Puerto Rico entre siglos: Historiografía y cultura

abril 14, 2011

La Historiografía Puertorriqueña hacia el 1850

  • Mario R. Cancel
  • Historiador y escritor

Introducción

La tradición interpretativa liberal y nacionalista acepta que la Identidad Cultural Puertorriqueña se expresa con diafanidad en la Literatura y la Historiografía Puertorriqueña desde 1850. El hecho de que numerosos autores acepten la pobreza de la literatura y la historiografía en aquel momento, no ha desmerecido esa conclusión. La impresión de pobreza de la producción cultural puertorriqueña, está condicionada por el asunto de contra qué tradición se contrasta. Una Identidad Política madura en aquel contexto contradictorio.

Lo cierto es que la situación de aquel medio siglo parece determinante para la elaboración del juicio. Hacia el 1850 ya se reconocía que el  Modelo Desarrollista Dependiente asociado a la figura de Fernando VII y a la Cédula de 1815, estaba en crisis. Desde 1848, la Economía de Hacienda Azucarera se enfrentaba al colapso y la economía colonial tuvo que reformularse. El inconveniente central de aquel Modelo Desarrollista Dependiente era el problema de la tierra. La situación abierta en 1815, tan celebrada por Pedro Tomás de Córdova y George Dawson Flinter, favorecía a los extranjeros con capital y a la inmigración hispanoamericana de tendencias realistas. La derrota de España en la contienda separatista desprestigió al reino y estimuló la resistencia en las Antillas. En ese sentido, es importante reconocer que una Identidad Política era comprensible en el marco de la competencia por la tierra.

Los propietarios puertorriqueños se sentían amenazados por el poder de los propietarios extranjeros y españoles. En el proceso desarrollaron una relación tensa con el Estado que favorecía a los segundos. La politización de esas tensiones era una realidad palpable desde antes del 1850. La tensión se tradujo, por un lado,  en su ansiedad por una relación menos cercana a España. El Liberalismo, el Autonomismo y el Separatismo Independentista cumplían con ese cometido.  También produjo animó la curiosa tentación por sustituir al Otro, como fue el caso del Anexionismo a la Gran Colombia o a Estados Unidos, y el Confederacionismo que tendía a reformular entre las islas mediante un Antillanismo en que convergían utopías del pasado y del futuro.

Una Identidad Política es, por lo tanto, una forma de la conciencia propia de un segmento de la burguesía agraria puertorriqueña. Florece en la mente de los hijos de un sector socialmente privilegiado: los Hacendados, Comerciantes e Industriales puertorriqueños. Se trataba de estudiantes puertorriqueños residentes en el extranjero. La coincidencia con la experiencia del Álbum puertorriqueño, publicado también por estudiantes en Barcelona en 1844, es relevante. Aquellos jóvenes eran lo más cercano a una clase media profesional emergente. Nacidos en el seno de los Señores de la Tierra, estaban dispuestos a desprenderse de los mismos. Poseían una Cultura Ilustrada y Científica impresionante, producto de la Universidad Moderna,  y eran una manifestación novedosa de la Civilidad de Grandes Urbes. Aquel sector era proclive a expresa sus posturas heterodoxas en una época en que el liberalismo y la ciencia todavía eran consideradas amenazantes por la Iglesia Católica Romana.

Esa Generación fue el modelo más cercano de un Tercer Estado Rebelde en el país. Me parecen la expresión -en ciertos casos- de un cierto Jacobinismo Tropical, como sucede en la imagen de Betances y Ruiz Belvis en el pensamiento conservador e integrista de su tiempo. Con ellos, la contradicción entre criollos o insulares y peninsulares fue revisada, y tomó la forma de la contradicción entre puertorriqueños y españoles. Esa fue base suficiente para la elaboración de un  Proyecto Político Radical que adelanta el Nacionalismo Político en el país. El Cosmopolitismo de aquellos jóvenes distaba mucho del Criollismo dominante en el Aguinaldo puertorriqueño  publicado en San Juan en 1843.

La Sociedad Recolectora de Documentos Históricos

La experiencia y la obra derivada de la Sociedad, sintetiza un Imaginario Historiográfico marcado por varias tendencias. Por una parte, la actitud dominante en el Racionalismo y la Historiografía Liberal francesa, a la manera de Thierry y Guizot, entre otros, centrada en la convención del Progreso. Por la otra, la meticulosidad de la Erudición Alemana, al modo de Niehbur, Von Ranke y Mommsen. La actitud Positivista y/o Científica en la cual el documento histórico, su transcripción y anotación resulta crucial, es evidente. Se trata de Historicistas Críticos  bien articulados que consideran que la interpelación e interpretación de los documentos o la evidencia, conduce a la Verdad. Son intelectuales Liberales y Burgueses que aceptan que el conocimiento tiene un fin activo y que el intelectual tiene una Responsabilidad Social ineluctable. Con su trabajo de recolección, interpretación y traducción, echan las bases de un Relato Nacional confiable y fundan una Versión Canónica  de la Historia de Puerto Rico. La politización de aquel  discurso justificó al Liberalismo y el Separatismo decimonónicos, y sirvió de cimiento al Modernismo literario de entreguerras, a la Generación del 1930 y a la del 1950.

La Sociedad fue una organización estudiantil universitaria fundada en 1851 en la Universidad Central de Madrid. La misma fue presumiblemente animada por Román Baldorioty de Castro (1823-1889), educador y autonomista radical en su madurez, y Alejandro Tapia y Rivera (1822-1882), estudiante de química y física y escritor polifacético e historiador. A su rededor giraron figuras hoy olvidadas como José Cornelio Cintrón, Jenaro Aranzamendi, Lino Dámaso Saldaña, José Vargas, Juan Viñals y Federico González. Pero también llamó la atención de otros más conocidos como lo fueron Calixto Romero Togores, líder liberal; y Segundo Ruiz Belvis (1829-1867), separatista y abolicionista radical quien estudió en Caracas y Madrid. Fuera de Madrid vinculó a  Ramón E. Betances (1827-1898), estudiante en Toulousse y Paris; y a José Julián Acosta (1825-1891),  estudiante de física, matemáticas y geografía en Madrid quien completó estudios en París, Londres y Berlín. Se trataba de un grupo diverso caracterizado por su vigorosa cultura: Ruiz Belvis y Betances dominaban el francés; Acosta el inglés y el alemán; y Tapia y Rivera además del francés, conocía el inglés y el árabe.

Con todo, la figura central fue la de Tapia y Rivera por el hecho de que dio continuidad a la obra juvenil y el antólogo y autor de la Biblioteca Histórica de Puerto Rico (1854). Aquel volumen puede considerarse como una verdadera base de datos y, en general, documenta textualmente el pasado colonial insular. Desde mi punto de vista el problema de Tapia y Rivera es que nunca produjo un Relato Orgánico sobre la historia del país y su obra, en este caso emblemático, conservó el aire de enciclopedia y libro de consulta que todavía hoy proyecta cuando se consulta. En el campo historiográfico, siempre prefirió los denominados Géneros Menores como la biografía, la autobiografía o memoria personal, género que la historiografía tradicional identificaba con la Literatura y con la Escritura Creativa, marginándolos de la Historiografía que preciaban como Científica. Ejemplo de ellos son la Vida del pintor José Campeche (1854),  biografía laudatoria escrita por encargo de encargo de la Real Junta de Fomento de Puerto Rico; La Noticia histórica de Ramón Power (1873), en la cual propone una genealogía de la Modernidad y del Liberalismo basada en la obra de esa figura; El bardo de Guamaní (La Habana, 1862), donde integra uno de los mitos fundacionales de la nacionalidad; y Mis memorias, redactadas en 1880-1882, inéditas hasta 1928, donde se queja de la pobreza cultural del Puerto Rico colonial.

El producto más acabado maduró de la Sociedad después de 1854 en dos obras. Por un lado, las “Notas” de José Julián Acosta a la historia de  Fray Iñigo Abbad y Lasierra (1866) que, coincidiendo con Pedro Tomás de Córdova, reconocen el carácter precursor de la obra y pretenden corregir y completar el esfuerzo del fraile benedictino. Acosta fue aficionado a la Historia Antigua y del Cercano Oriente, gusto común a la Generación Romántica y a los Heterodoxos en una época en que aparece la Arqueología Moderna. También cultivó la biografía en El brigadier don Luis Padial y Vizcarrondo (San Juan, 1879).

Por otro lado, está la obra de Segundo Ruiz Belvis (1829-1867),  Francisco M. Quiñones (1830-1908) y el propio Acosta. Se trata del  Proyecto para la abolición de la esclavitud en Puerto Rico presentado por los comisionados en 1867 en la Junta Informativa de Reformas en Madrid y publicado poco después en Nueva York. Quiñones, era de San Germán, había estudiado en Bremen y dominaba el alemán y el inglés. El Proyecto combina procedimientos de interpretación historiográfica, jurídica, económica, estadística y social. La relevancia de la Junta Informativa de Reformas en la interpretación historiográfica ha sido afirmada por el historiador Ángel Acosta Quintero en su libro José Julián Acosta y su tiempo (1965) y por Silvia Álvarez Curbelo, Un país de porvenir. El afán de modernidad en Puerto Rico (siglo XIX) (2001). En ambos se sugiere que este documento es crucial en la configuración de la Modernidad en Puerto Rico. Su valor político como preámbulo textual de la Insurrección o Grito de Lares  en 1868, tampoco debe ser pasado por alto.

La Biblioteca Histórica de Puerto Rico incluye en su primera parte es una antología de Textos de Indias o Crónicas. Se trata de una transcripción del Libro 16 de Gonzalo Fernández de Oviedo, pero también comenta los textos de Castellanos y Las Casas. En el conjunto se añade una  novedad de la bibliografía holandesa: los capítulo 1, 2 y 3 del Libro 1º Islas del Océano. Isla de San Juan Bautista de Puerto Rico, de Juan de Läet, procedentes de su Historia del Nuevo Mundo o Descripción de la Indias Occidentales (1640). La traducción fue de Ruiz Belvis. La segunda parte incluye “algunos escritos” de Colón. La tercera parte contiene documentos del siglo 16. La Cuarta parte son documentos del siglo 17 hasta 1647 donde aparecen los textos del Obispo Damián López de Haro y el Canónigo Diego de Torres Vargas. La Quinta parte contiene  documentos desde 1750 hasta el ataque inglés de 1797. La colección es discontinua: deja un “siglo en blanco”  desde 1647 hasta 1750. La única excepción es un informe sobre la defensa de Arecibo por el Teniente a Guerra Antonio de los Reyes Correa en el año de 1703. Con todo, se trata del esfuerzo erudito más impresionante del siglo 19 y todavía hoy puede ser consultado por los interesados en la historia colonial del país.

3 comentarios »

  1. Magnífico acercamiento hacia el embrionario desarrollo de una identidad literaria nacional puertorriqueña. Los próceres mencionados demostraron ser brillantes de verdad, en medio de las limitaciones presentes en las circunstacias del momento histórico que vivieron.
    La crisis de la economía colonial fundamentada en el rol de la hacienda azucarera establecida con capital de inmigrantes leales a España, abrió paso al cuestionamiento de hacia dónde llevar a Puerto Rico. Salvo que los españoles despoblaran la nación peninsular e inmigraran en masa por cientos de miles a habitar en Puerto Rico acompañándolo con una deportación o aniquilación total de negros, meztizos y nacidos en Puerto Rico; era imposible para el gobierno colonial español lograr una españolización absoluta de Puerto Rico. Ya se le estaba «brotando» el criollismo a la población local, y hasta los hijos de inmigrados leales a la Corona española se le habían vuelto rebeldes (y el mejor ejemplo es Betances, hijo de un estanciero emigrado desde Santo Domingo por ser leal al Rey de España).
    Así que la crisis de la hacienda azucarera post-1815, el crecimiento geométrico de la población criolla y la presión internacional que España enfrentaba en un mundo donde las naciones eran respetadas si poseían colonias de ultramar, iban poniendo a Puerto Rico en una perspectiva de que había que crear identidad propia ya, costase lo que costase y se opusiese quien se opusiese.

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    Comentarios por Harold Márquez Tirado — abril 19, 2011 @ 6:36 pm | Responder

  2. Me gusta el hecho de que los historiadores puertorriqueños escriben por amor a su tierra como por amor a la historia. Si no hubiese sido por ellos, no tuviésemos aunque fuese un poco de nuestra historia, aunque esté incompleta, pero de igual forma, lo que tenemos es importante y nos identifica. Pero de la misma manera se puede notar en algunos textos que he leído (no todos) un poco de su opinión política en ellos, dependiendo de la forma en que lo interpretemos, pero de igual manera hoy día se sigue asociando de esa manera en parte culpa de los políticos (fanáticos), por ejemplo, jamás escucharemos a un Político estadista hablando de Segundo Ruiz Belvis o del Grito de Lares.

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    Comentarios por Stephanie Martir — febrero 10, 2012 @ 7:36 am | Responder

  3. […] y Rivera y la primera generación de historiadores puertorriqueños que convergieron en la clásica Biblioteca Histórica de Puerto Rico publicada en 1854. Las obras de este tipo, por lo regular, traducen momentos en los que la […]

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    Pingback por Hormigueros: fuentes históricas del siglo 20 (IV) « Horomicos: microhistorias — julio 10, 2012 @ 8:58 pm | Responder


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