© 2022 Luis Asencio Camacho
Mis conversaciones con el amigo y maestro Mario R. Cancel, en la mayoría de las veces, han sido durante encuentros fortuitos (que conste que laboramos en el RUM) y en alguna que otra contada actividad que por invitación o azar hayamos coincidido; no obstante, ninguno de dichos encuentros ha sido menos que una experiencia enriquecedora, por breves que hayan sido nuestras pláticas.
De un tiempo acá, desde que adquirí mi ejemplar de El laberinto de los indóciles —ocasión que en otro lugar igualé a un atesorado recuerdo de mi adolescencia—, he anhelado una buena charla, larga y tendida, como les apellidan por ahí, para escuchar al maestro deponer y yo, en atrevida ignorancia, retarle con preguntas y argumentos tal vez tan laberínticos como el asunto mismo del libro. Lo retaría a servir de árbitro o, quién quita, de sostenedor del ovillo que llevaría a la salida. ¿Por qué no del guía virgiliano y explicador que ninguno de los indóciles, tanto integristas como separatistas, allí atrapados tuvieron?
¿Chovinismo? ¿Insolencia?
El maestro Cancel ha dejado diáfanamente claro cómo cada una de las partes (no quiero llamarles «facciones» por eso de las añadidas acepciones a la voz) recurrió o recurría a tácticas de arraigo culturo-filosófico, en mayor o menor medida, en sus respectivas empresas cuyo fin en común era liberar a Puerto Rico de la paradójica retrocesión en que lo sumía el supuesto progreso. Como bien plantea el autor, el arma por excelencia de cada parte fue la táctica discursiva; y me atrevo a añadir que en completa indiferencia —si no desprecio— de la estrategia. Y empleo «estrategia» en su más estricta etimología de «provincia bajo el mando de un general»; o, por reducirlo a su absoluto absurdo: lugar.
Un laberinto, cual en un campo de batalla, se sortea a base de estrategia, de conciencia de dónde se está: del entorno, de las ventajas y desventajas del suelo, de los recursos con que se cuentan y, sobre todo, de una visión clara y objetiva de la mejor ruta a seguir en pos de la meta. Si se está más en las de perder, se procede con prudencia y un latente hálito de esperanza.
El laberinto en que unos entraron por volición y otros arrastrados por las corrientes cobró vida desde el primer pie dentro y mutó como un ser sintiente conforme más se allegaban; el integrista (reformistas y autonomistas) que halló su camino franco se encontró detenido en seco por el muro del separatista (independentistas y anexionistas) y viceversa. La «conciencia» del laberinto en ocasiones confrontó a compañeros de viaje, de suerte que tornó a aliados en enemigos y enemigos reconociéndose cual espíritus afines.
Si no me es demasiado audaz o imprudente decir, pensaría que la mayoría, si no encontró la salida, como mínimo encontró ese «centro vacilante» del que muchos no supieron salir y en el que, a mi humilde entender, todavía nos hallamos. Cualquier intento de apologizar me deja con dos posibles respuestas: o los jugadores de la época terminaron abandonando sus trebejos o la historiografía no les ha hecho justicia. Una o otra, el maestro Cancel ha logrado su propósito de dar sonido a esos silencios por omisión u ocultación, con un análisis concienzudo que compara y converge y contrasta y diverge con un desenfado sin rimbombancias. En mi limitado conocimiento del tema, no recuerdo que otros lo hayan hecho; por lo menos no con tan exitosa fórmula.
¿Considero al Laberinto de los indóciles una lectura obligada para historiadores y sociólogos tanto como para estudiantes o lectores recreativos? Más que eso, la conceptúo primera piedra para lo que auguro será un monumento al fenómeno de la historiografía política puertorriqueña decimonónica.
Ansío esa charla en torno a El laberinto de los indóciles.