Puerto Rico entre siglos: Historiografía y cultura

septiembre 26, 2019

La Insurrección de Lares en la memoria de Ramón E. Betances Alacán

  • Mario R. Cancel Sepúlveda
  • Historiador

Los recuerdos del 1868 ocuparon esporádicamente la memoria de Ramón E. Betances Alacán durante 30 años y, por cierto, siempre fueron un pretexto valioso a la hora de formular una idea para teorizar la revolución ante los sucesos entre el 1895 y el 1898. Los comentarios dispersos a lo largo de su correspondencia política indican que reconocía el valor potencial de que se reconociese cierta  continuidad entre una y otra experiencia. En términos generales no se equivocaba. Los componentes principales y los extremos ideológicos seguían siendo los mismos. Además un fragmento del liderato más significativo de los procesos del 1868 seguía vivo y esperaba que se contara con ellos para la nueva fase revolucionaria. Pero también era innegable que, al paso de los años, algunos de los actores habían cambiado de posición en el juego.

En el caso particular de Puerto Rico y Cuba, el autonomismo y el anexionismo a Estados Unidos habían ganado una relevancia extraordinaria por lo que las posibles alianzas con elementos de aquellos sectores a la hora de la separación debían ser trabajadas con sumo cuidado. Las  relaciones entre los separatistas independentistas y los anexionistas habían generado disputas en 1868 y 1869, antes y después de Lares, y nadie quería que ello se convirtiera en un freno para las aspiraciones separatistas. Pero el conflicto entre Estados Unidos y España, que también había sido un componente del 1868, había un tomado un giro extremo por cuenta de la guerra en Cuba que, como se sabe, se usó para justificar una intervención directa de Estados Unidos, hecho que acabó por marcar el futuro de las islas tras el conflicto de 1898. La disposición de los anexionistas cubanos, mucho mejor organizados que los puertorriqueños a fines del siglo 19, para disentir de los independentistas, era mucho más notable a fines de la década de 1890 que a fines de la de 1860. Es posible que el balance de fuerzas entre ambos extremos hubiese cambiado a lo largo de aquellos 30 años.

Betances Alacán veía la Insurrección de Lares como el resultado de un largo proceso de intenso trabajo político. La correspondencia que mantuvo en 1896 con Eugenio María de Hostos Bonilla y José Julio Henna Pérez, dos de sus más cercanos colaboradores, tornaba al asunto del 1868 una y otra vez. Se trata de dos corresponsales únicos identificado el primero, con el independentismo y el confederacionismo; y el segundo, con el anexionismo. En una nota a Hostos Bonilla en noviembre de 1896 afirmaba que “la intentona de Lares me costó doce años de preparación (1856-1868), y a eso se debió que Rojas se sublevara en Lares y que Sandalio Delgado tuviese un verdadero ejército (10,000 hombres me decía él-póngale 3,000) en Cabo Rojo, donde tanto me querían”[1]. Y a Henna Pérez le insistía en que “desde antes del ’65 (José Francisco) Basora y yo teníamos la isla agitada”[2] , que la población había sido inundada de papeles revolucionarios y que habían sido capaces de introducir armas al territorio por lo que Puerto Rico estaba listo para la revolución[3]. Una de las situaciones que lamentaba era que, al momento del levantamiento que se había dado “sin darme aviso,”[4] se encontraba en Curazao preparando un embarque de armas y que cuando se disponía a dirigirse a Puerto Rico “ya se había concluido todo”[5]. A Henna Pérez le revelaba que cuando llevó el cargamento de armas “compradas por mí y con mi dinero”[6] a Santo Domingo, las confiscó el presidente Buenaventura Báez.

Betances Alacán estaba convencido de que en 1868 lo habían dejado prácticamente solo con la tarea y, de hecho, al único conspirador al cual alude en ese momento es a Basora, anexionista al igual que Henna Pérez[7]. En otra nota a Henna Pérez firmada en julio de 1897 reconocía la falta de apoyo interno a su causa y llegó al extremo de decir que “me desespera el ver a mis paisanos tan indiferentes y hasta dichosos de vivir en el oprobio con tal de vivir”[8]. Para reforzar el argumento de que le habían abandonado recordaba que en 1868 había enviado una proclama a los “ricos” de la colonia, sector del cual esperaba el sostén financiero que se resistían a brindar. En la proclama aludida apelaba al núcleo de sus temores y sus prejuicios más ominosos amenazándolos con el fantasma de la revolución racial y social con el fin de convencerlos de colaborar: “Hagamos la revolución; -decía- pues si no puedo hacerla con ustedes (los ricos), la haré con los jíbaros; y si los jíbaros no quieren la haré con los negros”[9]. La clase criolla adinerada no se conmovió ante su petición de respaldo en 1868, hecho que volvió a repetirse en 1897. Los comentarios anotados demuestran que ni siquiera la aprensión o el escrúpulo que tenían los ricos ante los sectores del abajo social los sacudía lo suficiente como para tomarse el riesgo. Aunque no pudo persuadir, salvo contadas excepciones, a los “ricos”, Betances Alacán siempre fue muy cuidadoso a la hora de concebir el separatismo como una causa común de independentistas confederacionistas y anexionistas, alianza de que dependían las posibilidades de triunfo de su proyecto.

La derrota de Lares, otro asunto que debía explicarse a la hora de recuperar la memoria de aquel evento, la atribuía en otra carta a Sotero Figueroa Fernández al adelanto de la fecha del golpe que, planeado para el 29 de septiembre en Camuy, había sido ejecutado en Lares el 23. Factores fuera de su control habían forzado la decisión. Su lógica era que si “no hubieran tenido los patriotas que precipitar el desenlace de la conspiración”[10] el resultado hubiese sido distinto. Recordar esos detalles le mortificaba: “no me haga usted recordar tantos dolores ¡tantos!”[11]. Todas sus observaciones historiográficas y táctico-estratégicas se apoyaban en su condición de participante de los eventos y adoptaban un tono testimonial en el cual la furia y la nostalgia convergían.

Lares, en última instancia y a pesar de todo ello, debía ser salvado como un modelo para la revolución por venir. Las alusiones a la experiencia conspirativa concreta son continuas en la correspondencia con Henna Pérez. En una larga carta de noviembre de 1895 sugiere el modelo organizativo y práctico que condujo al levantamiento de 1868 para que se aplicase al proyecto de fin de siglo: “sería importante conocer, en cuatro o cinco puntos de la isla, algún hombre capaz de formar un Comité, cuyos miembros se encargarán de constituir otros alrededor de los primeros”[12], tal y como habían hecho Basora, Segundo Ruiz Belvis y él, entre otros, durante la década de 1860. En ello insistió y en diversas ocasiones recomendó a sus co-conspiradores listas completas de nombres que valdría la pena estudiar minuciosamente desde la perspectiva de su lugar en el espectro político colonial en contraste con lo que él esperaba de ello en medio de la crisis. Las listas de posibles colaboradores contenían no sólo a figuras de independentismo como el médico Manuel Guzmán Rodríguez,[13] y Hostos Bonilla[14], sino también a otros que no lo eran como Manuel Zeno Gandía, Antonio Mattei Lluveras[15], José Celso Barbosa, Luis Sánchez Morales[16], Juan Ramón Ramos, Agustín Stahl, Santiago Veve Calzada, e incluso Luis Muñoz Rivera a quien señalaba como “el que puede dar mejores informes sobre todo el país”[17]. En aquel registro había figuras que se identificaban con el conservadurismo, el autonomismo posibilista y el ortodoxo y, con posterioridad, con el estadoísmo republicano  afín al separatismo anexionista.

Un asunto que hay que tomar en consideración es que Betances Alacán reconocía que el Puerto Rico del 1860 no era el mismo de 1890. El balance de fuerzas, según se ha sugerido,  y las posibilidades revolucionarias diferían. En 1890 por la ausencia de trabajo político intenso, el país no estaba listo para un levantamiento: “allí comienza a agitarse la opinión; pero sería preciso preparar al pueblo como lo estaba en 1868”[18]. La melancolía y el pesimismo lo abrumaban. Desde su punto de vista la separación e independencia seguían siendo una necesidad, pero las condiciones del terreno reducían las posibilidades de éxito de una empresa de aquella envergadura.

La gestión de los amigos de la memoria en especial Figueroa Fernández, cerca de Betances Alacán, resultó productiva. Poco después del intercambio le adelantaba a Luis Caballer Mendoza que, a pesar de lo incompleto de sus archivos -no tenía ejemplares de algunas de su publicaciones, ni fotos suyas en buen número- no perdía la esperanza de “dar a luz mis memorias”[19], promesa que volvió a hacer en un artículo difundido en el periódico cubano Patria[20] pero que nunca cumplió. La curiosidad de Figueroa Fernández lo condujo a producir no solo la referida colección de biografías publicada en 1888, sino también una serie de artículos sobre la Insurrección de Lares difundida en Patria en 1892[21]. En ambos casos el respaldo de un revolucionario cubano de la nueva generación, José Martí Pérez, parece haber sido determinante. El proceso de convertir a Lares en el signo de la identidad nacional del siglo 19 había comenzado.

El asunto no deja de contener una curiosa paradoja. Figueroa Fernández era un mulato muy peculiar con un pasado autonomista. Este pensador marginal no veía la relación de Puerto Rico y España en los mismos términos que los liberales y autonomistas más influyentes de su tiempo a quienes, sin duda, guardaba un especial respeto. Sus publicaciones inauguraron un discurso laudatorio y romántico sobre el separatismo independentista y confederacionista comprometido con la reivindicación de un acto subversivo cuyo significado había sido conscientemente devaluado o negado por la historiografía liberal y autonomista. Su retórica estaba acorde por completo con la queja de Betances Alacán en torno a la actitud de Muñoz Rivera en la carta de 1894: Lares debía ser rescatado del Leteo.

Pero Figueroa Fernández excluía también conscientemente el papel singular que habían cumplido los separatistas anexionistas en aquel proceso, asunto que siempre había sido fundamental para la mirada betancina a pesar de su antianexionismo militante. Es cierto que los separatistas anexionistas se habían enajenado de la conjura que condujo a Lares durante los primeros meses del año 1867 igual que lo habían hecho los liberales reformistas desde mediados de 1867, pero su trabajo en el entramado de la conjura no podía ser puesto en entredicho[22].  Resulta por demás interesante que ningún comentario en cuanto a aquella disputa ideológica saliese a relucir en la investigación del periodista ponceño.  A pesar de que no se podría valorar cuanta penetración tuvieron los escritos de Figueroa en el universo de lectores potenciales de la década de 1890 en Puerto Rico y en el exilio, el tono adoptado por este acabó por reiterarse en la discursividad del nacionalismo puertorriqueño del siglo 20. La idea del “rescate” de la gesta olvidada contenía una queja franca respecto a la omisión voluntaria o no, que se repetía en la discursividad de las  elites intelectuales coloniales no separatistas. Lo mismo puede decirse de la escisión o divorcio de los defensores del independentismo y el anexionismo.

Las tensiones que ocuparon la psiquis insular entre 1897 y 1898 limitaron las posibilidades de desarrollo de una discursividad separatista o independentista sobre su papel en el relato de la nación puertorriqueña. La celebración de la autonomía moderada del 1897, arreglo cuyo valor Betances Alacán censuró hasta el momento de su muerte; y la invasión del 1898 que, desde su punto de vista representaba un obstáculo para la independencia y confederación de las Antillas, impidieron la maduración de un discurso historiográfico sobre el separatismo desde el separatismo que fuese confiable. El hecho de que el relato del siglo 19 fuese posesión de los integristas de tendencias liberales reformistas y autonomistas y que la versión separatista excluyera  la rica colaboración entre separatistas independentistas y confederacionistas y anexionistas explican la situación. Por último, el mismo subdesarrollo de una vida intelectual independiente en el país, en particular la historiografía, no ayudaba mucho, por lo que la imagen de aquella parte del pasado acabó por ser extirpada. Para que el asunto volviera a convertirse en un tema de discusión camino a su maduración habría que esperar algunos años.

Publicado originalmente en 80 Grados-Historia el 13 de septiembre de 2019.

Notas

[1] Félix Ojeda Reyes y Paul Estrade, eds. (2013) Ramón Emeterio Betances. Obras completas. Vol. V.  Escritos políticos. Correspondencia relativa a Puerto Rico (San Juan: Ediciones Puerto): 416.

[2] Ibid.: 343.

[3] Ibid.: 368.

[4] Ibid.: 404.

[5] Ibid.

[6] Ibid.: 418

[7] Ibid.: 419, 421 ambas en notas a Henna.

[8] Ibid.: 455.

[9] Ibid.: 456.

[10] Ibid.: 270-271.

[11] Ibid.: 271 y una variante del asunto en unos fragmentos sueltos en 279-280.

[12] Ibid: 312.

[13] Ibid.: 476.

[14] Ibid.: 523.

[15] Ibid.: 524.

[16] Ibid.: 380.

[17] Ibid.: 396.

[18] Ibid.: 304.

[19] Ibid.: 274.

[20] Ibid.: 280.

[21] Sotero Figueroa (1977)  La verdad de la historia (San Juan: Instituto de Cultura Puertorriqueña) 1977.

[22] Véase Carmelo Rosario Natal (1985) “Betances y los anexionistas, 1850-1870: apuntes sobre un problema” en Revista de Historia 1.2: 113-130.

agosto 6, 2015

Betances Alacán en la imaginación y la memoria: unos apuntes. Primera parte

  • Mario R. Cancel Sepúlveda
  • Historiador y escritor

La fama de Betances Alacán como un activista republicano era bien conocida en su tiempo. Los españoles conocían de la misma desde antes de 1868 y su relación  profesional y personal con Manuel Ruiz Zorrilla (1833-1895) no era un misterio. En 1869, sin llegar a los extremos de ilusión manifestados por Hostos respecto a los fines de la Revolución Gloriosa, reconocía en aquel proceso una experiencia que retaba a la monarquía. De igual modo, en una carta enviada a  Ramón  Marín en 1888 en la cual le comentaba su texto satírico sobre los compontes titulado “Viajes de Escaldado”, le sugería al amigo que sólo la España republicana podría acaso hacer algo por Puerto Rico. La idea de que España no podía dar lo que no tenía estaba asociada a la monarquía decadente y no a la España que podía ser, a la moderna. Betances Alacán era republicano pero no se dejaba seducir por fantasmagorías y era capaz de reconocer la distancia ideológica que le separaba de un español aunque aquel fuese republicano.

Lo mismo podría inferirse de su postura respecto a los republicanos que en 1898 invadieron a Cuba, Filipinas y Puerto Rico. El republicanismo tenía sus grados  y los contextos etnoculturales en los cuáles se desarrollaba lo diversificaban. Un separatista independentista republicano y confederacionista por más señas como él, jamás se llamaría a engaño con el Partido Republicano de Estados Unidos y mucho menos con las aspiraciones imperialistas de su presidente William McKinley (1843-1901).  Aquella era la expresión más acabada del “minotauro”, metáfora que había usado en repetidas ocasiones para referirse al imperialismo. Esa es la diferencia más marcada entre Betances Alacán y, por ejemplo,  José Celso Barbosa (1857-1921) como republicanos. La concepción del progreso y la modernización en uno y otro se asociaban a polos distintos por los contextos culturales en los cuáles cada uno se formó.

Charles Freycinet

Charles Freycinet

La imagen de Betances Alacán en un segmento significativo de la prensa estadounidense de 1898 refirmaba el valor de su republicanismo mientras trataba de atraerlo a su causa. En septiembre de 1898 el periódico The Globe-Republican publicó una interesante columna titulada “Betances may be Cuba’s first president”. Los subtítulos de aquella columna de consumo son suficientes para catalogar la atracción que sentía el público estadounidense  por la figura del rebelde: “Scientist, Philanthropist and Patriot –Bought Children from Bondage Spanish–Spy System Drove Him to Seek Autonomy for all the West Indies”. El científico sacrificado, filántropo y abolicionista perseguido por buscar la autonomía (independencia) de las Indias Occidentales domina la versión. El confederacionista y antianexionista  no están por ninguna parte: no hacen falta. Llamar la atención sobre esta figura más allá en esa dirección hubiese sido contraproducente para las intenciones de la prensa republicana que aspiraba mostrarlo como un aliado de la gesta “libertadora” que en Puerto Rico había comenzado el 25 de julio de 1898.

Según la fuente Betances Alacán es un intelectual europeo y un helenista nativo de Porto Rico que ha sido capaz de convertirse en uno de los mejores oculistas no sólo de Europa sino del mundo, que escribe en Le temps y ha sido amigo personal; de Charles Louis de Saulces de Freycinet (1828-1923) primer ministro republicano oportunista de centro-izquierda, protestante y miembro de la Academia de la Ciencia;  y León Michel Gambetta (1838-1882) también republicano de tendencias democráticas abiertamente anticlerical. Freycinet y Gambetta, como Betances Alacán, recurrieron durante sus gestiones ministeriales en la Francia del siglo 19 al apoyo de las izquierdas socialistas cuando lo consideraron necesario por medio de inteligentes y tolerantes políticas de alianzas. El artículo manufacturaba una gran ilusión para consumo de los lectores estadounidenses de Kansas. El día de la publicación el rebelde antillano agonizaba en medio de numerosas disputas con el liderato del Partido Revolucionario Cubano a tenor del anexionismo manifiesto del mismo. El Directorio Cubano, seducido por anexión a Estados Unidos como garantía de progreso, jamás hubiese admitido al caborrojeño en el puesto. El 16 de septiembre moría el conspirador puertorriqueño en París.

The Globe-Republican era un foro semanal que se publicó en  Dodge City, Kansas entre 1889 y 1910. Se trataba de un periodismo de tendencias republicanas cuyo director era el abogado Daniel M. Frost. De acuerdo con las fuentes, Frost no era el republicano puritano común. Por el contrario, se opuso abiertamente a las campañas “secas” de la era de la prohibición y defendió la causa “mojada” públicamente. Al momento de la divulgación de la columna  aludida estaba a cargo del semanario el empresario Nicholas B. Klaine. Este recorte y otros que he podido ubicar en la prensa de la década de 1890, me indican que el mito de Betances Alacán y su generación era conocido entre diversos sectores de la sociedad estadounidense de aquel momento. Una indagación sobre la presencia de esta y otras  figuras del separatismo puertorriqueño y antillano en la prensa de ese país, aportaría valiosa información sobre qué buscaban y qué encontraban en aquel liderato los grupos de interés que se fijaron en ellos durante los días de la invasión. No hay que olvidar que durante la ocupación Mayagüez como ya he señalado en varias publicaciones, las autoridades militares bautizaron con el nombre de Betances Alacán una de las calles principales de la ciudad produciendo un efecto vinculante entre los invasores y el libertador que la ciudadanía interpretó con beneplácito. Los invasores necesitaban al médico de Cabo Rojo para legitimarse ante una comunidad que lo recordaba a pesar del exilio.

La visibilidad de Betances Alacán en el imaginario liberal y entre la intelectualidad reformista y autonomista puertorriqueña era poca. Los intelectuales liberales reformistas veían el separatismo radical como un peligro, según he apuntado en una columna recientemente. El integrismo de los primeros era incompatible con el separatismo de los segundos. Los lazos de colaboración política entre ambos debían ser frágiles por lo que la cooperación requeriría, si la relación con España estaba en juego, la transformación del reformista en separatista o viceversa, tal y como ocurrió en numerosas ocasiones. Los intelectuales que evolucionaron en la dirección del autonomismo moderado o radical no adoptaron una actitud distinta. En otra columna comentaba como marcaban con cuidado las fronteras del autonomismo y el separatismo confirmando el integrismo de la autonomía e insistían en infantilizar al liderato que condujo a los hechos de Lares. La idea de que la autonomía era un paso hacia la independencia, un absurdo para los separatistas, tomó forma y estructura en el liderato posterior a la invasión por influencia de Luis Muñoz Rivera quien la insufló en José De Diego y Antonio R. Barceló. Esa concepción contradictoria de la autonomía y la independencia tenía mucho que ver con la imagen que unos y otros poseían Estados Unidos, tema que se discutirá en otro momento.

Luis Bonafoux

Luis Bonafoux

Libia M. González en el artículo “Betances y el imaginario nacional en Puerto Rico: 1880-1920” publicado en la colección de Ojeda Reyes y Estrade titulada Pasión por la libertad en el 2000, ya había  señalado que al menos entre los años 1880 y 1898 tanto los intelectuales conservadores como los liberales reformistas y los autonomistas coincidieron en invisibilizar a Betances Alacán como un emblema puertorriqueño. La impresión que da aquella intelectualidad es que incluso cuando miran hacia la Insurrección de Lares la conexión que establecen con el médico exiliado es frágil. Un autonomista de Ponce transformado al separatismo, Sotero Figueroa, cambió el panorama en 1888, momento que en alguna medida inaugura la interpretación y la historiografía separatista sobre la base del liderato incontestable de Betances Alacán y Ruiz Belvis en aquel evento revolucionario. El autor elaboró una versión proceratista romántica por medio de un relato bien articulado en el cual la  lealtad política a Puerto Rico ante España  y la patria martirizada  por aquella eran los protagonistas.

Ambas consideraciones, la ética y el martirologio civil, se impusieron como modelo hasta llegar a marcar cierta mirada separatista, independentista y nacionalista del asunto de Puerto Rico. Sin embargo el relato de Figueroa pasó inadvertido en 1888. En la década de 1890 se podría achacar  a la incomunicación de la intelectualidad separatista con su gente y, después del 1900, es probable que se deba a que el lenguaje del separatismo ya no resultaba funcional bajo la soberanía de Estados Unidos.  Después de 1898 una nueva lealtad a España era posible y se podría poner a resguardo la hispanofobia progresista y antimonárquica de aquella propuesta radical. No se puede pasar por alto que los años que corren entre 1898 y 1920 fueron el escenario de la generación de una hispanofilia  o amor a España lo suficientemente fuerte como para invisibilizar y hacer tolerable el pasado más duro. Betances Alacán no encajaba en el discurso en ciernes porque era antiespañol, republicano radical y anticlerical. Si la hispanofilia debería ser interpretada como un discurso retrógrado o progresista, las opiniones están divididas, es un asunto que habrá que aclarar en otro momento.

Una figura tan visible no podía desaparecer. La memoria de Betances Alacán se afirma en dos hechos: uno cultural y otro cívico. A pesar de la tormenta hispanófila que se cierne sobre el país, en 1901 Luis Bonafoux Quintero (1855-1918) publica su antología Betances con textos en español y en francés. Ese fue el volumen fundacional de la imagen del revolucionario de Cabo Rojo y base de la leyenda betancina. La afinidad de Bonafoux Quintero con el asunto no tenía que ver sólo con las ideas políticas. Bonafoux Quintero se movió ideológicamente cerca del anarquismo y simpatizó con la causa cubana.  La afinidad también se había fraguado sobre la base de que los dos pensadores, por su formación europea y su vida mundana, habían sido duros críticos de la poquedad y la sumisión de la clase criolla puertorriqueña a una hispanidad decadente por lo que habían sido víctimas del desprecio de aquella. La sátira de una comunidad en “El avispero” (1882) de Bonafoux,  y la de  Valeriano Weyler en “La estafa” (1896) de Betances Alacán guardan numerosas similitudes.

Luis_BonafouxAparte de Bonafoux Quintero, el recuerdo  de Betances fue responsabilidad de los invasores y de la intelectualidad separatista anexionista que se integró al nuevo régimen estadounidense porque identificaban en el mismo la garantía de progreso y modernidad a la que habían aspirado a fines del siglo 19. En ese sentido la voz de Julio Henna y, en especial Roberto H. Todd, hizo posible la supervivencia de su mito. Lo más interesante es que quienes echan las bases del imaginario betancino entre 1898 y 1920 no encajan en el discurso hispanófilo o de amor a España que se instituyó como factor dominante en la (re)invención de la identidad puertorriqueña.

El hecho cívico que sella la relación de Betances Alacán con Puerto Rico, por otro lado, fue su suntuoso y emotivo entierro en 1920 en Cabo Rojo. Sus restos y su viuda llegan al país en un momento de inflexión del nacionalismo en el cual los unionistas debaten sobre el futuro del proyecto de independencia y vuelven la vista otra vez hacia la autonomía, ahora denominada self-government. Su inhumación representó la ocasión para reapropiarlo y ajustarlo a un escenario innovador.

mayo 29, 2015

El 1898, la alternativa radical y el apogeo del estadoísmo

  • Mario R. Cancel Sepúlveda
  • Historiador y escritor

El separatismo puertorriqueño del siglo 19 fue un semillero de proyectos innovadores. El anexionismo, el independentismo, y el confederacionismo en todas sus dimensiones culturales, ya fuese hispanizante o pluricultural, surgieron del seno del separatismo. Las interconexiones entre aquellas propuestas fueron numerosas. El separatismo confederacionista, por ejemplo, se propuso la integración de las Antillas a Estados Unidos o a la Gran Colombia. Su interpretación como una forma del anexionismo más allá de la Nación es legítima. Pero la construcción de una confederación soberana no le fue extraña. La necesidad de asegurar la independencia de las pequeñas naciones ante la rapacidad de los imperios Europeo-Americanos, explicaba su disposición a disolver la nacionalidades en un hipernacionalismo nntillano de lógica kantiana.

Los fundamentos del separatismo eran simples: había que apartarse de España a toda costa por el carácter retrógrado de las prácticas políticas, jurídicas y económicas hispanas. La Monarquía representaba la negación del Progreso y la Modernidad. La forma final que tomara la Res Publicae, no era una prioridad, por lo que el asunto de la anexión o la independencia futuras, fuese individual o colectiva, resultaba lesivo para la causa. Las cuestiones de táctica y estrategia estaban sobre la mesa: lo que importaba era la separación. Lo demás podía esperar.

La riqueza ideológica del separatismo, sin embargo, ha sido obscurecida por la insistencia a vincularlo con el independentismo y el nacionalismo, tal y como maduraron en la segunda parte del siglo 19. Se confía más en el testimonio de Ramón E. Betances que en el de Roberto H. Todd, con un cierto maniqueísmo simplificador. Por otro lado, si anexión e independencia eran los extremos ideológicos en disputa, el balance de ambas dentro del separatismo nunca se ha discutido. La idea de que el anexionismo dominó el separatismo puertorriqueño, como ocurrió en ocasiones en la experiencia cubana, sigue siendo una aporía para la interpretación nacionalista, pero no deja de ser una idea tentadora.

En mayo de 1868, el Gobierno Superior Civil de la Isla de Puerto Rico sospechaba que la conjura que se cernía sobre Puerto Rico y Cuba, la que condujo a los gritos de Lares y Yara, buscaba la anexión a Estados Unidos. Se sospechaba que los activistas de Nueva York mantenían un comité en Madrid. El separatismo anexionista de 1868 se nutría del mito de la América Libre joven y poderosa, capaz de retar a la «vieja Europa (…) llevando adelante la célebre doctrina Monroe». Aquellos ideólogos estaban lejos de concebir a Estados Unidos como un imperialismo amenazante. Se sostenía que el futuro de las islas había «sido trazado por la sabia mano de la naturaleza», el Dios de la Ilustración. La imagen de que cierto Destino Manifiesto Antillano se hallaba detrás de la ansiedad anexionista, no resulta excesiva. La anexión era inevitable por dos razones: por su «posición geográfica», y por las «necesidades de la política».

El temor de que «los voraces yankees nos absorverían» (sic) era ridiculizado. La argumentación era terminante: «los que temen la absorción tiemblan ante una quimera forjada por su propia mente». El argumento cultural que esgrimía la oposición no tenía validez alguna para estos teóricos, ante los beneficios políticos y económicos que reportaría. Lo que estaba detrás de la tesis anexionista era la esperanza de que la integración de Puerto Rico y Cuba a Estados Unidos, fuese por el mecanismo que fuese, las liberaría del empantanamiento histórico-social, y las pondría en la ruta del Progreso y la Modernización. Como decía Betances en otro contexto, España no podía dar lo que no tenía. La anexión era la garantía de la libertad, el sueño hegeliano y liberal, incluso si Estados Unidos tuviese que recurrir al vulgar recurso de una compraventa como se propuso bajo la administración de James Buchanan (1857-1861).

1898_1_NY_TimesEn 1903 el intelectual puertorriqueño J. J. Bas publicó el artículo «La Confederación Antillana» en respuesta a unos cuestionamientos del señor Carlos Casanova. Bas era un hostosiano y un confederacionista convencido. Pero el contenido de su confederación tomó otro cariz tras la separación de España. El periodo pos invasión cambió el lenguaje político radicalmente. Para Bas, la unidad de Cuba y Puerto Rico sería la clave de una futura Unión de las Antillas. En ello no difería de Betances o de Hostos. Bas decía que la Confederación era «cosa tan fácil, como que la hacen los Estados Unidos». La ruta de la idea había hecho su periplo: de gestión de los Antillanos, la Confederación había evolucionado a gestión del Congreso y la Presidencia. El acicate de unas Antillas Unidas estaba ligado al hecho de que, en ambos territorios, Estados Unidos había hecho de las suyas, diseñando una relación neocolonial en Cuba, y concretando el tutelaje colonial mediante la Ley Joe Foraker de 1900 en Puerto Rico. Lo mismo en 1868 que en 1903, la culminación del relato liberal -la libertad- se consumaba de modos que contradecían el imaginario romántico de la lucha heroica por la independencia. La libertad se equiparaba a la integración al “otro”.

Un problema de la interpretación de estos asuntos en la historiografía puertorriqueña ha sido que la conveniencia o inconveniencia de un proyecto político como la anexión, se evalúa a la luz de una complicada postura moral. El compromiso de defenderla u oponerse a ella se convierte en una camisa de fuerza. Filosóficamente, se plantea un problema mayor: ¿puede la sujeción de la nación al “otro” leerse como la consecución de la meta de la Libertad? Es cierto que para los anexionistas esa pregunta es fácil de responder. Pero para los independentistas, la idea de la Libertad y la de la anexión son mutuamente excluyentes.

Una (re)visita a la opinión vertida al filo de la invasión del 1898 por los testigos del proceso podría resultar interesante. Prescindir de la postura nacionalista que ve la anexión como una opción retrógrada y reaccionaria, resultaría saludable. La condición de la independencia como signo exclusivo de la idea de la Libertad, limita las posibilidades de interpretación de un proceso complejo que sigue despertando pasiones entre los comentaristas.

La conmoción del 1898 produjo un fenómeno interesante: las voces públicas más visibles de la elite política local favorecieron la anexión y solicitaron la estadidad para el país. La anexión había sido un concepto quefijaba el protagonismo del proceso en Estados Unidos: o nos invaden o nos compran, qué más da. La Estadidad-Statehood o «condición de estado»- traducía la situación a un lenguaje jurídico. No bastaba con ser anexados: la invasión de 1898 lo había hecho, pero la estadidad no estaba en el horizonte. Los anexionistas convencidos como José Celso Barbosa, tuvieron que reconocer que el camino hacia la Libertad no estaría exento de tropiezos.

Un lugar común en la historiografía del 1898, una vez aclarados los nudos de resistencia a los invasores, es reconocer la celebración del hecho una vez consumado. La elite política local alcanzó un tipo peculiar de consenso. Luis Muñoz Rivera y José De Diego, que habían militado en el Partido Unión Autonomista; Barbosa quien dirigió el Partido Autonomista Ortodoxo, se acomodaron de inmediato a la nueva situación. La petición de que se diera a Puerto Rico la «condición de Estado», figuró en el programa del partido Republicano y del Federal. Del mismo modo, el liderato de la Sección de Puerto Rico del Partido Revolucionario Cubano, encabezado por Julio Henna y el señor Todd, coincidieron. Los Separatistas fueron consecuentes con su actitud: ofrecieron su “Plan de Invasión” y un cuerpo paramilitar de apoyo -los Porto Rican Scouts– a los invasores. Incluso, informaron sobre las defensas de España en Puerto Rico en la Oficina del Secretario de la Marina, Theodore Roosevelt, y en julio de 1898, Antonio Mattei Lluveras y Mateo Fajardo Cardona, presionaron para que los exiliados acompañaran a los americanos en la aventura. Como organización la Sección… se comprometió a no solicitar la soberanía tras la invasión. El mismo Betances en una carta escrita a Henna el 16 de abril de 1898, desde su lecho de enfermo en Arcachón, Gironde, llegó a afirmar que «valdría más llegar a formar un estado en la Unión que seguir siendo españoles». En esto no difería nada de los anexionistas de 1868.

La culminación de la anexión con la estadidad disfrutó también del apoyo popular: artesanos y obreros urbanos, los ensoñados herederos de los libertos de 1873, abrazaron con sinceridad el ideal. Numerosos trabajadores diestros y no diestros de la ruralía, mostraron una inusitada confianza en que la democracia americana reconocería sus derechos laborales y restablecería el orden. La clase profesional y una parte de la intelectualidad, confiaron en la promesa de Progreso lanzada por los estadounidenses. Incluso las «fuerzas vivas» de la colonia, los productores de azúcar, café, tabaco y frutas, la vieron como una oportunidad para el crecimiento. Los azucareros pensaron que la nueva soberanía podría sacar a la industria de su larga crisis. Y los caficultores y torrefactores estuvieron contestes en que después de la paces, se abriría el mercado del café en aquella nación. Resulta interesante la plasticidad de los boricuas de entonces. En Ponce los comerciantes medianos y pequeños, intentaron adaptarse con celeridad al cambio y comenzaron a presentar sus ofertas en inglés con el propósito de atraer / seducir al invasor / consumidor. Atribuir estos hechos a la confusión o al arribismo político, resulta insuficiente.

Es cierto: el 1898 significó una cosa para el 1930. Pero el 1898 del 1898 identificó la invasión con el esperado sueño de la modernización. Lo que me parece es que, para los puertorriqueños del 1898, el evento significaba que se cerraban las puertas de la independencia y de la autonomía. Incluso, intelectuales de la talla de Rosendo Matienzo Cintrón y Rafael López Landrón, llegaron a conceptualizar el 1898 como una revolución única porque se trataba de una revolución sin sangre. Pare ellos el 1898 equiparaba y superaba al 1789 francés. En el fondo, ambos pensaban el problema como los anexionistas del siglo 19, y como aquellos y como Betances, manifestaron un vigoroso menosprecio al carácter retrógrado y oscurantista de España.

La impresión que queda al cabo es que la estadidad fue no solo la respuesta colectiva más visible, sino la alternativa radical a la desaparición de la soberanía española en 1898. Aquel era el momento para anexar a Puerto Rico sin la menor resistencia. En ese sentido, la conveniencia de la anexión y la estadidad, y su conexión con el relato liberal, debe ser reevaluada desapasionadamente. Si el Puerto Rico que la reclamaba era masa amorfa o pueblo consciente, es indiferente. Se trata de una consideración que enmascara el hecho de que la imagen de la estadidad en 1898 y hoy, son distintas. La pregunta que queda en el tintero es ¿cuándo la estadidad dejó de ser la alternativa radical? A esa pregunta intentaré responder en otro momento.

Nota: Publicado originalmente en 80 Grados-Historia el 23 de Septiembre de 2011.

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