Puerto Rico entre siglos: Historiografía y cultura

mayo 17, 2023

Otros Betances: pensar e imaginar una figura

  • Mario R. Cancel Sepúlveda
  • Catedrático de Historia

La representación de Ramón E. Betances Alacán (1827-1898) en la historiografía y la discusión cultural puertorriqueña siempre ha sido incómoda. Los Betances imaginados confligen. Una versión, la de las autoridades políticas y culturales hispanas y los liberales autonomistas antes y en el contexto de la guerra del 1898, lo censuró como un enemigo. En efecto lo era. Otra versión, formulada por las autoridades políticas, culturales y mediáticas estadounidenses y sus intermediarios en Puerto Rico durante y después del conflicto entre España y Estados Unidos, lo rescató como un aliado tácito de la desespañolización y americanización de la cultura del país. La postura era discutible. Aquellas representaciones fueron fragmentarias y se articularon con propósitos utilitarios en el marco de luchas concretas.

En el tejido del cambio del siglo 19 al 20, ciertas explicaciones enfatizaron en su republicanismo radical, otras en su abolicionismo filantrópico y solidario y algunas en su separatismo confederacionista persistente. Todas aquellas interpretaciones canónicas aludidas tenían los días contados. Una vez rota la relación con una monarquía, abolida la esclavitud y convertida en una figura retórica del pasado y diluido el discurso del antillanismo confederado al interior del antillanismo hispanófilo de José de Diego Martínez (1866-1918), aquellas figuras retóricas ya no le decían mucho a la gente común. Ese divorcio entre los conceptos y sus contenidos concretos, común al paso del tiempo, no hicieron más que ahondarse a lo largo del siglo 20 y 21.

Betances había sido todo eso y mucho más. Por eso fue una posesión compartida por los muchos herederos de separatismo independentista, confederacionista y anexionista que sobrevivieron el 1898 y elaboraron sus peculiares ajustes a la nueva situación en tierras de Cuba, Puerto Rico y Estados Unidos, entre otras. Tanto lo recordaba con afecto y respeto la amiga de la independencia residente en Cuba Lola Rodríguez de Astudillo (1843-1924), como el estadoísta convencido Roberto H. Todd Wells  (1862-1955) alcalde republicano de San Juan y su principal comentarista y archivista. El futuro de aquella ambigua situación tampoco duraría para siempre una vez el sentido de lo que había sido el separatismo decimonónico,  un intento de frente amplio antiespañol entre independentistas y anexionistas con fines modernizadores,  se diluyera durante los primero años del siglo 20.

Lo que quedaba fuera del radar de aquellas interpretaciones canónicas era mucho. Betances el polímata extraordinario no fue construido con precisión. Con aquellos elementos fragmentarios, el estado, el discurso cultural y el independentismo estaban conformes. El costo de su reducción a fórmulas fue significativo. Superar la simplificación y el emborronamiento era un asunto propio de intelectuales y las luchas políticas poseían otras prioridades. La representación excluía al poeta y el narrador, al traductor del latín y del francés, al periodista y analista político, al diplomático y, sobre todo al médico y cirujano, al investigador científico, el empresario y alguna otra faceta que se me escape. Ocultaba también al maestro del humor cáustico, al escritor furioso, al elegante e informado observador de la situación internacional o al cariñoso interlocutor de sus parientes que amaba el arte en todas sus manifestaciones, las calles de París  y a su perro “Nicolás”, un “documento canino… de convicciones democráticas”  pero con gusto de noble por su pasión por los carruajes, según afirmaba en un texto de junio de 1891.

Ramón E. Betances por Mario Brau Zuzuárregui

La incorporación de sus restos físicos al suelo de Cabo Rojo en 1920 produjo una fuerte impresión política y cultural que animó el nacionalismo de nuevo cuño, aquel que buscada florecer más allá de la retórica de De Diego Martínez, (1866-1918), pero el efecto fue de corta duración. En cierto modo, su regreso introdujo al separatista decimonónico en la discusión política puertorriqueña en el momento en que la promesa de progreso y democracia emitida en 1898 en una proclama militar estaba desacreditada. Las fragilidades de las promesas que viene del norte son bien conocidas. Después de todo, quienes trajeron a casa sus restos de la mano de su viuda Simplicia Isolina Jiménez Carlo (1842-1923), lo hicieron violando una última voluntad suya. Los encargados no habían sido los independentistas y los nacionalistas sino los colaboradores de los invasores del 1898 y, por entonces, los cautos administradores de la colonia: los unionistas y algunos republicanos marcados por el sucio difícil de los hábitos políticos del siglo 19 y animados por la confianza en la buena fe de las autoridades estadounidenses.

Los intelectuales del 1930 y el 1950, independentistas y nacionalistas incluso, lo reinventaron por medio de numerosos recursos enraizados en el romanticismo edulcorado común a las mitologías de la biografía laudatoria. Betances iba camino a convertirse en un signo más de la identidad mestiza y trinitaria de columna vertebral hispano-caucásica, claro está, que se iba consolidando en el discurso oficial como fundamento de una puertorriqueñidad válida para sus tiempos.  La leyenda del rebelde bohemio, el médico de pobres y el aventurero político, perfiles poco documentados y problematizados, se impuso.

Ya no se le representaba como una amenaza al orden instituido sino como una herencia remota bastante diluida que había que recordar de vez en preferiblemente, como lo impuso el Partido Nacionalista desde 1930, cuando se hablaba de Lares o se conmemoraba su natalicio. La imagen de cruzado o mártir de una guerra santa que el nacionalismo católico manufacturó era una máscara que no le ajustaba bien al pensador secular. La distorsión hecha de buena fe, sin duda,  era y el precio que había que pagar a la autoritaria memoria oficial y a la no menos autoritaria memoria de la resistencia para que se recordara a un revolucionario. La autopsia y la momificación ideológica, en la que todos los sectores pusieron su grano de arena, estaba por completarse.

Soy de la impresión de que la elaboración reverencial acrítica de una figura o una gesta, en la medida en que congela su imagen y poda sus filos,  tiene el efecto de aniquilar su potencial como modelo de cambio revolucionario para el presente que lo imagina. Puedo equivocarme al respecto pero la experiencia investigativa me ha convencido de que es más fácil levantar un culto que conocer con precisión crítica el objeto que se reverencia. Los monumentos que significan a Betances, las calles o las edificaciones con su nombre, los bustos y las placas de bronce, son indicadores o pestañas emocionales que puntean el mapa de las ciudades que, en la medida en que ordenan una interpretación del pasado, lo anquilosan de forma autoritaria y frenan las miradas inquisitivas al exigirnos un respeto canónico (o anticanónico) a la larga inofensivo.

Por ello durante los primeros años de la segunda posguerra la figuración betanciana dejó de ser importante para la cultura oficial y su recordación se encapsuló en ciertas grupos. Aquella era la mejor manera de olvidarlo un poco más. A lo largo del proceso de transformación económica, política y social producto del giro reformista que vivió el país entre 1946 y 1954 el poder, lo que eso signifique en lo político y lo cultural es indistinto, no necesitaba de aquella huella incómoda cada vez más distante. Sobre la base del Betances oficial, el republicano, abolicionista y separatista, su memoria era de poca utilidad práctica alrededor del 1950. No le servía al alucinante e iluso reformismo muñocista el cual no hacía otra cosa que culminar el sueño de los autonomistas moderados de fines del siglo 19 que Betances había conocido y condenado enfáticamente por el consistente reproche de aquellos a su separatismo independentista como un acto de locura.

Vuelto a formular por la intelectualidad del 1960 durante el período de antagonismo oscilatorio (1953-1969) y la distensión (1969-1979) de la Guerra Fría, su representación lo transformó en un icono de la nueva lucha por la independencia y las izquierdas socialistas emergentes. La vinculación de la Cuba de fines del 1895 y la de 1959, práctica que resolvió la Guerra Necesaria como un episodio o prolegómeno de la Revolución Cubana, equiparó la solidaridad antillana y el internacionalismo podando otra vez todos los filos que impidieran hacerlo. El problema no fue que lo hicieran sino que no explicaran porqué lo hacían: los socialismos de fines del siglo 19 y los de la última parte del siglo 20 eran cosas distintas. Fue en aquel contexto que se precisaron los parámetros del Betances Alacán que conocen muchos hoy. La Segunda Guerra Fría (1980-1989) nos dejó un prototipo del rebelde al estilo de 1968 que persiste todavía en numerosos observadores.

Ese Betances polimorfo y polisémico inventado una y otra vez por las elites políticas e intelectuales y con escaso arraigo en el pueblo común se estancó tras el fin de la Guerra Fría. Su vida y personalidad, su discursividad y su proyecto revolucionario, salvo contadas excepciones, no llamó mucho la atención de la nueva historia social o la historiografía materialista de las décadas del 1970 al 1990. Tampoco conmovió la de los postmodernistas del 1990 al 2005.

El interés en el siglo 19 de la llamada nueva historia, se concentró en ciertos personajes colectivos sobre la base de la presunción teóricas de que cualquier interés en las individualidades era un pecado de la historiografía tradicional o pequeño burguesa. Para algunos las luchas nacionales y las de clase eran excluyentes. Betances, había enfrentado esa ortodoxia en París a fines del siglo 19 cuando su separatismo era excluido por las izquierdas francesas. Para otros no resultó difícil convertirlo en un icono de otras izquierdas. La riqueza alegórica de ello no tiene precio.

De otra parte, las aproximaciones lingüísticas, conceptuales culturales de los llamados posmodernistas y del giro lingüístico, olvidaron el universo del siglo 19. La arquitectura de la primera modernidad puertorriqueña y sus protagonistas, fracasados o triunfantes, no llamaba su atención. Ni siquiera, otra vez salvo contadas excepciones, evitaron el análisis de la discursividad de los diversos Betances y no mostraron interés en el estudio de la representación de sus imágenes.   ¿Es posible otro Betances en el siglo 21? Siempre lo será. ¿Podemos imaginarlo? La historiografía sería una disciplina por completo inútil si se dijera lo contrario. También es posible imaginar, mi selección es política,  otro Luis Muñoz Marín otro Pedro Albizu Campos u otro José Celso Barbosa. Menos encono y halago infundado siempre vienen bien. En ninguno de estos casos la reinvención debería interpretarse como una invitación la tolerancia liberal vulgar de la diferencia: aquella figuras representaron posturas en muchos sentidos antinómicas. Pero la representación que se construyó de cada uno de ellos durante el siglo 20 tiene poco que decirle a quienes los enfrentan en el siglo 21. El reto es a que se imaginen otros Betances, los posibles y los imposibles. Los menos que ganaremos será el goce de volver a pensarlo una vez más.

Publicado originalmente en Claridad-En Rojo el 12 de abril de 2023.

noviembre 21, 2021

Otros Betances: heterodoxias, espiritismo y modernidad

  • Mario R. Cancel Sepúlveda

Ramón E. Betances Alacán fue un pensador permeable y abierto a los reclamos de su tiempo. El estudio de una muestra de su escritura creativa, como se ha demostrado, ratifica que siempre estuvo dispuesto a apropiar y amoldar las innovaciones y los atrevimientos de la discursividad del siglo 19 a sus necesidades concretas. La heterogeneidad de los contenidos del proyecto modernizador decimonónico estimuló un experimentalismo que, en buenas manos, abrió paso al cuestionamiento de la certidumbre que emanaba de una visión de la realidad asumida como estructurada, racional y razonable.

Para un hombre de ciencia del siglo 19, la intuición debía ser cosa del pasado. Aquel fue el gran momento del Positivismo y el Krausopositivismo, sistemas que tanto influyeron a un importante sector de la intelectualidad puertorriqueña. Ese no fue el caso del Betances. Su actitud convergía con la de un pensador de vanguardia dispuesto a cuestionar las conformidades, actitud seminal para la futura crítica a la modernidad. Su reto a los convencionalismos se expresó con diafanidad en su trabajo como científico, médico, cirujano y farmacólogo. Sin embargo, también se hizo patente en su labor como pensador político, estratega revolucionario y escritor creativo. La amplia cultura humanística y científica que poseía Betances abonaba en esa dirección. La predisposición juiciosa para comprender, apropiar y reformular el cambio revolucionario que experimentó el siglo 19 representó, sin duda, la expresión más radical de su modernidad. Las circunstancias que vivió, una biografía llena de tropiezos y errancias, así lo justifican.

El asunto no se limitaba al capital cultural que poseía Betances. Todo sugiere que desde la coyuntura de 1859 cuando pierde a su prometida, conservó una estampa algo insólita según lo señalado por Brau Asencio. El emigrado cubano Orestes Ferrara Marino (1876-1992), en una reflexión publicada en 1941 y quien conoció a Betances en la vejez, lo señalaba como un revolucionario “fuera de tiempo” y hasta un poco “estrafalario”. La impresión de Ferrara podría ser explicada por la distancia generacional propia de un joven cubano de fin de siglo conociendo a un venerable anciano de la promoción del 1868. Además, los testimonios de la irascibilidad de Betances ante quien se le acercaba son numerosos. Pero lo cierto es que el asunto parece ser más complicado y, en cierto modo, la expresión reflejaba la incomodidad que producía Betances en un sector de la emigración cubana, problema que nunca se ha difundido con propiedad por consideraciones políticas pertinentes al mito del antillanismo transparente que pueda servir a una causa común.[1]

¿Qué hacer ante la muerte de la amada?

Betances reconocía que los engaños de lo que se presumía como real eran numerosos: la realidad excedía la racionalidad. Para llamar la atención en torno a esas trampas recurrió a la evasión calculada y juiciosa. La sátira acrimoniosa del celebrado orden burgués presente en su relato en torno a los “compontes”, o la ingesta de Vin Mariani en busca de pararealidades sugerentes son dos ejemplos de ello. Su voluntad experimental adquirió en ciertas ocasiones un tono más íntimo o personal.

En el contexto del duelo por la muerte de su sobrina y prometida, María del Carmen Henry Betances su imaginación se exacerbó: el Betances romántico se dibuja con precisión en el relato “La Virgen de Borinquen”[2]. La retórica del texto demuestra que el escritor se sintió atraído por los planteamientos del espiritismo científico. La confrontación con la muerte de la prometida en un texto firmado en “Charenton, Viernes Santo,22 de abril de 18… a medianoche” en una fecha emblemática para un ideólogo secular hijo de masones, lo angustió en extremo según se desprende de la colección titulada Epistolario íntimo. No se trataba simplemente de la prometida: aquella era la hija de su hermana Clara y de Justin Henry.

Ese tipo de búsquedas más allá de la materialidad no debe extrañar a nadie. Betances no se encontraba solo en el territorio de las pasiones espiritistas: en el contexto europeo figuras como Charles Dickens (1812-1870), Víctor Hugo (1802-1885), Charles Baudelaire (1821-1867), entre otros, también se sintieron atraídos por aquel problema filosófico por una diversidad de razones. En el contexto puertorriqueño ocurre un fenómeno similar. Tapia y Rivera, pensador reflexivo y creativo de gran talento, fue un espiritista activo y elaboró una rica narrativa que hoy se identifica con la tradición de lo fantástico alrededor de ese sistema de pensamiento. Lola Rodríguez de Tió (1843-1924), poeta, maestra y empresaria, se interesó en la comunicación con los espíritus y el espiritualismo en general tras la muerte de su esposo, el empresario Bonocio Tió Segarra (1839-1905). Su apenas investigada relación epistolar con dos importantes ideólogos del republicanismo puertorriqueño, Francisco Mariano Quiñones (1830-1908) y Federico Degetau González (1862-1914), ofrece una serie de valiosos detalles al respecto. Después de todo el Espiritismo Científico no era otra cosa que una impugnación al clericalismo dominante y una propuesta que teóricamente se comprometía con el ideal del progreso más allá de lo material: el progreso espiritual.[3] Las implicaciones de una afirmación de aquella naturaleza son diversas: la condición moderna nunca fue un fenómeno unidireccional u homogéneo reductible a un programa único.

Durante las décadas de 1850 a 1870, cuando Betances conoce y apropia la cultura gala, las figuras de Hippolyte-Léon Denizard Rivail (1804-1869) mejor conocido como Allan Kardec, Nicolas Camilo Flammarion (1842-1925) y León Denis (1846-1927) difusor y continuador del proyecto de Kardec, elaboraron un discurso fundamentado en el reconocimiento de las limitaciones de la Ciencia Positiva para explicar lo inmaterial o lo espiritual. Se trata de un tema de discusión apropiado para bohemios en el ambiente de los cafés y los clubes. Aquel saber, en el caso de Kardec estuvo muy influido por las posturas del pedagogo suizo Johann Heinrich Pestalozzi (1726-1827). Los lazos entre Espiritismo Científico y pedagogía moderna fueron notables en otras personalidades vinculadas a ese tipo de reflexión como es el caso del abogado liberal reformista isabelino Manuel Corchado Juarbe (1840-1884) quien insistió en crear una cátedra universitaria de espiritismo accesible a las clases acomodadas.

Tomado de Carmen Ana Romeu Toro, Espiritismo, transformación y compromiso social (2015)

El espiritismo fue explicado ocasionalmente como la experimentación con la “pluralidad de los mundos habitados”, una frase acuñada por Flammarion, astrónomo popularizador de esa materia quien estuvo vinculado al consorcio editorial Groupe Flammarion fundado en 1875 por su hermano Ernest. La relación de Betances con el espiritismo parece haber tenido raíces más remotas ligadas a los modelos literarios utilizados por el médico y escritor en su obra literaria. El narrador bostoniano Edgar Allan Poe quien (1809-1849), quien aparenta ser una lectura habitual de Betances, se había aficionado a las actividades paranormales ejecutadas por las hermanas Leah, Catherine y Margaret Fox en Nueva York, como tantos otros intelectuales de vanguardia de su tiempo.

El romanticismo literario impregnado del imaginario gótico fue una reacción imputada como nostálgica ante el racionalismo exagerado y el presunto materialismo de un discurso cultural burgués, el cual aspiraba a volcarse sobre la realidad material o sensorial. Por ello, en alguna medida, representó una de las primeras expresiones de resistencia a aquel pilar de la cultura occidental. Que Betances conoció la obra de Poe antes del 1859 es obvio. Debió leerlo en francés, lengua a la que fue traducido antes que al castellano, pero el laberinto de su correspondencia conocida, siempre lleno de información sorprendente, dice poco al efecto. Si bien es posible saber cuándo leyó a Don Quijote o a Auguste Comte y cuáles fueron sus impresiones de lectura, la carencia de fuentes escritas de la época formativa me impide calcular una fecha. Un estudio de las ediciones Poe en francés podría arrojar luz respecto al tema.

En el relato citado “La Virgen de Borinquen” (1859), el deceso de su sobrina y prometida Lita le planteó el problema de la relación entre la vida y la muerte, una pregunta clave del Vitalismo Científico que había animado a sus maestros de medicina y cirugía en su etapa formativa. Aquel era un sistema interpretativo que exploraba la naturaleza de los organismos vivos e intentaba aclarar lo que distinguía un organismo vivo de otro que no lo estaba. Marie François Xavier Bichat (1771-1802), fisiólogo y anatomista francés, fue uno de sus pilares y siempre insistió en la necesidad de que la vida y lo orgánico fuesen estudiados con “un lenguaje diferente” al utilizado por la ciencia natural de su tiempo.[4] Explicar la diferencia entre la vida y la muerte, sin reconocer lo profundo de la fosa entre uno y otro estado o mundo habitado, parece ser un problema fundamental de la reflexión mortuoria betanciana sobre la amada Lita. En su caso el científico y el espiritista se tocaban con sutileza porque, después de todo, aquella frontera tan relevante al Vitalismo Científico estaba presente en toda su crudeza en el cadáver de la prometida.

En el tenso relato de Betances el personaje del “loco suicida”, figura literaria imposible de separar del Betances doliente, se aproxima al espiritismo a la luz de las enseñanzas de Kardec. El libro de los espíritus, pieza clave de la arquitectura ideológica de aquella teoría, acababa de ser publicado en 1857 con algún éxito. El relato de Betances emborronaba la frontera entre la vida y la muerte con el propósito de posibilitar la comunicación entre el acá y el allá. Las pistas ofrecidas sobre este asunto en la narración aludida son numerosas: el doliente, asegura, “se dedicará, como yo, al estudio de las ciencias que revelan los mundos del más allá”[5],  para luego insistir en que “todavía debo estudiar ciencias desconocidas y descubrir el mundo que ELLA habita”[6]. El uso de mayúscula al referirse a Lita, magnifica y deifica la imagen de la joven.

La actitud de Betances ante la muerte de la sobrina según se materializa en el Epistolario íntimo y su leyenda mayagüezana recogida por Brau Asencio, presenta a un doliente ansioso por transformarse en un médium capaz de mantener una comunicación activa con la muerta. El lector se topa con una situación confusa y contradictoria en el cual las metáforas espiritistas de fuerte contenido religioso se reiteran. La referencia a Lita como un “espíritu de luz”, “santa” o “ángel” que significa o traduce a la “Patria” es una de ellas. La voz del revolucionario secular, anticlerical y sarcástico que se manifestará en una parte significativa de su narrativa, correspondencia y proclamas, no está por ninguna parte.

La fijación extrema de Betances con los ojos de la chica, los cuáles resultan imposibles de reproducir en toda su vitalidad en una estatuilla de terracota o de mármol que pide que elaboren recuerdan, por otro lado, la manía de Poe con ese lugar del rostro que muchos espiritistas consideraban el punto de acceso o el espejo del alma.  En el caso de Betances, la compulsión con los ojos de Lita radicaliza su encono. A pesar de la arquitectura precisa de la imagen de terracota o de mármol preparada por el artista, nada sugiere la vida tanto como los ojos: sin ellos falta el elán o impulso vital, concepto central del Vitalismo a la hora de explicar la diferencia entre lo vivo y lo no vivo.

Desde una perspectiva cultural, la crisis temprana de los valores occidentales en el marco del desarrollo del capitalismo condujo a algunos observadores críticos por el camino del pensamiento de la crítica social antisistémica, es decir, las diversas formas del anarquismo y el socialismo. A otros, de la mano del secularismo radical, los llevó por el sendero de los sistemas ideo-religiosos alternativos como es el caso del Espiritismo Científico, la Teosofía y la Antroposofía.  En Betances ambos extremos se encuentran. Si ante la muerte de Lita recurre al espiritismo y coquetea con la idea del suicidio, al final de su vida se acercó con meditada diplomacia a los movimiento socialista y anarquista francés recabando apoyo para la causa de la separación de las Antillas de España. Todo lo que cuestionase un orden internacional injusto poseía alguna utilidad para este pensador revolucionario atormentado y pasional.

La historia de los puntos de contacto de Betances con el espiritismo todavía está escribirse. En 1921 se había fundado en Aguadilla un “Club de Estudios Psicológicos Ramón Emeterio Betances”; y en 1972 existía una “Cátedra Ciudadana Ramón Emeterio Betances en Carolina. La primera estaba asociada al espiritismo kardeciano y la segunda a la tradición trincadista argentina tan cercana al Anarquismo Pacifista vinculado a Lev Tolstoi (1828-1910) que tanto influyó el pensamiento social y la praxis política de Rosendo Matienzo Cintrón (1855-1913). Betances seguía presente en la tradición que había tocado en medio de su crisis de 1858.[7]

Las búsquedas de Betances en “La Virgen de Borinquen” no se limitan al orbe del Espiritismo Científico. El mundo de la magia también le atrajo de modo intenso en aquel momento difícil. Pero ese asunto requiere una reflexión aparte.


[1] El mejor recurso para comprender el tema es el volumen de Paul Estrade (2001) Solidaridad con Cuba Libre, 1895-1898: la impresionante labor del Dr. Betances en París. San Juan: EDUPR: 183-195

[2] El texto puede ser consultado en Ada Suárez Díaz (1981) La virgen de Borinquen y Epistolario íntimo. San Juan: Instituto de Cultura Puertorriqueña: 2-11; y en Félix Ojeda Reyes y Paul Estrade (2008). Una versión digital proveniente de Suárez Díaz puede ser descargada en  “La virgen de Borinquen” (1859).

[3] He trabajado este tema a la luz de Quiñones en Mario R. Cancel (2003) “De Kalila a la literatura nacional…” en Anti-figuraciones: bocetos puertorriqueños. San Juan / Santo Domingo: Isla Negra: 60-84.

[4] Sobre este asunto recomiendo en versión descargable el artículo de Francisco X. Veray (1980) “Betances, el médico” en Ramón Emeterio Betances. San Juan: Casa Nacional de la Cultura / Instituto de Cultura Puertorriqueña: 27-37.

[5] A. Suárez Díaz, Op.Cit.: 7.

[6] Ibid.: 11.

[7] Sobre este asunto véase a Carmen Ana Romeu Toro (2015) Espiritismo, transformación y compromiso social. San Juan: Gaviota: 157-166, y Mario R. Cancel Sepúlveda (27 de junio de 2015) “El espiritismo en la historiografía puertorriqueña y un libro de Carmen Romeu” en Puerto Rico entre siglos: Historiografía y cultura Sobre las negociaciones, no siempre productivas con las izquierdas en favor de la causa antillana y las contradicciones entre independentistas y anexionistas se puede consultar a P. Estrade, Op. Cit.: 261-288.

abril 24, 2015

Betances y Puerto Rico en el momento del auge del autonomismo (1880-1889). Segunda parte.

  • Mario R. Cancel Sepúlveda
  • Escritor e historiador

Liberales y autonomistas ante el asunto de la revolución

La incomunicación entre los liberales reformistas y los autonomistas con los separatistas  tenía que ver con que aquellos hacían una evaluación más moderada de España y mostraban más tolerancia para con sus políticas autoritarias. Su argumento era que una cosa era rechazar la opresión hispana manifiesta en los gobernadores Sanz, Palacio o Ruiz Dana, pero ello no tenía que interpretarse como un rechazo a la hispanidad. Aquellos sectores se habían hecho a la idea de que   España era una “Madre Patria” modelo de civilización, y no una “Madrastra Patria” ejemplo de barbarie como en varias ocasiones aseguró Betances. Manifestaban además un optimismo político que resultaba incomprensible para los separatistas. Confiaban en la posibilidad de que un cambio en España, ya fuese hacia una Monarquía Limitada o la República, implicaría beneficios políticos y económicos para Puerto Rico que, por lo regular, se identificaban con el derecho a enviar Diputados a Cortes, una Diputación Provincial más abierta, Ayuntamientos electivos y hasta una  reducción de tasas aduaneras en beneficio de algún sector del capital colonial.

Ramón E. Betances Alacán

Ramón E. Betances Alacán

Estaban de acuerdo con los separatistas en que el destino de Puerto Rico estaba atado al de Cuba y reconocía que,  si España cambiaba la relación con aquella, también  cambiaría la relación con nosotros. Por lo regular aceptaban que los espacios de participación dentro de la colonia ofrecían alternativas reales para el cambio los cuales había que aprovechar. Sólo avanzada la década de 1880, el boycott, el ostracismo y la exclusión, comenzaron a imponerse en un segmento de aquel sector ideológico. Lo cierto es que liberales reformistas y autonomistas eran abiertamente antiseparatistas y usaban argumentos análogos a los de los conservadores, integristas e incondicionales para enfrentar al adversario común.

Varios eventos  ocurridos a mediados de la década de 1880 alentaban aquel optimismo. Se trata de tres fechas clave. La primera, 1884, cuando se legalizó la discusión pública del autonomismo por medio de una decisión del Tribunal Supremo del Reino. La segunda, 1886, cuando se celebró la Junta o Asamblea de Aibonito de 1886 en la cual se discutieron los efectos de la Gran Depresión (1873-1896) en la colonia. Y la tercera, 1887, cuando se celebró la Asamblea de Ponce que terminó con la  fundación del Partido Autonomista Puertorriqueño con un programa moderado que rescataba la asimilación como pre-requisito de una autonomía administrativa poco exigente.

La experiencia de 1887 ligada a la “Sociedad del Boicot” parece sugerir que la idea de la “revolución” tal y  como la había pensado Betances entre 1856 y1875, había sido dejada atrás.El boycott, ostracismo o exclusión que se impuso como táctica, apelaba a la tradición irlandesa de Charles Cunningham Boycott (1880) en su lucha contra los ingleses. A pesar de que ese fue el referente inmediato de la práctica, también poseía tenía antecedentes estadounidenses, manifiestos en el boicot a la Ley del Sello (1765) o al te chino (1773).

El Epistolario histórico de Félix Tió Malaret, editado por René Jiménez Malaret, y algunos testimonios de Román Baldorioty de Castro, han confirmado la voluntad  no-violenta y el carácter de resistencia pasiva que los autonomistas y separatistas comprometidos imprimieron a aquel activismo. Como táctica para combatir un régimen injusto, el boycott era más afín a la praxis del Anarquismo Individualista o Pacifista que al separatismo decimonónico en general. La resistencia pasiva, como se sabe, tuvo sus teóricos en figura como William Harvey (EU)  y Lev Tolstoi (Imperio Ruso) durante uno de los peores momentos de la Gran Depresión (1873-1896) del capitalismo internacional.

La discursividad del boycott tenía un fuerte contenido social y estaba lejos de la apelación romántica a una libertad que se interpretaba como una promesa o un destino de la Historia y que favorecía un peculiar culto a la guerra como escenario para la formación de hombres dignos. Pero no se puede pasar por alto que igual que el separatismo independentistas y confederacionista (y luego el nacionalismo),  el boycott aplanaba los intereses económicos de los colonos identificándolos con los del capital agrario y comercial puertorriqueño. El lenguaje del boycott adelantaba actitudes populistas capaces de vincular a los productores directos al capital, pero no resolvía su situación de explotación o sumisión al capital. El burgués revolucionario tuvo en aquel momento un signo interesante en la figura de José Tomás Silva, empresario y dueño de la “Casa Silva” ubicada en  Aguadilla.

Un problema historiográfico irresuelto es que el memorialista citado, Tió Malaret, y su más meticuloso intérprete, Germán Delgado Pasapera,  insistieron en que la finalidad última del boycott era la independencia. Pero el argumento no se sostiene sino sobre la base de la impresión de uno y otro. La propuesta les sirve a ambos les sirve para explicar que, por causa de ese fin estratégico y por el uso esporádico de la fuerza a que indujo el mismo, se pudo justificar el ciclo represivo de los “Componentes” o los “Compontes”.

 

Betances y los autonomistas

Para Betances los liberales reformistas y los autonomistas eran personas ilusorias y contemporizadoras. En París, conoció de los  “Componentes” o “Compontes” y apoyó a las víctimas. Su postura se expresa con diafanidad en el relato satírico  “Viajes de Escaldado” (1888). Pero además de ello, usó políticamente aquel acto represivo para validar su programa de 1867 (Carta a Ramón Marín, 5 junio 1888) y reclamar la radicalización a los autonomistas en favor de la separación. No se expresó sobre la táctica del  boycott ni sobre la violencia desatada tras la salida de Romualdo Palacio del país y que Delgado Pasapera denominó  el  “Contracomponte”, represalia que el liderato del Partido Autonomista Puertorriqueño no respaldó. Según este autor, Betances evaluaba el autonomismo por su liderato moderado y no veía la disposición de la base partisana para la radicalización y el cambio. Desde mi punto de vista, no la podía ver y sólo contaba con las expresiones del liderato moderado para evaluar el autonomismo. Por otro lado, la disposición de la base partisana tampoco demostró se mucha en ningún momento.

El juicio de  Betances sobre el autonomismo es demoledor. En una carta a Máximo Gómez  (1 enero 1888) en respuesta a una conjura que se iniciaba en Panamá como respuesta a los “Compontes”, afirmaba estar “…cansado…de esperar algún acto de vigor de parte de mis compatriotas…”. El pesimismo lo invadía: “…no espero nada ni en una ni en otra colonia. Los autonomistas han matado la revolución…” Betances desconfiaba  lo mismo de los autonomistas cubanos que de los puertorriqueños. Lamentaba en especial la situación puertorriqueña donde, “…más que en Cuba se han conformado con el papel de autonomista; y no ve usted en ningún punto asomar la idea de apelar a la fuerza”. El argumento se transformó en una condena de la no-violencia y la “pasividad” que imperaba en la clase política colonial. Enfáticamente afirmaba que aquellos se limitaban a  “predicar paciencia y legalidad (…) creyendo que el país ha de seguir pacíficamente los destinos de Cuba”.

Carta a Ramón Marín (5 junio 1888), refirió al corresponsal la lectura de  “Viajes de Escaldado”. No le parecía suficiente  la destitución fulminante de Palacio y dudaba que su salida “corrija muchos de los abusos que por allá se cometen”. Para Betances “¡No hay, no hay…esperanza!” en la posibilidad de un cambio. Teóricamente se encontraba muy lejos de la percepción dominante entre liberales reformistas y autonomistas. Para Betances España significaba la barbarie y  “mientras más se aparten de España nuestros países, más se acercarán a la civilización” que, por cierto, parece identificar con Europa. Su tesis era la misma de la década de 1860: la libertad “no se consigue sino por la fuerza”, y la actitud del autonomismo equivale a “la sumisión llevada hasta el heroísmo”. La tesis de Betances es que el país ha adoptado la postura de “que la revolución debe de cederle el paso a la evolución”. A pesar de su duro juicio sobre la moderación de aquellos ideólogos, se sentía en posición de sugerirles que alterasen sus posturas al sugerirle a Marín que  “no aconsejen, pues, para el porvenir tanta mansedumbre y formen corazones varoniles…”. Todavía, la experiencia del Sexenio Liberal estaba muy cerca, miraba hacia los republicanos españoles con esperanza y veladamente sugería que sólo una España Republicana podría hacer algo a favor de la libertad de Puerto Rico

Por último, en una carta a Lola Rodríguez (14 agosto 1889) vuelve a pasar revista sobre ciertos liberales reformistas y autonomistas. El reclamo vuelve a ser moral: “¡Carácter! ¡Quién nos dará carácter!”. Igual que los liberales reformistas y autonomistas culpan al separatismo de sus fracasos políticos, Betances devuelve la acusación: “…se me va la pluma cuando sueño en todo el mal -yo sólo lo sé- que han hecho al país los reformistas, autonomistas y asimilistas. No en vano sostiene Moltke que la guerra ennoblece al hombre.” Las posibilidades de un frente común entre ambos bloques eran nulas en 1889. Las formas en que ambos bandos interpretaba la situación y las posibilidades futuras de Puerto Rico se contradecían.

 

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