6 proclamas del nacionalismo 1930-1935 como preparación para la conmemoración del centenario, el preámbulo de aquellas fue ilustrado con los iconos de Betances, Angleró y Albizu Campos bajo el significativo epígrafe “Pasan la antorcha de la historia y la libertad”.

Un efecto análogo debió tener el culto que se levantó alrededor de Antonio Vélez Alvarado considerado, sobre la base de una anécdota, el “padre de la bandera” emblema de la Sección de Puerto Rico del Partido Revolucionario Cubano. Aquel había sido un comité puertorriqueño en el cual los intereses de los separatistas independentistas y los separatistas anexionistas convivían y en ocasiones chocaban. El principio que los había mantenido unidos durante años había sido la animosidad que manifestaban hacia el poder político español. Aquella bandera se había convertido, a la altura de 1930, en la enseña del Partido Nacionalista que Albizu Campos conducía.

En este caso el contacto entre las dos figuras poseía una complejidad particular por dos cosas. Por un lado, Vélez Alvarado había sido corresponsal casual de Betances al final de su vida cuando a éste se le solicitó que fuese presidente honorario del nuevo comité revolucionario puertorriqueño con el fin de imbricar la experiencia del 1868 y el 1895. Por otro lado, a diferencia de otros militantes separatistas, tras la invasión de 1898 había continuado defendiendo la independencia para su país. Hasta el 1917 había sido parte del Partido Unión cerca de la figura de De Diego. Su decisión de abandonar aquel partido se produjo a raíz de la afirmación de la corriente conservadora que se impuso tras la muerte del abogado de Aguadilla y la afirmación de Antonio R. Barceló en la presidencia.

Poco después de aquellos hechos el unionismo abandonó la independencia y se impuso la defensa de un tipo de autonomía bajo la soberanía estadounidense en el contexto de un proyecto presentado por Phillip P. Campbell, un representante republicano de Kansas, en 1921. Entre 1919 y 1922 Vélez Alvarado promovió, junto de José Coll y Cuchí y José S. Alegría, entre otros, la fundación del Partido Nacionalista. En un sentido amplio, fue parte de lo que luego Albizu Campos motejó como “nacionalismo ateneísta” durante la asamblea del 1930. Su pasado lo excusaba de ello: Vélez Alvarado constituía un eslabón real entre una vieja y una nueva forma de lucha por la independencia, asunto que tampoco ha sido tratado con propiedad por los investigadores de este campo.

Aparte de ello, durante la conmemoración de la insurrección en Lares en 1932, el partido convocó a la tribuna a Josefina Cuebas y Cuebas, una sobrina de la mítica “costurera” de la bandera de 1868, Mariana Bracetti; y a un hijo adoptivo de Francisco Ramírez, figura que había ejercido como Presidente de la primera efímera república. Su presencia durante el acto también traía a la memoria al Ministro de Estado de la República de 1868, Manuel Ramírez, identificado irónicamente por Pérez Moris en su memoria como “administrador de una gallera”. Albizu Campos ansiaba que el nacionalismo al cual apelaba fuese interpretado como la culminación genuina del proyecto inacabado del 1868 al cual atribuía la génesis de un Puerto Rico libre infringido que debía ser restituido. Aquellos seres eran la expresión material de la memoria que se quería edificar independientemente de las ideas que defendieran en el nuevo siglo. Con excepción de Vélez Alvarado, nada se sabe de las posturas políticas de los demás. El nacionalismo los presentaba ante la comunidad puertorriqueña como reliquias de carne y hueso, como el residuo o vestigio tangible de un pasado glorioso y, de paso, los erigía como monumentos que invitaban a la emulación. La invención de una memoria confiable era crucial para el nacionalismo.

Por otro lado, debo destacar la contradictoria pasión betanciana que manifestara Albizu Campos desde su regreso a Puerto Rico durante su breve militancia en el Partido Unión. En 1924, poco después del arribo de los restos del patriota a la isla gracias a las gestiones de los unionistas moderados y la dispensa de su viuda Simplicia Jiménez, reclamó que se levantase un monumento en su memoria ya fuese en Cabo Rojo o San Juan, haciéndose eco de una protesta del militar, escritor y empresario hispano-puertorriqueño Ángel Rivero Méndez. La propuesta me parece significativa: en aquel momento no estaba claro si Betances debía ser rememorado como un objeto de culto local o nacional. Con posterioridad se transó en favor de la primera opción, decisión que no impidió su proyección como un valor nacional e internacional después de la década de 1960.

A todo ello habría que añadir las carencias bibliográficas del momento histórico en que se elabora la reflexión sobre la revolución del siglo 19. La gesta lareña había sido el tema de la obra El Grito de Lares (1917), un drama histórico de Luis Lloréns Torres antecedido de un prólogo de Luis Muñoz Rivera. Todo parece indicar que tras el 1898 el dirigente unionista, un viejo adversario del separatismo independentista como buen heredero del liberalismo reformista y el autonomismo, se sentía más seguro a la hora de evaluar la gesta separatista. También estaba disponible el panfleto Memorias de un revolucionario (1915) publicadas por Vicente Borges, hijo, obra que recogía el testimonio de un insurrecto lareño. Borges había sido miembro del centro Espiritista “Lazo Unión” ubicado en Lares, institución dedicada a los “Estudios Psicológicos”, de acuerdo con el membrete de una carta ubicada en el archivo de Roberto H Todd, dirigida por aquel al Mayor General George W. Davis.

Pensador de ideas progresistas que anticipan las de Rosendo Matienzo Cintrón, en 1899 Borges favorecía el reclutamiento de policías municipales de “ilustración completa”, es decir educados, con el fin de evitar “atropellos injustos” a la comunidad, e insistía en que se hiciera realidad la libertad de cultos prometida por los invasores con lo que esperaba se afirmarían la tolerancia y los valores seculares vinculados a la modernidad. Para Borges, sin embargo, Lares había sido el resultado del esfuerzo conjunto de liberales reformistas y separatistas y no la secuela del choque entre aquellas dos posturas, en efecto, excluyentes. Sus posturas políticas a altura del 1915 son inciertas, aunque se sabe que fue representante a la Cámara de Delegados por el Partido Unión entre 1906 y 1908 con toda probabilidad en el marco del independentismo dieguista.

Aunque no me consta una lectura de las obras por parte de Albizu Campos, su conocimiento sobre el fenómeno revolucionario del 1868 no podía exceder aquellos límites. En sus comentarios dispersos sobre el asunto entre 1924 y 1948 reprodujo muchas de las posturas acríticas de Borges como se verá más adelante. Sobre aquel fundamento se convenció de que el rescate de la insurrección de 1868 podía servir para reforzar el nacionalismo emergente e innovador de sus tiempos de crisis económica, política y espiritual. Las proclamas para los actos de conmemorativos 1930 a 1936 sintetizan su interpretación sobre aquel complejo conjunto de fenómenos.

Nota: Segunda parte del conversatorio “La insurrección de Lares de 1868 en la memoria nacionalista” en Lares: memoria y promesa en el Aula Magna del Centro de Estudios Avanzados de Puerto Rico y El Caribe, San Juan, P.R. 15 de septiembre de 2018. Publicada originalmente en 80 Grados Historia el 25 de enero de 2019

 

agosto 6, 2015

Betances Alacán en la imaginación y la memoria: unos apuntes. Primera parte

  • Mario R. Cancel Sepúlveda
  • Historiador y escritor

La fama de Betances Alacán como un activista republicano era bien conocida en su tiempo. Los españoles conocían de la misma desde antes de 1868 y su relación  profesional y personal con Manuel Ruiz Zorrilla (1833-1895) no era un misterio. En 1869, sin llegar a los extremos de ilusión manifestados por Hostos respecto a los fines de la Revolución Gloriosa, reconocía en aquel proceso una experiencia que retaba a la monarquía. De igual modo, en una carta enviada a  Ramón  Marín en 1888 en la cual le comentaba su texto satírico sobre los compontes titulado “Viajes de Escaldado”, le sugería al amigo que sólo la España republicana podría acaso hacer algo por Puerto Rico. La idea de que España no podía dar lo que no tenía estaba asociada a la monarquía decadente y no a la España que podía ser, a la moderna. Betances Alacán era republicano pero no se dejaba seducir por fantasmagorías y era capaz de reconocer la distancia ideológica que le separaba de un español aunque aquel fuese republicano.

Lo mismo podría inferirse de su postura respecto a los republicanos que en 1898 invadieron a Cuba, Filipinas y Puerto Rico. El republicanismo tenía sus grados  y los contextos etnoculturales en los cuáles se desarrollaba lo diversificaban. Un separatista independentista republicano y confederacionista por más señas como él, jamás se llamaría a engaño con el Partido Republicano de Estados Unidos y mucho menos con las aspiraciones imperialistas de su presidente William McKinley (1843-1901).  Aquella era la expresión más acabada del “minotauro”, metáfora que había usado en repetidas ocasiones para referirse al imperialismo. Esa es la diferencia más marcada entre Betances Alacán y, por ejemplo,  José Celso Barbosa (1857-1921) como republicanos. La concepción del progreso y la modernización en uno y otro se asociaban a polos distintos por los contextos culturales en los cuáles cada uno se formó.

Charles Freycinet

Charles Freycinet

La imagen de Betances Alacán en un segmento significativo de la prensa estadounidense de 1898 refirmaba el valor de su republicanismo mientras trataba de atraerlo a su causa. En septiembre de 1898 el periódico The Globe-Republican publicó una interesante columna titulada “Betances may be Cuba’s first president”. Los subtítulos de aquella columna de consumo son suficientes para catalogar la atracción que sentía el público estadounidense  por la figura del rebelde: “Scientist, Philanthropist and Patriot –Bought Children from Bondage Spanish–Spy System Drove Him to Seek Autonomy for all the West Indies”. El científico sacrificado, filántropo y abolicionista perseguido por buscar la autonomía (independencia) de las Indias Occidentales domina la versión. El confederacionista y antianexionista  no están por ninguna parte: no hacen falta. Llamar la atención sobre esta figura más allá en esa dirección hubiese sido contraproducente para las intenciones de la prensa republicana que aspiraba mostrarlo como un aliado de la gesta “libertadora” que en Puerto Rico había comenzado el 25 de julio de 1898.

Según la fuente Betances Alacán es un intelectual europeo y un helenista nativo de Porto Rico que ha sido capaz de convertirse en uno de los mejores oculistas no sólo de Europa sino del mundo, que escribe en Le temps y ha sido amigo personal; de Charles Louis de Saulces de Freycinet (1828-1923) primer ministro republicano oportunista de centro-izquierda, protestante y miembro de la Academia de la Ciencia;  y León Michel Gambetta (1838-1882) también republicano de tendencias democráticas abiertamente anticlerical. Freycinet y Gambetta, como Betances Alacán, recurrieron durante sus gestiones ministeriales en la Francia del siglo 19 al apoyo de las izquierdas socialistas cuando lo consideraron necesario por medio de inteligentes y tolerantes políticas de alianzas. El artículo manufacturaba una gran ilusión para consumo de los lectores estadounidenses de Kansas. El día de la publicación el rebelde antillano agonizaba en medio de numerosas disputas con el liderato del Partido Revolucionario Cubano a tenor del anexionismo manifiesto del mismo. El Directorio Cubano, seducido por anexión a Estados Unidos como garantía de progreso, jamás hubiese admitido al caborrojeño en el puesto. El 16 de septiembre moría el conspirador puertorriqueño en París.

The Globe-Republican era un foro semanal que se publicó en  Dodge City, Kansas entre 1889 y 1910. Se trataba de un periodismo de tendencias republicanas cuyo director era el abogado Daniel M. Frost. De acuerdo con las fuentes, Frost no era el republicano puritano común. Por el contrario, se opuso abiertamente a las campañas “secas” de la era de la prohibición y defendió la causa “mojada” públicamente. Al momento de la divulgación de la columna  aludida estaba a cargo del semanario el empresario Nicholas B. Klaine. Este recorte y otros que he podido ubicar en la prensa de la década de 1890, me indican que el mito de Betances Alacán y su generación era conocido entre diversos sectores de la sociedad estadounidense de aquel momento. Una indagación sobre la presencia de esta y otras  figuras del separatismo puertorriqueño y antillano en la prensa de ese país, aportaría valiosa información sobre qué buscaban y qué encontraban en aquel liderato los grupos de interés que se fijaron en ellos durante los días de la invasión. No hay que olvidar que durante la ocupación Mayagüez como ya he señalado en varias publicaciones, las autoridades militares bautizaron con el nombre de Betances Alacán una de las calles principales de la ciudad produciendo un efecto vinculante entre los invasores y el libertador que la ciudadanía interpretó con beneplácito. Los invasores necesitaban al médico de Cabo Rojo para legitimarse ante una comunidad que lo recordaba a pesar del exilio.

La visibilidad de Betances Alacán en el imaginario liberal y entre la intelectualidad reformista y autonomista puertorriqueña era poca. Los intelectuales liberales reformistas veían el separatismo radical como un peligro, según he apuntado en una columna recientemente. El integrismo de los primeros era incompatible con el separatismo de los segundos. Los lazos de colaboración política entre ambos debían ser frágiles por lo que la cooperación requeriría, si la relación con España estaba en juego, la transformación del reformista en separatista o viceversa, tal y como ocurrió en numerosas ocasiones. Los intelectuales que evolucionaron en la dirección del autonomismo moderado o radical no adoptaron una actitud distinta. En otra columna comentaba como marcaban con cuidado las fronteras del autonomismo y el separatismo confirmando el integrismo de la autonomía e insistían en infantilizar al liderato que condujo a los hechos de Lares. La idea de que la autonomía era un paso hacia la independencia, un absurdo para los separatistas, tomó forma y estructura en el liderato posterior a la invasión por influencia de Luis Muñoz Rivera quien la insufló en José De Diego y Antonio R. Barceló. Esa concepción contradictoria de la autonomía y la independencia tenía mucho que ver con la imagen que unos y otros poseían Estados Unidos, tema que se discutirá en otro momento.

Luis Bonafoux

Luis Bonafoux

Libia M. González en el artículo “Betances y el imaginario nacional en Puerto Rico: 1880-1920” publicado en la colección de Ojeda Reyes y Estrade titulada Pasión por la libertad en el 2000, ya había  señalado que al menos entre los años 1880 y 1898 tanto los intelectuales conservadores como los liberales reformistas y los autonomistas coincidieron en invisibilizar a Betances Alacán como un emblema puertorriqueño. La impresión que da aquella intelectualidad es que incluso cuando miran hacia la Insurrección de Lares la conexión que establecen con el médico exiliado es frágil. Un autonomista de Ponce transformado al separatismo, Sotero Figueroa, cambió el panorama en 1888, momento que en alguna medida inaugura la interpretación y la historiografía separatista sobre la base del liderato incontestable de Betances Alacán y Ruiz Belvis en aquel evento revolucionario. El autor elaboró una versión proceratista romántica por medio de un relato bien articulado en el cual la  lealtad política a Puerto Rico ante España  y la patria martirizada  por aquella eran los protagonistas.

Ambas consideraciones, la ética y el martirologio civil, se impusieron como modelo hasta llegar a marcar cierta mirada separatista, independentista y nacionalista del asunto de Puerto Rico. Sin embargo el relato de Figueroa pasó inadvertido en 1888. En la década de 1890 se podría achacar  a la incomunicación de la intelectualidad separatista con su gente y, después del 1900, es probable que se deba a que el lenguaje del separatismo ya no resultaba funcional bajo la soberanía de Estados Unidos.  Después de 1898 una nueva lealtad a España era posible y se podría poner a resguardo la hispanofobia progresista y antimonárquica de aquella propuesta radical. No se puede pasar por alto que los años que corren entre 1898 y 1920 fueron el escenario de la generación de una hispanofilia  o amor a España lo suficientemente fuerte como para invisibilizar y hacer tolerable el pasado más duro. Betances Alacán no encajaba en el discurso en ciernes porque era antiespañol, republicano radical y anticlerical. Si la hispanofilia debería ser interpretada como un discurso retrógrado o progresista, las opiniones están divididas, es un asunto que habrá que aclarar en otro momento.

Una figura tan visible no podía desaparecer. La memoria de Betances Alacán se afirma en dos hechos: uno cultural y otro cívico. A pesar de la tormenta hispanófila que se cierne sobre el país, en 1901 Luis Bonafoux Quintero (1855-1918) publica su antología Betances con textos en español y en francés. Ese fue el volumen fundacional de la imagen del revolucionario de Cabo Rojo y base de la leyenda betancina. La afinidad de Bonafoux Quintero con el asunto no tenía que ver sólo con las ideas políticas. Bonafoux Quintero se movió ideológicamente cerca del anarquismo y simpatizó con la causa cubana.  La afinidad también se había fraguado sobre la base de que los dos pensadores, por su formación europea y su vida mundana, habían sido duros críticos de la poquedad y la sumisión de la clase criolla puertorriqueña a una hispanidad decadente por lo que habían sido víctimas del desprecio de aquella. La sátira de una comunidad en “El avispero” (1882) de Bonafoux,  y la de  Valeriano Weyler en “La estafa” (1896) de Betances Alacán guardan numerosas similitudes.

Luis_BonafouxAparte de Bonafoux Quintero, el recuerdo  de Betances fue responsabilidad de los invasores y de la intelectualidad separatista anexionista que se integró al nuevo régimen estadounidense porque identificaban en el mismo la garantía de progreso y modernidad a la que habían aspirado a fines del siglo 19. En ese sentido la voz de Julio Henna y, en especial Roberto H. Todd, hizo posible la supervivencia de su mito. Lo más interesante es que quienes echan las bases del imaginario betancino entre 1898 y 1920 no encajan en el discurso hispanófilo o de amor a España que se instituyó como factor dominante en la (re)invención de la identidad puertorriqueña.

El hecho cívico que sella la relación de Betances Alacán con Puerto Rico, por otro lado, fue su suntuoso y emotivo entierro en 1920 en Cabo Rojo. Sus restos y su viuda llegan al país en un momento de inflexión del nacionalismo en el cual los unionistas debaten sobre el futuro del proyecto de independencia y vuelven la vista otra vez hacia la autonomía, ahora denominada self-government. Su inhumación representó la ocasión para reapropiarlo y ajustarlo a un escenario innovador.

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