Puerto Rico entre siglos: Historiografía y cultura

agosto 7, 2017

«Adiós! España”: crónicas de un cambio de soberanía

  • Mario Cancel Sepúlveda
  • Catedrático de Historia

La emoción manifestada por Albert E. Lee Basanta cuando observaba el despliegue de la bandera americana en San Juan en los primeros días de la ocupación llama la atención pero resulta comprensible. En cierto modo él también reconocía que con aquel acto comenzaba una nueva era, lo que eso significase, para su país. Desde mi punto de vista, la solidaridad de este sajón residente criollizado con los invadidos no puede ser puesta en entredicho. La lectura de sus memorias demuestra que aquel evento trascendental le producía sentimientos encontrados. Lo curioso es que el empresario ponceño suprimiese cualquier observación en torno a la ceremonia de traspaso de soberanía y fuera tan solícito en documentar los roces que entre la comunidad sanjuanera y los recién llegados. Su subjetividad ante aquella eventualidad se entiende por el hecho de que el eje de la narración de Lee es su vida, su lugar en el entramado que imagina como historia. Sus emociones son un componente inherente de esa mirada.

Para otros cronistas la situación era distinta. Lo que les interesaba era el giro geopolítico que la situación implicaba y el valor simbólico que conferían a la derrota de un imperio legendario como el español por un imperio adolescente como Estados Unidos. Ese fue el caso del escritor Albert Gardner Robinson (1855-1932) en su breve texto “Adiós! España”. El mismo ocupa el capítulo 16 del libro The Porto-Rico of To-Day. Pen Pictures of the People and the Country, publicado por la editorial Charles Scribner’s Sons, empresa con un largo historial en el mundo de los libros fundada en 1846 por Charles Scribner e Isaac D. Baker la cual, desde 1893, tenía su centro de operaciones en la 5ta Avenida de la ciudad de Nueva York.

La relación de Robinson con Porto Rico se concretó durante la campaña bélica. En 1898 acompañó al General Nelson A. Miles durante la travesía que sucedió al desembarco por Guánica y fungió como cronista de primera línea durante la misma. Luego de los hechos permaneció en la isla varios meses durante los cuales visitó y conversó con numerosos paisanos, itinerario que lo llevó de la costa oeste del país a la capital. Sus observaciones puntillosas e irónicas sobre las localidades de San Germán, Hormigueros y Mayagüez, poseen un interés particular que discutiré en otro momento.

Aparte de esa experiencia directa, su libro se basó en una serie de cartas redactadas para The Evening Post, diario de Nueva York, publicadas entre septiembre y octubre de 1898. El interés de Robinson por los asuntos ultramarinos no se redujo a Porto Rico y su bibliografía posterior incluye temas sobre Filipinas y Cuba. En ese sentido, Robinson era un “experto” en asuntos ultramarinos al cual había que hacerle caso cuando se expresaba sobre estos temas. En términos generales el genuino interés por “conocer” a los “nativos” se unía a esa voluntad burguesa, propia de quien se sabe dueño de algo, de “tasar” las posibilidades materiales del territorio con el fin de ilustrar posibles inversionistas de su país de origen.

 

Un “cambio de soberanía”

Lo que llama mi atención en este momento es otra cosa. Me refiero a la crónica cuidadosa que hizo este autor del acto protocolar del “cambio de soberanía”, concepto que se ha convertido a lo largo del tiempo es uno de los eufemismos más comunes a la hora de mirar el 1898 y evadir la metáfora de la guerra. Robinson parece sugerir que se interprete ese momento a la luz de un significado metafórico trascendental como un “nuevo descubrimiento”. Después de todo, el estandarte español que muchos imaginaban hundió en San Juan Bautista el descubridor en algún lugar de la costa oeste en 1493, desaparecía mientras se izaba la bandera de Estados Unidos en La Fortaleza y otros lugares emblemáticos de la ciudad capital. El meticuloso relato confirma la alegoría del “nuevo comienzo” que los voceros de los invasores aspiraban significase su arribo.

Lo primero que hace Robinson es llamar la atención sobre el escenario. La sobriedad de la fachada de La Fortaleza, una “imposing structure (…) of no impressive style of architecture” se instituye como fondo. La asistencia a un acto de aquella relevancia asombra por lo exiguo de la misma. El registro es preciso: un par de oficiales del ejército y la marina, algunos 6 a 8 civiles, los cónsules extranjeros entre lo cuáles probablemente se encontraba Lee, y un puñado de miembros del gobierno insular muchos de los cuáles habían militado en Unión Autonomista y habían pactado con los invasores. La presencia de los representantes de las elites locales no debe sorprender a nadie. En Mayagüez, como ya aclaré en un artículo publicado en 1998, el autonomista y pensador heterodoxo Santiago R. Palmer quien se merecía toda la confianza de la ciudadanía bajo el dominio español, sirvió de intermediario de buena fe entre la vieja y la nueva soberanía aliviando las tensiones de un proceso que podía producir roces inesperados.

Frente a la antigua estructura capitalina, la banda de 11mo de Infantería junto a dos batallones del mismo, y la Tropa H del 6to de Caballería hicieron acto de presencia. En el balcón del palacio de gobierno se reunieron otros de los protagonistas del acto: los miembros de la Comisión estadounidense que había negociado los términos. Es curioso que Robinson destaque que la Comisión española se ausentó de los actos. Aunque no ofrece una explicación para el desplante, la lectura de su texto sugiere que el orgullo hispano o una inapropiada concepción del honor habían mediado en la decisión. Los reparos vertidos por Martha Blackford en su texto de 1828 a la concepción de la dignidad que dominaba a los españoles, volvían de un modo solapado en la retórica de Robinson. Los españoles no sabían aceptar con dignidad su derrota.

El relato del cronista es limpio y sobrio, distante de cualquier barroquismo o exuberancia.  La arquitectura textual, atada a los procedimientos descriptivos que ralentizan la narración, insiste en la representación de los uniformes de los soldados. Después de todo, el acto que le ocupa es el resultado de una guerra, pequeña y espléndida, pero guerra al fin. Aquella tropa “presented no brilliant spectacle”, es cierto. Parecían poca cosa, puntualiza, pero habían puesto a correr a los huestes hispanas en la región oeste. La campaña del oeste de la cual había sido testigo posee valores contradictorios para los cronistas estadounidenses. En una visita a Hormigueros Robinson se burlaba de las exageraciones de un interlocutor, el conducto anónimo del coche en que viajaba, quien recordaba con pasión el combate de la Bajura en la frontera entre aquel pueblo y Cabo Rojo.

Lo que para la memoria local era un evento fenomenal para Robinson no pasaba de ser una pobre escaramuza. El destino de la batalla de Hormigueros en la mentalidad estadunidense fue muy parecido al de la Insurrección de Lares en la de los liberales reformistas y autonomistas puertorriqueños. Devaluar la resistencia al enemigo parece ser una regla no escrita en la constitución de la memoria en historia en especial cuando la manejan las voces de los vencedores. En el momento en que observa a los opacos y deslucidos soldados yanquis, sin embargo, Robinson apela a aquella experiencia de un modo distinto. La alusión le sirve para resaltar la superioridad y la moderación ante el triunfo las huestes invasoras, por anteposición a la falta de dignidad de los españoles quienes no son capaces de aceptar su derrota. Cuando el lector evalúa esa situación y recuerda que la Comisión española se ausentó de los actos, el efecto se completa.

La lentificación del relato es un recurso que Robinson utiliza para mantener la sensación de suspenso o tensión que el episodio merece. Los actos que narra y describe suceden poco antes de las 12 del mediodía del 18 de octubre, cuando se formalizará el cambio de soberanía, la marca de un “antes” y un “después” definitivos. En breve tiempo las campanas de la vieja Catedral y las del Ayuntamiento de la ciudad marcarían las 12 y con ello el “nuevo comienzo”. Aquellos acordes se combinaron, con un cañonazo disparado desde el castillo de San Felipe del Morro por el Mayor Day del 5to de Artillería. Selden A. Day, como tantos otros, había estado activo en la Guerra Civil y había ganado el rango de Mayor en mayo de 1898 cuando ya el conflicto hispano estadounidense había comenzado. Ambos “ruidos”, no eran nada más que eso, sirvieron de preámbulo a los acordes de “The Star-Spangled Banner” mientras la “Stars and Stripes” ascendía con calculada parsimonia por un mastelero o asta ubicado en el tope del palacio de gobierno. Cuando los pocos soldados presentes rugieron su presencia, “…the ceremony is over”. En menos de una hora todo había vuelto a la normalidad.

Era como si nada grandioso hubiese acaecido. La pulcritud del acto, su sosería e inocuidad, poseía el sentido de un entierro o una inhumación: “Into the grave of the past there fall four centuries of History o Spanish power in the sea-girt Porto Rico”. Para Robinson, como para para tantos otros observadores, el pasado hispano era “tiempo perdido” que, de golpe y porrazo, “moría”. La insistencia en que España significaba el aislamiento insular, eso sugiere el concepto “sea-girt”, también subsistió en la retórica cultural puertorriqueña en la forma del “insularismo”. Puerto Rico se asume como un error de la naturaleza o como un margen de la historia que, sin embargo, podía ser salvado y devuelto a la corriente del progreso.

Los testigos del acto estaban en un estado de negación. Un detalle interesante de este testimonio es que confirma que las autoridades estadounidenses temían por su seguridad durante los actos de cambio de soberanía. Los peligros eran dos. Por una parte manifestaban recelos en torno a posibles manifestaciones por el “anti-Spanish element” y, por otro lado, les preocupaba el “danger of rowdysm on the part of our soldiers”. Ambas aprensiones tenían su fundamento. Por un lado, el bandolerismo rural ejecutado por elementos antiespañoles locales, los sediciosos o tiznados, ocupó a una parte de las fuerzas armadas en la Isla Grande. Por otra parte, los choques entre los soldados borrachos y la ciudadanía fueron comunes tal y como lo demuestra el testimonio de Lee Basanta citado en otra parte de esta serie. La tranquilidad con que todo transcurrió lo desengañaría.

Robinson estaba preocupado por la seguridad de las minorías españolas que vivían en la capital, concepto que distingue entre insulares y peninsulares porque Puerto Rico es España. El habitante de la capital era un fantasma incapaz de mostrar emociones: “no excitement”, “little enthusiasm”. Todo se había alterado pero nada se había alterado. Después de todo, las variaciones eran cosméticas. El cambio se reducía a la presencia de los “bright colors of the red, white, and blue, instead of the red and yellow of Spain”; al hecho de que el Krag-Jorgensen abrirá paso al Mauser o el Remington”; o acaso al detalle de que algunos vecinos y comerciantes adoptaron los colores nacionales (estadounidenses) en sus casas o sus negocios con el fin de expresar su fidelidad al invasor o atraer a un cliente con dólares para gastar. Algo análogo sucedió en Ponce por aquellos días. En los comercios de la ciudad comenzaron a aparecer anuncios y ofertas en inglés con el fin de seducir a los soldados-clientes que pululaban con curiosidad por el “París de Puerto Rico”, según confirman las memorias de Paoli de Braschi.

 

“Well! Here to — whatever it might be”

El inmovilismo y la vacilación se impusieron en la siquis de la gente de la capital. Los conquistados no imaginaban qué sería de ellos. Pero los dos o trescientos civiles americanos que arribaron al territorio detrás de la soldadesca, los aventureros o “camp followers” que describió Lee Basanta ocupando la ciudad con una voluntad carnavalesca, tampoco estaban seguros de lo que les esperaba. Según Robinson celebraban el cambio pero, de paso, especulaban: “Well! Here to —  whatever it might be”. La sensación dominante era, como quien dice, ¿y ahora qué?

La incertidumbre manifiesta por Robinson estaba relacionada con el hecho de que para este cronista la conquista de Porto Rico no era un logro significativo del cual Estados Unidos pudiese sentirse orgullosos. Una metáfora agraria difícil de traducir le sirve de apoyo: “We have hardly laid a big enough egg to warrant our doing any great amount of cackling”. En cierto modo tenía razón, no valía la pena cacarear en exceso porque el huevo que se había puesto no era muy grande. Los hechos de Puerto Rico, comparados con los de Cuba y Filipinas, siempre fueron vistos como “poca cosa” por aquel grupo de testigos de primera mano. Pero Robinson, como para Edward S. Wilson en un volumen publicado en 1905, no estaba del todo desesperanzado respecto a las posibilidades de la nueva posesión ultramarina. Robinson confiaba en que “the coming years should be a time of sure and steady growth and development for this spot for which a beneficient Creator has done so much.” La rama de olivo estaba extendida.

Una interesante observación de Robinson ante el proceso de invasión y ocupación es la comparación que hizo de la reacción de la gente en distintas regiones del país. Su interés se centraba en las ciudades, escenario que los recién llegados observaron con gran intensidad desde el primer momento. En Ponce y Mayagüez, aseguraba, “was an affair of some abruptness”. La gente no esperaba un desenlace tan rápido de los acontecimientos por lo que la reacción española de retroceder ante el avance de las tropas estadounidense sorprendió a muchos. El carácter abrupto y la reacción de retroceso es explicada sobre la base de que el elemento hispano que se oponía al conquistador era en aquellas ciudades minoritario ante el elemento criollo que, en general, lo favorecía. Los sectores criollos habían visto en los invasores un aliado legítimo ante su enemigo común, situación que también se había manifestado en los casos cubano y filipino.

En San Juan la situación era contraria. La predominancia del elemento español en el entramado urbano era notable por lo que las tropas estadounidenses suponían más expresiones de oposición.  Por eso la pasividad ante el acto del cambio de soberanía le sorprende: “But I saw nothing of the sort”. Con alguna ironía el autor señala que el rechazo se redujo a alguna inofensiva mala mirada o descortesía casual. La reflexión de Robinson posterior a los hechos es interesante: el periodista sinceramente temía una respuesta violenta que nunca sucedió. La situación era propicia para ello. La caballería estadounidense estaba estacionada a 15 millas en Río Piedras y los estadounidenses que pululaban por la isleta eran apenas un puñado.

No se equivocaba a ese respecto. La presencia estadounidense en San Juan se reducía a la Comisión oficial, y a algunos periodistas, comerciantes y civiles que estaban alojados en los hoteles “Inglaterra” y “Francia”, hospederías de las cuáles se burlaría por su vulgaridad. La situación era apropiada para que una turbamulta los agrediera con furia, pero nada pasó. Aquella pasividad le resultaba incomprensible como también lo era para otros observadores más interesados y distantes como fue el caso del doctor Betances Alacán. San Juan había visto pasar la historia por encima de su cuerpo moribundo sin hacer nada para evitarlo o siquiera manifestar su ira. ¿Lo hacía por honor o por civilidad? ¿Lo hacía por fatalismo o por miedo? Robinson prefiere la segunda respuesta. El juego retórico de Robinson vuelve a inventar una imagen convencional del descubrimiento: igual que el natural en Guanahani había actuado con cautela y temor ante el extraño que llegó a sus costas en 1492, el habitante de la ciudad lo hacía ante el invasor en 1898. La apelación al miedo le permite volver a alabar el poder de la civilización que representa. Después de todo, afirma, cualquier resistencia hubiese sido una locura. El La Puntilla “…lay a Little bunch of graceful, but grim-looking, slate color vessels showing the bright fold of the American flag”. La nueva situación era el producto de una guerra por lo que la garantía era la fuerza y, aparte de ello, el recuerdo del bombardeo del 12 de mayo en horas de la mañana seguía fresco en la memoria de los habitantes de la capital.

Su apreciación del bombardeo manifiesta un extraordinario contraste con el de Lee Basanta en sus memorias. Devalúa la devastación y el horror que pudo producir el mismo. Los daños fueron pocos y se ciñeron a la banda norte de la isla para al cabo con algún cinismo, afirmar que “(the) city generally shows but little sign of having been used as an object of target-practice”. La Marina de Guerra, aunque podía haberlo hecho, no hubiera querido demoler una ciudad que sabía iba a caer en su posesión para luego tener que reconstruirla. El fantasma de la ucrónica devastación de Seva narrada por el narrador Luis López Nieves en la década de 1980 atravesó por la mente de este escritor en algún momento como un acto posible. Al cabo, el bombardeo iba dirigido a la banda sur y la bahía interior donde se presumía podía estar acuartelada una parte de la marina hispana, y a la línea de castillos de la banda norte. El objetivo no eran los vecinos. El orgullo con el poderío militar de su país invadía a Robinson en este breve fragmento. La alusión a los refugiados que salían rumbo a Bayamón se atenúa, el que habla es un militar, a una anécdota sin importancia aunque, en general, valida las observaciones de Lee.

 

En San Juan “all quite and peaceful”

La vida de la ciudad tomada se sintetiza en la frase “all quite and peaceful”. Pero San Juan tiene un “sonido” que molesta:  los “cries of street venders” que le resultan más ofensivos que los ruidos de las calles de Nueva York. La idea del San Juan “ruidoso” e “inarmónico” no era solo suya. El juicio también era compartido por observadores entrenados de Puerto Rico como era el caso de Salvador Brau Asencio. La incomodidad con la ciudad murada, sin murallas ya en la parte de tierra desde 1897, también fue una de las quejas de Alejandro Tapia y Rivera en alguno de sus textos tardíos. Para Robinson aquel “sonido” carecía de la resonancia de los carros de bueyes, los carros del ejército, los carruajes y tranvías tan visibles en Ponce, por ejemplo.

En última instancia, el único lugar que mostraba cierta actividad eran los cafés en especial “La Mallorquina…the best and most fashionable of these”, en donde convergían soldados y civiles de todos los orígenes sin problema. El tema de las borracheras vuelve: “there was little drunkenness, and such as there was, I regret to say, was American”. El problema no parecía ser que los estadounidenses bebieran más que los locales sino que se emborrachaban con más facilidad. El “soldado borracho” parece ser un icono común de aquellos primeros días de la presencia estadounidense en nuestro país.

 

¿Y ahora qué?

San Juan había sido era un adversario débil para la marina de Estados Unidos, sin duda, pero si sus fortalezas se modernizaban “the forts of San Juan could be made extremely offensive and dangerous to an attacking fleet”. Robinson pensaba que incluso, pudo haberlo sido durante los combates navales que Lee Basanta registra con minuciosidad y admiración en sus memorias. La observación no impide que concluya que la confrontación se convirtió en una “semi-comedy” para los invasores. Para Robinson “we had no real battles with them”. Ni lo que sucedió en la Bajura de Hormigueros ni los combates en la banda norte de San Juan eran suficientes para acreditar una verdadera guerra en este observador.

El retrato del soldado hispano es curioso. En los días del conflicto las autoridades reales le habían adelantado el sueldo de dos meses. Tenían dinero para gastar en lo que quisieran antes de ser repatriados. A pesar de ello, nunca vio a uno borracho. La imagen del militar ordenado, morigerado y respetuoso contrasta con la de los suyos. El cronista de guerra veía en aquellos hombres signos contradictorios. Algunos militares hispanos lamentaban las condiciones en que se iban, otros prometían volver porque aquí tenían familia, pero muy adentro, a pocos parecía importarle el futuro político del país que dejaban atrás. Entre el 3 y el 4 de octubre zarparon los últimos ante la indiferencia de la ciudadanía en el “Isla de Panay” y el “Satrustegui”, amontonados e incómodos. El “Adiós! España” se había completado. Lo que quedaba de ella en la recién adquirida colonia parecía tan poca cosa que pronto se disolvería en la forma de un recuerdo borroso. Me temo que se equivocaba.

Publicado originalmente en 80 Grados-Historia el 28 de julio de 2017

octubre 19, 2014

Documento: Albizu Campos y la Gran Guerra, transcripción y nota mínima

Fuente: Universidad del Sagrado Corazón.  Biblioteca Madre María Teresa Guevara. Colección de Documentos de Roberto H. Todd Wells, 1994. RT 1-023:03 Carta de Roberto H. Todd a Col. Orval P. Townsend; 1918. (P. Albizu, ejército)

Jun 7th, 1918

Colonel Orval P. Townsend,

San Juan, P.R.

My dear Colonel:-

This is to introduce the bearer, Mr. Pedro Albizu Campos, who has been highly recommended to me from friends in Ponce. Mr. Albizu Campos is a graduate from Harvard University, and has taken the military training course and said place under the auspices of the Joint Commission of American and French Officers, and as you will see from his credentials, he is highly recommended for a position in the army.

He was transferred to Porto Rico on account of being drafted, belonging to the quota of Ponce.

Mr. Albizu Campos tells me that more than a year ago he offered his services to the War Department, and he was given assurances that he would be accepted, and if you can see your way clear to do as General McIntyre suggests in his letter, which the bearer will show you, it will be greatly appreciated by

Yours very truly,

Mayor of San Juan

RHT EB

Albizu_Militar_2Comentario:

En una entrevista con Francisco Cerdeira alias Bernal Díaz del Caney para la revista semanal  Los Quijotes publicada el 11 de junio de 1927, Pedro Albizu Campos explicó con algún detalle su relación con las fuerzas armadas de Estados Unidos. Cerdeira era un periodista español radicado en Puerto Rico que simpatizaba con el nacionalismo y que poseían numerosos contactos con la intelectualidad de su tiempo. Baste decir que unos años más tarde, en diciembre de 1931, según nota del ABC en su página 22, estaba en medio de una disputa con Miguel de Unamuno por la difusión de una nota confidencial del ensayista en la prensa local. La carta de Unamuno contenía una expresiones «escalofriantes de la situación (de España), de los republicanos, de las Constituyentes y de los ministros» que escandalizaron a muchos, según el periódico Gracia y justicia de noviembre de 1931. Digo esto para que se conozca la categoría y proyección de quien entrevista a Albizu Campos poco antes de que este partiera en su viaje político con el fin de recabar el apoyo iberoamericano para la independencia de Puerto Rico. El joven abogado era un líder visible que atraía la curiosidad de una prensa ávida de información.

Una de las preguntas de Cedeira tenía que ver con la carrera militar de Albizu Campos cuando estudiaba en Estados Unidos. Aclaraba el joven abogado que había estudiado Ciencias Militares bajo la Misión Militar francesa y había ido voluntario a la «Gran Guerra» con el grado de Primer Teniente de Infantería. Había ofrecido sus servicios bajo la condición de «formar parte de las tropas expedicionarias puertorriqueñas destinadas al frente europeo». Albizu Campos entendía que la «organización militar de un pueblo, es necesaria para su defensa» y lamentaba que, aptos para el reclutamiento desde 1917 cuando se impuso la ciudadanía estadounidense al país, se hubiese decretado el armisticio tan pronto como en el 1918. Desde su punto de vista Puerto Rico había perdido la oportunidad de ver crecer en su seno un sector de veteranos que hubiese sido la base de «una rebeldía organizada que impondría respeto al imperio norteamericano». Las coincidencias de su lógica con la de Ramón E. Betances Alacán y Eugenio María de Hostos en cuanto al valor  de la guerra  y la disciplina militar son incuestionables.

Terminada la «Gran Guerra», Albizu Campos rechazó un nombramiento como Primer teniente de la reserva porque «los puertorriqueños no debemos formar parte de las organizaciones militares tanto navales como terrestres de Estados Unidos». Después de todo, tras las paces, el Departamento de Guerra de Estados Unidos había decidido «desmovilizar todas las unidades militares puertorriqueñas porque no les inspiraban confianza». Al final de la conversación con Cerdeira, tras conminar a «combatir todas las dictaduras»porque estas representan un «salto atrás (y) son la rémora de los pueblos, la vergüenza del siglo XX», ratifica su desengaño con el discurso que afirmaba que la «Gran Guerra» se había peleado para «salvar (…) la Democracia y la Libertad en el mundo». La frase «según creíamos algunos ilusos» significa el hecho de que él mismo había confiado en aquel eslogan y sugiere que su relación con aquellas posturas eran parte de un pasado superado.

A fin de comprender mejor aquella relación contradictoria del joven nacionalista con las fuerzas armadas del imperio al cual acusaba dejo este valioso documento de 1918: una carta de recomendación para el servicio militar. El remitente es Roberto H. Tood (1862-1955), un dirigente separatista anexionista a Estados Unidos que fue colabarodor de la Sección de Puerto Rico del Partido Revolucionario Cubano, testigo de la invasión de 1898, coleccionista, memorialista y biográfo de Betances Alacán y una de las fuentes más ricas para comprender los efectos del 1898 en el tránsito del separatismo de fines del siglo 19 al nacionalismo de principios del siglo 20.  Fue además uno de los fundadores del estadoísmo republicano a principios del siglo 20, una figura cercana a los doctores José Celso Barbosa y Julio Henna. En representación del Partido Republicano Puertorriqueño ocupó una silla en la Cámara de Delegados en 1900 y la alcaldía de San Juan entre 1903 al 1923.

El destinatario de la carta es el Coronel Orval P. Townsend quien recibió poco después  la “Army Distinguished Service Medal” en 1921, por su labor en el entrenamiento de la tropas de Puerto Rico que sirvieron durante el conflicto bélico en Panamá. Townsend fue  Comandante del Porto Rican Regiment of Infantry entre el 24 de diciembre de 1918, poco después de que se firmara esta carta, y el 31 de marzo de 1919. El General Frank McIntyre (1886-1944), a quien el joven Albizu Campos se dirigió “more than a year ago” (1917) con el fin que se le remitiera al frente de combate, es otro distinguido militar que  recibió la “Distinguished Service medal” en 1919 por su labor como Asistente Ejecutivo del Jefe del Personal durante la «Gran Guerra».

El documento demuestra la ansiedad del joven egresado de la Universidad de Harvard por servir en las fuerzas armadas durante el conflicto según afirmaba en la entrevista con Cerdeira. La secuela de aquel episodio al parece casual fue enorme. La situación fue uno de los  argumentos que invirtieron los investigadores del Buró Federal de Investigaciones (FBI) y los autores del pliego acusatorio del Gran Jurado de 1936, para explicar como un joven que aparentaba ser “a lover of American institutions” se había transformado en un anti-yanqui radical. El hecho de que no hubiese sido enviado al frente como solicitaba y que, por el contrario, fuese ubicado en regimientos para negros sobre la base de la separación racial (apartheid), fue usado para justificar el desarrollo del “odio a América” que manifestó el abogado posteriormente. La lógica era que aquel episodio había producido un profundo resentimiento en el ponceño porque los puertorriqueños se veían a sí mismo como gente blanca. El giro ideológico de Albizu Campos fue reducido a un acto de venganza por una supuesta humillación racial.

Redactado 19 de octubre de 2014, revisado 19 de julio de 2018.
  • Mario R. Cancel Sepúlveda
  • Catedrático de Historia

noviembre 9, 2013

Miguel de la Torre: mensaje de 1837

Exposición que hizo el gobernador Miguel de la Torre al dejar el mando político y militar de la isla a la Reina Isabel II de Puerto Rico en 1837. (Fragmento) Tomado de: Coll y Toste, Cayetano. Boletín Histórico de Puerto Rico. San Juan: Tipografía Cantero Fernández y Compañía, 1914-1927, IX, p. 303.

Puerto Rico, Señora, en la cuna de su riqueza, de su industria y aun de su organización económica y administrativa á mi arribo á ella, hoy ocupa con todo una esfera muy interesante en la consideración del mundo. Segunda en el número y calidad de sus productos entre los establecimientos coloniales de aquella parte, pero primera en elementos morales y de producción misma que aún están por desarrollar, nada hay en ella que no haga estimable su posesión para la madre patria, á quien puede servir de un recurso inapreciable en todas circunstancias. Su localidad la constituye la llave y como la vigía de todo el archipiélago. Sus fortalezas como de primer orden, y el pié brillante en que hoy quedan tanto ellas como el tren de artillería y todo lo necesario al servicio de la plaza, sin embargo de haberla encontrado á mi ingreso en estado del más absoluto abandono, la hacen de todo punto inexpugnable. Los fuertes construidos por mi orden en diferentes puertos, la aptitud defensable que adquirió toda la circunferencia de la Isla desde que con la aprobación soberana llevé á cabo la creación de los siete batallones de Milicias que guarnecen con especialidad los pueblos litorales, y sobre todo la disciplina de estos mismos cuerpos, objeto particular de mis esmeros durante mi mando, hacen que se pueda en todos tiempos contar con un ejército proporcionado á las necesidades del país y de muy poco costo á la nación, á medida que puede también decirse, que desde la fecha de este útil establecimiento fué desde cuando el gobierno se contó capaz de dominar las circunstancias, y reposándose en la confianza de un poder de que antes carecía, se halló en aptitud de garantizar la suerte del país en todo género de vicisitudes, …su fuerza puesta en armonía con la de los siete batallones, y en aptitud por tanto de poder ocurrir instantáneamente á prevenir ó resistir cualquiera tentativa exterior en el punto que se necesite, ofrecerá la idea más lisonjera de seguridad, y un apoyo el más respetable para el sostenimiento del orden en todos los trances á que las circunstancias locales, y el espíritu de defección generalizado en los continentes de la América, pudiera exponerla. A esta especie de garantías de la seguridad de aquel país, tan digno de todos los esmeros del gobierno Supremo, puede añadirse la abundancia de sus crías y elementos de primera necesidad, para no tener que implorar auxilios extraños, la fidelidad y sumisión característica de sus habitantes, el número de más de cincuenta mil que cuenta de armas llevar, la mayor parte de ellos organizados en cuerpos de milicias urbanas, y el valor y denuedo que les es connatural, heredado de sus mismas costumbres, é inherente en cierto modo á su espíritu hazañoso y bizarro…

Gral. Miguel de La TorreLa posición material y local de la Isla, si bien es la que por una parte la hace tan apreciable á la España en toda la extensión de sus intereses políticos, comerciales y de todas clases, no deja de ser también por otra la que la impone el deber de emplear los cuidados más exquisitos en precaver á sus habitantes y propiedades de los influjos perniciosos de los otros países, que más ó menos inmediatamente la rodean. Están de más los pormenores en esta materia: las formas de gobierno que rigen á los más notables de los pueblos vecinos, la variedad de castas de aquélla y éstos se componen, y la natural tendencia de la clase negra al quebrantamiento ó disolución de los vínculos que la ligarán y aun ligan á la servidumbre, explican bastantemente la delicadeza de la posición de un país, que sin esto sería el más venturoso del universo; delicadeza tanto más remarcable en las circunstancias de la época presente, en que el grito encantador de la libertad, escalado en los transportes juiciosos de aquellos pacíficos vecinos, no ha dejado de recibir inteligencias siniestras de parte de los esclavos, y producir consternaciones y cuidados poco desemejantes de la alarma. Si se reflexiona además de esto, que el número de esclavos que ya pueblan la Isla es tan considerable que pasa de cuarenta y cinco mil; que éstos por necesidad se hallan armados la mayor parte del día con los machetes, que son el instrumento en sus labores, y que el influjo de las instituciones de las otras Islas en cuanto á emancipación ó libertad de los siervos, y lo pegadizo de la opinión en esta parte por lo menos y entre la clase que resulta favorecida, es un incentivo continuo que entretiene la aversión hacia sus dominadores ó señores, y exalta con igual frecuencia las propensiones naturales hacia la libertad, á cualquier costa que esta pueda obtenerse, se concluirá necesariamente que la localidad geográfica de la Isla, que es la que constituye una de sus principales ventajas, es el aviso continuo de las precauciones que se deben tener en gobernarla, y en el modo de hacer aplicables á sus circunstancias los principios políticos que gloriosamente rigen á la nación, en cuyos derechos participa.

La población de Puerto Rico ha aumentado bajo el influjo de la prosperidad de todos sus ramos, y de las particulares atenciones que se le han prestado por el gobierno supremo, y por el mío como su vicegente. El número de sus habitantes es hoy próximamente el de cuatrocientos mil, entre los cuales es digno de notarse que la mitad á corta diferencia la componen la dos castas de pardos y negros tan libres como esclavos, y la otra mitad los blancos: circunstancia que no se puede perder de vista en el cálculo de su conservación y de su futura suerte. Su estado de cultura no está en el tercio de lo que puede incrementarse en solo los terrenos de mayor feracidad y más apropiados para toda clase de cosechas. Sus producciones exportables tienen un valor bastante regular, y esto vigoriza de día en día la industria. Las ventajas y franquicias que la Isla ha gozado desde la cédula de gracias de 1815, de que aún continúa gozando en los términos prescriptos por la reciente soberana disposición sobre este particular; las esperanzas lisonjeras que se pueden formar sobre la bondad y considerable cantidad de sus terrenos, y sobre el incremento futuro de los más estimables y preciosos de sus frutos; los atractivos de su orden administrativo que convida con la seguridad y la confianza, y más que todo el estado inseguro de la mayor parte de las Antillas extranjeras y caída consiguiente de sus establecimientos agrícolas, le han proporcionado algunas más gentes industriosas y aún capitales para su fomento…

…Háganse ostensibles tantos atractivos á la industria extranjera, enteramente desalentada en las restantes colonias con las irreflexivas medidas de sus gabinetes acerca de la esclavitud: auméntese la seguridad del país, fundándola sobre la política de instituciones locales prudentemente meditadas y deliberadas: sítiese la vagancia por medio la más rigurosa vigilancia en este punto, corrigiéndola con ejercicios útiles á la agricultura y á los propietarios, para que sin el menor gravamen del estado en sostener á los vagos en las correcciones públicas, y haciéndose estos más inteligentes y laboriosos al lado de los propietarios, sea menos necesario el recurso de los esclavos: no se perdone medio de aumentar la población blanca, proporcionando la inmigración en la Isla de familias de buenas costumbres, como los canarios, que al emigrar de sus países donde les falta ya la extensión suficiente, se tendrían tal vez por dichosos en pasar á gozar de las ventajas que se les ofrezcan en Puerto Rico, y últimamente si la humanidad y la política tienen medios para hacer menos oprobiosa la calidad de los pardos, y hay un punto en donde esta clase y la de los blancos casi se confunde, el cual puede hacerse favorable á aquellos sin agravio de estos, y si la atención á las verdaderas necesidades del país, estimulada por los sentimientos del verdadero patriotismo, puede producir mil otras mejoras de esta clase, favorecidas por el gobierno supremo, á quien únicamente corresponden las que salen del círculo de la administración local ó se relacionan con las leyes, veránse la población, la riqueza y la seguridad formando el encanto del país más prometedor y ameno de la tierra…

Comentario

Miguel de la Torre (1786-1838), Conde de Torrepando, fue Gobernador  Militar  de Puerto Rico durante el difícil periodo del auge de las luchas separatistas en Hispanoamérica (1822-1837), periodo que también se caracterizó por el notable crecimiento económico y material de la isla. Como Gobernador procuró evitar a toda costa el crecimiento del separatismo en la “siempre fiel” colonia antillana. Fiel a Fernando VII, adversario de las libertades civiles promovidas por el Liberalismo español, su discurso político demuestra, mejor que ninguno, lo que significaba el Absolutismo y el Conservadurismo a principios del siglo 19 También demuestra que el Conservadurismo no se oponía al progreso material de la colonia sino que, por el contrario lo veía como un mecanismo para garantizar la permanencia de Puerto Rico en el marco jurídico del Imperio Español y como un freno para la Independencia.

El Puerto Rico que se proyecta en su texto, similar al caso de Pedro Tomás de Córdova, se aleja de la colonia pobre y sin perspectivas de crecimiento que los textos del siglo 17 y los comentarios de los autores extranjeros proyectaban. La tesis medular del mensaje a Isabel II es que “nada hay en ella que no haga estimable su posesión”: el territorio, antes olvidado, ahora es imprescindible. El contexto concreto para ello es la pérdida de los territorios continentales y el crecimiento de la riqueza en la localidad. Pero el valor más concreto que le adjudica el Conde de Torrepando es el militar: la colonia es “la vigía de todo el archipiélago”. Para justificar el argumento, exalta las defensas como “inexpugnables” y la fidelidad de las 50,000 plazas con las que cuenta para su defensa. Por su relevancia la isla debe ser protegida de las influencias “perniciosas” de la políticas de sus vecinos y de las amenazantes minorías negras, propensa a darle crédito a las ideas libertarias y a las de abolición.

Para el Conde de Torrepando, el aliado fundamenta para la conservación de la isla es el sector blanco que representaba, según sus datos, la mitad de los 400,000 habitantes del territorio. La población se ha ido “blanqueando” en la medida en que el conservadurismo y la riqueza crecen. De inmediato hace una crítica favorable a la Cédula de 1815 como factor crucial en ese proceso de crecimiento material, un punto en el cual la historiografía en general coincide con el autor. Al final elabora sus propias recomendaciones a la Reina las cuáles, en lo esencial sugieren que se continúe con las políticas económicas hasta ese momento implementadas.

septiembre 8, 2013

El Capitán Alonso de Contreras en Puerto Rico: 1618

Texto tomado de “Puerto Rico visto por los extranjeros”, Revista del Centro de Estudios Avanzados de Puerto Rico y El Caribe. Julio-Diciembre 1989: 74-77.

Capítulo XIII en el que se cuenta el viaje que hice a las Indias y los sucesos de el

Salí del puerto y navegué cuarenta y seis días sin ver más tierras que las Canarias. Llegué a las islas de Matalino [Matinino o Martinica], donde hice agua, y vi a algunos indios salvajes, que con la comunicación de las flotas se atreven a bajar; en cambio no lo hacen ninguno de los nuestros, porque han cogido a algunos y se los comen. Hice mi ruta disminuyendo altura y llegué a las Vírgenes Gordas, que son otras islas deshabitadas. Fui rumbo al pasaje de Puerto Rico, que es un canal angosto, donde de ordinario están corsarios ingleses, holandeses y franceses. Llegué de noche y fue en persona a reconocerle con una barca bien armada, dejando los galeones fuera de este canal, que es corto y donde hay dos puertos muy buenos. No hallé bajel ninguno y lo atravesé, amaneciendo casi en la boca de Puerto Rico, donde, arbolando mis banderas, entré y fui muy bien recibido por don Felipe de Biamonte y Navarra [Felipe de Beaumont y Navarra (1614-1620)], Gobernador de aquella isla.

Sir Walter Raleigh, Guatarral

Sir Walter Raleigh, Guatarral

Me dijo que era milagroso no haberme encontrado con Guatarral [Sir Walter Raleigh (1552-1618)], corsario inglés que andaba por allí con cinco navíos, tres grandes y dos chicos, molestándole cada día. Desembarqué la pólvora que dijo era menester, cuerda y plomo y algunas armas de fuego, con lo que el buen Gobernador quedó contento. Me pidió le dejase cuarenta soldados para reforzar el presidio, y en mi vida me vi en mayor confusión, porque no se quería quedar ninguno, y todos casi lloraban por quedar allí; tenían razón, porque era quedar esclavos eternos. “Hijos —les dije—, es forzoso dejar aquí cuarenta soldados, pero vuesas mercedes han de condenarse a sí mismos, pues yo no he de señalar a nadie, ni a un criado que traigo, que ha de quedarse, si le toca”.

Hice tantas boletas como soldados, y entre ellas, cuarenta negras, y metiéndolas en un cántaro juntas y revueltas, iba llamando por las listas, y decía: “Vuesamerced meta la mano, y si saca negra, se habrá de quedar”.

Lo fueron haciendo así, y era de ver que cuando sacaban negra, como se quedaban para siempre, se consolaban viendo la justificación y forzosidad y, sobre todo, viendo que le tocó también a un criado mío que me servía de barbero, el cual quedó el primero.

En este puerto estaban dos bajeles españoles que habían de ir a Santo Domingo, que es la corte de las islas españolas, donde hay Presidente y Oidores, y la tierra primera que pisaron españoles. Los navíos habían de cargar cueros de toros y jengibre, que hay en cantidad, y se fueron conmigo. Llegué al puerto de Santo Domingo, donde fui bien recibido, y comencé a poner en ejecución un fuertecillo que llevaba orden de hacer a la entrada del río.

A los dos días vino nueva de que Guatarral había fondeado con sus cinco bajeles cerca de allí. Traté con el Presidente de ir a buscarlos, y le pareció bien, aunque los dueños de los navíos protestaban que si se perdieran habían de pagárselos. Armé los dos que traje de Puerto Rico y otro que había venido de Cabo Verde cargado de negros, y juntos con los míos salimos del puerto, aparentando ser bajeles de mercaderías, camino de donde estaban; cuando el enemigo nos vio, hice que diésemos la vuelta como huyendo. Cargaron velas los enemigos sobre nosotros que de industria no huíamos, y al poco rato estuvimos juntos. Les volví la proa, arbolé mis estandartes y comenzamos a darnos ellos y nosotros. Eran mejores bajeles de vela que los nuestros, y así, cuando querían alcanzar o huir lo hacían, que fue causa de que no me quedase con alguno en las uñas. Se peleó y le cupo a su almirante morir de un balazo; conocieron que éramos bajeles de armada y no mercaderes, que andábamos en su busca, y se fueron, volviendo yo a Santo Domingo, donde acabé la fortificación y partí a Cuba, donde hice otro reductillo en cuatro días; quedaron diez soldados.

En Santo Domingo había dejado cincuenta soldados y los tres bajeles, y ya no llevaba más que uno; pero éste bien armado. Santiago de Cuba es un lugar en la isla del mismo nombre, en la que están construidos la Habana, San Salvador de Bayamo y otros lugares que no recuerdo.

Salí de Santiago de Cuba y en la isla de Pinos encontré un bajel fondeado. Peleé muy poco con él; era inglés, uno de los cinco de Guatarral. Me explicó cómo se había ido y desembocado el canal de Bahama y cómo le había matado a su hijo que era almirante, y a otras trece personas, y por temor se había ido a Inglaterra con algunas presas que llevaba. Avisé al Presidente de ello y al Gobernador de Puerto Rico para que no estuviesen con cuidado. Tenía este bajel dentro palo del Brasil y algo de azúcar que había tomado. Eran veintiún ingleses; los traje a la Habana, donde estuvieron hasta que llegó la flota y los llevó a España.

Entregué los pertrechos que me habían quedado, y la infantería, a Sancho de Alquiza, [Sancho de Alquizas (1616-1620)] Capitán General de aquella isla y de todos sus lugares, y me volví en la flota que vino a España con don Carlos de Ibarra, General de ella. Yo fui el año 1618 y volví el 19. 

Nota del Dr. Ángel López Cantos, Universidad de Sevilla

Alonso de Contreras nació en la capital de España, Madrid, en 1582. Era hijo primogénito de una familia ilustre. Su nombre completo era Alonso de Guillén y de Contreras. Tuvo siempre una insaciable sed de aventuras. Pendenciero desde su juventud, causó la muerte desde entonces a varios contrincantes con los que se enfrentó. Cuando sólo tenía trece años, en 1595, marchó de Madrid enrolado en las tropas del príncipe Alberto. Soldado de fortuna peleó en Sicilia, en Flandes, en Malta, Grecia, Cuba, Puerto Rico, Santo Domingo, otra vez en Flandes, en Italia, en Francia… Se hizo pirata y atacó y saqueó las embarcaciones berberiscas y turcas, consiguiendo en poco tiempo una gran fortuna. Vivió algunos meses como ermitaño. Dio en varias ocasiones con sus huesos en la cárcel. La. Orden de Malta le nombró gobernador de la isla Pantelaria. En Madrid conoció a Lope de Vega. Sus Memorias o Vida las escribió en once días. Es una obra de un gran interés y encanto. En ella abundan noticias del máximo valor histórico, como las que da sobre Puerto Rico, y que reproducimos.

Contreras_MadridComentario

El fragmento que presento ofrece un cuadro preciso de la imagen de San Juan Bautista de Puerto Rico entre los viajeros que venía a la colonia a principios del siglo 17. El viaje de la península a la ínsula tomaba 46 días. Puerto Rico era la primera isla grande con la que se topaban los europeos en la ruta hacia las Indias tras perder de vista a las Islas Canarias. La pobreza de la colonia parece evidente: cuando el gobernador Felipe de Beaumont y Navarra (1614-1620) pidió que le dejaran 40 efectivos ninguno quería quedarse ni siquiera en nombre del sagrado cumplimiento de un deber. Contreras tuvo que echar a la suerte quienes ocuparían las plazas vacantes en la capital presionado por las quejas de su tripulación. La resistencia no se reitera en Santo Domingo y Cuba, como se deduce el texto.

Por otro lado, la narración documenta la inseguridad y la incertidumbre que caracterizaba la vida en las islas. La amenaza de los corsarios ingleses -piratas desde la perspectiva de los españoles- era patente. Guatarral, Sir Walter Raleigh (1552-1618), sintetizaba todos los miedos de colono común en ese sentido. Los ingleses se movían sin problemas desde las Antillas Menores hasta las Bahamas amenazando el tráfico comercial hispano. El otro miedo tenía que ver con los “indios salvajes” de Matalino -Matinino o Martinica-, que el autor no vacila en catalogar como caníbales. Se trata de los Kalinagos o Caribes quienes, con su audacia y resistencia, acabaron grabando su nombre en el del mar en el cual navegaba. Puerto Rico representaba algo así como una frontera agredida por adversarios que estaban muy por encima de sus capacidades defensivas. Todo ello hacía que el comerciante y el soldado se integrase en un personaje común.

 

Alonso de Guillén conocido como Alonso de Contreras, no era un escritor de poca monta. Se dice que escribió su autobiografía a instancias de su amigo Lope de Vega. Su Vida…es una de las pocas autobiografía de soldados activos en el ejército de los austrias a la tienen acceso los interesados, junto a la Historia verdadera de la conquista de la Nueva España, concluida en 1575 e impresa en 1632, escrita por Bernal Díaz del Castillo (1496-1584).

  • Mario R. Cancel Sepúlveda
  • Catedrático de Historia y escritor

septiembre 29, 2011

Claridad / “We the People”: una mirada estadounidense a los boricuas

        • Mario R. Cancel
        • Historiador y escritor

Dejo al lector el enlace del comentario redactado por la escritora y editora Luz Nereida Pérez en torno al libro «We the People»: La representación americana de los puertorriqueños, 1898-1926, que edité con el Dr. José Anazagasty Rodríguez, especialista en Sociología Ambiental, en 2008.

Claridad / “We the People”: una mirada estadounidense a los boricuas

Agradecemos el interés es este volumen que intenta revisar el tema del 1898 y la invasión estadounidense, desde una perspectiva abierta.

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