Puerto Rico entre siglos: Historiografía y cultura

diciembre 26, 2019

¿Por qué estudiar el anexionismo y el estadoísmo puertorriqueño?

  • Mario R. Cancel Sepúlveda
  • Historiador

 

Para los amigos y colegas José Carlos Arroyo Muñoz, Mario Ramos y Néstor Duprey por comenzar una conversación

 

Confieso que mi curiosidad por el asunto del anexionismo del siglo 19, el estadoísmo o el movimiento estadista del siglo 20 tiene una explicación histórica. Mi formación universitaria comenzó en 1978 por lo que coincidió con el calentamiento del conflicto Moscú / Washington durante la Guerra Fría. La inquietud respondía al fenómeno de lo que en aquel entonces los adversarios de la estadidad llamaban el “romerato”. El nuevo auge del estadoísmo, que a algunos nos recordaba el de la Coalición Puertorriqueña entre 1932 y 1940, debía mucho a la figura de Carlos Romero Barceló (1977-1985). Su gestión coincidió con el tránsito entre la Deténte (1962-1979) y la Segunda Guerra Fría (1979-1991), atmósfera atestada de tensiones útil para entender el giro del discurso estadoísta del molde tradicional representado por Luis A Ferré Aguayo y la “Estadidad Jíbara”, a la concepción moderna de Romero Barceló que vinculaba la estadidad al concepto de igualdad. El vuelco era una manera de enfrentar el elefante que se había sentado en el medio de la habitación representada por el ELA, la pobreza, según se deduce del panfleto La estadidad es para los pobres (1976). No creo tener que recordar que el populismo y el estadolibrismo también habían sido pensados para los pobres con las secuelas que ya sabemos.

Mi atracción se profundizó en la década de 2000 cuando me involucré en el estudio crítico del separatismo independentista, el confederacionismo antillano y sus figuras en el siglo 19. El ejercicio me permitió confirmar que el separatismo anexionista habitaba en los entresijos del activismo antiespañol radical en aquel siglo. Visible desde la década de 1810, se había hecho notar con más intensidad desde 1850. Mis investigaciones me ubicaron ante el enigma de las alianzas entre independentistas y anexionistas y a evaluar las proyecciones de aquellas en el tránsito entre 1890 y 1910 por cuenta del 1898. Sabía que ninguna ruptura era limpia y total. Las huellas de su pasado como aliados debían estar en algún lugar.

Un recurso que encontré para documentarlas fue la indagación en torno a la “Vieja Guardia” republicana por medio de la obra impresa y la colección documental de Roberto H. Todd que obra en la biblioteca de la Universidad del Sagrado Corazón en Santurce. Todd había sido cercano de Ramón E. Betances Alacán y José Celso Barbosa Alcalá antes y después del 1898. El otro recurso fue lectura de la literatura creativa no canónica en torno al 1898 a la cual me había acercado durante la conmemoración del centenario de la invasión. A la altura del 2010 aquellas pesquisas tomaron un giro innovador por los estudios que realicé en torno a la representación estadounidense de los puertorriqueños entre los años 1898 y 1926 por invitación de José Anazagasty Rodríguez, sociólogo teórico y especialista en estudios americanos.

Justificación ¿qué nos dice del pasado?

Entonces ¿por qué estudiar el anexionismo y el estadoísmo puertorriqueño? Una de las razones se relaciona con su remoto pasado. El activismo separatista ante España con el fin ulterior de anexar el territorio a México,  Gran Colombia o Estados Unidos, era notable desde los años de la Guerra de Independencia de Hispanoamérica (1808-1821). En 1821 el Gen. Antonio Valero de Bernabé planeó una incursión militar en Puerto Rico con el deseo de convertirla en un estado de la Gran Colombia. De igual modo, en 1812 y 1822 mercenarios al servicio de intereses separatistas antillanos y estadounidenses se propusieron enajenarlas del Reino de España a fin de adelantar la meta de una Confederación Antillana que tentara a Estados Unidos a anexarla. Los cerebros habían sido José Álvarez de Toledo y Luis  Guillermo  Doucoudray Holstein. Las implicaciones de ello era que la fórmula “separar para anexar” y “separar para independizar” surgieron en medio del Ciclo Revolucionario Atlántico como alternativas progresistas y modernizadoras paralelas. El sentido de los conceptos “separatismo” y “confederacionismo” estaba abierto a varias posibilidades.

«Dos patriotas»: tomada de «Havana Times: Cuba sin prejuicios»

A la coexistencia pacífica o conflictiva de ambas tendencias, asunto que no se ha estudiado con propiedad, había que añadir que el anexionismo compartía matrices ideológicas con otros movimientos radicales de aspiraciones independentistas y autonomistas. En la práctica no se trataba de opciones opuestas o irreconciliables sino de alternativas a un problema común: la insolvencia del régimen absoluto español y la apelación a nuevo orden que desafiaba la tradición señorial. La presencia de republicanos y monarquistas en cualquiera de los tres proyectos en aquella temprana fase podría documentarse sin dificultad. El bagaje compartido estaba ligado al  liberalismo clásico, al 1789 y al movimiento democrático y republicano de fines del siglo 18 y la primera mitad del 19 que culminó en el 1848. Pero también arraigó en la resistencia a los desmanes del liberalismo burgués y el imperialismo de la segunda parte del siglo 19 que dividió a unos y otros en facciones populistas (que lo resistían), y burguesas (que lo toleraban) desde 1870. El anexionismo, el independentismo y autonomismo no eran propuestas homogéneas como sugieren las miradas ortodoxas y poco documentadas del presente.

Al hecho de su remoto pasado y su complejidad, habría que añadir la relevancia política, social y cultural que adquirió el anexionismo durante el siglo 19. A la altura del 1831 el Secretario de la Gobernación de Miguel de la Torre, Pedro Tomás de Córdova, veía en el separatismo hispanoamericano y en el anexionismo a Estados Unidos los mayores peligros para España. En sus textos insinúa que representaba al independentismo como un subsidiario del anexionismo. Es posible que el fantasma del poder sajón, cada vez más presente desde 1815, incidiera en su presunción y lo condujera a exagerar la relevancia del anexionismo, pero el dato no deja de ser valioso. De igual modo, en 1872 José Pérez Moris en su comentario sobre la Insurrección de Lares, reiteraba la postura y llamaba la atención sobre la estrecha relación entre Betances Alacán y el representante de negocios de Estados Unidos en Mayagüez para tildarlo, junto a Segundo Ruiz Belvis, como jefes del anexionismo. Para aquellos observadores el independentismo era un apéndice del anexionismo y no al revés como presume la discursividad dominante hoy.

De igual modo, los vínculos del anexionismo con el radicalismo político de lo que Andrés Ramos Mattei llamó el Ciclo Revolucionario Antillano (1867-1875) son múltiples. Se han documentado desde 1850, y son considerables en los actos de Yara y Lares (1868-1878) y del Partido Revolucionario Cubano, la Sección de Puerto Rico y Baire (1892-1898). La presencia de anexionistas en la cúpula y en la base de ambas organizaciones y su peso en las decisiones de una y otra de cara al conflicto entre España y Estados Unidos en ruta al 1898, era enorme. La idea de que la vocación antiespañola y anticolonial de anexionistas e independentistas era la misma no era puesta en entredicho como solía ocurrir cundo se miraba hacia el campo del autonomismo. Ello no negaba las reservas que una parte del liderato de ambos bandos tenían respecto al otro. Pero, por lo menos hasta el 1898, nunca fue suficiente para quebrar la solidaridad  entre las partes. Estudiar de manera abierta las tensiones entre independentistas y anexionistas dentro de separatismo decimonónico y el balance de poder entre esas facciones en los casos de Cuba y Puerto Rico podría orientar sobre las condiciones en que se elaboraban las alianzas bajo España y las condiciones culturales y políticas que las imposibilitaron después de la invasión. La correspondencia de Betances Alacán con los anexionistas es una fuente idónea para ese fin.

El anexionismo tenía una gran plasticidad ideológica y elaboró una praxis radical que incluyó la opción de la lucha armada ante España. En ese sentido no difería del independentismo encabezado por Betances Alacán. Una parte significativa de los activistas que planearon invasiones a la isla con el respaldo de la República de Cuba en Armas o que se alzaron contra España en Yauco en 1897 eran anexionistas. Pero tras el 1898 el anexionismo se redireccionó en apoyo de la estadidad para Puerto Rico, con incorporación previa o sin ella, y renunció calladamente a su pasado militarista. El giro era comprensible: nunca habían visto en Estados Unidos un adversario sino más bien un aliado en sus pugnas contra España. Es importante destacar que muchos independentistas y autonomistas, tanto en Cuba como en Puerto Rico, hicieron lo mismo. Para otros independentistas del periodo español bastó con el silencio, por lo que se enajenaron del asunto de estatus político de Puerto Rico o celebraron el “cambio de soberanía” pero se cuidaron mucho de expresarse públicamente a favor de la estadidad. Todo sugería que su compromiso con la independencia que había sido determinante ante España había dejado de serlo bajo Estados Unidos.  A la altura de 1920 una nueva generación de independentistas miraría con recelo aquella actitud.

Tampoco puede pasar inadvertido el papel protagónico que tuvo la intelectualidad anexionista, estadoísta tras la invasión del 1898, en el registro de la memoria del separatismo confederacionista independentista y anexionista del siglo 19. Dejar atrás el pasado militarista y violento no despintaba los actos rebeldes y las conjuras perpetradas contra España. Aquellos hechos eran proclives a la idealización en la medida en que podía insertarse en la memoria del estadoísmo. El pasado antiespañol y sus signos más reverenciados, la bandera y el himno, fueron valores compartidos por los puertorriqueños en el exilio cubano que habían defendido la independencia ante España, y los republicanos puertorriqueños de la “Vieja Guardia” que defendían la estadidad. Los ricos apuntes en el archivo de Todd o la documentación de Luis Sánchez Morales, por ejemplo, son una demostración de ello. La posesión de la memoria rebelde por destacados intelectuales anexionistas debería evaluarse a la luz de la ausencia de una memoria de la intelectualidad independentista durante el siglo 19, asunto que he comentado en otras ocasiones. Aquella carencia fue notable hasta que una parte del liderato del Partido Unión de Puerto Rico, fundado en 1904 sobre la base de un independentismo de nuevo cuño moderado que como el estadoísmo había desistido de la lucha armada y respetaba a Estados Unidos, comenzó a animar la misma.

Por último, la tolerancia del estadoismo con Estados Unidos tenía sus límites. La colonial  Ley Joe Foraker desengañó a anexionistas y estadoístas que esperaban más del Congreso del invasor. Agravió a Eugenio María de Hostos Bonilla, Manuel Zeno Gandía y José Julio Henna Pérez, miembros de la Comisión Puertorriqueña del 1899. Pero también ofendió a Federico Degetau y González quien ocupó la comisaría residente desde 1900 al amparo de la injusta ley orgánica. De un modo u otro, todos se sintieron traicionados porque el Congreso no había cumplido con las expectativas que tenían de aquella nación. No solo eso. Todos reconocían que los responsables principales del régimen de desigualdad que emanó del 1900 eran los intereses del Departamento de Guerra y sus fuerzas armadas bajo cuya jurisdicción estuvo la isla hasta 1934 y los grandes intereses corporativos que querían aprovechar sin frenos de derecho el potencial de la isla por lo que favorecían una relación asimétrica y colonial a cualquiera otra. La conciencia de que aquellos sectores eran el obstáculo más fuerte tanto para la estadidad como para la independencia era clara a la altura de 1930. Ello explica la consistente oposición del Partido Republicano Puertorriqueño, fundado en 1899, y de los estadoístas no vinculados a esa organización como Henna Pérez, a la ley colonial Joe Foraker en 1900. Un proyecto por desarrollar sería auscultar la reacción de los estadoístas de viejo y nuevo cuño ante ese hecho e indagar en los efectos de aquel rechazo en su representación de Estados Unidos como signo de libertad.

Lo cierto es que entre 1899 y 1904 el anexionismo estadoísta excedía los límites del Partido Republicano Puertorriqueño. El Partido Federal Americano, antecedente del Unión, y las organizaciones obreras anarcosindicalistas como el Partido Obrero Socialista y la Federación Regional de Trabajadores lo respaldaban. Había un anexionismo estadoísta “flotante” que no se comprometía con ninguna de aquellas organizaciones y era abiertamente anticolonial y puertorriqueñista. Dos ejemplos de ello fueron el citado Henna Pérez en Nueva York y Gerardo Forrest en La Habana. Algunos significados miembros de la “Vieja Guardia” republicana, pienso en Todd y Sánchez Morales, conservaron excelentes relaciones con la comunidad puertorriqueña de La Habana que había estado vinculada al Partido Revolucionario Cubano y la Sección de Puerto Rico antes de 1898. Sánchez Morales distinguían el valor de Forrest, de Sotero Figueroa Fernández y de Lola Rodríguez de Tió, entre otros. El punto en común era el antiespañolismo: todos convenían en celebrar, con más o menos pasión o cautela, la relación entre Puerto Rico y Estados Unidos después de 1898 como la superación de un pasado atroz. Las posibilidades de investigación son infinitas: las continuidades y discontinuidades entre el anexionismo, el estadoísmo y el movimiento estadista, su pasado y su presente, esperan por ser aclaradas.

Notas de un conversatorio compartidas en la Mesa Redonda: Diálogo sobre la figura de Degetau el miércoles 2 de octubre de 2019, Teatro Inter-Metro. Publicado originalmente en 80 Grados-Historia el 29 de noviembre de 2019.

diciembre 10, 2015

Reflexiones: Puerto Rico desde 1990 al presente I

  • Mario R. Cancel Sepúlveda
  • Catedrático de Historia

Los caminos hacia el neoliberalismo

En términos globales la década del 1990 fue el escenario del fin de una era y el inicio de otra. Los efectos sobre Puerto Rico fueron enormes aunque su papel en el giro, dada su relación de sumisión colonial con Estados Unidos, fue muy poco. El Puerto Rico moderno y dependiente, producto de las prácticas legitimadas tras el fin de la Segunda Guerra Mundial (1939-1945), vio como se cancelaban sus posibilidades, situación que abrió paso a un periodo de vacilación cuyos efectos aún no han sido superados. La incertidumbre económica, política y cultural, se manifestaron por doquier por el hecho de que las frágiles garantías que había ofrecido Operación Manos a la Obra (1947-1976) y su secuela,  la Sección 936 desde 1976, estaban en entredicho. Como se sabe, la condena final de la política de exenciones impuesta en 1976 se anunció en 1996 dejando al país con un periodo de 10 años, hasta 2006, para que hiciese los ajustes pertinentes para sobrevivir sin aquel recurso.

Los paradigmas sobre los cuales se habían apoyado las  políticas económicas de 1947 y 1976 se derrumbaron en la medida en que el capitalismo internacional, encabezado por Estados Unidos, se reorganizó recuperando la tradición del liberalismo clásico y la libre competencia desembocando en el discurso y la praxis neoliberal. La “relación especial” entre Puerto Rico y Estados Unidos, si alguna vez lo fue, dejó de serlo. El libre comercio con Estados Unidos se generalizó y la moneda común dejó de ser un rasgo exclusivo de nuestro mercado. Las “teorías del pacto” esgrimidas en 1952 por los defensores del estadolibrismo, había creado la ilusión de que existía un “pacto bilateral” entre  dos hipotéticos “iguales”. Los cambios de la década del 1990 demolieron aquella presunción.

Puerto Rico vio como las columnas sobre las cuales se había levantado el crecimiento económico (y dependiente) del Estado Libre Asociado -exenciones contributivas, trato preferencial selectivo, proteccionismo, asimetría salarial, austeridad en el gasto público, intervencionismo del estado en el mercado, ahorro individual- comenzaron a perder legitimidad en el nuevo orden. Incluso el papel adjudicado a la isla en el contexto de la Guerra Fría (1947-1991) tuvo que ser reevaluado: la “vitrina de la democracia” ante la “amenaza comunista” en Hispanoamérica era cosa del pasado tras la caída del Muro de Berlín y el fin de la Guerra Fría. El derrumbe de aquel espejismo hacía necesaria la reformulación de las relaciones entre, por un lado, Puerto Rico y Estados Unidos; y, por otro lado, Puerto Rico y el mundo.

 

Neoliberalismo y anticolonialismo

Aquellas circunstancias explican el hecho de que la década de 1990 fuese interpretada como un momento apropiado para la descolonización. De un modo u otro se comprendía que el orden de 1952 dejaría de ser funcional y que la soberanía, ya fuese en la forma del Estado 51, la Independencia o un Pacto de Libre Asociación, sería necesaria para facilitar la inserción del país en la economía neoliberal y global. El consenso, excepto en el influyente sector de los populares más conservadores, era que el ELA no era un estatuto soberano sino un régimen de dependencia colonial y que la interdependencia que la era global imponía como pauta, requería soberanía o independencia jurídica en buenos términos con Estados Unidos. Un tropiezo cardinal de aquel proceso fue que, cuando llegó el 2006 y cerró el periodo de transición tras la eliminación del amparo de la Sección 936, nada se había conseguido: la economía  estaba estancada y el tema del estatus empantanado.

El giro al neoliberalismo vino acompañado en Puerto Rico por el desprestigio del “orden democrático” emanado de la Segunda Guerra Mundial. La discursividad de la guerra contra el totalitarismo nazi y fascista había sido uno de los componentes del populismo del primer Partido Popular Democrático (1938). La confianza en la democracia electoral y el saneamiento de la imagen maltrecha de los partidos políticos como instrumento confiable de lucha para los puertorriqueños no tuvo un efecto permanente. El escándalo de la aplicación de la Ley Smith criollizada en la forma de la Ley de la Mordaza de 1948,  el asunto de la recopilación de las carpetas informativas de ciudadanos considerados potencialmente  subversivos  destapado en 1986,  su devolución y la demanda civil que generó el caso en 1992, desenmascararon el significado de la “democracia” en la era de la Guerra Fría. Aquella democracia electoral, partidista y constitucionalista había violado los derechos civiles de numerosos ciudadanos comunes de múltiples formas. Entre la Cheká, la Schutzstaffel, el Buró Federal de Investigaciones y la División de Inteligencia de la Policía de Puerto Rico no había mucha diferencia. La discusión sobre este verdadero “déficit democrático” en el marco de la relación colonial, se hizo pública en numerosas publicaciones académicas y en la prensa del país.

La inestabilidad del orden heredado propició un auge inusitado pero comprensible del estadoísmo y sus organizaciones. Después de todo, el PPD era uno de los principales acusados y el independentismo, ya fuese socialdemócrata, socialista o nacionalista, atravesaba por un momento de reflexión que más bien parecía una crisis. Por eso la década de 1990 da la impresión de haber sido el decenio de un estadoísmo dinámico, encabezado por un liderato innovador y agresivo. El estadoísmo radical, exigente e inmediatista en cuanto al reclamo de Estado 51, cuya genealogía podría trazarse hasta la figura del abogado Carlos Romero Barceló, se impuso como el estilo dominante. Lo cierto es que desde 1968 al presente el estadoísmo ha ejecutado una revisión profunda de las posturas de su fundador, Luis A. Ferré Aguayo, y ha tomado tanta distancia de aquel como ya había tomado de José Celso Barbosa.

Pedro Rosselló González

Pedro Rosselló González

Uno de los misterios que valdría la pena indagar en cuanto a aquel giro se develaría  si se pudiera responder la pregunta de cuánto pesa  dentro de estadoísmo puertorriqueño la afiliación demócrata y la republicana a la hora de diseñar una táctica para alcanzar la meta propuesta. La transición de un estadoísmo gradualista a uno inmediatista que se da entre 1968 y 1976 está marcada por ese fenómeno. En la década de 1990 los estadoístas  demócratas con  Pedro Rosselló González a la cabeza, coincidieron con el dominio demócrata en Estados Unidos con Bill Clinton. Pero no hay que olvidar que los demócratas de la segunda pos-guerra mundial, Franklyn D. Roosevelt y Harry S. Truman, y los del tránsito al neoliberalismo como Clinton,  eran distintos por completo. Roosevelt y Truman estuvieron dispuestos a  trabajar con un PPD que no quería ni la estadidad ni la independencia, a la vez que  manifestaba simpatías con las políticas del Nuevo Trato y la formulación del Estado Interventor. La relación Clinton/Rosselló era escabrosa: el presidente tuvo que trabajar con demócratas que presionaban por la incorporación y el  Estado 51 que él no defendía. Del mismo modo, el interés del gobierno federal por “descolonizar” que dominó en la década de 1940, ya no era tan visible en década de 1990 porque, entre otras cosas, el fin de la Guerra Fría (1989-1991) convirtió el tema de Puerto Rico, que nunca había sido  prioritario, en un asunto invisible. En 1990, la incomprensión entre las partes involucradas era bidireccional o mutua.

 

Conservadores y soberanistas

El auge estadoísta de la década de 1990 estimuló el reavivamiento de lo que ahora se conocía como “soberanismo” en el PPD, actitud que persistía en la creencia de que el Estado Libre Asociado era una forma de “autonomía” que serviría como preparación para la independencia. El soberanismo reproducía la teoría de los “tres pasos o etapas” que sirvió de apoyo a Luis Muñoz Rivera y José De Diego Martínez cuando fundaron el Partido Unión de Puerto Rico, y la teoría de la “independencia a la vuelta de la esquina” apoyada por Luis Muñoz Marín en la década de 1940.  La paradoja de aquella hipótesis interpretativa era que, tanto los unionistas como los populares, terminaron por renunciar a la independencia en algún momento.

La “Nueva Tesis” de Rafael Hernández Colón (1978-1979) fue un intento de cerrar desde arriba y autoritariamente el debate sobre la relación colonial dentro del PPD.  El momento en que se formuló representó, desde mi punto de vista, una respuesta defensiva a la victoria del PNP entonces bajo la dirección de Romero Barceló. El alegato de Hernández Colón era que, dada que la  independencia era irrealizable y la estadidad económicamente inconveniente, había que aceptar que el  ELA era la “solución final” al debate estatutario. La tesis no obligaba al inmovilismo pero reducía el margen de acción del cambio estatutario a los límites dominantes desde el 1952. El conservadurismo se impuso en ese segmento de la cúpula del PPD.

Williie MIranda Marín

Willie Miranda Marín

El problema era que, en la década de 1990 el argumento de Hernández Colón,  no hacía sentido. Las razones de los críticos de la “Nueva Tesis” dentro y fuera del PPD eran predecibles. El orden que había inventado al ELA ya no existía y el “déficit democrático” del régimen de relaciones había de ser reconocido por el mismo Hernández Colón en 1998. En su retórica jurídica, el reconocimiento del problema no  tenía que interpretarse como una señal de que debía romperse con los esquemas del 1952. Por el contrario, los conservadores han insistido en que lo más práctico es y será trabajar el cambio -superar el “déficit democrático”- en el marco del ELA sin quebrar sus fundamentos más celebrados: la autonomía fiscal y arancelaria. La actitud es comprensible pero, me parece, debería ser discutida con más profundidad a fin de que resulte más convincente al día de hoy. La meta de una táctica política como la de los conservadores del PPD ha sido denominada en ocasiones con el nombre de ELA Soberano o Culminado, pero el concepto jurídico no parece encajar en el lenguaje estándar del Derecho Internacional como tampoco encajaba el concepto jurídico del ELA.  Del mismo modo, tampoco ha tenido mucho éxito entre los soberanistas más exigentes que parecen concebirlo como una propuesta contradictoria, poco clara o como una paradoja de derecho.

El soberanismo articuló durante la década de 1990 una respuesta más o menos coherente al problema del estatus al calor de dos procesos de consulta: los plebiscitos de estatus de 1993 y 1998. La década de estadoísmo radical necesitaba medir el pulso de su proyecto y los plebiscitos siempre han sido considerados en la tradición electoral local como la más precisa encuesta de opinión. Lo interesante es que las figuras dominantes de la nueva ola soberanista del 1990  no surgiese del alto liderato de la organización popular sino de tres poderosos alcaldes: William Miranda Marín de Caguas, José Aponte de la Torre de Carolina y Rafael Cordero Santiago de Ponce, todos ya fallecidos. Me da la impresión de que, ideológicamente y en su praxis, los tres representaban la tradición populista y radical del primer PPD, el de 1938 a 1943. La gran diferencia entre estos y aquellos es que el soberanismo populista de los años 1940 se alimentaba de un fuerte corriente ruralista propia de un Puerto Rico preindustrial y agrario. En la década del 1990 la propuesta ideológica ya se había urbanizado y poseía una tesitura completamente distinta. El resultado de aquel proceso fue la fundación de Alianza Pro Libre Asociación Soberana cuyo efecto sobre los sectores moderados del PPD sigue siendo poco. El superviviente de aquel grupo fundacional fue Marco A. Rigau, figura fuerte detrás de la líder soberanista Carmen Yulín Cruz, alcaldesa de la capital.

julio 10, 2015

Miradas al treinta: del Unionismo al Aliancismo

  • Mario R. Cancel Sepúlveda
  • Historiador y escritor

Uno de los problemas historiográficos que más han ocupado la atención del canon ha sido la denominada Generación del 1930. La vigencia de aquel discurso cultural solo comenzó a ser revisada en la década de 1990. La supervivencia de aquella discursividad hasta la frontera de la postmodernidad, ratifica su poder de convicción, y ese hecho no puede ser descartado mediante simplezas.

La opinión dominante sobre aquel proceso se apoya en dos premisas sencillas. La primera identifica la década del 1930 con la peor crisis económica mundial del siglo 20. Las posibilidades reales de la Independencia o de la Estadidad, que habían sido pocas en la década de 1920 como ya se ha comentado en otras columnas, eran nulas en aquel contexto. Los efectos de la crisis sobre el país fueron tan devastadores que la idea progresista de que «todo tiempo pasado fue peor», se impuso tras la avasallante victoria del Partido Popular Democrático en las elecciones de 1944. Sobre aquella base se levantó el edificio de la confianza en el Popularismo y el progreso hasta la década del 1960. La crisis, surgida de las grietas del mercado de valores en 1929, no se solventó del todo sino después de 1945. Antes y después de ese periodo crítico, Puerto Rico dejó de ser lo que era. Aquellos 16 años dejaron un amargo sabor en los puertorriqueños en la medida en polarizaron a la intelectualidad del país. Visto desde esta perspectiva, la Segunda Guerra Mundial (1939-1945), fue una consecuencia y una solución a la Gran Depresión de 1929.

1898Una segunda premisa presume que la Generación del 1930 interpretó y apropió la crisis, la enfrentó con eficacia y que salvó la Identidad y la Nacionalidad Puertorriqueña. Desde mi punto de vista, no se trataba de salvar un producto terminado, sino más bien de re-fundar un discurso que había que ajustar a la innovación de la presencia sajona en el país. Esto significa que la crisis del 1930 no fue solo material: el aspecto espiritual y cultural planteó un reto a la intelectualidad puertorriqueña muy similar al que presentó el 1898 a la intelectualidad española e hispanoamericana. El proyecto hegemónico del Imperialismo Plutocrático estadounidense, tenía en Porto Rico, un espacio primado. Para la Generación de 1930, la reevaluación del pasado histórico era fundamental. La intelectualidad, antes y después de la literatura del 1930, dejó también de ser lo que era. El 1930 sintetiza con vigor la idea del trauma y la ruptura que, por tradición, se ha adjudicado al 1898.

La tercera premisa tiene que ver con la presunción de que los intelectuales universitarios fueron los responsables de aquel proceso de recuperación material y espiritual. La afirmación de poder de la cultura logocéntrica y universitaria resultó convincente, dada la debilidad de ambos espacios en el pasado hispánico. El elemento que más se ha destacado, ha sido la afirmación de una hispanidad reinventada, y el cuestionamiento de la sajonidad que caracterizó a ciertos intelectuales. El Nacionalismo Puertorriqueño y la Universidad de Puerto Rico cumplieron un papel cardinal en aquel proceso. Pero el camino de la redención no estuvo exento de fisuras.

Abrir la discusión del 1930

El balance de lo que se recuerda y lo que se olvida en un relato histórico, influye en la imagen que se consagra del pasado. La tendencia de la historiografía social y literaria hasta la década de 1990, fue mostrar la discursividad del 1930 como un hecho esencial, sin antecedentes. Con ello se aspiraba a sacralizar el lenguaje de una generación de intelectuales con el fin de inmunizarla para la crítica. El dilema interpretativo radica en que ese aserto dependía de presumir el periodo de 1898 a 1928 como uno en «blanco». La investigación de aquellos tres decenios no representaba una prioridad. Aislar el treinta de sus contextos representó un problema. Hoy se sabe que la miseria que se vivió durante la Gran Depresión, no difería mucho de la que se experimentó entre 1898 y 1928: los decenios de ajuste que cimentaron la relación colonial de Puerto Rico y Estados Unidos debían ser visitados.

La pregunta es, ¿y en qué dirección se puede abrir la discusión del 1930? La primera ruta es dejar de mirar la Gran Depresión de 1929 como un fenómeno inédito y único en la historia de occidente capitalista. Estructura y efectos análogos tuvo, en un contexto global, la Gran Depresión de 1873 al 1896. En Puerto Rico, abrió con la Abolición Jurídica de la Esclavitud Negra, profundizó la crisis de la Economía de Hacienda Azucarera y dejó al país, después de la Guerra de la Tarifas entre Estados Unidos y España, en el proemio de la invasión de 1898. También en aquel entonces el revisionismo y la polarización política se impusieron, y la apuesta por la Autonomía Radical, la Anexión a Estados Unidos y la Confederación de la Antillas, se generalizó. Para los observadores europeos, aquella Gran Depresión justificó la puesta en entredicho de la fe en el Progreso y en las virtudes del Mercado Libre.

El fin del librecambismo clásico en el modelo de Adam Smith, y la situación de anarquía social que produjo la resistencia popular y obrera en los países industriales, justificó la necesidad de regular la producción y el mercado. La posibilidad de una Economía Planificada por el Estado, y no por las fuerzas del Mercado, se afirmó. Aquella fue una época dominada por la incertidumbre económica, pero también por la incertidumbre cultural. George L. Mosse ha distinguido aquel periodo con la lapidaria frase «las certezas estaban disolviéndose». En Europa, la crisis material justificó la desconfianza en los valores heredados. Las Vanguardias, el Bolchevismo, el Fascismo y el Imperialismo, fueron algunas de las respuestas a la situación.

¿Cómo nos informa esto sobre Puerto Rico? En los aspectos materiales, la Gran Depresión de 1929 también condujo al cuestionamiento de las virtudes del librecambismo clásico y colocó al país en el camino de la Economía Planificada. Sin embargo, no se trató de un decisión libre sino de una impostura colonial al amparo del Nuevo Trato. En el plano cultural, condujo a todo lo contrario. En lugar de disolverse las certezas, la crisis estimuló la voluntad de determinar nuevas certezas. Esa fue la tarea de la Generación del 1930 y del Nacionalismo Puertorriqueño.

Para ello se realizó un balance de la situación del país a la luz de su historia mediata: la que emanaba del 1898. Las opciones extremas eran dos. O se restituía la confianza en Estados Unidos, en quiebra desde 1910. O se rehabilitaba la confianza en España, en quiebra hasta 1898. Los puntos medios probables eran infinitos. La consolidación de esas miradas alternas a Estados Unidos y España, condensaron la discusión intelectual. La naturaleza contradictoria del 1930 se materializó en las preguntas respecto a qué somos, cómo somos y dónde vamos los puertorriqueños.

La segunda ruta para abrir esa discusión es aceptar que las contestaciones a aquellas cuestiones tenían el carácter de una hipótesis. Al cabo generaron un relato polémico pero funcional sobre la puertorriqueñidad. El problema ha sido sacralizarlas y canonizarlas. Lo más indicado sería apropiar el discurso de la Generación del 1930 no como el discurso, sino como un discurso más sobre la cuestión de la identidad. Para ello habría que desobstruir la imagen de pasado que se inventó y, sobre esa base, reelaborar una genealogía del 1930 partiendo de la premisa de la difidencia o la sospecha.

Lugares de la genealogía: unas (anti)figuraciones

Dos lugares me parecen críticos en ese sentido. Los lugares no son una fecha y su situación solamente. Se trata de espacios de la genealogía del 1930 y sus circunstantes, que dejaron su impronta sobre aquella estética de la crisis. Uno de ellos es el 1922, coyuntura que relaciono con la consolidación del Partido Nacionalista ante el colapso del Nacionalismo Dieguista en el Partido Unión. El otro es 1930, coyuntura que marca la radicalización del Partido Nacionalista. Son dos lugares vinculados a la praxis política pero, dado que antes como hoy, la cultura se disuelve en la política, no veo problema alguno en el asunto. Mi tesis es que buena parte de los argumentos que se esgrimieron en el debate cultural del 1930, ya se había diseñado en 1920 e, incluso, antes de esa fecha Respecto al 1922, debo recordar que aquella década inició un ciclo revisionista de alcances extraordinarios en el Nacionalismo Puertorriqueño. Un detonante fue la gestión pública del Gobernador Emmet Montgomery Reily (1921-1923). Reily venía a Puerto Rico con el objetivo expreso de «matar el empuje de la independencia», según recojo de una carta de José Celso Barbosa a Roberto H. Todd de 1921, quien celebraba el hecho. Imposibilitado de gobernar por medio de las mayorías Unionistas, tildadas por los estadoístas de radicales e independentistas, se asoció con el maltrecho Partido Republicano Puertorriqueño que no obtenía un triunfo electoral desde 1902. La postura agrió al extremo las relaciones entre estadoístas e independentistas.

En febrero de 1922, una tradición radical se vino al suelo. El Partido Unión, revisó la alternativa de estatus de su programa y, aunque reafirmó su compromiso con una «Patria Libre», aceptó que para conseguirla había que reconocer la necesidad de garantizar una «noble Asociación de carácter permanente e indestructible» con Estados Unidos. Esa fue la primera vez que se optó por un Free Associated State o Estado Libre Asociado para Puerto Rico. «Libre» y «Asociado», el país advendría a la libertad soñada. El acto implicaba un reconocimiento de que Estados Unidos no concedería la Independencia a su colonia bajo las condiciones dominantes. El Unionismo se sometía a la agresividad de Reily. Con aquel lenguaje moderado, esperaba convencer al atrabiliario gobernador de que confiase en ellos.

El Partido Nacionalista se consolidó sobre la base de aquel desliz. El Unionismo se encontró en la situación de que, al someterse a Reily, vendría forzado a atacar a los nacionalistas con el fin de demostrar la sinceridad de su reconciliación con el Imperio. En septiembre de 1922, la jefatura unionista acusó de «traición» a los nacionalistas, con el argumento de que su separación del Partido Unión equivalía a favorecer al estadoísmo y a Reily. Los traidores acusaban de traidores a los refractarios. Cuando el resbalón de 1922 se reconfiguró en 1924 en el Club Deportivo de Ponce en la llamada Alianza Puertorriqueña, la «tercera vía» o el «estadolibrismo» adquirieron carta de natalidad.

Aquel debate dejó al 1930 la posibilidad de un aurea mediocritas innovador que evadía los extremos del estadoísmo y el independentismo. ¿Cómo justificó el Unionismo la huída al punto medio? Los argumentos fueron culturales. Aquellos líderes concebían a Puerto Rico como un punto de encuentro donde «las dos razas y las dos civilizaciones que pueblan el mundo de Colón pueden encontrarse fraternalmente». La situación demandaba proclamar una «tregua de Dios» para conseguir el equilibrio y la armonía entre latinos y sajones. El Partido Nacionalista de 1922, que era una organización novel, quedaba excluido de aquella Santa Alianza inventada por el unionismo con el fin de congraciarse con un sector colaboracionista del estadoísmo republicano. Una lógica distinta se aplicó al Partido Socialista.

La racialización de la historia que hacían los Unionistas / Aliancistas, coincidía con la lógica de los Nacionalistas. El carácter central del análisis racial marcó a la Generación de 1930. Para el Partido Nacionalista de los años 1922 a 1924, la Historia era el lugar de la confrontación de diversas Razas. La idea de la raza tenía sus complejidades. Para aquellos pensadores, se trataba de un complejo etnocultural que se distinguía por su civilización, concepto que a su vez apelaba a la noción de pureza, es decir, al carácter unívoco de la identidad. El catarismo identitario dominaba. La visión maniquea de los teóricos nacionalistas, les impedía aceptar la posibilidad del equilibrio y la armonía entre latinos y sajones. La Civilización Católica Latina que representaban los puertorriqueños, no podría tranzar con la Barbarie Evangélica Sajona: lo superior no podía someterse a lo inferior.

Aquel debate explica el dominio de la hispanofilia y la defensa del castellano en el 1930, a la vez que llena de contenido la concepción de la Liberación por la Cultura que marcó a los intelectuales universitarios treintistas. El problema fue que la imagen de España heredada del siglo 19 tuvo que ser revisada de una manera total. La invención de la España Benévola, que es a la vez Madre y Cuna, que había sido insostenible para el Separatismo del siglo 19, se impuso. Una respuesta a ese conflicto fue la radicalización del Partido Nacionalista.

Publicado originalmente en 80 Grados-Historia el 13 de Abril de 2012.

marzo 2, 2010

Pedro Albizu Campos y el Unionismo (1923)

Importante acto político: Declaración Política del Lcdo. Albizu Campos

Recientemente llevóse a efecto en la ciudad de Ponce una reunión política donde se hallaban presentes los líderes de la Unión y prestigiosas personas del partido de la mayoría. Entre los concurrentes a dicha reunión estaban los Sres. Guillermo Schuck, Vicente Usera, Guillermo Vives Valdivieso, Sr. Ohms, Mr. McJones, Lcdo. Brunet y otros significados elementos dentro del partido.

Ante una inmensa concurrencia, en la que tenían representación el capital, la inteligencia y el trabajo, el culto joven abogado Pedro Albizu Campos, licenciado en filosofía y letras, licenciado en derecho de la Universidad de Harvard, Massachusetts, después de haber estudiado con gran detención las actuaciones de los partidos en el país, determinó hacer su ingreso formal en las filas del partido Unión de Puerto-Rico. El Sr. Cordero Matos, significado político de Ponce, hizo la presentación del Lcdo. Albizu Campos, quien empezó su discurso que más bien pudiera ser considerado como conferencia ateneísta, y cuyos puntos más salientes fueron más o menos como a continuación sigue:

«Afirmó el Sr. Albizu Campos en forma reposada y con absoluto dominio de la materia que iba a tratar, que fue conocido nacionalista en Estados Unidos en donde celebró varias conferencias sobre las pequeñas nacionalidades y el imperialismo de los grandes poderes. Que el partido republicano puertorriqueño se agitaría siempre dentro de una minoría, por ser un partido centralista y querer recibir su poder Ejecutivo de Washington sin apoyarse en el regionalismo que tan necesario es para fundar un «estado» de la federación.

Al llegar a este punto, el orador hizo distinguir con habilidad, elocuencia y claridad, la confederación de la federación, explicando que confederación no es otra cosa que verdaderos estados soberanos ligados casi siempre solo para la defensa contra extraños y pone como ejemplo los Estados Unidos antes de la Constitución vigente, y federación es el estado en la unidad central. Que los llamados estados carecen de soberanía; el soberano es Estados Unidos, y no ningún estado por sí o en agregado con los demás, cosa que no podría hacer aunque lo pretendiese y pone de ejemplo Estados Unidos. El orador explica las consecuencias diciendo, que la federación exige, como unidad que es, homogeneidad en sus partes integrantes y por eso no se ha admitido a la federación a ninguna comunidad, en la cual no haya estado gobernando el elemento anglo-sajón o anglo-celta que han dado forma a la nación, y a menos que la ascendencia de dichos elementos no haya sido probable. Que la ascendencia de dichos grupos entre nosotros es imposible por la densidad de nuestra población y por poseer Puerto Rico una civilización más antigua que Estados Unidos. Dijo el orador que era esa la tradición de aquel pueblo y la base de su expansión y que no podía pedírsele que trastrocase el fundamento de su existencia; que para Puerto Rico sería como ha sido para cada «estado», la extinción de su personalidad, entendiéndose por ésta, lo distintivo en un pueblo en la comunidad de estados soberanos en el mundo.

El joven letrado disertó luego acerca del ciudadano en su aspecto confederativo y dijo que, siendo cada estado soberano de hecho y de derecho, es el único soberano sobre sus ciudadanos y que siendo la federación el único soberano, es el soberano de cada ciudadano, y por supuesto, lo ordena de acuerdo con su interpretación de las necesidades del soberano; y puede movilizar a los ciudadanos dentro de cada «estado», para destruir a éste si lo creyese necesario a la única soberanía poniendo como ejemplo la guerra civil en Estados Unidos desde 1861-65.

Refiriéndose al partido socialista, el joven orador dijo, que dicho partido sólo se contrae a un programa económico, siéndole indiferente la personalidad de Puerto Rico, tan necesario para el desarrollo de cualquier programa económico que quiera llevarse a la práctica. Que tal partido postula la lucha de clases, dividiendo a nuestro pueblo que requiere para su salvación un esfuerzo conjunto. Hizo así mismo alusión al naciente Partido Nacionalista de Puerto Rico y dijo que lastimosamente divide las fuerzas regionales. Habló también sobre el Bill Jones llamándole el mito de los derechos en él contenidos y afirmó categóricamente y dentro de una lógica irrebatible, que el derecho es derecho, cuando su sanción «última» está en la comunidad que lo ejerce. El Bill Jones, dijo el orador a la concurrencia, ha alargado el procedimiento en la aprobación de las leyes; pero su fondo es idéntico al del Bill Foraker. Toda la Legislación, por más beneficiosa que sea al país tropieza finalmente con el «veto absoluto» del Presidente de Estados Unidos. Los agentes del ejecutivo de la Nación en Puerto Rico, que sean incapacitados, dejan ver fácilmente esa verdad y por eso no son tan perjudiciales como un agente culto e inteligente, que puede disimular la verdadera fuente del poder, y de aquí la imperiosa necesidad de laborar a fin de que Puerto Rico tenga, dentro del derecho que le asiste, un gobierno responsable a él nada más y elegido por él y que la sanción última de todas sus leyes esté en nuestro pueblo: y de aquí que no sea la remoción de un agente del poder ejecutivo de Estados Unidos y de la política que por su instrucción desarrolla, porque eso sería dejar los derechos sagrados de nuestro pueblo a merced de individuos en la Presidencia: lo importante está en luchar tesoneramente con fe y patriotismo por la derogación de la Carta Orgánica vigente, sustituyéndola por una Constitución que establezca un gobierno responsable solo a nuestro pueblo. Por último, el joven orador aconsejó la necesidad de abandonar, de desterrar la mala costumbre de la súplica y petición; que Puerto Rico debe exigir lo quende derecho le correspóndase pertenece y entonces y sólo entonces, merecerá el respeto y la admiración de los pueblos que han luchado por perfeccionar su personalidad, como ha hecho el mismo pueblo de Estados Unidos.»

Publicado en El mundo, 31 de enero de 1923, pág. 10

Comentario:

El acto en que Pedro Albizu Campos se integra a la política activa nacional, informa al lector sobre sus percepciones ideológicas en 1923. El hecho de decidiera militar en el Partido Unión y no en el Partido Nacionalista, deja claro que el discurso de Coll y Cuchí, líder de aquella organización, no lo convenció. La explicación más precisa de la decisión ha sido que Albizu Campos decidió integrarse a la organización que más opciones tenía para completar el proyecto de Independencia: la Unión.  Pero el argumento no toma en cuenta el proceso de moderación y conservadurización ideológica que caminó el unionismo una vez se impuso el gobierno autoritario del gobernador Emmet Montgomery Riley.

La integración de Albizu Campos a las luchas civiles y políticas  se anunció de acuerdo con la “vocación espectacular” dominante por  aquel entonces de acuerdo con la cultura procera dominante. Ante “el capital, la inteligencia y el trabajo, el culto joven abogado Albizu Campos” hizo su anuncio con un discurso que “más bien pudiera ser considerado como conferencia ateneísta”. El elitismo del acto salta a la vista: el político y el intelectual convergían.

Albizu Campos planteó su tesis sobre la imposibilidad de la anexión, tema que al presente se reitera, sobre la base de su tesis en torno a la relación de oposición entre los conceptos confederación / federación y sus efectos en la soberanía. Apuntó además la tesis culturalista de la oposición insalvable entre la Civilización Anglosajona y la Civilización Latina tal y como el tiempo en que formuló su propuesta imponía.

Explicó por qué no militaría en el Partido Socialista al cual veía como una organización que “se contrae a un programa económico, siéndole indiferente la personalidad de Puerto Rico (…) [y que además] postula la lucha de clases, dividiendo a nuestro pueblo que requiere para su salvación un esfuerzo conjunto”. Las posturas antisocialistas estaban claras en el abogado desde su estadía en Harvard. Rechazó al Partido Nacionalista por que también “divide las fuerzas regionales”. La afirmación de Albizu Campos de que él “fue conocido nacionalista en Estados Unidos en donde celebró varias conferencias sobre las pequeñas nacionalidades y el imperialismo de los grandes poderes”, da la impresión de que en aquel momento no se consideraba nacionalista.

La crítica al Bill Jones como una ley “idéntica” al Bill Foraker es muy lúcida y precisa. Las metas inmediatas de Albizu Campos en aquel entonces eran la derogación del Estatuto Jones “sustituyéndola por una Constitución que estableciera un gobierno responsable solo a nuestro pueblo” sin aclarar si aquel proceso debería hacer con la anuencia de Estados Unidos o sin ella.

  • Mario R. Cancel-Sepúlveda
  • Historiador y escritor

febrero 27, 2010

Nacionalismo e Independentismo: Hispanofilia y Modernización (1900-1920)

  • Mario R. Cancel Sepúlveda
  • Historiador y escritor

Entre los años 1900 y 1920 se definieron en Puerto Rico dos tendencias dentro del Independentismo. El  Independentismo Hispanófilo y el Independentismo Modernizador diferían en términos de su percepción del pasado colonial español. El juicio sobre España dependía e influía la imagen que se poseía de Estados Unidos. El impacto de aquel juicio en las tácticas de cada segmento también sería notable. La expresión más concreta de aquella competencia por el poder, fue el reto público que expuso Rosendo Matienzo Cintrón y el Partido de la Independencia (1912)  a José De Diego Martínez y el Partido Unión de Puerto Rico (1904).

Las diferencias entre ambos son comprensibles a la luz de una diversidad de factores. El choque cultural y material que significó el 1898, el movimiento Modernista en la literatura puertorriqueña, la asimetría de la relación entre los invasores y los invadidos, y el poco espacio para maniobrar políticamente que dejaron la Ley Foraker de 1900 y la Ley Jones de 1917, entre otras condiciones,  promovieron el desarrollo de aquellas posturas que animaron las pugnas dentro del Nacionalismo Puertorriqueño.

Los choques entre los dos sectores  eran visibles en el seno del Partido Unión desde el año 1909. El 13 de agosto de 1910, se concretaron en un documento, el “Manifiesto político del Partido Independiente”, publicado en la página dos del diario The Puerto Rico Eagle / El águila de Puerto Rico. Se trataba de un foro fundado en 1902 que vio la luz en Ponce y que se definía como un órgano oficial republicano yu defensor de la estadidad. En cierto modo, aquella era  la primera expresión pública del Independentismo Modernizador. El documento sintetizaba los problemas del Independentismo Unionista y del Nacionalismo Puertorriqueño de un modo transparente. Las críticas del documento estaban dirigidas a la figura de De Diego Martínez. Cuestionaban,  su liderato monolítico y exclusivista y su sumisión política a la figura de Luis Muñoz Rivera. El asunto no se limitaba al autoritarismo de De Diego. También criticaban la legitimidad del proyecto de Independencia con Protectorado defendido por el partido en su Base Quinta de su programa. Las similitudes entre la Independencia con Protectorado y el neocolonialismo que manifestaba el Derecho de Intervención garantizado por la Enmienda Platt de la Constitución de la República de Cuba de 1901, eran muy obvias.

Matienzo

Rosendo Matienzo Cintrón

Los críticos de De Diego, se organizaron, como en 1899 y en 1902, en asociaciones cívicas no electorales que aspiraban a la creación de un frente amplio nacional para enfrentar el coloniaje de Estados Unidos. Ejemplo de ello fueron los denominados Partido Independiente, la Asociación Nacionalista y la Asociación Cívica Puertorriqueña de cuyos programas se conoce muy poco. La aparición de grupos como aquellos, a pesar de su pequeñez, era un augurio de que el Nacionalismo y el Independentismo estaban al borde de la fragmentación.

El resultado de  esfuerzos como los citados fue la fundación del Partido de la Independencia (1912), grupo que se autodefinió como una organización económico-política probablemente con el propósito de confirmar sus preocupaciones por el problema del capital, la riqueza y la distribución de la riqueza en el país. Después de todo, buena parte del núcleo fundador de aquella organización había participado de las campañas anti-trust o anti-monopolios en el cambio de siglo y tenían sentimientos filo-obreristas muy claros. El proyecto organizativo atrajo a una serie de figuras emblemáticas del Puerto Rico de entonces. Entre sus organizadores se encontraba el ya mencionado Matienzo Cintrón, el médico y novelista  Manuel Zeno Gandía, el abogado poeta y periodista Luis Lloréns Torres y el artista Ramón Frade. Alrededor de ellos se movían los empresarios Eugenio Benítez Castaño, Santiago Oppenheimer y José Coll y Cuchí. El abogado y librepensador Rafael  López Landrón, se integró un poco más tarde al núcleo fundador.

El Partido de la Independencia (1912)  pretendió crear una unión o frente con el carácter de  una  fraternidad racional con el fin de articular la resistencia ante la agresión del capital extranjero.  El Nacionalismo de aquel sector ponía el acento en la discursividad económica y social, hecho que colocaba su propuesta en la frontera de un socialismo moderado y de las propuestas antiimperialistas que en Puerto Rico se han asociado a Ramón E. Betances Alacán (1898) y a Pedro Albizu Campos (1923 ss.). De hecho, figuras como Matienzo Cintrón y López Landrón, habían elaborado una intensa crítica a la España retrógrada y habían reconocido el progresismo americano como valores legítimos en numerosos documentos públicos. Pero su culto al Progreso y la Modernización nunca significó una sumisión total a los valores americanos ni  sacrificio de la Identidad Puertorriqueña vinculada indisolublemente a su pasado español. El hecho de que Matienzo inventar la figura de Pancho Ibero para enfrentarla al Tío Sam, es más que demostrativo de ello.

La organización adoptó, por otra parte, un discurso anti-militarista y pacifista que los distanció de los antecedentes y subsecuentes aludidos. La justificación para ello se puede encontrar en la ética fraterna y el espiritismo militante de algunas figuras claves en el diseño del discurso público de la organización. En este aspecto eran extremadamente consistentes: el programa de 1912 político se quejaba sin el menor empacho de que  “los veteranos de la guerra, cuyos merecimientos consisten en la matanza humana, no deben ser de mejor condición social que los veteranos del trabajo”. Hay algo del obrerismo romántico actuando en el imaginario de aquel liderato que, desde mi punto de vista, los convirtió en una experiencia única en su tiempo. El Partido de la Independencia realizó una campaña intensa en los años 1912 y 1913, momentos de crisis en la industria azucarera por motivo de la discusión de la posible aplicación de la Ley Underwood que eliminaba la protección arancelaria a ese producto en el país. Pero la muerte de Matienzo Cintrón (1913), aceleró la disolución de la organización, elemento que dejó el campo abierto para la difusión de Independentismo Hispanófilo encabezado por la figura de De Diego y el Partido Unión.

La reacción agresiva de De Diego ante la propuesta de Matienzo  Cintrón puede ser documentada en la prensa de la época. Los debates entre aquellas figuras demuestran varias cosas. Primero, la capacidad de debate de la clase política puertorriqueña por aquel entonces. Segundo, la agresividad con que defendían sus posturas recurriendo, en ocasiones, a ataques a la persona, a la caricatura volteriana y al insulto intelectualmente calculado. Tercero, la incapacidad de Independentismo para reconocer los elementos comunes que poseían los dos extremos. Curiosamente, la reducción maniquea del debate a una disputa entre un espiritista y un ultracatólico, concentró el choque de ideas en momentos particulares.

Blog de WordPress.com.

A %d blogueros les gusta esto: